Mt 13, 36-43: Explicación parábola de la cizaña
/ 28 julio, 2015 / San MateoTexto Bíblico
36 Luego dejó a la gente y se fue a casa. Los discípulos se le acercaron a decirle: «Explícanos la parábola de la cizaña en el campo». 37 Él les contestó:
«El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; 38 el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son los partidarios del Maligno; 39 el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el final de los tiempos y los segadores los ángeles. 40 Lo mismo que se arranca la cizaña y se echa al fuego, así será al final de los tiempos: 41 el Hijo del hombre enviará a sus ángeles y arrancarán de su reino todos los escándalos y a todos los que obran iniquidad, 42 y los arrojarán al horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. 43 Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga.
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
Ver Catena aurea de Mt 13, 24-43
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
San Hilario de Poitiers, obispo
Tratado sobre la Trinidad:
De Trinitate, XI, 39-40
«Los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre» (Mt 13,43)
«Cristo le devolverá el Reino a su Padre», dice san Pablo (1Co 15,24), no en sentido de que renunciaría a su poder devolviéndole su Reino, sino porque somos nosotros quienes seremos el Reino de Dios, cuando hayamos sido hechos conforme a la gloria de su cuerpo, constituidos Reino de Dios por la glorificación de su cuerpo. Es a nosotros a quienes devolverá al Padre, como Reino, según lo que está dicho en el Evangelio: «Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo» (Mt 25,34).
«Los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre». Porque el Hijo le entregará a Dios, como su Reino, a aquellos a los que convidó a su Reino, a aquellos a quienes prometió la bienaventuranza de este misterio, por estas palabras: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5,8)… he aquí que aquellos que devuelve a su Padre como su Reino, ven a Dios.
El Señor mismo explicó a sus apóstoles en qué consiste este Reino: «El Reino de Dios está dentro de vosotros» (Lc 17,21). Y si alguno quiere saber quién es el que devuelve el Reino, que escuche: «Cristo resucitó de entre los muertos, para ser entre los muertos el primer resucitado. Ya que la muerte vino por un hombre, también por un hombre viene la resurrección » (1Co 15,20-21). Todo esto concierne al misterio del Cuerpo, porque Cristo es el primer resucitado de entre los muertos… Es pues, para el progreso de la humanidad asumida por Cristo, que «Dios lo será todo en todos» (1Co 15,28).
Santa Teresa de Calcuta, religiosa
Un camino muy sencillo
«La buena semilla son los ciudadanos del Reino» (Mt 13,38)
No hay dos mundos: el físico y el espiritual; no hay más que uno: el Reino de Dios «en la tierra como en el cielo» (Mt 6,10).
Muchos de entre nosotras dicen al orar: «Padre nuestro que estás en los cielos». Piensan que Dios está allá arriba lo que da lugar a tener la idea de una separación entre los dos mundos. A muchos occidentales les gusta hacer una distinción entre la materia y el espíritu. Pero cualquier verdad es una y la realidad también. Si admitimos la encarnación de Dios, que para los cristianos se da en la persona de Jesucristo, entonces empezamos a tomar las cosas en serio.
Carta a Diogneto
La paciencia de Dios
El Señor y Creador del universo, Dios, que ha hecho todas las cosas y las ha dispuesto con orden, se ha mostrado no solamente lleno de amor a los hombres, sino también paciente. Él ha sido siempre, es y seguirá siendo el mismo: caritativo, bueno, dulce, veraz; él solo es bueno. Sin embargo, cuando concibió su grande e inefable plan, sólo se lo comunicó a su Hijo único. Mientras que mantenía en el misterio el plan de su sabiduría y lo reservaba, parecía descuidarnos y no preocuparse de nosotros. Pero cuando lo reveló por medio de su Hijo amado y manifestó lo que había preparado desde el principio, nos lo ofreció todo a la vez: la participación en sus beneficios, la visión y la inteligencia. ¿Quién de nosotros hubiera podido esperarlo?
Dios, pues, lo había todo dispuesto aparte con su Hijo: pero, hasta estos últimos tiempos, nos ha permitido dejarnos llevar por nuestras inclinaciones desordenadas, arrastrados por los placeres y las pasiones. No es que él se complaciera lo más mínimo en nuestros pecados: únicamente toleraba ese tiempo de iniquidad sin darle su consentimiento. Preparaba el tiempo actual de la justicia para que, convencidos de haber sido indignos de la vida durante este período por razón de nuestros pecados, nos hiciéramos dignos ahora por la bondad divina, y que después de habernos mostrado incapaces de entrar por nosotros mismos en le Reino de Dios, por su poder nos hacíamos capaces … Dios no nos ha odiado, ni rechazado, no ha guardado rencor, sino que durante mucho tiempo ha tenido paciencia con nosotros.
San Juan Pablo II, papa
Catequesis, Audiencia General (13-08-1986)
nn. 8-9
La caída de los ángeles rebeldes
8. Según la Sagrada Escritura, y especialmente el Nuevo Testamento, el dominio y el influjo de Satanás y de los demás espíritus malignos se extiende al mundo entero. Pensemos en la parábola de Cristo sobre el campo (que es el mundo), sobre la buena semilla y sobre la mala semilla que el diablo siembra en medio del grano tratando de arrancar de los corazones el bien que ha sido «sembrado» en ellos (cf. Mt 13, 38-39). Pensemos en las numerosas exhortaciones a la vigilancia (cf. Mt 26, 41; 1 Pe 5, 8), a la oración y al ayuno (cf. Mt 17, 21). Pensemos en esta fuerte afirmación del Señor: «Esta especie (de demonios) no puede ser expulsada por ningún medio sino es por la oración» (Mc 9, 29). La acción de Satanás consiste ante todo en tentar a los hombres para el mal, influyendo sobre su imaginación y sobre las facultades superiores para poder situarlos en dirección contraria a la ley de Dios. Satanás pone a prueba incluso a Jesús (cf. Lc 4, 3-13) en la tentativa extrema de contrastar las exigencias de la economía de la salvación tal como Dios le ha preordenado.
