Mt 28, 8-15: Aparición a las santas mujeres y soborno de los soldados
/ 21 abril, 2014 / San MateoEl Texto (Mt 28, 8-15)
8 Ellas partieron a toda prisa del sepulcro, con miedo y gran gozo, y corrieron a dar la noticia a sus discípulos. 9 En esto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: «¡Dios os guarde!» Y ellas, acercándose, se asieron de sus pies y le adoraron. 10 Entonces les dice Jesús: «No temáis. Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán.»
11 Mientras ellas iban, algunos de la guardia fueron a la ciudad a contar a los sumos sacerdotes todo lo que había pasado. 12 Estos, reunidos con los ancianos, celebraron consejo y dieron una buena suma de dinero a los soldados, 13 advirtiéndoles: «Decid: “Sus discípulos vinieron de noche y le robaron mientras nosotros dormíamos.” 14 Y si la cosa llega a oídos del procurador, nosotros le convenceremos y os evitaremos complicaciones.» 15 Ellos tomaron el dinero y procedieron según las instrucciones recibidas. Y se corrió esa versión entre los judíos, hasta el día de hoy.
Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
San Hilario, in Matthaeum
8. Las mujeres fueron instruidas por medio del ángel. En seguida les salió al encuentro el Salvador, para que al anunciar la resurrección a los ansiosos discípulos, no pudiesen decir que hablaban únicamente porque el ángel se lo había dicho, sino porque lo habían oído de boca del mismo Salvador. Por esto dice: «Ellas partieron a toda prisa del sepulcro, con miedo y gran gozo…»
10. «Entonces les dice Jesús: “No temáis…» Vemos como el orden de la causa principal se transforma, porque como la muerte había venido por medio de una mujer, debió ser una mujer la primera que viese y anunciase la gloria de la resurrección. Por esto el Señor añade: «Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán.”» .
15a. «Ellos tomaron el dinero y procedieron según las instrucciones recibidas.» Por lo tanto, por dinero se compra el silencio de la resurrección y la mentira de un robo, porque apegados a las cosas del mundo, los que viven en la codicia del dinero niegan la gloria de Jesucristo.
San Agustín, de consensu evangelistarum, 3, 23-25
8. «Ellas partieron a toda prisa del sepulcro, con miedo y gran gozo, y corrieron a dar la noticia a sus discípulos.» Se dice que salieron del sepulcro, esto es, de aquel lugar donde estaba el espacio del huerto que se había cavado delante de la piedra.
9a. «En esto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: “¡Dios os guarde!”.»Deducimos que estas mujeres hablaron dos veces con los ángeles. La primera cuando iban al sepulcro, es decir, cuando vieron un solo ángel (de quien hablan San Mateo y San Marcos) y la segunda cuando después vieron dos (como dicen San Lucas y San Juan). También encontraron al Señor dos veces; una en aquel sitio en que María lo confundió con un hortelano y la otra ahora, cuando sale al encuentro de las mujeres en el camino, para confirmarlas por segunda vez, separando de ellas todo temor.
10b. «Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán.» El Señor no había de darse a conocer en el lugar en donde se había dejado ver por vez primera, sino en Galilea (en donde fue visto después) y donde mandó que podía ser visto, tanto por medio del ángel, como por sí mismo. Esto es un misterio cuya comprensión todo fiel debe buscar. Galilea quiere decir migración o revelación. En el primer sentido, ¿qué otra cosa puede entenderse sino que la gracia de Jesucristo había de salir del pueblo de Israel, para emigrar a los gentiles, quienes de ningún modo hubieran creído a los Apóstoles cuando les predicaban el Evangelio, si el mismo Dios no hubiese preparado el camino de los corazones de los hombres? Y en este sentido se toman aquellas palabras: «Va delante de vosotros a Galilea». Y cuando se añade: «Allí le veréis», se entiende: «allí encontraréis a sus miembros», o lo que es lo mismo, «le veréis allí vivo en cuerpo, en todo lo que podréis conocerle». Pero en el segundo sentido, según el cual Galilea significa «revelación», la idea puede ser que El no iba a estar más en la forma de siervo, sino en aquella en que es igual al Padre. Aquélla será una revelación que se puede entender como una verdadera Galilea, cuando seamos semejantes a El y le veamos como es ( 1Jn 3,2). Entonces, también, será cuando se realizará el más feliz paso desde este mundo a la eternidad.
San Jerónimo
8-9a. «Ellas partieron a toda prisa del sepulcro, con miedo y gran gozo…» Dos sentimientos agitaban a aquellas mujeres: el del gozo y el del temor. El primero por el deseo de que resucitase y el segundo por la magnificencia del milagro y los dos adquirían mayores proporciones, porque tenían lugar en mujeres. Por esto sigue:«Y corrieron a dar la noticia a sus discípulos.» Se dirigían, pues, a los Apóstoles, para que empezase a esparcirse por medio de ellos la semilla de la fe. Y las que así buscaban y las que así corrían merecieron que el Salvador resucitado les saliese al encuentro. Por esto sigue: «En esto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: “¡Dios os guarde!”.» Las primeras mujeres merecieron oír: «Que Dios os guarde», porque así quedaba deshecha la maldición de la mujer Eva, en estas mujeres.
