Mt 16, 24-28: Negarse a sí mismo y cargar la cruz
/ 7 agosto, 2015 / San MateoTexto Bíblico
24 Entonces dijo a los discípulos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. 25 Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará. 26 ¿Pues de qué le servirá a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? ¿O qué podrá dar para recobrarla? 27 Porque el Hijo del hombre vendrá, con la gloria de su Padre, entre sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según su conducta. 28 En verdad os digo que algunos de los aquí presentes no gustarán la muerte hasta que vean al Hijo del hombre en su reino».
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
San Paulino de Nola, obispo
Carta: El sentido de la Cruz
Carta 38, 3-4.6
«El que tome su cruz que me siga» (cf. Mt 16,24)
Al cumplirse el misterioso designio de su bondad, el Señor tomó la condición de esclavo y se digno rebajarse hasta la muerte de cruz(Fl 2,8). Para realizar en nuestro corazón, por medio de una humillación visible, aquella celestial sublimación, para nosotros invisibles. Considera pues, de qué altura nos precipitamos desde el principio, y comprenderás que por voluntad de la divina sabiduría y por su bondad somos restituidos a la vida. Con Adán caímos en la soberbia; por eso somos humillados en Cristo para poder cancelar la antigua culpa con el remedio de la virtud contraria, de modo que los que con la soberbia ofendimos a Dios, le aplaquemos poniéndonos a su servicio.
Alegrémonos, y gocemos en aquel que nos ha hecho objeto de su lucha y de su victoria, diciendo:»Tened valor, oye vencido al mundo»(Jn 16,33)… El invencible, peleará por nosotros y vencerá en nosotros. Entonces el príncipe de las tinieblas será echado fuera, aunque no ciertamente fuera del mundo, sino fuera del hombre, cuando al penetrar en nosotros la fe, es obligado a salir fuera y dejar libre el puesto a Cristo; cuya presencia pone en fuga al pecado y significa el destierro de la derrota de la serpiente…
Que los oradores guarden su elocuencia, los filósofos su sabiduría, los reyes sus reinos; para nosotros la gloria las riquezas y el reino, es Cristo; nuestra sabiduría, es la locura del Evangelio; la fuerza es, la debilidad de la carne, y la gloria, es el escándalo de la cruz.
Vida de San Francisco: La Cruz, un ardor maravilloso
Leyenda mayor, cap.13.
«El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga» (Mt 16,24).
Dos años antes de entregar su espíritu a Dios… comenzó a experimentar en sí un mayor cúmulo de dones y gracias divinas… comprendió el varón lleno de Dios que como había imitado a Cristo en las acciones de su vida, así también debía configurarse con Él en las aflicciones y dolores de la pasión… no se intimidó en absoluto, sino que se sintió aún más fuertemente animado…y elevándose, pues, a Dios a impulsos del ardor seráfico de sus deseos y transformado por su tierna compasión en Aquel que a causa de su extremada caridad, quiso ser crucificado: cierta mañana de un día próximo a la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, mientras oraba en uno de los flancos del monte Alverne, vio bajar de lo más alto del cielo a un serafín que tenía seis alas tan ígneas como resplandecientes. En vuelo rapidísimo avanzó hacia el lugar donde se encontraba el varón de Dios, deteniéndose en el aire. Apareció entonces entre las alas la efigie de un hombre crucificado, cuyas manos y pies estaban extendidos a modo de cruz y clavados a ella.
Ante tal aparición quedó lleno de estupor el Santo y experimentó en su corazón un gozo mezclado de dolor. Se alegraba, en efecto, con aquella graciosa mirada con que se veía contemplado por Cristo bajo la imagen de un serafín; pero, al mismo tiempo, el verlo clavado a la cruz era como una espada de dolor compasivo que atravesaba su alma.
Estaba sumamente admirado ante una visión tan misteriosa, sabiendo que el dolor de la pasión de ningún modo podía avenirse con la dicha inmortal de un serafín. Por fin, el Señor le dio a entender que aquella visión le había sido presentada así por la divina Providencia, para que el amigo de Cristo supiera de antemano que había de ser transformado totalmente en la imagen de Cristo crucificado, no por el martirio de la carne, sino por el incendio de su espíritu. Así sucedió, porque al desaparecer la visión dejó en su corazón un ardor maravilloso, y no fue menos maravillosa la efigie de las señales que imprimió en su carne.
Tomás de Kempis
Imitación de Cristo: Si desechas una cruz hallarás otra peor.
Libro II, caps. 11-12
«Él que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga» (Mt16,24).
Jesucristo tiene ahora muchos amadores de su reino celestial, mas muy pocos que lleven su cruz. Tiene muchos que desean la consolación, y muy pocos que quieran la tribulación. Encuentra muchos compañeros para la mesa, y pocos para la abstinencia. Todos quieren gozar con El, mas pocos quieren sufrir algo por El. Muchos siguen a Jesús hasta el partir del pan (Lc 24,35), más pocos hasta beber el cáliz de la pasión (Mt 20,22). Muchos honran sus milagros, mas pocos siguen el vituperio de la cruz. Muchos aman a Jesús, cuando no hay adversidades. Muchos le alaban y bendicen cuando reciben de El algunas consolaciones: mas si Jesús se escondiese y los dejase un poco, caerían en una profunda desesperación.
