Mt 12, 46-50: El verdadero parentesco de Jesús
/ 21 noviembre, 2013 / San MateoTexto Bíblico
46 Todavía estaba Jesús hablando a la gente, cuando su madre y sus hermanos se presentaron fuera, tratando de hablar con él. 47 Uno se lo avisó: «Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren hablar contigo». 48 Pero él contestó al que le avisaba: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?». 49 Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos. 50 El que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre».
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
San Jerónimo
46. De aquí, esto es, de decir el Evangelio los hermanos del Señor, deduce Helvidio su error. ¿Cómo, dice él, se llaman en el Evangelio hermanos del Señor los que no eran hermanos suyos? Pero es necesario tener presente que el nombre de hermanos se toma bajo cuatro sentidos en las Sagradas Escrituras: hay hermanos de naturaleza, de nación, de parentesco y de cariño. Por naturaleza, como Esaú y Jacob (Gén 25); por nacionalidad, así todos los judíos se llaman entre sí hermanos, como en el Deuteronomio (Dt 17,15); «No podrás constituir como rey sobre ti un hombre extranjero que no es tu hermano». Además, se llaman hermanos los que son de una misma familia, como en el Génesis: «Y dijo Abraham a Lot: no haya disputa entre tú y yo, porque somos hermanos» (Gén 13,8). Los hermanos de cariño lo son, o de una manera general, o de una manera individual. Así se llaman de una manera más especial hermanos todos los cristianos, como dice el Salvador: «Ve y di a mis hermanos» (Jn 20,17), y de una manera general, porque todos los hombres reconocen un solo padre y están unidos entre sí por un parentesco común y esto es lo que se lee en Isaías: «Decid a los que os aborrecieron: Vosotros sois nuestros hermanos» (Is 66,9). Pregunto yo ahora: ¿de qué manera son hermanos del Señor los que así llama el Evangelio? ¿Por naturaleza? Pero la Escritura no lo dice ni los llama hijos de María ni de José. ¿Por la nacionalidad? Pero esto es un absurdo, porque sería llamar hermanos a unos cuantos judíos, y no a los demás; siendo así que todos los judíos que estaban allí presentes tenían derecho a la misma denominación. ¿Es según el sentimiento humano o sobrenatural? Pero en este sentido ¿quién mejor que los Apóstoles, a quienes daba el Señor instrucciones íntimas, merecía llamarse hermano? O si todos (porque son hombres) son hermanos, fue una cosa necia anunciar como cosa propia a los que lo esperaban fuera diciendo: «Mira, tus hermanos te buscan». Resulta, pues, que la palabra hermano debe tomarse no en el sentido de la naturaleza, ni en el de la nacionalidad, ni en el de afecto, sino en el de parentesco.
Las palabras «hermanos del Señor» hacen suponer a algunos, siguiendo las locuras de algunos apócrifos, y fingiendo la existencia de una mujerzuela llamada Esca, que José había tenido otros hijos de una esposa anterior. Pero nosotros comprendemos bajo la palabra hermano, no los hijos de José, sino a los consobrinos del Salvador, a los hijos de la tía materna del Señor, la cual es llamada en el Evangelio madre de Santiago el menor, de José y de Judas, a quienes en otro lugar del Evangelio (Mc 6; Gál 1), se les llama hermanos del Señor. Toda la Escritura nos da testimonio de que el nombre de hermanos se extiende hasta los consobrinos.
46. Digámoslo de otra manera, el Salvador habla a las turbas, y en sentido más íntimo, enseña a las naciones: su Madre y sus parientes, esto es, la sinagoga y el pueblo de los judíos, están a la parte de afuera.
Después de haber rogado, de haber buscado y de haber mandado un mensajero, recibieron la respuesta: tenéis libre albedrío; si queréis podéis entrar y creer.
47. Se me figura que el anunciante no habla por casualidad ni con sinceridad, sino para tenderle algún lazo, sin duda para ver si prefería a la obra espiritual la carne y la sangre. Por eso el Señor, sin negar a su Madre y a sus parientes, sino para contestar al que le avisaba, rehusó el salir.
48-50. No negó El, pues, como pretenden Marción y Maniqueo, a su Madre, de quien nació, para no dar lugar a que se creyese que era hijo de un fantasma, sino que quiso destacar el vínculo con los discípulos sobre el vínculo de parentesco, para enseñarnos a preferir el vínculo del espíritu al de los parientes.
San Agustín
46-48. Digámoslo de otra manera, el Salvador habla a las turbas, y en sentido más íntimo, enseña a las naciones: su Madre y sus parientes, esto es, la sinagoga y el pueblo de los judíos, están a la parte de afuera.
Después de haber rogado, de haber buscado y de haber mandado un mensajero, recibieron la respuesta: tenéis libre albedrío; si queréis podéis entrar y creer.
Es indudable que sucedió a continuación de lo anterior lo que aquí nos refiere el evangelista, quien se vale, antes de referirlo, de la transición siguiente: «Cuando estaba todavía hablando a las gentes». ¿Y qué quiere decir la palabra todavía, sino que El estaba hablando aun las cosas que hemos referido? También San Marcos, después de habernos contado todo lo concerniente a la blasfemia contra el Espíritu Santo, dijo: «Y llegan su Madre y sus hermanos» ( Mc 3,31). San Lucas no siguió este orden, sino que puso primero el hecho, y lo refirió según ( Lc 8) lo iba recordando (De consensu evangelistarum, 2,40).