10. «Entonces les dice Jesús: “No temáis. Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán.”» Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, ha de observarse que cuando ha habido alguna aparición extraordinaria, se ha cuidado siempre de quitar el temor, para que así, calmada la inteligencia, se pueda oír lo que se dice.
12. Por lo tanto, los príncipes de los sacerdotes, que debieron hacer penitencia y buscar a Jesucristo resucitado, persisten en su malicia y malversan el dinero que han recibido para las necesidades del templo en comprar una mentira, como antes habían entregado a Judas las treinta monedas de plata. Por esto sigue: «Estos, reunidos con los ancianos, celebraron consejo y dieron una buena suma de dinero a los soldados.» Todos los que abusan de lo que se da para beneficio del templo y para las necesidades de la Iglesia dedicándolo a otros usos, para satisfacer su propia voluntad, son semejantes a los escribas y a los sacerdotes, que compran la mentira y la sangre del Salvador.
Rábano
9a. «En esto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: “¡Dios os guarde!”.» Con esto da a conocer que sale siempre al encuentro ayudando a todos aquellos que emprenden el camino de las virtudes para que puedan llegar a la eterna salvación.
9b. «Y ellas, acercándose, se asieron de sus pies y le adoraron.» Ya se ha dicho antes que resucitó estando cerrado el sepulcro, dando a conocer así que su cuerpo era inmortal a pesar de haber sido muerto y encerrado en el sepulcro. Quiso detener a las mujeres para demostrarles claramente que tenía carne, la misma que era tocada por los mortales.
12. «Estos, reunidos con los ancianos, celebraron consejo y dieron una buena suma de dinero a los soldados.» La sencillez del alma y la ignorancia de los hombres es la que manifiesta en muchas ocasiones la verdad de una cosa tal y como es, sin engaño de ninguna especie. Por el contrario, la astuta malicia pugna por hacer pasar lo falso por verdadero.
15b. Así como el crimen de sangre que ellos se habían atraído pesaba como carga insoportable de pecado sobre su posteridad, así el soborno de una mentira para negar la verdad de la resurrección los abruma con perpetua condenación. Por lo que sigue: «Y se corrió esa versión entre los judíos, hasta el día de hoy.» .
San Pedro Crisólogo, sermon 76
9a. «En esto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: “¡Dios os guarde!”.» Estas mujeres son figura de la Iglesia porque Jesucristo reprende a sus discípulos cuando dudan acerca de su resurrección y los confirma cuando vacilan. Cuando sale al encuentro de estas mujeres, no las asusta con su poder, sino que las previene con el ardor de su caridad. Porque Jesucristo se saluda en su Iglesia, que ha recibido en su propio cuerpo.
9b. Estas mujeres encontraron al Señor dos veces; una en aquel sitio en que María lo confundió con un hortelano y la otra ahora. Allá no les permitió que lo toquen. Pero aquí no sólo se lo permite, sino que incluso lo detengan y lo abracen. Por esto sigue: «Y ellas, acercándose, se asieron de sus pies y le adoraron.» Las mujeres, como tipo de la Iglesia, abrazan los pies de Jesucristo, que representan la predicación evangélica y obtienen con su prisa que el Salvador detenga también sus pasos para que ellas puedan honrar a la divinidad entera. Pero aquella otra que sobre la tierra llora a su Señor y por esto lo busca muerto en el sepulcro ignorando que reina en el cielo con el Padre, merecidamente oyó estas palabras: «No me toques» ( Jn 20,17). Nosotros cuando conocemos las cosas divinas vivimos para Dios y cuando gustamos de las cosas humanas nos cegamos a nosotros mismos. Detuvieron los pies del Señor, para poder conocer en El mismo que era hombre y que ellas estaban a sus pies y que se les había concedido seguirlo y no preceder a Jesucristo. Lo mismo que había dicho el ángel dijo el Señor y así confirmó todavía más a aquéllas a quienes el ángel había confirmado ya.
10b. «Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán.» Llama hermanos a aquellos a quienes hizo participantes de su cuerpo. Llama hermanos a aquellos quienes el bondadoso heredero constituyó consigo mismo como coherederos y llama hermanos a aquellos a quienes adoptó por hijos del Padre.
12-13. «Estos, reunidos con los ancianos, celebraron consejo y dieron una buena suma de dinero a los soldados, advirtiéndoles: Decid: “Sus discípulos vinieron de noche y le robaron mientras nosotros dormíamos.”».No se contentaron con matar al Maestro, sino que ahora intentan el modo de perder a los discípulos, haciendo aparecer como crimen de éstos lo que es un poder del Maestro. Es incontestable que los soldados se habían dejado perder. Los judíos habían perdido su víctima y los discípulos habían recobrado su Maestro, no por medio del hurto sino por la fe; no por el engaño, sino por la virtud; no por el crimen, sino por la santidad; no muerto, sino vivo.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 90-91
11. De las señales que aparecieron acerca de Jesucristo, unas fueron conocidas en todo el mundo, como las tinieblas, y otras sólo por los soldados que guardaron el sepulcro, como la admirable aparición del ángel y el terremoto. Las que se verificaron para los soldados sucedieron así para que se asustasen y diesen ellos mismos testimonio de la verdad. La verdad cuando es publicada por los que la contradicen brilla más, lo cual sucedió en este caso. Por esto dice: «Mientras ellas iban, algunos de la guardia fueron a la ciudad a contar a los sumos sacerdotes todo lo que había pasado.»
