Mt 12, 38-42: El signo de Jonás
/ 20 julio, 2015 / San MateoTexto Bíblico
38 Entonces algunos escribas y fariseos le dijeron: «Maestro, queremos ver un milagro tuyo». 39 Él les contestó: «Esta generación perversa y adúltera exige una señal; pues no se le dará más signo que el del profeta Jonás. 40 Tres días y tres noches estuvo Jonás en el vientre del cetáceo: pues tres días y tres noches estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra. 41 Los hombres de Nínive se alzarán en el juicio contra esta generación y harán que la condenen; porque ellos se convirtieron con la proclamación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás. 42 Cuando juzguen a esta generación, la reina del Sur se levantará y hará que la condenen, porque ella vino desde los confines de la tierra, para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón.
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
San Pedro Crisólogo, obispo
Sermón: De la muerte a la vida
Serm. 3 : PL 52, 303-306, CCL 24, 211-215
El signo de Jonás
He aquí que la huída del profeta Jonás lejos de Dios (Jo 1,3) se cambia en imagen profética, y lo que se presenta como un naufragio funesto se convierte en signo de la Resurrección del Señor. El mismo texto de la historia de Jonás nos muestra a las claras como éste realiza plenamente la imagen del Salvador. De Jonás se ha escrito que «huyó lejos de la presencia de Dios». El mismo Señor, para tomar la condición y un rostro humano ¿no ha huido de la condición y el aspecto de la divinidad? Así lo dice el apóstol Pablo: «Él, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo» (Fl 2,6-7). El que es el Señor ha revestido la condición de Servidor; para pasar desapercibido en el mundo, para vencer al demonio, él mismo huyó en el hombre… Dios está en todas partes: es imposible escapar de él; para «huir lejos de la faz de Dios», no en un lugar sino en cierta manera por el aspecto, Cristo se refugió en el rostro totalmente asumido de nuestra servidumbre.
El texto sigue: «Jonás bajó a Jope para huir a Tarsis.» El que desciende, es éste: «Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo» (Jn 3,13). El Señor bajó del cielo a la tierra, Dios bajó hasta el hombre, el todopoderosos bajó hasta nuestra servidumbre. Pero Jonás que bajó hasta la nave tuvo que subir a ella para viajar; así Cristo, bajado hasta el mundo, subió, por las virtudes y milagros, a la nave de su Iglesia.
San Cirilo de Jerusalén, obispo
Catequesis: Sepultados con Cristo para resucitar con Él
Catequesis n. 20, 2 [mistagógica]
El signo de Jonás
Habéis sido conducidos por la mano a la piscina bautismal, tal como Cristo que tenéis delante de vosotros [en esta iglesia del Santo Sepulcro] fue conducido de la cruz al sepulcro. Después de haber confesado vuestra fe en el Padre, en el Hijo y en el Santo Espíritu, tres veces habéis sido sumergidos en el agua y habéis salido de ella: ha sido el símbolo de los tres días de Cristo en el sepulcro. De la misma manera que nuestro Salvador pasó tres días y tres noches en el corazón de la tierra, igualmente vosotros, al salir del agua después de la inmersión, habéis imitado a Cristo… Cuando habéis sido sumergidos estabais en la noche, no veíais nada; pero al salir del agua os habéis encontrado como en pleno día. En un mismo movimiento habéis muerto y habéis nacido; esta agua que salva ha sido al mismo tiempo vuestro sepulcro y vuestra madre…
¡Extraña paradoja! No estamos verdaderamente muertos, no hemos sido sepultados verdaderamente, no hemos sido realmente crucificados y resucitados; pero si bien nuestra imitación no es más que una imagen, la salvación, es una verdadera realidad. Cristo ha sido realmente crucificado, realmente sepultado y ha resucitado verdaderamente, y toda esta gracia se nos da a fin de que, participando e imitando sus sufrimientos, ganemos realmente la salvación. ¡Qué inmenso amor a los hombres! Cristo ha recibido los clavos sobre sus manos puras y le han sido causa de sufrimiento; y yo, sin sufrimiento ni esfuerzo, por esta participación me concede la gracia de la salvación…
Lo sabemos bien: si el bautismo nos purifica de nuestros pecados y nos da el Espíritu Santo, él es también la réplica de la Pasión de Cristo. Por eso Pablo proclama: «No lo sabéis: todos nosotros que hemos sido bautizados en Cristo, es en su muerte que hemos sido bautizados. Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte»… Todo lo que Cristo ha sufrido, es por nosotros y nuestra salvación, en realidad y no en apariencia… Y nosotros debemos participar en sus sufrimientos. Por esto Pablo continua proclamando: «Si nuestra existencia está unida a él en una muerte como la suya, lo estará también en una resurrección como la suya» (Rm 6, 3-5).