Cuanto se diga de los parientes del Señor, si se trata del pecado, bajo ningún concepto quiero que se diga de la Virgen María (por el honor de Cristo). Nosotros sabemos que le fueron concedidas las mayores gracias para triunfar de todo pecado, porque ella era la destinada a concebir y a dar a luz a quien nos consta que jamás tuvo pecado alguno.
Sigue: le dijo un cierto hombre: «Mira, tu Madre y tus hermanos están afuera buscándote» ( De Natura et gratia, 36).
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 44,1-2
47. Ved ahí el orgullo de sus parientes, porque debían entrar y mezclarse con las turbas para oírle, o si no querían esto, esperar hasta el final del discurso y acercársele entonces. Pero ellos lo llaman afuera y lo hacen en presencia de todos para manifestar su vanidad y hacer ver a todos que mandan con autoridad a Cristo, cosa que manifiesta el evangelista e insinúa bajo cierto velo, cuando dice: «Cuando estaba todavía hablando», que es como si dijera: ¿No lo podían haber hecho en otra ocasión? ¿Y qué deseaban ellos hablar? Si era en favor de los dogmas de la verdad, debían de haberse contentado de una manera ordinaria a fin de ganar de este modo las almas de sus oyentes; y si era de cosas pertenecientes a ellos no era oportuno llamarle con tanta prontitud, de donde resulta que lo hacían llevados de la vanagloria.
48. Y no dijo: «Marcha, dile que no es mi Madre», sino que se dirigió al que le avisaba, y contestándole cuando le hablaba, le dijo: «¿Cuál es mi Madre, y cuáles son mis hermanos? [1]»
Si hubiera El querido negar a su Madre, lo hubiera hecho cuando los judíos se mofaban de El con ocasión de su Madre ( Mc 6).
49-50. Lo que se acaba de decir nos enseña también otra cosa, a saber: que no se debe despreciar la virtud dejándose llevar de la confianza que puede inspirar el parentesco; porque si nada aprovecha a la Madre el ser Madre, si no tiene virtud, ¿quién podrá gloriarse de encontrar su salvación en el parentesco? Porque no hay más que una sola nobleza, el hacer la voluntad de Dios, y por eso sigue: «Cualquiera, pues, que hiciere la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, es mi hermano, mi hermana y mi Madre». Muchas mujeres glorificaron a aquella Virgen santa, y a su vientre, y desearon ser madres parecidas a ella. ¿Quién se lo impide? Abierto tenéis el camino, y no sólo las mujeres, sino también los hombres pueden llegar a ser Madre de Dios.
Notas
[1] La interpretación de los Padres es general en cuanto a destacar que no se debe entender por esa frase un rechazo a la Madre de Jesús. Más bien, son muchos los que destacan que se trata de una alabanza a la Virgen Santísima. ¿Quien mejor que Ella ha escuchado el designio de Dios y lo ha puesto por obra? Precisamente, el mensaje del pasaje resulta claro si se lee en dos planos. Uno primero, en el que se da importancia al aspecto biológico, que Jesús esclarece remitiéndolo a la más importante unión espiritual. La Madre queda así adherida públicamente a la familia escatológica de los discípulos de Jesús, de los cuales Ella es la primera y más aventajada de todos. Esta enseñanza ha sido cada vez más esclarecida por la Iglesia, asistida por el Espíritu Santo. La presencia de María y sus parientes, en el pasaje, sirve como una especie de disparador de la gran lección que destaca que María, su Madre, es importante para su misión principalmente por que pronunció el «Fiat» y es modelo ejemplar de quien escucha la palabra divina y la pone permanentemente por obra. Aparece así como trasfondo de las palabras que Ella es Madre y Modelo ejemplar de todos los discípulos.
San Hilario, in Matthaeum, 12
46-50. Como había anunciado todo lo que precede en nombre de la majestad de su Padre, ahora el evangelista nos manifiesta lo que contestó al que le dijo que su Madre y sus hermanos le estaban esperando a la parte de afuera: «Cuando estaba todavía hablando a las gentes».
No se debe juzgar por estas palabras que en ellas dio El un testimonio de desaire hacia su Madre, puesto que desde lo alto de la cruz le dio pruebas de solicitud y amor filial (Jn 19).
Tenían ellos, lo mismo que los demás, la facultad de entrar hasta El; pero porque había venido entre los suyos y no le recibieron (Jn 1,2), se abstienen de entrar y de aproximarse a El.
San Ambrosio, In Lucam, 6
49-50. Es propio del Maestro ofrecer a los demás un ejemplo en su persona cuando dicta un precepto. Así, el comienza por cumplirlo. Antes de determinar que quien no deja a su padre y a su madre no es digno del Hijo de Dios (Lc 14,26) El se somete al principio señalado. Ciertamente, no reprueba el cariño filial debido a su madre, pues de El viene el mandamiento: «Honra a tu padre y a tu madre» (Ex 50). Más bien quiere enseñar que más que los piadosos sentimientos y cariño para su madre por ser físicamente tal, los que no descarta, busca destacar la unión a la voluntad de su Padre celestial, en la que se da la mayor unión de las almas [1].