Más los que aman a Jesús, por el mismo Jesús, y no por alguna propia consolación suya, lo bendicen en toda tribulación y angustia del corazón, tanto como en tiempo de consolación. Y aunque nunca más les quisiese dar consolación, siempre le alabarían, y le querrían dar gracias. ¡Oh! ¡Cuánto puede el amor puro de Jesús sin mezcla del propio provecho o interés!
Si de buena voluntad llevas la cruz, ella te llevará, y guiará al fin deseado, adonde será el fin del padecer, aunque aquí no lo sea. Si contra tu voluntad la llevas, cargas y te la haces más pesada: y sin embargo conviene que sufras. Si desechas una cruz, sin duda hallarás otra, y puede ser que más grave.
¿Piensas tu escapar de lo que ninguno de los mortales pudo? ¿Quién de los Santos fue en el mundo sin cruz y tribulación? Nuestro Señor Jesucristo por cierto, en cuanto vivió en este mundo, no estuvo una hora sin dolor de pasión. Porque convenía, dice, que Cristo padeciese, y resucitase de los muertos, y así entrase en su gloria (Lc 24,46s). Pues ¿cómo buscas tú otro camino sino este camino real, que es la vida de la santa cruz?
[…] Mas este tal así afligido de tantas maneras, no está sin el alivio de la consolación; porque siente el gran fruto que le crece con llevar su cruz. Porque cuando se sujeta a ella de su voluntad, toda la carga de la tribulación se convierte en confianza de la divina consolación. […] Esto no es virtud humana, sino gracia de Cristo, que tanto puede y hace en la carne flaca, que lo que naturalmente siempre aborrece y huye, lo acometa y acabe con fervor de espíritu. No es según la condición humana llevar la cruz, amar la cruz […]. Si miras a ti, no podrás por ti cosa alguna de éstas: mas si confías en Dios, El te enviará fortaleza del cielo, y hará que te estén sujetos el mundo y la carne. Y no temerás al diablo tu enemigo, si estuvieses armado de fe, y señalado con la cruz de Cristo.
San Cesáreo de Arles,obispo
Sermón: Quien quiera seguir de verdad a Cristo encontrará contradicciones
Sermon 159 : CCL 104, 650.
«¿Qué puede dar el hombre a cambio de su vida?» (Mt 16,26).
Pecando, el hombre había cubierto su ruta de obstáculos, pero ésta ha sido superada cuando Cristo la pisó con su resurrección e hizo, de un sendero estrecho, una avenida digna de un Rey. La humildad y la caridad son los dos pies que permiten desplazarse con rapidez. Todos somos atraídos por las alturas de la caridad, pero la humildad es el primer escalón que es preciso subir. ¿Por qué levantas el pie más alto que tú mismo? ¿Quieres caer y no subir? Comienza por el primer escalón, es decir por la humildad, y después ella te hará subir.
Por ello nuestro Señor y Salvador no se limitó a decir: «que renuncie a sí mismo», sino que añadió: «que coja su cruz y que me siga». ¿Qué significa, que coja su cruz? Que soporte todo lo que le es penoso, y así es como llegará a mi casa. Desde que haya comenzado a seguirme, conformándose a mi vida y a mis mandamientos, encontrará en su camino bastante gente que le contradecirá, que tratarán de desviarlo, que no sólo se burlaran de él, sino que le perseguirán. Estas personas no se encuentran únicamente entre los paganos que están fuera de la Iglesia; sino incluso entre los que parecen estar en la Iglesia, si se juzgan externamente…
Por consiguiente, si tú deseas seguir a Cristo, lleva su Cruz sin más demora y sobrelleva a los malvados sin dejarte vencer… «Si alguno quiere caminar en pos de mí, que coja su cruz y que me siga». En consecuencia, si queremos poner esto en práctica, tratemos, con la ayuda de Dios, de hacer nuestra la palabra del apóstol san Pablo: «Si tenemos qué comer y qué vestir, démonos por satisfechos». Es de temer, que si deseamos más bienes terrestres de los que necesitamos, «queriéndonos enriquecer», no «caigamos en la trampa de la tentación, en una multitud de deseos absurdos y peligrosos, que conducen a las personas a la ruina y la perdición» (1Tm 6,8-9). Se digne, el Señor, tomarnos bajo su protección y nos libre de esta tentación.
San [Padre] Pío de Pietrelcina
FSP, 119; Ep 3, 441; CE, 21; Ep 3, 413
«Que tome su cruz y me siga» (Mt 16,24)
A lo largo de tu vida Cristo no te pide que lleves con él toda su pesada cruz, sino tan sólo una pequeña parte aceptando tus sufrimientos. No tienes nada que temer. Por el contrario, tente por muy dichosa de haber sido juzgada digna de tener parte en los sufrimientos del Hombre-Dios. Por parte del Señor, no se trata de un abandono ni de un castigo; por el contrario, es un testimonio de su amor, de un gran amor para contigo. Debes dar gracias al Señor y resignarte a beber el cáliz de Getsemaní.
