Mt 20, 1-16: Parábola de los obreros de la viña
/ 19 septiembre, 2014 / San MateoTexto Bíblico
1 Pues el reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. 2 Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. 3 Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo 4 y les dijo: “Id también vosotros a mi viña y os pagaré lo debido”. 5 Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. 6 Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: “¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?”. 7 Le respondieron: “Nadie nos ha contratado”. Él les dijo: “Id también vosotros a mi viña”. 8 Cuando oscureció, el dueño dijo al capataz: “Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros”. 9 Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. 10 Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. 11 Al recibirlo se pusieron a protestar contra el amo: 12 “Estos últimos han trabajado solo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno”.
13 Él replicó a uno de ellos: “Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? 14 Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. 15 ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?”. 16 Así, los últimos serán primeros y los primeros, últimos».
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
San Gregorio Magno, homiliae in Evangelia, 19,1
1-2. El Padre de familia, es decir, nuestro Creador, tiene una viña, esto es, la Iglesia universal, que ha arrojado tantos sarmientos cuantos son los santos que ha producido, desde el justo Abel hasta el último santo que produzca hasta el fin del mundo. En ningún tiempo ha dejado el Señor de mandar predicadores como trabajadores que enviaba para cultivar su viña a fin de que instruyeran a su pueblo. Porque El ha trabajado en el cultivo de su viña, primeramente por los patriarcas, después por los doctores de la Ley y los profetas y últimamente por los apóstoles, como sus operarios. Se puede decir que todo hombre que obra con recta intención es de alguna manera y en cierta medida trabajador de su viña.
La mañana del mundo es el tiempo transcurrido desde Adán hasta Noé y por eso se dice: «Que salió a primera hora de la mañana a contratar obreros para su viña.» Y añade el modo de ajustarlos en estas palabras: «Habiéndose ajustado con los obreros en un denario al día, los envió a su viña.»
3. La hora de tercia, de la que se dice: «Salió luego hacia la hora tercia y al ver a otros que estaban en la plaza parados…» comprende el tiempo que media desde Noé hasta Abraham.
Con razón se llama ocioso a aquel que vive para sí y se recrea en los placeres de su carne, porque ése no trabaja para recoger los frutos de las obras de Dios.
5. La hora de sexta comprende desde Abraham hasta Moisés y la de nona desde Moisés hasta la venida del Señor. Por eso sigue: «Volvió a salir a la hora sexta y a la nona e hizo lo mismo.»
6-7. La hora undécima comprende el tiempo que media desde su venida hasta el fin del mundo. El trabajador de la mañana, de la hora de tercia, de sexta y de nona, es el pueblo judío, que por sus elegidos no cesa de trabajar en la viña del Señor, desde el principio del mundo, esforzándose en honrar a Dios con la rectitud de su fe. Los gentiles son los llamados a la hora undécima. Por eso sigue: «Todavía salió a eso de la hora undécima y, al encontrar a otros que estaban allí, les dice: «¿Por qué estáis aquí todo el día parados?»». Porque estaban ociosos todo el día, sin haber hecho esfuerzo alguno en ninguna de las tan largas épocas del mundo para cultivar su viña; pero reparad en la respuesta que dan cuando fueron preguntados: «Dícenle: «Es que nadie nos ha contratado.» Díceles: «Id también vosotros a la viña.»» Efectivamente, ningún patriarca, ni ningún profeta se había acercado a ellos. ¿Y qué otra cosa significa la contestación: «Ninguno nos ha llamado a jornal», sino el que nadie les había predicado el camino de la vida.
9. «Vinieron, pues, los de la hora undécima y cobraron un denario cada uno.»El mismo denario, que con tanto deseo estuvieron esperando todos, reciben tanto los que trabajaron a la hora undécima, como los que trabajaron desde la primera hora, porque igual recompensa, la de la vida eterna, consiguen los que fueron llamados desde el principio del mundo, como los que vengan a Dios hasta el fin del mundo.
12. «Llevar el peso del día y el calor» es estar fatigado durante el tiempo de una larga vida, por la lucha contra los estímulos de la carne. Pero se puede preguntar: ¿Cómo es posible que murmuren los que son llamados al Reino de los Cielos? Porque el que murmura, no recibe el Reino de los Cielos y el que recibe, no puede murmurar.
11. «Y al cobrarlo, murmuraban contra el propietario» «El murmurar» quiere decir que todos los antiguos patriarcas, a pesar de haber vivido en la justicia, no pudieron entrar en el reino, hasta la venida del Señor y por eso es propio de ellos el haber murmurado. Mientras que nosotros no podemos murmurar, porque a pesar de haber venido a la hora undécima y de haber nacido después de la venida del Mediador, entramos en el reino en seguida que abandonamos nuestros cuerpos.
15 . Y como nosotros recibimos la corona de la bienaventuranza por efecto de la bondad del Señor, añade: «¿Es que no puedo hacer con lo mío lo que quiero?». Grande insensatez del hombre es murmurar contra la bondad de Dios. Porque podría quejarse de Dios cuando no le diera lo que le debe; pero no tiene motivo para formular sus quejas cuando El no da lo que no le debe. Por eso añade con tanta claridad: «¿O va a ser tu ojo malo porque yo soy bueno?».»
16. «Así, los últimos serán primeros y los primeros, últimos.» Muchos vienen a la fe, pero son pocos los que llegan al Reino de los Cielos, porque son muchos los que siguen a Dios con los labios y huyen de El con sus costumbres. De todo esto, podemos sacar dos consecuencias. Primera, que nadie debe presumir de sí mismo. Porque aunque uno haya sido llamado a la fe, no sabe si estará elegido para el Reino; y segunda, que nadie debe desconfiar de la salvación del prójimo, aunque lo vea entregado al vicio, porque todos ignoramos los tesoros de la misericordia de Dios. O de otra manera, nuestra mañana es la niñez; la hora de tercia la adolescencia, porque el calor que en esa edad se desarrolla, es como el del sol cuando sube a lo más elevado de su carrera; la hora de sexta es la juventud, época en que el hombre adquiere toda su robustez y la de nona es la vejez, edad en que falta el calor de la juventud, como al sol cuando se retira de los puestos elevados de su carrera. Por último, la hora undécima, es la edad que se llama decrepitud o veterana.
Estuvieron ociosos hasta la hora undécima todos los que se retrasaron en vivir, según Dios, hasta la hora última. A éstos, sin embargo, los llama el padre de las familias y muchas veces los recompensa en primer lugar, porque mueren y van al reino antes que aquellos, que son llamados desde los primeros años de su infancia.
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 34
1. El padre de familia es Cristo, y el cielo y la tierra son como su única casa y su familia todas las criaturas. Su viña es la justicia, en la que se encuentran todas las clases de justicia, como plantas distintas de una misma viña; por ejemplo, la mansedumbre, la castidad, la paciencia y otras virtudes, todas las cuales están comprendidas en el nombre general de justicia y los cultivadores de esta viña son los hombres. Por eso se dice: «que salió a primera hora de la mañana a contratar obreros para su viña.». Dios ha grabado la justicia en nuestras facultades, no para su utilidad, sino para la nuestra. Sabed, pues, que nosotros somos conducidos a la viña como asalariados. Y así como nadie lleva a un asalariado a su viña con el objeto único de que coma, así también nosotros hemos sido llamados por Cristo al trabajo, no sólo para que obtengamos nuestra utilidad personal, sino para la mayor gloria de Dios; y así como el asalariado se ocupa primero de su trabajo y después de su alimentación diaria, así también nosotros debemos ocuparnos primero de lo que se refiere a la gloria de Dios y después de lo que concierne a nuestra utilidad. Así como el mercenario emplea todo el día en las obras de su señor y sólo consagra una hora para su alimentación, así también nosotros debemos emplear todo el tiempo de nuestra vida en la gloria de Dios y no conceder más que un poco de tiempo a nuestras necesidades temporales y así como el mercenario se avergüenza de entrar en la casa de su señor y de pedirle pan el día en que no trabaja, ¿cómo vosotros no os avergonzáis de entrar en la Iglesia y de estar delante de Dios el día en que no practicáis una obra buena?
3-4. «Salió luego hacia la hora tercia y al ver a otros que estaban en la plaza parados…» Los hombres viven en este mundo vendiendo y comprando y sustentan sus vidas con sus recíprocos engaños.
También podemos decir que es ocioso, no el pecador, porque ése está muerto, sino el que no trabaja en las obras de Dios. ¿Queréis, pues, no estar ociosos? No toméis los bienes de otros y dad los que son vuestros y cultivando la planta de la misericordia, habréis trabajado en la viña del Señor. Sigue: «Y les dijo: “Id también vosotros a mi viña, y os daré lo que sea justo.”»Es de advertir que sólo a los primeros les fija un denario, mientras que somete a los otros a un precio indeterminado, diciéndoles: «Os daré lo que es justo». El Señor sabía que Adán pecaría y que después de él perecerían todos los hombres en el diluvio y para que en ninguna ocasión se pudiese decir que Adán había abandonado la justicia porque ignoraba la recompensa que había de recibir, se concertó con él. Mas no hizo convenio con los otros, porque estaba dispuesto a retribuirles de una manera superior a lo que podía esperar un asalariado.
5. «Volvió a salir a la hora sexta y a la nona e hizo lo mismo.» Unió la hora de sexta con la de nona, porque en ese tiempo llamó al pueblo judío y se reveló con más frecuencia a los hombres para dar todas las disposiciones, porque ya se aproximaba el tiempo como definitivo de la salvación de todos.
8. «Al atardecer, dice el dueño de la viña a su administrador: «Llama a los obreros y págales el jornal, empezando por los últimos hasta los primeros.»»¿Qué es lo que ha concertado con nosotros y cuál el precio de este contrato? La promesa de la vida eterna. Las naciones estaban solas y no conocían a Dios, ni sus promesas.
Advertid que, cuando da la recompensa, es por la tarde y no a la otra mañana. Por consiguiente, tendrá lugar el juicio dentro del presente siglo y entonces se dará a cada uno su recompensa. Y esto por dos razones: primera, porque la recompensa de la justicia es la misma bienaventuranza eterna; de donde resulta, que antes de la eternidad, esto es, en esta vida, tendrá lugar el juicio. Y la segunda, porque el juicio precederá al día de la eternidad, a fin de que los pecadores no vean la felicidad de aquel día.
Sigue: «Dice el Señor a su mayordomo», es decir, el Hijo al Espíritu Santo.
8c. Siempre damos con más gusto a aquéllos a quienes damos alguna cosa gratuitamente, porque entonces concedemos las cosas sólo por nuestra honra. Por consiguiente, dando Dios su recompensa a todos los santos, se muestra justo, y dándosela a los gentiles, misericordioso; según las palabras de San Pablo ( Rom 15,9): «En cuanto a los gentiles, no tienen ellos más que alabar a Dios por su misericordia». Y por eso se dice: «empezando por los últimos hasta los primeros.» El Señor efectivamente, a fin de manifestar su inefable misericordia, da su recompensa; primeramente a los últimos y a los más indignos y después a los primeros. Su excesiva misericordia no tiene en cuenta el orden.
9. «Vinieron, pues, los de la hora undécima y cobraron un denario cada uno.» Todos reciben la misma recompensa: la de la vida eterna. Y esto es justo. Porque el que nació al principio del siglo, no vivió más que el tiempo marcado a su vida; ¿y qué perjuicio le ha resultado con que continuara después de su muerte el mundo? Y los que nacen al final, no viven menos tiempo que los días que les han sido destinados; ¿y qué utilidad les reporta, con respecto al cómputo de su trabajo, que el mundo termine pronto, puesto que cumplen con la tarea de su vida antes del fin del mundo? Además, no depende del hombre el haber nacido antes o después, porque esto depende de la voluntad divina. Y ciertamente, no debe reivindicar para sí el primer puesto el que ha nacido primero, ni debe considerarse como más despreciable al que ha nacido después.
10-12. «Al venir los primeros pensaron que cobrarían más, pero ellos también cobraron un denario cada uno. Y al cobrarlo, murmuraban contra el propietario…» Mas si es verdad lo que hemos dicho, que los primeros y últimos no han vivido ni más ni menos tiempo que el que tenían marcado y a unos y otros ha arrebatado la muerte, ¿qué razón tienen para decir: «… nosotros hemos aguantado el peso del día y el calor.»» Sin duda conocer que está cerca el fin de los tiempos nos da fuerza para alcanzar la justicia. Por ello el Señor, dándonos un arma para la lucha, decía ( Mt 4,17): «El Reino de los Cielos está próximo». Para ellos era motivo de debilidad saber que el mundo duraría aún mucho tiempo. Por esto, si bien no han vivido todo un siglo, sin embargo parece que hubieran soportado el peso de sus cien años. O bien: «el peso de todo el día», son los mandamientos pesados de la ley; «el calor» es la abrasadora tentación del error, inflamada por los espíritus malignos en sus corazones, a fin de irritarlos para emulación de todos estos gentiles. De estos, los que creen en Cristo, salieron libres de los lazos y están a salvo por la plenitud de gracia, que lo resume todo.
11-13. «Y al cobrarlo, murmuraban contra el propietario…»Mas no se quejan de no haber recibido lo que se les había prometido, sino de que los otros hubiesen recibido más de lo que merecían. Esto es propio de los envidiosos, que siempre se quejan de lo que se da a otros como si se les quitara a ellos; de donde resulta que la envidia es hija de la vanagloria y por eso, el que aquí se queja, no se queja de ser el segundo más que por los vivos deseos que tiene de ser el primero. Por esta razón, rechaza el Señor este movimiento de la envidia diciendo: «¿No te ajustaste conmigo en un denario?»
