Mt 13, 24-30: Parábola del trigo y la cizaña
/ 25 julio, 2015 / San Mateo*Entrada en proceso de elaboración, se está agregando contenido
Texto Bíblico
24 Les propuso otra parábola: «El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; 25 pero, mientras los hombres dormían, un enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. 26 Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña. 27 Entonces fueron los criados a decirle al amo: “Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?”. 28 Él les dijo: “Un enemigo lo ha hecho”. Los criados le preguntan: “¿Quieres que vayamos a arrancarla?”. 29 Pero él les respondió: “No, que al recoger la cizaña podéis arrancar también el trigo. 30 Dejadlos crecer juntos hasta la siega y cuando llegue la siega diré a los segadores: Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero”».
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
Ver Catena aurea de Mt 13, 24-43
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
San Agustín, obispo
Discurso: Flor entre las espinas
Discurso sobre los salmos, Sal. 99, 8-9
«Los justos resplandecieron como el sol en el Reino de su Padre»
«Cuando esto que es perecedero en nosotros llegue a ser imperecedero y cuando esto que es mortal se revista de inmortalidad» (1Co 15,54), entonces será la dulzura perfecta, el júbilo perfecto, la alabanza sin fin, el amor sin peligro… Y aquí abajo, ¿ no saborearemos ninguna alegría?. Sin duda, encontramos aquí abajo la alegría; disfrutamos aquí en la esperanza de una vida futura, una alegría con la que seremos plenamente saciados en el cielo.
Pero es necesario que el trigo tenga que soportar estar al lado de la cizaña Los granos están mezclados con la paja y la flor crece entre las espinas. En efecto, ¿quién dijo a la Iglesia «Como la flor entre las espinas, así también mi amada en medio de las jóvenes» (Ct 2,2)?. «En medio de mis hijas», es decir, no entre las extranjeras. Oh Señor, ¿qué consolaciones nos das? ¿Qué consuelo? o bien ¿qué espanto? ¿Llamas espinas a tus propias hijas? Espinas son, responde, por su conducta, pero hijas por mis sacramentos…
Pero, entonces ¿dónde deberá refugiarse el cristiano, para no lamentarse en medio de los falsos hermanos? ¿Dónde irá? ¿Qué hará? ¿Huirá al desierto? Las oportunidades de caída le seguirán. ¿Se separará, el que va por buen camino por no soportar más a ninguno de sus semejantes? Pero, dime, a este, antes de su conversión, ¿ha podido soportarlo alguien? Si, por consiguiente, con el pretexto de que avanza, no quiere soportar a ninguna persona, por este hecho, es evidente que todavía no ha avanzado nada. Escuchad atentamente estas palabras: «Soportaos los unos a otros con amor. Procurad mantener la unidad en el Espíritu con el vínculo de la paz» (Ef 4,2-3). ¿No hay nada en ti, que otro no tenga que soportar?
San Juan Crisóstomo, obispo
Homilía: Parece, pero no es.
Homilías sobre san Mateo, 46, 1-2
«Dejadlos crecer juntos»
El método del diablo es el de mezclar siempre la verdad con el error, revestido éste con las apariencias y colores de la verdad, de manera que pueda seducir fácilmente a los que se dejan engañar. Por eso el Señor sólo habla de la cizaña porque esta planta se parece al trigo. Seguidamente indica cómo lo hace para engañar: «mientras la gente dormía». Por ahí se ve el grave peligro que corren los jefes, sobre todo aquellos a quienes les ha sido confiada la guarda del campo; por otra parte, ese peligro no amenaza sólo a los jefes, sino también a los subordinados. Esto mismo nos enseña que el error viene después de la verdad… Cristo nos dice todo esto para enseñarnos a no dormirnos…, de ahí la necesidad de la vigilancia de un guardia. Y también nos dice: «El que persevere hasta el final, se salvará» (Mt 10,22).