Notas
[1] (Aldama) Tanto la hiperdulía a María, y la teología mariana «entroncan directamente con las alabanzas a su fe en Lc 1,45; a su maternidad virginal y divina en Lc 1,42s y 46-48, y a ambas juntas en la perspectiva de Lc 8, 20s». S.S. Juan Pablo II: «¿Se aleja con esto de la que ha sido su madre según la carne? ¿Quiere tal vez dejarla en la sombra del escondimiento, que ella misma ha elegido? Si así puede parecer en base al significado de aquellas palabras, se debe constatar, sin embargo, que la maternidad nueva y distinta, de la que Jesús habla a sus discípulos, concierne concretamente a María de un modo especialísimo. ¿No es tal vez María la primera entre «aquellos que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen»? Y por consiguiente ¿no se refiere sobre todo a ella aquella bendición pronunciada por Jesús en respuesta a las palabras de la mujer anónima? Sin lugar a dudas, María es digna de bendición por el hecho de haber sido para Jesús Madre según la carne («¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!»), pero también y sobre todo porque ya en el instante de la anunciación ha acogido la palabra de Dios, porque ha creído, porque fue obediente a Dios, porque «guardaba» la palabra y «la conservaba cuidadosamente en su corazón» (cf. Lc 1, 38. 45; 2, 19. 51) y la cumplía totalmente en su vida. Podemos afirmar, por lo tanto, que el elogio pronunciado por Jesús no se contrapone, a pesar de las apariencias, al formulado por la mujer desconocida, sino que viene a coincidir con ella en la persona de esta Madre-Virgen, que se ha llamado solamente «esclava del Señor» (Lc 1, 38). Si es cierto que «todas las generaciones la llamarán bienaventurada» (cf. Lc 1, 48), se puede decir que aquella mujer anónima ha sido la primera en confirmar inconscientemente aquel versículo profético del Magníficat de María y dar comienzo al Magníficat de los siglos (Redemptoris Mater, 20)».
San Gregorio Magno, homiliae in Evangelia, 3,2
49-50. El Señor se dignó llamar hermanos a los discípulos, diciendo: «Id y anunciad a mis hermanos» ( Mt 28,10). Pero se preguntará: ¿Cómo el que por la fe se ha hecho hermano de Cristo, puede llegar a ser madre? Para contestar a esta pregunta debemos tener presente que el que por la fe se hace hermano o hermana de Cristo, se hace madre por la predicación, porque viene como a dar a luz al Señor infundiéndolo en el corazón de los oyentes. Y se hace madre de El, si mediante su voz engendra en el alma del prójimo el amor del Señor.
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
San Agustín, obispo
Sermones: Dichosa por la fe
Sermón 25, 7-8: PL 46, 937-938 (Liturgia de las Horas, 21 de noviembre).
Os pido que atendáis a lo que dijo Cristo, el Señor, extendiendo la mano sobre sus discípulos: Éstos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de mi Padre, que me ha enviado, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre. ¿Por ventura no cumplió la voluntad del Padre la Virgen María, ella, que dio fe al mensaje divino, que concibió por su fe, que fue elegida para que de ella naciera entre los hombres el que había de ser nuestra salvación, que fue creada por Cristo antes que Cristo fuera creado en ella?
Ciertamente, cumplió santa María, con toda perfección, la voluntad del Padre, y, por esto, es más importante su condición de discípula de Cristo que la de madre de Cristo, es más dichosa por ser discípula de Cristo que por ser madre de Cristo. Por esto, María fue bienaventurada, porque, antes de dar a luz a su maestro, lo llevó en su seno.
Mira si no es tal como digo. Pasando el Señor, seguido de las multitudes y realizando milagros, dijo una mujer: Dichoso el vientre que te llevó. Y el Señor, para enseñarnos que no hay que buscar la felicidad en las realidades de orden material, ¿qué es lo que respondió?: Mejor, dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen. De ahí que María es dichosa también porque escuchó la palabra de Dios y la cumplió; llevó en su seno el cuerpo de Cristo, pero más aún guardó en su mente la verdad de Cristo. Cristo es la verdad, Cristo tuvo un cuerpo: en la mente de María estuvo Cristo, la verdad; en su seno estuvo Cristo hecho carne, un cuerpo. Y es más importante lo que está en la mente que lo que se lleva en el seno.
María fue santa, María fue dichosa, pero más importante es la Iglesia que la misma Virgen María. ¿En qué sentido? En cuanto que María es parte de la Iglesia, un miembro santo, un miembro excelente, un miembro supereminente, pero un miembro de la totalidad del cuerpo. Ella es parte de la totalidad del cuerpo, y el cuerpo entero es más que uno de sus miembros. La cabeza de este cuerpo es el Señor, y el Cristo total lo constituyen la cabeza y el cuerpo. ¿Qué más diremos? Tenemos, en el cuerpo de la Iglesia, una cabeza divina, tenemos al mismo Dios por cabeza.