16. «Así, los últimos serán primeros y los primeros, últimos.» Llama a los primeros postreros y a los postreros primeros, no porque los postreros sean más dignos que los primeros, sino para manifestar que la época diferente de su vocación no establece entre ellos diferencia alguna. Las palabras: «Muchos son los llamados y pocos los escogidos»; no se refieren a los santos de que hemos hablado arriba, sino a las naciones, entre las que habrá muchos que serán llamados y pocos los que serán escogidos.
Orígenes, homilia 10 in Matthaeum
2. «Habiéndose ajustado con los obreros en un denario al día, los envió a su viña.» Podemos decir que todo el siglo presente no es más que un solo día. Porque aunque para nosotros es mucho un siglo, para la vida de Dios es un tiempo muy corto.
Yo soy de opinión, que la palabra denario se aplica a la salud.
3. «Salió luego hacia la hora tercia y al ver a otros que estaban en la plaza parados…» La plaza es todo lo que está fuera de la viña, esto es, de la Iglesia de Cristo.
4. «Y les dijo: “Id también vosotros a mi viña, y os daré lo que sea justo.”»Porque El había invitado a los trabajadores de la hora de tercia para toda la obra y se reservó el distribuirles la recompensa justa hasta después de ver lo que habían trabajado. Porque podían haber trabajado lo mismo que los que estaban desde por la mañana muy temprano, desplegando en poco tiempo una energía de trabajo que compensase la falta de trabajo de por la mañana.
6b. Las palabras: «Por qué estáis aquí todo el día parados?»» ( Mt 20,6) no se dirigen a los que habiendo comenzado por el espíritu, concluyen por la carne, si después vuelven al espíritu para vivir otra vez espiritualmente. Y no decimos esto para disuadir a los hijos lascivos, que han gastado con su vida lujuriosa todos los tesoros evangélicos, a que vuelvan a la casa de su Padre, sino para hacer ver que hay una gran diferencia entre ellos y aquellos que pecaron en su juventud, cuando aún no tenían conocimiento de lo que enseña la fe.
8. «Al atardecer, dice el dueño de la viña a su administrador: «Llama a los obreros y págales el jornal, empezando por los últimos hasta los primeros.»» Dice a su mayordomo, esto es, a alguno de los ángeles destinado a distribuir las recompensas o también a uno de los numerosos administradores, según aquellas palabras de San Pablo ( Gál 4,2): «Que el heredero, mientras es pequeño, está bajo el poder de los administradores y tutores».
8b. Mas los primeros trabajadores, que no tienen más testimonio que el de su fe, no recibieron la promesa de Dios porque el Padre de familia nos ha reservado a nosotros alguna cosa mejor, no queriendo que sean terminadas sus obras sin nuestros trabajos. Nosotros que somos de Cristo y que hemos alcanzado su misericordia, esperamos recibir la recompensa antes que los demás, mientras que los que trabajaron inicialmente, la tendrán después que nosotros, por eso se dice: «Llama a los obreros y págales el jornal…»
13-14. Pueda ser que dirigiera a Adán estas palabras: «No te hago ninguna injusticia. ¿No te ajustaste conmigo en un denario?… Pues toma lo tuyo y vete.» El denario, esto es, la salvación es lo tuyo; yo quiero dar a este último tanto como a ti. Se puede creer, sin faltar a la verdad, que este último, que trabajó una hora y sin duda más que los que le precedieron, es el apóstol San Pablo.
Remigio
1. Habiendo dicho el Señor: «Que muchos de los que están los primeros serán los últimos y los últimos los primeros» ( Mt 19,29), añade, en apoyo de esta verdad, la siguiente parábola: «En efecto, el Reino de los Cielos es semejante a un propietario que salió a primera hora de la mañana a contratar obreros para su viña.»
2. El denario era una moneda que valía antiguamente diez ases y que tenía la efigie del emperador. Con razón, pues, el denario representa en este pasaje la recompensa por la observancia del Decálogo. Por eso el Señor dice de una manera significativa: «Habiéndose ajustado con los obreros en un denario al día, los envió a su viña.». Porque en el campo de la Iglesia trabajan todos por la esperanza de una recompensa futura.
8. «Al atardecer, dice el dueño de la viña a su administrador: «Llama a los obreros y págales el jornal, empezando por los últimos hasta los primeros.»» Nuestro Señor Jesucristo es el Padre de familia y el mayordomo de la viña; como también es Él mismo la puerta y el portero. Porque El es quien ha de venir a juzgarnos y a dar a cada uno según sus obras y cuando reuniere a todos en su juicio, para que cada uno reciba según sus obras, entonces es cuando llama a los trabajadores y les da la recompensa.
13. «Pero él contestó a uno de ellos: «Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No te ajustaste conmigo en un denario?» Por este «uno» pueden entenderse todos los judíos, que recibieron la fe y a quienes el Señor llama, por razón de esta misma fe «amigos».
14. «Pues toma lo tuyo y vete. Por mi parte, quiero dar a este último lo mismo que a ti.»Es decir, recibid vuestra recompensa y marchaos a la gloria. Yo quiero dar a este último, esto es, al pueblo gentil (según sus méritos) tanto como a vosotros.
15b-16. «¿O va a ser tu ojo malo porque yo soy bueno?».» El ojo significa la intención. Los judíos tuvieron un ojo malvado, es decir, una intención perversa, porque tenían envidia de la salud de los gentiles. Las palabras del Señor: «Así, los últimos serán primeros y los primeros, últimos.» Nos dan a entender el objeto que se propuso el Señor en esta parábola, es decir, manifestarnos el tránsito de los judíos, desde la cabeza a la cola y el tránsito nuestro, desde la cola a la cabeza.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 64,3-4
La diferencia de las almas de los trabajadores está bien marcada en el hecho de ser llamados unos por la mañana, otros a la hora de tercia y así sucesivamente. El Señor los llamó a todos cuando estaban en disposición de obedecer, cosa que hizo con el buen ladrón, a quien llamó el Señor cuando vio que obedecería. Mas si dicen: «Porque ninguno nos ha llamado a jornal» ( Mt 20,7), es preciso tener presente, como ya hemos dicho antes, que no debemos investigar todos los detalles de la parábola, además de que no es el Salvador quien dice eso, sino los trabajadores. Y en el mismo hecho del Salvador, en cuanto está de su parte, llamar a todos a la primera hora, significa que el Salvador no excluyó a nadie como lo indican las siguientes palabras: «Salió muy de mañana a ajustar trabajadores» ( Mt 20,1).
16. «Así, los últimos serán primeros y los primeros, últimos.» En estas palabras( Mt 20,16) indica el Señor de una manera encubierta que se refería a los que resplandecieron primero en la virtud y después la despreciaron; y además, a aquellos que se separaron del mal y se sobrepusieron a muchos. Esta parábola fue, pues, compuesta con el objeto de avivar más los deseos de aquellos que se convertían al Señor en sus últimos años y que por lo mismo tenían la idea de que ellos recibirían menos recompensa que los demás.
San Agustín
8c. «…Empezando por los últimos hasta los primeros.» Los últimos son considerados como los primeros porque se les ha diferido su recompensa por menos tiempo (de spiritu et littera, 24).
13. «¿No te ajustaste conmigo en un denario?» Da a todos un denario, recompensa de todos, porque a todos será igualmente dada la misma vida eterna. Habrá en la vida eterna, en la casa del Padre, muchas moradas y resaltará en ellas, de un modo diferente, el brillo de los méritos de cada uno. El denario, que es el mismo para todos, significa, que todos vivirán el mismo tiempo en el cielo y la diferencia de mansiones, indica la gloria distinta de los santos (de sancta virginitate, 26).
mn
San Jerónimo
13-14. «No te hago ninguna injusticia. ¿No te ajustaste conmigo en un denario?… Pues toma lo tuyo y vete. Por mi parte, quiero dar a este último lo mismo que a ti.»El denario tiene la efigie del rey. Habéis recibido, pues, la recompensa que os he prometido, es decir, mi imagen y semejanza, ¿qué más queréis? Y vosotros deseáis, no tanto el recibir más, como el que otro no reciba nada. Tomad lo vuestro y marchaos.
Rábano
8. Es justo que, después de haberles tomado el Señor cuenta de los trabajos del día, llegue el momento tan deseado de la recompensa: «Al atardecer…»»; esto es, cuando el día de todo el universo se fuere inclinando hacia la tarde de la consumación de todas las cosas.
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
San Gregorio Magno, papa y doctor de la Iglesia
Homilía: Los trabajadores de la viña del Señor
Homilías sobre el Evangelio, n° 19
«El Reino de los cielos se parece a un propietario…» (Mt 20,1).
El Reino de los cielos se compara a un padre de familia que contrata trabajadores para cultivar su viña. Sin embargo ¿quién puede ser más justamente comparado con este padre de familia que nuestro Creador, que gobierna lo que ha creado, y ejerce en este mundo el derecho de propiedad sobre sus elegidos como un maestro sobre los servidores que tiene en su casa? Posee una viña, la Iglesia universal, que ha tenido siempre, por así decirlo, sarmientos que han producido santos, desde Abel, el justo, hasta el último elegido que nacerá al final del mundo.
Este Padre de familia contrata trabajadores para cultivar su viña, desde el amanecer, a la hora tercera, a la sexta, en la novena y a la 11ª hora, ya que no ha cesado, del comienzo del mundo hasta el final, de reunir predicadores para instruir a la multitud de fieles. El amanecer del día, para el mundo, era desde Adán a Noé; la tercera hora, de Noé a Abraham; la sexta, de Abraham a Moisés; la novena, de Moisés hasta la llegada del Señor; y la 11ª hora, de la venida del Señor hasta el final del mundo. Los santos apóstoles han sido enviados para anunciar en esta última hora, y aunque han llegado tarde, han recibido un salario completo.
El Señor no deja en ningún momento de enviar obreros para cultivar su viña, es decir para enseñar a su pueblo. Porque mientras hacía fructificar las buenas costumbres de su pueblo por los patriarcas, y luego por los doctores de la ley y los profetas, y, por último, los apóstoles, trabajaba, en cierto modo, cultivando su viña por medio de sus trabajadores. Todos aquellos que, a una fe recta, han unido las buenas obras, han sido los obreros de esta viña.
Los trabajadores del principio del día, de la tercera, de la sexta y de la novena hora representan, pues, el antiguo pueblo hebreo, que, se aplica… desde el comienzo del mundo, a dar culto a Dios con una fe recta, y por tanto, no ha cesado, por así decirlo, de trabajar en el cultivo de la vid. Pero a la 11ª hora, son llamados los paganos, y es a ellos a quienes se destinan estas palabras: «¿por qué habéis estado allí, toda la jornada, sin hacer nada? » pues a lo largo de mucho tiempo, los paganos se habían descuidado de trabajar para la vida eterna, y estaban ahí, en cierta forma, toda la jornada, sin hacer nada. Pero observad, hermanos, lo que responden a la pregunta que se les ha planteado: «porque nadie nos ha contratado». En efecto, ningún patriarca, ni ningún profeta habían llegado a ellos. Y ¿qué quiere decir: «nadie nos ha contratado para trabajar» sino: «nadie nos ha predicado el camino de la vida»?
Pero nosotros, ¿qué excusa pondremos, si no hacemos buenas obras? Recordemos que hemos recibido la fe, al salir del seno de nuestra madre, escuchado las palabras de vida desde nuestra cuna, y fueron las ubres de la santa Iglesia el alimento de la doctrina celestial al mismo tiempo que la leche materna.
Podemos repartir estas diversas horas del día entre los años de vida del hombre. El amanecer, es la infancia de nuestra inteligencia. La tercera hora puede aplicarse a la adolescencia, porque el sol deslumbra ya, por decirlo así, desde la altura, en los ardores de la juventud que empiezan a calentarse. La sexta hora, es la edad de la madurez: el sol se establece allí como su punto de equilibrio, ya que el hombre está en la plenitud de su fuerza. La novena hora designa la vejez, dónde el sol desciende, en cierto modo, desde lo alto del cielo, para que los ardores de la edad madura se refresquen. En fin, la undécima hora es la edad que se nombra como vejez avanzada…
Unos son conducidos a una vida honrada desde la infancia, otros durante la adolescencia, otros en la edad madura, otros en la vejez y otros por fin en edad muy avanzada, es como si fueran llamados a la vid, a diferentes horas del día. Examinad pues vuestro modo de vivir, hermanos, y ved si vosotros actuáis como obreros de Dios. Reflexionad bien, y considerad si trabajáis en la vid del Señor… El que se descuidó de vivir para Dios hasta su última edad, es como el obrero que ha estado sin hacer nada hasta la undécima hora… «¿Por qué habéis estado todo el día sin hacer nada?» Es como si dijéramos claramente: «Si no habéis querido vivir para Dios durante vuestra juventud y edad madura, arrepentíos, por lo menos, en vuestra última edad… Venid, a pesar de todo, hacia los caminos de la vida»… ¿No fue a la undécima hora cuando el ladrón regresó? (Lc 23,39s) No fue por su edad avanzada, sino por el suplicio con que se encontró al llegar a la tarde de su vida. Confesó a Dios sobre la cruz, y expiró casi en el momento en el que el Señor le daba su sentencia. Y el Dueño de todo, admitiendo al ladrón antes que a Pedro en el descanso del paraíso, distribuyó bien el salario comenzando por el último.
San Cirilo de Jerusalén, obispo y doctor de la Iglesia
Catequesis: El hombre de la hora undécima
Catequesis bautismal, 13.
«Amigo, no te hago ninguna injusticia» (Mt 20,13).
