Mt 26, 14-25: Anuncio de la traición de Judas y preparativos de Pascua
/ 16 abril, 2014 / San MateoEl Texto (Mt 26, 14-25)
14 Entonces uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue donde los sumos sacerdotes, 15 y les dijo: «¿Qué queréis darme, y yo os lo entregaré?» Ellos le asignaron treinta monedas de plata. 16 Y desde ese momento andaba buscando una oportunidad para entregarle.
17 El primer día de los Azimos, los discípulos se acercaron a Jesús y le dijeron: «¿Dónde quieres que te hagamos los preparativos para comer el cordero de Pascua?» 18 El les dijo: «Id a la ciudad, a casa de fulano, y decidle: “El Maestro dice: Mi tiempo está cerca; en tu casa voy a celebrar la Pascua con mis discípulos.”» 19 Los discípulos hicieron lo que Jesús les había mandado, y prepararon la Pascua.
20 Al atardecer, se puso a la mesa con los Doce. 21 Y mientras comían, dijo: «Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará.» 22 Muy entristecidos, se pusieron a decirle uno por uno: «¿Acaso soy yo, Señor?» 23 El respondió: «El que ha mojado conmigo la mano en el plato, ése me entregará. 24 El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado! ¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido!» 25 Entonces preguntó Judas, el que iba a entregarle: «¿Soy yo acaso, Rabbí?» Dícele: «Sí, tú lo has dicho.»
Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 80-81
14. «Entonces uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue donde los sumos sacerdotes…» Tan luego como oyó que el Evangelio se había de predicar en todas partes, temió, pues esto demostraba un poder admirable.
«Uno de los Doce…»Como si dijera, de la sección principal, de los que sublimemente fueron elegidos, y para designarle agrega: «llamado Judas Iscariote» (de Isch-Queriióth, que quiere decir varón u hombre de Kerioth y vulgarmente Carioth, pueblo donde nació Judas): porque había otro Judas.
17. «El primer día de los Azimos, los discípulos se acercaron a Jesús y le dijeron: “¿Dónde quieres que te hagamos los preparativos para comer el cordero de Pascua?”» Llama a este día el primero de los ácimos, los cuales eran siete; pues acostumbraron siempre los judíos a contar desde la víspera. Por esto hace mención de este día, en la víspera del cual había de ser inmolada la Pascua, y lo fue en la feria quinta.
De aquí se deduce claramente que no tenía casa ni choza. Yo opino también que ni los discípulos la tenían; pues, en verdad, le hubiesen rogado que fuese allí.
18a. Se puede decir que por esto que dice: «Id a la ciudad, a casa de fulano…» Da a entender que los envía a casa de un hombre desconocido, manifestando con ello que podía no padecer. Porque el que persuadió la mente de esta persona para que los recibiese, ¿qué no hubiera podido hacer, ciertamente, contra los que le crucificaban, si hubiese querido no padecer? Pero yo no admiro tan sólo que un viviente desconocido le recibió, sino que despreció el odio de muchos recibiendo a Jesucristo.
18b. «Decidle: “El Maestro dice: Mi tiempo está cerca; en tu casa voy a celebrar la Pascua con mis discípulos.”» Dijo esto a los discípulos, aludiendo a la pasión, para que ejercitados por las repetidas enunciaciones de la pasión, meditasen lo que había de acontecer, demostrándoles al mismo tiempo que iba a la pasión por su voluntad. Continúa: «En tu casa hago la Pascua»: En lo que da a entender que hasta el último día no se oponía a la ley. Y añadió: «Con mis discípulos», para que se preparase lo bastante y para que aquél a cuya casa los enviaba, no creyese que El quería ocultarse.
21. Dice el Evangelista que cuando los discípulos estaban comiendo, Jesús empezó a hablar de la traición de Judas, dando así a conocer con tiempo y desde la mesa, la malicia del traidor. Por esto sigue: «Y mientras comían, dijo: “Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará.”»
23. «El respondió: “El que ha mojado conmigo la mano en el plato, ése me entregará.”» Me parece que también Jesucristo metía la mano en el plato al mismo tiempo que Judas, comprometiéndole más así, y atrayéndolo a su amor.