Considera ahora el celo de los criados: quieren arrancar la cizaña inmediatamente; es cierto que, aunque les falte reflexión, dan pruebas de su solicitud por la simiente. Sólo buscan una cosa que no es vengarse del que ha sembrado la cizaña sino de salvar la cosecha; por eso quieren echar totalmente el mal del campo… ¿Y qué responde el Maestro? Se lo priva por dos razones: la primera el temor de perjudicar el trigo; la segunda, la certeza de que un castigo inevitable se abatirá sobre los que están afectados de esa enfermedad mortal. Si queremos que se les castigue sin que se perjudique la cosecha, debemos esperar el momento conveniente… Por otra parte ¿es posible que una parte de esa cizaña se convierta en trigo? Si lo arrancáis ahora podéis perjudicar la próxima cosecha arrancando a los que podrían llegar a ser mejores.
San Juan Pablo II, papa
Catequesis, Audiencia General (25-09-1991)
El crecimiento del reino de Dios según las parábolas evangélicas
1. Como dijimos en la catequesis anterior, no es posible comprender el origen de la Iglesia sin tener en cuenta todo lo que Jesús predicó y realizó (cf. Hch 1, 1). Precisamente de este tema habló a sus discípulos, y nos ha dejado su enseñanza fundamental en las parábolas del reino de Dios. Entre éstas, revisten importancia particular las que enuncian y nos permiten descubrir el carácter de desarrollo histórico y espiritual que es propio de la Iglesia según el proyecto de su mismo Fundador.
2. Jesús dice: «El reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Y cuando el fruto lo admite, en seguida se le mete la hoz, porque ha llegado la siega» (Mc 4, 26-29). Por tanto, el reino de Dios crece aquí en la tierra, en la historia de la humanidad, en virtud de una siembra inicial, es decir, de una fundación que viene de Dios, y de uno obrar misterioso de Dios mismo, que la Iglesia sigue cultivando a lo largo de los siglos. En la acción de Dios en relación con el Reino también está presente la «hoz» del sacrificio: el desarrollo del Reino no se realiza sin sufrimiento. Éste es el sentido de la parábola que narra el evangelio de Marcos.
4. En la parábola del sembrador y la semilla, el crecimiento del reino de Dios se presenta ciertamente como fruto de la acción del sembrador; pero la siembra produce fruto en relación con el terreno y con las condiciones climáticas: «una ciento, otra sesenta, otra treinta» (Mt 13, 8). El terreno representa la disponibilidad interior de los hombres. Por consiguiente, a juicio de Jesús, también el hombre condiciona el crecimiento del reino de Dios. La voluntad libre del hombre es responsable de este crecimiento. Por eso Jesús recomienda que todos oren: «Venga tu Reino» (cf. Mt 6, 10; Lc 11, 2). Es una de las primeras peticiones del Pater noster.
5. Una de las parábolas que narra Jesús acerca del crecimiento del reino de Dios en la tierra, nos permite descubrir con mucho realismo el carácter de lucha que entraña el Reino a causa de la presencia y la acción de un «enemigo» que «siembra cizaña (gramínea) en medio del grano». Dice Jesús que cuando «brotó la hierba y produjo fruto, apareció entonces también la cizaña». Los siervos del amo del campo querrían arrancarla, pero éste no se lo permite, «no sea que, al recoger la cizaña, arranquéis a la vez el trigo. Dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega. Y al tiempo de la siega, diré a los segadores: recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo recogedlo en mi granero» (Mt 13, 24-30). Esta parábola explica la coexistencia y, con frecuencia, el entrelazamiento del bien y del mal en el mundo, en nuestra vida y en la misma historia de la Iglesia. Jesús nos enseña a ver las cosas con realismo cristiano y a afrontar cada problema con claridad de principios, pero también con prudencia y paciencia. Esto supone una visión trascendente de la historia, en la que se sabe que todo pertenece a Dios y que todo resultado final es obra de su Providencia. Como quiera que sea, no se nos oculta aquí el destino final ―de dimensión escatológica― de los buenos y los malos; está simbolizado por la recogida del grano en el granero y la quema de la cizaña.