Uno de los ladrones crucificados con Jesús exclamó: «¡Acuérdate de mi, Señor! Es ahora que me dirijo a ti… No te voy a decir mis obras porque me hacen temblar. Cualquier hombre se siente bien dispuesto hacia su compañero de camino, y aquí me tienes como compañero de camino hacia la muerte. Acuérdate de mi, tu compañero de viaje, no ahora, sino cuando llegues a tu Reino» (Lc 24,42).
¿Cuál es el poder que te ha iluminado, buen ladrón? ¿Quién te ha enseñado a adorar así al que es despreciado y crucificado contigo? ¡Oh luz eterna que iluminas a los que viven en tinieblas! (Lc 1,79) «Ánimo… En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso, puesto que hoy has escuchado mi voz y no se te ha endurecido el corazón (Sal 94,8). Porque Adán desobedeció, pronto fue expulsado del huerto del paraíso… Tú que hoy obedeces a la fe, hoy serás salvado. Para Adán, el árbol fue ocasión de caída; a ti, el árbol te hace entrar en el paraíso…
Oh gracia inmensa e inexpresable: Abraham, el fiel por excelencia, no había todavía entrado cuando entra el ladrón. Pablo se siente lleno de estupor y dice: «¡Allí donde creció el pecado, más desbordante fue la gracia!» (Rm 5,20). Los que habían trabajado todo el día, no habían entrado todavía en el Reino, y a él, el hombre de la hora undécima, se le admite sin hacerle esperar. Que nadie murmure contra el dueño: «No hago ninguna injusticia a nadie. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos?» El ladrón quiere ser justo…, me basta su fe… Yo, el pastor, he encontrado la oveja perdida, y la cargo sobre mis hombros (Lc 15,5) porque ella me ha dicho: «Me he equivocado, pero acuérdate de mi, Señor, cuando llegues a tu Reino».
San Agustín, obispo
Sermón: Dios nos cultiva.
Sermón 87
Los obreros de la undécima hora (Mt 20, 1-16).
1. En el santo Evangelio habéis oído una parábola que se adecua al momento presente. Versa sobre los obreros de la viña. Estamos en la época de la vendimia física; hay, sin embargo, otra vendimia espiritual en la que Dios goza ante el fruto de su viña. Nosotros damos culto a Dios, y Dios nos cultiva a nosotros. Pero nuestro culto a Dios no es tal que con él le hagamos mejor, pues no le tributamos culto con el arado, sino con la adoración. Él, en cambio, nos cultiva igual que un agricultor cultiva a su campo. Por tanto, el hecho de que él nos cultive nos hace mejores, porque también el agricultor con el cultivo mejora su campo. Y él busca en nosotros el fruto: que le demos culto a él. El cultivo que él realiza en nosotros consiste en que no cesa de extirpar con su palabra la mala semilla de nuestros corazones, de abrir nuestro corazón con su palabra como con un arado, de plantar las semillas de los preceptos y de esperar el fruto de la piedad. En efecto, si aceptamos en nuestro corazón este cultivo de forma que le demos culto debidamente, no somos ingratos para con nuestro agricultor, sino que le pagamos con el fruto que le agrada. Y este nuestro fruto no le enriquece a él, pero a nosotros nos hace más dichosos.
2. Ved y escuchad que —como he dicho— Dios nos cultiva a nosotros. Que nosotros tributamos culto a Dios no es necesario que os lo demuestre. En efecto, toda persona tiene en la boca que los hombres dan culto a Dios. En cambio, que Dios cultiva a los hombres es algo que casi asusta a quien lo oye, puesto que no es habitual decir que Dios cultiva a los hombres, sino que los hombres dan culto a Dios. Debo, pues, demostraros que también Dios cultiva a los hombres, no sea que se piense que he empleado una palabra poco afortunada y alguno discuta conmigo en su interior y, desconociendo lo que he dicho, me reprenda. Lo que me he propuesto demostraros a vosotros es esto: que también Dios nos cultiva; pero ya dije: para hacernos mejores, como al campo. Dice el Señor en el Evangelio: Yo soy la vid y vosotros los sarmientos (Jn 15,5), y mi Padre, el agricultor (Jn 15,1). ¿Qué hace el agricultor? Os lo pregunto a vosotros que sois hombres del campo. ¿Qué hace el agricultor? Pienso que cultiva el campo. Por tanto, si Dios Padre es agricultor, tiene un campo que cultivar del que espera el fruto.
3. Más aún, como dice el mismo Señor Jesucristo, plantó una viña y la arrendó a unos labradores que habían de darle el fruto a su debido tiempo. También les envió a sus siervos para que exigiesen el beneficio producido por la viña. Aquellos, sin embargo, los llenaron de afrentas; a otros hasta les dieron muerte y rehusaron entregarles el fruto. Envió aún a otros, que padecieron un trato similar (Cf Mt 21,34-36). Y se dijo el padre de familia, el cultivador de su campo, que plantó y arrendó su viña: Enviaré a mi hijo único; quizá a él le respeten. Y envió —dice— también a su hijo (Mt 21,37). Los arrendatarios comentaron entre sí: Este es el heredero; venid, démosle muerte y será nuestra la herencia. Y le dieron muerte y lo arrojaron fuera de la viña. Cuando llegue el señor de la viña, ¿qué hará con esos malos colonos? Se le respondió: Hará perecer de mala manera a esos malvados y arrendará su viña a otros agricultores que le devuelvan el fruto a su tiempo (Mt 21,37-41). Se plantó la viña al depositar la ley en los corazones de los judíos. Fueron enviados los profetas a buscar el fruto, o sea, su rectitud de vida. Estos profetas recibieron afrentas y hasta la muerte. Fue enviado también Cristo, el hijo único del padre de familia, y dieron muerte al heredero y, por ello, perdieron la herencia. Su malvada decisión les produjo el efecto contrario. Para poseerla, le dieron muerte y, por haberle dado muerte, la perdieron.
4. Ahora habéis escuchado también una semejanza tomada del santo Evangelio: El reino de los cielos es semejante a un padre de familia que salió a contratar obreros para su viña (Mt 20,1). Salió de mañana y llevó a los que encontró, y convino con ellos en darles un denario por salario. Salió también hacia las nueve de la mañana, encontró a otros y los condujo al trabajo en la viña. Y lo mismo hizo hacia el mediodía y hacia las tres de la tarde. Salió también hacia las cinco de la tarde, casi al final de la jornada, y encontró a algunos que estaban parados e inactivos, y les dijo: ¿Qué hacéis ahí parados? ¿Por qué no estáis trabajando en mi viña? Respondieron: «Porque nadie nos ha llevado». «Venid también vosotros —les dijo— y os daré lo que sea justo». Le plugo darles un denario. ¿Cómo se iban a atrever a esperar un denario éstos que no iban a trabajar más que una hora? Con todo, se alegraban de que iban a recibir algo. Fueron conducidos también estos para trabajar durante una hora. Concluida la jornada mandó que se pagase a cada uno el salario, empezando por los últimos hasta los primeros. Comenzó a pagar a los que habían llegado a las cinco de la tarde y mandó que se les diese un denario. Los que habían venido a primera hora, viendo que los últimos en llegar habían recibido un denario, la cantidad pactada, esperaron recibir algo más; cuando les llegó el turno, recibieron el denario. Murmuraron contra el padre de familia, diciendo: «Advierte que a nosotros, que soportamos el fuego y el calor del día, nos equiparaste e igualaste con los que sólo trabajaron una hora en la viña». Y el padre de familia, respondiendo con toda justicia a uno de ellos, lo dijo: «Compañero, no te he hecho agravio alguno, es decir, no te he defraudado; te pagué según lo pactado. No te defraudé en nada, porque te di lo convenido. Lo de éste no es paga, sino un donativo. ¿No me es lícito hacer lo que quiero con lo que es mío? ¿Acaso tu ojo tiene celos de que yo sea bueno? Si quitase a alguien algo que no es mío, con razón se me reprendería en cuanto defraudador e injusto; si a alguno no devolviese lo que le debo, se me reprocharía con razón al estafar y rehusar lo debido a otros; pero si, al contrario, pago lo debido y a quien quiero le añado incluso un regalo, no me puede reprender mi acreedor, pero sí debe alegrarse más el que recibió mi donativo». No había nada que responder; todos fueron equiparados y los últimos pasaron a ser los primeros y los primeros los últimos, porque se los igualó a todos, no porque se invirtiese el orden (Cf Mt 20,1-16). ¿Qué significa que los últimos fueron los primeros y los primeros los últimos? Que recibieron exactamente lo mismo los primeros y los últimos.
5. ¿Qué sentido tiene, entonces, el haber comenzado a pagar por los últimos? ¿No han de recibir todos —según leemos— la recompensa al mismo tiempo? En efecto, en otro pasaje del Evangelio leemos que ha de decir a los que ponga a su derecha: Venid, benditos de mi Padre, recibid el reino preparado para vosotros desde el inicio del mundo (Mt 25,34). Si, pues, todos han de recibir la recompensa a la vez, ¿cómo vemos aquí que los obreros de las cinco de la tarde fueron los primeros en recibirla y los de las seis de la mañana los últimos? Si logro decirlo en forma que vosotros lo entendáis, gracias sean dadas a Dios. Es a él a quien debéis agradecerlo, a él, que os da sirviéndose de mí; pues no os doy de lo mío. Si, por ejemplo, con referencia a dos personas, preguntas quién recibió primero, si la que recibió después de una hora o la que lo hizo después de doce, todo hombre responderá que recibió antes la primera de las dos. Del mismo modo, aunque todos hayan recibido a la misma hora, no obstante, puesto que unos recibieron después de una hora y otros después de doce, se dice que recibieron antes los que recibieron tras un breve espacio de tiempo. Los primeros justos como Abel, como Noé, llamados en cierto modo a las seis de la mañana, recibirán la felicidad de la resurrección al mismo tiempo que nosotros. Otros justos posteriores a ellos, como Abrahán, Isaac, Jacob y sus contemporáneos, llamados como a las nueve de la mañana, recibirán la felicidad de la resurrección al mismo tiempo que nosotros. Otros justos, Moisés y Aarón y los que con ellos fueron llamados como a mediodía, recibirán la felicidad de la resurrección con nosotros. Después de éstos, los santos profetas, llamados como a las tres de la tarde, recibirán la misma felicidad con nosotros. Al final del mundo, todos los cristianos, como llamados a las cinco de la tarde, han de recibir la felicidad de la resurrección con ellos. Todos la han de recibir al mismo tiempo, pero ved después de cuánto tiempo la reciben los primeros. Si, pues, los primeros la recibieron después de mucho tiempo y nosotros después de poco, aunque la recibamos contemporáneamente, se tiene la impresión de que nosotros la recibimos los primeros, porque nuestra recompensa no se hará esperar.
6. En la recompensa seremos, pues, todos iguales: los últimos como los primeros y los primeros como los últimos, porque el denario es la vida eterna y en la vida eterna todos serán iguales. Aunque unos brillarán más, otros menos, según la diversidad de los méritos, por lo que respecta a la vida eterna será igual para todos. No será para uno más largo y para otro más corto lo que en ambos casos será sempiterno; lo que no tiene fin, no lo tendrá ni para ti ni para mí. De un modo estará allí la castidad conyugal y de modo distinto la integridad virginal; de un modo el fruto del bien obrar y de otro la corona del martirio. Un estado de vida de un modo, otro estado de otro; sin embargo, por lo que respecta a la vida eterna, ninguno vivirá más que el otro. Viven igualmente sin fin, aunque cada uno viva en su propia gloria. Y el denario es la vida eterna. No murmure, pues, el que lo recibió después de mucho tiempo contra el otro que lo recibió tras poco. A uno se le da como recompensa, a otro se le regala; pero a uno y a otro se otorga lo mismo.
7. Existe también en esta vida algo semejante. Dejemos de lado la solución de esta parábola, según la cual a las seis de la mañana fueron llamados Abel y los justos de su época; a las nueve, Abrahán y los justos de su época; a mediodía, Moisés y Aarón y los justos de su época; a las tres de la tarde, los profetas y los justos contemporáneos suyos, y a las cinco de la tarde, como al final del mundo, todos los cristianos. Dejando de lado esta explicación de la parábola, también en nuestra propia vida puede advertirse una semejanza que la explica. Se toman como llamados a las seis de la mañana quienes empiezan a ser cristianos nada más salir del seno de su madre como a las seis de la mañana, los muchachos; como a mediodía, los jóvenes; como a las tres de la tarde, los que se encaminan a la vejez, y como a las cinco de la tarde, los ya totalmente decrépitos. Todos, sin embargo, han de recibir el único denario de la vida eterna.
