Mc 6, 1-6: Visita a Nazaret
/ 5 febrero, 2014 / San MarcosTexto Bíblico
1 Saliendo de allí se dirigió a su ciudad y lo seguían sus discípulos. 2 Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: «¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada? ¿Y esos milagros que realizan sus manos? 3 ¿No es este el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?». Y se escandalizaban a cuenta de él. 4 Les decía: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa». 5 No pudo hacer allí ningún milagro, solo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. 6 Y se admiraba de su falta de fe.
Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
Beda, in Marcum, 2,23
1-2. Su patria era Nazaret, en donde había nacido. Pero ¡cuánta no sería la ceguedad de los nazarenos, que menosprecian, por sólo la noticia de su nacimiento, al que debían reconocer por Cristo en sus palabras y hechos! «Llegado el sábado -continúa- comenzó a enseñar», etc. En su doctrina se encierra su sabiduría, y su poder en las curas y milagros que hacía.
«¿No es Este aquel artesano hijo de María?»
3-4. «¿No es éste el carpintero…?» Pues aunque las cosas humanas no deban compararse a las divinas, queda íntegra, sin embargo, esta figura, porque el Padre de Cristo trabaja por el fuego y por el Espíritu.
Y continúa: «Hermano de Santiago, y de José, y de Judas y de Simón; y sus hermanas, ¿no moran aquí entre nosotros?». Ellos atestiguan así que los hermanos de Jesús están allí con El; pero no viendo en ellos, como los herejes, a otros hijos de José y de María, sino a parientes sólo de El, a los cuales, según costumbre de la Escritura, se llama hermanos, como a Abraham y Lot (Gén 13), siendo Lot hijo del hermano de Abraham. «Y estaban escandalizados de El». El escándalo y el error de los judíos es nuestra salvación y la condenación de los herejes. Despreciaban, pues, al Señor hasta el punto de llamarle carpintero e hijo del carpintero. «Mas Jesús les decía -prosigue-: Cierto que ningún Profeta está sin honor», etc. Que haya sido llamado Profeta el Señor en la Escritura, lo confirma el mismo Moisés, quien prediciendo su futura Encarnación a los hijos de Israel, dijo: «Tu Señor Dios te suscitará un profeta de entre tus hermanos» (Dt 18,15). No solamente El, que es el Señor de los Profetas, sino también Elías, Jeremías y los demás profetas, han sido menos considerados en su patria que en los pueblos extranjeros; porque es casi natural la envidia entre los compatriotas, no considerando los hechos de un hombre, y recordando la fragilidad de su infancia.
6. «Y se maravilló de su falta de fe…» No se asombraba como de una cosa no esperada e imprevista, puesto que conoce todas las cosas aun antes de ser hechas; pero conociendo hasta lo más secreto de los corazones, manifiesta delante de los hombres que se asombra de lo que quiere que se asombren los hombres. Y es bien de asombrar por cierto la ceguedad de los judíos, que ni quisieron creer lo que sus profetas les decían de Cristo, ni tampoco en El que nació entre ellos. En sentido místico, Jesús, despreciado en su casa y en su patria, es Jesús despreciado en el pueblo judío. Hizo allí algunos milagros, para que no pudieran excusarse del todo; pero hace todos los días mayores milagros en medio de las naciones, no tanto por la salud de los cuerpos, sino por la del espíritu de los hombres.
Teofilacto
1. Después de los milagros citados, vuelve el Señor a su patria -no ignorando que le despreciarían- con el objeto de que no pudieran decir luego: Si hubieses venido, hubiéramos creído en ti. Así dice: «Partido de aquí, se fue a su patria…»
5. «Y no podía hacer allí ningún milagro», etc. Las palabras no podía, deben traducirse por no quería; y no quería, no porque no pudiera, sino porque ellos eran incrédulos. Por tanto, no hace milagros allí por compasión hacia ellos, a fin de que no se hicieran dignos de mayor pena no creyendo los milagros que viesen. O de otro modo: en los milagros es necesario el poder del que los hace y la fe de los que son objeto de ellos, lo cual faltaba allí; por lo que no aceptó el Señor el hacer allí milagros.
«Y admirábase -prosigue- de la incredulidad de aquellas gentes».
Pseudo – Jerónimo
3. Llámase, en efecto, a Jesús hijo del carpintero, pero del Carpintero que fabricó la aurora y el sol; esto es, la primera y la segunda Iglesia, en figura de las cuales fueron curadas la mujer y la muchacha.
Muchas veces también acompaña el menosprecio al nacimiento, como lo prueban estas palabras: «¿Quién es este hijo de Isaías?» (1Re 25,10), porque el Señor elige lo humilde y aleja lo que es elevado (Sal 137,10).
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
Meditación: El camino de la victoria.
Meditación sobre la vida de Cristo; Opera omnia, t. 12, p. 530s.
«¿De dónde saca todo eso?… ¿No es este el carpintero, el hijo de María?» (Mc 6,2s).