6. Jesús mismo da la explicación de la parábola del sembrador a petición de sus discípulos (cf. Mt 13, 36-43). En sus palabras se transparenta la dimensión temporal y escatológica del reino de Dios.
Dice a los suyos: «A vosotros se os ha dado el misterio del reino de Dios» (Mc 4, 11). Los instruye acerca de este misterio y, al mismo tiempo, con su palabra y su obra «prepara un Reino para ellos, así como el Padre lo preparó para él [el Hijo]» (cf. Lc 22, 29). Esta preparación se lleva a cabo incluso después de su resurrección. En efecto, leemos en los Hechos de los Apóstoles que «se les apareció durante cuarenta días y les hablaba acerca de lo referente al reino de Dios» (cf. Hch 1, 3) hasta el día en que «fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios» (Mc 16, 19). Eran las últimas instrucciones y disposiciones para los Apóstoles sobre lo que debían hacer después de la Ascensión y Pentecostés, a fin de que comenzara concretamente el reino de Dios en los orígenes de la Iglesia.
9. […] Desde el principio hasta el fin, la existencia de la Iglesia se inscribe en la admirable perspectiva escatológica del reino de Dios, y su historia se despliega desde el primero hasta el último día.
Beato John Henry Newman
Sermón: Iglesia santa y pecadora
Sermones predicados en varias ocasiones, n° 9, 2.6
«Dejadlos crecer juntos hasta la cosecha»
Hay escándalos en la Iglesia, cosas censurables y vergonzosas; ningún católico podrá negarlo. Tiene siempre que asumir el reproche y la vergüenza de ser la madre de hijos indignos; tiene hijos que son buenos, y otros que son malos… Dios habría podido instituir una Iglesia que fuera pura; pero predijo que la cizaña sembrada por el enemigo, crecería con el trigo hasta la cosecha, en el fin del mundo. Afirmó que su Iglesia sería semejante a una red de pescador «que recoge peces de todas clases» y que no se escogen hasta el atardecer (Mt 13,47s).
Yendo más lejos todavía, declaró que los malos y los imperfectos, le importaban más que los buenos.»Muchos son los llamados, dijo, pero pocos los escogidos» (Mt 22,14), y su apóstol dice «que subsiste un resto, elegido por gracia» (Rm 11,5). Existe, pues sin cesar, en la historia y en la vida de los católicos, el juego de hechos ampliamente contradictorios… Pero no nos avergonzamos, ni escondemos el rostro entre las manos, al contrario, levantamos nuestras manos y nuestra cara hacia nuestro Redentor.
«Como los ojos de los esclavos fijos en las manos de sus señores…, así están nuestros ojos en el Señor, Dios nuestro, esperando su misericordia» (Sal. 122,2)… Acudimos a ti, juez justo, porque eres tú el que nos mira. No hacemos ningún caso a los hombres, mientras te tenemos, a ti…, mientras tenemos tu presencia en nuestras asambleas, tu testimonio y tu aprobación en nuestros corazones.
Comentarios exegéticos
Esta parábola está insertada en una perícopa más extensa, por ello, además de los comentarios presentes aquí se recomienda ver: Comentarios exegéticos a Mt 13, 24-43
Bastin-Pinckers-Teheux, Dios cada día: Unidos por la sangre
Siguiendo el Leccionario Ferial (4). Semanas X-XXI T.O. Evangelio de Mateo.
Sal Terrae (1990), pp. 141-143.
Éxodo 24, 3-8.