Ruperto de Deutz, monje
Obras: Cristo reina sobre la muerte.
De la Trinidad y sus obras, 42, 4; PL 167, 1130
«Aquí hay uno que es más que Salomón» (Mt 12,42)
El profeta Natán concertado con Betsabé, presentaron juntos su proyecto ante el anciano, el sabio Rey David que iba a morir (1R 1). Es entonces cuando Salomón cuyo nombre significa «señor pacífico» recibió la unción real. Después, todo el pueblo recuperó su situación cotidiana; la multitud estaba contenta y la alegría era tan grande que los clamores hacían vibrar la tierra, porque el rey había declarado: «Establezco a Salomón como rey en Israel y el sur de Judea» (v. 35.40). Esta entronización prefigura sin duda alguna, el misterio del que habla Daniel: «Comenzó la sesión y se abrieron los libros… vi venir una especie de hijo de hombre entre las nubes del cielo. Avanzó hacia el anciano y llegó hasta su presencia. A él se le dio poder, honor y reino» (Dn 7,10-14).
Por lo tanto, por la iniciativa de un profeta, Salomón fue nombrado rey, así se cumplieron las profecías en su sentido espiritual, que Cristo, Hijo de Dios, sería
reconocido Rey pacífico, Rey de la gloria de Padre, atrayéndolo todo hacia Él. Salomón ha llegado a ser Rey en vida de su padre, como Cristo fue establecido Rey por Dios, el Padre que no puede morir. Sí, ciertamente, lo hizo Rey, «heredero de todas las cosas» (He 1,2), el que no muere y ni morirá jamás. Y, lo que es admirable y único, Cristo, heredero de un Padre siempre vivo y que nunca morirá, murió, una vez por todas; entró en la vida y no morirá nunca más.
Entonces, Salomón «se sentó en la mula del Rey»(1R 1,38). Mejor dicho, sobre el trono de su Padre, es decir sobre toda la Iglesia…, «por encima de principados, potestades, tronos y dominaciones» (Ef 1,21), y Cristo está sentado ahora «a la derecha de la Majestad en los cielos» (He 1,3). Por ello toda la multitud sube a su casa, un pueblo que canta y acoge con beneplácito. Y la tierra se estremece de su clamor. Nosotros también hemos entendido la gran alegría de quienes proclamaban la gloria, es decir el júbilo de los apóstoles cuando hablaban en todos los idiomas (Hch. 2) ya que «por toda la tierra ha resonado su voz» y «sus palabras han llegado hasta los confines del mundo» (Sal. 18,5).
San Efrén, diácono
Obras: Acoger la Palabra
Diatesaron XI, 1-3
El signo de Jonás
A pesar de todos los signos que Nuestro Señor había dado, estos ciegos le dicen: «Queremos ver un milagro tuyo». Nuestro señor, dejando de lado los reyes y profetas como a testigos suyos, apela a los ninivitas… Jonás había anunciado la destrucción a los ninivitas; les había inspirado el temor y había sembrado en ellos el estupor; y ellos le presentaron la gavilla de la contrición de alma y frutos de penitencia. Las naciones fueron elegidas, y los incircuncisos se acercaron a Dios. Los paganos recibieron la vida, y los pecadores se convirtieron…
«Le reclamaban un signo venido del cielo», por ejemplo un trueno, como lo hizo para Samuel (cf 1Sm 7,10)… Habían oído una predicación venida de lo alto y no habían creído; aunque la predicación venía de las profundidades… «El Hijo del hombre estará tres días y tres noches en el seno de la tierra, como Jonás estuvo en el vientre de la ballena»… Jonás subió del mar y predicó a los ninivitas que hicieron penitencia y se salvaron; también Nuestro Señor, después de haber resucitado su cuerpo del shéol, envió a sus apóstoles a las naciones; éstas se convirtieron y recibieron la plenitud de la vida.
Francisco, papa
Homilía: Síndrome de Jonás vs Signo de Jonás
En Santa Marta, Lunes 14 de octubre de 2013.
Hay una grave enfermedad que amenaza hoy a los cristianos: el «síndrome de Jonás», aquello que hace sentirse perfectos y limpios como recién salidos de la tintorería, al contrario de aquellos a quienes juzgamos pecadores y por lo tanto condenados a arreglárselas solos, sin nuestra ayuda. Jesús en cambio recuerda que para salvarnos es necesario seguir el «signo de Jonás», o sea, la misericordia del Señor.
