Mt 12, 14-21: Jesús «Siervo de Yahveh»
/ 18 julio, 2015 / San MateoTexto Bíblico
14 Al salir de la sinagoga, los fariseos planearon el modo de acabar con Jesús. 15 Pero Jesús se enteró, se marchó de allí y muchos lo siguieron. Él los curó a todos, 16 mandándoles que no lo descubrieran. 17 Así se cumplió lo dicho por medio del profeta Isaías: 18 «Mirad a mi siervo, mi elegido, mi amado, en quien me complazco. Sobre él pondré mi espíritu para que anuncie el derecho a las naciones. 19 No porfiará, no gritará, nadie escuchará su voz por las calles. 20 La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la apagará, hasta llevar el derecho a la victoria; 21 en su nombre esperarán las naciones».
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
San Cirilo de Alejandría, obispo y doctor de la Iglesia
Sermón: La libertad en persona se hace esclavo
Sermón 15; PG 77, 1089
«Este es mi siervo»
Cristo, siendo Dios por su naturaleza, Palabra verdadera de Dios Padre, de la misma naturaleza que el Padre y coeterno con él, brillando en lo más alto de los cielos, en su condición de Dios y semejante a Dios, “no consideró como presa codiciable el ser igual a Dios. Al contrario, se despojó de su grandeza, tomó la condición de esclavo y se hizo semejante a los hombres.” Naciendo de María Virgen se comportó como un hombre cualquiera y “en su condición de hombre se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz”(cf Flp 2,6- 8).
Cristo se abajó hasta nuestra humildad, dando a la humanidad la plenitud que le es propia. Se abajó no por obligación sino con plena libertad. Por nosotros adoptó la condición de esclavo, él que es la libertad en persona. Se hace uno como nosotros, él que está por encima de toda la creación. Se somete a la muerte, él que da la vida al mundo… Se pone bajo la Ley como nosotros (Gal 4,4), él que siendo Dios trasciende la Ley. Se hace hombre entre los hombres; naciendo de mujer, tiene un comienzo, él que precede todos los tiempos y todas las edades, más aún: él que es el Creador y el origen de todos los siglos… Él que tomó carne de María es de la misma naturaleza que nosotros, está hecho de nuestra propia sustancia, haciéndose cargo de la descendencia de Abraham. Pero, al mismo tiempo, es, por el plan divino, de la misma naturaleza que Dios su Padre.
San Hipólito de Roma, presbítero y mártir
Refutación de todas las herejías
n. 10,33-34 (Liturgia de las Horas, 30 de diciembre)
«Este es mi servidor, a quien elegí»
Esta es nuestra fe…: Fue el Padre quien envió la Palabra (Jn 1,1), al fin de los tiempos… Le dijo que se manifestara a rostro descubierto, a fin de que el mundo, al verla, pudiera salvarse… Sabemos que se hizo hombre de nuestra misma condición, porque, si no hubiera sido así, sería inútil que luego nos prescribiera imitarle como maestro (Jn 13,14.34). Porque, si este hombre hubiera sido de otra naturaleza, ¿cómo habría de ordenarme las mismas cosas que él hace, a mí, débil por nacimiento, y cómo sería entonces bueno y justo?
Para que nadie pensara que era distinto de nosotros, se sometió a la fatiga (Jn 4,6), quiso tener hambre y no se negó a pasar sed, tuvo necesidad de descanso y no rechazó el sufrimiento, obedeció hasta la muerte y manifestó su resurrección, ofreciendo en todo esto su humanidad como primicia, para que tú no te descorazones en medio de tus sufrimientos, sino que, aun reconociéndote hombre, aguardes a tu vez lo mismo que Dios dispuso para él…
Cuando contemples ya al verdadero Dios, poseerás un cuerpo inmortal e incorruptible, junto con el alma, y obtendrás el reino de los cielos, porque, sobre la tierra, habrás reconocido al Rey celestial; serás íntimo de Dios, coheredero de Cristo, y ya no serás más esclavo de los deseos, de los sufrimientos y de las enfermedades, porque habrás llegado a ser dios… Cristo es el Dios que está por encima de todo )cf Rm 9,5): (…) él es quien renueva al hombre viejo (Col 3,9), al que ha llamado desde el comienzo imagen suya (Gn 1,27), mostrando, por su impronta, el amor que te tiene. Y, si tú obedeces sus órdenes y te haces buen imitador de este buen maestro, llegarás a ser semejante a él.
Filomeno de Mabbug, obispo en Siria
Homilía: Cristo Siervo
Hom. n° 5, sobre la sencillez, 137-139
«No protestará, no gritará»
Escucha al profeta anunciar a nuestro Señor. Lo compara a un cordero, a una oveja, la más inocente de los animales: «Fue llevado al matadero como un cordero, como una oveja ante el esquilador» (Is 53,7)… Nuestro Señor no fue comparado con un león cuando fue conducido a la muerte… Como un cordero, como una oveja, se mantenía en silencio cuando fue llevado a la Pasión y a la muerte: «Como oveja ante el esquilador; no ha abierto la boca» en su humillación.
