Mt 26, 36-42 – Oración en Getsemaní
/ 4 junio, 2020 / Evangelios, San MateoTexto Bíblico
36 Entonces Jesús fue con ellos a un huerto, llamado Getsemaní, y dijo a los discípulos: «Sentaos aquí, mientras voy allá a orar».37 Y llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a sentir tristeza y angustia.38 Entonces les dijo: «Mi alma está triste hasta la muerte; quedaos aquí y velad conmigo».39 Y adelantándose un poco cayó rostro en tierra y oraba diciendo: «Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú».40 Y volvió a los discípulos y los encontró dormidos. Dijo a Pedro: «¿No habéis podido velar una hora conmigo?41 Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu está pronto, pero la carne es débil».42 De nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo: «Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad».
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
San Cipriano, obispo
Sobre la Oración del Señor (Padre Nuestro): Lo que Tú quieras
«Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú». (Mt 26, 39)14-17.
«Cúmplase tu voluntad en la tierra como en el cielo». No en el sentido de que Dios haga lo que quiere, sino en cuanto nosotros podamos hacer lo que Dios quiere. Pues ¿quién puede estorbar a Dios de que haga lo que quiera? Pero porque a nosotros se nos opone el diablo para que no esté totalmente sumisa a Dios nuestra mente y vida, pedimos y rogamos que se cumpla en nosotros la voluntad de Dios: y para que se cumpla en nosotros, necesitamos de esa misma voluntad, es decir, de su ayuda y protección, porque nadie es fuerte por sus propias fuerzas, sino por la bondad y misericordia de Dios. En fin, también el Señor, para mostrar la debilidad del hombre, cuya naturaleza llevaba, dice: Padre, si puede ser, que pase de mí este cáliz (Mt 26,39), y para dar ejemplo a sus discípulos de que no hicieran su propia voluntad, sino la de Dios, añadió lo siguiente:
Con todo, no se haga lo que yo quiero, sino lo que Tú quieres. Y en otro pasaje dice: No bajé del cielo para hacer mi voluntad sino la voluntad del que me envió (Jn 6,38). Por lo cual, si el Hijo obedeció hasta hacer la voluntad del Padre, cuánto más debe obedecer el servidor para cumplir la voluntad de su señor, como exhorta y enseña en una de sus epístolas Juan a cumplir la voluntad de Dios, diciendo: No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguno amare al mundo, no hay en él amor del Padre, porque todo lo que hay en éste es concupiscencia de la carne, y concupiscencia de los ojos, y ambición de la vida, que no viene del Padre, sino de la concupiscencia del mundo; y el mundo pasará y su concupiscencia, mas el que cumpliere la voluntad de Dios permanecerá para siempre, como Dios permanece eternamente (1 lo 2,15-17). Los que queremos permanecer siempre, debemos hacer la voluntad de Dios, que es eterno. La voluntad de Dios es la que Cristo enseñó y cumplió: humildad en la conducta, firmeza en la fe, reserva en las palabras, rectitud en los hechos, misericordia en las obras, orden en las costumbres, no hacer ofensa a nadie y saber tolerar las que se le hacen, guardar paz con los hermanos, amar a Dios de todo corazón, amarle porque es Padre, temerle porque es Dios; no anteponer nada a Cristo, porque tampoco él antepuso nada a nosotros; unirse inseparablemente a su amor, abrazarse a su cruz con fortaleza y confianza; si se ventila su nombre y honor, mostrar en las palabras la firmeza con la que le confesamos; en los tormentos, la confianza con que luchamos; en la muerte, la paciencia por la que somos coronados. Esto es querer ser coherederos de Cristo, esto es cumplir el precepto de Dios, esto es cumplir la voluntad del Padre.
Pedimos que se cumpla la voluntad de Dios en el cielo y en la tierra; en ambos consiste el acabamiento de nuestra felicidad y salvación. En efecto, teniendo un cuerpo terreno y un espíritu que viene del cielo, somos a la vez tierra y cielo, y oramos para que en ambos, es decir, en el cuerpo y en el espíritu. se cumpla su voluntad. Por eso debemos pedir con cotidianas y aun continuas oraciones que se cumpla sobre nosotros la voluntad de Dios tanto en el cielo como en la tierra; porque ésta es la voluntad de Dios, que lo terreno se posponga a lo celestial, que prevalezca lo espiritual y divino.