24. «El Hijo del hombre se va, como está escrito de él…» Dijo esto para consolar a sus discípulos, y que no creyesen que sufría aquello por debilidad, y para advertir a la vez al traidor. Porque aun cuando estaba escrito que Jesucristo habría de padecer, sin embargo, se culpa de su muerte a Judas. Pero la traición de Judas no es quien ha obrado nuestra salvación, sino que la sabiduría de Jesucristo se valió para nuestro bien de la necedad de otros. Y por eso sigue: «¡Ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado! ¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido!»
25b. Aunque el Señor podía haber dicho: has convenido tomar dinero, y aun te atreves a preguntar. Pero nada de esto dijo el mansísimo Jesús, para designarnos la línea de conducta que debemos observar. Por esto sigue: «Dícele: “Sí, tú lo has dicho.”»
San Agustín
14. Las palabras: «Entonces uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue donde los sumos sacerdotes…» , continúan la narración de los acontecimientos que empieza con la palabra del Señor: «Sabéis que, pasados dos días, se celebrará la Pascua… Entonces se juntaron los príncipes de los sacerdotes», etc. Entre aquello que se dijo: «Porque no sucediese alboroto en el pueblo» (Mt 26,5), y esto que se dice: «Entonces se fue uno de los doce», se interpuso lo que sucedió en Bethania, de lo cual se ha hecho mención al recapitular (de consensu evangelistarum, 2,78).
15. «Ellos le asignaron treinta monedas de plata.» El haber sido vendido el Señor en treinta monedas de plata, simbolizó en la persona de Judas a los inicuos Judíos, quienes buscando las cosas carnales y temporales (que se refieren a los cinco sentidos del cuerpo), no quisieron admitir a Jesucristo, y como quiera que esto lo llevaron a efecto en la sexta edad del mundo, se simbolizó de este modo que ellos habían de recibir seis veces cinco como valor del Señor vendido. Y porque la palabra del Señor es plata (Salmo 11,7), ellos entendieron asimismo carnalmente la misma ley, pues habían grabado la imagen del principado secular como en plata, que obtuvieron cuando hubieron perdido al Señor (quaestiones evangeliorum, 1,61).
18. «El les dijo: “Id a la ciudad, a casa de fulano, y decidle: “El Maestro dice: Mi tiempo está cerca; en tu casa voy a celebrar la Pascua con mis discípulos.”» A saber, a casa de aquél a quien San Marcos y San Lucas llaman padre de familia o Señor de la casa. Pues lo que interpuso San Mateo, a casa de cierta persona, quiso insinuarlo en compendio, por su intención de ser breve, porque nadie habla de la manera que diga: «Id a casa de cierta persona», ¿quién no lo sabe? Y por esto habiendo puesto San Mateo las palabras del Señor cuando dijo: Id a la ciudad, interpuso él mismo: A casa de cierta persona. No porque el mismo Señor hubiese dicho esto, sino para insinuarnos, callando el nombre, que hubo en la ciudad cierta persona, a cuya casa fueron enviados los discípulos del Señor, para que dispusieran la Pascua. Pues se manifestó por el Señor que los discípulos eran enviados, no a casa de cualquier hombre, sino a casa de cierto hombre (esto es, a casa de un hombre determinado) (de consensu evangelistarum, 2,80).
24b. «¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido!» Si alguno arguye que puede demostrar que existe otra vida antes de esta, se le puede demostrar que esto no sólo no conviene a Judas, sino a ningún otro. ¿Acaso no se dice que no le convino nacer para el diablo, es decir, para el pecado?, o también ¿no le hubiera valido más no haber nacido para Cristo por la vocación, evitando así su apostasía? (de consensu evangelistarum, 1,40).
Orígenes, in Matthaeum, 35
14. «Entonces uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue donde los sumos sacerdotes..». Y se fue en busca de un príncipe de los sacerdotes, para entregar al que fue hecho sacerdote eternamente (Sal 109,4); y se fue a buscar muchos príncipes de los sacerdotes, para venderles por precio al que quería redimir a todo el mundo.