A veces el Señor te hace sentir el peso de la cruz, este peso te parece insoportable y, sin embargo, lo llevas porque el Señor, rico en amor y misericordia, te tiende la mano y te da la fuerza necesaria. El Señor, ante la falta de compasión de los hombres, tiene necesidad de personas que sufran con él. Es por esta razón por la que te lleva por los caminos dolorosos de los que me hablas en tu carta. Así pues, que el Señor sea siempre bendito, porque su amor trae suavidad en medio de la amargura; él cambia los sufrimientos pasajeros de esta vida en méritos para la eternidad.
San Rafael Arnaiz Barón
Escritos: Nada mejor que la Cruz de Cristo.
Escritos espirituales (03-04-1938).
«Si alguien quiere venirse conmigo que coja su cruz y me siga» ().
, ¡Cómo expresar lo que mi alma sintió, cuando de boca de tan santo Prelado, escuchó lo que ya es mi locura, lo que me hace ser absolutamente feliz en mi destierro… el amor a la Cruz! ¡Oh! ¡La Cruz de Cristo! ¿Qué más se puede decir? Yo no sé rezar… No sé lo que es ser bueno… No tengo espíritu religioso, pues estoy lleno de mundo… Sólo sé una cosa, una cosa que llena mi alma de alegría a pesar de verme tan pobre en virtudes y tan rico en miserias… Sólo sé que tengo un tesoro que por nada ni por nadie cambiaría…, mí cruz…, la Cruz de Jesús. Esa Cruz que es mi único descanso…,¡cómo explicarlo! Quien esto no haya sentido…, ni remotamente podrá sospechar lo que es.
Ojalá los hombres todos amaran la Cruz de Cristo… ¡Oh! si el mundo supiera lo que es abrazarse de lleno, de veras, sin reservas, con locura de amor a la Cruz de Cristo…! Cuánto tiempo perdido en pláticas, devociones y ejercicios que son santos y buenos…, pero no son la Cruz de Jesús, no son lo mejor…
Pobre hombre que para nada vales ni para nada sirves, qué loca pretensión la tuya. Pobre oblato que arrastras tu vida siguiendo como puedes las austeridades de la Regla, conténtate con guardar en silencio tus ardores; ama con locura lo que el mundo desprecia porque no conoce; adora en silencio esa Cruz que es tu tesoro sin que nadie se entere. Medita en silencio a sus pies, las grandezas de Dios, las maravillas de María, las miserias del hombre del que nada debes esperar… Sigue tu vida siempre en silencio, amando, adorando y uniéndote a la Cruz…, ¿qué más quieres?
Saborea la Cruz…, como dijo esta mañana el señor Obispo de Tuy. Saborear la Cruz…
Comentarios exegéticos
Comentarios a la Biblia Litúrgica (NT): Presencia del Reino
Paulinas-PPC-Regina-Verbo Divino (1990), pp. 1037-1039.
Los discípulos deben correr la misma suerte que el Maestro. Las sentencias sobre la necesidad de cargar la cruz y entregar la vida lo ponen de relieve. La fidelidad total en el seguimiento de Cristo implica frecuentemente dificultades y hasta persecuciones. Aceptar el discipulado cristiano sin condiciones, con todas las implicaciones que lleva consigo, es cargar con la cruz. Se trata de los discípulos de un hombre que murió en la cruz. Si los discípulos no pueden aspirar a ser más que el Maestro deben estar dispuestos a lo mismo (ver el comentario a 10,24-33).
El proverbio que habla de la necesidad de entregar la vida para poseerla y de la pérdida de quien la guarda para poseerla, está en la misma línea. Se habla de entregar o perder la vida «corporal» —se presuponen las persecuciones e incluso el martirio— para hallar o afianzarse en la vida espiritual. El discípulo de Jesús no se pertenece, pertenece a la familia de Jesús (ver el comentario a 10,24-33). Le ha entregado la vida. Pero esta entrega de la vida ha sido hecha al autor de la vida. Entonces la vida «corporal» entregada adquiere toda la dimensión de la vida eterna. Por el contrario, aferrarse a la vida «corporal» saliéndose de la esfera de la vida inextinguible, significa entrar en el círculo inexorable de la muerte.
El discurso sobre el verdadero discipulado (cap. 10) habla constantemente de exigencias, renuncias, incluso de entregar la vida, por razones de fidelidad al Maestro. Tiene que haber una buena razón para que el hombre se decida ante un programa como éste. Y esta razón, para que exista la proporción debida entre lo entregado y lo que se recibe, tiene que estar al nivel de la vida misma. La vida es el supremo valor. Debe ser la vida la que determina y condiciona el valor de las cosas. Luchar por ellas no tiene sentido si peligra la vida misma. ¿Para qué servirán después? (Le 12,16-21). El hombre con vocación de almacenista no tiene valor ni sentido a los ojos de Dios. Toda ganancia, por cuantiosa que sea, es un maJ negocio si el hombre se autodestruye con ella. En el momento último, cuando el hombre se enfrente con el Hijo del hombre, no constará lo que tiene o tuvo sino lo que es e hizo. Este será el baremo a la hora de la retribución. Las obras siguen al hombre como prolongación suya que son. Los bienes quedan atrás, como adherencias que fueron. La entrega de la vida únicamente puede justificarse por la vida.
