Mt 16, 13-20 — Primicias del Reino: Profesión de fe y primado de Pedro
/ 26 agosto, 2017 / San MateoTexto Bíblico
13 Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?».14 Ellos contestaron: «Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas».15 Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?».16 Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo».
17 Jesús le respondió: «¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos.18 Ahora yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará.19 Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos».20 Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
San Odilón de Cluny, abad
Sermón: La firmeza que Cristo otorga a Pedro, la confiere a los demás apóstoles
«Tú eres Pedro» (Mt 16,18)Sermón 1: PL 133, 712-713
El beatísimo Pedro, príncipe del colegio apostólico, por ser el primero que confesó al Señor, fue constituido piedra de la Iglesia y custodio de las llaves del reino. Se le impone el nombre por su profesión de fe; se le confiere el título en razón del poder otorgado, cuando mereció escuchar de labios del Señor: Y yo te digo, es decir, como el Padre te ha revelado mi divinidad, así yo doy a conocer tu excelencia, porque tú eres Pedro, mientras que yo soy la piedra inamovible, la piedra angular, que he hecho de los dos pueblos una sola cosa. Yo soy el cimiento fuera del cual nadie puede colocar otro, pero tú también eres piedra, porque te apoyas en mi fortaleza, de modo que los poderes que me son propios, los comparto contigo por participación. Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Sobre esta roca —dice— levantaré un templo para la eternidad y de esta firmeza de fe se alzará hacia el cielo la sublimidad de mi Iglesia.
Contra esta confesión nada podrán los poderes del infierno ni las cadenas de la muerte la amordazarán. Esta voz es voz de vida y así como eleva hasta el cielo a sus confesores, arroja al infierno a sus negadores. Por eso se le dice al beatísimo Pedro: Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.
¡Oh inestimable e inmensa bondad! Que un hombre todavía en la tierra tenga poder sobre los cielos. Mirad, desde ahora y a una indicación de Pedro, se abren las puertas del reino de Dios. El recibió de Cristo las llaves del reino del cielo. ¡Oh qué remedio tan eficaz y tan al alcance de la mano! El mundo tiene a su alcance el reino de Dios, con sólo recurrir a Pedro. Puso a Pedro, el portero del cielo, para que le representara en la tierra, a fin de que a nadie le resultara difícil el acceso al cielo.
Estos poderes pasaron, es verdad, a los demás apóstoles y la institución de este decreto se fue transmitiendo más tarde a los sucesivos jefes de la Iglesia. Y sin embargo, no sin motivo se confía a uno, lo que a todos iba destinado. Se le confía singularmente a Pedro, porque la conducta de Pedro es presentada como modelo a todos los responsables de la Iglesia.
Inminente ya la pasión, y sabiendo el Señor que la constancia de los discípulos iba a ser sometida a dura prueba, le dijo a Pedro: Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te recobres, da firmeza a tus hermanos. El riesgo de ser tentados de cobardía era igualmente compartido por todos los apóstoles y todos necesitaban por igual de la protección divina; y sin embargo el Señor asume especialmente el cuidado de Pedro y pide concretamente por la fe de Pedro, como si la situación de los demás estuviera asegurada, mientras permaneciera invicto el ánimo del príncipe de los apóstoles.
En Pedro se fortalece la constancia de los demás, y la economía de la gracia divina se dispone de manera que, la firmeza que Cristo confiere a Pedro, de Pedro la reciben los demás apóstoles.
San Juan Crisóstomo, obispo
Sobre el Evangelio de san Mateo: Cristo entregó las llaves a aquel que extendió la Iglesia por todo el orbe de la tierra
«Te daré las llaves del reino de los cielos» (Mt 16,19)Homilía 54, 1-2 sobre el evangelio de san Mateo: PG 58, 533-536
Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. ¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso. ¿Por qué Pedro es proclamado dichoso? Por haberlo confesado propiamente Hijo. No podemos conocer por otro medio al Hijo sino por el Padre, ni al Padre, sino por el mismo Hijo. Aquí tenemos palmaria-mente demostrada tanto la igualdad de honor, como la consustancialidad. ¿Y qué le respondió Cristo? Tú eres Simón, el hijo de Jonás; tú te llamarás Cefas. Puesto que tú —dice— has proclamado a mi Padre, yo nombro al que te engendró. Lo que equivale a decir: Lo mismo que tú eres hijo de Jonás, yo soy el Hijo de mi Padre.
