Mt 13, 24-43: Parábolas: cizaña, grano de mostaza, levadura
/ 19 julio, 2014 / San MateoTexto Bíblico
24 Les propuso otra parábola: «El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; 25 pero, mientras los hombres dormían, un enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. 26 Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña. 27 Entonces fueron los criados a decirle al amo: “Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?”. 28 Él les dijo: “Un enemigo lo ha hecho”. Los criados le preguntan: “¿Quieres que vayamos a arrancarla?”. 29 Pero él les respondió: “No, que al recoger la cizaña podéis arrancar también el trigo. 30 Dejadlos crecer juntos hasta la siega y cuando llegue la siega diré a los segadores: Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero”».
31 Les propuso otra parábola: «El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno toma y siembra en su campo; 32 aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un árbol hasta el punto de que vienen los pájaros del cielo a anidar en sus ramas».
33 Les dijo otra parábola: «El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina, hasta que todo fermenta». 34 Jesús dijo todo esto a la gente en parábolas y sin parábolas no les hablaba nada, 35 para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta: «Abriré mi boca diciendo parábolas; anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo».
36 Luego dejó a la gente y se fue a casa. Los discípulos se le acercaron a decirle: «Explícanos la parábola de la cizaña en el campo». 37 Él les contestó:
«El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; 38 el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son los partidarios del Maligno; 39 el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el final de los tiempos y los segadores los ángeles. 40 Lo mismo que se arranca la cizaña y se echa al fuego, así será al final de los tiempos: 41 el Hijo del hombre enviará a sus ángeles y arrancarán de su reino todos los escándalos y a todos los que obran iniquidad, 42 y los arrojarán al horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. 43 Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga.
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Sermón: La buena semilla y la cizaña
«Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero» (Mt 13,30)Sermón 73 A [Caillau II,5]
1. Hemos escuchado el santo Evangelio y a Cristo el Señor que habla en él. Sobre lo escuchado, hablaré lo que él me otorgue. Tal vez, hermanos, me costaría esfuerzo exponeros esta parábola, pero, como la expuso quien la propuso, me ahorró esa fatiga. El que leyó el evangelio, lo hizo hasta el pasaje en que el Señor dice: Recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla; y guardad el trigo en el granero (Mt 13,30). Pero —como está escrito— luego se le acercaron sus discípulos y le dijeron: Explícanos la parábola de la cizaña (Mt 13,36). Y el que está en el seno del Padre (Cf Jn 1,18), él mismo la expuso con estas palabras: El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre, refiriéndose a sí mismo. El campo es el mundo. La buena semilla son los hijos del reino; la cizaña, los hijos del maligno. El enemigo que la siembra es el diablo. La siega es el fin de este mundo; los segadores, los ángeles (Mt 13,37-39). Por tanto, cuando venga el Hijo del hombre, enviará a sus ángeles y recogerán de su reino todos los escándalos, y los arrojarán al horno de fuego ardiente; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces refulgirán los justos como el sol en el reino de su Padre (Mt 13,41-43). He citado palabras de Cristo, el Señor, que no fueron leídas, pero están así escritas. El Señor, pues, nos expuso lo que propuso. Ved qué elegimos ser en su campo; considerad cómo nos hallará el día de la siega. El campo, que es el mundo, es la Iglesia difundida por el mundo. Quien es trigo persevere hasta la siega; los que son cizaña, conviértanse en trigo. Porque entre los hombres y las verdaderas espigas y la cizaña real hay esta diferencia: con referencia a lo que había en el campo, la espiga es espiga y la cizaña es cizaña. En cambio, en el campo del Señor, esto es, en la Iglesia, a veces, lo que era trigo se vuelve cizaña y lo que era cizaña se convierte en trigo; y nadie sabe lo que será en el futuro. Por eso, el padre de familia no consintió arrancar la cizaña a sus braceros indignados; querían arrancarla, pero no les permitió separar la cizaña. Hicieron lo que era de su incumbencia y dejaron la separación a los ángeles. Ellos no querían reservarles la separación de la cizaña, pero el padre de familia, que conocía a todos y sabía que era menester dejar para más tarde la separación, les mandó tolerar la cizaña, no separarla. Habiéndole dicho ellos ¿Quieres que vayamos y la recojamos?, respondió: No, no sea que, al querer arrancar la cizaña, arranquéis también el trigo (Mt 13,29). —«Entonces, Señor, ¿estará también la cizaña con nosotros en el granero?» —«En el momento de la siega diré a los segadores: recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla (Mt 13,30). Tolerad en el campo lo que no os acompañará en el granero».
2. Escuchad, amadísimos granos de Cristo; escuchad, amadísimas espigas de Cristo; escucha, amadísimo trigo de Cristo; miraos a vosotros mismos, retornad a vuestras conciencias, interrogad a vuestra fe, preguntad a Vuestra Caridad, despertad vuestra conciencia; y si reconocéis que sois granos, venga a vuestra mente: Quien persevere hasta el fin, ese se salvará (Mt 10,22). Pero quien, al escudriñar su conciencia, encuentre ser cizaña, no tema cambiar. Todavía no hay orden de cortar, aún no es el momento de la siega; no seas hoy lo que eras ayer, o no seas mañana lo que eres hoy. ¿De qué te sirve decir que alguna vez cambiarás? Dios te ha prometido el perdón una vez que hayas cambiado; no te ha prometido el día de mañana. Tal como seas al salir del cuerpo, así llegarás a la siega. Muere alguien —no sé quién— que era cizaña; ¿acaso tiene entonces la posibilidad de convertirse en trigo? Es aquí, en el campo, donde el trigo puede convertirse en cizaña y la cizaña en trigo; aquí es posible; pero entonces, es decir, después de esta vida, será el momento de recoger lo que se obró, no de hacer lo que no se obró. Mas quien sea como la cizaña y quiera separarse del campo de Cristo, el Señor, no será trigo, pues si lo fuese seguiría siéndolo. ¿Por qué teme el trigo a la cizaña? Dejad que crezcan juntos hasta la siega (Mt 13,30), dice el padre de familia. Crezcan juntos, los segadores no yerran y saben de qué hacer las gavillas y arrojarlas al fuego. Con el trigo no se pueden hacer gavillas y enviarlas al fuego. Las gavillas manifiestan la separación. Arrio tiene allí su gavilla, Eunomio tiene allí su gavilla, Fotino tiene allí su gavilla, Donato tiene allí su gavilla, Manes tiene allí su gavilla, Prisciliano tiene allí su gavilla. Todas estas gavillas serán arrojadas al fuego; esté tranquilo el trigo, en el granero se alegrará sin mezcla de malos.
3. Pero ¿dónde no ha sembrado cizaña el enemigo? ¿Qué clase, qué campo de trigo halló en que no esparció cizaña? ¿Acaso la sembró entre los laicos y no entre los clérigos, o entre los obispos? ¿O la sembró entre los casados, pero no entre los que profesan castidad? ¿O la sembró entre las casadas y no entre las monjas? ¿O la sembró en las casas de los laicos y no en las comunidades de monjes? Por doquier la esparció, por doquier la sembró. ¿Qué dejó sin mezclar en él la cizaña con el trigo? Pero, demos gracias a Dios, porque quien se dignará separar, no sabe errar. No se oculta a Vuestra Caridad que la cizaña se encuentra también en cualquier mies eminente y encumbrada. La cizaña se halla también entre los que profesan la santidad. Y decís: «Se han hallado malos en tal lugar; también allí, también en tal comunidad». En todas partes se han hallado malos, pero los malos no reinarán con los buenos. ¿Por qué te extrañas de haber descubierto malos en un lugar santo? ¿Ignoras que el primer pecado —de desobediencia— ocurrió en el paraíso y que por esa desobediencia cayó el ángel? ¿Acaso manchó el cielo? Cayó Adán (Cf Gn 3); ¿acaso infeccionó el paraíso? Cayó uno de los hijos de Noé (Cf Gn 9,20-22); ¿acaso contaminó la casa del justo? Cayó Judas (Cf Mt 26,48-50); ¿acaso contaminó al coro de los Apóstoles? A veces, según la estimación humana, se cree que algunos son trigo, pero son cizaña; o se cree que algunos son cizaña, pero realmente son trigo. Con la mente puesta en que ignoramos qué es cada cual, dice el Apóstol: No juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, e ilumine lo que esconden las tinieblas; entonces manifestará los pensamientos del corazón, y entonces cada uno recibirá de Dios su alabanza (1Co 4,5). La alabanza humana es transitoria. A veces un hombre alaba al malo sin saberlo; a veces el hombre acusa al santo sin saberlo. ¡Dios perdone a los que no saben y socorra a los que sufren a causa de esa ignorancia!
Pablo VI
Audiencia General (15-11-1972): Defendernos del misterio de iniquidad
«Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?» (Mt 13,27)¿Cuáles son hoy las necesidades mayores de la Iglesia? No os suene como simplista, o justamente como supersticiosa e irreal nuestra respuesta; una de las necesidades mayores es la defensa de aquel mal que llamamos Demonio.
Antes de aclarar nuestro pensamiento, invitamos al vuestro a que se abra a la luz de la fe sobre la visión de la vida humana, visión que, desde este observatorio, se extiende extraordinariamente y penetra en profundidades singulares. Y verdaderamente el cuadro que estamos invitados a contemplar con realismo global es muy hermoso. Es el cuadro de la creación, la obra de Dios, que Dios mismo, como espejo exterior de su sabiduría y de su poder, admiró en su belleza sustancial (cf Gn 1, 10, etc.).