12-13. «Estos, reunidos con los ancianos, celebraron consejo y dieron una buena suma de dinero a los soldados, advirtiéndoles: Decid: “Sus discípulos vinieron de noche y le robaron mientras nosotros dormíamos.”».¿Cómo podían robarlo los discípulos, siendo así que eran pobres, ignorantes y que ni se atrevían a presentarse en público e inclusive viéndole vivo huyeron? ¿Cómo no hubiesen temido a tantos soldados después de muerto? ¿Acaso hubieran podido haber destruido la puerta del sepulcro? Esta era una piedra grande, necesitaba de muchas manos. ¿Y acaso no tenía también puesto un sello? ¿y por qué no lo robaron en la primera noche cuando nadie guardaba el sepulcro? En el sábado fue cuando pidieron a Pilatos la guardia. ¿Y qué querían decir después aquellos sudarios que San Pedro vio caídos en el suelo? Por lo tanto, si hubiesen querido robarlo, no hubieran robado el cuerpo desnudo, no sólo por no injuriarle, sino también por no tardar en la salida, dando lugar a que los soldados los detuviesen. Además, la mirra estaba adherida al cuerpo y a los vestidos y siendo tan pegajosa, no podrían fácilmente separarse los vestidos del cuerpo. Por lo tanto, no puede admitirse lo que dicen respecto del robo. Los que se empeñan en decir esto para oscurecer la resurrección, colaboran haciéndola brillar más. En efecto, cuando dicen que los discípulos lo han robado, confiesan que no está el cuerpo en el sepulcro. Manifiestan que es falso el robo tanto la guardia de los soldados, como el temor de los discípulos.
14-15a. « Y si la cosa llega a oídos del procurador, nosotros le convenceremos y os evitaremos complicaciones.» Véase aquí cómo todos fueron corrompidos: Pilatos fue engañado, el pueblo judío excitado y los soldados sobornados. Por esto sigue: «Ellos tomaron el dinero y procedieron según las instrucciones recibidas.» . Si el dinero tuvo tanto poder respecto del discípulo al punto que lo hizo entregar a su Maestro, no te admire que los soldados también sean vencidos por el dinero.
Remigio
13. «Decid: “Sus discípulos vinieron de noche y le robaron mientras nosotros dormíamos.”» Y si los guardias se durmieron, ¿cómo vieron el robo? Y si no lo vieron, ¿cómo pudieron probarlo? Y por lo tanto, no pudieron probar lo que quisieron.
San Severo
15b. «Y se corrió esa versión entre los judíos, hasta el día de hoy.» Se divulgó esto entre los judíos, mas no entre los cristianos. Lo que en la Judea encubría el judío con el oro, brilló en todo el mundo por medio de la fe.
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
San Odilón de Cluny, Sermón 2 para la resurrección : PL 142, 1005
«Id a anunciar a mis hermanos que vayan a Galilea: allí me veréis» (Mt 28,10)
El evangelio nos muestra la carrera feliz de los discípulos: «ambos corrieron juntos, pero el otro discípulo iba delante, más rápido que Pedro y llegó primero a la tumba» (Jn 20,4). ¿Quién no quiere también encontrar a Cristo sentado a la derecha del Padre y para llegar a encontrarlo al final de su búsqueda, quién no buscará corriendo en espíritu, cuando recuerda con alegría la carrera de aquellos apóstoles? Para animarnos en este deseo, que cada uno de nosotros repitamos con ánimo cada verso del Cantar de los Cantares: «Entremos más adentro, corremos tras el olor de tus perfumes» (Ct 3,4 LXX). Correr tras el olor de tus perfumes, es caminar sin descanso, al paso del Espíritu, al lado de nuestro Creador, reconfortados por el santo olor de las virtudes.
Tal fue la carrera, digna de elogio, de estas santas mujeres que, de acuerdo con los Evangelios, habían seguido el Señor por la Galilea y permanecieron fieles en el momento de su Pasión, mientras que los discípulos huyeron (Mt 27,55); ellas han corrido al olor de los perfumes, en espíritu e incluso según lo escrito, porque compraron algunos perfumes para la unción de los miembros del Señor, como lo atestigua Marcos (16,1).