En realidad, parecería superfluo decir: Tú eres hijo de Jonás: pero como Pedro añadió «Hijo de Dios», para demostrar que él era Hijo de Dios, lo mismo que Pedro era hijo de Jonás, de la misma sustancia que el Padre, por eso añadió aquel inciso. Ahora te digo yo: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia», esto es, sobre la fe que has confesado.
Con esto declara que iban a ser muchos los que aceptarían la fe y, elevando los sentimientos del apóstol, lo constituye pastor de su Iglesia. Y el poder del infierno no la derrotará. Y si a ella no la derrotarán, mucho menos me derrotarán a mí. Así que no te turbes, cuando oyeres que he sido entregado y crucificado. A continuación le concede una nueva distinción: Te daré las llaves del reino de los cielos. ¿Qué significa ese te daré? Lo mismo que el Padre te ha dado capacidad para que me conocieras, así también yo te daré.
Y no dijo: «Rogaré al Padre», no obstante tratarse de una gran demostración de autoridad y de un don de inefable valor, sino: Te daré. Pero pregunto: ¿qué es lo que das? Las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo ¿Y cómo el conceder sentar-se a la derecha y a la izquierda no va a estar en poder de quien dijo: Te daré? ¿No ves cómo eleva a Pedro a una más sublime opinión de él, cómo se revela a sí mismo, y cómo, mediante esta doble promesa, demuestra que él es el Hijo de Dios? Lo que propiamente es competencia exclusiva de solo Dios, eso es lo que Cristo promete dar a Pedro. A saber: perdonar pecados, mantener inconmovible a la Iglesia en medio de tantas agitaciones, convertir a un pescador en alguien más firme que la roca, aunque todo el mundo se ponga en contra. Lo mismo le decía el Padre a Jeremías: que le convertiría en columna de hierro, en muralla de bronce. Pero con esta diferencia: Jeremías era colocado frente a un solo pueblo; Pedro, en cambio, frente a todo el mundo.
Me gustaría preguntar a quienes pretenden ver disminuida la dignidad del Hijo, ¿cuáles son mayores: los dones que el Padre concede a Pedro o los que le otorga el Hijo? Porque el Padre le hace la revelación del Hijo; en cambio el Hijo le comisiona para que propague por todo el mundo tanto el conocimiento del Padre como el suyo propio, otorga a un hombre mortal todo poder en el cielo, al entregar las llaves a aquel que extendió la Iglesia por todo el orbe de la tierra, y mostró ser más firme que los cielos, pues dijo: El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.
San Agustín, obispo
Sermón: Garante de la universalidad y de la unidad
«Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mt 16,18)Sermón 295, 1-2
El bienaventurado Pedro es el primero de los apóstoles, amador impetuoso de Cristo, de quien mereció escuchar: Y yo te digo que tú eres Pedro. El le había dicho: Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo. Cristo le replicó: «Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Sobre esta piedra edificaré la fe que acabas de confesar. Sobre lo que acabas de decir: Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo, edificaré mi Iglesia. Tú eres, pues, Pedro.» Pedro viene de «piedra», no «piedra» de Pedro. Pedro viene de «piedra», como «cristiano» de Cristo. ¿Quieres saber cuál es la piedra de la que recibe el nombre Pedro? Escucha a Pablo: No quiero que ignoréis, hermanos; es el apóstol de Cristo quien lo dice: No quiero que ignoréis, hermanos, que todos nuestros padres se hallaron bajo la nube, todos pasaron el mar y todos fueron bautizados con Moisés en la nube y en el mar; todos comieron el mismo alimento espiritual y bebieron la misma bebida espiritual. Bebían, en efecto, de la piedra espiritual que los seguía. La piedra era Cristo. He aquí de dónde viene Pedro.
Como sabéis, el Señor Jesús eligió antes de su pasión a sus discípulos, a quienes llamó apóstoles. Entre ellos sólo Pedro ha merecido personificar a toda la Iglesia casi por doquier. En atención a esa personificación de toda la Iglesia que sólo él representaba, mereció escuchar: Te daré las llaves del reino de los cielos. Estas llaves no las recibió un solo hombre, sino la unidad de la Iglesia. Por este motivo se proclama la excelencia de Pedro, porque era figura de la universalidad y unidad de la misma Iglesia cuando se le dijo: Te daré, lo que en realidad se daba a todos.
Para que veáis que es la Iglesia la que recibió las llaves del reino de los cielos, escuchad lo que en otro lugar dice el Señor a todos sus apóstoles: Recibid el Espíritu Santo. Y a continuación: A quien perdonéis los pecados les quedarán perdonados, y a quienes se los retengáis les serán retenidos. Esto se refiere al poder de las llaves, del que se dijo: Lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo, y lo que atéis en la tierra será atado en el cielo.