Luego es muy interesante el cuadro de la historia dramática de la humanidad, de cuya historia emerge la de la redención, la de Cristo, de nuestra salvación, con sus tesoros estupendos de revelación, de profecía, de santidad, de vida elevada a nivel sobrenatural, de promesas eternas (cf Ef 1, 10). Sabiendo mirar este cuadro, necesariamente debemos sentirnos encantados (cf San Agustín, Soliloquios); todo tiene un sentido, todo tiene un fin, todo tiene un orden y todo permite vislumbrar una Presencia trascendente, un Pensamiento, una Vida y, finalmente, un Amor, de suerte que el universo, por lo que es y por lo que no es, se presenta a nosotros como una preparación entusiasmante y embriagadora para algo todavía más bello y todavía más perfecto (cf 1Co 2, 9; 13, 12; Rm 8, 19-23). La visión cristiana del cosmos y de la vida es, por tanto, triunfalmente optimista; y esta visión justifica nuestra alegría y nuestra gratitud de vivir con las que, al celebrar la gloria de Dios, cantamos nuestra fidelidad (cf el Gloria de la Misa).
¿Pero es completa esta visión? ¿Es exacta? ¿Nada nos importan las deficiencias que existen en el mundo? ¿Los desajustes de las cosas respecto de nuestra existencia? ¿El dolor, la muerte, la maldad, la crueldad, el pecado; en una palabra, el mal? ¿Y no vemos cuánto mal existe en el mundo? ¿Especialmente cuánto mal moral, es decir, simultáneo, si bien de distinta forma, contra el hombre y contra Dios? ¿No es este acaso un triste espectáculo, un misterio inexplicable? ¿Y no somos nosotros, justamente nosotros, seguidores del Verbo y cantores del Bien, nosotros creyentes, los más sensibles, los más turbados por la observación y la experiencia del mal? Lo encontramos en el reino de la naturaleza, en el que sus innumerables manifestaciones nos parece que delatan un desorden. Después lo encontramos en el ámbito humano, donde hallamos la debilidad, la fragilidad, el dolor, la muerte; y algo peor, una doble ley opuesta: una que desearía el bien, y otra, en cambio, orientada al mal; tormento que san Pablo pone en humillante evidencia para demostrar la necesidad y la suerte de una gracia salvadora, es decir, de la salvación traída por Cristo (cf Rm 7); ya el poeta pagano había denunciado este conflicto interior en el corazón mismo del hombre: "Video meliora, proboque, deteriora sequor" (Ovidio, Met., 7, 19). Encontramos el pecado, perversión de la libertad humana, y causa profunda de la muerte, porque es separación de Dios fuente de la vida (Rm 5, 12); y además, a su vez, ocasión y efecto de una intervención en nosotros y en el mundo de un agente oscuro y enemigo, el Demonio.
El mal no es solamente una deficiencia, sino una eficiencia, un ser vivo, espiritual, pervertido y perversor. Terrible realidad. Misteriosa y pavorosa. Se sale del cuadro de la enseñanza bíblica y eclesiástica quien se niega a reconocer su existencia; o bien quien hace de ella un principio que existe por sí y que no tiene, como cualquier otra criatura, su origen en Dios; o bien la explica como una pseudorealidad, una personificación conceptual y fantástica de las causas desconocidas de nuestras desgracias. El problema del mal, visto en su complejidad y en su absurdidad respecto de nuestra racionalidad unilateral se hace obsesionante: constituye la más fuerte dificultad para nuestra comprensión religiosa del cosmos. No sin razón sufrió por ello durante años san Agustín: "Quaerebam unde malum, et non erat exitus", buscaba de dónde procedía el mal, y no encontraba explicación (Confesiones, VII, 5, 7, 11, etc., PL., 22, 736, 739).
He aquí, pues, la importancia que adquiere el conocimiento del mal para nuestra justa concepción cristiana del mundo, de la vida, de la salvación. Primero, en el desarrollo de la historia evangélica, ¿quién no recuerda, al principio de su vida pública, la página densísima de significados de la triple tentación de Cristo? Y después, en los múltiples episodios evangélicos, en los cuales el Demonio se cruza en el camino del Señor y figura en sus enseñanzas (cf Mt 12, 43). ¿Y cómo no recordar que Cristo, refiriéndose al Demonio en tres ocasiones como a su adversario, lo denomina "príncipe de este mundo"? (Jn 12, 31; 14, 30; 16, 11). Y la incumbencia de esta nefasta presencia está señalada en muchísimos pasajes del Nuevo Testamento. San Pablo lo llama el "dios de este mundo" (2Co 4, 4), y nos pone en guardia sobre la lucha a oscuras que nosotros cristianos debemos mantener no con un solo Demonio, sino con una pluralidad pavorosa: "Revestíos, dice el apóstol, de la coraza de Dios para poder hacer frente a las asechanzas del Diablo, que nuestra lucha no es (solo) contra la sangre y la carne, sino contra los principados y las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malignos de los aires" (Ef 6, 12).
Y que se trata no de un solo Demonio, sino de muchos, diversos pasajes evangélicos nos lo indican (cf Lc 11, 21; Mc 5, 9); pero uno es el principal: Satanás, que quiere decir el adversario, el enemigo; y con él muchos, todos criaturas de Dios, pero caídas –porque fueron rebeldes– y condenadas (cf DS 800-428); todo un mundo misterioso, revuelto por un drama desgraciadísimo, del que conocemos muy poco.
Conocemos, sin embargo, muchas cosas de este mundo diabólico que afectan a nuestra vida y a toda la historia humana. El Demonio está en el origen de la primera desgracia de la humanidad; él fue el tentador engañoso y fatal del primer pecado, el pecado original (cf Gn 3; Sab 1, 24). Por aquella caída de Adán, el Demonio adquirió un cierto dominio sobre el hombre, del que solo la redención de Cristo nos pudo liberar. Es una historia que sigue todavía: recordemos los exorcismos del bautismo y las frecuentes alusiones de la Sagrada Escritura y de la liturgia a la agresiva y opresora "potestad de las tinieblas" (cf Lc 22, 53; Col 1, 13). Es el enemigo número uno, es el tentador por excelencia. Sabemos también que este ser oscuro y perturbador existe de verdad y que con alevosa astucia actúa todavía; es el enemigo oculto que siembra errores e infortunios en la historia humana. Debemos recordar la parábola reveladora de la buena semilla y de la cizaña, síntesis y explicación de la falta de lógica que parece presidir nuestras sorprendentes vicisitudes: "Inimicus homo hoc fecit" (Mt 13, 28). El hombre enemigo hizo esto. Él es "el homicida desde el principio... y padre de toda mentira", como lo define Cristo (cf Jn 8, 44s); es el insidiador sofístico del equilibrio moral del hombre. Es el pérfido y astuto encantador, que sabe insinuarse en nosotros por medio de los sentidos, de la fantasía, de la concupiscencia, de la lógica utópica, o de los desordenados contactos sociales en el juego de nuestro actuar, para introducir en él desviaciones, tanto más nocivas cuanto que en apariencia son conformes a nuestras estructuras físicas o psíquicas o a nuestras instintivas y profundas aspiraciones.
Este capítulo sobre el Demonio y sobre la influencia que puede ejercer, tanto en cada una de las personas como en comunidades, sociedades enteras o acontecimientos, sería un capítulo muy importante de la doctrina católica que debería estudiarse de nuevo, mientras que hoy se le presta poca atención. Piensan algunos encontrar en los estudios psicoanalíticos y psiquiátricos o en experiencias espiritistas, hoy excesivamente difundidas por muchos países, una compensación suficiente. Se teme volver a caer en viejas teorías maniqueas o en terribles divagaciones fantásticas y supersticiosas.
Hoy prefieren algunos mostrarse valientes y libres de prejuicios, tomar actitudes positivistas, prestando luego fe a tantas gratuitas supersticiones mágicas o populares; o peor aún, abrir la propia alma –¡la propia alma bautizada, visitada tantas veces por la presencia eucarística y habitada por el Espíritu Santo!– a las experiencias libertinas de los sentidos, a aquellas otras deletéreas de los estupefacientes, como igualmente a las seducciones ideológicas de los errores de moda; fisuras estas a través de las cuales puede penetrar fácilmente el Maligno y alterar la mentalidad humana. No se ha dicho que todo pecado se deba directamente a la acción diabólica (cf ST, I, 104, 3); pero es, sin embargo, cierto que quien no vigila con cierto rigor moral sobre sí mismo (cf Mt 12, 45; Ef 6, 11) se expone a la influencia del "mysterium iniquitatis", a que se refiere san Pablo (2Ts 2, 3-12), y que hace problemática la alternativa de nuestra salvación.
Nuestra doctrina se hace incierta, por estar como oscurecida por las tinieblas mismas que rodean al Demonio. Pero nuestra curiosidad, excitada por la certeza de su existencia múltiple, se hace legítima con dos preguntas: ¿Existen señales, y cuáles, de la presencia de la acción diabólica? ¿Y cuáles son los medios de defensa contra un peligro tan insidioso?
La respuesta a la primera pregunta impone mucha cautela, si bien las señales del Maligno parecen hacerse evidentes (cf Tert. Apo., 23). Podremos suponer su acción siniestra allí donde la mentira se afirma hipócrita y poderosa contra la verdad evidente; donde el amor es eliminado por un egoísmo frío y cruel; donde el nombre de Cristo es impugnado con odio consciente y rebelde (cf 1Co 16, 22; 12, 3); donde el espíritu del Evangelio es mistificado y desmentido; donde la desesperación se afirma como la última palabra, etc. Pero es una diagnosis demasiado amplia y difícil, que ahora no pretendemos profundizar y autenticar, no carente sin embargo para todos de dramático interés, a la que también la literatura moderna ha dedicado páginas famosas (cf p. e., las obras de Bernanos, estudiadas por Ch. Möeller, Literatura del siglo XX,I., p. 397 ss.; P. Macchi, El rostro del mal en Bernanos; cf también Satán, Estudios Carmelitanos, Desclee de Brouber, 1948). El problema del mal sigue siendo uno de los mayores y permanentes problemas para el espíritu humano, incluso tras la victoriosa respuesta que da el mismo Jesucristo. "Sabemos, escribe el evangelista san Juan, que somos (nacidos) de Dios, y que todo el mundo está puesto bajo el Maligno" (1Jn 5, 19).