La frase conclusiva de estas sentencias ha creado y sigue creando problemas. La venida del Hijo del hombre en su gloria tiene un primer sentido de referencia al juicio final, tanto en la enseñanza de Jesús como en el judaísmo contemporáneo. ¿Quiere decir Jesús que el juicio final estaría tan próximo que alguno de los presentes no habría muerto cuando tuviese lugar? En caso afirmativo, Jesús se habría equivocado. Pensamos que el principio de interpretación de este pasaje dudoso —no hablamos de solución porque no creemos que exista, al menos una solución satisfactoria— debe verse en la relación del Hijo del hombre con el Reino. ¿Cómo vino el Hijo del hombre en su reino?
Una interpretación muy generalizada ve esta venida del Hijo del hombre en su reino en la destrucción de Jerusalén por Roma el año 70 de nuestra era. Este acontecimiento sería como el juicio final del antiguo pueblo de Dios. Pero esta posibilidad no es la única. Una venida del Hijo del hombre en su gloria tuvo lugar en el momento de la resurrección. Precisamente el reino comienza a establecerse desde ella. Sin ella no hubiese sido posible. Y esta venida no la vieron todos los presentes, no porque muchos hubiesen muerto ya —esto seria forzar demasiado el texto— sino porque no es visible sino a los ojos de la fe. Otra venida importante del Hijo del hombre en su reino tuvo lugar con la instalación y configuración de la iglesia, del evangelio que se iba abriendo paso más allá de las fronteras judías. Sin duda que muchos de los allí presentes fueron testigos de ello.
Finalmente digamos que, según la predicación de Jesús, el reino no se limita ni mucho menos a una realidad que aparecerá en el futuro (ésta era la concepción específicamente judía). Este aspecto de futuridad pertenece a la fase de consumación del reino. Mientras llega esa fase ha habido y habrá momentos importantes que pueden calificarse de venidas del Hijo del hombre en su reino. Esto sin contar —pero dándolas por supuesto— las experiencias de la venida del reino a nivel individual.
Bastin-Pinckers-Teheux, Dios cada día: Memoria
Siguiendo el Leccionario Ferial (4). Semanas X-XXI T.O. Evangelio de Mateo.
Sal Terrae (1990), pp. 182-183.
Deuteronomio 4, 32-40.
Por sí solo, este pasaje basta para presentar la teología del Deuteronomio, basada fundamentalmente en dos grandes temas, ambos enraizados a su vez en la conciencia que el pueblo tiene de su especificidad en el conjunto de las naciones. Israel sabe, en efecto, que él es el pueblo elegido por Dios; por consiguiente, puede llamar a Yahvé «nuestro Dios». Esta convicción profunda reposa en la experiencia, pues Dios se ha revelado en el marco de una historia concreta, y esta historia es la de Israel, que el Deuteronomio no deja de proponer al pueblo para que sea meditada. Los acontecimientos reveladores son como los signos de la fidelidad divina; en este pasaje se mencionan la salida de Egipto, la teofanía del Sinaí y el don de la tierra a los antepasados. Incluso la facultad de poder discernir a Dios en los acontecimientos de la historia es considerada como un don divino (v. 35).
Por consiguiente, Israel puede reconocerse a sí mismo como la parte personal del Señor. Sin embargo, esta elección conlleva muy graves responsabilidades. El hecho de que Dios se revele a él tan concretamente exige de Israel una respuesta activa a las iniciativas divinas. La obediencia a la Ley no se sitúa ya en un mero plano moralista ni se basa en una ética de méritos, sino que es una respuesta amorosa.
Salmo 76.
El salmo 76 es compuesto, pero los versículos que aquí se contemplan pertenecen en su mayoría a un himno individual. Está indicado para la meditación sobre los favores divinos.
Mateo 16, 24-28.
La Iglesia de Mateo es una Iglesia sometida a persecución. Por ello, a la luz de los acontecimientos que han marcado la vida de Jesús, el evangelista se esfuerza en explicar a los cristianos la significación de los momentos difíciles que atraviesan. ¿Por qué iba a ser diferente su destino al del Siervo doliente al que han consagrado su fe? Si viven realmente del espíritu del Señor, tendrán que sufrir necesariamente el odio del mundo. Sin duda, como cualquier otro ser humano, los cristianos quieren «encontrar su vida»; deben aprender a recibirla de otro. La vida de los bautizados es una «pascua»; necesitan, como Pedro, «pasar» de los razonamientos humanos al pensamiento divino.
«Pregunta a los tiempos antiguos, desde el día en que Dios creó al hombre en la tierra: ¿Ha vuelto a suceder algo tan grande, se ha conocido nunca algo parecido?» Ante las interrogantes del pueblo que duda de su futuro, ante las desesperanzas de los hijos de Israel que han visto su existencia zarandeada por las transformaciones de la historia, ésta es la respuesta que aporta la fe secular de la Biblia: mira a tu pasado, descubre la fidelidad de Dios a la Alianza que él ha establecido con tus padres; ¡hoy te han hecho ver que es tu Señor y el Dueño de la historia de los hombres!