Por tanto, amadísimos hermanos, atended a vosotros mismos: también vosotros sois miembros de Cristo, cuerpo de Cristo. Así lo afirma el Señor, de manera equivalente, cuando dice: Éstos son mi madre y mis hermanos. ¿Cómo seréis madre de Cristo? El que escucha y cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre. Podemos entender lo que significa aquí el calificativo que nos da Cristo de «hermanos» y «hermanas»: la herencia celestial es única, y, por tanto, Cristo, que siendo único no quiso estar solo, quiso que fuéramos herederos del Padre y coherederos suyos.
Santa Teresa del Niño Jesús
Cartas: La verdadera perfección
Carta 121
«El que hace la voluntad de mi Padre, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mt 12,50)
«Mis pensamientos no son vuestros pensamientos», dice el Señor(Is 55,8). El mérito, no consiste en hacer mucho o en mucho dar, sino en recibir, en amar mucho. Se ha dicho, que «es mucho más dulce dar que recibir»(Hch 20,35), y es verdad; pero cuando Jesús quiere reservarse para sí la dulzura de dar, no sería delicado negarse. Dejémosle tomar y dar todo lo que quiera, la perfección consiste en hacer su voluntad, y el alma que se entrega enteramente a él es llamada por Jesús mismo «su madre, su hermana» y toda su familia. Y en otra parte: «Si alguno me ama, guardará mi palabra» (es decir, hará mi voluntad) y «mi Padre le amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada» (Jn 14,23).
¡Oh, qué fácil es complacer a Jesús, cautivarle el corazón! No hay que hacer más que amarle, sin mirarse una a sí misma, sin examinar demasiado los propios defectos… Los directores hacen progresar en la perfección, imponiendo un gran número de actos de virtud, y llevan razón; pero mi director, que es Jesús, no me enseña a contar mis actos, me enseña a hacerlo todo por amor, a no negarle nada, a estar contenta cuando él me ofrece una ocasión de probarle que le amo; pero esto se hace en la paz, en el abandono, es Jesús quién lo hace todo, y yo no hago nada.
San Rafael Arnaiz Barón
Escritos espirituales: Querer lo que Dios quiere
10-04-1938 (Domingo de Ramos)
«El que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, mi hermana, y mi madre.» (Mt 12, 49-50)
Una de las transformaciones que Jesús ha hecho en mi alma ha sido la indiferencia. Yo mismo me maravillo, pues veo que he llegado a comprender algo que antes no comprendía.
Sabía que el nada desear es muy agradable a Dios y que es el camino para llegar a cumplir su voluntad… Pero esto lo sabía con la luz de la inteligencia… Comprendía con la razón, tan sublime doctrina. Deseaba alcanzar esa virtud de la santa indiferencia, y a Jesús se la pedí.
No tiene mérito el nada desear, amando a Dios, pues es la cosa más natural. Ahora así lo veo.
¿Cómo es posible amar la vanidad, amando a Dios? Y vanidad es todo lo que nosotros deseamos y no desea Dios. Querer sólo lo que Dios quiere, es lo lógico para el que es de veras su amador… Fuera de sus deseos…, no existen deseos nuestros, y si existe alguno, ése, es que es conforme a su voluntad, y si no lo fuera, es que entonces no estaría nuestra voluntad unida a la suya…
Pero si de veras estamos unidos por amor a su voluntad, nada desearemos que Él no desee, nada amaremos que Él no ame, y estando abandonados a su voluntad, nos será indiferente cualquier cosa que nos envíe, cualquier lugar donde nos ponga…
Todo lo que Él quiera de nosotros no solamente nos será indiferente, sino que será de nuestro agrado. (No sé si en todo esto que digo hay error; en todo me someto al que de esto entienda. Yo sólo digo lo que siento, y es que en verdad nada deseo más que amarle a Él, y que todo lo demás a Él lo encomiendo; cúmplase su voluntad).
Cada día soy más feliz en mi completo abandono en sus manos. Veo su voluntad hasta en las cosas más nimias y pequeñas que me suceden.
De todo saco una enseñanza que me sirve para más comprender su misericordia para conmigo.
Amo entrañablemente sus designios, y eso me basta. Soy un pobre hombre ignorante de lo que me conviene, y Dios vela por mí como nadie puede sospechar.
¿Qué de particular tiene que yo nada desee, si tan bien me va, poniendo mi único deseo en Dios y olvidando lo demás?
Mejor dicho, no es que olvide mis deseos, sino que éstos se hacen tan poco importantes y tan indiferentes, que más que olvidarlos, desaparecen, y sólo queda en mi ánimo un contento muy grande de ver que sólo deseo con ansia, cumplir lo que Dios quiere de mí, y al mismo tiempo una alegría enorme de yerme aligerado como de un peso muy gran de, de yerme libre de mi voluntad que he puesto junto a la de Jesús.
[…] Con Jesús a mi lado, nada me parece difícil, y el camino de la santidad cada vez lo veo mas sencillo. Más bien me parece que consiste en ir quitando cosas, que en ponerlas. Más bien se va reduciendo a sencillez, que complicando con cosas nuevas.