Jesús usa una «palabra fuerte» para dirigirse a un grupo de personas llamándolas «generación perversa». Es una palabra que casi parece un insulto: esta generación es una generación perversa. ¡Es muy fuerte! Jesús, tan bueno, tan humilde, tan manso, pero dice esta palabra. Sin embargo, Él no se refería ciertamente a la gente que le seguía; se refería más bien a los doctores de la ley, a los que buscaban ponerle a prueba, hacerle caer en una trampa. Era toda gente que le pedía signos, pruebas. Y Jesús responde que el único signo que se les dará será «el signo de Jonás».
¿Pero cuál es el signo de Jonás? Antes de explicar este signo, os invitó a reflexionar sobre otro detalle que se deduce de la narración evangélica: «el síndrome de Jonás», lo que el profeta tenía en su corazón. Él «no quería ir a Nínive y huyó a España». Pensaba que tenía las ideas claras: «la doctrina es ésta, se debe creer esto. Si ellos son pecadores, que se las arreglen; ¡yo no tengo que ver! Este es el síndrome de Jonás». Y Jesús lo condena. Por ejemplo, en el capítulo vigésimo tercero de san Mateo los que creen en este síndrome son llamados hipócritas. No quieren la salvación de esa pobre gente. Dios dice a Jonás: pobre gente, no distinguen la derecha de la izquierda, son ignorantes, pecadores. Pero Jonás continúa insistiendo: ¡ellos quieren justicia! Yo observo todos los mandamientos; ellos que se las arreglen.
He aquí el síndrome de Jonás, que golpea a quienes no tienen el celo por la conversión de la gente, buscan una santidad —me permito la palabra— una santidad de tintorería, o sea, toda bella, bien hecha, pero sin el celo que nos lleva a predicar al Señor. El Señor ante esta generación, enferma del síndrome de Jonás, promete el signo de Jonás. El Evangelio de san Mateo se dice: pero Jonás estuvo en la ballena tres noches y tres días… La referencia es a Jesús en el sepulcro, a su muerte y a su resurrección. Y éste es el signo que Jesús promete: contra la hipocresía, contra esta actitud de religiosidad perfecta, contra esta actitud de un grupo de fariseos.
Para aclarar más el concepto, nos podemos referir a otra parábola del Evangelio que representa bien lo que Jesús quiere decir. Es la parábola del fariseo y del publicano que oran en el templo (Lucas 14, 10-14). El fariseo está tan seguro ante el altar que dice: te doy gracias Dios porque no soy como todos estos de Nínive ni siquiera como ese que está allí. Y ese que estaba allí era el publicano, que decía sólo: Señor ten piedad de mí que soy pecador.
El signo que Jesús promete es su perdón a través de su muerte y de su resurrección. El signo que Jesús promete es su misericordia, la que ya pedía Dios desde hace tiempo: misericordia quiero, y no sacrificios. Así que el verdadero signo de Jonás es aquél que nos da la confianza de estar salvados por la sangre de Cristo. Hay muchos cristianos que piensan que están salvados sólo por lo que hacen, por sus obras. Las obras son necesarias, pero son una consecuencia, una respuesta a ese amor misericordioso que nos salva. Las obras solas, sin este amor misericordioso, no son suficientes.
Por lo tanto el síndrome de Jonás afecta a quienes tienen confianza sólo en su justicia personal, en sus obras. Y cuando Jesús dice esta generación perversa, se refiere a todos aquellos que tienen en sí el síndrome de Jonás. Pero hay más: El síndrome de Jonás nos lleva a la hipocresía, a esa suficiencia que creemos alcanzar porque somos cristianos limpios, perfectos, porque realizamos estas obras, observamos los mandamientos, todo. Una grave enfermedad, el síndrome de Jonás. Mientras que el signo de Jonás es la misericordia de Dios en Jesucristo muerto y resucitado por nosotros, por nuestra salvación.
El signo de Jonás nos llama. Que la liturgia del día, nos ayude a comprender y a hacer una elección: «¿Queremos seguir el síndrome de Jonás o el signo de Jonás?».
Comentarios exegéticos
Comentarios a la Biblia Litúrgica (NT): Petición de una señal
Paulinas-PPC-Regina-Verbo Divino (1990), pp. 1011-1012.
Existe un racionalismo religioso. Nuestro texto es un buen argumento de esta realidad paradójica. Se pretende llegar a la fe apoyándose en sensacionalismos y hechos extraordinarios. En otra ocasión la petición de un signo se halla precisada todavía
más: le piden a Jesús un signo del cielo (16,1). La petición de signos para creer era una de las posturas que más indignó a Jesús: «si no veis signos y milagros no creéis» (Jn 4,48).