8. Pero prestad atención y comprended, hermanos míos, no sea que alguien difiera venir a la viña, apoyado en la seguridad de que venga cuando venga ha de recibir el mismo denario. Sin duda tiene la seguridad de que se le promete el mismo denario, pero no se le manda postergar el ir a la viña. Pues ¿acaso los que fueron conducidos a la viña, cuando el padre de familia salió a las nueve de la mañana para llevar a la viña a los que encontrara y los llevó, le dijeron, por ejemplo: «Espera; no iremos allí hasta mediodía»? ¿O los que encontró a mediodía: «No iremos hasta las tres de la tarde »? ¿O los de las tres de la tarde: «No iremos hasta las cinco? Si a todos vas a dar exactamente lo mismo, ¿por qué hemos de fatigarnos nosotros más?» Lo que el padre de familia ha de dar y lo que ha de hacer es decisión suya; tú vete cuando te llamen. La recompensa se promete igual para todos, pero lo referente a la hora de emprender el trabajo plantea una gran cuestión. Pues si, por ejemplo, los que fueron llamados a mediodía, es decir, los que se hallan en la edad física en que los años jóvenes arden como arde también el mediodía; si esos jóvenes llamados dijeran: «Espera, pues hemos oído en el Evangelio que todos han de recibir una única recompensa; iremos cuando nos hagamos viejos, a las cinco de la tarde; habiendo de recibir lo mismo, ¿para qué fatigarnos?» Estos obtendrían como respuesta: «¿No quieres fatigarte, tú que ignoras si has de vivir hasta la senectud? Te llaman a mediodía, vete entonces. El padre de familia te prometió ciertamente el denario aunque fueras a las cinco de la tarde; pero nadie te ha prometido vivir hasta la una de la tarde. No digo hasta las cinco; ni siquiera hasta la una. ¿Por qué, pues, difieres seguir a quien te llama, teniendo la certeza de la recompensa y la incertidumbre respecto al día? Pon atención, no sea que, con tu dilación, te prives tú mismo de lo que lo que él te ha de dar, conforme a su promesa». Si esto es válido aplicado a los bebés, como llamados a las seis de la mañana; referido a los muchachos, como pertenecientes a las nueve; a los jóvenes, en cuanto puestos en el ardor del mediodía, con cuánta mayor razón ha de decirse a los decrépitos: «Ve que ya son las cinco de la tarde y aún estás ahí plantado; ¿eres perezoso para venir?»
9. ¿O acaso no salió el padre de familia a buscarte a ti? Si no salió, ¿de qué estoy hablando? Es cierto que soy un siervo de su familia y he sido enviado a reclutar obreros. ¿Qué haces, entonces, ahí plantado? Has llegado ya al fin de tus años, apresúrate a buscar el denario. En esto consiste el salir del padre de familia: en darse a conocer, pues quien está en casa está escondido, y no le ven quienes están fuera; le ven cuando sale de casa. Cuando no se le comprende ni se le reconoce, Cristo está oculto; en cambio, cuando se le reconoce, sale a contratar obreros. Para hacerse conocer sale de lo oculto: Cristo es conocido, en todas partes se le predica; todo lo que está bajo el cielo proclama su gloria. Entre los judíos fue en cierto modo objeto de mofa y de reprensión; le vieron humilde y le despreciaron. De hecho, ocultaba su majestad, dejaba patente su debilidad. Despreciaron en él lo que saltaba a la vista, y desconocieron lo que estaba oculto. Si le hubiesen conocido, nunca hubiesen crucificado al Señor de la gloria (Cf 1Co 2,8). ¿Acaso hay que despreciarle ahora cuando está sentado en el cielo, dado que fue despreciado cuando colgaba del madero? Quienes le crucificaron agitaron su cabeza y de pie ante la cruz, como recogiendo el fruto de su crueldad, en tono de insulto, le decían: Si es el Hijo de Dios, baje de la cruz. Salvó a otros, ¿y no puede salvarse a sí mismo? Baje de la cruz y creeremos en él (Mt 27,39-42). No descendía porque se mantenía oculto. Pues él que pudo resucitar del sepulcro, con mucha mayor facilidad podía bajar de la cruz. Pensando en instruirnos a nosotros, manifestaba su paciencia, difería mostrar su poder, y no fue reconocido. De hecho, entonces aún no había salido a reclutar obreros; no había salido, no se había dado a conocer. Al tercer día resucitó, se manifestó a sus discípulos, subió al cielo y, a los cincuenta días de su resurrección, diez después de su ascensión, envió el Espíritu Santo. El Espíritu Santo, una vez enviado, llenó a todos: los ciento veinte hombres que se encontraban en un salón (Cf Hch 1,15). Llenos del Espíritu Santo, comenzaron a hablar las lenguas de todos los pueblos (Cf Hch 2,1-4): se hizo manifiesta la llamada, salió él a reclutar obreros. Comenzó, en efecto, a manifestarse a todos el poder de la verdad. Pues entonces, tras recibir al Espíritu Santo, incluso uno solo hablaba las lenguas de todos los pueblos. Ahora, en cambio, en la Iglesia, la misma unidad, como una sola persona, habla en las lenguas de todos los pueblos. ¿A qué lengua no ha llegado la religión cristiana? ¿A qué confines no ha llegado? Ya no existe quien se esconda de su calor (Sal 18,7); ¡y todavía se demora quien se halla parado en la última hora hábil!
10. Está, por tanto, claro, hermanos míos; está del todo claro; retenedlo, estad seguros de que, cuando uno se convierte a la fe en nuestro Señor Jesucristo, abandonando el propio camino por inútil o por estar lleno de maldad, él le perdona todos los pecados pasados y, como teniendo condonadas todas sus deudas, estipula con él un contrato completamente nuevo. Se le perdona absolutamente todo. Nadie sienta preocupación de que le quede algo sin perdonar. Pero, al mismo tiempo, nadie tenga una descaminada seguridad. Pues estas dos cosas dan muerte al alma: o la desesperación, o una aberrante esperanza. Oíd unas pocas palabras acerca de estos dos males. Pues del mismo modo que la esperanza buena y recta libera, así la esperanza desnortada engaña. Considerad primero cómo engaña la desesperación. Hay hombres que, comenzando a pensar en el mal que hicieron, piensan que no se les puede perdonar, y mientras piensan eso, entregan ya su alma a la perdición, perecen por su desesperación, diciendo en su interior: «No hay esperanza ya para nosotros y no se nos pueden perdonar los pecados tan graves que hemos cometido; ¿por qué, pues, no satisfacemos nuestros apetitos? Dado que quedaremos sin recompensa en el futuro, al menos ahora saturémonos de placer. Dado que no merecemos recibir la dulzura eterna, hagamos lo que nos agrada, aunque sea ilícito, para tener al menos la temporal». Al decir esto, perecen por su desesperación, tanto si aún no han venido a la fe, como si ya son cristianos, pero que, viviendo mal, han venido a dar en algunos pecados y crímenes. Se acerca a ellos el Señor de la viña y, como a gentes sin esperanza que dan la espalda a quien les cita, llama a sus puertas y les grita por medio del profeta Ezequiel: El día, sea el que sea, que un hombre se convierta de su pésimo camino olvidaré todas sus maldades (Ez 18,21). Tras haber escuchado y dado crédito a esta voz, alejados de la desesperación se restablecen y emergen de la profundísima vorágine en que estaban sumergidos.
11. Pero éstos han de temer caer en otra vorágine y que, después de evitar la muerte por desesperación, la encuentren por su aberrante esperanza. Cambian, en efecto, sus pensamientos, muy distantes unos de otros, pero no menos perniciosos, y de nuevo comienzan a decir en sus corazones: «El día, sea el que sea, que me convierta de mi extraviado camino, el Dios misericordioso olvidará todas mis iniquidades, como prometió verazmente por boca del profeta; si esto es así, ¿por qué convertirme hoy y no mañana? ¿Por qué hoy y no mañana? Transcurra el día de hoy como el de ayer; transcurra envuelto en el más depravado placer, en el abismo de la lujuria; revuélquese en la delectación mortífera; mañana me convertiré y será el fin». Se te responde: «¿El fin de qué?» Dices: «De mis maldades». Bien, alégrate, de que el día de mañana será el fin de tus maldades. ¿Y qué, si tu fin llega antes de mañana? Así, pues, tienes razón al alegrarte de que Dios te ha prometido el perdón de tus maldades una vez convertido; pero nadie te ha prometido el día de mañana. O si tal vez te lo prometió el astrólogo, él es alguien muy distinto de Dios. A muchos engañaron los astrólogos, pues con frecuencia hasta a sí mismos se prometieron ganancias y hallaron pérdidas. Por tanto, también pensando en estos que esperan de forma indebida, sale el padre de familia. Del mismo modo que, recuperándolos para la esperanza, salió hasta los que indebidamente habían perdido la esperanza y por su desesperación habían perecido, así sale también hacia los que con su equivocada esperanza quieren perecer, diciéndoles en otro libro: No tardes en convertirte al Señor (Si 5,8). A aquellos les había dicho: El día, cualquiera que sea, que un hombre se convierta de su camino pésimo, olvidaré todas sus maldades (Ez 3,1), quitándoles la desesperación por la que habían entregado su alma a la perdición, al no esperar absolutamente ningún perdón. Del mismo modo se acerca a los que quieren perecer a base de esperanza y dilación y les dice en tono de reproche: No tardes en convertirte al Señor ni lo difieras de un día para otro. Vendrá su ira repentinamente y en el tiempo de la venganza te aniquilará (Si 5,8-9). En consecuencia, no difieras convertirte; no cierres contra ti lo que está abierto. Mira que el dador del perdón te abre la puerta; ¿por qué tardas? Deberías alegrarte de que te abriera, si alguna vez hubieras llamado; te abrió sin haber llamado, ¿y te quedas fuera? No difieras, pues, entrar. Refiriéndose a las obras de misericordia, dice en cierto lugar la Escritura: No digas: «Vete y regresa, que mañana te daré», cuando te sea posible hacer el bien de inmediato (Pr 3,28); no sabes lo que te va a suceder el día siguiente. Escuchaste el precepto de no diferir el ser misericordioso con otro, y ¿eres cruel contigo con tu dilación? No debes diferir dar el pan, y ¿difieres recibir el perdón? Si no difieres compadecerte de otro, apiádate de tu alma agradando a Dios (Si 30,24). Da también a tu alma una limosna. No te digo que se la des tú, sino que no rechaces la mano del que se la da.
12. Pero a veces los hombres se causan un gran daño a sí mismos cuando temen ofender a los demás. Mucho valen tanto los buenos amigos para el bien como los malos para el mal. Por ello el Señor, a fin de que despreciemos las amistades de los poderosos con vistas a nuestra salvación, no quiso elegir primero a senadores, sino a pescadores. ¡Gran misericordia la del creador! Sabía que si elegía un senador, iba a decir: «Ha sido elegida mi dignidad». Si elegía primero a un rico, diría: «Ha sido elegida mi riqueza». Si elegía antes a un emperador, diría: «Ha sido elegido mi poder». Si elegía antes a un orador, diría: «Ha sido elegida mi elocuencia». Si elegía a un filósofo, diría: «Ha sido elegida mi sabiduría». «De momento —dice—, sufran una dilación estos orgullosos; están muy hinchados». Hay diferencia entre la magnitud y la hinchazón; una y otra cosa son algo grande, pero no algo igualmente sano. «Sufran dilación —dice— estos orgullosos; han de ser sanados con algo sólido. Dame en primer lugar —dice— este pescador. Tú, pobre, ven y sígueme; nada tienes, nada sabes, sígueme. Sígueme tú, pobre ignorante. Nada hay en ti que asuste, pero hay mucho que llenar». A una fuente de tan amplio caudal hay que llevar un vaso vacío. Dejó sus redes el pescador, recibió la gracia el pecador y se convirtió en divino orador. He aquí lo que hizo el Señor, de quien dice el Apóstol: Dios eligió lo débil del mundo para confundir a lo fuerte; eligió Dios también lo despreciable del mundo y lo que no es como si fuera, para anular lo que es (1Co 1,27-28). Además, ahora se leen las palabras de los pescadores y se doblega la cerviz de los oradores. Desaparezcan, pues, de en medio los vientos vacíos; desaparezca de en medio el humo que, a medida que crece, se esfuma; despréciense totalmente esas cosas en bien de la salvación.
13. Si en una ciudad enfermare alguien en el cuerpo y hubiese allí un médico muy competente, enemigo de poderosos amigos del enfermo; si —repito— en una ciudad sufriese alguien una enfermedad peligrosa y existiese en la misma ciudad un médico muy competente, enemigo —como dije— de poderosos amigos del enfermo, quienes le dijeran: «No recurras a él; es un incompetente» y lo dijeran por mala voluntad, no con criterio, ¿no prescindiría aquél en bien de su salud de las patrañas de sus poderosos amigos? Y, aunque les ofendiese de alguna manera, ¿no recurriría, para vivir unos días más, al médico que la opinión pública había celebrado como muy competente, para que expulsase de su cuerpo la enfermedad? El género humano yace enfermo; no por enfermedad corporal, sino por sus pecados. Como un gran enfermo yace en todo el orbe de la tierra de Oriente a Occidente. Para sanar a este gran enfermo descendió a la tierra el médico omnipotente. Se humilló hasta la carne mortal, es decir, hasta el lecho del enfermo. Da preceptos que procuran la salud, y se le desprecia: quienes le escuchan se ven libres de la enfermedad. Se le desprecia, pues dicen los amigos poderosos: «No sabe nada ». Si no supiera nada, no llenaría los pueblos con su poder; si no supiera nada, no existiría antes de venir a nosotros; si no supiera nada, no hubiera enviado los profetas antes de él. ¿Acaso no se cumple ahora lo predicho con anterioridad? ¿No demuestra este médico el poder de su ciencia cumpliendo sus promesas? ¿No caen por tierra en todo el orbe los errores perniciosos y se doman las codicias en la trilla del mundo? Nadie diga: «Antes el mundo estaba mejor que ahora; desde que llegó este médico a ejercer su ciencia, vemos en él muchas cosas espantosas». No te extrañes. Antes de que un enfermo fuese intervenido, la sala del médico parecía limpia de sangre; más aún, ahora que tú ves lo que pasa, sacúdete los vanos placeres, acércate al médico; es el tiempo de buscar la salud, no el placer.