Hermanos, a ejemplo del solícito cuidado de los discípulos, hombres y mujeres, en la tumba de su Señor… proclamemos a nuestra manera la alegría de la resurrección del Señor. Sería una pena que una lengua humana silenciara la alabanza debida a nuestro Creador, en este día en que su carne ha resucitado. Esta magnífica resurrección nos lleva a proclamar la grandeza del autor de tanta alegría y anunciar la victoria contra nuestro antiguo enemigo: a causa de su muerte, la muerte ha sido desplazada; Hoy, por Cristo, la vida es devuelta a los mortales. Hoy, las cadenas del demonio se rompen, la libertad del Señor se les da a los cristianos en este día.
San Pedro Crisólogo, Sermón 76,2-3 : CCL 24A, 465-467
«Jesús les dijo: «No temáis. Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán».» (Mt 28,10)
El ángel dijo a las mujeres: «Y ahora id enseguida a decir a sus discípulos: «Ha resucitado de entre los muertos e irá delante de vosotros a Galilea; allí le veréis”…» (Mt 28,7). Al decir esto, el ángel no se dirigía a María Magdalena ni a la otra María, sino que a estas dos mujeres, él encomendaba la misión para la Iglesia, él estaba enviando a la Esposa en busca del Esposo.
Mientras ellas se marchaban, el Señor salió a su encuentro y las saludó diciéndoles: «Os saludo, alegraos» (griego)… Él le había dicho a sus discípulos: «No saludéis a nadie en el camino» (Lc 10,4); ¿cómo es que en el camino Él acudió al encuentro de estas mujeres y las saludó con tanta alegría? Él no espera ser reconocido, no busca ser identificado, no se deja cuestionar, sino que se adelanta con gran ímpetu hacia este encuentro.
Esto es lo que provoca la fuerza del amor; ésta fuerza es más fuerte que todo, la que todo sobrepasa. Al saludar a la Iglesia, es al mismo Cristo al que saluda, porque Él la ha hecho suya, ésta es su carne, su cuerpo, como lo atestigua el apóstol Pablo: «Él es también la Cabeza del Cuerpo, de la Iglesia» (Col 1,18). Sí, es a la Iglesia en su plenitud a la que personifican estas dos mujeres. Él dispone que estas mujeres ya han alcanzado la madurez de la fe: ellas dominaron sus debilidades y se apresuraron hacia el misterio, ellas buscan al Señor con todo el fervor de su fe. Este es el motivo por el que merecen que Él se entregue a ellas al ir a buscarlas y decirles: «Os saludo, alegraos». Él les deja no solo tocarle, sino también aferrarse a Él en la misma medida de su amor. Estas mujeres son en el seno de la Iglesia, un ejemplo de predicación de la Buena Noticia.
San Hipólito, Homilía 6 en la Pascua 1,5 : PG 59, 735, 743-746
¡Oh mística largueza! ¡Oh Pascua divina!
Ya brillan los rayos de la sagrada luz de Cristo, ya aparecen las puras luminarias del Espíritu puro, que nos abren los tesoros de la gloria celeste y de la regia divinidad. Disipóse la densa y oscura noche, y la odiosa muerte ha sido relegada a la oscuridad; a todos se les brinda la vida, todo rebosa de luz indeficiente y los que van naciendo entran en posesión del universo de los renacidos: y el nacido antes de la aurora, grande e inmortal, Cristo, resplandece para todos más que el sol. Por eso, en él nos ha amanecido a los creyentes un día rutilante, interminable, eterno, la Pascua mística, ya prefigurada y celebrada por la ley; la Pascua, obra admirable de la fuerza y el poder de la divinidad, es realmente la fiesta y el memorial legítimo y sempiterno: es paso de la pasión a la impasibilidad, de la muerte a la inmortalidad, de la juventud a la madurez; es curación tras la herida, resurrección tras la caída, ascensión tras el descenso. Así es como Dios realiza cosas grandes, así es como de lo imposible crea cosas estupendas, para demostrar que él es el único que puede todo lo que quiere.
Y así, haciendo uso de su regio poder, rompe, después de la vida, las ataduras de la muerte, como cuando gritó: Lázaro, ven afuera, o Niña, levántate, para mostrar la eficacia de su poder. Por eso se entregó totalmente a la muerte: para matar en sí mismo a esa fiera voraz y deshacer el nudo insoluble. En aquel cuerpo impecable, incansablemente buscaba la muerte los manjares que le son propios: miraba a ver si había en él voluptuosidad, ira, desobediencia, si había finalmente pecado, que es el alimento preferido de la muerte: El aguijón de la muerte es el pecado. Pero como no encontraba en él nada de qué alimentarse, prisionera de sí misma y extenuada por falta de alimento, ella misma fue su propia muerte, tal como muchos justos venían anunciando y profetizando que sucedería cuando el Primogénito resucitase de entre los muertos. El permaneció efectivamente tres días bajo tierra, a fin de salvar en sí mismo a todo el género humano, incluso a los que existieron antes de la ley.