15. «y les dijo: “¿Qué queréis darme, y yo os lo entregaré?”» Esto es lo que hacen todos los que reciben algo de las cosas corporales o mundanas, para que entreguen y arrojen fuera de su alma al Salvador, y a la palabra de la verdad que se hallaba en ellos. Continúa: «Ellos le asignaron treinta monedas de plata.» : señalándole tanta paga cuantos años el Salvador había vivido en este mundo.
16. «Y desde ese momento andaba buscando una oportunidad para entregarle.» San Lucas explica más claramente qué oportunidad era la que buscaba Judas, cuando dice: «Y buscaba ocasión para entregarlo sin concurso de gentes» (Lc 22,6); esto es, cuando el pueblo no estaba junto a El, sino cuando estaba retirado con sus discípulos; lo cual verificó, en efecto, entregándole después de la cena, cuando se hallaba retirado en el huerto de Getsemaní. Y verás si esta oportunidad se parece a los que al presente quieren hacer traición a la palabra de Dios en el tiempo de la persecución, cuando la muchedumbre de los creyentes no está cerca de la palabra de la verdad.
19. «Los discípulos hicieron lo que Jesús les había mandado, y prepararon la Pascua.» Tal vez alguno pretenderá que por lo mismo que Jesús celebró la Pascua según la costumbre judía, lo hagamos nosotros también, porque conviene que seamos imitadores de Cristo, no considerando que Jesús fue hecho bajo la ley, no para dejar bajo la ley a los que estaban bajo la ley, sino para librarlos de la ley. ¿Con cuánta mayor razón, pues, no debían entrar en la ley los que antes estaban fuera de la ley? sino que celebren espiritualmente lo que en la ley se manda que se celebre corporalmente, para que celebremos la Pascua con ácimos de sinceridad y de verdad, según la voluntad del Cordero cuando dice (Jn 6,54): «Si no comiereis mi carne y bebiereis mi sangre, no tendréis vida en vosotros».
21b-22. «Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará.» Habló en general, para que cada uno diese a conocer la situación especial de su espíritu y para dar a conocer la malicia de Judas, que no creía que el Salvador tenía conocimiento de sus determinaciones. Yo creo que, en un principio, pensó que el Señor como hombre no lo descubriría, que y que, después de ver que su conciencia era conocida de Cristo, intentó la ocultación, puesta de manifiesto en sus palabras. En lo primero se mostró su incredulidad, y en esto último su impudicia. El Señor habló en general también para manifestar la bondad de sus discípulos, que más bien creían en las palabras del Señor, que en el testimonio de su conciencia. Por esto sigue: «Muy entristecidos, se pusieron a decirle uno por uno: “¿Acaso soy yo, Señor?”». Todos los discípulos sabían por lo que habían oído al Salvador, que la naturaleza humana es inclinada a lo malo, y que está en lucha contra los que gobiernan en este mundo de tinieblas; y por esta causa cada uno de ellos temía y preguntaba. Por lo que debemos siempre temer, que pueden sobrevenirnos toda clase de males puesto que somos débiles.
Y viendo el Señor que sus discípulos temían por sí mismos, demostró cuál era el traidor por medio de una expresión profética, que dice en el Salmo: «El que come mi pan ensanchará su enemistad contra mí» (Sal 40,10).
Por esto sigue: «El respondió: “El que ha mojado conmigo la mano en el plato, ése me entregará.”»
23. «El respondió: “El que ha mojado conmigo la mano en el plato, ése me entregará.”» Es costumbre de hombres malos poner asechanzas a otros hombres después de la sal y del pan, especialmente a aquéllos que no tienen como enemigos. Por lo tanto, después del convite espiritual, suele verse con frecuencia la gran malicia de aquél que ha entregado a su maestro, sin acordarse del amor de su maestro en los beneficios materiales, ni de sus enseñanzas en los beneficios espirituales. Así obran en la Iglesia todos aquéllos que intrigan contra sus hermanos con quienes asisten con frecuencia a la sagrada mesa del cuerpo de Cristo.
24b. «¡Ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado!» No dijo: ay del hombre que le entregará, sino por quien será entregado, dando a conocer que era otro quien entregaba al Señor, esto es, el diablo, siendo el mismo Judas el ministro de la traición. ¡Ay, pues, de todos los traidores de Cristo! porque quien entrega a los discípulos de Cristo entrega al mismo Jesucristo.