14. Así, pues, seamos curados, hermanos. Si aún no hemos reconocido al médico, no nos enfurezcamos contra él como locos, ni nos apartemos de él como aletargados. De hecho, muchos perecieron a causa de su furor y muchos también por dormir. Los locos son los que pierden sus cabales por no dormir; los aletargados, los que están oprimidos por el mucho sueño. Se trata ciertamente de hombres. Los primeros quieren ensañarse con ese médico y, como él ya está sentado en el cielo, persiguen a los fieles, sus miembros en la tierra. También a éstos los cura. Muchos de ellos, al convertirse, se volvieron de enemigos en amigos; de perseguirle pasaron a anunciarle. Incluso a los judíos, que se habían ensañado con él cuando se hallaba aquí en la tierra, los curó como a locos que eran. Por ellos oró cuando pendía de la cruz con estas palabras: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen (Lc 23,34). Muchos de ellos, calmado su furor, como reprimida la locura, conocieron a Dios, conocieron a Cristo. Después de la ascensión, una vez enviado el Espíritu Santo, se convirtieron al que crucificaron y, creyendo en el Sacramento, bebieron la sangre que habían derramado con crueldad (Cf Hch 2,38).
15. Tenemos ejemplos. Saulo perseguía a los miembros de quien estaba ya sentado en el cielo; los perseguía en estado de profunda locura, con la mente trastornada, en enfermedad extrema. Pero el Señor, de una sola voz, gritándole desde el cielo: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? (Hch 9,4), golpeó al loco y le levantó sano; dio muerte al perseguidor y vida al predicador. Son muchos también los aletargados sanados. Son semejantes a ellos los que ni se ensañan contra Cristo, ni actúan con maldad contra los cristianos, pero, al postergar tanto su conversión, languidecen en medio de palabras soñolientas, tienen pereza para dirigir los ojos a la luz y les son molestos quienes quieren despertarlos. «Apártate demí —dice el apático aletargado—, te lo ruego; apártate de mí». ¿Por qué? «Quiero dormir». «Pero te causará la muerte». Él, por amor al sueño, responde: «Quiero morir». Pero la caridad dice desde arriba: «Yo no lo quiero». Este mismo afecto amoroso lo manifiesta con frecuencia el hijo para con su padre anciano que ha de morir pocos días después, llegado ya al término de su existencia. Si le ve aletargado y advierte por el médico que su padre sufre esa enfermedad, dice para sí: «Despierta a tu padre; si quieres que viva, no le permitas dormirse». El jovenzuelo está junto al anciano, lo mueve, le pellizca, le pincha, le causa molestias impulsado por el amor filial, y no permite que muera inmediatamente quien ha de morir pronto debido a su ancianidad. Y si vive, se alegra el hijo de que viva algunos días más, no obstante que será sucesor del que va a morir. ¡Con cuánta mayor caridad debemos causar molestias a nuestros amigos con quienes viviremos no unos pocos días en este mundo, sino junto a Dios por toda la eternidad. Ámennos, pues, y hagan lo que escuchan de nuestra boca; adoren al que también adoramos nosotros, para recibir lo que igualmente esperamos nosotros. Vueltos al Señor….
San Juan Crisóstomo
Homilía: Llevar una vida digna de nuestra fe.
Homilía 64.
«Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros» (Mt 20,8).
Muchos vendrán del Oriente y del Occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob, mientras los hijos del reino serán echados fuera? Enseguida añadió una parábola con que inflamó el anhelo de los que llegaren tarde. Pues dijo: Es semejante el reino de los cielos a un amo que salió al romper el alba para asalariar jornaleros para su viña. Y luego de concertarse con los obreros por un denario al día, los envió a su viña. Como saliera hacia la hora de tercia, vio otros que se hallaban en la plaza desocupados, y les dijo: Id también vosotros a trabajar en mi viña y os pagaré lo que sea justo. Ellos fueron Salió de nuevo hacia la hora de sexta y hacia la de nona, e hizo otro tanto. Salió por fin a la hora undécima y a otros que halló por ahí, les dijo: ¿Por qué os estáis aquí sin trabajar todo el día? Respondiéronle: Porque nadie nos ha contratado. Dueles: Id también vosotros a mi viña. Al caer el sol ordena el dueño de la viña a su administrador: Llama a los jornaleros y págales el salario, comenzando por los últimos hasta los primeros. Se presentaron los que habían venido cerca de la hora undécima y cobraron cada uno un denario. Y al llegar la vez a los primeros creían que cobrarían más. Pero también ellos recibieron un denario cada uno. Al cobrarlo murmuraban contra el amo de la viña. Y decían: Estos que llegaron a lo último del día, sólo han trabajado una hora, y los igualas con nosotros que hemos soportado el peso y el calor de la jornada. El, respondiendo a uno de ellos, le dijo: Amigo, no te hago agravio. ¿No te concertaste conmigo por un denario? Cobra, pues, lo que es tuyo y vete. Quiero dar a éste último lo mismo que a ti. ¿O es que en mis asuntos no soy libre de proceder como yo quiera? ¿O es malvado tu ojo porque yo soy bueno? Así los últimos pasarán a primeros y los primeros a últimos. Porque muchos son llamados, mas pocos escogidos?-
¿Qué significa esta parábola? Pues no parece concordar lo que se dice al principio con lo que se pone al fin de ella, sino que esto contradice a aquello. Pues en la parábola se muestra a todos aceptados y a ninguno rechazado, sino que todos reciben igual pago. Pero Jesús tanto al comienzo como al fin de la parábola dice lo contrario: Los últimos pasarán a primeros y los primeros a últimos. Es decir, que quedarán delante de los que eran primeros, de manera que éstos ya no serán primeros sino que quedarán pospuestos. Y que esto sea lo que significa, lo declara diciendo: Porque muchos son llamados, mas pocos escogidos. De manera que de dos modos a aquéllos los punza y a éstos los consuela y exhorta. En cambio, la parábola no dice eso. Sino que esos últimos que trabajaron poco serán equiparados a los varones fatigados que trabajaron todo el día. Pues dicen éstos: Los has igualado con nosotros que soportamos el peso y el calor de la jornada.
¿Qué significa, pues, la parábola? Parece necesario ante todo declarar esto y luego resolveremos la dificultad. Llama Cristo viña a los mandatos de Dios; y tiempo de trabajar a la vida presente. Llama obreros a los que de varias maneras han sido llamados a cumplir esos mandatos; y por horas tercia, sexta, nona y undécima, se entienden los que en diversas edades se aprestaron y bien se condujeron. Pero se pregunta si acaso los que fueron primeramente aprobados por Dios y le agradaron y durante todo el día ejecutaron espléndidamente el trabajo, andaban enfermos y en el extremo de la perversidad que es la envidia que hace palidecer. Pues como vieran a los otros pagados con el mismo salario que ellos, dicen: Estos que llegaron a la última del día, sólo han trabajado una hora y los has igualado con nosotros que soportamos el peso y el calor de la jornada.
Ningún daño recibían, no se les mermaba su salario y sin embargo, llevaban pesadamente y con indignación el bien ajeno, lo cual procedía de envidia y perversidad. A esto el padre de familia justificándose ante ellos y respondiendo a uno que así hablaba, lo condena como envidioso y perverso en alto grado, con decirle: ¿No te concertaste conmigo por un denario? Toma lo que es tuyo y vete. Quiero dar a éste último lo mismo que a ti. ¿O es malvado tu ojo porque yo soy bueno? ¿Qué se deduce de esta parábola? Porque también en otras parábolas puede observarse lo mismo. Así aquel hijo bueno parece haberse atoyado en esa misma enfermedad, cuando vio a su hermano el pródigo disfrutar de mayores honores que los que él había gozado. Pues así como aquí estos obreros recibían una mayor recompensa con ser llamados primero que los otros, así aquel hijo con la abundancia de los dones de su padre quedaba más honrado. Así se comprueba con lo de ese hijo bueno.
¿Qué podemos, pues, decir? Porque en el reino de los cielos, nadie disputa acerca de tales derechos; puesto que allá el cielo está libre de toda perversidad y envidia. Si acá los justos y santos en esta vida expusieron sus vidas por los pecadores, mucho más se gozan cuando los ven allá gozando de los bienes celestes, pues juzgan comunes a ellos los bienes de los otros. Entonces ¿por qué motivo Cristo usó de esta forma de hablar? Se narra la parábola, pero no conviene tomar todo a la letra en las parábolas, sino que una vez que hemos comprendido el fin de la parábola debemos cogerlo y no examinar con vana curiosidad el resto. Finalmente ¿por qué fue así dispuesta semejante parábola y qué es lo que quiere establecer?
Quiere hacer más fervorosos y diligentes a aquellos que se han convertido en su extrema ancianidad y en forma alguna que se les considere como inferiores a los demás. Para esto trae al medio a los que llevan pesadamente sus bienes espirituales; no precisamente para delatarlos como enfermos de envidia; sino para demostrar que aquellos otros tan gran honor gozan, que aún mueven a envidia a los demás. También nosotros solemos decir: aquél me acusó de que tan grande honor te he concedido. Y no lo decimos porque en realidad seamos acusados o porque queramos acusar al otro sino solamente para declarar de este modo la grandeza del don. Mas ¿por qué no contrató desde luego y al punto a todos los trabajadores? Por su parte y en cuanto le tocaba a todos los contrató. Si no todos lo obedecieron, su voluntad hizo ver la diferencia de los que fueron llamados. Por esto unos fueron llamados a la hora temprana., otros a la de tercia, otros a la de sexta o a la de nona, y otros aun a la de undécima, porque era entonces cuando obedecerían.
Esto lo indicó ya Pablo diciendo: Cuando le plugo a Dios que me segregó desde el seno materno. Y ¿cuándo le plugo? Precisamente cuando Pablo obedecería. Dios desde el principio lo quería; mas, como entonces Pablo no iba a obedecer, a Dios le plugo en el momento en que sí obedecería. Así llamó al ladrón, aunque hubiera podido llamarlo antes, pero antes el ladrón no habría obedecido. Si Pablo no habría obedecido desde el principio, mucho menos el ladrón. Y si los trabajadores dicen: Porque nadie nos ha contratado, dije ya que en las parábolas no hay que examinar curiosamente todo lo que en ellas se dice. Por lo demás, no es el padre de familia quien lo dice, sino ellos. Y él no los redarguye para no dejarlos perplejos, sino atraerlos. Puesto que la parábola misma está indicando que él, cuanto fue de su parte, los llamara; pues precisamente salió a buscar obreros y contratarlos.
De manera que por todos lados nos queda manifiesto que se dijo la parábola para quienes en su primera edad y para quienes más tardíamente y ya en la ancianidad siguen la virtud: para los primeros a fin de que no se ensoberbezcan ni se burlen de los que llegaron a la hora undécima; para los otros a fin de que comprendieran que podían en breve tiempo compensarlo todo. Pues hablaba Jesús del encendido fervor, de dejar las riquezas, de despreciar todas las cosas temporales; y para eso se necesitaba un ánimo juvenil y grande fervor, encendía en ellos la llama de la caridad y los preparaba para proceder con tenacidad y constancia y les ponía delante que quienes llegaron los postreros podían recibir el salario íntegro del día. Aunque esto no lo dice claramente para no arrojarlos a la soberbia, sino que deja entender que todo depende de su bondad, y que mediante su auxilio ellos no caerán sino que conseguirán los bienes inefables.
Y esta es la principal finalidad de la parábola. Si luego añade: Y serán primeros los últimos y últimos los primeros, y también: Pues muchos son los llamados y pocos los escogidos, no te admires. Pues no lo pone como deducción de la parábola, sino que solamente quiere decir: Así como sucedió aquello, así también sucederá esto otro. Pues en realidad no fueron primeros los últimos, sino que todos recibieron la misma recompensa, fuera de toda esperanza y expectación. Pues así como esto sucedió fuera de toda esperanza y expectación, de manera que los que llegaron postreros fueron igualados a los que llegaron primero, así sucederá también lo otro que es cosa mayor y más admirable: que los últimos sean antes que los primeros y los primeros después de los últimos. De modo que una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. Por lo demás, me parece que esto lo dice aludiendo a los judíos y también a los que al principio fueron fieles, pero luego, habiendo abandonado la virtud se quedaron atrás; y a los que, saliendo de su perversidad se aventajaron a muchos otros. Pues vemos en la vida cambios semejantes así en la fe como en el modo de vivir.
En consecuencia, os ruego que con todas nuestras fuerzas cuidemos de permanecer en la recta fe y demostremos ante todos un género de vida excelente. Pues si no llevamos una vida digna de nuestra fe, sufriremos extremos castigos. Así lo declaró ya desde aquellos tiempos antiguos el bienaventurado Pablo cuando dijo: Todos comieron un mismo manjar milagroso. Y todos bebieron una misma bebida misteriosa pero añadió: Sin embargo, no todos lograron la salvación sino que quedaron tendidos en el desierto. Lo mismo declaró Cristo a los evangelistas, poniendo ejemplo en varios que habían echado los demonios y habían profetizado y sin embargo fueron condenados al suplicio. Y a lo mismo tienden todas sus parábolas, como la de las vírgenes, la de la red, la de las espinas, la del árbol que da fruto: en todas se exige juntamente con la fe la virtud puesta en práctica.
Raras veces diserta Jesús sobre los dogmas, pues éstos no necesitan trabajo; en cambio frecuentemente habla del género de vida, o mejor dicho, en todas partes: pues para eso se necesita de una guerra perpetua y consecuentemente de un trabajo continuo. Mas ¿para qué hablo del conjunto de la vida ordenada? Un poco que de ella se desordene acarrea graves males. Así por ejemplo, el descuido en hacer limosnas lleva a los perezosos a la gehena; aun cuando la limosna no sea la virtud íntegra, sino sólo una parte de ella. Así las vírgenes necias que no tenían el ornato de la limosna sufrieron el castigo. Por igual motivo fue atormentado el rico aquel; y los que no dieron de comer al hambriento por esa causa serán condenados con los demonios.