A la otra pregunta sobre qué defensa, qué remedio oponer a la acción del Demonio, la respuesta es más fácil de formular, si bien sigue difícil actualizarla. Podremos decir que todo lo que nos defienda del pecado nos defiende por ello mismo del enemigo invisible. La gracia es la defensa decisiva. La inocencia adquiere un aspecto de fortaleza. Y asimismo cada uno recuerda hasta qué punto la pedagogía apostólica ha simbolizado en la armadura de un soldado las virtudes que pueden hacer invulnerable al cristiano (cf Rm 13, 12; Ef 5, 11; 1Ts 5, 8). El cristiano debe ser militante; debe ser vigilante y fuerte (1P 5, 8); y debe a veces recurrir a algún ejercicio ascético especial para alejar ciertas incursiones diabólicas. Jesús lo enseña indicando el remedio "en la oración y en el ayuno" (Mc 9, 29). Y el apóstol sugiere la línea maestra a seguir: "No os dejéis vencer por el mal, sino venced al mal con el bien" (Rm 12, 21; Mt 13, 29).
Con el conocimiento, por ello, de las presentes adversidades en que se encuentran hoy las almas, la Iglesia y el mundo, trataremos de dar sentido y eficacia a la acostumbrada invocación de nuestra oración principal: "Padre nuestro..., ¡líbranos del mal!". Que a todo esto os ayude también nuestra bendición apostólica.
Audiencia General (25-09-1991): El Reino supone una lucha contra el mal
«Un enemigo ha sembrado la cizaña» (cf. Mt 13,28)nn. 5-9
[...] 5. Una de las parábolas que narra Jesús acerca del crecimiento del reino de Dios en la tierra, nos permite descubrir con mucho realismo el carácter de lucha que entraña el Reino a causa de la presencia y la acción de un «enemigo» que «siembra cizaña (gramínea) en medio del grano». Dice Jesús que cuando «brotó la hierba y produjo fruto, apareció entonces también la cizaña». Los siervos del amo del campo querrían arrancarla, pero éste no se lo permite, «no sea que, al recoger la cizaña, arranquéis a la vez el trigo. Dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega. Y al tiempo de la siega, diré a los segadores: recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo recogedlo en mi granero» (Mt 13, 24-30). Esta parábola explica la coexistencia y, con frecuencia, el entrelazamiento del bien y del mal en el mundo, en nuestra vida y en la misma historia de la Iglesia. Jesús nos enseña a ver las cosas con realismo cristiano y a afrontar cada problema con claridad de principios, pero también con prudencia y paciencia. Esto supone una visión trascendente de la historia, en la que se sabe que todo pertenece a Dios y que todo resultado final es obra de su Providencia. Como quiera que sea, no se nos oculta aquí el destino final ―de dimensión escatológica― de los buenos y los malos; está simbolizado por la recogida del grano en el granero y la quema de la cizaña.
6. Jesús mismo da la explicación de la parábola del sembrador a petición de sus discípulos (cf.Mt 13, 36-43). En sus palabras se transparenta la dimensión temporal y escatológica del reino de Dios.
Dice a los suyos: «A vosotros se os ha dado el misterio del reino de Dios» (Mc 4, 11). Los instruye acerca de este misterio y, al mismo tiempo, con su palabra y su obra «prepara un Reino para ellos, así como el Padre lo preparó para él [el Hijo]» (cf. Lc 22, 29). Esta preparación se lleva a cabo incluso después de su resurrección. En efecto, leemos en losHechos de los Apóstoles que «se les apareció durante cuarenta días y les hablaba acerca de lo referente al reino de Dios» (cf. Hch 1, 3) hasta el día en que «fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios» (Mc 16, 19). Eran las últimas instrucciones y disposiciones para los Apóstoles sobre lo que debían hacer después de la Ascensión y Pentecostés, a fin de que comenzara concretamente el reino de Dios en los orígenes de la Iglesia.
7. También las palabras dirigidas a Pedro en Cesarea de Filipo se inscriben en el ámbito de la predicación sobre el Reino. En efecto, le dice: «A ti te daré las llaves del reino de los cielos» (Mt 16, 19), inmediatamente después de haberlo llamado piedra, sobre la que edificará su Iglesia, que será invencible para las «puertas del Hades» (cf. Mt 16, 18). Es una promesa que en ese momento se formula con el verbo en futuro, «edificaré», porque la fundación definitiva del reino de Dios en este mundo todavía tenía que realizarse a través del sacrificio de la cruz y la victoria de la resurrección. Después de este hecho, Pedro y los demás Apóstoles tendrán viva conciencia de su vocación a «anunciar las alabanzas de Aquel que les ha llamado de las tinieblas a su luz admirable» (cf. 1 Pe 2, 9). Al mismo tiempo, todos tendrán también conciencia de la verdad que brota de la parábola del sembrador, es decir, que «ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios que hace crecer», como escribió san Pablo (1 Cor 3, 7).
8. El autor del Apocalipsis da voz a esta misma conciencia del Reino cuando afirma en el canto al Cordero: «Porque fuiste degollado y compraste para Dios con tu sangre hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación; y has hecho de ellos para nuestro Dios un reino de sacerdotes» (Ap 5, 9. 10). El apóstol Pedro precisa que fueron hechos tales «para ofrecer sacrificios espirituales aceptos a Dios por mediación de Jesucristo» (cf. 1 P 2, 5). Todas éstas son expresiones de la verdad aprendida de Jesús quien, en las parábolas del sembrador y la semilla, del grano bueno y la cizaña, y del grano de mostaza que se siembra y luego se convierte en un árbol, hablaba de un reino de Dios que, bajo la acción del Espíritu, crece en las almas gracias a la fuerza vital que deriva de su muerte y su resurrección; un Reino que crecerá hasta el tiempo que Dios mismo previó.
9. «Luego, el fin ―anuncia san Pablo― cuando [Cristo] entregue a Dios Padre el Reino, después de haber destruido todo Principado, Dominación y Potestad» (1 Cor 15, 24). En realidad, «cuando hayan sido sometidas a él todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá a Aquel que ha sometido a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todo» (1 Cor15, 28).
Desde el principio hasta el fin, la existencia de la Iglesia se inscribe en la admirable perspectiva escatológica del reino de Dios, y su historia se despliega desde el primero hasta el último día.
Uso Litúrgico de este texto (Homilías)
por hacerCatena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 46-47
24. El Señor habló en la parábola anterior de aquellos que no reciben la palabra de Dios, y ahora habla de aquellos que la reciben alterada, porque es propio del demonio mezclar el error con la verdad. Por eso sigue: «Otra parábola les propuso…»
25. Nos presenta en seguida los lazos del demonio diciendo: «Pero, mientras su gente dormía, vino su enemigo, sembró encima cizaña entre el trigo, y se fue.» Con estas palabras nos hace ver que el error viene después de la verdad, cosa demostrada por la experiencia. Así, después de los profetas vinieron los falsos profetas; después de los Apóstoles los falsos apóstoles; y después de Cristo el Anticristo. Porque no se esfuerza el diablo en tentar a quien no lo ha de imitar ni a quien no puede tender sus lazos, porque ha visto que la simiente fructifica, a veces como ciento, otras como sesenta, y otras como treinta, y que no puede él arrebatar ni sofocar la que tiene buenas raíces, y por eso se vale de otro engaño, confundiendo su propia simiente y revistiendo sus obras con colores y semejanzas que sorprenden al que se deja engañar con facilidad. Por eso no dice el Señor que siembra una simiente cualquiera, sino la cizaña, que es muy parecida, al menos a la vista, a la simiente del sembrador: tal es la malicia del diablo; siembra cuando han nacido las simientes, para de esta manera causar más daños a los intereses del agricultor.
26. En las siguientes líneas describe perfectamente la marcha de los herejes: «Cuando brotó la hierba y produjo fruto, apareció entonces también la cizaña.» Al principio los herejes no dan la cara, pero cuando tienen más libertad y algunos otros participan de su error, entonces vierten su veneno.
28a. «El les contestó: “Algún enemigo ha hecho esto.”…» Y se llama enemigo a causa de los perjuicios que causa al hombre, porque siempre nos está maltratando, aunque no sea el origen de su tratamiento la enemistad que nos tiene, sino la que profesa a Dios.
28b. «Dícenle los siervos: “¿Quieres, pues, que vayamos a recogerla?”» Debemos admirar en este pasaje la solicitud y el amor de los siervos: se apresuran a arrancar la cizaña, lo que prueba la solicitud por su simiente, y no tratan de que se castigue a nadie sino de que no muera la buena simiente.
La respuesta del Señor es la siguiente: «Y les dijo: no».
30. «Dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega. Y al tiempo de la siega, diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo recogedlo en mi granero.”» Dijo el Señor todo esto para prohibir las muertes. No convenía quitar la vida a los herejes, porque de esta manera se trabaría una lucha sin piedad en todo el mundo. Por eso dice: «No la arranquéis al mismo tiempo que el trigo», es decir, si empuñáis las armas, y quitáis la vida a los herejes, vuestros golpes alcanzarán necesariamente a multitud de santos. No prohíbe, pues, el Señor, el contener a los herejes, el atajar la libre propaganda de sus errores, sus sínodos y sus reuniones, sino el destruirlos y quitarles la vida.
Pero por qué dice: «recoged primero la cizaña»? A fin de que no crean los buenos que juntamente con la cizaña se debe arrancar también el trigo.
31. Había dicho el Señor que se pierden tres partes de la simiente, y sólo una se conserva, y en esta última hay también mucha pérdida a causa de la cizaña que sobre ella se siembra. Y a fin de que sus discípulos no le dijeran: ¿Quiénes y cuántos serán, pues, los fieles? les quita ese temor con la parábola del grano de mostaza. Y por eso se dice: «Otra parábola les propuso: «El Reino de los Cielos es semejante a un grano de mostaza que tomó un hombre y lo sembró en su campo.»