El Señor Jesús, habiendo regresado con sus padres, del Templo y de Jerusalén a Nazaret, vivió con ellos hasta los 30 años «y les estaba sometido» (Lc 2,51). En las Escrituras no se encuentra nada que nos diga qué ha hecho durante este tiempo, lo que parece sorprendente… Pero pon atención y verás claramente que, no haciendo nada, hizo maravillas. En efecto, cada uno de sus gestos revela su misterio. Y puesto que actuaba con poder, se calló con poder, y permaneció retirado y en la oscuridad con poder. El soberano Maestro que nos había de enseñar los caminos de la vida, desde su juventud empieza a actuar con poder, pero de manera sorprendente, desconocida e inaudita, pareciendo, a los ojos de los hombres, inútil, ignorante, y viviendo en la abyección…
Apreciaba cada vez más esta forma de vivir a fin de ser juzgado por todos como un ser insignificante y sin importancia; esto lo había anunciado ya el profeta que en su nombre dijo: «Soy un gusano, no un hombre» (Sal 21,7). Ves lo que hacía no haciendo nada. Se volvió despreciable… ¿crees que esto es poca cosa? Es cierto, no es él quien tenía necesidad de esto, sino nosotros. No conozco nada más difícil ni más grande. Realmente me parece que han llegado al más alto grado los que de todo corazón y sin fingir, se tienen por nada a fin de no buscar nada más que ser despreciados, no ser tenidos en cuenta para nada y vivir en un abajamiento extremo. Es esto una victoria mucho más grande que tomar una ciudad.
San Atanasio de Alejandría, obispo y doctor de la Iglesia
Carta: Verdaderamente hombre.
Carta a Epicteto, 5-9.
«¿No es éste el carpintero, el hijo de María?» (Mc 6,3).
El Verbo, la Palabra eterna de Dios, «se hizo cargo de la descendencia de Abrahán», como afirma el Apóstol, «y por eso hubo de asemejarse en todo a sus hermanos» (He 2,16-17) y asumir un cuerpo semejante al nuestro. Por esto existe verdaderamente María, para que de ella tome el cuerpo y, como propio, lo ofrezca por nosotros… El ángel Gabriel le anunciaba con cautela y prudencia, diciéndole no simplemente que nacerá «en ti»; sino «de ti»…
Todas las cosas sucedieron de esta forma para que la Palabra, tomando nuestra condición y ofreciéndola en sacrificio, la asumiese completamente, y revistiéndonos después a nosotros de su condición, diese ocasión al Apóstol para afirmar: «Es preciso que lo corruptible se revista de incorrupción y que este ser mortal se revista de inmortalidad» (1Co 15,53). Estas cosas no son una ficción, como algunos juzgaron; ¡tal postura era inadmisible! Nuestro Salvador fue verdaderamente hombre y de él ha conseguido la salvación a toda la humanidad. Y de ninguna forma es ficticia nuestra salvación; y no sólo la del cuerpo, sino que la salvación de todo el hombre, es decir, alma y cuerpo, se ha realizado en aquel que es la Palabra.
Así pues, era por naturaleza humano lo que nació de María y, según las divinas Escrituras, era verdaderamente el cuerpo del Señor: fue verdadero porque era igual al nuestro. Pues María es nuestra hermana, ya que todos hemos nacido de Adán.
San Agustín de Hipona, obispo y doctor de la Iglesia
Sermón: ¿Cuál es la raíz del mal?
[Falta referencia]
«¿No es éste el hijo del carpintero?» (Mc 6,3).
Si el orgullo nos ha hecho salir, que la humildad nos haga entrar… Como el médico, después de haber establecido un diagnóstico, trata el mal en su causa, tú, cura la raíz del mal, cura el orgullo; entonces ya no habrá mal alguno en ti. Para curar tu orgullo, el Hijo de Dios se ha abajado, se ha hecho humilde. ¿Porqué enorgullecerte? Para ti, Dios se ha hecho humilde. Talvez te avergonzarías imitando la humildad de un hombre; imita por lo menos la humildad de Dios. El Hijo de Dios se humilló haciéndose hombre. Se te pide que seas humilde, no que te hagas animal. Dios se ha hecho hombre. Tú, hombre, conoce que eres hombre. Toda tu humildad consiste en conocer quien eres.
Escucha a Dios que te enseña la humildad: “Yo he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado” (Jn 6, 38). He venido, humilde, a enseñar la humildad, como maestro de humildad. Aquel que viene a mí se hace uno conmigo; se hace humilde. El que se adhiere a mí será humilde. No hará su voluntad sino la de Dios. Y no será echado fuera (Jn 6,37) como cuando era orgulloso.
San Juan Pablo II, papa
Catequesis, Audiencia general (22-04-1987): Sabiduría.