Y a medida que nos vamos desprendiendo de tanto amor desordenado a la criaturas y a nosotros mismos, me parece a mi que nos vamos acercando más y más al único amor, al único deseo, al único anhelo de esta vida… a la verdadera santidad que es Dios.
[…] ¡¡Señor…, Señor…, qué necios somos los hombres!! Un pedazo de trapo nos da placer, y un grano de arena nos da dolor.
¡Ten compasión de los hombres, Señor!
San Padre Pío de Pietrelcina, capuchino
Escritos: Ayuda de María.
Buena jornada, 6.8.9/5.
«El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ese es mi hermano y mi
hermana y mi madre» (Mt 12,50).
María, la Madre de Jesús sabía bien que la redención se realizaría por la muerte de su hijo; y a pesar de ello ¡cuánto lloró y sufrió! (GC 21).
Si el Señor se os manifiesta, dadle gracias; y si se esconde, haced lo mismo; todo eso no es más que un juego de amor. Que la Virgen María en su gran bondad continúe alcanzándoos del Señor la fuerza para soportar sin doblegaros las numerosas pruebas de amor que él os da. Deseo que lleguéis incluso a morir con él en la cruz, y que con él podáis llegar a exclamar: «Todo se ha cumplido» (AdFP,563).
Que María transforme en gozo todos los sufrimientos de tu vida (GC,24).
Jean-Jacques Olier, fundador de los Sulpicianos
Carta: En María está comprendida toda la Iglesia.
Carta nº 30.
«El que hace la voluntad de mi Padre…, este es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mt 12,50).
Yo veía esta admirable obra maestra salida de las manos de Dios, la Santa Virgen, llena del Espíritu Santo desde su nacimiento…, y las operaciones que el Espíritu Santo hacía en ella y cómo se le comunicaba en plenitud. Y consideraba a esta santa alma de María dando a Dios Padre, desde su nacimiento, todo lo que le es debido. Me parecía verla ofreciéndose a Dios y ofreciendo, con ella, a toda la Iglesia, como sabiendo que un día sería su Madre; de manera que, en esta voluntad, estábamos comprendidos todos nosotros, santificados y consagrados a Dios por la ofrenda que María había hecho de sí misma consagrando a Dios todo lo que era y lo que sería para siempre. Según lo que veía, me pareció que nosotros debíamos ratificar esta ofrenda, dedicarnos a Dios tal como ella se había dedicado, y consagrarnos a él con la misma fidelidad que ella lo había hecho, por ella y por nosotros. ¡Qué gozo en el corazón de Dios, me decía a mi mismo, por una ofrenda tan santa como la de la Virgen María! ¡Qué dulce presente el de un corazón tan amoroso y tan ancho que, él solo contiene más amor y presenta más obsequios que los que le hacen los ángeles todos juntos! Porque María presenta a Dios su alma que contiene a Jesús y a toda la Iglesia…
Oh Santa Virgen, verdadera mansión de Dios, en la que está comprendida toda la Iglesia, no se puede expresar la gloria y la grandeza de vuestra alma. Es tan amable a los ojos de Dios que quienquiera que os conozca…esperará misericordia.
San Juan Pablo II, papa
Catequesis: María es modelo de escucha
Audiencia general (05-01-2000)
[…] 4. María es la única madre que puede decir, hablando de Jesús, «mi hijo», como lo dice el Padre: «Tú eres mi Hijo» (Mc 1, 11). Por su parte, Jesús dice al Padre: «Abbá», «Papá» (cf. Mc 14, 36), mientras dice «mamá» a María, poniendo en este nombre todo su afecto filial.
En la vida pública, cuando deja a su madre en Nazaret, al encontrarse con ella la llama «mujer», para subrayar que él ya sólo recibe órdenes del Padre, pero también para declarar que ella no es simplemente una madre biológica, sino que tiene una misión que desempeñar como «Hija de Sión» y madre del pueblo de la nueva Alianza. En cuanto tal, María permanece siempre orientada a la plena adhesión a la voluntad del Padre.
No era el caso de toda la familia de Jesús. El cuarto evangelio nos revela que sus parientes «no creían en él» (Jn 7, 5) y san Marcos refiere que «fueron a hacerse cargo de él, pues decían: «Está fuera de sí»» (Mc 3, 21). Podemos tener la certeza de que las disposiciones íntimas de María eran completamente diversas. Nos lo asegura el evangelio de san Lucas, en el que María se presenta a sí misma como la humilde «esclava del Señor» (Lc 1, 38). Desde esta perspectiva se ha de leer la respuesta que dio Jesús cuando «le anunciaron: «Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren verte»» (Lc 8, 20; cf. Mt 12, 46-47; Mc 3, 32); Jesús respondió: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la palabra de Dios y la cumplen» (Lc 8, 21). En efecto, María es un modelo de escucha de la palabra de Dios (cf. Lc 2, 19. 51) y de docilidad a ella.