32. «Es ciertamente más pequeña que cualquier semilla, pero cuando crece es mayor que las hortalizas, y se hace árbol, hasta el punto de que las aves del cielo vienen y anidan en sus ramas.» Es la más pequeña la simiente del Evangelio porque los Apóstoles eran los menos poderosos de entre los hombres, pero sin embargo, como tenían una gran virtud, por eso se extendió su predicación por todas las partes del mundo. Por eso sigue: «Pero después que crece es mayor que todas las legumbres», esto es, que todos los dogmas.
33. «Les dijo otra parábola: «El Reino de los Cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo.»» El Señor para demostrar la misma verdad les pone la siguiente parábola: «Semejante es el reino de los cielos a la levadura», que es como si dijera: a la manera que la levadura cambia toda la harina en su sustancia, así también vosotros cambiaréis todo el mundo. Y reparad aquí la prudencia de Cristo: alega como ejemplo una cosa natural, a fin de hacernos ver que así como es imposible el que no se verifique ese cambio, así también es imposible el que no suceda lo otro. No dijo el Señor simplemente: «Que puso», sino que «esconde»; que es como si hubiera dicho: de la misma manera vosotros, después que hubiéreis estado sometidos a vuestros enemigos, triunfaréis sobre ellos. Y así como el fermento se va corrompiendo pero no se destruye, sino que poco a poco cambia toda la masa en su propia naturaleza, así sucederá en vuestra predicación. No temáis las muchas persecuciones que os he anunciado vendrán sobre vosotros. Ellas os servirán para que brilléis más y triunfaréis de todas. El Señor habla aquí de tres medidas, pero este número debe tomarse en sentido indeterminado.
34-35. Después de las anteriores parábolas, y para que nadie creyese que Cristo introducía novedades, el evangelista alega al profeta que había profetizado hasta esta misma manera de predicación. Y por eso dice: «Todo esto dijo Jesús en parábolas a la gente, y nada les hablaba sin parábolas», y San Marcos, dice: «Por lo mismo que podían comprender, les hablaba por parábolas» (Mc 4,33). No es de admirar, por consiguiente, si al tratar de su reino hace mención del grano de mostaza y de la levadura, porque se dirigía a hombres ignorantes y a quienes era preciso persuadir de esta manera.
Aunque en muchas ocasiones habló a las turbas sin parábolas, pero no en esta circunstancia.
36a. El Señor había hablado a las gentes en parábolas con el objeto de excitarlas a que le preguntaran; y aunque dijo el Señor muchas cosas en parábolas, ninguno, sin embargo, le preguntó, y por eso los despidió. Por eso sigue: «Entonces despidió a la multitud y se fue a casa» Pero no lo siguió ninguno de los escribas, de donde resulta claramente, que al seguir al Señor no tenían más objeto que el sorprenderlo en sus discursos.
36b-37. «Y se le acercaron sus discípulos diciendo: «Explícanos la parábola de la cizaña del campo.»» Otras veces deseaban saber los discípulos, y temían preguntar; mas ahora le preguntan con toda libertad, y tienen confianza a causa de aquellas palabras: «A vosotros os ha sido dado el conocer el misterio del reino de Dios» (Mc 4,10). Por eso cada uno en particular o separadamente le preguntan, a fin de no parecerse a la muchedumbre, a quienes no fue concedido este don. Y dejan la parábola de la levadura y de la mostaza, como más claras, y le preguntan sobre la parábola de la cizaña, porque tiene más relación con la parábola de la simiente y dice alguna cosa más. El mismo Señor les dice el sentido de esta parábola diciéndoles: «El respondió: El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre.»
39. «El enemigo que la sembró es el Diablo; la siega es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles.» Es, en efecto, obra del diablo el mezclar el error con la verdad. Sigue: «La mies es la consumación del siglo». Dice en otro lugar, pero hablando de los samaritanos: «Levantad vuestros ojos y considerad las regiones que ya están blancas para la siega» (Jn 4,35). Y: «la mies, en verdad, es mucha, sus operarios pocos» (Mt 9,37; Lc 10), en cuyas palabras expresa que la siega ha llegado ya. ¿Cómo, pues, dice aquí que llegará? Porque está tomada en sentido diferente la palabra siega. Allí (Jn 4) se dice: «Uno es el que siembra, y otro es el que siega»; y aquí se dice que es uno mismo el que siembra y el que siega. Cuando establece la distinción entre el que siembra y el que siega, diferencia a los apóstoles, no de si mismo, sino los profetas, porque el mismo Cristo es el que sembró por medio de los profetas entre los judíos y los samaritanos. El toma, pues, bajo dos aspectos en este pasaje, las palabras simiente y siega. Así, cuando habla de la obediencia y de la persuasión a la fe, usa la palabra siega, porque es la perfección de las cosas. Pero cuando trata del fruto que se saca de oír la palabra de Dios, llama a la siega consumación, como sucede en este lugar.
41-42a. «El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su Reino todos los escándalos y a los obradores de iniquidad,» También puede entenderse del reino de la Iglesia celestial, y entonces el castigo es doble, a saber: la pérdida de la gloria, según las palabras: «Y cogerán todos los escándalos de su reino (es decir, para que los escándalos no entren en su reino)» y el suplicio del fuego según estas otras: «y los arrojarán en el horno de fuego.»
Mirad el amor inefable de Dios para con los hombres. El está pronto para conceder gracias y es tardo para castigar. Cuando siembra lo hace por sí mismo y cuando castiga lo hace por otros, por los ángeles que manda al efecto.
Sigue: «Allí será el llanto y el crujir de dientes».
43a. «Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre.» No porque brillen sólo como el sol, sino que el Señor se vale de estos ejemplos conocidos, porque el sol es el astro que brilla más que todos los demás.
San Jerónimo
24. Les propuso otra parábola, a la manera de un rico que sirve distintos manjares a sus convidados, a fin de que tome cada uno el que es más a propósito para su estómago. Y no dijo la otra, sino otra, porque si hubiera dicho la otra, no podríamos esperar otra tercera; y dijo otra, para manifestar que seguirían otras muchas. El sentido de la parábola lo manifiesta el Señor cuando añade: «El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo.»
28a. «El les contestó: “Algún enemigo ha hecho esto.”…» Llama al diablo hombre enemigo porque no es Dios. Y así se dice de él en el Salmo 9: «Levántate, Señor, para que no tome fuerzas el hombre» (Sal 9,20). Por esta razón no debe dormirse el que está al frente de la Iglesia, no sea que por descuido suyo siembre el hombre enemigo la cizaña, esto es, las afirmaciones heréticas.
29. Hay ocasiones para hacer penitencia; y se nos aconseja que no hagamos perecer en seguida a nuestros hermanos; porque puede ocurrir que alguno esté hoy manchado con algún dogma herético, mañana se arrepienta y comience a defender la verdad: «Díceles: “No, no sea que, al recoger la cizaña, arranquéis a la vez el trigo.»
30. «Dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega. Y al tiempo de la siega, diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo recogedlo en mi granero.”» Pero parece que esta doctrina contradice a aquel precepto: «Quitad el mal de entre vosotros» (1Cor 5,13); porque efectivamente si se prohíbe arrancar la cizaña, y se manda conservarla hasta la siega, ¿de qué modo se han de quitar de entre nosotros ciertos hombres? Pero no hay o es muy poca la diferencia entre el trigo y la cizaña, llamada vulgarmente vallico, que cuando aun está en estado de yerba y su tallo no está coronado de espiga, es muy parecida al trigo. Por esta razón nos advierte el Señor que no demos nuestro dictamen sin un examen detenido sobre cosas dudosas, sino que las dejemos a juicio de Dios, a fin de que arroje el Señor en el día del juicio de entre los santos, no a los criminales sospechosos sino a los que entonces serán bien manifiestos.
30b. Está bien manifiesto en las palabras: «Recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo recogedlo en mi granero», que los herejes, de cualquier clase que sean, y también los hipócritas, serán quemados en los fuegos del infierno. Y los santos (que es lo que se da a entender con la palabra trigo) serán recibidos en los graneros, esto es, en las mansiones celestiales.
31-32. «Otra parábola les propuso: «El Reino de los Cielos es semejante a un grano de mostaza que tomó un hombre y lo sembró en su campo.» Se entiende por reino de los cielos la predicación del Evangelio y el conocimiento de las Escrituras que conduce a la vida, sobre la cual se dice a los judíos: «Se os quitará el reino de Dios» (Mt 21,43); semejante es, pues, este reino de los cielos al grano de mostaza.
Entienden muchos por el hombre que sembró en su campo al Salvador, que es quien siembra en las almas de los fieles; otros dicen que es el hombre mismo el que siembra en su campo, es decir, en su corazón. ¿Y quién es ése que siembra, sino nuestros sentimientos y nuestra alma? Porque ésta recibe el grano de la predicación, aumenta la simiente con el riego de la fe, y la fecunda en el campo de su pecho.
Sigue: «Es ciertamente más pequeña que cualquier semilla, pero cuando crece es mayor que las hortalizas, y se hace árbol, hasta el punto de que las aves del cielo vienen y anidan en sus ramas.» La predicación del Evangelio es la menor de todas las enseñanzas, porque no tiene a primera vista el aspecto de la verdad, predicando a un hombre Dios, a un Dios muerto, y el escándalo de la cruz. Comparad semejante doctrina con los dogmas de los filósofos, con el brillo de su elocuencia y con el arte tan estudiado de sus discursos y veréis cómo efectivamente es menor que las demás simientes la predicación del Evangelio.