[…] 5. A la luz de esta tradición sapiencial podemos comprender mejor el misterio de Jesús Mesías. Ya un texto profético del libro de Isaías habla del espíritu del Señor que se posará sobre el Rey-Mesías y caracteriza ese Espíritu ante todo como “Espíritu de sabiduría y de inteligencia” y luego como “Espíritu de entendimiento y de temor de Yahvé” (Is 11, 2).
En el Nuevo Testamento son varios los textos que presentan a Jesús lleno de la Sabiduría divina. El Evangelio de la infancia según San Lucas insinúa el rico significado de la presencia de Jesús entre los doctores del templo, donde “cuantos le oían quedaban estupefactos de su inteligencia” (Lc 2, 47), y resume la vida oculta en Nazaret con las conocidas palabras: “Jesús crecía en sabiduría y edad y gracia ante Dios y ante los hombres” (Lc 2, 52).
Durante los años del ministerio de Jesús, su doctrina suscitaba sorpresa y admiración: “Y la muchedumbre que le oía se maravillaba diciendo: “¿De dónde le viene a éste tales cosas, y qué sabiduría es ésta que le ha sido dada?” (Mc 6, 2).
Esta Sabiduría, que procedía de Dios, confería a Jesús un prestigio especial: “Porque les enseñaba como quien tiene poder, y no como sus doctores” (Mt 7, 29); por ello se presenta como quien es “más que Salomón” (Mt 12, 42). Puesto que Salomón es la figura ideal de quien ha recibido la Sabiduría divina, se concluye que en esas palabras Jesús aparece explícitamente como la verdadera Sabiduría revelada a los hombres.
[…] La fe en Jesús, Sabiduría de Dios, conduce a un “conocimiento pleno” de la voluntad divina, “con toda sabiduría e inteligencia espiritual”, y hace posible comportarse “de una manera digna del Señor, procurando serle gratos en todo, dando frutos de toda obra buena y creciendo en el comportamiento de Dios” (Col 1, 9-10).
Catequesis, Audiencia General (21-10-1987): Lo importante es la fe, no el milagro.
[…] Es significativo e impresionante lo que se lee de los nazarenos, entre los que Jesús se encontraba porque había vuelto después del comienzo de su ministerio, y de haber realizado los primeros milagros. Ellos no sólo se admiraban de su doctrina y de sus obras, sino que además “se escandalizaban de Él”, o sea, hablaban de Él y lo trataban con desconfianza y hostilidad, como persona no grata.
“Jesús les decía: ningún profeta es tenido en poco sino en su patria y entre sus parientes y en su familia. Y no pudo hacer allí ningún milagro fuera de que a algunos pocos dolientes les impuso las manos y los curó. Él se admiraba de su incredulidad” (Mc 6, 4-6). Los milagros son “signos” del poder divino de Jesús. Cuando hay obstinada cerrazón al reconocimiento de ese poder, el milagro pierde su razón de ser. Por lo demás, también Él responde a los discípulos, que después de la curación del epiléptico preguntan a Jesús porqué ellos, que también habían recibido el poder del mismo Jesús, no consiguieron expulsar al demonio. El respondió: “Por vuestra poca fe: porque en verdad os digo, que si tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais a este monte: Vete de aquí allá, y se iría, y nada os sería imposible” (Mt 17, 19-20). Es un lenguaje figurado e hiperbólico, con el que Jesús quiere inculcar a sus discípulos la necesidad y la fuerza de la fe.
9. […] todo lo que Jesús hacía y enseñaba, todo lo que los Apóstoles predicaron y testificaron, y los Evangelistas escribieron, todo lo que la Iglesia conserva y repite de su enseñanza, debe servir a la fe, para que, creyendo, se alcance la salvación. La salvación -y por lo tanto la vida eterna- está ligada a la misión mesiánica de Jesucristo, de la cual deriva toda la “lógica” y la “economía” de la fe cristiana. Lo proclama el mismo Juan desde el prólogo de su Evangelio: “A cuantos lo recibieron (al Verbo) dióles poder de venir a ser hijos de Dios: “A aquellos que creen en su nombre” (Jn 1, 12).
Homilía (12-05-1990): Evangelio del Trabajo.
México
“¿No es éste el carpintero, el hijo de María?” (Mc 6, 3).
1. Esta era la pregunta que se hacía la gente de Nazaret cuando Jesús comenzó a enseñar, un sábado, allí mismo en su tierra. Mientras Jesús cumplía su misión mesiánica, «la multitud, al oírle quedaba maravillada y decía: “¿De dónde le viene esto? Y ¿qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María…?”» (Ibíd. 6, 23)
Sí, es cierto, Jesucristo, el Hijo Unigénito del Padre eterno que ha revelado la sabiduría divina a través de sus propias palabras, que ha revelado la potencia de Dios por medio de sus obras,¡era el carpintero, nacido de María! De esta manera, el Hijo de Dios quiso hacerse semejante a todos los trabajadores, a vosotros, queridos hermanos y hermanas, que transcurrís vuestros días dedicados a un trabajo duro y fatigoso.