También puede darse otro sentido, hermanos amadísimos, que puesto que manda y amonesta el Señor que amemos hasta a los enemigos y oremos también por los que nos persiguen, pidamos igualmente por los que aún son terrenos y no han empezado todavía a ser celestes, para que asimismo se cumpla sobre ellos la voluntad de Dios, que Cristo cumplió conservando y reparando al hombre. Porque si ya no llama El a los discípulos tierra, sino sal de la tierra, y el Apóstol dice que el primer hombre salió del barro de la tierra y el segundo del cielo, nosotros, que debemos ser semejantes a Dios, que hace salir el sol sobre buenos y malos v llueve sobre justos e injustos (Mt 5,45), con razón pedimos y rogamos, ante el aviso de Cristo, por la salud de todos, que como en el cielo, esto es, en nosotros, se cumplió la voluntad de Dios por nuestra fe para ser del cielo, así también se cumpla su voluntad en la tierra, esto es, en los que no creen, a fin de que los que todavía son terrenos por su primer nacimiento empiecen a ser celestiales por su nacimiento segundo del agua y del Espíritu.
San Juan Pablo II, papa
Carta (13-04-1987): Entre el Cenáculo y Getsemaní
«Jesús fue con ellos a un huerto, llamado Getsemaní» (Mt 26, 36)A los Sacerdotes para el Jueves Santo, nn. 4-6.
lunes 13 de abril de 1987
[...]
4. La oración de Getsemaní se comprende no sólo en relación con todos los acontecimientos del Viernes Santo ?es decir, la pasión y muerte en Cruz?, sino también, y no menos íntimamente, en relación con la última Cena.
Durante la Cena de despedida, Jesús llevó a término lo que era la eterna voluntad del Padre al respecto, y era también su voluntad: su voluntad de Hijo: "¡Para esto he venido yo a esta hora!" (Jn 12, 27). Las palabras de la institución del sacramento de la nueva y eterna Alianza, la Eucaristía, constituyen en cierto modo el sello sacramental de esa eterna voluntad del Padre y del Hijo, que ha llegado a la "hora" del cumplimiento definitivo.
En Getsemaní, la palabra «Abbá» que en boca de Jesús posee siempre una profundidad trinitaria en efecto, es el nombre que utiliza al hablar al Padre y del Padre, y especialmente en la oración refleja en los dolores de la pasión el sentido de las palabras de la institución de la Eucaristía. En efecto, Jesús va a Getsemaní para revelar un aspecto más de la verdad sobre Él como Hijo, y lo hace especialmente mediante la palabra: Abbá. Y esta verdad, esta inaudita verdad sobre Jesucristo, consiste en que Él, "siendo igual al Padre ", como Hijo consustancial al Padre, es al mismo tiempo verdadero hombre . Pues frecuentemente se llama a sí mismo "el Hijo del hombre". Nunca como en Getsemaní se manifiesta la realidad del Hijo de Dios, que "asume la condición de siervo" (cfr. Fil 2, 7), según la profecía de Isaías (cfr. Is 53).
La oración del Getsemaní, más que cualquier otra oración de Jesús, revela la verdad sobre la identidad, vocación y misión del Hijo, que ha venido al mundo para cumplir la voluntad paterna de Dios hasta el final, cuando diga: "Todo está cumplido" (Jn 19,30).
Esto es importante para todos los que entran a formar parte de la "escuela de oración" de Cristo: es especialmente importante para nosotros los sacerdotes.
5. Por lo tanto, Jesucristo, el Hijo consustancial, se presenta al Padre y dice: "Abbá". Y así, al manifestar, de un modo que podríamos decir radical, su condición de verdadero hombre, "Hijo del hombre", pide el alejamiento del amargo cáliz: «Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa» (Mt 26, 39; cf. Mc 14,36, Lc 22,42).
Jesús sabe que eso "no es posible" que "el cáliz" se le ha dado para que lo "beba" totalmente. Sin embargo dice precisamente esto: "Si es posible, pase de mí". Lo dice precisamente en el momento en que ese "cáliz deseado ardientemente por él (cfr. Lc 22, 15), ya se ha convertido en signo sacramental de la nueva y eterna Alianza en la sangre del Cordero. Cuando todo eso, que ha sido "establecido "desde la eternidad, está ya "instituido "sacramentalmente en el tiempo: introducido para siempre en la Iglesia.