Confirmando la palabra de la profecía con su conducta, se mantuvo en silencio cuando se lo llevaron, no dijo nada cuando lo juzgaron, no se quejó cuando lo azotaron, no discutió cuando lo condenaron, no se irritó cuando lo apresaron (Mt 27,2). No murmuró cuando le golpearon en la mejilla, no gritó cuando fue despojado de sus vestiduras, como a una oveja cuando la esquilan. No les maldijo, cuando le dieron hiel y vinagre; no se irritó contra ellos cuando le clavaron en el madero.
San Juan Crisóstomo
Homilía: Grave mal es la envidia
[…] Otro evangelista añade que los miró en torno, en cuanto los hubo interrogado, como para atraerlos con su aspecto, pero ni aun así se mejoraron.
En este caso solamente habla. En otra ocasión impone sus manos y da la salud. Pero nada atraía a los fariseos a la mansedumbre. Sanó el hombre, pero con su salud ellos empeoraron. Anhelaba Cristo sanarlos antes a ellos que al enfermo, y procuraba diversos caminos de curación, así con lo que antes había hecho como por lo que había dicho; pero como padecían de una enfermedad incurable, procedió a obrar el milagro. Entonces dijo al hombre: Extiende tu mano, y la extendió sana como la otra. Y ¿qué sucedió? Dice el evangelista que salieron, y entraron en consulta para darle muerte. Pues dice: Y los fariseos, habiendo salido, se reunieron en consejo contra El para ver cómo perderlo. Sin que El los hubiera dañado intentaban matarlo.
¡Tan grave mal es la envidia! Ella acomete no sólo a los extraños, sino también a los parientes continuamente. Marcos afirma que los fariseos deliberaban juntamente con los herodianos.
Y ¿qué hace el mansísimo Jesús? Como esto hubo sabido, se apartó, dice el evangelista: Jesús, noticioso de esto, se alejó de ahí. ¿Dónde están ahora los que exigen milagros? Con tales sucesos demuestra que un alma perversa ni a los milagros cede; y al mismo tiempo prueba que sin causa se acusa a sus discípulos. Conviene también advertir que los fariseos, a causa de los beneficios que Jesús hace a los prójimos, se enfurecen más aún; y que cuando ven a alguno sanado de su enfermedad o de su perversidad, entonces es cuando acusan, entonces se irritan con furor. Cuando iba a llevar el arrepentimiento a la meretriz, lo calumniaron; cuando comió con los publicanos, hicieron lo mismo; y lo mismo ahora que vieron la mano curada. Pero tú considera cómo, a pesar de todo, no desiste de curar a los enfermos, ni aun para amansar o al menos disminuir la envidia de los fariseos. Y lo siguieron grandes turbas y los curaba a todos, encargándoles que no lo descubrieran. Por todas partes las turbas lo siguen y lo admiran; pero los fariseos no desisten de su envidia.
Y luego, para que no te turbes por sus obras y de su increíble furor, alega el evangelista la voz del profeta que todo lo había anunciado de antemano. Porque fue tanto el cuidado y exactitud de los profetas que ni aun esto omitieron, sino que profetizaron sus caminos y sus traslados y aun la intención con que lo hacía; todo para que entiendas que hablaban movidos por el Espíritu Santo. Pues si no se pueden conocer las secretas intenciones de los hombres, mucho menos se pueden conocer las finalidades que a Cristo mueven, si no es por revelación del Espíritu Santo.
Y pone así lo que el profeta dijo: He aquí a mi siervo, a quien elegí; mi amado en quien mi alma se complace. Haré descansar mi Espíritu sobre él y anunciará el derecho a las gentes. No disputará ni gritará, nadie oirá su voz en las plazas. La caña cascada no la quebrará y no apagará la mecha que aún humea, hasta hacer triunfar el derecho; y en su nombre pondrán las naciones su esperanza? De este modo celebra su mansedumbre y su poder inefable; y abre a los gentiles una amplia y gran puerta, al mismo tiempo que predice males para los judíos, y demuestra su unión de voluntad con su Padre, pues dice: He aquí a mi siervo a quien elegí, mi amado en quien mi alma se complace. Ahora bien, si el Padre lo eligió, no abroga la ley contrariando a su Padre, pues no procede como enemigo del legislador, sino como quien va unánime y obrando juntamente con él. Y luego ensalzando su mansedumbre, dice: No disputará ni gritará. En efecto: El anhelaba sanar a los fariseos, pero como ellos lo rechazaron, no quiso ponerse a luchar contra ellos. Luego el profeta, manifestando el poder de Jesús y la debilidad de los fariseos, dice: La caña cascada no la quebrará. En realidad le era fácil quebrarlos a todos como a una caña; ni sólo como a una caña, sino caña ya cascada. Y no apagará la mecha que aún humea. Declara con esto la ira encendida de los fariseos y la fortaleza de Jesús, que podría acabar con sus furores y apagarlos con suma facilidad. Por donde se ve su gran mansedumbre.