Pero lo de antes se dijo sólo a Pedro. Para ver que Pedro personificaba entonces a toda la Iglesia, escucha lo que se le dice a él, y en él a todos los santos fieles: Si un hermano tuyo peca contra ti, corrígele a solas. Si no te escucha, llama a otro o a otros dos, pues está escrito: «En boca de dos o tres testigos será firme toda palabra.» Si tampoco a ellos escucha, dilo a la Iglesia, y si ni a ella la escucha, sea para ti como un pagano y un publicano. En verdad en verdad os digo: lo que atéis en la tierra quedará atado también en el cielo, y lo que desatéis en la tierra será desatado también en el cielo.
La paloma ata, la paloma desata Ata y desata el edificio levantado sobre la piedra. Teman los atados, teman los desatados. Los desatados teman ser atados; los atados oren para ser desatados. Cada uno está atado por los lazos de sus pecados. Fuera de esta Iglesia nada se puede desatar. A un muerto de cuatro días se le dice: Lázaro, sal fuera. Y salió del sepulcro, ligado de pies y manos con las vendas. El Señor despierta al muerto para que salga del sepulcro si toca el corazón para que salga fuera la confesión del pecado. Pero todavía está algo atado. En consecuencia, después que Lázaro salió del sepulcro, el Señor ordenó a sus discípulos, a quienes había dicho: Todo lo que desatéis en la tierra será desatado en el cielo: Desatadlo y dejadlo marchar. Lo resucitó personalmente y lo desató mediante sus discípulos.
Benedicto XVI, papa
Audiencia General (07-06-2006): Pedro, la roca sobre la que Cristo fundó su Iglesia
«Te llamarás Cefas, que quiere decir “piedra”» (Jn 1,42)miércoles 7 de junio de 2006
[...] Reanudamos las catequesis semanales que comenzamos esta primavera. En la última, hace quince días, hablé de Pedro como del primero de los Apóstoles. Hoy queremos volver una vez más sobre esta grande e importante figura de la Iglesia. El evangelista san Juan, al relatar el primer encuentro de Jesús con Simón, hermano de Andrés, atestigua un hecho singular: Jesús, "fijando su mirada en él, le dijo: "Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas", que quiere decir "Piedra"" (Jn 1, 42).
Jesús no solía cambiar el nombre a sus discípulos. Si se exceptúa el sobrenombre de "hijos del trueno", que dirigió en una circunstancia precisa a los hijos de Zebedeo (cf. Mc 3, 17) y que ya no volvió a usar, nunca atribuyó un nuevo nombre a uno de sus discípulos. En cambio, sí lo hizo con Simón, llamándolo "Cefas", nombre que luego fue traducido en griego por Petros, en latín Petrus. Y fue traducido precisamente porque no era sólo un nombre; era un "mandato" que Petrus recibía así del Señor. El nuevo nombre, Petrus, se repetirá muchas veces en los evangelios y acabará sustituyendo a su nombre originario, Simón.
El dato cobra especial relieve si se tiene en cuenta que, en el Antiguo Testamento, el cambio del nombre por lo general implicaba la encomienda de una misión (cf. Gn 17, 5; 32, 28 ss, etc.). De hecho, la voluntad de Cristo de atribuir a Pedro una importancia particular dentro del Colegio apostólico se manifiesta a través de numerosos indicios: en Cafarnaúm, el Maestro se hospeda en la casa de Pedro (cf. Mc 1, 29); cuando la muchedumbre se agolpaba a su alrededor a la orilla del lago de Genesaret, entre las dos barcas allí amarradas Jesús escoge la de Simón (cf. Lc 5, 3); cuando en circunstancias particulares Jesús se llevaba sólo a tres discípulos, a Pedro siempre se le nombra como primero del grupo: así sucede en la resurrección de la hija de Jairo (cf. Mc 5, 37; Lc 8, 51), en la Transfiguración (cf. Mc 9, 2; Mt 17, 1; Lc 9, 28) y, por último, durante la agonía en el huerto de Getsemaní (cf. Mc 14, 33; Mt 26, 37).
Además, a Pedro se dirigen los recaudadores del impuesto para el templo y el Maestro paga sólo por sí y por Pedro (cf. Mt 17, 24-27); Pedro es el primero a quien lava los pies en la última Cena (cf. Jn 13, 6) y ora sólo por él para que no desfallezca en la fe y pueda confirmar luego en ella a los demás discípulos (cf. Lc 22, 30-31).