Cuando se han desarrollado los dogmas de los filósofos, no presentan ni energía ni vitalidad alguna, sino que todos ellos son débiles y macilentos y producen legumbres y yerbas que pronto se desecan y mueren. Pero la predicación del Evangelio (que al principio parecía cosa de poca importancia), bien se la considere en las almas de los fieles, bien se la mire en todo el mundo, no se levanta en legumbres, sino que crece en un árbol, de suerte que las aves del cielo, es decir, las almas de los fieles o las virtudes, que combaten por el servicio de Dios, vienen y habitan sobre sus ramas. Por eso sigue: «se hace un árbol de manera que las aves del cielo vienen y anidan entre sus ramas». Yo pienso que por los ramos del árbol evangélico que crecieron del grano de mostaza debe entenderse la variedad de dogmas, sobre los cuales descansan la multitud de aves de que acabamos de hablar. Tomemos, pues, nosotros, las plumas de la paloma, a fin de que volando a las cosas más altas podamos habitar en las ramas de ese árbol, colocar nuestros nidos en las verdades, y huyendo de la tierra subir con prontitud al cielo.
33. La medida de que aquí habla es una medida que estaba en uso en Palestina, y equivale a un modio y medio.
Me parece que la «la mujer» que toma el fermento y lo esconde, representa la predicación apostólica, o la Iglesia formada de diversas naciones. Ella toma el «fermento», es decir, la inteligencia de las Escrituras, y lo esconde en las «tres medidas de harina»: el espíritu, el alma y el cuerpo, a fin de que, reducidos a la unidad, no haya divergencia entre ellos. O de otra manera. Leemos en Platón, que en el alma hay tres facultades: la parte racional, la parte irascible y la concupiscencia. Y nosotros, si hemos recibido la levadura del Evangelio, poseemos la prudencia en la razón; en la ira el odio contra los vicios; en la concupiscencia el deseo de las virtudes, y todo esto es resultado de la doctrina evangélica que nos dio nuestra madre la Iglesia. Diré también la interpretación que dan algunos. Dicen que la referida mujer figura la Iglesia que mezcla la fe del hombre con las tres medidas de harina, es decir, la fe en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo; y cuando toda esta fe ha fermentado, nos encontramos no con tres creencias en Dios, sino con una sola y en un solo Dios. Esta es a la verdad una interpretación piadosa, pero nunca estas interpretaciones dudosas y parábolas pueden servir de punto de apoyo para probar los dogmas.
34. No hablaba el Señor en parábolas a los discípulos, sino a las turbas, y aun hoy día escuchan las turbas las parábolas, y por esta razón se dice: «Y nada les hablaba sin parábolas.»
35. «para que se cumpliese el oráculo del profeta: Abriré en parábolas mi boca, publicaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo.» Este testimonio está tomado del Salmo 77 (Sal 77,2). En algunos ejemplares, en lugar de lo que dice la Vulgata: «Para que se cumpliese lo que había sido anunciado por el profeta», se lee: «Lo que había sido dicho por el profeta Isaías».
Como este pasaje no se encontraba en Isaías, creo que algunas personas prudentes habrán hecho desaparecer del texto el nombre del profeta. Soy del parecer que se escribió al principio de esta manera. Fue escrito por el profeta Asaph, porque el Salmo 77, de donde está tomado este pasaje, lleva la inscripción: «Al profeta Asaph». Los primeros copistas no comprendieron el nombre de Asaph, y creyendo que era un error del escritor, sustituyeron el nombre de Asaph por el de Isaías, que era más conocido. Es de observar que no sólo David debe llamarse profeta, sino todos los demás cuyos nombres están escritos en los salmos, en los himnos y en los cánticos divinos, tales son, Asaph, Idithum, Emma y todos los demás de que hacen mención las Escrituras. Y con respecto a lo que se dice de la persona de Cristo: «Abriré mi boca en parábolas», es preciso considerarlo con mucha atención, y de esta manera veremos descrita la salida de Israel de Egipto, y referidos los milagros contenidos en el Exodo. De donde podemos colegir que todo lo que se dice en este libro divino debe entenderse en sentido parabólico y como manifestando cosas misteriosas. Estas verdades misteriosas son las que promete el Señor revelar cuando dice: «Abriré mi boca en parábolas».
36. «Entonces despidió a la multitud y se fue a casa. Y se le acercaron sus discípulos diciendo: «Explícanos la parábola de la cizaña del campo.»» Jesús despide a las gentes y se vuelve a su casa, a fin de que se acerquen sus discípulos y le pregunten en secreto lo que no merecía ni podía entender el pueblo.
41. «El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su Reino todos los escándalos y a los obradores de iniquidad,» Todos los escándalos provienen de la cizaña. En las palabras: «Y cogerán del reino», etc., quiso el Señor distinguir entre herejes y cismáticos, de manera que los que dan escándalos son los herejes y los que cometen iniquidades los cismáticos.
San Agustín, varios escritos
25. Y dice: «Mientras su gente dormía» porque cuando los jefes de la Iglesia obran con negligencia, o cuando los apóstoles son visitados por el sueño de la muerte, viene el diablo y siembra sobre aquellos a quienes el Señor llama hijos malos. Pero se pregunta ahora: ¿son éstos los herejes o los malos católicos?. Porque manifestándonos que están sembrados en medio del trigo parece significar que son todos de una misma comunión. Pero sin embargo, como en la interpretación de la palabra campo no se significa a la Iglesia, sino a todo el mundo, se comprende que habla de los herejes, que se hallan mezclados en este mundo con los buenos. De aquí es que a los que son malos pero tienen la misma fe se les llama paja mejor que cizaña. La paja, efectivamente, tiene la misma raíz y fundamento que el grano. En cuanto a los cismáticos, parece que tienen más semejanza con las espigas podridas, o con las pajas de aristas rotas y divididas que se arrojan de la mies. Pero no se debe sacar de aquí la consecuencia de que los herejes y cismáticos son forzosamente separados de la Iglesia corporalmente, porque hay muchos en el seno de la Iglesia que no defienden su error de manera que puedan atraer al pueblo. Porque si lo hicieren así, entonces serían expulsados en seguida de la Iglesia.
Cuando el diablo con sus detestables errores y falsas doctrinas ha sembrado la cizaña (esto es, ha arrojado las herejías valiéndose del nombre de Cristo) se oculta con más cuidado y se hace más invisible; y esto es lo que significa: «Y se fue.» Se comprende, pues, que el Señor significó en esta parábola con la palabra cizaña (como terminó en la exposición) no algunos escándalos, sino todos los escándalos, y a aquellos que cometen ciertas maldades ((Quaestiones evangeliorum, 11).
26-27. «Cuando brotó la hierba y produjo fruto, apareció entonces también la cizaña.» Es decir, cuando el hombre espiritual empieza a juzgar todas las cosas, entonces comienzan a aparecer los errores, y distingue cuánto dista de la verdad lo que ha oído o leído. Pero mientras llega a la perfección espiritual, puede ser envuelto en la multitud de errores que se han propalado con el nombre de Cristo. Por eso sigue: «Los siervos del amo se acercaron a decirle: “Señor, ¿no sembraste semilla buena en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña?”» Ocurre preguntar aquí quiénes son esos siervos: si son los siervos aquellos a quienes después llama segadores, o si son los ángeles, a quienes en la explicación que él nos ha dado de esta parábola llama también segadores; pero que nadie se atreve a afirmar que los ángeles no tuvieron conocimiento del que sembró la cizaña; por consiguiente deben entenderse por siervos los mismo fieles a quienes no nos debe admirar los llame además buena simiente, porque se puede expresar una misma cosa con diferentes nombres, según la relación con que se la considere; el mismo Salvador es llamado en un mismo Evangelio (Jn 10) a la vez » puerta y pastor «. (Quaestiones evangeliorum, 12)
28b. Al conocer los siervos de Dios que el diablo, sintiendo que nada podía hacer contra el autor de tan gran nombre, ha tramado un fraude para ocultar sus mentiras bajo el mismo nombre, puede presentárseles el deseo, en la medida que tengan algún poder temporal, de apartar a los hombres de las cosas mundanas. Pero para saber que deben hacer consultan antes a la justicia de Dios. De donde sigue: «Dícenle los siervos: “¿Quieres, pues, que vayamos a recogerla?”»(Quaestiones evangeliorum, 12)
29. «Díceles: “No, no sea que, al recoger la cizaña, arranquéis a la vez el trigo.» Palabras que no pueden menos que engendrar en ellos una paciencia y una tranquilidad grandísima. La razón de esta parábola es, que los que son buenos, pero que aun están débiles, necesitan de esta mezcla con los malos, ya para adquirir fortaleza con el ejercicio, ya para que comparando los unos con los otros se estimulen a ser mejores. O también se arrancan al mismo tiempo el trigo y la cizaña, porque hay muchos que al principio son cizaña y después se hacen trigo. Si a éstos no se les sufre con paciencia cuando son malos, no se consigue el que muden de costumbres; y si fuesen arrancados en ese estado, se arrancaría al mismo tiempo lo que con el tiempo y el perdón hubiera sido trigo. Por eso nos previene el Señor que no hagamos desaparecer de esta vida a esa clase de hombres, no sea que por quitar la vida a los malos se la quitemos a los que quizá hubieran sido buenos, o perjudiquemos a los buenos, a quienes, a pesar suyo, pueden ser útiles. El momento oportuno de quitarles la vida será cuando ya no les quede tiempo para mudar de vida, y el contraste de sus errores con la verdad no pueda ser útil a los buenos: «Dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega», esto es, hasta el juicio (Quaestiones evangeliorum, 12).