A pesar de los añadidos, que indican una redacción posterior del texto, se admite generalmente que Ex 24, 3-8 depende de la tradición elohísta. Se ha establecido una alianza por mediación de Moisés, sellada por medio de un rito de sangre arcaico como la presencia de jóvenes laicos para proceder a la inmolación de las víctimas. Dividida en dos partes, la sangre es rociada sobre el altar y sobre el pueblo, lo cual significa que las dos partes de la alianza son en adelante como miembros de una misma familia.
Las doce piedras, que suponen la fusión de las tribus en un solo pueblo, dan testimonio del asentamieto en Canaán. Dichas piedras constituyen un memorial, pues se supone que han «oído» el compromiso de los contratantes. El sacrificio de comunión denuncia también una modificación de la tradición; supone que la sangre vertida era la de una comida de sacrificio, en la que la ofrenda y la comunión iban al unísono. Jesús celebrará su última cena con idéntico espíritu; tomará de nuevo las mismas palabras de Moisés para establecer el nuevo contrato de vida entre Dios y el Israel de los tiempos nuevos.
Salmo 49.
El salmo 49 parece un alegato que denuncia la ruptura de la alianza. Estos salmos provienen del reino del norte y han servido de preámbulo en las ceremonias de renovación de la alianza. Los primeros versículos sitúan la acción en el culto, sugiriendo que el establecimiento de una alianza forma parte de la lucha emprendida por Yahvé contra el caos, con motivo de la creación del mundo.
Mateo 13, 24-30.
La parábola del sembrador anunciaba la victoria final de Dios: una buena tierra recogerá el grano y dará un fruto abundante. Pero muchos, en tiempos de Jesús, hubieran querido anticipar el tiempo de la recolección, como Juan el Bautista, que había descrito al Mesías con los rasgos de un juez severo. La parábola de la cizaña constituye una enérgica réplica a todos aquellos impacientes. Lo mismo que Jesús no duda en frecuentar la compañía de pecadores, Dios tolera la presencia de injustos entre los justos. Dicho de otra manera: se niega a hacer de su Iglesia una comunidad de «perfectos». Esto sería, por otra parte, muy poco realista: en la tierra hay hombres buenos y hombres malos. Pero Dios tiene confianza en el grano que ha sembrado y deja que el suelo produzca su fruto… Para el día del juicio, hay que esperar que la mies haya crecido. Infinita paciencia de Dios.
Es una larga historia que conduce a la mesa que nosotros hemos puesto; es la historia de un amor, de una alianza. Elaborada en la noche de los tiempos, esta historia había encontrado su ritmo en la larga marcha del desierto, cuando Israel no tenía otro aliado que su Dios. «Todas esas palabras que el Señor ha dicho, todo cuanto dice Yahvé, lo cumpliremos y obedeceremos»: este pueblo se compromete con la libertad, para hacerse partícipe de la alianza santa. Se trata de unos esponsales sellados con la ternura. Dios ha elegido a su pueblo e Israel responde: «Tu eres mi Dios». Al pie de la montaña, el antiguo rito de la sangre proclama que en adelante Yahvé y su pueblo serán de la misma sangre, una sangre compartida como la de las alianzas. La sangre de Dios correrá por las venas de Israel, el pueblo elegido: la alianza es comunión, comunidad de vida, matrimonio; Dios y su pueblo forman una sola carne. Pero, una vez atravesado el desierto, Israel se hará voluble y manchará vergonzosamente su traje de recién casada. Rechazará su alianza y se prostituirá. Los sacerdotes vigilarán y cada día, en el templo, se verterá la sangre a modo de expiación, como un rito de perdón; la sangre no significará ya la humilde fraternidad entre Dios y el hombre.
Pero Dios preparaba ya una nueva alianza en la que la sangre, ofrecida por amor, iba a ser fuente de vida. «¡Esta es la sangre de la Alianza!»… Dios mismo, como en los tiempos del desierto, reanudaba los vínculos olvidados. En la hora en que los hombres inmolaban el Cordero pascual, Jesús bendice la copa y, con ese gesto ancestral, representa el sentido de su muerte, de su vida entregada. Toma la copa con la que se da gracias y revela que, en adelante, Dios derramará su sangre para que todos vivan de su vida.