Las mujeres fueron las primeras en ver al Resucitado. Para que así como fue una mujer la que introdujo en el mundo el primer pecado, fuera asimismo la mujer la primera en anunciar al mundo la vida. Por eso las mujeres oyen la voz sagrada, Alegraos, para que el dolor primero fuera suplantado por el gozo de la resurrección; y para que los incrédulos dieran fe a su resurrección corporal de entre los muertos. Cuando hubo transformado en hombre celestial la imagen entera del hombre viejo que había sumido, entonces subió al cielo llevando consigo aquella imagen de esta forma transformada. Y viendo las potencias angélicas aquel magnífico misterio de un hombre que ascendía juntamente con Dios, gozosas recibieron el encargo de gritar a los ejércitos celestiales: ¡Portones!, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la gloria.
Y ellas a su vez, viendo un nuevo milagro, es decir, a un hombre unido a Dios, gritan y dicen: ¿Quién es ese Rey de la gloria? Y las potencias angélicas interrogadas vuelven a contestar: El Señor de los ejércitos: él es el Rey de la gloria, el héroe valeroso, el héroe de la guerra.
¡Oh mística largueza! ¡oh solemnidad espiritual! ¡oh Pascua divina, que desciende del cielo a la tierra y de nuevo asciende desde la tierra! ¡oh Pascua, nueva iluminación de las lámparas, decoro virginal de las candelas! Por eso, ya no se extinguen las lámparas de las almas, pues por un efecto divino y espiritual en todos es visible el fuego de la gracia, alimentado por el cuerpo, el espíritu y el óleo de Cristo.
Te rogamos, pues, Señor Dios, Cristo, rey espiritual y eterno, que extiendas tus manos poderosas sobre tu santa Iglesia y sobre tu pueblo santo, defendiéndolo, custodiándolo y conservándolo siempre. Exhibe ahora tus trofeos en favor nuestro, y concédenos la gracia de poder cantar con Moisés el canto de victoria, porque tuya es la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén.
Benedicto XVI, papa
Regina Cæli, 09-04-2007
Estamos aún llenos del gozo espiritual que las solemnes celebraciones de la Pascua producen realmente en el corazón de los creyentes. ¡Cristo ha resucitado! A este misterio tan grande la liturgia no sólo dedica un día —sería demasiado poco para tanta alegría—, sino cincuenta, es decir, todo el tiempo pascual, que se concluye con Pentecostés. El domingo de Pascua es un día absolutamente especial, que se extiende durante toda esta semana, hasta el próximo domingo, y forma la octava de Pascua.
En el clima de la alegría pascual, la liturgia de hoy nos lleva al sepulcro, donde María Magdalena y la otra María, según el relato de san Mateo, impulsadas por el amor a él, habían ido a «visitar» la tumba de Jesús. El evangelista narra que Jesús les salió al encuentro y les dijo: «No temáis. Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán» (Mt 28, 10). Verdaderamente experimentaron una alegría inefable al ver de nuevo a su Señor, y, llenas de entusiasmo, corrieron a comunicarla a los discípulos.
Hoy el Resucitado nos repite a nosotros, como a aquellas mujeres que habían permanecido junto a él durante la Pasión, que no tengamos miedo de convertirnos en mensajeros del anuncio de su resurrección. No tiene nada que temer quien se encuentra con Jesús resucitado y a él se encomienda dócilmente. Este es el mensaje que los cristianos están llamados a difundir hasta los últimos confines de la tierra.
El cristiano, como sabemos, no comienza a creer al aceptar una doctrina, sino tras el encuentro con una Persona, con Cristo muerto y resucitado. Queridos amigos, en nuestra existencia diaria son muchas las ocasiones que tenemos para comunicar de modo sencillo y convencido nuestra fe a los demás; así, nuestro encuentro puede despertar en ellos la fe. Y es muy urgente que los hombres y las mujeres de nuestra época conozcan y se encuentren con Jesús y, también gracias a nuestro ejemplo, se dejen conquistar por él.
El Evangelio no dice nada de la Madre del Señor, de María, pero la tradición cristiana con razón la contempla mientras se alegra más que nadie al abrazar de nuevo a su Hijo divino, al que estrechó entre sus brazos cuando lo bajaron de la cruz. Ahora, después de la resurrección, la Madre del Redentor se alegra con los «amigos» de Jesús, que constituyen la Iglesia naciente.
A la vez que renuevo de corazón a todos mi felicitación pascual, la invoco a ella, Regina caeli, para que mantenga viva la fe en la resurrección en cada uno de nosotros y nos convierta en mensajeros de la esperanza y del amor de Jesucristo.
Juan Pablo II, papa
Regina Cæli, 05-04-1999
1. El anuncio: «Cristo, mi esperanza, ha resucitado» (Secuencia), sigue resonando en la liturgia de hoy. Así, el gozo espiritual de la Pascua se prolonga y se dilata en la Iglesia y en el corazón de los fieles.
La resurrección de Cristo constituye el acontecimiento más trascendente de la historia humana. Y ese acontecimiento ha dado a todos una nueva esperanza: esperar, ahora, ya no significa aguardar que suceda algo. Significa estar seguros de que algo ha sucedido, puesto que «el Señor ha resucitado y vive para siempre».