30. Cuando algún cristiano hubiera sido cogido en el seno de la Iglesia en algún pecado digno de ser anatematizado, anatematícese en donde no haya peligro de dar lugar al cisma, y hágase con amor a fin de no arrancarlo, sino de corregirlo. Pero si él no se reconociere y ni se corrigiere con la penitencia, él mismo se saldrá fuera y será separado de la comunión de la Iglesia por su propia voluntad. Por eso el Señor al decir: «Dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega», da la razón en las palabras siguientes: «No, no sea que, al recoger la cizaña, arranquéis a la vez el trigo.» (v. 29). Donde manifiesta claramente, que cuando no hay ese peligro y hay completa seguridad de la permanencia de la simiente (esto es, cuando el crimen es tan conocido y detestado de todos, que no hay absolutamente nadie, o si hay alguno que se atreva a defenderlo, es tan poco notable que no puede dar lugar al cisma), no debe descuidarse la severidad de la disciplina, en la que es tanto más eficaz la corrección del mal cuanto más se respetan las leyes de la caridad. Pero cuando el mal ha gangrenado a la multitud, no queda más remedio que el sentir y gemir. De ahí es que debe el hombre corregir con amor aquello que pueda, y lo que no pueda, sufrirlo con paciencia y gemir y llorar hasta que la corrección venga de lo alto, y esperar hasta la siega el arrancar la cizaña y el aventar la paja. Cuando se puede levantar la voz en medio de un pueblo, debe hacerse la corrección de las desmoralizadas turbas con expresiones generales, principalmente si nos ofrece la ocasión y la oportunidad algún castigo del cielo enviado por Dios, de hacerles ver que son castigados cual merecen; porque las calamidades públicas vuelven dóciles los oídos de aquellos que escuchan las palabras del que los corrige y excitan más fácilmente a los corazones afligidos a confesarse gimiendo que a resistirse murmurando. Y aunque no exista calamidad pública, se puede, siempre que se habla en público, corregir a la multitud en medio de la multitud. Porque así como se enfurece cuando se habla en particular, así también suele gemir cuando se la reprende en general (contra epistulam Parmeniani, 3,2).
En un principio yo era de la opinión de no obligar a nadie a entrar en la unidad de Cristo, a obrar con la palabra, a combatir con la discusión, a vencer con la razón, a fin de que no tengamos por católicos hipócritas a aquellos a quienes hemos conocido como herejes marcados. Sin embargo, mi opinión era el no combatir con palabras, sino el dominar con ejemplos. Las leyes terribles por las que los reyes sirven a Dios con temblor de tal manera les fueron útiles, que se vieron precisados a decir unos: desde luego era ésta nuestra voluntad, pero damos mil gracias a Dios, que nos ha presentado la ocasión, y nos ha quitado todo pretexto para diferirla. Otros: sabíamos que ésta era la verdad, pero no sabemos por qué costumbre nos deteníamos: mil gracias a Dios que ha roto nuestras ligaduras. Otros: ignorábamos que fuera ésta la verdad, ni teníamos deseo de aprenderla; pero el miedo nos ha hecho volver a ella: gracias a Dios que nos despertó de nuestro letargo con el estímulo del terror. Otros dicen: Nosotros teníamos miedo de entrar por los rumores falsos, que hubiéramos desconocido ser falsos si no hubiéramos entrado, pero ni hubiéramos entrado, sino a viva fuerza; gracias a Dios, que nos ha quitado nuestra perplejidad con la persecución, nos ha enseñado por experiencia cuán sin fundamento y cuán falsas son las voces que han extendido sobre su Iglesia. Otros dicen: nosotros juzgábamos que no era cosa de interés el recibir la fe de Cristo, pero gracias al Señor que ha hecho que concluya nuestra separación, nos ha unido a un solo Dios, y nos ha manifestado la unidad del culto. Sirvan, pues, los reyes a Cristo, y promulguen leyes en favor de Cristo (epístolas, 93,17).
¿Quién de vosotros no sólo deseará que perezcan los herejes, sino también el que experimenten pérdidas? Pues no de otro modo mereció tener la paz la casa de David, si no hubiese desaparecido su hijo Absalón en la guerra que hizo contra su padre (2Sam 18), aun cuando este rey infortunado había recomendado a sus servidores el mayor cuidado para que conservasen la vida de su hijo, en quien su corazón de padre miraba sólo al arrepentimiento para perdonarlo. El por su rebelión fue víctima de su resistencia, y al padre no le quedó más que llorarlo, y consolar su dolor con la paz devuelta a sus estados. Así la Iglesia católica nuestra madre, cuando atrae a su seno un gran número de hijos con la pérdida de algunos otros, dulcifica y cura el dolor de su corazón maternal con el espectáculo de los pueblos que ha salvado. ¿Dónde se funda, pues, lo que algunos vociferan: «¿Uno es libre para creer o para no creer? ¿A quién forzó Cristo? ¿A quién obligó?» Ahí tienen al Apóstol San Pablo. Reconozcan en él a Cristo primero postrándolo, y después enseñándole; primero hiriendo y después consolando (Hch 9). Pero es cosa admirable, que aquel que entró en el Evangelio obligado por un castigo corporal, trabajó más en el Evangelio, que aquellos que fueron llamados sólo con la palabra (1Cor 15). ¿Por qué la Iglesia no obligará a sus hijos perdidos a volver, si esos mismos hijos perdidos precisan a otros a perecer? (epístolas, 185, 32 et 22).
30b. «…Y al tiempo de la siega, diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo recogedlo en mi granero.”» Se puede preguntar: ¿por qué no dijo el Señor: haced un solo haz y un solo montón con la cizaña? Sin duda para significar que había muchas clases de herejes, que estaban separados no sólo del trigo, sino también unos de otros. Y por esto los manojos figuran sus diferentes reuniones, en las que cada partido está unido por su propia comunión, y entonces es cuando se debe principiar a atarlos para prenderles fuego, puesto que entonces es cuando separados de la Iglesia católica, principian a formar como unas iglesias propias. No serán quemados hasta el fin de los tiempos pero quedarán atados en manojos. Pero si esto se verificase en seguida, no habría muchos que hicieran penitencia y reconocieran su error y volviesen a la Iglesia. Por esta razón no se formarán los manojos hasta el fin, con objeto de que no sean castigados sin orden alguno, sino que lo será cada uno conforme a su perversidad (quaestiones euangeliorum, 1, 12).
31. «Otra parábola les propuso: «El Reino de los Cielos es semejante a un grano de mostaza que tomó un hombre y lo sembró en su campo.» El grano de mostaza figura el fervor de la fe, porque se dice de ella que arroja los venenos, esto es, las doctrinas depravadas.
Los dogmas de las sectas no son más que sus propios sentimientos, es decir, lo que les conviene.
33. El «fermento» significa la caridad, porque la caridad estimula y excita el fervor. La mujer figura la sabiduría; las tres medidas los tres grados de caridad manifestados en estas palabras: «Con todo el corazón, con toda el alma y con toda la inteligencia» (Mt 22), o también aquellas tres recolecciones que han producido: «El ciento, el sesenta y el treinta». O aquellas tres clases de hombres: Noé, Daniel y Jacob (Ez 14) (quaestiones euangeliorum, lib. 1, quaest. 12).
34-35. «Todo esto dijo Jesús en parábolas a la gente, y nada les hablaba sin parábolas.» Dice esto el evangelista, no porque el Señor no haya hablado nunca en términos propios, sino porque no hay discurso suyo en que no haya expresado algunas cosas por algunas parábolas, y aun haya mezclado el sentido propio con el parabólico de tal manera que frecuentemente todo su discurso no es más que un tejido de parábolas, y no se encuentra uno solo en que no entre la parábola. Entiendo por discurso entero cuando el Señor habla de una cosa y no pasa a otra hasta que la ha desenvuelto completamente. Algunas veces, efectivamente, un evangelista presenta en un solo discurso lo que otro refiere como acontecido en distintas circunstancias, siguiendo en esta relación no el orden real de los acontecimientos, sino el de sus recuerdos.
La razón de por qué el Señor hablaba en parábolas, la da el mismo evangelista, cuando añade: «para que se cumpliese el oráculo del profeta: Abriré en parábolas mi boca, publicaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo.»(quaestiones euangeliorum, lib. 1, quaest. 14).
38c-39. «La cizaña son los hijos del Maligno» El Señor entiende por cizaña no algunos errores introducidos en las verdaderas Escrituras (según interpretan los maniqueos), sino todos los hijos perversos, esto es, los imitadores de los errores del diablo. Mas la cizaña son los hijos malos, por los cuales entiende los impíos y perversos (contra Faustum, 18,7).
Todo lo que es impuro en la mies es cizaña. Sigue: «el enemigo que la sembró es el Diablo.»(quaestiones evangeliorum, 1,11).
40-41. «De la misma manera, pues, que se recoge la cizaña y se la quema en el fuego, así será al fin del mundo.» ¿Acaso de aquel reino donde no hay escándalos? Serán recogidos de su reino de aquí, es decir, de la Iglesia (de civitate Dei, 20,9).
La cizaña, que es lo primero que se separa, nos indica las persecuciones que precederán al día del juicio, y separarán a los buenos de los malos mediante el ministerio de los ángeles buenos, que tendrán la misma intención de cumplir que la que tiene la misma ley y el mismo juez. Los (ángeles) malos son incapaces de realizar el ministerio de la misericordia (quaestiones evangeliorum, 1,10-11).
Remigio
24. Llama reino de los cielos al mismo Hijo de Dios, y dice que este reino es semejante a un hombre que sembró buena simiente en su campo.
28a. Se llegan a Dios, no con el cuerpo, sino con el corazón y el deseo del alma. De esta manera comprenden que todo se hizo por astucia del diablo y por eso les dice: «Algún enemigo ha hecho esto»
30b. «Y al tiempo de la siega, diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo recogedlo en mi granero.”» Llama él siega al tiempo en que se está segando. Y por siega se entiende el día del juicio, en que los buenos serán separados de los malos.
34. La palabra griega parábola significa en latín comparación, la cual sirve para demostrar la verdad. Porque con la comparación se manifiestan ciertas figuras de palabra e imágenes de la verdad.