«Pregunta a los tiempos antiguos.» Tu memoria es mucho más que el recuerdo frío de un acontecimiento muerto: es la prueba de que todo lo que te ha sucedido sigue vivo. «Pregunta a los tiempos antiguos»: la fe es en primer lugar una palabra que se oye y a la cual se responde, un don que se acoge. Pues nuestra memoria no es sólo personal; es colectiva. La Iglesia es la que vive la gran memoria, la que celebra el encuentro de Dios con la humanidad. Y la Iglesia no es otra cosa que esta gran memoria de la humanidad en su historia común con Dios.
Nuestra memoria común, eclesial, resulta ser, pues, el lugar de la revelación. «Pregunta a los tiempos antiguos»: no es la recomendación de un sabio nostálgico. Es el lugar mismo en el que se enraíza la posibilidad de nuestra fe, común y personal. Pues nuestro «recuerdo» es algo más que la simple evocación de unos hechos de un pasado turbulento, superado. Se trata de saber lo que somos a partir del acontecimiento inicial que nos ha forjado y que continúa haciéndolo. Si miramos a «lo que nos ha sucedido», podemos comprobar que es para nacer a la le hoy. Cuando evocamos nuestro pasado, cuando lo celebramos, es con el único fin de que suceda de nuevo hoy lo que entonces se manifestó. Si volvemos nuestra mirada hacia los actos históricos de la alianza, es para que el poder de los acontecimientos que celebramos surta sus electos hoy. Cuando nos relatamos a nosotros mismos los primeros días del amor de Dios y de la humanidad, es para descubrir, maravillados, el poder de providencia que llevaban consigo. Día a día, siglo a siglo, se levanta así el velo de la aventura entre Dios y su pueblo: la memoria de la Iglesia entera es el lugar del descubrimiento progresivo de la revelación de Dios, en un movimiento incesante.
Dios y Padre nuestro,
tu Nombre ha entrado en nuestra historia.
y nosotros podemos ya saber quién eres
y recibir a Jesús, tu Enviado.
Te pedimos
que ese nombre permanezca en nuestra memoria,
y que su fuerza ilumine nuestra vida.
Biblia Nácar-Colunga Comentada
Condiciones para seguir a Cristo, 16:24-27 (Mc. 8:34-35; Lc 9:23-26).
Los tres sinópticos sitúan este pasaje inmediatamente a continuación del anterior relato. Sin embargo, el “entonces” de Mt no tiene más valor que el de simple unión literaria paratáctica. Por eso no se puede precisar que estas enseñanzas hayan tenido lugar en la región de Cesárea de Filipo. Probablemente este “bloque” tiene, en el intento de los evangelistas, un contexto lógico con lo anterior. Expuesto el anuncio de la pasión y muerte de Cristo, se le advierte al discípulo que ha de imitarle, y que se le anuncian así las persecuciones que le aguardan. En Mt-Lc, Cristo se dirige a los discípulos; en Mc, además de los discípulos, convoca a la multitud. Probablemente es para indicar la universalidad de la enseñanza. Parte de los dichos aquí insertados, Mt los trae en el discurso de “misión” (Mt 10:38-39). También Lc pone en otro contexto algunas de las sentencias de Mc.
La primera enseñanza es que el hombre ha de “negarse a sí mismo,” y esto “cualquiera que quiera venir en pos de mí.” Y, además, “tomar su cruz,” que Lc matizará “de cada día”; y llevar esta cruz y “seguir” a Cristo. La sentencia está vista con la portada de las experiencias contra los discípulos del reino — primitivamente debió de ser un anuncio más general para el ingreso en el reino — y que además Lc le da también un sentido más “moral,” al hacer ver la cruz de “cada día.” Las persecuciones contra la Iglesia naciente ya se habían desatado a la hora de la composición de los evangelios, y a estos nuevos “discípulos” apunta el evangelista.
Estas las sintetizaron en la cruz. Aunque la cruz era de uso penal romano, los judíos habían visto ya estos cortejos ir a la muerte. Al morir Herodes el Grande, Varo había hecho crucificar a 2.000 judíos. Y desde el tiempo del procurador Cuadrato hasta el asedio se citan numerosos casos de crucifixión. El mismo hecho de la crucifixión de Cristo con “dos ladrones” no era más que un episodio usual de estos procedimientos romanos. La entrega a Cristo en las persecuciones podía llegar a la muerte.
En el ambiente judío contemporáneo de Cristo no se conocía en su medio ortodoxo, aunque parece que algunas fracciones lo admitían, la idea de un Mesías paciente, menos aún que hubiese de morir en cruz. De ahí la extrañeza de Pedro. Y una buena sugerencia de la historicidad de las predicciones de Cristo sobre su muerte.
Y se le exigía esto al discípulo de Cristo. Era oportuno recordarlo en época de persecuciones. Al fin, no era más que ir con la cruz al Calvario “siguiendo” a Cristo. Para la redacción se pensó en el Cirineo llevando la cruz “detrás” de Cristo (Lc 23:26). Este es su sentido primitivo. Analógicamente, y en un orden “etizado” y cotidiano, ha de tomársela “cada día” (Lc 9:23; 1 Cor 15:31). Mc insistirá en que esta persecución y pérdida de la vida es “por mi causa y por el Evangelio,” palabra ésta que proviene del uso de la Iglesia primitiva.