El Hijo de Dios, ocupándose durante la mayor parte de su vida terrena, día tras día, en un trabajo manual, pone de manifiesto la gran dignidad del trabajo humano. Puede decirse, de algún modo, que éste es el primer evangelio que Cristo predica…
[…] 6. El evangelio del trabajo nos enseña que cualquier labor humana, por difíciles que sean las circunstancias en que se realice, puede y debe ser fuente de progreso social y de maduración personal. Sí, vuestro trabajo, en el campo o en la mina, cualquier ocupación humana honesta, puede y debe ser ocasión para alabar a Dios y encontrar a Cristo. Sí, el trabajo debe ser instrumento de vuestro desarrollo humano y sobrenatural. Es el medio habitual que el hombre tiene para forjar también su destino eterno. Esta es la gran dignidad del trabajo humano.
El cristiano ha de contemplar con los ojos de la fe su propio trabajo. En él puede descubrir un horizonte de grandeza para la propia vida; a medida que pongáis en práctica el evangelio, comprenderéis que vuestra tarea habitual, en el campo, en la mina, allá donde desarrolléis vuestra actividad laboral, os conduce a la plenitud de vuestro existir cuando sabéis convertirla en ofrenda grata a Dios.
¡Haceos imitadores de Cristo! El es la luz para las naciones (cf. Hch 13, 47). Jesús de Nazaret, el carpintero, ilumina con su vida de trabajo vuestra vida de trabajadores cristianos. Vosotros, hombres y mujeres del mundo laboral, iluminad también vuestro ambiente de trabajo con la luz de Cristo y divulgad con vuestras vidas la palabra de Dios.
7. ¡Acoged el evangelio del trabajo! Sólo así sabréis afrontar las dificultades con espíritu cristiano, con decisión y valentía, esforzándoos por encontrar las soluciones mejores a los diversos problemas laborales. Con la valentía propia del cristiano que, sin admitir odios ni venganzas, sabe ser fuerte para cumplir cabalmente sus deberes y exigir el cabal cumplimiento de sus derechos. Con valentía cristiana, que no acepta el pesimismo ni la desesperanza; que impide refugiarse en el consuelo fácil de los placeres efímeros, como el alcohol, o la droga; que no recurre a falsas soluciones, cuyo único efecto es destruir la dignidad humana como la prostitución, la delincuencia o la complicidad con la corrupción; que rechaza cualquier ofrecimiento que implique colaborar en la difusión del mal para asegurarse una mejor posición económica.
Sabréis también de este modo, afrontar las dificultades laborales con sentido de responsabilidad, conscientes de que el presente y el futuro de vuestra Patria está también en vuestras manos y depende de vuestro trabajo. Vuestra tierra os pide un esfuerzo generoso, decidido, lleno de sana ambición para el momento actual y para el futuro.
[…] 9. “¿No es éste el carpintero, el hijo de María?” (Mc 6, 3).
Sí, Jesús, aquel carpintero de Nazaret, es el hijo de María. Para vosotros, trabajadoras y trabajadores de México, María es también vuestra Madre.
Que María vele sobre el trabajo de todos sus hijos e hijas… Que Ella os acerque, a vosotros y vuestro trabajo, a su Hijo, el Carpintero. Este Carpintero de Nazaret es el Redentor del hombre. El es el Salvador del mundo.
Catequesis, Audiencia general (28-08-1996): ¿María tuvo más hijos?
[…] 3. Según algunos, contra la virginidad de María después del parto estarían aquellos textos evangélicos que recuerdan la existencia de cuatro «hermanos de Jesús»: Santiago, José, Simón y Judas (cf. Mt 13, 55-56; Mc 6, 3), y de varias hermanas.
Conviene recordar que, tanto en la lengua hebrea como en la aramea, no existe un término particular para expresar la palabra primo y que, por consiguiente, los términos hermano yhermana tenían un significado muy amplio, que abarcaba varios grados de parentesco. En realidad, con el término hermanos de Jesús se indican los hijos de una María discípula de Cristo (cf. Mt 27, 56), que es designada de modo significativo como «la otra María» (Mt 28, 1). Se trata de parientes próximos de Jesús, según una expresión frecuente en el Antiguo Testamento (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 500).
Así pues, María santísima es la siempre Virgen. Esta prerrogativa suya es consecuencia de la maternidad divina, que la consagró totalmente a la misión redentora de Cristo.
San Josemaría Escrivá de Balaguer, presbítero
Homilía: José, maestro de Jesús.
Es Cristo que pasa, homilía del 19-03-1963.
«¿No es este el hijo del carpintero?» (Mc ,).