No se excluye que en ciertos casos el espíritu maligno llegue incluso a ejercitar su influjo no sólo sobre las cosas materiales, sino también sobre el cuerpo del hombre, por lo que se habla de «posesiones diabólicas» (cf. Mc 5, 2-9). No resulta siempre fácil discernir lo que hay de preternatural en estos casos, ni la Iglesia condesciende o secunda fácilmente la tendencia a atribuir muchos hechos e intervenciones directas al demonio; pero en línea de principio no se puede negar que, en su afán de dañar y conducir al mal, Satanás pueda llegar a esta extrema manifestación de su superioridad.
9. Debemos finalmente añadir que las impresionantes palabras del Apóstol Juan: «El mundo todo está bajo el maligno» (1 Jn 5, 19), aluden también a la presencia de Satanás en la historia de la humanidad, una presencia que se hace más fuerte a medida que el hombre y la sociedad se alejan de Dios. El influjo del espíritu maligno puede «ocultarse» de forma más profunda y eficaz: pasar inadvertido corresponde a sus «intereses»: La habilidad de Satanás en el mundo es la de inducir a los hombres a negar su existencia en nombre del racionalismo y de cualquier otro sistema de pensamiento que busca todas las escapatorias con tal de no admitir la obra del diablo. Sin embargo, no presupone la eliminación de la libre voluntad y de la responsabilidad del hombre y menos aún la frustración de la acción salvífica de Cristo. Se trata más bien de un conflicto entre las fuerzas oscuras del mal y las de la redención. Resultan elocuentes a este propósito las palabras que Jesús dirigió a Pedro al comienzo de la pasión:» …Simón, Satanás os busca para cribaros como trigo; pero yo he rogado por ti para que no desfallezca tu fe» (Lc 22, 31).
Comprendemos así por que Jesús en la plegaria que nos ha enseñado, el «Padrenuestro», que es la plegaria del reino de Dios, termina casi bruscamente, a diferencia de tantas otras oraciones de su tiempo, recordándonos nuestra condición de expuestos a las insidias del Mal-Maligno. El cristiano, dirigiéndose al Padre con el espíritu de Jesús e invocando su reino, grita con la fuerza de la fe: no nos dejes caer en la tentación, líbranos del Mal, del Maligno. Haz, oh Señor, que no cedamos ante la infidelidad a la cual nos seduce aquel que ha sido infiel desde el comienzo.
Catequesis, Audiencia General (04-09-1991)
nn. 5-8
Reino de Dios, reino de Cristo
5. Pero, aunque se realice y se desarrolle en este mundo, el reino de Dios tiene su finalidad en los «cielos». Trascendente en su origen, lo es también en su fin, que se alcanza en la eternidad, siempre que nos mantengamos fieles a Cristo en esta vida y a lo largo del tiempo. Jesús nos advierte de esto cuando dice que, haciendo uso de su poder de «juzgar» (Jn 5, 27), el Hijo del hombre ordenará, al fin del mundo, recoger «de su Reino todos los escándalos», es decir, todas las injusticias cometidas también en el ámbito del reino de Cristo. Y «entonces ―agrega Jesús― los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre» (Mt 13, 41. 43). Entonces tendrá lugar la realización plena y definitiva del «reino del Padre», a quien el Hijo entregará a los elegidos salvados por él en virtud de la redención y de la obra del Espíritu Santo. El reino mesiánico revelará entonces su identidad con el reino de Dios (cf. Mt 25, 34; 1 Cor 15, 24).
Existe, pues, un ciclo histórico del reino de Cristo, Verbo encarnado, pero el alfa y la omega de este reino ―se podría decir, con mayor propiedad, el fondo en el que se abre, vive, se desarrolla y alcanza su cumplimiento pleno― es el mysterium Trinitatis. Ya hemos dicho, y lo volveremos a tratar a su debido tiempo, que en este misterio hunde sus raíces el mysterium Ecclesiae.
6. El punto de paso y de enlace de un misterio con el otro es Cristo, que ya había sido anunciado y esperado en la Antigua Alianza como un Rey-Mesías con el que se identificaba el reino de Dios. En la Nueva Alianza Cristo identifica el reino de Dios con su propia persona y misión. En efecto, no sólo proclama que con él el reino de Dios está en el mundo; enseña, además, a «dejar por el reino de Dios» todo lo que es más preciado para el hombre (cf. Lc 18, 29-30); y, en otro punto, a dejar todo esto «por su nombre» (cf. Mt 19, 29), o «por mí y por el Evangelio» (Mc 10, 29).
Por consiguiente, el reino de Dios se identifica con el reino de Cristo. Está presente en él, en él se actúa, y de él pasa, por su misma iniciativa, a los Apóstoles y, por medio de ellos, a todos los que habrán de creer en él: «Yo, por mi parte, dispongo un reino para vosotros, como mi Padre lo dispuso para mí» (Lc 22, 29). Es un reino que consiste en una expansión de Cristo mismo en el mundo, en la historia de los hombres, como vida nueva que se toma de él y que se comunica a los creyentes en virtud del Espíritu Santo-Paráclito, enviado por él (cf. Jn 1, 16; 7, 38-39; 15, 26; 16, 7).
7. El reino mesiánico, que Cristo instaura en el mundo, revela y precisa definitivamente su significado en el ámbito de la pasión y la muerte en la cruz. Ya en la entrada en Jerusalén se produjo un hecho, dispuesto por Cristo, que Mateo presenta como el cumplimiento de la profecía de Zacarías sobre el «rey montado en un pollino, cría de asna» (Za 9, 9; Mt 21, 5). En la mente del profeta, en la intención de Jesús y en la interpretación del evangelista, el pollino simbolizaba la mansedumbre y la humildad. Jesús era el rey manso y humilde que entraba en la ciudad davídica, en la que con su sacrificio iba a cumplir las profecías acerca de la verdadera realeza mesiánica.
