Viernes XXXIII Tiempo Ordinario – Homilías
/ 22 noviembre, 2013 / Tiempo OrdinarioHomilías y comentarios
Años impares: M. Garrido Bonaño, Año Litúrgico Patrístico
Primera Lectura: 1 Macabeos 4,36-37.52-59
Celebran con alegría la consagración del altar, con ofrendas y holocaustos. Tras la victoria de los fieles resistentes, Judas Macabeo purifica el templo, y el pueblo celebra con júbilo su consagración. El templo de Jerusalén es el centro del culto a Yavé. A él acude todo piadoso israelita de cualquier parte del país para contemplar el «rostro» de Dios, y es para los fieles objeto de un amor conmovedor. Por eso cuando el templo es profanado por el rey Antíoco, que instala en él un culto idolátrico pagano, los judíos se sublevan para defenderlo, y el primer objetivo de su guerra santa es justamente purificar el templo, para reanudar en él el culto tradicional. Cuando muere Cristo el velo de aquel antiguo templo venerable se rasga, para significar que el culto antiguo ha sido sustituido por otro culto más espiritual y perfecto: el de Cristo, el de la Iglesia. Con todo, al principio, los apóstoles simultaneaban su culto eucarístico con las oraciones en el templo. Pero en el año 70 sufre una completa destrucción, que significa en forma decisiva que su función ha terminado ya. Y nunca ha sido reconstruido.
1 Crónicas 29, 10-12
Alabamos al Señor con un cántico del libro 1 Crónicas 29: «Alabamos, Señor, tu nombre glorioso. Bendito eres, Señor, Dios de nuestro padre Israel, por los siglos de los siglos. Tuyos son, Señor, la grandeza y el poder, la gloria, el esplendor y la majestad, porque tuyo es cuanto hay en cielo y tierra. Tú eres Rey y Soberano de todo: de ti viene la riqueza y la gloria. Tú eres el Señor del universo, en tu mano está el poder y la fuerza, tú engrandeces y confortas a todos».
Años pares: M. Garrido Bonaño, Año Litúrgico Patrístico
Primera Lectura: Apocalipsis 10, 8-11
La Palabra de Dios ha de ser primero asimilada y luego proclamada. Esto es lo que significa en ese lugar del Apocalipsis «comer el libro». La historia es el producto del encuentro de dos libertades: la de Dios y la del hombre. Y Dios tiene unos planes acerca de este encuentro, sobre todo desde que Jesucristo pronunció su «Sí» incondicional a la nueva Alianza.
San Cesáreo de Arlés comenta:
«“En la boca” se entienden los cristianos buenos y espirituales; “en el vientre”, los carnales y lujuriosos. Por consiguiente, cuando se predica la palabra de Dios, ella es dulce para los espirituales, pero para los carnales –para los cuales, según el Apóstol, “su Dios es el vientre” (Flp 3,19)– la palabra es amarga y áspera» (Comentario al Apocalipsis 10).
Las Escrituras consuelan, efectivamente, no porque ellas descubran de antemano la evolución de los acontecimientos previstos por Dios, sino porque ayudan a revelar el sentido profundo de la presencia de Dios en los acontecimientos que viven los hombres.
Salmo 118
Con unos versos del Salmo 118 decimos «¡qué dulce al paladar tu promesa, Señor! Mi alegría es el camino de tus preceptos, más que todas las riquezas. Tus preceptos son mi delicia, tus decretos son mis consejeros. Más estimo yo los preceptos de tu boca que miles de monedas de oro y plata. Qué dulce al paladar tu promesa: más que miel en la boca. Tus preceptos son mi herencia perpetua, la alegría de mi corazón. Abro la boca y respiro, ansiando tus mandamientos».
Evangelio para ambos años: Lucas 19, 45-48
Habéis convertido la Casa de Dios en una cueva de bandidos. Jesús se indigna ante la profanación del templo, que ha de ser «Casa de oración». Es una lección para nosotros. El respeto al templo ha de ser ahora mayor aún que entonces. Es ahora el lugar de la reactualización sacramental del sacrificio redentor del Calvario, y allí está Cristo realmente presente en el sagrario. Es el lugar de la oración y de la vida sacramental de la Iglesia.
Dice San Ambrosio:
«Él expulsó a los cambistas. Pero, ¿de quién son figura estos tratantes sino de los que procuran enriquecerse con los tesoros del Señor, no tratando de distinguir lo que es un bien de lo que es un mal? El gran tesoro del Señor es la divina Escritura, ya que en el momento de partir Él, distribuyó los denarios entre sus servidores y les repartió los talentos (Mt 25, 14; Lc 19,13)… Si existe el tesoro de las Escrituras, es evidente que se puede hablar también de los intereses de la Escritura» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib. IX,18).
«Las mesas de los cambistas caen por tierra para poner en su lugar la mesa del Señor [la Eucaristía], y es destrozada el ara con el fin de puedan surgir los altares» (ib. 20).
-Para este Evangelio ver también: