Mt 21, 28-32: Parábola de los dos hijos
/ 17 diciembre, 2013 / San MateoTexto Bíblico
28 ¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña”. 29 Él le contestó: “No quiero”. Pero después se arrepintió y fue. 30 Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: “Voy, señor”. Pero no fue. 31 ¿Quién de los dos cumplió la voluntad de su padre?». Contestaron: «El primero». Jesús les dijo: «En verdad os digo que los publicanos y las prostitutas van por delante de vosotros en el reino de Dios. 32 Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no os arrepentisteis ni le creísteis».
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
San Jerónimo
28a. Después de lo dicho, Jesucristo ofrece una parábola en la que hace resaltar la impiedad de los que le preguntaban, y les da a conocer que el reino de Dios pasará a los gentiles, diciéndoles: «¿Mas qué os parece?»
28b-29a. Primeramente se dice al pueblo gentil, por medio de la ley natural: «Ve y trabaja en mi viña». Esto es, lo que no quieras hacer para ti, no lo quieras para otro (Tob 4), pero él responde con soberbia. Por esto sigue: «Y respondiendo él le dijo: no quiero».
29b-30. Después cuando vino el Salvador, el pueblo gentil, habiendo hecho penitencia, trabajó en la viña de Dios, y enmendó con su trabajo la oposición que había presentado con la palabra. Esto es lo que da a entender cuando dice: «Mas después se arrepintió y fue».
Prosigue: «Y llegando al otro, le dijo del mismo modo; y respondiendo él, dijo: voy, Señor».
Este segundo hijo es el pueblo judío que respondió a Moisés: «Haremos todo lo que nos mande el Señor» (Ex 24,3).
31-32. Debe saberse que en los ejemplares auténticos no se encuentra novísimo (último) sino primum (primero), para que se condenen por su propio juicio. Y si nosotros queremos leer novísimo, como algunos dicen, la explicación será clara, y diremos, que los judíos conocen la verdad, pero que se empeñan en tergiversarla. No quieren decir lo que sienten, como no habían querido decir que el bautismo de Juan procedía del cielo, siendo así que lo sabían.
Por esto creen algunos que esta parábola no se refiere a los gentiles ni a los judíos, sino simplemente a los pecadores y a los justos. Porque aquéllos se negaron a servir a su señor, obrando mal contra él y después recibieron de San Juan el bautismo de la penitencia, mientras que los fariseos, que llevaban por delante la justicia de Dios y se jactaban de cumplir la Ley, menospreciando el bautismo, no cumplieron la voluntad divina.
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 40
28. Desea a los que considera como reos que sean jueces en su propia causa, para que los que se condenan a sí mismos no merezcan ser absueltos por nadie. Grande es la confianza de la justicia cuando se confía al enemigo su propia causa. A aquellos los representa en parábolas para que no comprendan que se sentencian a sí mismos. Sigue, pues: «Un hombre tenía dos hijos…» ¿Quién es aquel hombre sino Dios, que ha criado a todos los hombres? El, siendo dueño por naturaleza, prefiere ser amado como padre, a ser temido como señor. El hijo mayor era el pueblo gentil y el menor el pueblo judío, pues los gentiles procedían de Noé y los judíos de Abraham. Prosigue: «Y llegando al primero, le dice: hijo, ve hoy…» Hoy, esto es, mientras dura el tiempo de esta vida. Habló no a la cara como un hombre, sino al corazón como Dios, penetrando hasta la inteligencia por medio de los sentidos. Trabajar en su viña, es obrar bien, no sé si alguno de los hombres podrá trabajarla toda.
29a. Los gentiles, habiendo dejado desde el principio a Dios y su justicia, y pasando a adorar los ídolos y al pecado, parece que responden en su interior: No queremos hacer la voluntad de Dios.
29b-31a. Pero arrepentidos, después mintieron a Dios, según aquellas palabras del Salmo: «Hijos extraños me mintieron» (17,46). Y esto es lo que dice: «Mas no fue». Pregunta por lo tanto el Señor: «¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre? Dicen ellos: el primero.» Observa, por lo tanto, cómo se sentencian a sí mismos, diciendo que el primero de los hijos hizo la voluntad del padre (esto es, el pueblo gentil). Porque más vale no ofrecer a Dios obrar bien y hacerlo, que ofrecérselo y mentir.
31b-32. El Señor confirma completamente el juicio de ellos. Por esto sigue: «Jesús les dice: En verdad os digo, que los publicanos y las rameras os irán delante al reino de Dios». Como si dijese: No sólo es mejor que vosotros el pueblo gentil, sino también los publicanos y las rameras.
Yo creo que en los publicanos están representados todos los hombres pecadores y en la persona de las rameras todas las mujeres pecadoras. Pues la avaricia abunda en los hombres y la fornicación en las mujeres. Como la mujer está siempre descansada en la casa le atormenta más la fornicación que nace de la ociosidad. El hombre, como está asiduamente ocupado en varias cosas, suele caer más fácilmente en el pecado de la avaricia, pero en la fornicación no cae con tanta facilidad, a no ser que sea muy lascivo. Porque la ocupación de los hombres suele contrariar a la voluptuosidad, por esto la lascivia es propia de hombres jóvenes que en nada se ocupan. Por lo tanto les manifiesta la causa de ello, diciendo: «Porque vino Juan a vosotros en camino de justicia, y no le creísteis».
También vino en el camino de la justicia de una manera tan evidente que con su trato respetable conmovía los corazones de los pecadores. Por esto sigue: «Y los publicanos y las rameras le creyeron». Considera cómo el buen testimonio del predicador da poder a la predicación para someter aun los corazones indómitos. Prosigue: «Y vosotros viéndolo, ni aun hicisteis penitencia después para creerle», como si dijese: aquéllos hicieron lo que es más creyendo, en cambio éstos ni siquiera hicieron penitencia, lo cual es menos. En esta exposición que hemos desarrollado, según explican muchos, me parece que hay alguna contradicción. Porque si por los dos hijos deben entenderse aquí los judíos y los gentiles, después que los sacerdotes respondieron que el primer hijo fue el que hizo la voluntad de su padre, concluyendo Jesucristo la parábola debió expresarse así: en verdad os digo, que los gentiles os precederán en el reino de Dios. Sin embargo dice que los publicanos y las rameras os precederán en el reino de Dios, con lo que más se refiere a la condición del populacho que a la de los gentiles. A no ser que comprendamos -como se ha dicho antes- que el pueblo de los gentiles agrada más a Dios que vosotros, por lo que los publicanos y las rameras son más aceptables a Dios que vosotros.
Ahora dice esto, porque los sacerdotes no le habían preguntado para aprender, sino para tentarle: «¿Con qué poder haces esto?» Muchos del pueblo habían creído, por eso expone la parábola de los dos hijos, manifestándoles por medio de ella que son mejores las gentes del pueblo que desde el principio profesan la vida seglar, que los sacerdotes que hacen profesión de servir a Dios desde el principio. Pues las gentes del pueblo, una vez arrepentidas, se vuelven a Dios; mientras que los sacerdotes, como impenitentes, nunca dejan de ofender a Dios; por lo tanto, el primer hijo es el pueblo, porque no es el pueblo para los sacerdotes, sino los sacerdotes para el pueblo.
Orígenes, homilia 18 in Matthaeum
31a. De esto se desprende que el Señor habló en esta parábola a aquéllos que ofrecen poco o nada, pero que lo manifiestan con sus acciones, y en contra de aquéllos que ofrecen mucho y que nada hacen de lo que ofrecen.
31b. Mas por esto no puede decirse que el pueblo judío no entrará alguna vez en el reino de Dios, sino que cuando hayan entrado todos los gentiles, entonces entrará el pueblo de Israel (Rom 2,25-26).
Rábano
31b. Puede entenderse también el reino de Dios, por el Evangelio y la Iglesia presente, en que los gentiles preceden a los judíos, porque han querido creer más pronto.
32a. San Juan vino predicando el camino de la justicia, porque señaló a Jesucristo con el dedo diciendo que era la consumación de la ley.
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
San Pedro Crisólogo, obispo y doctor de la Iglesia
Sermón: Alegráos.
Sermón 167: CCL 248, 1025, PL 52, 636.
«Vino a vosotros Juan Bautista, viviendo justamente y no habéis creído en su palabra» (Mt 21,32).
Juan Bautista enseña con palabras y obras. Verdadero maestro, que muestra con su ejemplo, lo que afirma con su lengua. La sabiduría hace al maestro, pero es la conducta lo que da la autoridad… Enseñar con obras es la única regla de aquellos que quieren instruir. Enseñar con palabras es la sabiduría; pero cuando se pasa a las obras, es virtud. El verdadero conocimiento está unido a la virtud: es esta, solo esta la que es divina y no humana…
«En aquellos días, se manifiesta Juan Bautista, proclamando en el desierto de Judea:»Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos»(Mateo 3:1-2). «Convertíos» ¿Por qué no dice: » Alegraos»? «Alegraos, más bien, porque las realidades humanas dan paso a las divinas, las terrestres a las celestes, las temporales a las eternas, el mal al bien, la incertidumbre a la seguridad, la tristeza a la felicidad, las realidades perecederas a aquellas que permanecen para siempre. El reino de los cielos está cerca. Convertíos». Que tu conducta de conversión sea evidente. Tú que has preferido lo humano a lo divino, que has querido ser esclavo del mundo, en vez de vencer al mundo con el Señor del mundo, conviértete. Tú que has huido de la libertad que las virtudes te hubieran procurado, ya que has querido someterte al yugo del pecado, conviértete, conviértete de verdad, tú que por miedo a la Vida, estás condenado a muerte.
Beato Guerrico de Igny, abad cisterciense
Sermón: Convertirse siguiendo la llamada de Juan Bautista.
Sermón 5º para el Adviento.
«Arrepentíos y creed» (cf. Mt 21,32).
Es un gozo para mí, hermanos, evocar con vosotros el camino del Señor… del cual Isaías hace un elogio tan bello: «Habrá… en la tierra árida y en el desierto, un camino y una vía… Esta vía será llamada Vía Sacra» (Is 35, 7-8) porque ella es la santificación de los pecadores y la salvación de los que están perdidos…
«No pasará por ella el impío». Querido Isaías, ¿los que son impuros pasarán por otra vía? ¡Ah no! ¡Que todos vengan por esta vía y que en ella adelanten! Porque es sobretodo para los impuros que Cristo la ha trazado, ya que él «vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido» (Lc 19,10)… ¿Entonces, es que el impuro pasará por la Vía Sacra? ¡Dios no lo quiera! Por muy sucio que esté al pisarla, ya no lo será más cuando pase por ella, porque desde que habrá puesto en ella los pies, desaparecerá su suciedad. En efecto, la Vía Sacra está abierta al hombre impuro pues desde que ella lo acoge, lo purifica borrando todo el mal que ha cometido… No le deja pasar con su suciedad, porque es la «vía estrecha», y por decirlo de otra manera «el ojo de la aguja» (Mt 7,14; 19,24)…
Si tú estás ya en el camino, no te alejes de él; de no ser, así el Señor te dejará errar en el «camino de tu propio corazón» (Is 57,17)… Si encuentras la vía demasiado estrecha, considera el término al que te conduce… Pero si tu mirada no alcanza ver el término, fíate de Isaías, el vidente. Él, que a la vez distinguía entre la estrechez y el término de la vía, añadía: «Sobre este camino marcharán los liberados, los rescatados del Señor; llegarán a Sión con cantos de gozo. Una felicidad sin fin transfigurará su rostro. Tendrán alegría y gozo. Huirán dolores y gemidos » (35, 9-10).
Sermón: Auténtica conversión.
Sermón 1º sobre San Juan Bautista, 2.
«Juan dio testimonio de la verdad… Él era la lámpara que arde y alumbra» (cf Jn 5,35).
Esta lámpara, destinada a llevar la luz al mundo entero, me trae una alegría nueva porque, gracias a ella, he reconocido la luz verdadera que alumbra las tinieblas, pero las tinieblas no la han acogido…”(Jn 1,5) Te podemos admirar, Juan, tú el más grande de los santos. Pero imitar tu santidad nos es imposible. Tú te apresuras a preparar un pueblo bien dispuesto para el Señor entre los publicanos y los pecadores. Es necesario que les hables de una manera adecuada a su condición, con palabras más asequibles que el ejemplo de tu vida. Les propones un modelo de perfección no según tu vida, sino adaptado a la debilidad de las fuerzas humanas.
“Dad, pues, fruto digno de conversión.” (Mt 3,8) Pero nosotros, hermanos, nos gloriamos de hablar mejor de lo que vivimos. En cambio, Juan, cuya vida es más sublime que lo que pueden comprender los hombres, sujeta su lenguaje a la capacidad de comprensión de sus oyentes. “Dad, pues, fruto digno de conversión.” “Os hablo de manera humana, en razón de vuestra debilidad en la carne. Si todavía no sois capaces de hacer el bien en plenitud, que se dé, por lo menos, en vosotros una auténtica conversión y arrepentimiento del mal. Si todavía no sois capaces de dar frutos de justicia perfecta, que por lo menos vuestra perfección consista en dar frutos de auténtica penitencia.”
Isaac de la Stella, monje cisterciense
Sermón: Arrepentirse y creer en la palabra de Dios.
Sermón 1º para el Domingo II de Cuaresma.
«Los publicanos y las rameras llegan antes que vosotros al Reino» (Mt 21,31).
Hermanos, es llegado el momento de salir, cada uno por su lado, del lugar en que nos ha colocado nuestro pecado. Salgamos de nuestra Babilonia para encontrarnos con Dios nuestro Salvador, tal como nos lo dice el profeta: «prepárate, Israel, a salir al encuentro de tu Dios, porque viene» (Am 4,12). Salgamos del abismo de nuestro pecado y aceptemos ir al encuentro del Señor que asume «una carne semejante a la nuestra» (Rm 8,3). Salgamos de la voluntad de pecar y vayamos a hacer penitencia por nuestros pecados. Entonces encontraremos a Cristo: él mismo ha expiado el pecado que de ninguna manera él había cometido. Entonces, el que salva a los penitentes nos concederá la salvación…: «Tiene misericordia con los que se convierten» (Si 12,3 Vulg).
Me diréis:… «¿Quién puede, por sí mismo, salir del pecado?». Sí, verdaderamente, el pecado más grande es el amor al pecado, le deseo de pecar. Sal, pues, de este deseo…, odia el pecado y verás como sales de él. Si tu odias el pecado, has encontrado a Cristo allí donde se encuentra. A los que odian el pecado…, Cristo les perdona las faltas esperando poder arrancar la raíz de nuestros malos hábitos.
Pero vosotros decís que incluso esto es mucho para vosotros y que sin la gracia de Dios le es imposible al hombre odiar su pecado, desear la justicia y quererse arrepentir: «¡Dad gracias al Señor por su misericordia, por las maravillas que hace con los hombres!» (Sal 106,8)… Señor, sálvame de la dejadez de espíritu y de la tempestad… Oh Señor, de mano poderosa, Jesús todopoderoso, tú has liberado a mi razón del demonio de la ignorancia y arrancado mi voluntad de la peste y sus codicias, libera ahora mi capacidad de actuar a fin de que con tus santos ángeles… pueda yo también «ejecutar sus órdenes, pronto a la voz de su palabra» (Sal 102,20).
Uso litúrgico de este texto (Homilías)
- Domingo XXVI del Tiempo Ordinario (A)
- Martes III de Adviento