35. «para que se cumpliese el oráculo del profeta: Abriré en parábolas mi boca, publicaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo.» Porfirio se vale de esto para hacer la siguiente objeción a los fieles: «Vuestro evangelista ha sido tan ignorante, que ha atribuido a Isaías lo que se lee en los salmos», es decir, que acusa a la Iglesia como si hubiera referido ese pasaje tomándolo de la profecía de Isaías.
37. «El respondió: El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre.» Se llama el Señor a sí mismo Hijo del hombre, para darnos un ejemplo de humildad, o también, ya porque sabía que los herejes habían de negar que El fuera hombre, o ya porque mediante la fe en su humanidad pudiéramos ascender al conocimiento de la divinidad.
38b. «La buena semilla son los hijos del Reino» Es decir, los hombres santos y los elegidos, que son los que se cuentan entre sus hijos.
39. «el enemigo que la sembró es el Diablo; la siega es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles.» Por siega se entiende el día del juicio en que serán separados los buenos de los malos por el ministerio de los ángeles. Por eso se dice más abajo: «Cuando vendrá el Hijo del hombre con sus ángeles a juzgar» (Mt 25). Por eso sigue: «y los segadores son los ángeles».
42b-43a. «…allí será el llanto y el rechinar de dientes.» En estas palabras está demostrada la verdadera resurrección de los cuerpos. Sin embargo, también se da a entender por ellas dos clases de castigos que sufrirán los condenados en el infierno, esto es, un calor excesivo, y un frío intensísimo. Porque así como los escándalos se refieren a la cizaña, así también los justos son reputados hijos del reino. De ellos dice el Señor: «Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre», porque en esta vida resplandece la luz de los santos delante de los hombres, pero después de la consumación del mundo brillarán como el sol en el reino de su Padre.
43a. «Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre» Cuando dice: «Entonces resplandecerán» se refiere a que ahora brillan para ejemplo de otros, y entonces brillarán como el sol para alabar a Dios.
Rábano
24-30. «Otra parábola les propuso, diciendo: «El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo.»Es de notar que cuando dice: «Sembró buena semilla en su campo.» significa la buena voluntad de los elegidos; y cuando dice: «Vino su enemigo, sembró encima cizaña entre el trigo, y se fue» quiso intimarnos la cautela que debíamos tener y en las palabras: «Creciendo la cizaña, el hombre enemigo hizo esto» nos recomendó la paciencia; y en aquellas otras: «No sea que cogiendo la cizaña» nos dio un ejemplo de discreción; y cuando añade: «Dejad crecer lo uno y lo otro hasta la siega» nos recomendó la longanimidad; y por último la justicia cuando dijo: «Atadla en manojos para quemarla», etc.
33. Y se dice: «Hasta que fermentó todo.» Porque la caridad escondida en nuestra alma debe crecer hasta que la haga perfecta. Lo que tiene principio en esta vida adquiere su perfección en la venidera.
36. «Entonces despidió a la multitud y se fue a casa…» En sentido místico, despedida la gente de los judíos que se agolpaban, entra en la Iglesia de todas las naciones y expone en ella a los fieles los misterios celestiales. Por eso sigue: «Y se le acercaron sus discípulos diciendo: «Explícanos la parábola de la cizaña del campo.»»
41. «El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su Reino todos los escándalos y a los obradores de iniquidad» Observad lo que dice: Y aquellos que cometen iniquidades, no los que las cometieron, porque no han de ser entregados a los eternos tormentos los que se han convertido y han hecho penitencia, sino sólo los que continúan en el pecado.
43b. «El que tenga oídos, que oiga.» Esto es, el que tiene entendimiento entienda, porque todas estas palabras tienen un sentido místico.
San Hilario, in Matthaeum, 13
31. «El Reino de los Cielos es semejante a un grano de mostaza que tomó un hombre y lo sembró en su campo.» El Señor se compara a sí mismo al grano de mostaza, semilla pequeña, pero picante, y que tiene la propiedad de encenderse con la presión.
32. «Es ciertamente más pequeña que cualquier semilla, pero cuando crece es mayor que las hortalizas, y se hace árbol, hasta el punto de que las aves del cielo vienen y anidan en sus ramas.» Después que el grano fue lanzado al campo (es decir, cuando el Salvador cayó en poder del pueblo y entregado a la muerte, fue enterrado como en el campo, y como sembrado su cuerpo), creció más que el tallo de todos los frutos, y excedió a la gloria de todos los profetas. Como una suerte de hortaliza fue dada la predicación de los profetas fue al enfermo Israel. Pero ahora, las aves del cielo habitan las ramas del árbol. Es decir, entendemos por ramas del árbol a los apóstoles extendidos por el poder de Cristo, y dando sombra al mundo, volarán hacia todas las naciones para hallar la vida y, maltratados por los huracanes -esto es, por el espíritu y las tentaciones del diablo-, en las ramas de ese árbol encontrarán el descanso.
33. El Señor se compara a sí mismo con la «levadura». Porque la levadura, que es hecha de harina, tiene la propiedad de comunicar a todas las harinas de su especie la virtud que ha recibido; y la mujer, esto es, la sinagoga, esconde esta levadura mediante su condenación a morir; y la levadura echada en tres medidas de harina, es decir, en la de la ley, en la de los profetas y en la de los Evangelios, no forma de los tres elementos más que una sola creencia, de manera que en los progresos del Evangelio están cumplidos lo que estableció la ley y anunciaron los profetas. Aun cuando ya he hecho mención de que muchos entienden por las tres medidas de harina la vocación de las tres naciones formadas por Sem, Cam y Jafet, no sé, sin embargo, si es conforme a razón esta opinión, porque aun cuando todas las naciones han sido llamadas al Evangelio, no se puede decir que todas han ocultado a Cristo. Al contrario, lo han esclarecido, y desde luego no ha fermentado en tanta multitud de naciones toda la levadura.
San Gregorio Magno, Moralia, 19,1
31-32. Es, en verdad, El mismo el grano de mostaza que, plantado en el huerto de la sepultura, se elevó como un árbol grande. Fue grano cuando murió; árbol cuando resucitó; grano por la humildad de la carne, árbol por el poder de la majestad.
Sobre estas ramas descansan las aves, porque las almas justas que se elevan de los pensamientos mundanos con las alas de las virtudes respiran lejos de esas fatigas, recibiendo las palabras y consuelos sobrenaturales.
Glosa
35. «para que se cumpliese el oráculo del profeta: Abriré en parábolas mi boca, publicaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo.» Como si dijera: puesto que primeramente os he hablado por los profetas, ahora en mi propia persona abriré mi boca en parábolas y haré salir del tesoro de mi corazón los misterios que estaban ocultos desde el principio del mundo.
38a. «El campo es el mundo» Siendo El mismo el que siembra su campo, es indudable que el mundo actual es de El.
41. «El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su Reino todos los escándalos y a los obradores de iniquidad,» Por la palabra escándalos pueden entenderse aquellos que dan al prójimo ocasión para pecar o para perderse, por lo que cometen maldades todos los que pecan.
Comentarios exegéticos
Comentarios a la Biblia Litúrgica (NT): Cizaña, mostaza y levadura
Paulinas-PPC-Regina-Verbo Divino (1990), pp. 1016-1018
Un nuevo ejemplo de sementera divina. Tenemos varias parábolas que recurren a esta misma imagen para enseñarnos cómo envía Dios su palabra a los hombres. Lo característico de ésta es que, juntamente con el sembrador divino, nos asegura la existencia del sembrador del mal.
La mención de la noche y el sueño de los criados tiene por objeto explicar la acción del sembrador de la cizaña. Durante el día le hubiese sido imposible hacerlo sin ser descubierto. Cuando llegue el tiempo de la siega —no antes, para no arrancar también el trigo— el dueño dirá a los segadores: «coged primero la cizaña y atadla en haces para ser quemada». Esta orden no impone a los segadores la obligación de segar primero la cizaña y después el trigo. Cuando el segador meta la hoz en el trigo, cortará también la cizaña. Entonces la separará del trigo y la atará en haces para ser quemada.
La enseñanza fundamental de la parábola es clara, aun prescindiendo de la explicación de la misma —que es de la pluma del evangelista. Por eso, es necesario separar la parábola de su explicación. El acento principal de la enseñanza parabólica recae en la presencia del sembrador del mal junto al sembrador de la buena semilla. Donde siembra Dios, siembra también Satanás. La parábola pretende prevenirnos contra todo falso optimismo. El mal y el bien coexisten incluso dentro de la Iglesia. Y la separación entre lo bueno y lo malo tendrá lugar sólo en el momento de la siega. La siega se había convertido en la imagen clásica del juicio final (9,37; Me 4,29; Jn 4,35). Ese día llegará puntualmente. Tampoco el Hijo del hombre se retrasará. Pero el hombre no puede adelantar ese momento. Toda prisa inconsiderada y excesiva por adelantarlo debe ser refrenada.
La parábola pretende retener un espíritu de excesivo celo e intolerancia en la instauración del reino de Dios en toda su pureza. Sin las impurezas inherentes al Reino por su misma naturaleza. Esta intención parabólica parece reflejar el espíritu excesiva- mente inquieto de la naciente Iglesia.
En la explicación de la parábola el acento se ha desplazado. En lugar de la convivencia necesaria del trigo y la cizaña hasta el día de la siega, el acento recae en la distinta suerte de los bue- nos y los malos.
La parábola contesta el interrogante siguiente: ¿por qué hay malos cristianos en la Iglesia? Da dos razones: al mismo tiempo que Dios, siembra Satanás. Además, la selección se la ha reservado Dios. ¿Se ofrece un tiempo a los malos para la conversión?
Por supuesto (aunque este aspecto no entre dentro de la intención del evangelista en esta ocasión). La convivencia con los malos no debe ser causa de pesimismo: la suerte última hace recobrar ánimos en medio de la dificultad.