Esta realeza se manifiesta de forma muy clara durante el interrogatorio al que fue sometido Jesús ante el tribunal de Pilato. Las acusaciones contra Jesús eran «que alborotaba al pueblo, prohibía pagar tributos al César y decía que era Cristo rey» (Lc 23, 2). Por eso, Pilato pregunta al Acusado si es rey. Y ésta es la respuesta de Cristo: «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí». El evangelista narra que «entonces Pilato le dijo: «¿Luego tú eres rey?». Respondió Jesús: «Sí, como dices, soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz» (Jn 18, 36-37).
8. Esa declaración concluye toda la antigua profecía que corre a lo largo de la historia de Israel y llega a ser realidad y revelación en Cristo. Las palabras de Jesús nos permiten vislumbrar los resplandores de luz que surcan la oscuridad del misterio sintetizado en el trinomio: reino de Dios, reino mesiánico y pueblo de Dios convocado en la Iglesia.
Siguiendo esta estela de luz profética y mesiánica, podemos entender mejor y repetir, con mayor comprensión de las palabras, la plegaria que nos enseñó Jesús (Mt 6, 10): «Venga tu reino». Es el reino del Padre, reino que ha entrado en el mundo con Cristo; es el reino mesiánico que, por obra del Espíritu Santo, se desarrolla en el hombre y en el mundo para volver al seno del Padre, en la gloria de los Cielos.
Catequesis, Audiencia General (25-09-1991)
nn. 6-9
El crecimiento del reino de Dios según las parábolas evangélicas
6. Jesús mismo da la explicación de la parábola del sembrador a petición de sus discípulos (cf. Mt 13, 36-43). En sus palabras se transparenta la dimensión temporal y escatológica del reino de Dios.
Dice a los suyos: «A vosotros se os ha dado el misterio del reino de Dios» (Mc 4, 11). Los instruye acerca de este misterio y, al mismo tiempo, con su palabra y su obra «prepara un Reino para ellos, así como el Padre lo preparó para él [el Hijo]» (cf. Lc 22, 29). Esta preparación se lleva a cabo incluso después de su resurrección. En efecto, leemos en los Hechos de los Apóstoles que «se les apareció durante cuarenta días y les hablaba acerca de lo referente al reino de Dios» (cf. Hch 1, 3) hasta el día en que «fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios» (Mc 16, 19). Eran las últimas instrucciones y disposiciones para los Apóstoles sobre lo que debían hacer después de la Ascensión y Pentecostés, a fin de que comenzara concretamente el reino de Dios en los orígenes de la Iglesia.
7. También las palabras dirigidas a Pedro en Cesarea de Filipo se inscriben en el ámbito de la predicación sobre el Reino. En efecto, le dice: «A ti te daré las llaves del reino de los cielos» (Mt 16, 19), inmediatamente después de haberlo llamado piedra, sobre la que edificará su Iglesia, que será invencible para las «puertas del Hades» (cf. Mt 16, 18). Es una promesa que en ese momento se formula con el verbo en futuro, «edificaré», porque la fundación definitiva del reino de Dios en este mundo todavía tenía que realizarse a través del sacrificio de la cruz y la victoria de la resurrección. Después de este hecho, Pedro y los demás Apóstoles tendrán viva conciencia de su vocación a «anunciar las alabanzas de Aquel que les ha llamado de las tinieblas a su luz admirable» (cf. 1 Pe 2, 9). Al mismo tiempo, todos tendrán también conciencia de la verdad que brota de la parábola del sembrador, es decir, que «ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios que hace crecer», como escribió san Pablo (1 Cor 3, 7).
8. El autor del Apocalipsis da voz a esta misma conciencia del Reino cuando afirma en el canto al Cordero: «Porque fuiste degollado y compraste para Dios con tu sangre hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación; y has hecho de ellos para nuestro Dios un reino de sacerdotes» (Ap 5, 9. 10). El apóstol Pedro precisa que fueron hechos tales «para ofrecer sacrificios espirituales aceptos a Dios por mediación de Jesucristo» (cf. 1 P 2, 5). Todas éstas son expresiones de la verdad aprendida de Jesús quien, en las parábolas del sembrador y la semilla, del grano bueno y la cizaña, y del grano de mostaza que se siembra y luego se convierte en un árbol, hablaba de un reino de Dios que, bajo la acción del Espíritu, crece en las almas gracias a la fuerza vital que deriva de su muerte y su resurrección; un Reino que crecerá hasta el tiempo que Dios mismo previó.
9. «Luego, el fin ―anuncia san Pablo― cuando [Cristo] entregue a Dios Padre el Reino, después de haber destruido todo Principado, Dominación y Potestad» (1 Cor 15, 24). En realidad, «cuando hayan sido sometidas a él todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá a Aquel que ha sometido a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todo» (1 Cor 15, 28).
Desde el principio hasta el fin, la existencia de la Iglesia se inscribe en la admirable perspectiva escatológica del reino de Dios, y su historia se despliega desde el primero hasta el último día.
Catequesis, Audiencia General (28-07-1999)
El infierno como rechazo definitivo de Dios
1. Dios es Padre infinitamente bueno y misericordioso. Pero, por desgracia, el hombre, llamado a responderle en la libertad, puede elegir rechazar definitivamente su amor y su perdón, renunciando así para siempre a la comunión gozosa con él. Precisamente esta trágica situación es lo que señala la doctrina cristiana cuando habla de condenación o infierno. No se trata de un castigo de Dios infligido desde el exterior, sino del desarrollo de premisas ya puestas por el hombre en esta vida. La misma dimensión de infelicidad que conlleva esta oscura condición puede intuirse, en cierto modo, a la luz de algunas experiencias nuestras terribles, que convierten la vida, como se suele decir, en «un infierno».