A esto se añade una comparación: “¿Qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?” “Alma,” conforme al uso semita, está por “vida.” La comparación era proverbial. Sobre el 90 (a.C), Simeón bar Schatach gozaba al oír en boca de los paganos: “Alabado sea el Dios de los judíos, más que ganarse el universo entero.”
Esta “vida” del hombre del texto evangélico no se refiere a la simple pérdida de la vida física, sino de la “vida” eterna. Si aisladamente fuese un proverbio en el que se comparase la pérdida de la simple vida física con el universo, en este contexto no lo es. Pues se trata de “perder la vida por mí” (Mt), “por mi causa.” (Mc).
Como término de esta actitud que se adopte, el juicio final dará la sanción oportuna. Era una convicción firme esa hora “escatológica” final en Israel.
Este juicio final va a ser ejercido por el Mesías. La literatura rabínica no admite esto; sólo a título muy excepcional aparece en algunos apocalipsis apócrifos. En esta hora, El mismo, el “Hijo del hombre,” vendrá a ejercitar este juicio “en la gloria de su Padre” (Mt-Mc), y que Lc dirá que es “su gloria,” además de la del Padre, que cita. Y los tres resaltan el elemento angélico apocalíptico que le acompaña: vendrá también acompañado de “sus” (Mt) santos “ángeles.”
Jesús se presenta aquí como dueño de la humanidad, como Señor de los ángeles, y viniendo en la “gloria de su Padre.” Con todo lo cual se acusa su grandeza, su trascendencia divina: “su gloria.” Aquella “gloria” de Yahvé que ahora a El se aplica (Jn 1:14).
En esa hora “retribuirá a cada uno según sus obras” (Mt). Es la responsabilidad personal la que entra en juego.
Y será, expresado en paralelismo literario, un avergonzarse de aquellos que se avergonzaron — que no se “negaron” — de “mí y de mi doctrina” (Mc-Lc). Y Mc añade que Jesús se avergonzará de los que tuvieron esa actitud de desprecio a El “ante esta generación adúltera y pecadora.” Dos expresiones cargadas de sentido bíblico y que orientaban, como antes se dijo, al mesianismo.
Anuncio de la venida del Reino, 16:28 (Mc 9:1; Lc 9:27).
En los tres sinópticos se incluye a continuación una enseñanza de Cristo sobre la venida de su reino. Pero no es fácil saber su situación histórica. Probablemente está en un contexto lógico con el v. 27.
La enseñanza que aquí se hace es una afirmación muy solemne. Jesús, lo recogen los tres evangelistas, antepone la expresión “amén,” traducción literal del hebreo, con lo que resalta la verdad de lo que enseña.
Y ésta es: que “no gustarán la muerte.” “Gustar la muerte” es fórmula no usada en el A.T., pero muy usual en los escritos rabínicos para indicar el experimentar algo. ¿Es, sencillamente, que “algunos de los aquí presentes” no morirán sin que vean “al Hijo del hombre venir en su reino”? (Mt). Pero manifiestamente no se puede referir esto a la parusía. Y esto no sólo porque supondría error “escatologista” en Cristo, sino también porque El mismo dijo que de esa hora ni El lo sabía para comunicarlo (Mt 24:36; Mc 13:32). De ahí el que fije ese fin para “esta generación.” En el lugar paralelo de Mt, Mc lo dice: será el “reino de Dios que viene en poder.” Será, pues, una manifestación “de poder” que hará ver a “algunos” de la misma generación contemporánea de Cristo la presencia del reino de Dios, y, en consecuencia, verán en ese “poder” la mano y la obra del “Hijo del hombre,” que así viene con esa manifestación de su reino. Lc omite lo de “poder,” y lo redacta así:.”. hasta que vean el reino de Dios” (9:27). ¿Lo omite deliberadamente, para evitar dificultad? ¿Lo recoge así en la “fuente”? ¿O es una frase elíptica, que supone lo mismo de Mt-Mc? ¿O acaso es por su genérica tendencia a ”desescatologizar”?
Esta “visión” y presencia de poder no requiere una presencia sensible, sino “moral.” Se expone esto en el “discurso escatológico” (Mt c.24).
Cuál haya sido esa manifestación concreta del “poder,” es discutido. Los autores han propuesto:
a) Se realizó en el triunfo suyo en la resurrección (Boismard) o en Pentecostés (Calvino). Pero esta posición parece requerir una mayor perspectiva de tiempo, en función de esa generación presente, ya que, de hecho, no sólo “algunos,” sino “toda esa generación” lo presenciaría.
b) Otros piensan en el hecho de la difusión del Evangelio y el establecimiento de la Iglesia, sobre todo teniendo en cuenta las manifestaciones carismáticas del Espíritu Santo y de los milagros frecuentes en la primitiva Iglesia (Bonslrven, Wettstein, Bleck).
c) Generalmente se piensa en la destrucción de Jerusalén el año 70, profetizada por el mismo Cristo, y que traerá la dispersión judaica durante veinte siglos, estableciéndose, en cambio, por todo el mundo el reino anunciado por Cristo (cf. Mt 10:23b). Pues el término bíblico de una generación son 40 años. Lo que lleva a esto.
d) O. Cullmann da una interpretación distinta. “Lo que importa teológicamente en la predicación de la proximidad del reino. es la afirmación implícita que, después de la venida de Cristo, nosotros vivimos ya una era nueva y que, por consiguiente, el se acercó. Ciertamente los primeros cristianos han medido esta proximidad pensando en algunas decenas de años. El error se explica, psicológicamente, de la misma manera que se fijan datos prematuros para el fin de una guerra, una vez que se está persuadido que la batalla decisiva tuvo lugar.”