Vía Crucis del Viernes Santo 2005: 4ª estación
MEDITACIÓN
En el Vía crucis de Jesús está también María, su Madre. Durante su vida pública debía retirarse para dejar que naciera la nueva familia de Jesús, la familia de sus discípulos. También hubo de oír estas palabras: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?… El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre» (Mt 12, 48-50). Y esto muestra que ella es la Madre de Jesús no solamente en el cuerpo, sino también en el corazón. Porque incluso antes de haberlo concebido en el vientre, con su obediencia lo había concebido en el corazón. Se le había dicho: «Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo… Será grande…, el Señor Dios le dará el trono de David su padre» (Lc 1, 31 ss). Pero poco más tarde el viejo Simeón le diría también: «y a ti, una espada te traspasará el alma» (Lc 2, 35). Esto le haría recordar palabras de los profetas como éstas: «Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría boca; como un cordero llevado al matadero» (Is 53, 7). Ahora se hace realidad. En su corazón habrá guardado siempre la palabra que el ángel le había dicho cuando todo comenzó: «No temas, María» (Lc 1, 30). Los discípulos han huido, ella no. Está allí, con el valor de la madre, con la fidelidad de la madre, con la bondad de la madre, y con su fe, que resiste en la oscuridad: «Bendita tú que has creído» (Lc 1, 45). «Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?» (Lc 18, 8). Sí, ahora ya lo sabe: encontrará fe. Éste es su gran consuelo en aquellos momentos.
ORACIÓN
Santa María, Madre del Señor, has permanecido fiel cuando los discípulos huyeron. Al igual que creíste cuando el ángel te anunció lo que parecía increíble –que serías la madre del Altísimo– también has creído en el momento de su mayor humillación. Por eso, en la hora de la cruz, en la hora de la noche más oscura del mundo, te han convertido en la Madre de los creyentes, Madre de la Iglesia. Te rogamos que nos enseñes a creer y nos ayudes para que la fe nos impulse a servir y dar muestras de un amor que socorre y sabe compartir el sufrimiento.
Comentarios exegéticos
Comentarios a la Biblia Litúrgica (NT): La familia de Jesús
Paulinas-PPC-Regina-Verbo Divino (1990), pp. 1012-1013.
Desconocemos cuál fue exactamente la relación de Jesús con su familia. Por la información de Marcos sabemos (Mc 3,21)que los suyos, sus familiares, tampoco creían en él. Más aún, pensaban que no estaba en su sano juicio e intentaron llevárselo a casa. Mateo ha prescindido de esta información de Marcos. Era demasiado fuerte y escandalosa para sus lectores. Nos ofrece, en cambio, esta escena que tiene su paralelo en Marcos (Mc 3, 31-35).
Jesús es el revelador del Padre, su misma Palabra. Su misión estaba, por tanto, determinada por su servicio exclusivo a la palabra de Dios y sus exigencias. En repetidas ocasiones rechazó la presión que quería hacerse sobre él para que actuase en distinto sentido (Mc 1,36ss). El había hablado con absoluta claridad de las exigencias duras que su discipulado imponía. Dejar, a veces, hasta lo más querido, renunciar a la propia familia (10,21.35ss) por el reino de los cielos. En esta escena nos es presentada una ilustración práctica de las exigencias de Jesús en su propia persona. El corrió la misma suerte que había anunciado para sus discípulos. Tuvo que renunciar y separarse de la propia familia, donde tampoco encontró comprensión. El, que había dicho que el discípulo no puede tener la pretensión de ser más que su Maestro, vivió anticipadamente en su propia carne el sacrificio de renunciar a la propia familia.
La vida de Jesús estuvo determinada por una entrega absoluta e incondicional a la voluntad del Padre: «al entrar en este mundo dije… heme aquí que vengo para hacer tu voluntad» (Heb 10,5ss). Quien quiera pertenecer a su familia, ser su verdadero discípulo (vv. 48-49), debe seguirle (16,24; Jn 15,14). aprender de él (11,29), entrar por el mismo camino de renuncia y sacrificio que él recorrió (10,38-39; 16,23). Pero las renuncias y sacrificios no son exigidos por sí mismos. Tienen una finalidad muy alta, la más grande y maravillosa que el hombre ni siquiera podría soñar: Jesús considera como «suyos» a aquéllos que le sigan por este camino. Son sus familiares y no se avergüenza de llamarlos «hermanos» (Heb 2,11). La familia de Jesús la constituyen aquéllos que cumplen la voluntad del Padre.
Bastin-Pinckers-Teheux, Dios cada día: Liberación
Siguiendo el Leccionario Ferial (4). Semanas X-XXI T.O. Evangelio de Mateo.
Sal Terrae (1990), pp. 124-126.
Cántico de Moisés (Ex 15).
El conjunto de relatos termina con un himno triunfal en honor de Yahvé. El v. 1, que corresponde al v. 21 canta- do por la profetisa Myriam, sería el antecedente más antiguo, a partir del cual se compuso el poema de Moisés. La fecha de composición es difícil de determinar, sobre todo porque el final del poema hace alusión al «mila- gro del Jordán» que permitió a las tropas de Josué atravesar el río a pie enjuto. Esta similitud entre las dos travesías sugiere la acción de un mismo Dios.
Mateo 12, 46-50.
¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanas? ¿Quién es el verdadero discípulo? ¿Quién acoge el Reino predicado por Jesús? Como el sermón del monte,también el cap. 12 termina con una valoración y una exhortación a la acción concreta. El que cumple la voluntad del Padre, ése es el verdadero discípulo.
Para hablar francamente, la Biblia no tiene nada de crónica imparcial; por el contrario, toma partido decididamente para privilegiar una de- terminada interpretación de los acontecimientos narrados, un alegato partidista y que intenta convencer: «Ese día, el Señor salvó a Israel y el pueblo puso su fe en El».
«Aquel día, el Señor liberó a su pueblo»: la fiesta de Pascua permanecerá en el corazón de la supervivencia y de la esperanza de Israel. Aquel día no fue primordialmente la travesía arriesgada del mar, el cambio de la esclavitud en autonomía. La verdadera «travesía» se llevó a cabo cuando la voz, que se eleva naturalmente desde el corazón del hombre para decir: «Es obra de mis propias manos», da paso al reconocimiento y a la bendición. La verdadera liberación consiste en la confesión del cíe yente, en el paso a otra visión de la vida, a otra interpretación.
A través de los siglos, hombres y mujeres se contarán la epopeya del Mar Rojo en el lenguaje casi surrealista de la fe. No cantarán una epopeya, sino la certidumbre de la salvación y de la libertad. Con la salida de Egipto, ha sonado una hora nueva para la humanidad: la redención de la miseria. Si el Éxodo no hubiera estado marcado por el doble sello de la imperiosa voluntad divina y de la participación responsable de los hombres en el destino histórico de la humanidad habría seguido otro curso, radicalmente distinto: en sus raíces mismas no habría figurado la Redención. «Ni mis padres, ni yo, ni mis hijos seríamos libres; seríamos aún y para siempre esclavos», dice el judío en la noche de Pascua. Inversamente, la puerta que permanece abierta para el Éxodo no puede cerrarse. Somos libres con una libertad que es eterna; la energía que, como un torrente, se derramó entonces sobre el mundo, es inagotable, invencible.
«Aquel día, el Señor liberó a su pueblo». Si bien en el debate en el que se construye nuestra fe confesamos que la esclavitud está vencida para siempre, no por ello encontramos un cómodo refugio en una seguridad utópica. Israel vivió la libertad en el drama de su historia. En la Biblia, la salvación se plantea siempre a través de realidades muy duras, muy carnales. La liberación es vocación; la redención se hace travesía, Pascua.
«Habéis pasado de la muerte a la vida», escribirá Pablo. La muerte no se ha quedado detrás de nosotros como un amargo recuerdo: y la fe seguirá siendo un conflicto de interpretación. Pues la fe Pascual es una paradoja y la transfiguración no se hace luz más que en el momento mismo en que la tiniebla es aceptada en su dolorosa ambigüedad. Renacidos con Cristo, hemos atravesado con El a la otra orilla para proseguir nuestra marcha de resucitados, para llevar una existencia pascual. El país que se abre ante el pueblo es la tierra en la que se experimentará la libertad, con sus contratiempos y sus desdichas. La libertad está por vivir, eterna liberación.
Biblia Nácar-Colunga Comentada
La familia de Jesús, 12:46-50 (Mc 3:31-35; Lc 8:9-21).
El v.47 es de autenticidad muy discutida (Lagrange).
Estando Cristo con la turba, llegaron para hablarle su “madre y sus hermanos.” Pero preguntó ante este recado: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?”
Ante la presencia de estos vínculos familiares, Jesucristo aprovecha la oportunidad para dar una gran lección. “He aquí a mi madre y a mis parientes,” pues añadió: “todo el que hace la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano, hermana y madre.”
No niega el amor a su madre ni a sus familiares. Pero habla de esa otra gran familia cristiana. No queda atado al solo amor humano de una familia. Hay otra familia espiritual a la que ama, en un orden espiritual y sobrenatural, con amor más entrañable y profundo que el amor humano con que se ama a la madre y a los hermanos.
Sobre los “hermanos” de Jesús, que son “parientes,” se expone en Comentario a Mt 13:53-56.
S. Carrillo, El evangelio según san Mateo: El verdadero parentesco de Jesús
Verbo Divino (2010), pp. 177-178.
En la Biblia, la palabra “hermano” puede designar a hijos de los mismos padres o de la misma madre, o bien simplemente a parientes cercanos. Aquí no se trata de hijos de María, sino de parientes próximos; por ejemplo, primos, que en hebreo y arameo se llamaban también “hermanos” (cf. Gn 13,8; 14,16; 29,15; Lv 10,4; 1 Cr 23,22; Mt 13,55; Jn 7,3-4; Hch 1,14; 1 Cor 9,5; Gál 1,19). La Tradición vi- viente de la Iglesia, a partir de la era apostólica, ha mantenido siempre la perpetua virginidad de María, la madre de Jesús.
En la economía de la nueva Alianza surgirán especiales lazos espirituales entre Jesús y sus discípulos, cuyo punto de inserción será el cumplir la voluntad del Padre. De esa forma, entre el Hijo y los hijos del mismo Padre se establecerán lazos íntimos de familia, como de hijo a madre, de hermano a hermano, de hermano a hermana.