José amó a Jesús como un padre ama a su hijo, lo trató dándole todo lo mejor que tenía. José, cuidando de aquel Niño, como le había sido ordenado, hizo de Jesús un artesano: le transmitió su oficio. Por eso los vecinos de Nazareth hablarán de Jesús, llamándole indistintamente faber y fabri filius: artesano e hijo del artesano (Mt 13,55)…
Porque Jesús debía parecerse a José: en el modo de trabajar, en rasgos de su carácter, en la manera de hablar. En el realismo de Jesús, en su espíritu de observación, en su modo de sentarse a la mesa y de partir el pan, en su gusto por exponer la doctrina de una manera concreta, tomando ejemplo de las cosas de la vida ordinaria, se refleja lo que ha sido la infancia y la juventud de Jesús y, por tanto, su trato con José.
No es posible desconocer la sublimidad del misterio. Ese Jesús que es hombre, que habla con el acento de una región determinada de Israel, que se parece a un artesano llamado José, ése es el Hijo de Dios. Y ¿quién puede enseñar algo a Dios? Pero es realmente hombre, y vive normalmente: primero como niño, luego como muchacho, que ayuda en el taller de José; finalmente como un hombre maduro, en la plenitud de su edad. Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia delante de Dios y de los hombres (Lc 2,52).
José ha sido, en lo humano, maestro de Jesús; le ha tratado diariamente, con cariño delicado, y ha cuidado de Él con abnegación alegre. ¿No será ésta una buena razón para que consideremos a este varón justo, a este Santo Patriarca en quien culmina la fe de la Antigua Alianza, como Maestro de vida interior?
Joseph Ratzinger (Benedicto XVI)
Obras: Eras necesario que Dios se hiciera hombre.
Introducción al Cristianismo.
«¿De dónde saca todo eso?» (Mc 6,2).
“Creo en Jesucristo, Hijo único de Dios, Nuestro Señor” (Credo). La fe cristiana reconoce en Jesús de Nazaret al hombre ejemplar. Esta es la mejor manera de comprender la idea de San Pablo acerca de Cristo, cuando dice que es “el último Adán” (1Cor 15,45). Precisamente, como hombre ejemplar, como hombre arquetipo, es como Jesús trasciende el límite de lo humano. Únicamente desde esta perspectiva es el hombre perfecto. El hombre es realmente hombre en la medida en que está cerca de otro. No se halla a si mismo sino saliendo de si mismo, se encuentro por medio de otro… Y en último término, el hombre está constituido hacia el realmente otro, Dios… Es realmente él mismo cuando abandona la actitud de poseerse a si mismo en el sentido de un repliegue estéril, de auto-afirmarse en contra de otro, cuando es pura apertura hacia Dios.
Para que el hombre llegue a ser plenamente hombre, hace falta que Dios se haga hombre. Únicamente entonces el paso de lo “animal” hacia lo “espiritual” se realiza de verdad. (cf 1Cor 15,44) Entonces, el hombre hecho de tierra puede mirar más allá de sí mismo y puede decir “Tú” a Dios. Esta apertura hacia lo infinito es lo que constituye al hombre. Jesucristo es el hombre por antonomasia, el verdadero Adán, el más ilimitado porque no sólo entra en contacto con el Infinito sino que es uno con él…
Si en Jesús la verdadera esencia del hombre, tal como Dios la había concebido, se manifiesta plenamente, no puede estar destinado a formar una excepción absoluta, una originalidad… Su existencia concierne a la humanidad entera… El está destinado a reunir en él toda la raza humana. Tiene que atraer hacia sí a la humanidad (Jn 12,32) para formar lo que San Pablo llama el “Cuerpo de Cristo”.
Jacques Bénigne Bossuet, obispo de Meaux
Homilía: Cristo desciende.
Elevaciones sobre los misterios, 20ª Semana, nº 8.
«¿No es este el carpintero?» (Mc 6,3).
“Jesús bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad” (Lc 2,51). No perdamos nada de la santa lectura: la palabra del evangelista es que “bajó con ellos a Nazaret”. Entra en la conducta ordinaria, en la de sus padres, en la obediencia. Es posible que deba interpretarse místicamente eso que él llama “bajar”, pero sea lo que fuere, lo que sí es verdad es que estuvo bajo su autoridad hasta su bautismo, es decir, hasta alrededor de los treinta años, y no hizo otra cosa que obedecerles… ¿Fue este todo el trabajo de Jesucristo, del Hijo de Dios? Todo su quehacer, todo su ejercicio fue obedecer a las dos criaturas. Y ¿en qué les obedeció? En los más bajos trabajos, en la práctica de un arte mecánico [manual].
¿Dónde están los que lamentan, los que murmuran, cuando sus trabajos no responden a su capacidad, o por mejor decir, a su orgullo?. Que vengan a la casa de María y de José, y vean trabajar a Jesucristo… Jesús dijo de él mismo que “había venido para servir” (Mt 20,28)… Lo que sí es cierto es que trabajó en el taller de su padre… Pero después de lo que se dice sobre su educación bajo San José, ya no se oye más hablar de este santo varón. Y es por ello que,Jesucristo, al principio de su ministerio, cuando fue a su patria a predicar se dijo: ““¿No es este el carpintero, el hijo de María?” –como a aquel a quien habían visto mantener el taller, sostener con su trabajo una madre viuda y hacer seguir el negocio del pequeño taller que mantenía a los dos…
Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica: Sobre los milagros
III Qu.43 a.2
¿Hizo Cristo los milagros con poder divino?