25a. «Entonces preguntó Judas, el que iba a entregarle: “¿Soy yo acaso, Rabbí?”…» Judas después de las preguntas de los apóstoles, y de las palabras del Salvador que se referían a él, preguntó luego a su vez con intención perversa, a fin de que, al hacer una pregunta parecida a las que hicieron los demás, ocultara su determinación de traicionar al Señor, porque el verdadero arrepentimiento no se detiene.
Y como queriendo subsanar esto mismo le llama Maestro, aun cuando no merecía nombrarle.
San Jerónimo
15a. «Les dijo: “¿Qué queréis darme, y yo os lo entregaré?”…» El infeliz Judas quiso compensar con el precio de su maestro el daño que creía se había hecho con la efusión del ungüento. Sin embargo, no pide una cantidad determinada, para que no pareciese lucrativa su perfidia, sino que dejó a la libertad de los compradores el dar lo que quisieran, como si entregara una propiedad vil.
15b. «Ellos le asignaron treinta monedas de plata.» José no fue vendido en treinta monedas de oro -como opinan algunos, fundándose en la versión de los Setenta intérpretes- sino en treinta monedas de plata según la verdad hebraica: pues no podía ser de más precio el siervo que el Señor.
17. «El primer día de los Azimos…» . El primer día de los ácimos, es el día catorce del primer mes, cuando es inmolado el cordero, y la luna está en todo su lleno, y es desechada la levadura.
18. «Id a la ciudad, a casa de fulano…» También en esto la nueva Escritura guarda la costumbre del Antiguo Testamento, porque con frecuencia leemos: Dijo éste a aquél; y en este lugar y en aquél. Y sin embargo, no se pone el nombre de las personas y de los lugares.
20. «Al atardecer, se puso a la mesa con los Doce.» Judas no había abandonado el grupo de los Doce. Obraba así, para evitar toda sospecha de traición.
21. «Y mientras comían, dijo: “Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará.”» Como el Señor había predicho ya su pasión, ahora predice cuál será el traidor, dándole lugar a que haga penitencia, puesto que sabía que conocía sus pensamientos, y los secretos de su corazón, con el fin de que se arrepintiese de lo hecho.
23. «El respondió: “El que ha mojado conmigo la mano en el plato, ése me entregará.”» ¡Oh admirable paciencia la del Señor! Primero había dicho: uno de vosotros me ha de entregar (Mt 26,21), y el traidor persevera en su mal propósito. Le reprende con más claridad, y sin embargo, no le designa por su nombre. Pero Judas cuando los demás se afligen y retiran su mano, y se abstienen de llevar la comida a su boca, él con la temeridad y desvergüenza con que le había de entregar, hasta mete la mano en el plato con su maestro, para que su atrevimiento ocultase la situación de su espíritu.
24a. Pero Judas una y otra vez avisado no retrocede de su traición, sino que parece que la paciencia del Señor fomenta su atrevimiento; y por lo tanto le anuncia el castigo, para que la intimación de la pena corrija a aquél a quien no había vencido el pundonor. Por esto sigue: «El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado! ¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido!»
24b. «¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido!» Pero no debe pensarse que Judas existiese antes de nacer, porque a nadie pudo hacer bien sino a aquel que existe; simplemente se dice que es mucho mejor no vivir que vivir para el mal.
25a. «Entonces preguntó Judas, el que iba a entregarle: “¿Soy yo acaso, Rabbí?”…» Preguntando de esta manera, probó su afecto fingido, o dio señal de su incredulidad: también los demás que no habían de entregarle dijeron: ¿Soy yo acaso, Señor? (Mt 26,22) Pero éste que le había de entregar no le llama Señor, sino Maestro, como si pudiese servirle de excusa negar al Señor y entregar sólo a su Maestro.
Remigio
14. «llamado Judas Iscariote» Pues Cariot fue el pueblo donde nació este Judas.
17. «El primer día de los Azimos, los discípulos se acercaron a Jesús y le dijeron: “¿Dónde quieres que te hagamos los preparativos para comer el cordero de Pascua?”» Es de advertir que entre los judíos la Pascua se celebraba en el primer día, mas los siete días restantes eran llamados de los ácimos, pero aquí se toma el día de los ácimos por el día de la Pascua.
Pero dirá tal vez alguno: Si aquel cordero típico llevaba la figura de este verdadero Cordero, ¿por qué no padeció Jesucristo en aquella noche en que solía ser inmolado el cordero? Pero hay que tener presente que en la misma noche entregó a los discípulos los estimables misterios de su sangre y de su cuerpo. Y así detenido y atado por los judíos consagró el principio de su inmolación (esto es, de su pasión).
Continúa: «Los discípulos se acercaron a Jesús y le dijeron: “¿Dónde quieres que te hagamos los preparativos para comer el cordero de Pascua?”» Creo, pues, que el pérfido Judas se hallaba entre aquellos discípulos que se llegaron a Jesús y le preguntaron.
20. «Al atardecer, se puso a la mesa con los Doce.» Dice con los doce, porque Judas aun estaba con ellos aun cuando ya se había separado en realidad.
Debe advertirse que el Salvador se sentó a la mesa por la tarde, porque el Cordero solía sacrificarse a esa hora.
24. «El Hijo del hombre se va…» Es propio de la humanidad ir y venir y de la divinidad estar y permanecer y como la humanidad pudo padecer y morir según el designio de la divinidad, dice muy oportunamente el Hijo del Hombre que va. Por ello dice terminantemente: «Como está escrito de él» , puesto que todo lo que padeció ya había sido vaticinado antes por los profetas.
¡Ay también de todos los que se acercan a la sagrada mesa con maligna y manchada conciencia! Porque aunque no entreguen al Salvador a los judíos para que lo crucifiquen, lo entregan como alimento a sus inicuos miembros. Y para explicarlo más añade: «¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido!»
25. «Dícele: “Sí, tú lo has dicho.”» Lo cual puede entenderse de este modo: tú lo dices y dices la verdad; o tú lo has dicho y no yo; con el fin de que aun pudiese hacer penitencia y no descubrir más su iniquidad.
Rábano
14. «Entonces uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue donde los sumos sacerdotes..». Y dice que se fue, porque tomó tan criminal designio, no forzado, no invitado, sino espontáneamente.
18. «Id a la ciudad, a casa de fulano…» Omite el nombre, para designar la licencia que se ha de dar de celebrar la verdadera Pascua y hospedar a Jesucristo en la morada de la mente a todos los que quieran hacerlo.
20. «Al atardecer, se puso a la mesa con los Doce.» Además se sentó con sus discípulos, por la tarde, porque en la pasión del Señor (cuando el verdadero sol tocaba a su ocaso), preparaba a todos los fieles una cena eterna.
23. «El respondió: “El que ha mojado conmigo la mano en el plato, ése me entregará.”» San Mateo dice que en el plato, y San Marcos dice en la escudilla (Mc 14,20). Paropsis es un vaso cuadrado para poner comida, y de cuatro lados iguales de donde toma el nombre; catino es un vaso frágil para contener líquidos. Y pudo suceder que en la mesa hubiese algún vaso frágil y cuadrado a la vez.
25. «Dícele: “Sí, tú lo has dicho.”» También Judas pudo decir esto, y ser respondido por el Señor, sin que los demás advirtieran lo que se había hablado.
San León Magno
15. «Y les dijo: “¿Qué queréis darme, y yo os lo entregaré?” Ellos le asignaron treinta monedas de plata.» Judas Iscariote no abandonó a Jesucristo perturbado por el temor, sino que se dejó arrastrar por la codicia de las riquezas. Porque toda afición al dinero es vil. Y el alma codiciosa de ganancias no temió perecer por una aunque pequeña; y no hay vestigio alguno de justicia en aquel corazón, en el que la avaricia ha hecho su morada. Embriagado el pérfido Judas con este veneno, cuando tuvo sed de ganancias, tan neciamente fue impío, que vendió a su Señor y a su maestro. Por esto dijo a los príncipes de los sacerdotes: «¿Qué me queréis dar y yo os lo entregaré?» (sermones, 60,4).
21. «Y mientras comían, dijo: “Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará.”» En lo que dio a entender que conocía la conciencia de su traidor. Pero no le confunde con reprensiones ásperas y manifiestas, sino que le reconviene con amonestación sencilla y oculta, para que se arrepienta y se corrija con más facilidad; por ello no le había dirigido expresiones duras (sermones, 58,3).
San Hilario, in Matthaeum, 30
18. «Id a la ciudad, a casa de fulano…» No nombra al hombre con quien hubo de celebrar la Pascua, por esta razón; porque aun no se daba entonces a los creyentes el honor del nombre cristiano.
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
Santa Catalina de Siena, Diálogos, n. 37
Son injustos quienes juzgan mayor su pecado que la misericordia de Dios.
Mi justicia entonces reprenderá al alma por juzgarme injustamente, sobre todo en el último instante, juzgando mayor su miseria que mi misericordia.
Este pecado, el desprecio de mi misericordia, no lo perdono ni aquí ni allá; y me resulta mucho más grave que todos los pecados que haya podido cometer. Por esto la desesperación de Judas me desagradó más y fue más enojosa a mi Hijo que la misma traición que cometió. Así, los hombres, por creer mayor su pecado que mi misericordia, serán castigados eternamente con los demonios.
Serán también reprendidos por la injusticia que cometen al dolerse más de su propio daño que de mi ofensa, porque no me dan lo que me es debido. A mí me debían amor y amarga contrición del corazón. Pero por haber despreciado mi misericordia vienen a parar esclavos del cruel tirano que es el demonio, para ser atormentados juntos, pues juntos me ofendieron.
San Agustín, Sermón sobre el evangelio de Juan, n. 27, 10
Sacar el bien del mal, la justicia de la injusticia
«¿Acaso no os he escogido yo a vosotros, los Doce? Y uno de vosotros es un diablo» (Jn 6,70). El Señor debió decir: » Escogí once «; ¿acaso escogió a un demonio, un demonio está entre los elegidos?… ¿Diremos que escogiendo a Judas, el Salvador quiso cumplir por él, contra su voluntad, sin que lo supiera, una obra tan grande y buena? Esto es lo propio de Dios: hacer servir para el bien las obras malas de los malos…
El malvado hace servir para el mal todas las buenas obras de Dios; el hombre de bien, al contrario, hace servir para el bien las malas acciones de los malvados. ¿Y quién es más bueno que Dios? El Señor mismo lo dice: » Nadie es bueno, si no solo Dios » (Mc 10,18)…
¿Quién es peor que Judas? Entre todos los discípulos del Maestro, entre los Doce, él es el escogido para tener la bolsa y ocuparse de los pobres (Jn 13,19). Pero después de tal beneficio, es él quien percibe dinero para entregar al que es la Vida (Mt 26,15); persiguió como enemigo al que había seguido como discípulo… Pero el Señor hizo servir para el bien un gran crimen . Aceptó ser traicionado para rescatarnos: el crimen de Judas fue cambiado en bien.
¿A cuántos mártires persiguió Satanás? Pero si no lo hubiera hecho, no celebraríamos hoy su triunfo… El malvado no puede contrariar la bondad de Dios. Tiene como bueno ser artesano del mal, el Artesano supremo no permitiría la existencia del mal, si no supiera servirse de eso para que todo concurra al bien.
Santa Teresa-Benedicta de la Cruz [Edith Stein], La oración de la Iglesia
«¿Dónde quieres que te hagamos los preparativos para comer el cordero de Pascua?» (Mt 26,17)
Conocemos por los relatos evangélicos que Cristo oraba como oraba un judío creyente y fiel a la Ley… Que rezó las antiguas oraciones de bendición, que todavía hoy se rezan sobre el pan, el vino y los frutos de la tierra, nos lo atestigua el relato de su última cena con sus discípulos, que estuvo dedicada al cumplimiento de uno de los más sagrados deberes religiosos: a la solemne cena pascual, a la conmemoración de la liberación de la esclavitud de Egipto. Y quizás nos ofrece, precisamente esta cena, la visión más profunda de la oración de Cristo y la clave para entender la oración de la Iglesia…
La bendición y la distribución del pan y del vino eran parte del rito de la cena pascual. Pero ambas reciben aquí un sentido completamente nuevo. Con ellas comienza la vida de la Iglesia. Sin duda, será a partir de Pentecostés cuando aparezca abiertamente como comunidad llena de espíritu y visible. Pero es aquí, en la Cena pascual, cuando tiene lugar el injerto de los sarmientos en la cepa que hace posible la efusión del Espíritu. Las antiguas oraciones de bendición se han convertido en boca de Cristo en palabra creadora de vida. Los frutos de la tierra se han convertido en su carne y sangre, llenos de vida… La comida pascual de la Antigua Alianza se ha convertido en la comida pascual de la Nueva Alianza.