El primero en pronunciar las palabras que proclamaban la Resurrección fue un ángel junto al sepulcro vacío de Cristo. A las mujeres que acudieron al sepulcro al alba del primer día después del sábado, les dijo: «No está aquí, ha resucitado» (Mt 28, 5). Y ellas, «llenas de alegría, corrieron» (Mt 28, 8) a anunciarlo a los discípulos. Para los discípulos, temerosos y desconsolados, el anuncio del mensajero celestial, que las apariciones del Resucitado evidenciaron aún más, confirmó cuanto el Señor había anunciado. Confortados por esta certeza y llenos del Espíritu Santo, recorrerán después los senderos del mundo para hacer resonar el gozoso anuncio pascual.
2. Amadísimos hermanos y hermanas, en este «lunes del ángel» la liturgia nos invita a escuchar de nuevo las palabras del ángel, que también a nosotros nos anuncian el gran acontecimiento de aquel día. En ellas está el centro vivo del cristianismo. Designan el misterio que lo explica todo. Después de los ritos de la Semana santa, nuestros ojos contemplan ahora a Cristo resucitado. También nosotros estamos llamados a encontrarnos con él personalmente y a convertirnos en sus heraldos y testigos, como lo fueron las mujeres y los discípulos
«Cristo, mi esperanza, ha resucitado», repetimos hoy, pidiéndole la valentía de la fidelidad y la perseverancia en el bien. Imploremos, sobre todo, la paz, don que nos ha obtenido con su muerte y resurrección. Oremos para que conceda el don valioso de la paz especialmente a nuestros hermanos de Kosovo, donde las campanas de Pascua no han repicado y donde, por desgracia, continúa la guerra con destrucciones, deportaciones y muerte.
3. Encomendemos a María nuestra apremiante invocación. «Reina del cielo», tú que te alegras porque «aquel que llevaste en tu seno ha resucitado», alcanza consuelo y apoyo a los prófugos y a quienes sufren a causa de la guerra. Obtén serenidad y paz para todo el mundo.
Regina Cæli, 08-04-1996
1. «No temáis. Id y avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán» (Mt 28, 10).
Estas palabras de la liturgia de hoy expresan la invitación de Jesús resucitado a las mujeres que acudieron al sepulcro el día de Pascua. «María Magdalena y la otra María» (Mt 28, 1) encuentran la tumba vacía y un ángel que les anuncia la resurrección del Señor. Ven, luego, a Jesús, que las envía a los Apóstoles, aún atemorizados por los acontecimientos de los días anteriores.
Hoy, lunes de Pascua, también para nosotros resuena el anuncio que la Iglesia repite desde sus comienzos: «¡Cristo ha resucitado!». Ésta es la buena noticia que todos estamos llamados a difundir, en virtud de nuestro bautismo y mediante el testimonio de nuestra vida.
Testimoniar la resurrección de Cristo y la esperanza que él nos ha traído es el don más hermoso que el cristiano puede y debe hacer a sus hermanos. Por tanto, a todos y cada uno repitamos: ¡Cristo ha resucitado, Aleluya!
2. Amadísimos hermanos y hermanas. Estamos en los días de la octava de Pascua, inmersos en el clima gozoso de la resurrección de Cristo. La liturgia considera toda la octava como un único día, para subrayar cuán intensamente deben concentrarse los fieles en ese acontecimiento fundamental. La Pascua es anuncio de radical novedad para nosotros y para la humanidad entera; es triunfo de la vida sobre la muerte. La Pascua es fiesta de renovación y regeneración. Dejemos que nuestra existencia sea conquistada por la resurrección de Cristo. Sintamos al Resucitado vivo y operante en nosotros y en el mundo.
Pidamos a la Virgen santísima, testigo silenciosa de la muerte y resurrección de Cristo, que nos introduzca a fondo en el gozo pascual. Lo haremos con el rezo del Regina coeli, que en el tiempo pascual toma el lugar de la oración del Ángelus.
Catequesis, Audiencia general, 01-02-1989
5. En el ámbito de los acontecimientos pascuales, el primer elemento ante el que nos encontramos es el “sepulcro vacío”. Sin duda no es por sí mismo una prueba directa. La ausencia del cuerpo de Cristo en el sepulcro en el que había sido depositado podría explicarse de otra forma, como de hecho pensó por un momento María Magdalena cuando, viendo el sepulcro vacío, supuso que alguno habría sustraído el cuerpo de Jesús (cf. Jn 20, 13).
Más aún el Sanedrín trató de hacer correr la voz de que, mientras dormían los soldados, el cuerpo habla sido robado por los discípulos. “Y se corrió esa versión entre los judíos, ―anota Mateo― hasta el día de hoy” (Mt 28, 12-15).
A pesar de esto el “sepulcro vacío” ha constituido para todos. amigos y enemigos, un signo impresionante. Para las personas de buena voluntad su descubrimiento fue el primer paso hacia el reconocimiento del “hecho” de la resurrección como una verdad que no podía ser refutada.