Con todo, en sentido teológico, el infierno es algo muy diferente: es la última consecuencia del pecado mismo, que se vuelve contra quien lo ha cometido. Es la situación en que se sitúa definitivamente quien rechaza la misericordia del Padre incluso en el último instante de su vida.
2. Para describir esta realidad, la sagrada Escritura utiliza un lenguaje simbólico, que se precisará progresivamente. En el Antiguo Testamento, la condición de los muertos no estaba aún plenamente iluminada por la Revelación. En efecto, por lo general, se pensaba que los muertos se reunían en el sheol, un lugar de tinieblas (cf. Ez 28, 8; 31, 14; Jb 10, 21 ss; 38, 17; Sal 30, 10; 88, 7. 13), una fosa de la que no se puede salir (cf. Jb 7, 9), un lugar en el que no es posible dar gloria a Dios (cf. Is 38, 18; Sal 6, 6).
El Nuevo Testamento proyecta nueva luz sobre la condición de los muertos, sobre todo anunciando que Cristo, con su resurrección, ha vencido la muerte y ha extendido su poder liberador también en el reino de los muertos.
Sin embargo, la redención sigue siendo un ofrecimiento de salvación que corresponde al hombre acoger con libertad. Por eso, cada uno será juzgado «de acuerdo con sus obras» (Ap 20, 13). Recurriendo a imágenes, el Nuevo Testamento presenta el lugar destinado a los obradores de iniquidad como un horno ardiente, donde «será el llanto y el rechinar de dientes» (Mt 13, 42; cf. 25, 30. 41) o como la gehenna de «fuego que no se apaga» (Mc 9, 43). Todo ello es expresado, con forma de narración, en la parábola del rico epulón, en la que se precisa que el infierno es el lugar de pena definitiva, sin posibilidad de retorno o de mitigación del dolor (cf. Lc 16, 19-31).
También el Apocalipsis representa plásticamente en un «lago de fuego» a los que no se hallan inscritos en el libro de la vida, yendo así al encuentro de una «segunda muerte» (Ap 20, 13ss). Por consiguiente, quienes se obstinan en no abrirse al Evangelio, se predisponen a «una ruina eterna, alejados de la presencia del Señor y de la gloria de su poder» (2 Ts 1, 9).
3. Las imágenes con las que la sagrada Escritura nos presenta el infierno deben interpretarse correctamente. Expresan la completa frustración y vaciedad de una vida sin Dios. El infierno, más que un lugar, indica la situación en que llega a encontrarse quien libre y definitivamente se aleja de Dios, manantial de vida y alegría. Así resume los datos de la fe sobre este tema el Catecismo de la Iglesia católica: «Morir en pecado mortal sin estar arrepentidos ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de él para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra infierno» (n. 1033).
Por eso, la «condenación» no se ha de atribuir a la iniciativa de Dios, dado que en su amor misericordioso él no puede querer sino la salvación de los seres que ha creado. En realidad, es la criatura la que se cierra a su amor. La «condenación» consiste precisamente en que el hombre se aleja definitivamente de Dios, por elección libre y confirmada con la muerte, que sella para siempre esa opción. La sentencia de Dios ratifica ese estado.
4. La fe cristiana enseña que, en el riesgo del «sí» y del «no» que caracteriza la libertad de las criaturas, alguien ha dicho ya «no». Se trata de las criaturas espirituales que se rebelaron contra el amor de Dios y a las que se llama demonios (cf. concilio IV de Letrán: DS 800-801). Para nosotros, los seres humanos, esa historia resuena como una advertencia: nos exhorta continuamente a evitar la tragedia en la que desemboca el pecado y a vivir nuestra vida según el modelo de Jesús, que siempre dijo «sí» a Dios.
La condenación sigue siendo una posibilidad real, pero no nos es dado conocer, sin especial revelación divina, cuáles seres humanos han quedado implicados efectivamente en ella. El pensamiento del infierno -y mucho menos la utilización impropia de las imágenes bíblicas no debe crear psicosis o angustia; pero representa una exhortación necesaria y saludable a la libertad, dentro del anuncio de que Jesús resucitado ha vencido a Satanás, dándonos el Espíritu de Dios, que nos hace invocar «Abbá, Padre» (Rm 8, 15; Ga 4, 6).
Esta perspectiva, llena de esperanza, prevalece en el anuncio cristiano. Se refleja eficazmente en la tradición litúrgica de la Iglesia, como lo atestiguan, por ejemplo, las palabras del Canon Romano: «Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu familia santa (…), líbranos de la condenación eterna y cuéntanos entre tus elegidos».
Comentarios exegéticos
Esta parábola está insertada en una perícopa más extensa, por ello ver también: Comentarios exegéticos a Mt 13, 24-43
Bastin-Pinckers-Teheux, Dios cada día: Encuentro
Siguiendo el Leccionario Ferial (4). Semanas X-XXI T.O. Evangelio de Mateo.
Sal Terrae (1990), pp. 148-150.
Éxodo 33, 7-11. 18-23; 34, 4b-9. 28.
Compuesto de fragmentos diversos, el capítulo 33 está unificado por el tema de la presencia divina. En efecto, el pueblo se encuentra en un momento clave de su historia y se hace preguntas. Por una parte, Moisés ha recibido la orden de abandonar el Sinaí y dirigirse a la tierra prometida a los antepasados; pero, como más tarde Pedro en el monte Tabor, se pregunta si no sería preferible quedarse en la montaña de la revelación. Por otra parte, el pueblo tiene conciencia de haber pecado gravemente y ya no está seguro de que la providencia divina le vaya a dar su protección durante el camino. Para responder a estas angustiosas preguntas, el capítulo 33 acumula todo lo que las tradiciones divinas decían respecto a la presencia de Dios.