Benedicto XVI, papa
Catequesis, Audiencia general, 04-04-2007
Mientras concluye el camino cuaresmal, que comenzó con el miércoles de Ceniza, la liturgia del Miércoles santo ya nos introduce en el clima dramático de los próximos días, impregnados del recuerdo de la pasión y muerte de Cristo. En efecto, en la liturgia de hoy el evangelista san Mateo propone a nuestra meditación el breve diálogo que tuvo lugar en el Cenáculo entre Jesús y Judas. «¿Acaso soy yo, Rabbí?», pregunta el traidor del divino Maestro, que había anunciado: «Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará». La respuesta del Señor es lapidaria: «Sí, tú lo has dicho» (cf. Mt 26, 14-25). Por su parte, san Juan concluye la narración del anuncio de la traición de Judas con pocas, pero significativas palabras: «Era de noche» (Jn13, 30).
Cuando el traidor abandona el Cenáculo, se intensifica la oscuridad en su corazón —es una noche interior—, el desconcierto se apodera del espíritu de los demás discípulos —también ellos van hacia la noche—, mientras las tinieblas del abandono y del odio se condensan alrededor del Hijo del Hombre, que se dispone a consumar su sacrificio en la cruz.
En los próximos días conmemoraremos el enfrentamiento supremo entre la Luz y las Tinieblas, entre la Vida y la Muerte. También nosotros debemos situarnos en este contexto, conscientes de nuestra «noche», de nuestras culpas y responsabilidades, si queremos revivir con provecho espiritual el Misterio pascual, si queremos llegar a la luz del corazón mediante este Misterio, que constituye el fulcro central de nuestra fe.
[…] Queridos hermanos y hermanas, el misterio pascual, que el Triduo sacro nos hará revivir, no es sólo recuerdo de una realidad pasada; es una realidad actual: también hoy Cristo vence con su amor al pecado y a la muerte. El mal, en todas sus formas, no tiene la última palabra. El triunfo final es de Cristo, de la verdad y del amor. Como nos recordará san Pablo en la Vigilia pascual, si con él estamos dispuestos a sufrir y morir, su vida se convierte en nuestra vida (cf. Rm 6, 9). En esta certeza se basa y se edifica nuestra existencia cristiana.
Invocando la intercesión de María santísima, que siguió a Jesús por el camino de la pasión y de la cruz y lo abrazó antes de ser sepultado, os deseo a todos que participéis con fervor en el Triduo pascual para experimentar la alegría de la Pascua juntamente con todos vuestros seres queridos.
Juan Pablo II, papa
Discurso, 14-08-1993
VIII JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD
VIGILIA DE ORACIÓN CON LOS JÓVENES en Cherry Creek State Park de Denver
«Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10, 10).
2. ¿Cómo es posible eso? ¿Cómo puede Cristo darnos la vida, si la muerte forma parte de nuestra existencia terrena? ¿Cómo es posible, si «está establecido que los hombres mueran una sola vez, y luego el juicio» (Hb 9, 27)?
Jesús mismo nos da la respuesta; y la respuesta es una declaración suprema de amor divino, un hito de la revelación evangélica con respecto al amor de Dios Padre hacia toda la creación. La respuesta ya está presente en la parábola del buen pastor. Cristo dice: «El buen pastor da su vida por las ovejas» (Jn 10, 11).