6. Así fue ante todo para las mujeres, que muy de mañana se hablan acercado al sepulcro para ungir el cuerpo de Cristo. Fueron las primeras en acoger el anuncio: “Ha resucitado, no está aquí… Pero id a decir a sus discípulos y a Pedro…” (Mc 16, 6-7). “Recordad cómo os habló cuando estaba todavía en Galilea, diciendo: ‘Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores y sea crucificado, y al tercer día resucite’. Y ellas recordaron sus palabras” (Lc 24, 6-8).
Ciertamente las mujeres estaban sorprendidas y asustadas (cf. Mc 16, 8; Lc 24, 5). Ni siquiera ellas estaban dispuestas a rendirse demasiado fácilmente a un hecho que, aún predicho por Jesús, estaba efectivamente por encima de toda posibilidad de imaginación y de invención. Pero en su sensibilidad y finura intuitiva ellas, y especialmente María Magdalena, se aferraron a la realidad y corrieron a donde estaban los Apóstoles para darles la alegre noticia.
El Evangelio de Mateo (28, 8-10) nos informa que a lo largo del camino Jesús mismo les salió al encuentro, las saludó y les renovó el mandato de llevar el anuncio a los hermanos (Mt 28, 10). De esta forma las mujeres fueron las primeras mensajeras de la resurrección de Cristo, y lo fueron para los mismos Apóstoles (Lc 24, 10). ¡Hecho elocuente sobre la importancia de la mujer ya en los días del acontecimiento pascual!
7. Entre los que recibieron el anuncio de María Magdalena estaban Pedro y Juan (cf. Jn 20, 3-8). Ellos se acercaron al sepulcro no sin titubeos, tanto más cuanto que Marta les había hablado de una sustracción del cuerpo de Jesús del sepulcro (cf. Jn 20, 2). Llegados al sepulcro, también ellos lo encontraron vacío. Terminaron creyendo, tras haber dudado no poco, porque, como dice Juan, “hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos” (Jn 20, 9).
Digamos la verdad: el hecho era asombroso para aquellos hombres que se encontraban ante cosas demasiado superiores a ellos. La misma dificultad, que muestran las tradiciones del acontecimiento. al dar una relación de ello plenamente coherente, confirma su carácter extraordinario y el impacto desconcertante que tuvo en el ánimo de los afortunados testigos. La referencia “a la Escritura” es la prueba de la oscura percepción que tuvieron al encontrarse ante un misterio sobre el que sólo la Revelación podía dar luz.
8. Sin embargo, he aquí otro dato que se debe considerar bien: si el “sepulcro vacío” dejaba estupefactos a primera vista y podía incluso generar una cierta sospecha, el gradual conocimiento de este hecho inicial, como lo anotan los Evangelios, terminó llevando al descubrimiento de la verdad de la resurrección.
En efecto, se nos dice que las mujeres, y sucesivamente los Apóstoles, se encontraron ante un “signo” particular: el signo de la victoria sobre la muerte. Si el sepulcro mismo cerrado por una pesada losa, testimoniaba la muerte, el sepulcro vacío y la piedra removida daban el primer anuncio de que allí había sido derrotada la muerte.
No puede dejar de impresionar la consideración del estado de ánimo de las tres mujeres, que dirigiéndose al sepulcro al alba se decían entre sí: “¿Quién nos retirará la piedra de la puerta del sepulcro?” (Mc 16, 3), y que después, cuando llegaron al sepulcro, con gran maravilla constataron que “la piedra estaba corrida aunque era muy grande” (Mc 16, 4). Según el Evangelio de Marcos encontraron en el sepulcro a alguno que les dio el anuncio de la resurrección (cf. Mc 16, 5): pero ellas tuvieron miedo y, a pesar de las afirmaciones del joven vestido de blanco, “ salieron huyendo del sepulcro, pues un gran temblor y espanto se había apoderado de ellas” (Mc 16, 8). ¿Cómo no comprenderlas? Y sin embargo la comparación con los textos paralelos de los demás Evangelistas permite afirmar que, aunque temerosas, las mujeres llevaron el anuncio de la resurrección, de la que el “sepulcro vacío” con la piedra corrida fue el primer signo.
9. Para las mujeres y para los Apóstoles el camino abierto por “el signo” se concluye mediante el encuentro con el Resucitado: entonces la percepción aún tímida e incierta se convierte enconvicción y, más aún, en fe en Aquel que “ha resucitado verdaderamente”. Así sucedió a las mujeres que al ver a Jesús en su camino y escuchar su saludo, se arrojaron a sus pies y lo adoraron (cf. Mt 28, 9). Así le pasó especialmente a María Magdalena, que al escuchar que Jesús le llamaba por su nombre, le dirigió antes que nada el apelativo habitual: Rabbuní, ¡Maestro! (Jn 20, 16) y cuando Él la iluminó sobre el misterio pascual corrió radiante a llevar el anuncio a los discípulos: “¡He visto al Señor!” (Jn 20, 18). Lo mismo ocurrió a los discípulos reunidos en el Cenáculo que la tarde de aquel “primer día después del sábado”, cuando vieron finalmente entre ellos a Jesús, se sintieron felices por la nueva certeza que había entrado en su corazón: “Se alegraron al ver al Señor” (cf. Jn 20, 19-20).