¿Por qué los cristianos se equivocaron al citar — o interpretar — unas palabras de Cristo? De haber visto su no, o improbable, cumplimiento no las hubiesen puesto en el evangelio de Mtg-Lc.
Un dato sobre esto se ve en la segunda epístola de San Pedro, cuya composición debe ser muy cercana al Mtg — sobre el a. 80 —, y en la que algunos se quejan, diciendo: “¿Dónde está la promesa de su venida” — parusía — ? “Porque desde que murieron los padres” — la primera generación cristiana — “todo sigue igual” (2 Pe 3:4; cf. 2 Pe 3:16). Es una valoración aquí, en la que, probablemente, habiéndose separado ya — ante los hechos — el deseo de los cristianos de una parusía inminente, se podía ver la referencia de esas palabras a la destrucción de Jerusalén (cf. Comentario a Mt c.24 y 25).
W. Trilling, El Nuevo Testamento y su Mensaje (Mt): El seguimiento de Cristo
Herder (1980), Tomo II, pp. 106-111.
v. 24
24 Entonces Jesús dijo a sus discípulos: El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y sígame.
Jesús había llamado en particular a los discípulos con la orden: «Sígueme.» En esta palabras se fundó la solidaridad, la unión personal de los discípulos con él. En el sentido literal los discípulos le habían seguido a donde él iba, y habían compartido su vida. Este seguimiento exterior, la acción de ir literalmente en pos de él tiene que convertirse en seguimiento interior. El seguimiento interior requiere otras condiciones distintas del abandono de casa y hogar, familia y profesión. Es el estado del alma dispuesta para sufrir la pasión. Sólo entonces el seguimiento pasa a ser seguimiento en sentido propio, y se llega a ser verdadero discípulo.
Negarse a sí mismo significa no conocerse ya en cierto modo a sí mismo, renunciar a sí mismo. No es una renuncia con resignación, cansancio de vivir o con indiferencia, dado que en la propia vida ya no se encuentra ningún sentido, sino como libre acción dirigida hacia un objetivo, como renuncia de algo que tiene menos valor para lograr una cosa más elevada, tal como Jesús ha renunciado a sí mismo. Porque él «siendo de condición divina, no hizo alarde de ser igual a Dios, sino que se despojó a sí mismo, tomando condición de esclavo… se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Flp 2,6-8).
La segunda condición es cargar con la cruz. Esta es una expresión para indicar que se está dispuesto a morir. El condenado tenía que llevar su cruz hasta el sitio de la ejecución. El que coge el madero y lo pone sobre sus hombros, ha aceptado su destino. Sabe que está condenado y que terminará en este madero. En esta expresión el tono principal está en la decisión, en la acción resuelta de coger el madero. El verdadero discípulo tiene que estar dispuesto a esta acción, si quiere seguir a su Maestro. Dado que es un modismo, no tiene que aludirse necesariamente a la disposición para sufrir la muerte física. La verdadera decisión que importa tomar, es la misma que en la negación de sí mismo. Las dos expresiones se complementan mutuamente y se refieren a lo mismo: la firme voluntad y resolución de renunciar a sí mismo y desasirse de sí, posiblemente — si tal fuera la voluntad de Dios — hasta la muerte real, hasta la renuncia de la vida corporal. ¡Qué norma para seguir a Jesús!
v. 25
25 Pues quien quiera poner a salvo su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, la encontrará.
Se eligen dos nuevos vocablos opuestos entre sí, para expresar el mismo pensamiento: poner a salvo y perder. En último término se trata de las dos acciones, o de conservar, recoger y asegurar definitivamente la vida, o de perder; de la completa destrucción, de la vaciedad y falta de sentido. El hombre tiene ante sí las dos posibilidades. Uno de los caminos es el que conduce a la vida, y el otro el que conduce a la perdición (cf. 7,13s).
Las palabras de Jesús suenan a modo de paradoja y difícilmente calan en nuestra vida. Aquí se habla desde un plano distinto y con una lógica distinta de la humana. Todos aspiran a poner a salvo su vida, a conservarla. Quien así procede, dice Jesús, en realidad la perderá. Consigue lo contrario de lo que quiere. Y viceversa, consigue la vida el que la había perdido, es decir el que había renunciado a ella. ¿Es un trueque misterioso? La verdad de estas palabras se muestra solamente a quien intenta vivir de ellas. Los discípulos ya las han oído antes en ]a gran instrucción dirigida a ellos (10,39). Aquí, en la nueva situación del camino de Jesús, se exige un nuevo grado de ejecución. Lo que allí estaba en el fragmento didáctico acerca de los discípulos, tiene que hacerse aquí en el camino hacia Jerusalén.
La vida de todo discípulo conoce estos diferentes grados.
A un conocimiento más profundo corresponde una exigencia superior en la vida, así como a la inversa una realización más profunda ofrece nueva comprensión.
vv. 26
26Porque ¿qué provecho sacará un hombre con ganar el mundo entero, si malogra su vida? ¿O qué dará un hombre a cambio de su vida?
