Prov 8, 22-31 – Origen divino de la Sabiduría
/ 22 mayo, 2016 / ProverbiosTexto Bíblico
22 El Señor me creó al principio de sus tareas, al comienzo de sus obras antiquísimas.
23 En un tiempo remoto fui formada, antes de que la tierra existiera.
24 Antes de los abismos fui engendrada, antes de los manantiales de las aguas.
25 Aún no estaban aplomados los montes, antes de las montañas fui engendrada.
26 No había hecho aún la tierra y la hierba, ni los primeros terrones del orbe.
27 Cuando colocaba los cielos, allí estaba yo; cuando trazaba la bóveda sobre la faz del abismo;
28 cuando sujetaba las nubes en la altura, y fijaba las fuentes abismales;
29 cuando ponía un límite al mar, cuyas aguas no traspasan su mandato; cuando asentaba los cimientos de la tierra,
30 yo estaba junto a él, como arquitecto, y día tras día lo alegraba, todo el tiempo jugaba en su presencia:
31 jugaba con la bola de la tierra, y mis delicias están con los hijos de los hombres.
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
San Atanasio, obispo
Obras: El conocimiento del Padre por medio de la Sabiduría creadora y hecha carne
«Yo estaba junto a él como arquitecto» (Pr 8,30)Contra los arrianos. Serm. 2, 78. 81-82: PG 26, 311. 319
La Sabiduría unigénita y personal de Dios es creadora y hacedora de todas las cosas. Todo —dice, en efecto, el salmo— lo hiciste con sabiduría, y también: La tierra está llena de tus criaturas. Pues, para que las cosas creadas no sólo existieran, sino que también existieran debidamente, quiso Dios acomodarse a ellas por su Sabiduría, imprimiendo en todas ellas en conjunto y en cada una en particular cierta similitud e imagen de sí mismo, con lo cual se hiciese patente que las cosas creadas están embellecidas con la Sabiduría y que las obras de Dios son dignas de él.
Porque, del mismo modo que nuestra palabra es imagen de la Palabra, que es el Hijo de Dios, así también la sabiduría creada es también imagen de esta misma Palabra, que se identifica con la Sabiduría; y así, por nuestra facultad de saber y entender, nos hacemos idóneos para recibir la Sabiduría creadora y, mediante ella, podemos conocer a su Padre. Pues, quien posee al Hijo —dice la Escritura— posee también al Padre, y también: El que me recibe, recibe al que me ha enviado. Por tanto, ya que existe en nosotros y en todos una participación creada de esta Sabiduría, con toda razón la verdadera y creadora Sabiduría se atribuye las propiedades de los seres, que tienen en sí una participación de la misma, cuando dice: El Señor me creó al comienzo de sus obras.
Mas, como en la sabiduría de Dios, según antes hemos explicado, el mundo no lo conoció por el camino de la sabiduría, quiso Dios valerse de la necedad de la predicación para salvar a los creyentes. Porque Dios no quiso ya ser conocido, como en tiempos anteriores, a través de la imagen y sombra de la sabiduría existente en las cosas creadas, sino que quiso que la auténtica Sabiduría tomara carne, se hiciera hombre y padeciese la muerte de cruz, para que, en adelante, todos los creyentes pudieran salvarse por la fe en ella.
Se trata, en efecto, de la misma Sabiduría de Dios, que antes, por su imagen impresa en las cosas creadas (razón por la cual se dice de ella que es creada), se daba a conocer a sí misma y, por medio de ella, daba a conocer a su Padre. Pero después, esta misma Sabiduría, que es también la Palabra, se hizo carne, como dice san Juan, y, habiendo destruido la muerte y liberado nuestra raza, se reveló con más claridad a sí misma y, a través de sí misma, reveló al Padre; de ahí aquellas palabras suyas: Haz que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo.
De este modo, toda la tierra está llena de su conocimiento. En efecto, uno solo es el conocimiento del Padre a través del Hijo, y del Hijo por el Padre; uno solo es el gozo del Padre y el deleite del Hijo en el Padre, según aquellas palabras: Yo era su encanto cotidiano, todo el tiempo jugaba en su presencia.