En primer lugar, reafirma el principio de la transcendencia divina. Ya que el pueblo se ha manchado con el pecado, Yahvé no subirá con él, irá a vivir fuera del campamento, bajo la tienda de reunión. Nos encontramos, pues, en presencia de un concepto más antiguo que la tradición sacerdotal, ya que ésta situaba siempre la tienda divina en el interior del campamento; la tienda exterior no es tanto una vivienda como un lugar de consulta. A continuación, el texto precisa la forma en que Dios se hará presente a su pueblo. Si bien es verdad que la criatura humana no puede ver a Dios cara a cara sin morir, Este se hace sensiblemente presente por medio de signos reconocibles desde la creación y a todo lo largo de la historia. Israel verá siempre a Dios simbolizado en la presencia tangible de una nube que baja y se extiende.
La alianza se ha restablecido. Ex 34 constituye la versión yahvista de la alianza sinaítica; su aspecto de renovación es sólo un artificio literario, debido a la inserción del episodio del becerro de oro; y su «decálogo» está formado, salvo dos excepciones que recuerdan los primeros preceptos de Ex 20, por un calendario religioso posterior a la instalación en Canaán. Obsérvense las palabras con las que se presenta Yahvé. Se trata probablemente de fórmulas litúrgicas estereotipadas, que el fiel debía repetir en el culto; su carácter antropomórfico parece perder su antigüedad, lo mismo que la noción de responsabilidad colectiva, en la que, sin embargo, prevalece la gracia sobre la severidad.
Salmo 102.
El himno, formado por el salmo 102, repite la afirmación de la benevolencia divina.
Mateo 13, 36-43.
La parábola de la cizaña exhortaba al discípulo a tener la paciencia necesaria para la espera del judo final. La explicación no tiene más alcance que el juicio mismo. Nos encontramos ante un mensaje lleno de firmeza y de confianza y transmitido a una Iglesia que es blanco de la persecución. Los cristianos deben saber que el mal no triunfará.
¿ Tenemos que identificar el reino del Hijo del hombre con la Iglesia o con el mundo? La explicación no apoya ninguna de las dos tesis, ni tampoco la propia parábola, pues el juicio se dirige tanto a los hijos del Reino como a los hijos del Maligno. El campo en el que están sembrados el buen grano y la cizaña es el mundo, el campo cerrado en que se enfrentan la luz y las tinieblas. De nuevo la referencia a Jesús es básica, puesto que el juicio tiene lugar en función de su persona.
***
La Biblia encierra un caudal de admirables escenas de ternura. Los relatos del Éxodo nos han habituado, hasta aquí, a la grandeza, al poder y a la dignidad. Una vez franqueadas estas grandes etapas, el texto parece cambiar de propósito: nos muestra a un Moisés que se ha convertido en alguien familiar a Dios. ¡Conmovedor cara a cara!: «Yahvé hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con su amigo». San Juan de la Cruz habla en algún momento de «los viejos amigos de Dios». Eso lo consiguen los que, con altibajos, no dejan de mantener comunicación constante con Dios. Se ha establecido una familiaridad entre Moisés y Dios, de modo que la tienda se ha convertido en «un lugar de Encuentro, de Reunión». Como dos enamorados que tienen su rincón secreto, Dios y Moisés fijan en él sus encuentros.
Mientras trata con Dios los asuntos de su pueblo, Moisés se arriesga a pedir lo que todo hombre ansia cuando ha vivido la experiencia de Dios vivo, por pobre que sea esta experiencia: «Muéstrame tu gloria…» I .a respuesta es admirable: «Mira, hay un lugar junto a mí, tu te colocarás sobre la roca. Cuando pase mi gloria, yo te pondré en el hueco de la roca y te cubriré con mi mano mientras paso…» Moisés, el «confidente de Dios» como lo llama el Corán, trabó amistad con Dios como nadie, salvo Jesús. Verá lo que se puede ver de Dios: «Retiraré mi mano y me verás de espaldas.» Nadie puede ver a Dios de frente sin morir: a Dios siempre se le reconocerá por su paso. El encuentro no agota el misterio, por el contrario, remite a un más allá, a un «siempre más lejos». La fe está como «imantada» por el misterio divino; el creyente será siempre un «seguidor». Nadie puede alcanzar a Dios: él va siempre delante.
Ya antes de la salida de Egipto, Dios había anunciado el lugar de su revelación: «Soy el que seré». El encuentro remite a la historia. Moisés no verá de Dios más que la huella de su paso. La revelación se identifica con la economía de la salvación: Dios no tiene otro lugar para descubrir su faz que el paso a través de la historia de los hombres, de una parte otra, desde el Génesis hasta el Apocalipsis. Como los pasos en la nieve indican una presencia e invitan a encuentros inesperados, así la acción histórica de Dios se abre a la manifestación de su identidad: Dios sólo es conocido por los que van detrás, y la tienda misma, lugar del encuentro, se desplaza con el pueblo a medida que sus peregrinaciones avanzan también. La Alianza es una persecución de Dios por parte del creyente, y la revelación un éxodo para Dios. Pienso en la reflexión de la espiritualidad farisea sobre la Shekinah. Sabemos que ésta habla de la «Gloria» de Dios o de su «Presencia» para nombrar a Dios mismo, preservando su misterio. Esta denominación tiene su origen en la raíz «Shakan», que significa la «residencia de Dios». Así pues, en la espiritualidad farisea, la Shekinah significa «Dios-en-exilio». La tienda, que es el lugar de la Revelación, lo es también del «Dios-en-exilio».
«Me verás de espaldas». Hemos encerrado a Dios en fórmulas, hemos reducido la revelación a una serie de definiciones ortodoxas, como si hubiéramos visto el rostro del «Totalmente Otro». «Me verás de espaldas»… Hay un sólo lugar en el que podemos encontrar al Inefable, conocer al Incognoscible: nuestra historia de hombres, en la que se encarna la Alianza. La revelación sólo puede ser un éxodo común, y el encuentro un descubrimiento, no una contemplación posesiva. El deseo que nos empuja a decir: «Muéstrame tu gloria» se convierte entonces en una humilde invocación, la de Moisés al final de su emocionante cara a cara: «¡Dígnate, Señor, acompañarnos!»