También el no maldecir es una parte de la virtud; y sin embargo a quienes de eso no se abstienen se les excluye del reino, pues dice: Quien a su hermano lo llamare fatuo será reo de la gehenna. Igualmente la continencia es parte de la virtud. Pero sin ella nadie verá a Dios, pues dice: Mirad de alcanzar la paz con todos y la santificación, sin la cual nadie gozará del favor de Dios. También la humildad es parte de la virtud. Pero aun cuando alguno todo lo demás lo cumpla bien, pero no procura esta humildad, no será limpio delante de Dios. Claro aparece en el fariseo, que adornado de otros infinitos bienes, por aquí lo perdió todo. Pero yo tengo una cosa más que añadir. Pues no únicamente una sola parte de la virtud descuidada nos cierra la entrada en el cielo, sino que lo mismo acontece si esa parte no se practica con la conveniente diligencia y fervor. Pues dice el Señor: Si vuestra justicia no sobrepasa a la de los escribas y fariseos no entraréis en el reino de los cielos.»
De manera que si no das limosna en cantidad mayor que ellos, no entrarás en el reino. Pero ¿cuánto daban ellos de limosna? Voy ahora a declararlo para excitar a que den los que no dan; y para que quienes dan no se ensoberbezcan sino que sean más generosos aún. ¿Qué daban ellos? El diezmo de todos sus haberes y luego otro diezmo y luego un tercer diezmo, de manera que daban casi la tercera parte de sus bienes; puesto que tres décimas casi la completan. Y luego además las primicias, los primogénitos de sus animales y otras muchas limosnas, por ejemplo para la purificación, por sus pecados y lo que daban en las fiestas y en los jubileos y en perdonar deudas y dar libertad a los siervos y en conceder préstamos sin cobrar réditos. Pues si quien da de limosna la tercera parte de sus bienes, o mejor dicho la mitad (pues reunidas todas esas partidas equivalen a la mitad), si el que da la mitad de sus bienes no hace obra notable, quien no da ni la décima parte ¿qué recompensa merecerá? Con razón dijo: Pocos son los que se salvan.
En consecuencia, no hagamos poco caso del cuidado de una vida virtuosa. Pues si una parte de la virtud si se descuida, tan grave daño acarrea, ¿cómo escaparemos del castigo, estando rodeados por todas partes de cosas que merecen juicio y condenación? ¿qué penas no se nos impondrán? Preguntarás: entonces ¿qué esperanza nos queda de salvación? Porque cada una de las cosas que hemos enumerado nos amenaza con la gehena. A mí me toca decíroslo. Pero en realidad, si cuidamos podemos alcanzar la salvación; por medio de la limosna podemos curar nuestras llagas. Porque no fortalece tanto al cuerpo la unción con el óleo, como la misericordia torna al alma firme e invencible en todo. Ella la hace inexpugnable al demonio, pues ungida con ese óleo, de cualquier parte que el diablo la quiera tomar, el aceite no se lo permite, sino que al punto se le resbala: el óleo no le permite al demonio cogerla por los hombros ni retenerla con sus manos.
Unámonos frecuentemente con este óleo; pues él es motivo de salud, y confiere luz y esplendor. Instarás diciendo: pero es que aquel otro posee tantos más cuantos talentos de oro y nada da. ¿Qué te interesa esto? Así serás tú más admirable, si de ttr pobreza te muestras más generoso que él. Por esto Pablo admiraba a los macedonios: no porque daban, sino porque daban de su pobreza. Ni mires, pues, a esos ricos, sino al común doctor de todos, que no tenía en dónde reclinar su cabeza. Insistirás: pero ¿por qué fulano y fulano no lo hacen así? No condenes a los otros, sino tú procura estar libre de acusación: mayor será tu castigo si acusas a los demás y tampoco das nada. Serás reo del mismo crimen de que los acusas. Si Cristo no permite ni aun a los buenos juzgar de los demás, mucho menos a los pecadores.
No juzguemos, pues, de los otros ni nos fijemos en los desidiosos, sino en Cristo Señor nuestro y de ahí tomemos ejemplo. ¿Acaso yo fui el que te colmó de dones? ¿fui yo el que te redimió para que hacia mí vuelvas tus miradas? Es otro el que te ha dado todo. ¿Por qué, dejando a un lado al Señor, vuelves tus ojos al consiervo? No lo has oído que dice: Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón; y también: Quien de vosotros quiera ser el primero sea esclavo de todos; y luego: Como el Hijo del hombre que no vino a ser servido sino a servir. Y para que, si acaso topas con consiervos perezosos, no te hagas negligente, te aparta de ellos diciendo: Os he dado ejemplo para que como lo he hecho con vosotros, así vosotros lo hagáis. ¿Es que entre los vivos no hay alguien que te pueda servir de maestro y llevarte a esa virtud? Pues mayor gloria y encomio será para ti, por llegar a ser admirable sin preceptor: y esto se puede alcanzar y con facilidad, si queremos, como se comprueba con los que primeramente lo llevaron a cabo. Así Noé, Abrahán, Melquisedec, Job y otros a éstos semejantes. Vale la pena mirar hacia ellos diariamente; y no hacia esos otros a quienes diariamente emuláis y de quienes en vuestras reuniones habláis.
Porque yo por todas partes no oigo sino palabras como éstas: Aquél posee tantas y tantas yugadas de campo; aquel otro es rico; el de más allá construye edificios. Pero ¡oh hombre! ¿por qué tan reciamente anhelas las cosas exteriores? ¿por qué te fijas en otros? Si quieres fijarte en otros, considera a los hombres probos e ilustres que cuidadosamente guardan todos los mandamientos; pero no a quienes los quebrantan y viven en desdoro perpetuo. Si a éstos miras, sacarás de ahí muchos males, y caerás en arrogancia y desidia y harás daño a los demás. Pero si consideras a los probos, por ahí lograrás humildad, diligencia, compunción y otros mil bienes. Oye lo que le sucedió al fariseo porque habiendo hecho a un lado a los hombres buenos, se fijó en el pecador: óyelo y teme. Observa cuan admirable fue David por haber puesto sus ojos en sus mayores que habían brillado por la virtud: Extranjero soy, dice, y peregrino, como todos mis padres. Y esto porque él y cuantos eran como él, dejando a un lado a los pecadores, pensaban en los varones conspicuos por la virtud. Pues haz tú lo mismo. Tú no estás sentado como juez de los hechos ajenos ni estás deputado para examinar las culpas de otros. Se te ha ordenado examinar tus pecados y no los ajenos. Pues dice Pablo: Si nos examináramos a nosotros mismos, no seríamos castigados; si bien cuando el Señor nos castiga, nos quiere enseñar. Pero tú has invertido el orden cuando no te exijes cuenta de tus culpas graves o leves, y en cambio andas cuidadosamente investigando las culpas de los demás. No lo hagamos ya más, sino que, echando a un lado semejante perturbación del Orden, establezcamos en nuestro interior un tribunal acerca de nuestros pecados y seamos a la vez jueces, acusadores y verdugos. Si quieres examinar los hechos ajenos, fíjate no en los pecados sino en las buenas obras; para que por medio del recuerdo de nuestras culpas y la emulación de los buenos y la presencia del incorruptible tribunal, cada día, como aguijoneados por el estímulo de la conciencia, y excitándonos a mayor humildad y diligencia, consigamos los bienes futuros, por gracia y benignidad del Señor nuestro Jesucristo, al cual, en unión con el Padre y el Espíritu Santo, sea la gloria, el poder y el honor, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Comentarios exegéticos
Comentarios a la Biblia Litúrgica (NT): Obreros igualados
Paulinas-PPC-Regina-Verbo Divino (1990), pp. 1058-1060.
La parábola parte de la existencia de obreros parados que se presentaban en la plaza pública a la libre contratación de un propietario que necesitase de su trabajo. El tiempo de la jornada de trabajo está limitado por la luz del día: «desde la salida del sol hasta la aparición de las estrellas». El jornal diario normal era un denario. Exactamente lo convenido con los trabajadores de primera hora. Junto a ellos hay otros que han trabajado en la viña desde las nueve, las tres y las cinco de la tarde respectivamente. Esta diversidad en la duración del trabajo tiende a poner de relieve la enseñanza principal de la parábola.
Según las prescripciones del Antiguo Testamento el salario debía pagarse el mismo día en que había sido realizado el trabajo (Lev 19,13; Deut 24,15). El dueño de la viña manda a su mayordomo que pague a los obreros en orden inverso a como habían sido contratados. Y que todos reciban la misma cantidad. Estos dos detalles tienen también importancia para la enseñanza de la parábola. Las protestas de los obreros de primera hora no estarían justificadas en la parábola si no hubiesen visto que los de última hora recibían un denario. Es entonces cuando se acusa de injusticia al señor de la viña. Este, sin embargo, atribuye la protesta a que «tu ojo es malo», es decir, a la envidia y animosidad contra los favorecidos.
La parábola podía haberse titulado «recompensa igual para un trabajo desigual». La parábola pretende únicamente acentuar la diversidad en el trabajo. No hace referencia ni a los diversos periodos en la historia de la salvación o de la humanidad ni a la diferente edad en que el hombre atiende la invitación que se le hace para formar parte del reino. Precisamente por eso resulta ilegítimo concluir que los últimos recibieron la misma recompensa que los primeros por su mayor aplicación y rendimiento en el trabajo. Esta interpretación destruiría la intención primera de la enseñanza parabólica.
El centro de interés lo tenemos en el v. 15: «¿No puedo hacer lo que quiero de mis bienes? ¿O has de ver con mal ojo que yo sea bueno?», y también en la recompensa, que es igual para todos. Como el dueño de la viña es Dios, la parábola pone todo su acento en la liberalidad soberana de su actuación independiente. Actuación divina que, juzgada con criterio humano, resulta incomprensible, pero lógica. ¿Quién puede pedir cuentas a Dios por su conducta? El hombre es su siervo (Le 17,7-10). No puede presentarse ante su Señor con pretendidos derechos. La recompensa que Dios otorga al hombre será siempre pura gracia. El hombre nunca tiene derecho a pasar la factura a Dios. Cierto que Pablo espera la recompensa que le es debida en justicia (2 Tim 4,7). Pero este premio tiene su último fundamento en la gracia previamente concedida por el Señor.
La conclusión de la parábola es, pues, la siguiente: Dios obra como el dueño de la viña en cuestión, que, por su bondad, se compadeció de aquellos hombres e hizo que, sin merecerlo, también llegase a ellos un salario desproporcionado a su trabajo. Pura gracia del Señor. ¡Así es Dios, así de bueno con los hombres!
La sentencia final de los últimos y los primeros se halla en la misma línea de la parábola: los primeros son, en este caso, los fariseos y, en general, el pueblo elegido, que se creía con peculiares privilegios ante Dios y con el derecho de pasarle la factura. Jesús, con la parábola en cuestión y la sentencia final, dio el golpe de gracia a este concepto de Dios y de su retribución. Porque el escándalo por el proceder de Dios no estaba justificado desde el terreno de la justicia. ¡Lo había provocado su bondad! Pero ¿la bondad para con el prójimo justifica esta clase de escándalos?
Bastin-Pinckers-Teheux, Dios cada día: El salario del corazón
Siguiendo el Leccionario Ferial (4). Semanas X-XXI T.O. Evangelio de Mateo.
Sal Terrae (1990), pp. 210-215.
Jueces 9,6-15.
Abimelec era hijo de Yerubbaal, pero ¿son Yerubbaal y Gedeón una misma y única persona? No es tan seguro; R. de Vaux piensa que hay que distinguir entre ambos personajes, a quienes la tradición habría identificado porque ambos eran originarios de Ofra, y que Gedeón había rechazado la realeza, mientras que Yerubbaal presentó su candidatura. En realidad, el relato parece referirse a una tentativa de gobierno que desembocó en fracaso.
La perícopa se presenta como una alegoría y refleja probablemente la influencia de los ambientes proféticos hostiles a la realeza (cfr. I Sm 8, 11- 18) «Sólo un granuja, que no puede contribuir de ninguna manera al bien de todos, será capaz de ejercerla, pero él, que no tiene nada que dar, tiene bastante aplomo para invitar a los demás a ¡pie se pongan bajo su protección, amenazándoles al mismo tiempo sin vergüenza alguna» (G. van Rad).
Salmo 20.
El salmo 20 forma parte de las liturgias reales. Posiblemente se cantaba antes del comienzo de una procesión del arca de la alianza, para celebrar una victoria del rey, atribuida a Yahvé.
Mateo 20, 1-16a.
«Estos últimos han trabajado sólo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno.» Tanto mejor si también nosotros sentimos la misma indignación que estos obreros: la parábola habrá alcanzado su fin, que es el de interpelar al oyente, provocarlo, hacerle reaccionar ante una situación paradójica.
Un hombre contrataba obreros para que trabajaran su viña. Con los obreros de la primera hora convino el pago de un denario al día, que, en aquella época era el salario habitual de los jornaleros. A lo largo de la jornada, repitió la misma operación, aunque el número de horas disminuía, y los obreros no podían esperar más que una fracción de denario. ¡Pero, sorprendentemente, el amo da a todos los obreros el mismo salario! Se muestra «bueno», pues ese denario que manda distribuir corresponde al «salario mínimo» necesario para vivir. Consciente de la necesidad de los obreros contratados, el dueño de la viña no quiere privar a los contratados en último lugar de lo que les es tan necesario para sobrevivir. Del mismo modo, Dios se muestra generoso con los pobres.