¿Qué es lo que propiamente interesa? Tener la verdadera vida y no ser víctimas de la muerte, salvarse y no ser castigado eternamente. En relación con este objetivo de la vida humana todos los demás objetivos son de segundo orden. Más aún, si alguien pudiera llamar suyo al «mundo entero», no sacaría ningún provecho, si su vida quedara perdida.
En la sentencia del juicio el hombre no puede sustituir la vida con nada como contrapeso ni pagar nada como precio de ella.
No se trata del «alma» en oposición al cuerpo. El Antiguo Testamento y los contemporáneos de Jesús ven juntos el alma y el cuerpo. Hacen distinción entre el ser humano vivo o muerto. Lo que otorga valor al hombre, lo que le hace hombre, es ¡a vida. Pero al concepto de vida contradice la realidad de la muerte. El hombre anhela tener siempre la vida, vivir eternamente. Eso ocurre por el poder y la misericordia de Dios. Dios puede asegurar la vida del hombre, incluso más allá de la muerte, otorgándosela de nuevo. Este versículo apunta a esta vida eterna, que procede de Dios y es revelación de su amor. Si el hombre se ha hecho indigno de esta vida, de ningún modo la puede conseguir. Es el bien más excelso, no se puede contrapesar con nada. Nuestro anhelo debe estar dirigido a conseguir esta verdadera vida. Jesús ha desechado todos los reinos del mundo «con su esplendor» (cf. 4,8), obedeciendo a Dios hasta la renuncia de su vida terrena.
vv. 27-28
27 Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces dará a cada uno conforme a su conducta. 28 Os lo aseguro: Hay algunos de los aquí presentes que no experimentarán la muerte sin que vean al Hijo del hombre venir en su reino.
En el juicio se decide acerca de cada cual si obtiene la vida. El Hijo del hombre vendrá a juzgar en la gloria de su Padre. Sólo el creyente sabe que Jesús habla de sí mismo. ¿No podría ser otro el Hijo del hombre? ¿Cómo se debe pensar en su venida, cuando él ya está presente, y por cierto, como se dice a menudo con la misma expresión, «ha venido» (por ejemplo 9,13b)? La plenitud del tiempo ¿no sería aún la plenitud total que contiene la obra del Mesías, la definitiva manifestación de Dios en el mundo?
Jesús habla con deliberación de una manera velada. Toca un ulterior misterio del orden de la salvación. Aquí es poco lo que llegamos a conocer sobre este misterio y tenemos que esperar hasta el capítulo 24. En este pasaje las palabras deben ayudar a comprender la pasión del discípulo. Recuerdan el juicio del cual tienen conocimiento todos los judíos creyentes. Allí se recompensa según el valor de cada uno. Se da la sentencia según como se haya vivido. Los unos alcanzan la vida. los otros incurren en la perdición. La obra o el hecho que puede llevarse a cabo con la mayor seguridad de la vida es la renuncia a la propia vida por amor de Jesús (cf. 16,25)…
Es especialmente difícil de entender la segunda afirmación de Jesús. Dice que algunos de los que están aquí, es decir, de los presentes, no morirán hasta que vean venir al Hijo del hombre en su reino. La comprensión nos resultaría más fácil, si no se dijera que el Hijo del hombre viene. Entonces podríamos traducir «en su gloria real», y podríamos pensar en el tiempo posterior a la resurrección, cuando Jesús estará revestido de la gloria de Dios. Pero la venida se refiere a una única venida, la misma de la que se acaba de hablar, o sea la venida para el juicio (16,27). Estas palabras no logramos descifrarlas. Como 10,23 contienen la idea de que la conclusión de la historia está cerca y hay que esperarla pronto. Algunos contemporáneos la presenciarán, así como san Pablo al principio también pensaba que podría presenciar personalmente la. segunda venida de Cristo 40.
El Evangelio contiene misterios que no comprendemos. San Mateo respeta las palabras en su tenor, porque habían sido transmitidas. Es tan leal y fiel que no suprime nada ni da ninguna interpretación nueva. ¿O es que acaso contiene realmente el recuerdo de un tiempo en que el mismo Jesús creía que el reino consumado de Dios sobrevendría en breve, sería implantado por él en su calidad de Hijo del hombre? «En cuanto al día aquel y la hora, nadie lo sabe, ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo, sino el Padre sólo» (24,36). Incluso estas palabras del Evangelio han de tomarse en serio. No podemos decir con seguridad si el mismo Jesús pensaba tal como indican las palabras de la llegada del Hijo del hombre (16,28). ¿Habría, pues Dios llevado al Mesías despacio y gradualmente al conocimiento de su plan por medio del gran modelo del siervo paciente de Dios en el libro de Isaías, por medio de la creciente hostilidad de los jefes del pueblo y por medio de la exigua fe del pueblo? Jesús como verdadero hombre también tuvo que aprender de una manera humana y le tuvo que ser posible crecer en «sabiduría y estatura» (Le 2,52). ¿Quizás para él sólo más tarde ha resplandecido la cruz como «poder de Dios y sabiduría de Dios» (ICor 1,24)?