La «generación» que así se manifiesta es «mala y adúltera», es decir, falta gravemente a la fidelidad debida a su Dios y a la confianza en su palabra. Porque la fe, en última instancia, no descansa en obras extraordinarias sino en la aceptación de la palabra de Dios. Esta «generación» es el pueblo de Israel, que vivió siempre exigiendo obras y signos extraordinarios a su Dios. Cuando no veía milagros dudaba de su palabra.
Jesús no accede a su petición. El signo ofrecido equivale a la negación de lo que ellos pedían. De hecho, Jesús, según la versión de Marcos, les niega toda señal (Mc 8,11). Cuando Mateo recurre al signo de Jonás hace prácticamente lo mismo. Porque, ¿qué signo podía ser el del Hijo del hombre muriendo y resucitando?, ¿quién comprendería este signo? Un signo que únicamente puede ser comprendido desde la fe, que era precisamente lo que no tenían aquéllos que lo pedían.
La mención de Jonás y de la reina del Mediodía tiene particular significado en la pluma de Mateo. El libro de Jonás —muy popular entre los judíos— es en el Antiguo Testamento como la parábola del hijo pródigo en el Nuevo. Contiene una esperanza y una advertencia. Porque la predicación de Jonás fue atendida por los ninivitas, que eran paganos —el hijo pródigo que regresaba a casa—, e hicieron penitencia. El centro de gravedad está en que Nínive era una ciudad pagana y, sin embargo, aceptó la palabra de Dios y se convirtió. La advertencia no podía ser más clara: el evangelio sería ofrecido a los paganos. Pero los responsables eran los judíos por haber rechazado la palabra de Dios.
No tenían ningún derecho a quejarse (ellos son como el hijo mayor de la parábola del hijo pródigo, que se siente con todos los derechos y exigencias en la casa paterna, negándose a recibir al hermano que regresa). Los paganos hicieron penitencia por la predicación de Jonás. Los judíos se niegan a escuchar a Jesús, que es mucho más que Jonás.
La segunda lección se la dará la reina del Mediodía, que visitó a Salomón para disfrutar de su sabiduría (IRe 10). Y ellos se niegan a escuchar a Jesús, que es mucho más que Salomón, porque es la misma sabiduría y palabra de Dios. Aquí está aquél del que hablaron la ley y los profetas; aquél que predica la penitencia con mayor urgencia que todos los profetas, porque Dios se ha acercado al hombre en su persona; aquél que invita a la alegría y a disfrutar de la presencia del Reino. Es el Mesías, el Rey y el Profeta. No hay otro signo que sea distinto de su persona.
Bastin-Pinckers-Teheux, Dios cada día: La verdadera travesía
Siguiendo el Leccionario Ferial (4). Semanas X-XXI T.O. Evangelio de Mateo.
Sal Terrae (1990), pp. 124-126.
Éxodo 14, 5-18.
(Este comentario se refiere a las lecturas seleccionadas para el lunes y el martes de la decimosexta semana, o sea, Ex 14, 5-18 y 14, 21 -15,1.).
El «milagro del mar» separa los tiempos de la servidumbre egipcia de los primeros días de libertad de los hebreos; este hecho explica el lugar que el relato ocupa en el ritual de la Pascua, así como la gran cantidad de tradiciones que gravitan en torno a Él. Un detalle como la importancia numérica de la pesecución egipcia puede ser significativo: mientras que en 14,6 (tradición yahvista) se habla simplemente de «tropas del faraón», en 14,7 (tradición elohísta) se mencionan «seiscientos carros de Élite», y en 14, 18 (tradición sacerdotal) un verdadero ejército.
El relato bíblico utiliza, pues, las tres fuentes habituales; pero sólo utilizaremos las que provienen de las tradiciones yahvista y sacerdotal, ya que el elemento elohísta es más difícil de delimitar. Según la fuente yahvista, Yahvé en persona intervino para destruir al ejército egipcio. Acampados a la orilla del mar, los hebreos no tuvieron más que esperar. Una columna de niebla les ocultó primero de la vista de sus perseguidores; luego, un fortísimo viento solano que sopló durante toda la noche barrió las aguas, causando así la pérdida de los egipcios, que se habían aventurado con sus caballos a seguirlos por aquel camino seco que YahvÉ había formado entre las aguas. Por la mañana, en efecto, las aguas volvieron a unirse y los caballeros egipcios perecieron ahogados. Esta tradición (sobre todo en 14, 19.21b. 27), que no habla explícitamente del paso de los hebreos a través del mar, asimila la intervención divina a una «guerra santa», llevada a cabo contra los enemigos de Israel. Confrontados a una situación desesperada, los fugitivos «fueron salvados en circunstancias que les parecieron una intervención poderosa y milagrosa de su Dios. Este gesto de salvación confirmó su creencia en que Yahvé estaba de su parte y se convirtió en un artículo de fe fundamental para todos los que están unidos en el Yahvismo» (R. de Vaux).