¿Quién eres tú,
hacia quien empuja el deseo,
Tú, cuyo amor
ya conoce nuestro corazón?
¡Dios todopoderoso, Dios vulnerable,
Dios que te llamas Padre,
Dios de nuestra historia, Dios de la Alianza!
¿Quién eres tú, que te encadenas por amor,
oh Dios, a quien podemos herir de muerte,
Dios que perdonas y resucitas?
Dios de ternura,
Dios a quien no podemos contemplar sin morir,
Dios de Jesús y Dios de los cielos infinitos,
es a ti a quien cantamos.
Biblia Nácar-Colunga Comentada
Explicación de la parábola de la cizaña, 13:36-43.
La alegorización de la parábola es de gran interés. Se destacan los versículos que tienen un valor especial. Se hace a los discípulos “en casa,” a petición suya.
V.37. El sembrador es el Hijo del hombre. No es usual ni técnico por Mesías. Tomado de Daniel (7:13), lo utilizará Cristo para hacer su profesión mesiánica ante el Sanedrín v.38a. El campo es el “mundo” (χόσμος). Esta expresión no puede recibir aquí el sentido restringido de Israel, sino que significa todo el mundo. Toda la alegorización se desenvuelve teniendo en cuenta el fin del mundo y el juicio de Dios sobre los seres humanos. Se expresa la universalidad del reino.
V.38c-39. En un versículo se habla del Maligno como sinónimo del Diablo. En arameo, Maligno como sinónimo de Diablo es desconocido. En arameo, el nombre de Diablo es “Satanás.” Diablo falta en Mc, y pertenece a un estadio literario posterior evangélico. Los “hijos del Maligno” o del “Mal” lo son por cualidad suya.
V.39b. La siega es la consumación del siglo presente (Mt 24:3; 28:20; Heb 9:26).
V.41. En este juicio final (v.39b), los ángeles aparecen como ministros de la justicia divina (Mt 24:3; 28:20; Heb 9:26). Pero es de la máxima importancia doctrinal la afirmación que Cristo mismo “enviará a sus ángeles” para su obra de justicia. Se presenta a Cristo como dueño de los ángeles. Pero esto en el A.T. es atributo de Dios. Con ello se equipara Cristo a Yahvé, que mandará a sus ángeles a que guarden los caminos del justo (Sal 91:11; Heb 1:7).
Lexicográficamente es extraña la expresión: los ángeles del Hijo del hombre, expresión que no se encuentra en el Ν. Τ. más que en Mt (16:27; 24:31). Igualmente la expresión del Reino del Hijo del hombre, también exclusiva de Mt (13:41; 16:28). El concepto del Reino de Cristo no se encuentra en el estadio primitivo de la tradición evangélica. Supone una mayor penetración de la naturaleza de Cristo y un estadio algo posterior que suponga esta formulación literaria.
Los ángeles recogerán en esa hora todos los “escándalos”; son, propiamente, los hombres escandalosos; mejor, los actos de los hombres en cuanto son ocasión de peligro (Mt 16:23).
V.42. La expresión griega usada χάμινος, lo mismo puede significar “camino” que “horno” (Ap 9:2). Esta es la que aquí conviene (Dan 3:6). En tiempo de Cristo, el “Horno de fuego” y la “Gehenna” vinieron a ser las dos imágenes usuales del infierno. El suplicio que allí les aguarda es expresado con la fórmula amplia, usual y popular — estereotipada —, del “llanto y crujir de dientes” (Mt 8:12; 13:42.50; 21:13; 25:30, etc.). El “llanto” es metáfora que expresa dolor; “rechinar de dientes,” furor de la desesperación.
V.43. Los “justos,” en contraposición, “brillarán.”. La luz aparece en la Escritura como símbolo de gloria y felicidad. Este pasaje está descrito además con elementos apocalípticos, análogos a otros pasajes (Dan 12:13; Sal 3:7; Eclo 50:6:7), lo mismo que al IV de Esdras, buena síntesis de los apocalípticos (4 Esd 7:97).
Esta interpretación alegorizada de la parábola, ¿a quién se debe? J. Jeremías ha hecho ver con abundancia de datos lingüísticos y de contenido — y a su obra se remite, pues su análisis aquí sería excesivamente amplio — que la interpretación alegórica de esta parábola procede del mismo Mateo. Si el estilo es de Mateo, muchos de estos conceptos pertenecen, algunos fundamentales ya se indicaron, a un estadio teológico posterior al de la hora primitiva e histórica. Y una confirmación de eso se ve en el apócrifo Evangelio de Tomás, de la primera mitad del siglo II, en el que se expone la parábola, pero no aparece la “interpretación.”
El tema primitivo de la parábola debió de ser una exhortación a la paciencia a causa de la coexistencia de la cizaña con el trigo, tomados estos términos en sentido de malos y buenos. La Iglesia primitiva la alegorizó — Mateo — en sentido escatológico en función de las necesidades concretas que había contra la Iglesia naciente, parte por las polémicas judeo-cristianas, y parte por la situación de coexistencia de fieles y pecadores; junto con la presencia de herejes. Pero en el trasfondo se percibe la necesidad primitiva de la exhortación a la paciencia hasta que llegue esta hora judicial de Cristo.
La “coexistencia” de buenos y malos en la Iglesia era preocupación grande, y convenía justificarla. No era el mesianismo el sueño ideal que presentaba el IV libro de Esdras (6:27.28) en plena época cristiana y con máxima difusión. Así situada, esta enseñanza aparece con una cierta necesidad. El “escatologismo” encuentra un fuerte rechazo en esta alegoría. El valor doctrinal secundario es grande: se enseña la existencia del cielo e infierno, lo mismo que dos fases — terrena y celeste — eclesiales.