Las otras dos parábolas, la mostaza y la levadura, son gemelas. Transmiten la misma enseñanza. En ambas el centro de gravedad está en la desproporción existente entre unos comienzos casi imperceptibles y el desarrollo extraordinario, desproporcionado, que se logra. Así ocurre con el reino de Dios, con su palabra. Algo apenas perceptible y que tiene tal eficacia interna, que allí donde prende logra efectos verdaderamente sorprendentes e inexplicables. Un grano apenas perceptible, como el de la mostaza, se desarrolla en una planta que llega a alcanzar una altura de hasta tres o cuatro metros en los alrededores de Jericó. Un poco de levadura hace fermentar la cantidad de harina que proporciona comida a más de 100 personas. La fuerza intensiva y extensiva del reino de Dios es tal que llega a transformar toda la vida del hombre.
G. Zevini, Lectio Divina (Mateo): Las controversias sobre el sábado
Verbo Divino (2008), pp. 220-225.
La Palabra se ilumina
Jesús explica por medio de las parábolas la realidad del Reino, tan diferente de las expectativas de las muchedumbres y de los mismos discípulos, desconcertados y tal vez decepcionados por las resistencias y las oposiciones encontradas por el Maestro (capítulos 11s). Las diversas corrientes espirituales contemporáneas a Jesús -fariseos, zelotas, esenios, qumranianos- tendían a formar una comunidad de justos claramente separados de los malvados y de los infieles, a fin de preparar la venida del Reino de Dios. Jesús, en cambio, hace comprender que el Reino está presente y crece desde ahora, aunque su desarrollo esté obstaculizado por la cizaña, o sea, por la acción de aquellos que están sometidos al maligno (v. 38).
La eliminación definitiva de las fuerzas del mal no vendrá hasta el fin de los tiempos, de ahí que el momento actual deba caracterizarse por la paciencia y por la confianza: Dios mismo intervendrá para destruir el mal y para tutelar a los que le pertenecen, pero no corresponde al hombre proceder a una depuración intempestiva que pueda comprometer el incremento del bien antes que favorecerlo.
Hay otra característica fundamental del Reino expresada con las imágenes del grano de mostaza y de la levadura: su prodigioso desarrollo acontece a partir de un comienzo insignificante. Sin embargo, este comienzo encierra una enorme potencialidad intrínseca, que implica a toda la realidad.
En el grano de mostaza y en la levadura podemos reconocer al mismo Jesús (cf. Jn 12,24) y su enseñanza, aunque también el testimonio eficaz de la comunidad cristiana, que no debe preocuparse por su propia «visibilidad». Por otra parte, esta comunidad no será nunca, aquí abajo, una comunidad de perfectos: deberá tolerar en su interior individuos turbulentos y ser capaz de superar las ocasiones de tropiezo. Sin embargo, el trabajo del tiempo presente desembocará en la gloria, cuando el Hijo del hombre -con quien se identifica Jesús- juzgará la historia y entregará el Reino al Padre, a fin de que Dios sea todo en todos (vv. 37-43; cf. 1 Cor 15,24-28).
A través de las parábolas se puede percibir, ya desde ahora, el proyecto divino sobre el cosmos -«lo que estaba oculto desde la creación del mundo»- que se realizará plenamente cuando este mundo llegue a su desenlace final.
La Palabra me ilumina
Una semilla minúscula puede encerrar en sí un árbol majestuoso, una mies abundante: así sucede con el Reino, así sucede con Jesús. Ahora bien, la semilla debe morir para dar su fruto… Un puñado de levadura fermenta toda una gran masa de harina y la transforma en pan. Sin embargo, la levadura debe desaparecer para ser eficaz… Jesús nos educa para contemplar la realidad con unos ojos nuevos, descubriendo en ella como en filigrana el designio del Padre, el rostro del Hijo, la acción del Espíritu. A nosotros, discípulos constantemente tentados a desanimarnos por la inutilidad de nuestros esfuerzos, nos ofrece el Señor su mirada, sus pensamientos, que distan de los nuestros como el cielo esta por encima de la tierra.
Dios ha elegido lo que es débil, lo que es necio, insignificante a los ojos del mundo, para renovar el mundo desde sus fundamentos. Ha elegido la cruz -esto es, la aniquilación y la infamia- para salvar a la humanidad y redimir el cosmos. En consecuencia, no debe maravillarnos la presencia del mal que nos asedia y obstaculiza Jo que hacemos. Este dato, de hecho, nos obliga a renovar cada dIa nuestra adhesión al Señor y, por eso mismo, a asumir nuestra cruz con perseverancia y amor. Solo así podremos compartir la misión y la suerte del Hijo, que ha destruido el pecado y perdonado a los pecadores muriendo como semilla en el surco de nuestra historia para llevar al Padre, en «el tiempo de la siega», la abundante mies de los salvados. Del fracaso de una hora ha germinado la gloria eterna, ofrecida a todos nosotros, «hijos del Reino., hijos en el Hijo por la misericordia del Padre.
La Palabra en el corazón de los Padres
«Sed santos, porque yo soy santo» (1 Pe 1,16; Lv 11,44). Como para animarnos, en su compasión, a nosotros, a quienes escruta y y e entre los pecadores, a imitar sus obras, nos dice: «Alejaos del mal y practicad todo lo que esta bien; perseguid toda virtud en la medida en que os sea posible; sed santos en la medida en que esta en vuestro poder, si queréis tener comunión conmigo». Estoy convencido de que este «sed santos. lo dijo el Señor por aquellos que ya han recibido la gracia del Espíritu, para exhortarlos a no volverse de nuevo al mal con su indolencia, como si dijera: «No te des al ocio, tú que eres espiritual, puesto que el ocio engendra la maldad y la maldad produce todo tipo de malicia. Del mismo modo que sucede con una fuente que, si se para, aunque solo sea un momento, desaparece y se convierte en un lugar de agua parada, así sucede también con quien se purifica a si mismo mediante la practica de los mandamientos: por poco que decaiga en esta practica, decae en la misma medida de la santidad. No os mostréis incrédulos a mis palabras, hermanos; sabed mas bien esto: si nos ejercitáramos en toda virtud sin descuidar nada de lo que forma parte de los mandamientos, pero sólo deseáramos la gloria de los hombres y nos las ingeniáramos de algún modo para buscarla, nos veríamos privados de nuestra recompensa por todo lo demás. Y esto acontece con cualquier otra concupiscencia.
Es malo el que recibe en su corazón el grano del mal sembrador y produce como fruto las espinas del pecado por el diablo, que irán a arder en el fuego eterno, como la envidia, el odio, el rencor, los celos, el sectarismo, la presunción, la vanagloria, el orgullo, el fraude, la curiosidad, la calumnia y cualquier otra abominable pasión que contamina nuestro hombre interior.
Que no suceda nunca, hermanos, que nosotros produzcamos como fruto semejante cizaña acogiendo con nuestra indolencia la semilla del maligno en nuestros corazones. Que suceda, más bien, que produzcamos el treinta, el sesenta y el ciento por Cristo en frutos cultivados en nosotros mediante el Espíritu: frutos que consisten en «caridad, alegría, paz, benignidad, bondad, magnanimidad, fe, mansedumbre, continencia» (Gál 5,22). Que podamos crecer alimentados por el pan del conocimiento y crecer en las virtudes y llegar al hombre perfecto, a la medida de la plenitud de Cristo, a quien corresponde toda gloria por los siglos. Amén (Simeón el Nuevo Teólogo, Catechesi, Cittá Nuova, Roma 1995, 262- 265, passim).
Caminar con la Palabra
A quien cree en Dios no le resulta difícil admitir que la venida de su Reino debe ser el sentido y el fin de la historia. Otra cosa es, sin embargo, decidir cuál es la colaboración que Dios pide al hombre, cuál es el sentido de tantas aparentes derrotas, cuáles son los tiempos previstos por Dios…
Si pensamos en las expectativas guerreras de los judíos de aquel tiempo, comprenderemos de inmediato que la enseñanza principal de Jesús se encuentra en la imagen elegida: no la de un rey, no la de un guerrero, no la de un poderoso, sino la de un campesino. La construcción del Reino de Dios es obra de un sembrador.
Con respecto a las grandiosas expectativas judías, el cuadro es humilde y cotidiano. Más aún, si fuera posible, el asunto se complica y se agrava. El sembrador está contrarrestado por su enemigo; la semilla buena se ve obligada a sabiendas a convivir con la semilla de la hierba mala…
Así, con una sola imagen, Jesús preveía y aceptaba algo que escandaliza a los hombres de todos los tiempos: que el mal siga mezclado con el bien, y los buenos con los malos. ¿Por qué? Distinguir entre «buenos» y «malos» es una operación hipócrita mientras no nos demos cuenta de que ninguno de nosotros puede colocarse definitivamente en una parte o en otra.
Es en el terreno de nuestro corazón donde ha caído la semilla del amo bueno del campo y la del enemigo, y es en la libertad de nuestro corazón donde se decide si la cizaña sofocará al grano o si el grano saldrá vencedor sobre la cizaña.
Con esta parábola se nos advierte de que la venida del Reino de Dios necesitará «toda una larga paciencia»: el drama de la Iglesia está ya anunciado por completo. Y están previstos ya el escándalo y el desprecio de los que siempre reprocharán a la Iglesia no ser bastante pura, sin ni siquiera pensar que precisamente esta espera es lo que permite a cada uno de nosotros encontrarse en su casa en la Iglesia, a pesar del mal que continuamos cometiendo.
Decía Bernanos: Muchos quisieran una Iglesia limpia y agradable como un hotel de lujo donde sólo se hospedan personas refinadas, pero si se les contentara descubrirían con disgusto que en una Iglesia así ellos serían los primeros que no podrían entrar (A. Sicari, Viaggio nel Vangelo, Jaca Book, Milán 1995, 63-66, passim).