Según otra tradición (sacerdotal: cfr. 14, 21 ac.22-23. 26- 27a. 28-29), Moisés separó las aguas del mar en dos para permitir a sus compañeros pasar a pie enjuto. Este relato ha sido comparado con acierto al de la travesía del Jordán, que encontramos al otro extremo de la historia del Éxodo (Jos 4, 22- 23). Este relato cuenta cómo las aguas situadas río arriba se detuvieron amontonándose, quizá como consecuencia de un desprendimiento natural, para dejar pasar a pie enjuto a los conquistadores de la Tierra santa, frente a Jericó. Así, el milagro del mar se describía como una victoria de YahvÉ sobre el mar y sobre el cosmos, aunque también es verdad que el gesto de Moisés separando las aguas recuerda la separación de lo seco y de lo líquido en el primer relato de la creación.
Mateo 12, 38-42.
Los fariseos acusan a Jesús de realizar sus curaciones con ayuda de Belzebú, príncipe de los demonios, lo que venía a significar que le acusaban de utilizar prácticas de magia. Jesús, por su parte, denuncia su mala fe, pues en realidad ellos sabían muy bien que estas curaciones sólo provenían del poder de Dios. En cierto modo, estas curaciones proclamaban ya la llegada del Reino, puesto que ponían fin al poder de Satán, lo que los adversarios de Jesús no querían reconocer.
De hecho, lo que está en juego es el alcance mismo del mensaje de Jesús. A la manera de Siervo sufriente, anuncia una era de gracia y de perdón. Para El, hay que acoger el Reino como un don gratuito de Dios; para los fariseos, el reino hay que merecerlo. Mientras que Jesús se presenta como un pequeño, un humilde, el «amado» del Padre, estos fariseos se empecinan en su soberbia; exigen un signo, pero rehusan descifrar la señal constituida por la persona y el ministerio de Jesús.
La historia literaria del signo de .lonas es compleja. Es posible que la Iglesia haya añadido el signo de los tres días y las tres noches, estableciendo así un paralelismo entre la permanencia de Jonás en el cuerpo de la ballena y la de Jesús en su tumba. Sin embargo, la clave del relato se centra en la conversión de las gentes de Nínive, que se habían humillado al escu- char la predicación de Jonás, mientras que los adversarios de Jesús se niegan a oírle, porque esperan a un Mesías glorioso y no quieren reconocer en la humildad del Siervo un signo auténtico del Reino de Dios. Y, sin embargo, Jesús es más que Jonás y más que Salomón y también más que el propio templo.a
Se habían puesto en marcha con la fe de una esperanza. La vigilia había avivado su deseo de libertad. Se habían levantado, fortalecidos por la promesa. Y de pronto todo se hunde: el Faraón se había vuelto atrás de su decisión y lanzaba sus carros a la persecución de los fugitivos. Al miedo de un porvenir incierto vino a añadirse una apreciación más correcta de la realidad: era un error ponerse en contra de un amo tan poderoso; y el deseo del porvenir risueño en libertad era un espejismo. El realismo se imponía al sueño engañoso, a la ilusión vana: » ¡Vale más servir a los egipcios como hasta ahora que morir en el desierto!». Habían pensado en liberarse con el poder de sus propias fuerzas, y ahora la dura realidad de su condición de esclavos les hacía evidente la cuestión vital : «¿Quién me salvará?… ¡Veréis lo que va a hacer el Señor para salvaros!»
«No te preocupes por nosotros, déjanos servir de nuevo a los egipcios» «¡Veréis lo que va a hacer el Señor para salvaros!» Toda la verdad de la Biblia y de la fe se reduce a un combate entre, por una parte, el realismo del hombre, que no puede dejar de constatar el carácter penoso de su situación a la que debe enfrentarse valerosamente y, por otra, el de la revelación: Dios viene en socorro del hombre. La Biblia no es sólo la «versión buena» de los hechos, aquella en la que Dios está presente siempre y en todas partes como el autor de las victorias, de las soluciones afortunadas y de la complicidad de los acontecimientos; también es la otra versión de los hechos, la versión idolátrica, racionalista y rebelde: «¡No te preocupes por nosotros!» Y la «buena versión» sólo es tan fuertemente afirmada y repetida, porque la otra versión está también ahí, presente y siempre en potencia. La Biblia es un «conflicto de interpretación» : ¿depende nuestra liberación de nuestros cálculos, de nuestros propios esfuerzos, de nuestros temores y esperanzas? ¿Es la conquista con «nuestras propias manos» contra la fatalidad de la vida, o bien es una gracia por la que todo se nos da hecho? La verdadera travesía del pueblo quizá se cumple en este conflicto de interpretación, en esta lucha entre dos realismos: «Déjanos»-«Veréis».