Jesús, que ha realizado esta institución en el Cenáculo, ciertamente no desea revocar la realidad expresada por el sacramento de la última Cena. Es más, desea de corazón su cumplimiento. No obstante esto, si ora para que "pase de él este cáliz", es para manifestar de ese modo ante Dios y ante los hombres el gran peso de la tarea que ha de asumir: sustituirnos a todos nosotros en la expiación del pecado. Manifiesta también la inmensidad del sufrimiento, que llena su corazón humano. De este modo el Hijo del hombre se revela solidario con todos sus hermanos y hermanas que forman parte de la gran familia humana, desde el principio hasta el final de los tiempos. El mal es el sufrimiento para el hombre; y Jesucristo lo siente en Getsemaní con todo su peso, el que corresponde a nuestra experiencia común, a nuestra espontánea actitud interior. El permanece ante el Padre con toda la verdad de su humanidad, la verdad de su corazón humano oprimido por el sufrimiento, que está a punto de alcanzar su culmen dramático: "Triste está mi alma hasta la muerte "(Me 14, 34). Sin embargo, nadie es capaz de expresar la medida adecuada de este sufrimiento como hombre sirviéndose sólo de criterios humanos. En efecto, en Getsemaní quien reza al Padre es un hombre, que a la vez es Dios y consustancial al Padre.
6. Las palabras del evangelista: "Comenzó a entristecerse y angustiarse" (Mt 26, 37), igual que todo el desarrollo de la oración en Getsemaní, parecen indicar no sólo el miedo ante el sufrimiento, sino también el temor característico del hombre, una especie de temor unido al sentido de responsabilidad . ¿Acaso no es el hombre ese ser singular, cuya vocación consiste en "superarse constantemente a sí mismo"?
En la oración con que comienza la pasión, Jesucristo, "Hijo del hombre", expresa el típico esfuerzo de la responsabilidad, unida a la aceptación de las tareas en las que el hombre se ha de "superar a sí mismo".
Los Evangelios recuerdan varias veces que Jesús rezaba, más aún, que "pasaba las noches en oración" (cfr. Lc 6, 12); pero ninguna de estas oraciones ha sido presentada de modo tan profundo y penetrante como la de Getsemaní. Lo cual es comprensible. Pues en la vida de Jesús no hubo otro momento tan decisivo. Ninguna otra oración entraba de modo tan pleno en la que había de ser «su hora» . De ninguna otra decisión de su vida tanto como de ésta dependía el cumplimiento de la voluntad del Padre, el cual "tanto amó al mundo que le dio a su Unigénito Hijo, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga la vida eterna" (Jn 3, 16).
Cuando Jesús dice en Getsemaní: "No se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lc 22, 42), revela la voluntad del Padre y de su amor salvífico al hombre. La «voluntad del Padre» es precisamente el amor salvífico: la salvación del mundo se ha de realizar mediante el sacrificio redentor del Hijo . Es muy comprensible que el Hijo del hombre, al asumir esta tarea, manifieste en su decisivo coloquio con el Padre la conciencia que tiene de la dimensión sobrehumana de esta tarea con la que cumple la voluntad del Padre en la divina profundidad de su unión filial.
"He llevado a cabo la obra que me encomendaste realizar", (cfr. Jn 17, 4). Añade el Evangelista: "Lleno de angustia, oraba con más insistencia "( Lc 22, 44). Y esta angustia mortal se manifestó también con el sudor que, como gotas de sangre, empapaba el rostro de Jesús (cfr. Lc 22, 44). Es la máxima expresión de un sufrimiento que se traduce en oración, y de una oración que, a su vez, conoce el dolor, al acompañar el sacrificio anticipado sacramentalmente en el Cenáculo, vivido profundamente en el espíritu de Getsemaní y que está a punto de consumarse en el Calvario.
Precisamente sobre estos momentos de la oración sacerdotal y sacrificial es sobre los que deseo llamar vuestra atención, queridos hermanos, en relación con nuestra oración y nuestra vida.