Por lo demás, Pedro mismo es consciente de su situación peculiar: es él quien a menudo toma la palabra en nombre de los demás; habla para pedir la explicación de una parábola (cf. Mt 15, 15) o el sentido exacto de un precepto (cf. Mt 18, 21) o la promesa formal de una recompensa (Mt 19, 27). En particular, es él quien resuelve algunas situaciones embarazosas interviniendo en nombre de todos. Por ejemplo, cuando Jesús, entristecido por la incomprensión de la multitud después del discurso sobre el "pan de vida", pregunta: "¿También vosotros queréis iros?", Pedro da una respuesta perentoria: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6, 67-69).
Igualmente decidida es la profesión de fe que, también en nombre de los Doce, hace en Cesarea de Filipo. A Jesús, que le pregunta "Y vosotros ¿quién decís que soy yo?", Pedro responde: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16, 15-16). Acto seguido, Jesús pronuncia la declaración solemne que define, de una vez por todas, el papel de Pedro en la Iglesia: "Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia (...). A ti te daré las llaves del reino de los cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos" (Mt 16, 18-19).
Las tres metáforas que utiliza Jesús son en sí muy claras: Pedro será el cimiento de roca sobre el que se apoyará el edificio de la Iglesia; tendrá las llaves del reino de los cielos para abrir y cerrar a quien le parezca oportuno; por último, podrá atar o desatar, es decir, podrá decidir o prohibir lo que considere necesario para la vida de la Iglesia, que es y sigue siendo de Cristo. Siempre es la Iglesia de Cristo y no de Pedro. Así queda descrito con imágenes muy plásticas lo que la reflexión sucesiva calificará con el término: "primado de jurisdicción".
Esta posición de preeminencia que Jesús quiso conferir a Pedro se constata también después de la resurrección: Jesús encarga a las mujeres que lleven el anuncio a Pedro, distinguiéndolo entre los demás Apóstoles (cf. Mc 16, 7); la Magdalena acude corriendo a él y a Juan para informar que la piedra ha sido removida de la entrada del sepulcro (cf. Jn 20, 2) y Juan le cede el paso cuando los dos llegan ante la tumba vacía (cf. Jn 20, 4-6); después, entre los Apóstoles, Pedro es el primer testigo de la aparición del Resucitado (cf. Lc 24, 34; 1 Co 15, 5). Este papel, subrayado con decisión (cf. Jn 20, 3-10), marca la continuidad entre su preeminencia en el grupo de los Apóstoles y la preeminencia que seguirá teniendo en la comunidad nacida con los acontecimientos pascuales, como atestigua el libro de los Hechos de los Apóstoles (cf. Hch 1, 15-26; 2, 14-40; 3, 12-26; 4, 8-12; 5, 1-11. 29; 8, 14-17; 10; etc.).
Su comportamiento es considerado tan decisivo que es objeto de observaciones y también de críticas (cf. Hch 11, 1-18; Ga 2, 11-14). En el así llamado Concilio de Jerusalén Pedro desempeña una función directiva (cf. Hch 15 y Ga 2, 1-10) y, precisamente por el hecho de ser el testigo de la fe auténtica, Pablo mismo reconoce en él su papel de "primero" (cf. 1 Co 15, 5; Ga 1, 18; 2, 7 s; etc.).
Además, el hecho de que varios de los textos clave referidos a Pedro puedan enmarcarse en el contexto de la última Cena, en la que Cristo le confiere el ministerio de confirmar a los hermanos (cf. Lc 22, 31 s), muestra cómo el ministerio confiado a Pedro es uno de los elementos constitutivos de la Iglesia que nace del memorial pascual celebrado en la Eucaristía.
El hecho de insertar el primado de Pedro en el contexto de la última Cena, en el momento de la institución de la Eucaristía, Pascua del Señor, indica también el sentido último de este primado: Pedro, para todos los tiempos, debe ser el custodio de la comunión con Cristo; debe guiar a la comunión con Cristo; debe cuidar de que la red no se rompa, a fin de que así perdure la comunión universal. Sólo juntos podemos estar con Cristo, que es el Señor de todos. La responsabilidad de Pedro consiste en garantizar así la comunión con Cristo con la caridad de Cristo, guiando a la realización de esta caridad en la vida diaria.
Oremos para que el primado de Pedro, encomendado a pobres personas humanas, sea siempre ejercido en este sentido originario que quiso el Señor, y para que lo reconozcan cada vez más en su verdadero significado los hermanos que todavía no están en comunión con nosotros.