Objeciones: Por las que parece que Cristo no hizo los milagros con poder divino.
1. El poder divino es omnipotente. Pero parece que Cristo no lo fue al hacer milagros, porque en Mc 6,5 se dice que no pudo allí —es decir, en su patria— hacer ningún milagro. Luego parece que no hacía los milagros con poder divino.
2. Orar no es propio de Dios. Pero Cristo oraba algunas veces para hacer los milagros, como se ve en la resurrección de Lázaro (Jn 11,41-42) y en la multiplicación de los panes (Mt 14,19). Luego da la impresión de que no hizo los milagros con poder divino.
3. Lo que se hace por virtud divina, no puede hacerse con el poder de criatura alguna. Pero las cosas que hacía Cristo podían ser hechas también con el poder de una criatura; por esto decían los fariseos que expulsaba a los demonios por Beelzebul, príncipe de los demonios (Lc 11,15). Luego parece que Cristo no hizo milagros de origen divino.
Contra esto: está lo que dice el Señor en Jn 14,10: El Padre, que permanece en mí, es el que realiza las obras.
Respondo:
Como queda expuesto en la Primera Parte (I 10,4), los verdaderos milagros no pueden hacerse más que con el poder divino, porque sólo Dios es capaz de alterar el orden natural, requisito que pertenece a la noción de milagro. Por lo cual dice el papa León, en la Epístola ad Flavianum, que, habiendo en Cristo dos naturalezas, una de ellas, es a saber, la divina, es la que resplandece con los milagros; la otra, esto es, la humana, es la que cede al peso de las injurias; y, sin embargo, cada una de ellas obra en comunicación con la otra, en cuanto que la naturaleza humana es instrumento de la acción divina, y la acción humana recibe el poder de la naturaleza divina, como antes se ha explicado (III 19,1).
A las objeciones: Soluciones:
1. La frase No podía hacer allí ningún milagro (Mc 6,5), no debe relacionarse con el poder absoluto, sino con lo que es posible hacer de una manera congruente; y no era conveniente hacer milagros entre incrédulos. Por esto se añade (v. 6: Y se maravillaba de su falta de fe. En este sentido se dice en Gn 18,17: No podría ocultar a Abrahán lo que voy a hacer; y en Gn 19,22: No podré hacer nada hasta que tú entres allí.
2. Como escribe el Crisóstomo, comentando el pasaje de Mt 14,19: Habiendo tomado los cinco panes y los dos peces, mirando al cielo, los bendijo y los partió: Era preciso que se creyese que Cristo procede del Padre y que es igual a EL Y, por este motivo, para mostrar ambas cosas, unas veces hacía los milagros con su poder, y otras mediante la oración. En las cosas de poco relieve, por ejemplo la multiplicación de los panes, mira al cielo; y en las de mayor trascendencia, que sólo dependen de Dios, obra con su poder, v. gr. cuando perdonó los pecados, o resucitó a los muertos.
La expresión Levantó los ojos a lo alto (Jn 11,42), cuando la resurrección de Lázaro, no significa que lo hiciese por la necesidad de la recomendación, sino que lo hizo para nuestro ejemplo. Por eso dijo: Lo he dicho por el pueblo que me rodea, para que crean que tú me has enviado.
3. Cristo arrojaba a los demonios de forma distinta a como son expulsados por el poder del demonio. Porque, con el poder de los demonios más altos, los otros demonios son expulsados de los cuerpos de tal manera que continúa su dominio en cuanto al alma, porque el diablo no obra contra su propio imperio. En cambio, Cristo arrojaba los demonios no sólo de los cuerpos, sino mucho más de las almas. Y por estos motivos el Señor reprobó la blasfemia de los judíos, los cuales decían que El expulsaba a los demonios con el poder de los demonios (cf. Mt 12,24 Mc 3,22 Lc 11,15: Primero, porque Satanás no se divide contra sí mismo. Segundo, por seguir el ejemplo de otros, que arrojaban a los demonios mediante el Espíritu de Dios. Tercero, porque él mismo no hubiera podido expulsar a los demonios de no haberlos vencido con el poder divino. Cuarto, porque no existía conformidad alguna entre El y Satanás, ni en las obras ni en las consecuencias, porque Satanás trataba de esparcir lo que Cristo recogía.
Comentarios exegéticos
Manuel de Tuya: Cristo en Nazaret
Biblia comentada, B.A.C., Madrid, 1964, pg. 670-671
La escena de Mc y Mt responde a al primera parte del relato de Lc, pues en Mc y Mt Cristo «curó» algunos enfermos. Si no hizo allí más curaciones es que «no pudo hacer allí ningún (otro) milagro», cuya razón explicita Mt: «por su incredulidad» en El.