«Esta generación perversa e infiel reclama un signo. «El conflicto de interpretación continúa: Jesús pretende tomar sobre sí el yugo de los hombres, sus enfermedades y sus miserias; ¿será el siervo prometido, elegido por Dios para socorrer a su pueblo? A guisa de signo, sólo nos será dado Éste: un hombre que toma sobre sí la carga de la dura realidad de la condición humana, un hombre que muere. Pero este hombre exclama: «¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!» La verdadera travesía, la Pascua, será confesar, a través del escándalo de la cruz, que el siervo ha sido glorificado.
«Déjanos-Veréis»: dos historias entran en conflicto. Si bien hay en mí esta obstinación en afirmar: «Soy yo quien me salvo», y no lo consigo, también hay la convicción de que Dios no es un testigo indiferente de nuestros fracasos, sino que toma partido por nosotros; en una palabra, que hay una alianza. La fe es una travesía, y se conquista a partir de lo que ella misma no es.
Biblia Nácar-Colunga Comentada
La Obra Benéfica de Cristo: Amenaza contra la generación presente 12:38-45 (Mt 16:4; Mc 8:11-12; Lc 11:29-32).
La escena no tiene una vinculación histórica con lo anterior. El “entonces” en Mt suele ser soldadura literaria. Al tono calumnioso de lo anterior no sigue una actitud más moderada. Pertenece al ciclo de insidias ordinarias (Lc 11:16). Es un contexto lógico, y le piden, para probar que es el Mesías, “una señal del cielo” (Lc 11:16). Debía de ser una intervención excepcional, cósmica; los documentos rabínicos hablan frecuentemente de este tipo de prodigios celestes con los que el Mesías acreditaría su misión.
Cristo no da el milagro que piden, ni para cuando lo piden; el plan de Dios ya está trazado.
La generación a la que habla es “mala y adúltera.” Son términos cargados de reminiscencias del A.T. En los días en que aparecería el Mesías, según creencia de Israel, el pecado abundaría como nunca, y se evocaban también los días del desierto. Es aludir con ello a que llegó la hora mesiánica. También esa generación sería bíblicamente “adúltera.” Siendo Yahvé el “esposo” de Israel, al volverse éste infiel a Dios, adulteraba (Is 1:21; 50:1; Ez c.16 y 23; Os 1:2, etc.). Como aquí, que rechazaba el “la ligazón” mesiánica con el Dios-Hombre. “Adúltera” falta en Lc, acaso por ser término no comprensible para sus lectores gentiles.
El signo que da Cristo está trazado como prueba terminante en el plan de Dios (1 Cor 15:14-17). Es el “signo” de Jonas: tres días en la ballena; así estará Cristo en el sepulcro. Eri Le la frase es elíptica. Jonas y Cristo serán un “signo.” ¿De qué? En Lc parece usarse en el sentido de haber escuchado la predicación de Jonas (Lc 11:30.32; 2:34). Acaso la “fuente” primitiva sólo tuviese la afirmación del “signo” de Jonas, sin explicitarlo, y los evangelistas lo derivaron a su propósito. En la valoración judía, tres días incompletos eran equivalentes a tres días enteros 34; por eso puede en Mt ser “tipo” de la sepultura de Cristo.
La cita de Jonas evoca su predicación en Nínive, con la conversión del pueblo, y, por contraste, la escasa atención que Israel prestó a su predicación.
Se escuchó a Jonas, y, en Israel, no sólo los súbditos de Salomón lo escucharon admirados, sino que hasta de la lejana Sabá vino su reina a escuchar su sabiduría (1 Re 10:1-13), y aquí se trata de oír la Buena Nueva; y quien la pregona es más que Jonas y Salomón. El texto pone: “Y aquí hay más (πλεiον) que Jonas (v.41) y que Salomón” (v.42). Por un procedimiento de “superación,” Cristo va descubriendo, gradualmente, su naturaleza: es “mayor” que Salomón — el mayor de los reyes — y que Jonas — mayor que los profetas —. ¿Quién es El, por tanto? Ya antes se presentó “señor” del sábado y “mayor” que el templo. El velo de su divinidad se va descorriendo en los dos primeros casos, al menos como Mesías, y se abre más en los segundos.