Los primeros obreros, que contaban con un aumento en su salario, comienzan entonces a protestar. Una protesta, por otra parte, legítima si la parábola tuviera una perspectiva social, pero no es éste el caso, pues de lo que se trata es del Reino del cielo (v. 1). En realidad, cuando el propietario responde a las reivindicaciones diciendo: «Quiero dar a este último lo mismo que a ti», expresa la gratuidad de los dones de Dios.
Finalmente, no hay que olvidar que los obreros han sido contratados para trabajar en la «viña», es decir, la Iglesia, el pueblo de Dios. Trabajar en la viña es colaborar en la edificación de la comunidad cristiana. La parábola intenta, pues, evidenciar que la Iglesia no es el resultado de los esfuerzos humanos, sino «una gracia que recibimos» (J. Radermakers).
***
La historia es simple: el trabajo debe hacerse, y el dueño de la viña contrata obreros según sus necesidades. Al atardecer, llega el momento de recibir la paga: el administrador, por orden del dueño, da a cada uno la misma suma. Y surge la protesta: ¿por qué los que no han trabajado más que una hora reciben lo mismo que los que han sido contratados primero y han trabajado todo el día? Estos últimos han trabajado doce horas a pleno sol: ¡su indignación es bien comprensible! Entonces el amo se explica: ¿no puede él disponer de su bienes en favor de quien quiera?
Pero entonces, ¿es que versa la parábola sobre las palabras de un propietario? Uso de mis bienes como me plazca… A decir verdad, el problema no es ni una cuestión de justicia ni siquiera una cuestión moral. La significación es otra: » ¿Vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?» La pregunta quiere llevar al auditorio más allá de lo que dicta el buen sentido. La parábola es chocante, porque plantea una ruptura con la realidad y con la razón. La parábola provoca, interpela. Jesús quiere conducir a sus interlocutores, de los bordes de la razón a los del corazón, de los bordes de la fe religiosa a los de la fe evangélica. Y es que el meollo de las parábolas es desorientador, provocador, poco razonable. Toda parábola termina de forma inverosímil, inesperada, inaudita. El Dios de Jesucristo no obra como debería obrar, Dios no es dios, no se comporta como debería comportarse un dios.
Dios debería ser garante de la justicia y, sin embargo, acoge a los publicanos y a los pecadores. Abre su Iglesia a los recién llegados, a los paganos extranjeros, en lugar de reservar su heredad para los hijos de la primera alianza. Ofrece la misma gracia y manifiesta el mismo amor a los recién convertidos y a los que se han desvivido heroicamente durante toda su vida para sobrellevar el peso de la existencia y hacerla fructificar… Dios debería ser garante de la moral: ¿adonde vamos a parar si no retribuye a los buenos y a los malos según sus méritos, si se pone a malgastar su gracia? Dios no es dios… Creíamos que teníamos una religión razonable y nos vemos provocados a aceptar de buena gana la desmesura del Evangelio. Somos invitados a pasar de la razón al corazón. La viña del Señor no es una unidad de producción; la Iglesia está basada en el amor. Los obreros de la hora undécima no esperaban ser contratados, pero, ¡cuál no sería su sorpresa cuando el Amo les entrega el salario de una jornada completa! ¡Así son los ciudadanos del Reino, hombres asombrados! Los obreros de la mañana debieron de encontrar muy natural recibir el salario convenido, pero los contratados por la tarde ¡hablarían sin duda largo tiempo de aquel viticultor, dueño increíble, que les trató con una generosidad principesca! Este asombro les acompañará durante toda su vida. «¿No puedo hacer lo que quiera con lo que es mío?» No se trata de las palabras de un propietario caprichoso, sino de la voz que sale del corazón. El amor es una apuesta sobre las posibilidades del otro y no un cálculo equitativo ni un registro de derechos y méritos.
«¿Vas a tener tu envidia de mí porque yo soy bueno?» Dios, el Dios de Jesús, no ha reparado nunca en gastos; ¡el hijo perdido vuelve a casa, es día de fiesta! La única pregunta que hace la fe es la que concierne al corazón, al corazón de Dios y al corazón de los hombres. Llegará un día en que Jesús preguntará: «Pedro, ¿me amas?» Ese día, la Iglesia comprendió que nunca sería una institución de hombres, sino una gracia para ser recibida.
***
Señor y Dios nuestro,
tus caminos no son nuestros caminos.
Que nuestra oración llegue hasta ti,
para que, en el día de la gloria de tu Hijo,
no se nos recompense según nuestros méritos,
sino a la medida de tu gracia.
Biblia Nácar-Colunga Comentada
Parábola de los obreros enviados a la viña, 20:1-16.
Parábola propia de Mt. Consta de muchos rasgos irreales, que es artificio pedagógico para que se destaque bien la enseñanza fundamental que quiere hacerse.
La escena, fundamentalmente, está tomada del medio ambiente palestino. Un señor dueño de una viña necesita jornaleros. Estos solían reunirse en una plaza, donde se hacía fácilmente la contrata. Pero ya en esta búsqueda de trabajadores se acusan elementos artificiales. Este amo sale a buscar operarios en diversas horas del día, cuando el trabajo requería los servicios ya desde la mañana.
Los judíos dividían el día, desde la salida del sol hasta el ocaso, en doce horas. Pero el uso ordinario utilizaba normalmente las horas de tercia (de las nueve al mediodía), sexta (del mediodía hasta las tres) y nona (desde las tres a la puesta del sol).
Aquí sale este dueño de la viña a buscar operarios “muy de mañana,” a la hora de tercia, sexta, nona y undécima.
Ya a primera hora contrata operarios para su viña. El jornal se fijó en un “denario al día.” Es el equivalente que Tobías ofrece al guía de su hijo (Tob 5:13-15).
Lo mismo repite en las diversas horas señaladas, y nuevamente los contrata por aquel día, y “os daré lo justo” (v.4).
Rasgos improbables es el que estén allí “todo el día ociosos” y el que el señor les pregunte qué hacen allí, lo mismo que el responderle que “nadie los contrató.”
Llegada la tarde, el señor manda a su administrador que llame a los viñadores y les dé su salario. Se decía en la Ley: al trabajador “dale cada día su salario, sin dejar pasar sobre esta deuda la puesta del sol, porque es pobre y lo necesita” (Dt 24:15; cf. Lev 19:13).
Pero, al pagarse los jornales, a todos se les daba “un denario.” Y los que habían ido a trabajar a la viña en las primeras horas, y que habían cargado con más trabajo, murmuraban contra el dueño porque había igualado a todos en el jornal.
Mas él responde a las quejas de estos “primeros” que no les hace agravio. Convinieron en lo que era justo, y ese jornal se les entrega. Pero él es muy dueño de sus bienes y de hacer con ellos lo que quiera. A los primeros no les hace agravio, pues les da lo justo; pero con los otros quiere usar de magnificencia.
Por eso ellos no han de ver “con mal ojo,” con malevolencia, envidia, su conducta, pues fue con unos justo y con otros generoso.
El pasaje termina de la siguiente manera: “Así, los postreros serán los primeros, y los primeros los postreros. Porque muchos son los llamados, mas pocos los escogidos” (v. 16).
El v. l6 b es aquí de autenticidad muy discutida. Parece proceder de Mt 22:14.
El v.l6 a plantea un problema que puede afectar a toda la interpretación de la parábola.
Si se admite (Calmet, Fonck, etc.) que el v.16 a — ”los postreros serán los primeros, y los primeros.” — sería parte de interpretación de la parábola, su sentido sería: que los “primeros” en ingresar en el reino deberían haber sido los judíos (Mt 8:11.12); mas, por negligencia y culpabilidad, vendrían a ser los “últimos” (Rom c.10 y 11), mientras que los gentiles vendrían a ser de hecho los “primeros” en su ingreso en la Iglesia. Ya, sin más, se ve que esto es muy artificioso en el cuadro de la parábola. San Juan Crisóstomo había observado que “Jesús no deduce esta sentencia de la parábola.” Puesto que “los primeros no vienen a ser (en ella) los últimos; al contrario, todos reciben la misma recompensa”. Esta argumentación es evidente. Esta conclusión, como en otros pasajes del evangelio, sólo tiene carácter de apéndice por una cierta analogía y oportunidad con el desarrollo de la misma, incluso, v.gr., con la materialidad de los “primeros” y “últimos” obreros llamados en la parábola.
La doctrina formal que se destaca en la parábola es la absoluta libertad y bondad de Dios en la distribución de sus bienes. Si a unos, que trabajaron más, les paga lo convenido, es justo en su obrar; si a otros, que trabajaron menos, les da igual, con lo que puedan vivir los suyos, es efecto de magnanimidad. Es una parábola con la que Cristo, seguramente, responde a las críticas farisaicas de buscar, aparte de gentes buenas, a publícanos y pecadores, llamándolos e ingresándolos a todos en su reino. ¿Por qué esta diversidad de dones, y por qué esta diversidad de “horas”? Porque Dios, pleno de bondad, es dueño absoluto de repartir sus dones. E implicado en ello está el contraste, destacado en el mismo pasaje (v.15b), entre la bondad desbordada de Dios y la estrechez mezquina y crítica del fariseísmo malo.
La enseñanza tenía una oportuna aplicación en la Iglesia primitiva, no sólo por los orígenes de muchos de los que ingresaron en la fe, comenzando por los mismos apóstoles (cf. 1 Cor 1:26-29), y seguidos por multitud de “pecadores.”
Otras interpretaciones de elementos alegóricos, más que enseñanzas doctrinales secundarias de la parábola, quizá sean acomodaciones hechas sobre la misma.
G. Zevini, Lectio Divina (Mateo): Los obreros de la última hora
Verbo Divino (2008), pp. 367-372.
*Nota: es necesario revisar minuciosamente la ortografía de este texto
La Palabra se ilumina
Al responder a Pedro, que le había preguntado lo que recibirá el que lo deja todo para seguirle, había dicho Jesus: Y todo el que haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o tierras por mi causa, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna» (Mt 19,29). La palabra de los obreros enviados a trabajar en la viña -propia de Mateo- se conecta idealmente con esa enseñanza y le da una mayor hondura. Lo que da el Señor nunca debe ser considerado como un «derecho» adquirido por nuestras prestaciones, sino siempre como un don gratuito de la bondad divina y, como tal, no puede ser «juzgado», sino solo acogido o rechazado. En consecuencia, para poder entrar en relación con Dios, es necesario -como ya advirtió Jesús al comienzo de su predicación- un cambio de mentalidad, o conversión, pues de otro modo nos arriesgamos al escándalo.
El acento principal de la parábola, que retoma la imagen de la viña -símbolo de Israel en la tradición bíblica-, esta puesto en la bondad desmesurada -y por eso incomprendida- de Dios, que acoge, en Cristo, a los últimos llegados al Reino de Dios, es decir, a los paganos y a los pecadores convertidos, y les ofrece el mismo trato reservado a los primeros llamados. En esta pagina podemos leer en filigrana la situación de la comunidad judeocristiana de Mateo, en la que confluyen paganos y pecadores, con gran escándalo del judaísmo rabínico contemporáneo. Más allá del dato histórico, estamos ante una situación que -en diferentes aspectos- se repite cada vez que prevalece entre los miembros de un grupo «la envidia» (v. 15), es decir, cuando deja que se apoderen de ella los celos amargos y la «cólera» ante la liberalidad de Dios, considerando injusto lo que, sin embargo, es fruto del amor mas grande.
No por casualidad, inmediatamente después de la parábola se encuentra el tercer anuncio de la pasión (vv. 17-19): Jesús es rechazado por quien no acepta la revelación del amor del Padre. El se acerca a todos los hombres y llama a cada uno para trabajar en su viña. Sin embargo, solo los «pequeños» son capaces de gozar de esta llamada, porque no miden la bondad de Dios con los patrones de la justicia humana, sino que aceptan, con un corazón sencillo, la gratuidad del don que Jesús nos ha traído. La Iglesia, en la medida en que esta abierta a acoger a los -últimos -mas aún, a buscarlos sin pausa a todas las horas del día y en cada rincón de la tierra-, se revela como «consorte» de Cristo, como aquella en quien se cumplen las promesas hechas a los primeros, es decir, a Israel, aunque estaban dirigidas en realidad a todos los hombres.
La Palabra me ilumina
Si el dueño de la parábola hubiera pagado a los obreros empezando por los primeros que llamó para trabajar en la viña, estos se habrían marchado sin quejarse, satisfechos con la paga, y los últimos habrían gozado sin ser molestados por la liberalidad del generoso patrón. ¿A que viene entonces la provocación que supone mostrar el incomprensible saldo que nos hace estremecernos cada vez? Jesus, al revelarnos el rostro de un Dios que es Padre misericordioso, nos invita a salir de nuestro mezquino egoísmo para entrar en una dimensión donde el cálculo cede su puesto a la gratuidad. Así es, en efecto, «nuestro Padre, que está en los cielos»: un misterio de amor que siempre nos sorprende y nos invita a superarnos. Aun conociendo bien el Evangelio, nos sucede con excesiva frecuencia en la practica que estamos apegados a un concepto de presunta «justicia» que, en realidad, no es otra cosa mas que injusticia camuflada e indiferencia con los marginados.