W. Trilling, El Nuevo Testamento y su Mensaje (Mt): Los verdaderos parientes de Jesús
Herder (1980), Tomo I, pp. 285-288.
Con este fragmento concluye la gran polémica con los adversarios, lo cual es muy significativo. Las últimas palabras no conminan a esta «generación perversa», sino que indican lo que se opone a ella, una nueva generación dedicada de veras a Dios.
46 Todavía estaba él hablando al pueblo, cuando su madre y sus hermanos, que se habían quedado fuera, intentaban hablar con él. [47 Y le dijo uno: Mira que tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren hablar contigo 60]. 48Pero Jesús le contestó al que le hablaba: ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? 49 Y extendiendo la mano hacia sus discípulos, dijo: He aquí a mi madre y mis hermanos. 50 Porque todo el que cumple la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.
Jesús habla con brusquedad al que le comunica la noticia de que sus parientes querían hablar con él, haciéndole primero una pregunta extraña: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?» Esta pregunta muestra que Jesús tiene la intención de decir algo concreto. Porque todos saben quiénes son su madre y sus hermanos. Jesús tampoco quiere manifestar que se distancia de su madre María y de los demás parientes, ni que no los conoce ni estima como parientes, ni que reconoce que está separado de ellos. Lo que interesa es otra cosa.
El evangelista dice solemnemente que Jesús extiende la mano hacia sus discípulos. Es el ademán de la toma de posesión, la señal para expresar la pertenencia y también la bendición. El texto no dice «sus apóstoles», sino sus discípulos. No se hace referencia al grupo de los doce, sino a los que en su interior mantienen las relaciones del discípulo con el maestro, a los que imitan el ejemplo de Jesús. De éstos dice el Señor: «He aquí a mi madre y mis hermanos».
Hay una señal característica del discípulo de Jesús: el cumplimiento efectivo de la voluntad de Dios. El que lleva este distintivo, también es inmediatamente un pariente espiritual de Jesús, es su hermano, hermana y madre. El vínculo de la sangre, el parentesco de la familia y estirpe naturales, la asociación del pueblo no son decisivos para el reino de Dios. A través de todos estos lazos, por muy fuertes que sean, va la exigente llamada del Dios viviente. Por ella se separan parientes y extraños, los allegados y los de fuera. Ya habíamos oído que la palabra de Jesús puede también penetrar como una espada en el íntimo ámbito de la familia, y en él enfrenta a los padres con sus hijos, a la hija con su madre, al hijo con su padre (10,34-36), y también hemos oído que la unión con Jesús ha de tener primacía sobre la unión con el padre y la madre (10,37).
Es muy significativo para el mensaje de Jesús que la voluntad de Dios sea la suprema ley, que también en los discípulos decide la verdadera adhesión a Dios. Eso es trascendental para el judío. No puede apelar a Dios ni a la voluntad de Dios contra la doctrina de Jesús. Lo mismo puede aplicarse al cristiano. Éste, mediante la confesión de Cristo, no puede exonerarse del cumplimiento activo de la voluntad de Dios [61]
Hemos oído decir que el discípulo no está sobre el maestro, y que la relación discípulo y maestro nunca queda desposeída de superioridad y subordinación (10,24s). A esto se añade ahora algo nuevo: el discípulo es un pariente de Jesús en sentido espiritual. El calor y la intimidad, la inmediación familiar imprime también su cuño en esta relación. No se reduce a la obediencia, a la subordinación y al seguimiento incondicional. Antes bien, el que se unió sin reserva a Cristo, por así decir es acogido en su familia. Se le aproxima, intima con él, a la manera de las relaciones que en casa tienen entre sí los hermanos y las hermanas, los padres y los hijos. Eso da felicidad y es hermoso. ¡Cuántos experimentan que la intimidad, el profundo acuerdo y el intercambio de corazones entre los hermanos de Jesús puede ser mucho más interno y rico que en el parentesco terrenal! El calor y el acuerdo entre los discípulos y su maestro también se transmiten a las relaciones entre sí. El reino de Dios establece un nuevo orden, una compenetración espiritual (que puede experimentarse con la fe), que sobrepasa mucho los vínculos terrenos, sin que disminuya el valor de la familia, de la estirpe y del pueblo. Con todo, en el nuevo parentesco, en la categoría espiritual de miembros de la Iglesia ya tenemos un gusto anticipado de la última perfección. En cada comunidad se puede experimentar este gusto dichoso, especialmente entre los que incluso en el sentido literal lo han dejado todo y han seguido a Jesús.
Notas
[60]. El v. 47 falta en muchos manuscritos importantes; probablemente no es original de san Mateo!,, sino que procede de Me 3,32, y se ha infiltrado en el primer Evangelio. Sin este versículo el texto de san Mateo es más escueto y rígido.
[61] Esto se dijo ya categóricamente en el sermón de la montaña, 7,21-33.
Uso litúrgico de este texto (Homilías)
- Martes XVI del Tiempo Ordinario
- Nuestra Señora del Carmen (16 de julio)
- Presentación de la Virgen María (21 de noviembre)