La alianza, que reanudaba sin fin el antiguo rito de la sangre,ha llegado a su cumplimiento: Jesús murió como vivió, como servidor de la Alianza. En aquella última noche, declara el don que hace de sí mismo para el triunfo del pacto secular. Cuando dice: «Esta es mi sangre», significa que su vida será ofrecida, como siempre lo ha sido, para anudar esos vínculos de sangre entre Dios y los hombres. Jesús inmola su vida en este pacto de la Alianza; pone su vida sobre la mesa. La copa está sobre nuestra mesa. El viejo rito de la sangre ya no es un rito. La sangre del Hijo corre por nuestras venas. Y nos dice: «¿Podéis beber la copa que yo voy a beber?» Ellos respondieron: «Podemos»; y bebieron todos. ¿Podemos hacerlo nosotros? ¿Podemos llevar el amor hasta el final, vivir de la vida de Dios? ¿Dejar que la alianza nos renueve hasta no formar más que uno con el que nos ama? ¿Comulgar en El comulgando en su copa? La copa está sobre nuestra mesa, presencia real de Dios que llega hasta el final: «¡Esta es la sangre de la Alianza que el Señor hace con vosotros!»
Biblia Nácar-Colunga Comentada
Parábola de la cizaña.
Propia de Mt. Acaso fue predicada junto al Lago (Mt 13:36). La forma literaria introductoria: “El reino es semejante a.” es la forma más usual de exponer los rabinos sus comparaciones. Es una parábola; sus elementos son ambientales palestinos, aunque hay algunos rasgos algún tanto irreales: los trabajadores que preguntan al dueño, extrañados, por la cizaña que hay en el campo, siendo natural su mezcla con el trigo. Pero se trata de destacar elementos para la alegorización. Esta cizaña es el lolium temulentum, como ya escribía San Jerónimo, muy difícil de discernirla del trigo hasta echar espiga, por la semejanza que tiene con él. Al judaísmo era impensable la coexistencia del bien y del mal — máxime prolongados — en los días mesiánicos. De ello se hacen eco, verbigracia, los Salmos de Salomón (2:38; 4:27; etc.; cf. Is 60:21). La venida del Mesías sería súbita y terminaría no sólo con los enemigos materiales, sino que haría una purificación total. Expuesto el cuadro, pasa a exponer otras dos parábolas. Algunos autores piensan que esta parábola sea un “duplicado” de la parábola de la semilla que crece secretamente (Mc 4:26-29). No parece probable. Es demasiado desemejante su estructura y finalidad. Lo que se ve es el choque con el judaísmo polémico del tiempo de Mt.
W. Trilling, El Nuevo Testamento y su Mensaje (Mt): Explicación de la parábola del sembrador
Herder (1980), Tomo II, pp. 30-33
Sigue otra parábola basada en la vida del campo. Es similar a la del sembrador por pertenecer al mismo ámbito de vida, por la contemplación del campo, de la sementera y de la cosecha. También está estrechamente ligada con la parábola de la red barredera (13,47s). Las dos constituyen como una doble parábola. No son raros tales ejemplos . [8]
Tenemos que representarnos, en forma viva, lo que aquí se nos narra. Un campesino ha estado durante el día en el campo, para sembrarlo. Un vecino que le odia mortalmente, lo ha observado. Se le ocurre un pensamiento abominable y lo realiza aquella misma noche. Pasa disimuladamente y sin ser visto por el mismo campo y esparce la semilla de cizaña. El vecino duerme tranquilo y, al principio, no se nota nada, pero cuando el trigo germina, aparece también la cizaña, en cantidad tan grande que sorprende. El hecho de que no fuera notada antes, puede ser debido a que una determinada cizaña, el joyo, al comienzo tiene un parecido sorprendente con el trigo. Pero ahora por primera vez se puede ver todo el infortunio. Los criados proponen al campesino la cuestión en sí razonable de si no se tiene que arrancar la cizaña. Pero quizás ya es demasiado tarde para ello, dado que ya «se forma la espiga» (13,26). No obstante sorprende que el campesino rechace la propuesta. Quiere que ambos crezcan juntos, para que el trigo no sufra ningún perjuicio, escardando el terreno. No tiene ningún sentido que se escarde ahora. En lugar de esto habrá pronto la siega, y entonces los segadores cumplirán el encargo del campesino de poner aparte la cizaña y atarla en gavillas para quemarla. En Palestina la madera es escasa, por eso se desea tener material suplementario de combustión. Pero el trigo se guardará en el granero.