¡El contacto directo con Cristo desencadena la chispa que hace saltar la fe!
Catecismo de la Iglesia Católica, n. 640-644
El sepulcro vacío
640 «¿Por qué buscar entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado» (Lc 24, 5-6). En el marco de los acontecimientos de Pascua, el primer elemento que se encuentra es el sepulcro vacío. No es en sí una prueba directa. La ausencia del cuerpo de Cristo en el sepulcro podría explicarse de otro modo (cf. Jn 20,13; Mt 28, 11-15). A pesar de eso, el sepulcro vacío ha constituido para todos un signo esencial. Su descubrimiento por los discípulos fue el primer paso para el reconocimiento del hecho de la Resurrección. Es el caso, en primer lugar, de las santas mujeres (cf. Lc 24, 3. 22- 23), después de Pedro (cf. Lc 24, 12). «El discípulo que Jesús amaba» (Jn 20, 2) afirma que, al entrar en el sepulcro vacío y al descubrir «las vendas en el suelo»(Jn 20, 6) «vio y creyó» (Jn 20, 8). Eso supone que constató en el estado del sepulcro vacío (cf. Jn 20, 5-7) que la ausencia del cuerpo de Jesús no había podido ser obra humana y que Jesús no había vuelto simplemente a una vida terrenal como había sido el caso de Lázaro (cf. Jn 11, 44).
Las apariciones del Resucitado
641 María Magdalena y las santas mujeres, que iban a embalsamar el cuerpo de Jesús (cf. Mc16,1; Lc 24, 1) enterrado a prisa en la tarde del Viernes Santo por la llegada del Sábado (cf. Jn19, 31. 42) fueron las primeras en encontrar al Resucitado (cf. Mt 28, 9-10; Jn 20, 11-18). Así las mujeres fueron las primeras mensajeras de la Resurrección de Cristo para los propios Apóstoles (cf. Lc 24, 9-10). Jesús se apareció en seguida a ellos, primero a Pedro, después a los Doce (cf. 1 Co 15, 5). Pedro, llamado a confirmar en la fe a sus hermanos (cf. Lc 22, 31-32), ve por tanto al Resucitado antes que los demás y sobre su testimonio es sobre el que la comunidad exclama: «¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!» (Lc 24, 34).
642 Todo lo que sucedió en estas jornadas pascuales compromete a cada uno de los Apóstoles —y a Pedro en particular— en la construcción de la era nueva que comenzó en la mañana de Pascua. Como testigos del Resucitado, los Apóstoles son las piedras de fundación de su Iglesia. La fe de la primera comunidad de creyentes se funda en el testimonio de hombres concretos, conocidos de los cristianos y de los que la mayor parte aún vivían entre ellos. Estos «testigos de la Resurrección de Cristo» (cf. Hch 1, 22) son ante todo Pedro y los Doce, pero no solamente ellos: Pablo habla claramente de más de quinientas personas a las que se apareció Jesús en una sola vez, además de Santiago y de todos los Apóstoles (cf. 1 Co 15, 4-8).
643 Ante estos testimonios es imposible interpretar la Resurrección de Cristo fuera del orden físico, y no reconocerlo como un hecho histórico. Sabemos por los hechos que la fe de los discípulos fue sometida a la prueba radical de la pasión y de la muerte en cruz de su Maestro, anunciada por Él de antemano (cf. Lc 22, 31-32). La sacudida provocada por la pasión fue tan grande que los discípulos (por lo menos, algunos de ellos) no creyeron tan pronto en la noticia de la resurrección. Los evangelios, lejos de mostrarnos una comunidad arrobada por una exaltación mística, nos presentan a los discípulos abatidos («la cara sombría»: Lc 24, 17) y asustados (cf. Jn 20, 19). Por eso no creyeron a las santas mujeres que regresaban del sepulcro y «sus palabras les parecían como desatinos» (Lc 24, 11; cf. Mc 16, 11. 13). Cuando Jesús se manifiesta a los once en la tarde de Pascua «les echó en cara su incredulidad y su dureza de cabeza por no haber creído a quienes le habían visto resucitado» (Mc 16, 14).
644 Tan imposible les parece la cosa que, incluso puestos ante la realidad de Jesús resucitado, los discípulos dudan todavía (cf. Lc 24, 38): creen ver un espíritu (cf. Lc 24, 39). «No acaban de creerlo a causa de la alegría y estaban asombrados» (Lc 24, 41). Tomás conocerá la misma prueba de la duda (cf. Jn 20, 24-27) y, en su última aparición en Galilea referida por Mateo, «algunos sin embargo dudaron» (Mt 28, 17). Por esto la hipótesis según la cual la resurrección habría sido un «producto» de la fe (o de la credulidad) de los apóstoles no tiene consistencia. Muy al contrario, su fe en la Resurrección nació —bajo la acción de la gracia divina— de la experiencia directa de la realidad de Jesús resucitado.
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