S. Carrillo, El evangelio según san Mateo: Interpretación de la parábola de la cizaña
Verbo Divino (2010), pp. 188-189
Como en el caso de la explicación de la parábola del sembrador, tratándose ahora del trigo y la cizaña, se presenta una interpretación alegórica de la Iglesia apostólica86. Mateo, en una catequesis alegórica, interpreta y desarrolla los datos primitivos. Es una exhortación que se empeña en describir el último juicio con el fin de eliminar la falsa seguridad en la que podrían vivir ciertos cristianos. Esta interpretación actualizada es conforme al pensamiento de Jesús, que habló de la vida eterna y del castigo eterno.
Mateo restringe la explicación de la parábola a la cizaña. Se trata de una cadena de siete interpretaciones alegóricas: el que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del Reino; la cizaña son los hijos del Maligno; el enemigo es el Diablo; la siega es la consumación del mundo; los segadores son los ángeles.
Los vv. 40-43 constituyen un pequeño Apocalipsis que pinta plásticamente la consumación del siglo –el fin de los tiempos o el fin del mundo–, del que Jesús habló en diferentes ocasiones. Los elementos principales son:
- – “El Hijo del hombre”, Jesús, que, al fin de los tiempos, vendrá entre nubes con gran poder y gloria (Mt 24,30).
- – “Los ángeles” de ese mismo Hijo del hombre, que reunirán todos los escándalos (se entiende “personas”) y a los obradores de iniquidad (Mt 24,31).
- – “El horno de fuego” es símbolo bíblico de purificación o de castigo; lo utiliza el AT y se encuentra también en labios del Bautista y de Jesús (Mt 3,10-12; 5,22; 18,8-9; 25,41).
- – “El llanto y el rechinar de dientes” es una expresión apocalíptica utilizada particularmente por Mateo para referirse al castigo de los malos (Mt 8,12; 13,40.50; 22,13; 24,51; 25,30).
- – “Los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre es eco del Apocalipsis de Daniel 12,4.
Hay que señalar que con la expresión “el Reino del Hijo del hombre”, exclusiva de Mt 13,41 y 16,28, se traslada de Dios al Hijo del hombre el dominio del Reino. Lo mismo puede aplicarse a la expresión “los ángeles del Reino del Hijo del hombre”.
W. Trilling, El Nuevo Testamento y su Mensaje (Mt): Explicación de la parábola de la cizaña
Herder (1980), Tomo II, pp. 38-44
Parábola del grano de mostaza (13,31-32).
Jesús regresa a la casa de donde (13,1) había salido.
La predicación oficial a todos está separada de la instrucción especial a los discípulos. Ahora los discípulos piden expresamente una explicación: Explícanos la parábola de la cizaña del campo. Luego sigue una explicación, que en esta forma está una sola vez en toda la tradición evangélica. En primer lugar casi todas las personas y acciones del relato son transferidas a la realidad religiosa, y son enumeradas como en una lista . El Hijo del hombre es el sembrador; el campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del reino; la cizaña son los hijos del malo; el enemigo es el diablo; la siega es el final de los tiempos; los segadores son los ángeles. En esta enumeración ya se ve que en la explicación se pretende algo esencialmente distinto de lo que se pretendía en la parábola. En ésta se trataba de la decisión del padre de familia de dejar crecer ahora la cizaña y el trigo, aquí se trata de la siega futura, de la muerte definitiva de la cizaña y del trigo.
Por la parábola se descubre el drama del juicio final. Este drama debió realmente inducir a explicar y nombrar las distintas figuras. Pero la explicación manifiesta un profundo deseo de la antigua Iglesia. Los predicadores tenían interés en impugnar una temeraria seguridad que podía difundirse entre los llamados a la salvación. Al mismo tiempo se puso ante la mirada la gravedad y el terror del juicio, hacia el que también se dirigen los que se han salvado, con la esperanza de ser también salvados le segunda vez.
Se revela el drama del fin del mundo. Quien domina el mundo y en todas partes arroja su semilla es el Hijo del hombre. No el humilde peregrino de Galilea, ni el supuesto revolucionario fracasado y condenado a muerte, ni tampoco el rey del tiempo final, que venia sobre las nubes del cielo y fue contemplado por el profeta como «uno que parecía el Hijo del hombre» (Dan 7,13); sino el Señor del tiempo actual del mundo, computado desde la presentación de Jesús hasta su segunda venida para el juicio, el Señor de las comunidades y de todas las naciones.
El campo puede significar simplemente el mundo. No se hace ninguna diferencia entre el terreno laborable primitivo, el pueblo de la alianza del Antiguo Testamento (el pueblo primeramente destinado a la salvación), y los pueblos paganos que se agregan. Todos ellos son ahora sin distinción terreno laborable para la semilla del divino sembrador. De él procede la buena semilla, éstos son los hijos del reino. Reino aquí es una dicción abreviada de la forma más completa «reino de los cielos» o «reino de Dios». Los hijos del reino son los que a él están llamados y han seguido este llamamiento por propia decisión. Ahora ya forman parte del reino, pero conseguirán un día la plena filiación, si de su actual vocación también dimana la definitiva elección . Así pues, los hijos del reino son los aspirantes a poseerlo definitivamente. Aunque no tengan ninguna garantía, tienen una esperanza justificada de conseguir esta posesión, porque han sido llamados y han seguido este llamamiento. Es un honroso título ser hijo del reino de Dios.
Se oponen con violencia los hijos del malo, que el demonio ha diseminado y de él proceden. Aquí no se distingue entre los que sólo están comprometidos en parte con el malo, y otros que están enteramente a merced de él. Sin embargo, hay que tener en cuenta que los hijos del reino también son tentados y pueden caer, es decir, están constantemente amenazados por el malo. La mirada se dirige al fin, en el que cada uno ha obtenido su «forma» definitiva y su decisión ha madurado plenamente para una cosa o la otra.