La conducta del campesino es extraña de suyo. Cualquier hombre razonable, primero se ocupará en quitar la cizaña para que el grano tenga más aire. ¿No ha de temer el agricultor que la cizaña crezca más aprisa y más alta que el trigo, y lo ahogue, como se describe en la parábola precedente? (13,7). Esta sorpresa ya indica la dirección, en que hay que buscar la declaración, el sentido de la parábola. Lo que se quiere declarar, lo transparenta más esta parábola de la cizaña que la del sembrador. Se nota más claramente a quién se alude, cuando se habla del padre de familia (13,27). El vocablo es característico de san Mateo y se emplea con frecuencia de tal modo que el oyente haya de pensar en Dios o en Jesús, el padre de la familia de los discípulos [9]. Pero además hay otro sembrador, un «enemigo» (13,25.28). De las condiciones existentes en el campo no es responsable solamente el padre de familia. Si cuando se habla de él se señala a Dios, al hablar del enemigo se señala a su gran antagonista y rival, el malo y enemigo por antonomasia (cf. 13,19.38). Aquí se hace resaltar la siega con más fuerza que en la primera parábola. Al fin el juicio está en perspectiva.
Pero lo principal consiste en otra cosa. Es la decisión del padre de familia. Se rechaza la propuesta de los criados, que es reemplazada por la decisión del señor de la casa. Esta decisión ha de respetarse, es decir, la cizaña y el trigo han de permanecer juntos hasta la siega. Toda separación y juicio antes de tiempo es una intromisión en el plan del señor de la casa. Él se ha reservado el juicio. Soporta la cizaña y también el perjuicio que causa al trigo. Cuanto más lejos del hombre esté esta manera de pensar, tanto más ha de aceptarla. Esta decisión no se revoca…
Para el discípulo del reino la situación del mundo es difícilmente soportable, es una constante tentación de su confianza o de su propia voluntad de poner orden antes de tiempo. El día de la siega se quitará el tormento de los corazones de los buenos, y a los malos les sobrevendrá el destino que les corresponde. Dios tiene los hilos sujetos en la mano. Sabe que todo es llevado a la finalidad que él y ningún otro ha establecido. Dios sabe que el trigo no se perderá, sino que se conserva para ser recogido en el granero divino. Deben observar una actitud como la de Dios los que se han subordinado al dominio de la voluntad divina.
Se requiere una gran fe y mucha bondad y madura sabiduría para poder pensar así. Dios se ha reservado el juicio para sí solo, «a mí me corresponde la venganza; yo daré el pago merecido, dice el Señor» (Rom 12,19). Cuando los discípulos quisieron hacer bajar fuego sobre una aldea samaritana que rehusó alojar a Jesús y a los suyos, Jesús se lo prohibió (Le 9,54s). «No juzguéis y no seréis juzgados» (7,1).
Notas:
[8] Cf. el grano de mostaza y la levadura en 13,31-33; el tesoro y la perla en 31,44-46, la oveja perdida y la dracma perdida en 15,4-10, etc.
[9] Cf. 10,25; 20,1.11; 21.33.