1. Cristo sale probablemente de Cafarnaúm, y vino a «su patria». Esta es Nazaret. (Mc 1,9.24; Lc 4,16).
2. «¿Cómo se hacen por su mano tales milagros?». Los nazarenos oyeron hablar de lo milagros de Cristo, y reconocen que los realiza, pero como un simple instrumento o intermediario. Por eso, la sabiduría que tiene «le ha sido dada», y los «milagros se hacen por su mano». Esto mismo se dice de Moisés (2 Par 35,6). Pero su creencia en El, aun como taumaturgo, es muy rudimentaria. Por conocer a sus familiares desestiman sus poderes y se «escandalizan» de El. Probablemente desconfían del valor de sus obras, mientras no sean reconocidas por tales en Jerusalén por los doctores (Jn 7,3-5). Es un caso de estrechez aldeana y familiar.
3. A Cristo se le hace «artesano» (tékton). La palabra griega usada significa un artesano que trabaja preferentemente en madera. Pero entonces, y en aquel villorrio, los oficios de un artesano no podían extenderse a otros pequeños menesteres. Se citan «hermanos» y «hermanas» de Cristo. Estos son «parientes» en grado diverso del mismo. Precisamente en el mismo evangelio se da el nombre de la madre de estos hermanos de Cristo. La razón de llamarlos «hermanos» y no parientes, o específicamente con el grado de parentesco que tuviesen se debe a que en hebreo no hay términos específicos para esto. Sólo se usa para todos los grados de parentesco la palabra hermano (´ah).
4. No deja de extrañar el que Cristo diga aquí que sólo en su patria y entre los suyos es desestimado un profeta, cuando precisamente viene de la región de los gerasenos, de donde le rogaron se marchase. Acaso las escenas que tienen esta contigüidad literaria no la tengan históricamente tan inmediata. Mt lo pone en otra situación literaria, sin que la condicione su sistema esquemático. La frase es un proverbio. En todo caso, Cristo en la región de Gerasa se presentó como un desconocido, mientras que en Nazaret vino precedido de la gran fama de los milagros.
6. Esta «admiración» verdadera que Cristo tiene a causa de la «incredulidad» que tenían en El, en nada va contra la plena sabiduría que tiene por su ciencia «beatífica» e infusa, ya que esto no es más que un caso del ejercicio de su ciencia «experimental» como la teología enseña.
Rudolf Schnackenburg: Incredulidad y repudio de Jesús en su patria
El Evangelio según San Marcos, en El Nuevo Testamento y su Mensaje, Editorial Herder
El repudio incrédulo de Jesús en su patria de Nazaret está en contraste con los relatos precedentes, expuestos con la finalidad de suscitar la fe. La mujer sencilla del pueblo había creído y Jairo, el jefe de la sinagoga, había acudido a él lleno de confianza. Es precisamente en su patria donde Jesús choca con una incredulidad crasa. Históricamente no hay por qué dudar de ello -acerca de los «hermanos» de Jesús, cf. Jn 7:3 ss-; aunque el evangelista persigue además un interés teológico. El ministerio de Jesús no resulta evidente para sus contemporáneos, el misterio de su persona se les esconde más de una vez bajo sus grandes milagros. Muchos no salen de su asombro (cf. 5,20), y en la resurrección de la hija de Jairo la multitud se burla incluso de Jesús.
La paradoja de la incredulidad no hace más que destacar con mayor relieve entre las gentes de Nazaret; son el caso típico de quienes «ven, pero no perciben; oyen, pero no entienden» (4,12). Se trata de la misma experiencia y enseñanza que expresa el cuarto evangelista al final del ministerio público de Jesús: «A pesar de haber realizado Jesús tantas señales en presencia de ellos, no creían en él» (Jn 12:37). Descubrimos aquí la otra línea que perseguía el evangelista mediante esta sección: el hecho de la incredulidad y su carácter incomprensible. Parece que Jesús se presenta ahora por vez primera en la sinagoga de su patria como maestro. La exposición rebosa ingenuidad y vida. Jesús, como ocurre en Lc 4:16-21 aunque todavía de un modo más gráfico e impresionante1, hace uso del derecho que asiste a todos los israelitas adultos de hacer la lectura bíblica y su exposición. Pero sus paisanos están asombrados de que tenga la capacidad de hablar tan bien y de interpretar la Escritura. Nada se dice aquí de la «autoridad» de Jesús (Lc 1:22), ni escuchamos nada acerca de su pretensión de que «hoy» se cumplan los vaticinios proféticos (Lc 4:21). Nada de ello le interesa aquí al narrador; le basta con que exista un asombro incrédulo. Se habla ciertamente de los prodigios realizados en otros lugares, pero a Jesús se le niega la fe.