Incluso entre los miembros de la comunidad los hay propiamente malos. Hay quienes han pretendido destruir, sembrar discordia, causar confusión, seducir y atraer a la apostasía. Aquí no se ha de preguntar si dichos miembros son enteramente malos y ya no son capaces de conversión o si sólo se han convertido temporalmente en el instrumento del malo. En cualquier caso cooperan con el malo y contra Dios y su obra. Los que tienen el nombre y la dignidad de hijos del reino, pueden ser interiormente hijos del malo. Esto se hace patente al fin. La segunda parte de la explicación cuenta cómo se llevará a cabo la separación.
vv. 40-43
Lo que sucede en el campo, cuando se recoge la cizaña y se quema en el fuego, eso también ocurrirá al fin del mundo. El Hijo del hombre es el que juzga. En esta segunda parte de la parábola se habla sobre todo del destino de los malos. Se los debe prevenir. Solamente al final se les opondrán los justos: brillarán como el sol, en el reino del Padre (13,43a). Los malos ya no tendrán ninguna esperanza, sino que serán arrojados muy lejos de Dios. Las expresiones corresponden al tiempo y son corrientes para los rabinos como para todos los contemporáneos de Jesús. Allí está el «horno del fuego», y reina el «llanto y el rechinar de dientes». Estas expresiones tienen que ser explicadas para que las comprendamos. Porque no se trata de tormentos físicos, sino de la exclusión definitiva de la gloria y de la vida de Dios. Por esta exclusión los condenados se sumergen en la desesperación y en la rabia impotente.
En este pasaje llegamos a conocer mejor la índole de estos hijos del malo. Se nombran dos grupos, los «escandalosos» y los que «cometen la maldad».
En san Mateo se habla con frecuencia de los escándalos y de los que los provocan. Esta expresión no debe ser privada de su fuerza. El escándalo afecta siempre a la totalidad de la persona y principalmente a la fe. El que se escandaliza, pierde la fe, se aleja de Dios y de su llamamiento, quizás por un motivo insignificante. Dar escándalo a un tercero significa ser motivo de caída para el otro, que deja de cumplir con su dignidad de cristiano. Tales escandalosos son los peores seductores, contra los que se previene con las más graves amenazas (cf. 18,6s). En este pasaje pueden entenderse los escándalos en sentido personal u objetivo. Cabe suponer que se ha incluido en ellos todo lo que la comunidad cristiana consideraba como tal: los que se escandalizan y caen, y por este motivo se convierten, a su vez, en ocasión de tropiezo para sus propios hermanos en la fe y para los extraños, y los que, como escándalos vivientes, merodean por la comunidad y, mediante sus doctrinas erróneas y sus graves extravíos, seducen a otros. Una fuerza realmente inquietante.
El segundo grupo lo forman los que cometen la maldad. ¿Qué clase de gente es ésta? En el sentido del evangelista son personas sin ley, porque ellos mismos se constituyen en ley: son sus propios legisladores. La verdadera ley del nuevo pueblo de Dios es la perfecta ley del amor (22,40) cumplida por Jesús (cf. 5,17), «la perfecta ley de la libertad» (Sant 1,25). En esta ley se ha perfeccionado la ley del Antiguo Testamento. Esta ley ahora ha venido a ser la norma competente para los discípulos de Jesús. Se puede contravenir a esta ley, si se recae en el servicio de la ley del Antiguo Testamento y cada uno por su parte procura cumplir puntualmente los mandamientos que allí se dan, y quiere obligar a los demás a cumplirlos. Éste era el peligro de una dirección que procedía de la Iglesia madre de Jerusalén y contra la cual san Pablo se resistió apasionadamente. Pero también se puede contravenir a esta ley, rechazándola en general y si uno se llena de ilusiones y se entrega a una falsa libertad y, con ello, al desenfreno y a la disolución (cf. Gal 6,13s). Ambos grupos son culpables. Ambos hacen traición a lo propio de la obra de Jesús, a la nueva vida del amor en la perfección de la nueva ley. No tienen esperanza de ser liberados, si han conducido a la comunidad por caminos erróneos y se colocaron fuera de la salvación, que Jesús también a ellos les había traído.
Se puede desacertar en la Iglesia la voluntad de Dios y el orden de vida establecido por Jesús, si se recae en la manera legal de pensar del Antiguo Testamento o si se rechaza por principio la manera de pensar perfeccionada por Jesús, la «ley de Cristo» (Gal 6,2). También hoy día se dan las dos tentaciones, también hay portavoces y seductores para una u otra de las dos clases de corrupción.
Estos dos grupos ya muestran que se piensa sobre todo, aunque no exclusivamente, en las relaciones dentro de la Iglesia. La cizaña también crece en las propias filas. En ellas hay traidores, embusteros, personas insensibles, pecadores de toda clase, herejes y seductores. ¿Cómo es esto posible, si la Iglesia es el pueblo santo de Dios, y los creyentes son discípulos de tal maestro? El espanto debido a esta causa fue al principio mucho más intenso del que hoy día sentimos, aunque agobie gravemente a todos los que adoptan una actitud seria. Los creyentes de todos los tiempos lo han experimentado como carga y prueba, a menudo como una prueba mayor y más molesta que las tribulaciones provenientes de un poder estatal corrompido o de artes de seducir en tiempos de inmoralidad. ¡Cuántas veces se intentó salir de esta sociedad poco selecta, y fundar una Iglesia de los limpios y santos! Estas palabras aquí nos dicen que también el otro sembrador está constantemente actuando, y que no es de la incumbencia de los hombres el juicio ni la separación por la violencia; se nos dice que el hombre debe esperar ansiosamente el gran juicio que lleva a cabo el Hijo del hombre por encargo de Dios. «Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria, y todos los ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria. Todas las naciones serán congregadas ante él, que separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos» (25,31s).