¿Por que en vez de quejarse del salario no sintieron mas bien los «primeros» la exigencia de dar las gracias por haber sido llamados enseguida al trabajo, sin verse obligados a vivir la penosa espera que fácilmente hace caer a las personas paradas en la incomodidad o en la desesperación? Haber sido llamados por Dios no es, por otra parte, asumir un «trabajo duro», sino una invitación a prestar un servicio que lleva ya en sí mismo -como el amor- su recompensa. ¿Y cuál es, a fin de cuentas, esta recompensa, sino entrar precisamente en una comunión plena con el mismo Dios, que se entrega por completo a todos? Así las cosas, son imposibles las diferencias, es imposible tanto el más como el menos… Eso es lo que comprendieron los santos, que aprendieron la gran lección ofrecida por Jesús, que vino a morir de amor para que nadie quede excluido de la medida colmada y rebosante de un amor gratuito que nos hace descubrir a cada uno que somos amados eternamente con un amor de ternura y predilección.
La Palabra en el corazón de los Padres
A ti, Señor, se dirigen mis ojos y a ti están dirigidos siempre. A ti, en ti y a través de ti se orientan todos los anhelos de mi alma; cuando, después, declinen mis fuerzas interiores -que son nada-, que te anhelen mis mismas caídas, que te anhelen mis abandonos. Pero, entre tanto, ¿hasta cuándo me harás esperar? ¿Durante cuánto tiempo obligarás todavía a mi alma miserable, atormentada, abrasada de sed, hasta cuándo la obligarás a arrastrarse en tu busca? Escóndeme, te lo suplico, al amparo de tu rostro, lejos de las intrigas del mundo; ponme en sitio seguro en tu tienda, lejos de la riña de las lenguas (cf. Sal 30,21). Pero he aquí que el asno de mi cuerpo se pone a rebuznar, y los muchachos -es decir, la razón y la inteligencia- arman un gran alboroto.
Ahora, pues, Señor, te venero con plena confianza, Dios, principio único de todas las cosas, sabiduría gracias a la cual es sabia toda alma sabia; don gracias al cual son bienaventuradas todas las cosas bienaventuradas. A ti, Dios único, te venero, te adoro, te bendigo; a ti te amo o amo amar; te deseo con todo mi corazón, con toda mi mente, con toda mi fuerza. Sé que todos los ángeles o los espíritus buenos que te aman me aman a mí también. Sé que todos los que permanecen en ti y están en condiciones de escuchar las plegarias y los impulsos del hombre me escuchan en ti, así como también yo canto en ti con alegría su gloria. Todos los que encuentran su bien en ti, me dan en ti su ayuda, y no pueden estar celosos de mi comunión contigo: sólo es propio del espíritu malo convertir nuestra miseria en su alegría y nuestro bien en su derrota.
Oh Dios, por el cual, a través del cual y en el cual existimos, del que nos alejamos con el pecado, pero que no permites nuestra perdición. Tú, principio al que volvemos, forma que seguimos, gracia por la que nos reconciliamos, te adoramos y te bendecimos. A ti la gloria por los siglos. Amén (Guillermo de Saint-Thierry, Contemplazione di Dio, V, Qiqajon, Magnano 1985, 39s, passim).
Caminar con la Palabra
Los obreros de la primera hora trabajaron, ciertamente, todo el día, pero estaban seguros desde la mañana temprano de que aquella iba a ser una -buena jornada, una jornada empleada bien, fructuosa, con un sentido, a diferencia de los otros, que tuvieron que esperar el ocaso del sol a fin de que su jornada pudiera tener un sentido, pudiera aliviarse del envilecimiento: «¿Por que estáis aquí todo el día sin hacer nada?». Le contestaron: «Porque nadie nos ha contratado». A cada hombre un denario; a todos la moneda que rescata de la injusticia, del envilecimiento, de la inutilidad, la jornada de la vida. Mas allá de la justicia están la caridad, la bondad: «¿o es que tienes envidia porque yo soy bueno?».
El hecho de ser llamados desde la mañana temprano a dar un sentido a nuestra propia jornada es ya un don; saber el motivo por el que soportamos el peso de la jornada es ya un don.
«Toma lo tuyo y vete». No hay palabra de la Biblia mas espantosa que esta orden. ¿Qué puedo tomar que sea mío y no de Dios? ¿Adonde voy? ¿Dónde puedo cercar un terreno en el que Dios no tenga como mínimo «derecho de paso»? ¿Que tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por que presumes como si no lo hubieras recibido? (1 Cor 4,7).
«Toma lo tuyo y vete». ¿Qué es mío? El denario, puesto que había trabajado todo el día, es mío, pero ¿como es mía la mano que lo coge? ¿Como soy yo «mío»? Y en el lugar adonde voy y que puedo llamar mío, ¿que hay sino la nada?
«Toma lo tuyo y vete». Escribió el obispo Fenelon (1651-1715): «No había nada en mí que precediera a sus dones. El primero de ellos, que fue el fundamento de todos los otros, es lo que llamo «yo mismo». Le debo no solo todo lo que tengo, sino también todo lo que soy. Este Dios que me ha hecho, me ha dado lo que soy… Todo es don: el que recibe los dones es el mismo el primer don recibido» (A. S. Bessone, Prediche della domenica. Anno A, Litografia Selva, Vigliano Biellese 1993, 311-315, passim).
W. Trilling, El Nuevo Testamento y su Mensaje (Mt): Parábola de los obreros de la viña
Herder (1980), Tomo II, Cf. pp. 179-184.
1 El reino de los cielos se parece a un propietario que salió muy de mañana a contratar obreros para su viña. 2 Y habiendo convenido con ellos a denario la jornada, los envió a su viña. 3 Salió luego hacia la hora tercia y, al ver a otros que estaban en la plaza desocupados, 4 les dijo igualmente: Id también vosotros a mi viña, y os daré lo que sea justo. 5 Y ellos fueron. Nuevamente salió hacia la hora sexta y a la nona, e hizo exactamente igual. 6 Salió aún hacia la hora undécima y encontró a otros que estaban allí, y les pregunta: ¿Cómo estáis aquí todo el día sin trabajar? 7 Ellos le responden: Es que nadie nos ha contratado. Él les dice: Id también vosotros a la viña. 8 Al atardecer, dice el señor de ¡a viña a su administrador: Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando por los últimos y acabando por los primeros. 9 Llegaron, pues, los de la hora undécima y recibieron cada uno un denario. 10 Cuando llegaron los primeros, pensaron que recibirían más; pero también ellos recibieron cada uno un denario. 11 Después de haberlo recibido, protestaban contra el propietario, n diciendo: Estos últimos trabajaron una sola hora, 12 los has igualado a nosotros, que hemos aguantado el peso de la. ¡ornada y el calor. 13 Él le contestó a uno de ellos: Amigo, yo no te hago ninguna injusticia. ¿Acaso no conviniste conmigo en un denario? 14 Pues toma lo tuyo y vete. Yo quiero darle a este último lo mismo que a ti. 15 ¿Es que yo no puedo hacer en mis asuntos lo que quiera? ¿O es tu ojo malo, porque yo soy bueno? 16 De esta suerte, los últimos serán primeros, y los primeros últimos.
El pasaje anterior concluyó con la frase: «Muchos primeros serán últimos, y muchos últimos primeros» (19,30). Quizás fue únicamente esta frase la que indujo al evangelista a insertar la parábola en este pasaje. En la parábola se paga el jornal primero a los últimos y en postrer lugar a los primeros. Ésta es también la única coincidencia, que se da entre la sentencia y la narración. El evangelista concluye la parábola con la misma frase (20,16), luego probablemente ha empleado esta frase como idea directriz y así ha remachado los versículos sobre el seguimiento con la parábola de los obreros. Pero la importancia de esta parábola está orientada en otra dirección. Para entenderla tenemos que prescindir de esta frase final; por tanto tenemos que procurar explicarla sin el versículo 16.
No obstante hemos de preguntarnos si el lugar actual está elegido con mucha oportunidad. En la pregunta de Pedro se trató de la recompensa (19,27), en la parábola también se trata de lo mismo. Allí Jesús en su respuesta habló de una recompensa muy superior, que es la vida eterna (19,29). Aquí al último se le da un jornal que es mucho mayor del que puede esperar la justicia. Allí en la frase final (19,30) se invirtió la norma humana mediante la decisión divina, aquí sucede lo mismo. Así pues, el relato está interiormente enlazado con lo precedente por medio de varios hilos. Escucharemos la parábola tal como nos la da a entender el evangelista, es decir como ulterior instrucción sobre la recompensa de Dios para los discípulos, y también sobre nuestra recompensa, que esperamos conseguir.
El suceso que Jesús describe está tomado de la vida real, como en la mayoría de las parábolas. En efecto, hay hombres que en el mercado aguardan que alguien les contrate como jornaleros. Un denario corresponde al salario medio de un día de trabajo. Se puede comprender que el dueño de la viña contrate obreros varias veces, porque la necesidad eventual de trabajo es muy grande, si se piensa en el tiempo de la vendimia. Suena algo raro que el dueño de la viña contrate obreros hacia la hora nona, más aún hacia la hora undécima. No es probable que poco antes de terminar el trabajo, todavía haya hombres que esperen ganar algo aquel día. Tampoco es probable que el dueño de la viña recorra por cuarta vez el camino del mercado. Con todo se fundan estos rasgos en la disposición del relato. Explican el suceso sin hacerlo inverosímil.
Sólo con los primeros trabajadores se concierta el jornal; de los segundos sólo se dice sin precisar que recibirán lo que sea justo. También esto prepara la liquidación del salario tal como debe efectuarse al final del relato, que se narra minuciosamente y de un modo diáfano en conjunto, pero sólo como preparación para el punto principal. El pago de los jornales al atardecer nos indica el objeto de la parábola. El dueño encarga a su administrador que después de terminar el trabajo pague el jornal comenzando por los últimos y acabando por los primeros. Tiene que seguirse este orden, para que los primeros vean cómo se paga a los últimos, cuando aquellos aún no se hayan ido con su sueldo. Mientras se les paga, se advierte en seguida la indignación de los obreros y también nuestro asombro. Los últimos cobran el mismo jornal que se concertó con los primeros, un denario por el corto tiempo de trabajo. Es muy comprensible que se levante una murmuración. Los siguientes esperan cobrar más, puesto que a los últimos ya se les ha pagado un denario. Pero todos cobran lo mismo. La conducta del dueño de la viña se puede llamar arbitrariedad extravagante, enorme despreocupación o injusticia directamente social. Así piensan aquí los obreros, así piensa el hombre en general. ¿Cómo se justificará el dueño? Nuestra conciencia social sumamente sensible está intranquila.
En la respuesta en primer lugar se trata de la cuestión de la justicia. A los primeros no se les hace ningún agravio por el hecho de que se les pagara el jornal que se había concertado, o sea un denario por la jornada. Aunque los otros recibieran lo mismo, no por eso se perjudica a los primeros. El propietario también ha conocido y manifestado que los murmuradores en fin de cuentas no protestaban por ver que se quebrantaba la justicia, sino por envidia personal. ¿O es tu ojo malo…? El ojo malo revela una mala manera de pensar o un corazón ofuscado. «Pero si tu ojo está enfermo, todo tu cuerpo quedará en tinieblas» (6,23a). La indignación no la ha causado el celo por el el debido orden, sino la rivalidad y la malicia. Pero eso sólo es una parte de la respuesta.
La parte principal está en el contraste entre los dos miembros siguientes: ¿O es tu ojo malo, porque yo soy bueno? El propietario no procedió por un capricho inconsiderado o por una injusticia consciente, sino por bondad. Eso es lo que propiamente importa. El propietario no quiso dañar a los primeros, sino que quiso ser generoso con los demás. Su manera de pensar ya no se revela como la manera de pensar de un propietario rural terreno, sino como la manera de pensar del Padre divino. El propietario rural no podría decir de sí tranquilamente: «¿Es que yo no puedo hacer en mis asuntos lo que quiera?» Pero Dios sí puede hacer lo que quiera. Porque la recompensa que él tiene que dar, no hay que conseguirla por causa de la justicia, sino por razón de la gracia. No se puede merecer la vida eterna, sino que se adjudica al hombre como don libre. En la vida eterna dejan de existir la lógica humana y la inteligencia calculadora, más aún, deben ser superadas directamente en esta pregunta del propietario. En Dios están vigentes otras reglas, porque Dios piensa de otra manera. Y tiene que pensar de otra manera, porque su recompensa es distinta del jornal pagado por el rendimiento del trabajo del hombre.
El Dios propietario puede regalar libremente lo que quiera. Y el hombre no le puede impedir que dé a quien quiera y cuanto quiera. Lo único que debemos saber es que Dios da por bondad. Sólo podemos fiarnos de la bondad de Dios y contar sólo con ella. Nunca se puede contar con el rendimiento del propio trabajo, con el supuesto título jurídico, con la correspondencia entre rendimiento y jornal. Estas cosas son muy importantes para el orden de nuestra vida entre los hombres, pero tienen muy poco valor y son inválidas en el orden divino de la gracia y nuestra parábola sólo habla de este orden. Contiene una de las grandes revelaciones de Dios y de su modo de pensar como la contiene la parábola del deudor despiadado (18,22-35), aunque sea de una forma distinta. Los rabinos calculaban la recompensa y establecían para cada obra buena un correspondiente sueldo divino. Mediante la parábola se suprime este modo de pensar sobre la recompensa.
¿Qué podríamos esperar, si se pagara la recompensa según nuestro rendimiento? ¡Qué esperanza puede tener ahora quien crea que Dios también puede proceder con él por bondad y que no tiene que proceder por justicia!
Uso litúrgico de este texto (Homilías)
- Domingo XXV del Tiempo Ordinario (A)
- Miércoles XX del Tiempo Ordinario