Por eso, si a Salomón y a Jonas se les escuchó, Israel estaba más obligado, ante la sabiduría y milagros de Cristo, a escuchar su mensaje. Por lo cual, “en el día del Juicio,” los ninivitas se levantarán contra “esta generación y la condenarán.” Es una dramatización, con fondo objetivo, de la censura a esta actitud de gran parte del judaísmo contemporáneo de Cristo.
A continuación se añade una pequeña parábola ilustrativa de esta actitud. La estampa está tomada del medio ambiente. Cuando un “espíritu impuro” 35, un demonio, sale de un hombre por un exorcismo judío, vaga por “lugares áridos.” El desierto era en aquellas creencias el lugar de la morada de los demonios (Is 13:21; 34:14; Bar 4:35; Tob 8:3, etc.). Cristo se adapta a toda esta descripción popular, y se relata por ”anthropopatía,” es decir, se expresan estos demonios al modo humano. Pero al no hallar verdadero reposo, pues desean un poseso, se vuelve al mismo del que salió: “volveré a mi casa.” Así hablan los demonios en el Talmud. “¡Desgraciado! Rabí Meir me echó de mi casa (por exorcismo)” 36. Y quiere volver a su casa. Pero al verla arreglada y con gentes dentro — es parábola —, va en busca del refuerzo de otros “siete — número de plenitud — espíritus peores que él,” y logran conquistarla y morar allí. Y el final, con esta turba demoníaca, de aquella casa — endemoniado — es peor que el principio. “Así será de esta generación mala.” La aplicación es clara.
Satán es el gran enemigo del reino. Cristo viene a Israel y se comienzan a orientar las gentes hacia El. “Llegó a vosotros el Reino de Dios.” La derrota de Satán en el pueblo elegido comienza. Pero mueve a fariseos y dirigentes contra Cristo, y lo llevan a la cruz, y se roba así la fe en el pueblo. Y viene a resultar que el final es peor que el principio (Jn 15:22). Israel se quedó sin la fe. Los hechos bien lo han probado.
S. Carrillo, El evangelio según san Mateo: El signo de Jonás
Verbo Divino (2010), pp. 176-177.
A pesar de tantas curaciones prodigiosas obradas por Jesús, algunos escribas y fariseos le exigen “un signo hecho por ti”. Por signo se entiende un hecho sensible y portentoso que sirva para legitimar la autoridad de Jesús. El Maestro responde aludiendo al signo bíblico de Jonás, como anuncio velado de su futura resurrección. El acontecimiento de su muerte y resurrección será el signo deslumbrante por el cual Jesús justificará su misión de forma definitiva y fundamentará la fe de sus discípulos.
Jesús es más grande que el profeta Jonás, pues él con su predicación no sólo ha invitado a la conversión, sino que ha venido a establecer el Reino de los Cielos. Y es mayor que el rey Salomón, pues en él reside el espíritu de sabiduría y es el Hijo único que conoce al Padre (Mt 3,16; 11,27). El pasaje es rico en otras lecciones: los signos son útiles, pero no son la razón última de la fe; la predicación es camino para la conversión; a los paganos de buen corazón se les ofrece la salvación.
W. Trilling, El Nuevo Testamento y su Mensaje (Mt): Petición de una señal
Herder (1980), Tomo I, pp. 279-283.
38 Entonces se dirigieron a él algunos escribas y fariseos con estas palabras: Maestro, quisiéramos ver alguna señal tuya. 39 Él les contestó: Esta generación perversa y adúltera reclama una señal, pero no le dará más señal que la del profeta Jonás. 40 Porque así como estuvo Jonás en el vientre del monstruo marino tres días y tres noches, así estará el Hijo del hombre en las entrañas de la tierra tres días y tres noches.
Los escribas y fariseos se acercan u Jesús para hacerle una petición. Le tratan respetuosamente como maestro: querrían ver alguna señal suya. ¿Qué clase de señal debe ser? ¿No ha dado señales continuamente, sobre todo en sus milagros? ¿No ha hablado el mismo Dios desde un principio y ha dado una señal en el bautismo del Jordán? Los escribas y fariseos quieren todavía algo más, su pregunta podría estar pensada honradamente, así como la pregunta de Juan el Bautista (11,2s). Este preguntó si Jesús era realmente el Mesías. Los adversarios aquí podrían aludir a lo mismo: una señal confirmatoria, un prodigio innegable y seguro.