[…] Cristo, el buen pastor, está presente entre nosotros, en medio de todos los pueblos, las naciones, las generaciones y las razas, corno el que «da su vida por las ovejas». ¿No es esto el mayor amor? Era la muerte del Inocente: «El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado!» (Mt 26, 24). Cristo en la cruz es un signo de contradicción para todos los crímenes contra el mandamiento de no matar. Dio su vida en sacrificio para la salvación del mundo. Nadie le arrebata esa vida humana; él la da libremente. Él tiene poder para darla y para recobrarla (cf. Jn 10, 18). Fue una auténtica entrega de sí mismo. Fue un acto sublime de libertad.
Sí, el buen Pastor da su vida, pero sólo para recobrarla (cf. Jn 10, 17). Y en la nueva vida de la resurrección, se ha convertido —según las palabras de san Pablo— en «espíritu que da vida» (1Co 15, 45), que ahora puede otorgar el don de la vida a cuantos creen en él.
Vida dada, vida recobrada, vida otorgada. En él, tenemos la vida que él tiene en la unidad del Padre y del Espíritu Santo, si creemos en él, si somos uno con él por el amor, recordando que «quien ama a Dios, debe amar también a su hermano»(1Jn 4, 21).
Catequesis, Audiencia general, 28-09-1988
[…] 8. Los hombres indicados nominalmente por los Evangelios, al menos en parte, son históricamente los responsables de la muerte de Jesús. Él mismo lo declara cuando dice a Pilato durante el proceso: «El que me ha entregado a ti tiene mayor pecado» (Jn 19, 11). Y en otro lugar: «El Hijo del hombre se va, como está escrito de Él, pero, (ay de aquél por quien el Hijo del hombre es entregado! (Más le valdría a ese hombre no haber nacido!» (Mc 14, 21; Mt 26, 24; Lc 22, 22). Jesús alude a las diversas personas que, de distintos modos, serán los artífices de su muerte: a Judas, a los representantes del sanedrín, a Pilato, a los demás… También Simón Pedro, en el discurso que tuvo después de Pentecostés imputará a los jefes del sanedrín la muerte de Jesús: «Vosotros le matasteis clavándole en la cruz por mano de los impíos» (Act 2, 23).
9. Sin embargo no se puede extender esta imputación más allá del círculo de personas verdaderamente responsables. En un documento del Concilio Vaticano II leemos: «Aunque las autoridades de los judíos con sus seguidores reclamaron la muerte de Cristo, sin embargo, lo que en su pasión se hizo no puede ser imputado, ni indistintamente a todos los judíos que entonces vivían, ni (mucho menos) a los judíos de hoy» (Declaración Nostra aetate, 4).
Luego si se trata de valorar la responsabilidad de las conciencias no se pueden olvidar las palabras de Cristo en la cruz: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23, 34).
El eco de aquellas palabras lo encontramos en otro discurso pronunciado por Pedro después de Pentecostés: «Ya sé yo, hermanos, que obrasteis por ignorancia, lo mismo que vuestros jefes» (Act 3, 17). (Qué sentido de discreción ante el misterio de la conciencia humana, incluso en el caso del delito más grande cometido en la historia, la muerte de Cristo!
10. Siguiendo el ejemplo de Jesús y de Pedro, aunque sea difícil negar la responsabilidad de aquellos hombres que provocaron voluntariamente la muerte de Cristo, también nosotros veremos las cosas a la luz del designio eterno de Dios, que pedía la ofrenda propia de su Hijo predilecto como víctima por los pecados de todos los hombres. En esta perspectiva superior nos damos cuenta de que todos, por causa de nuestros pecados, somos responsables de la muerte de Cristo en la cruz: todos, en la medida en que hayamos contribuido mediante el pecado a hacer que Cristo muriera por nosotros como víctima de expiación. También en este sentido se pueden entender las palabras de Jesús: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; le matarán, y al tercer día resucitará» (Mt 17, 22).
11. La cruz de Cristo es, pues, para todos una llamada real al hecho expresado por el Apóstol Juan con las palabras «La sangre de su Hijo Jesús nos purifica de todo pecado. Si decimos: ‘no tenemos pecado’, nos engañamos y la verdad no está en nosotros» (1 Jn 1, 7-8). La Cruz de Cristo no cesa de ser para cada uno de nosotros esta llamada misericordiosa y, al mismo tiempo severa a reconocer y confesar la propia culpa. Es una llamada a vivir en la verdad.
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