Los habitantes de Nazaret conocen a Jesús como «el carpintero» o -según otra lectura- «el hijo del carpintero»2. Jesús ha ayudado a su padre en el trabajo y con él ha aprendido el oficio manual. También se le conoce como «hijo de María» y «hermano» de otros hombres que forman su familia3. También sus «hermanas» habitan allí, como miembros más o menos lejanos del clan afincado en Nazaret. Por ello la gente no puede entender que Jesús tenga algo especial y se escandaliza en él. Es la palabra típica para indicar el tropiezo en la fe, y que también ha entrado en el lenguaje comunitario (Lc 4:17). Para cuantos lo leen, el episodio constituye una severa señal de advertencia: quienes piensan conocer a Jesús, no le comprenden y se alejan de él. Hay muchos tropezones y caídas en el terreno de la fe. Hasta los discípulos más allegados a Jesús han tomado escándalo de él en una hora oscura: cuando Jesús se dejó conducir sin resistencia alguna por sus enemigos (Lc 14:27-29). A sus paisanos incrédulos les lanza Jesús una palabra, que tal vez fuese proverbial entre ellos: «A un profeta sólo lo desprecian en su tierra.» La expresión nos la ha transmitido también Juan (Lc 4:44) en otro contexto, indicando siempre una experiencia amarga. Los enviados de Dios es precisamente en su patria donde encuentran la oposición y el repudio. Así. Jeremías no puede por menos de quejarse de que sus conciudadanos alimenten contra él intenciones malvadas y hasta atenten contra su vida (Jer 11:18-23). No otra es la suerte que espera al último enviado de Dios, que está por encima de todos los profetas. En la actitud de los nazarenos se anuncia ya a los lectores cristianos el misterio de la pasión de Jesús; pero en el destino de su Señor reconocen también su propio destino. Jesús se ha apartado de sus parientes y se ha creado una nueva «familia» (cf. 3,35) y también sus discípulos lo han abandonado todo por causa del Evangelio (10,30).
Los discípulos de Cristo tienen que comprender que habrá discordias en las familias por causa de la fe (cf. 13,12). A la sentencia del profeta que originariamente sólo es despreciado en su propia «tierra», ha añadido expresamente el evangelista «entre sus parientes y en su casa». Con frecuencia Dios no ahorra esa amargura a los que llama.
La consecuencia de la incredulidad es que Jesús no puede realizar en Nazaret ningún gran milagro, sino que cura simplemente a algunos enfermos imponiéndoles las manos. ¿Por qué no «pudo» Jesús actuar allí con plenos poderes? Nada se dice al respecto, aunque tampoco aparece por ninguna parte la salida apologética de que Jesús no pudo obrar porque no quiso. Según el pensamiento bíblico es Dios quien otorga el poder de hacer milagros. Habría, pues, que concluir que es el mismo Dios quien ha señalado el objetivo y los límites al poder milagroso de Jesús.
Jesús no debe llevar a cabo ningún portento allí donde los hombres se le cierran con una incredulidad obstinada. Todo su ministerio está subordinado a la historia de la salvación, al mandato del Padre. Las palabras de Jesús en el Evangelio de Juan suenan como un comentario: «De verdad os aseguro: nada puede hacer el Hijo por sí mismo, como no lo vea hacer al Padre» (5,19). Los milagros ostentosos, que los incrédulos requerían de él, los ha rechazado siempre. La generación perversa que reclama un signo del cielo le hace suspirar (8,11s). Esto es también una enseñanza saludable para la fe que no debe impetrar ningún signo evidente ni pruebas definitivas. Jesús «quedó extrañado de aquella incredulidad». Con esta frase se cierra el relato haciendo que el lector siga meditando sobre el enigma de la incredulidad.
[1] Lucas desplaza la escena al comienzo del ministerio público de Jesús y presenta un relato detallado que tomó de una tradición particular (4,16-30). Ese relato puede muy bien proyectar alguna luz sobre el ministerio de Jesús: el cumplimiento presente de la profecía de salvación (v. 18-21), una visión anticipada de la incredulidad de Israel y de la elección de los paganos (v. 25-27), tal vez incluso una alusión al destino profético de Jesús (v. 29: véase 13.33 Y 34).
[2] El texto primitivo de Marcos sonaba probablemente así: «El carpintero, el hijo de María»; la otra lectura se explica por influencia del texto de Mateo donde aparece «el hijo del carpintero». El hecho de que se señale a Jesús como «el hijo de María» no supone ninguna tendencia teológica -nacimiento virginal-, sino que se explicaría si para entonces ya había muerto José.
[3] Este pasaje es importante porque da algunos nombres personales; los hombres que aquí se nombran pueden identificarse en parte con personas que nos son conocidas por la tradición y que, por lo mismo. no pueden ser verdaderos hermanos carnales de Jesús. Así, Simón y Judas eran hijos de un Klopas o Cleofás, hermano de José; cf. J. SCHMID, Los «hermanos de Jesús», en El Evangelio según san Marcos. Herder. Barcelona 1967, p. 126-128.
Uso litúrgico de este texto (Homilías en el contexto celebrativo)
- Domingo XIV Tiempo Ordinario (B)
- Miércoles IV Tiempo Ordinario