La respuesta del Señor también es similar a la que dio a Juan. No dijo al Bautista explícitamente que él era el Mesías, sino que le mostró el camino de la fe: juzgar su persona por las obras. Los adversarios aquí tampoco reciben una respuesta directa. Pero la recusación es mucho más áspera. Jesús ve en la petición como tal un agravio, una protesta contra el plan de Dios. A sus antepasados los profetas con frecuencia les han reprochado que eran una generación perversa, incapaces de hacer el bien, y por consiguiente una generación adúltera, que quebranta sin vacilar el pacto de amor que Dios había concertado. Así también es esta generación de los contemporáneos de Jesús. Pide una señal propia, por que no acepta las que ya han sido dadas por Dios. Intenta forzar bajo su voluntad a Dios, en vez de someterse a la voluntad de Dios. Por eso no se dará a esta generación ninguna señal. Satán en el desierto tampoco había tenido éxito en sus exigencias de señales prodigiosas. En último término Satán está metido tras las exigencias de esta generación.
A veces se oye decir: si Dios obrara un milagro, entonces creería. Están puestas todas las señales que nos muestran el camino. La voluntad sediciosa pide otras y nuevas señales, de las que nosotros mismos querríamos juzgar si también son suficientes para dar testimonio de Dios…
No obstante dará una señal, designada de modo im- preciso como señal del profeta Jonás. No en seguida, por- que la piden los escribas, sino cuando sea del agrado de Dios. Es la señal de la muerte y de la resurrección. Jonás fue retenido en el vientre del monstruo marino durante tres días, como castigo de Dios por su desobediencia. Pero luego es liberado milagrosamente y es enviado a Nínive para predicar. El Hijo del hombre estará tres días en el seno de la tierra (es decir, en el mundo subterráneo) para que se lleve a término su obediencia. Él muere con la muerte de los profetas, pero es resucitado y gloriosamente ensalzado por Dios. Es la señal que dará Dios — escándalo para los judíos, necedad para los gentiles—, señal de contradicción. Ha sido del agrado de aquel que ha convertido en necedad la sabiduría del mundo, salvar a los fieles mediante la necedad de la predicación de la cruz. Así ve el Apóstol la señal de la salvación, que Dios establece (ICor 1,20-23). La tentación de pedir una señal a Dios se ha dado con frecuencia en la historia de la Iglesia. A todos los que piden especiales revelaciones, nuevos milagros, secretas informaciones sobre acontecimientos y fechas, sobre guerras y catástrofes o el fin del mundo, se dice lo mismo que aquí a los adversarios: no se dará otra señal que la señal del profeta Jonás… Todo lo demás es falta de fe o superstición.
41 Los habitantes de Nínive comparecerán en el juicio con esta generación y la condenarán; porque ellos se convirtieron ante la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es mayor que Jonás. 42 La reina del sur comparecerá en el juicio con esta generación y la condenará; porque ella vino desde los confines de la tierra para oír la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es mayor que Salomón.
Dos ejemplos de la Sagrada Escritura corroboran la respuesta de Jesús: Esta generación ya se ha pronunciado la sentencia, ya no tiene que esperar ninguna señal. El profeta Jonás fue enviado a los gentiles de una ciudad proverbialmente arrogante, frívola y degenerada. Nínive, la capital del reino asirio. Bastó un profeta para convertirles. Aquí hay uno que es mayor que lonas. Se ha perdido el llamamiento a la penitencia sin que se haya oído, esta generación no se ha convertido. Al centurión pa- gano ya le dijo Jesús que no había encontrado una fe igual en Israel. Los paganos que vienen de los cuatro puntos cardinales de la tierra para reunirse, se pondrán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en vez de los herederos propios de éstos (8,11-12). Aquí Jesús todavía da un paso adelante: los paganos no solamente reemplazarán a los hijos de Israel, sino que incluso pronunciarán sentencia contra esta generación en un proceso ante el tribunal divino.
El segundo ejemplo habla de una gentil, aquella reina de Saba, el rico país de oro de Arabia, que vino a ver a Salomón con ricos presentes para oír su sabiduría . También ella actuará de acusadora en aquel día. Porque por más esclarecido y sabio que fuera Salomón, aquí hay uno que es más que él.
Estas palabras también proyectan una luz sobre Jesús. Es un predicador de la penitencia como Jonás y los otros profetas, y es el maestro del camino de Dios como Salomón y todos los maestros sapienciales posteriores a él.
Jesús desempeña las dos funciones juntas, es decir, de profeta y maestro, y sin embargo es más que las dos.
Muchas personas que están fuera de la Iglesia la miran con profundo respeto y con ansia. Muchos aceptan su mensaje, si habla de la dignidad del hombre, de la paz y de la unidad de las naciones. Muchos ven el «estandarte entre las naciones» (Is 11,12), si tampoco consiguen el pleno conocimiento de la verdad. ¿Actuarán también muchos de ellos el día del juicio contra los miembros de la Iglesia que poseyeron la verdad y, con todo, en el fondo, fueron incrédulos; pidieron señales y procuraron forzar a Dios, pero no se convirtieron?