Pero esto ¿será siempre así? ¿perpetuamente los soportará en sus furores y asechanzas? De ningún modo. Una vez que haya El demostrado sus virtudes y lo que a El atañe, luego procederá a lo otro, pues así lo significó el profeta diciendo: En su nombre pondrán las naciones su esperanza. Hasta hacer triunfar el derecho. Es lo mismo que dice Pablo: Prontos a castigar toda desobediencia. ¿Qué significa: hasta hacer triunfar el derecho? Como si dijera: una vez que El haya cumplido todo lo que le toca, entonces acometerá la venganza y castigo perfecto. Tormentos graves sufrirán una vez que Cristo haya completado su brillante victoria y venzan los juicios de El, y no dejará ni ocasión de que lo contradiga con impudencia. Porque suele en ese pasaje tomarse juicio en el sentido de justicia.
Pero no quedará en solo eso su providencia, es decir en que sean castigados los incrédulos, sino que atraerá hacia sí al orbe entero. Y por tal motivo añadió: Y en su nombre pondrán las naciones su esperanza. Y para que veas que también esto es voluntad del Padre, desde el principio el profeta lo confirmó con estas palabras: Mi amado en quien mi alma se complace. Porque es manifiesto que el amado hizo todo conforme a la voluntad del que lo ama.
San Juan Pablo II, papa
Catequesis, Audiencia General (25-02-1987)
Jesucristo, Mesías «Profeta»
1. Durante el proceso ante Pilato, Jesús, al ser interrogado si era rey, primero niega que sea rey en sentido terreno y político; después, cuando Pilato se lo pregunta por segunda vez, responde: “Tú dices que soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad” (Jn 18, 37). Esta respuesta une la misión real y sacerdotal del Mesías con la característica esencial de la misión profética. En efecto, el Profeta es llamado y enviado a dar testimonio de la verdad. Como testigo de la verdad él habla en nombre de Dios. En cierto sentido es la voz de Dios. Tal fue la misión de los Profetas que Dios envió a lo largo de los siglos a Israel.
En la figura de David, rey y profeta, es en quien especialmente la característica profética se une a la vocación real.
2. La historia de los Profetas del Antiguo Testamento indica claramente que la tarea de proclamar la verdad, al hablar en nombre de Dios, es antes que nada un servicio, tanto en relación con Dios que envía, como en relación con el pueblo al que el Profetas se presenta como enviado de Dios. De ello se deduce que el servicio profético no sólo es eminente y honorable, sino también difícil y fatigoso. Un ejemplo evidente de ello es lo que le ocurrió al Profeta Jeremías, quien encuentra resistencia, rechazo y finalmente persecución, en la medida en que la verdad proclamada es incómoda. Jesús mismo, que muchas veces se refirió a los sufrimientos que padecieron los Profetas, los experimentó personalmente de forma plena.
3. Estas primeras referencias al carácter ministerial de la misión profética nos introducen en la figura del Siervo de Dios (Ebed Yahvéh) que se encuentra en Isaías (y precisamente en el llamado “Deutero-Isaías”). En esta figura la tradición mesiánica de la Antigua Alianza encuentra una expresión especialmente rica, e importante, si consideramos que el Siervo de Yahvéh, en el que sobresalen sobre todo las características del Profeta, une en sí mismo, en cierto modo, también la cualidad del sacerdote y del rey. Los Cantos de Isaías sobre el Siervo de Yahvéh presentan una síntesis veterotestamentaria del Mesías, abierta a ulteriores desarrollos. Si bien están escritos muchos siglos antes de Cristo, sirven de modo sorprendente para la identificación de su figura, especialmente en cuanto a la descripción del Siervo de Yahvéh sufriente: un cuadro tan justo y fiel que se diría que está hecho teniendo delante los acontecimientos de la Pascua de Cristo.
4. Hay que observar que el término “Siervo”, “Siervo de Dios”, se emplea abundantemente en el Antiguo Testamento. A muchos personajes eminentes se les llama o se les define “siervos de Dios”. Así Abraham (Gén 26, 24), Jacob (Gén 32, 11), Moisés, David y Salomón, los Profetas. La Sagrada Escritura también atribuye este término a algunos personajes paganos que cumplen su papel en la historia de Israel: así, por ejemplo, a Nabucodonosor (Jer 25, 8-9), y a Ciro (Is 44, 26). Finalmente, todo Israel como pueblo es llamado “siervo de Dios” (cf. Is 41, 8-9; 42, 19; 44, 21; 48, 20), según un uso lingüístico del que se hace eco el Canto de María que alaba a Dios porque “auxilia a Israel, su siervo” (Lc 1, 54).
5. En cuanto a los Cantos de Isaías sobre el Siervo de Yahvéh constatamos ante todo los que se refieren no a una entidad colectiva, como puede ser un pueblo, sino a una persona determinada a la que el Profeta distingue en cierto modo de Israel pecador: “He aquí a mi siervo, a quien sostengo yo -leemos en el primer Canto-, mi elegido en quien se complace mi alma. He puesto mi espíritu sobre él; él dará el derecho a las naciones. No gritará, no hablará recio ni hará oír su voz en las plazas. No romperá la caña cascada ni apagará la mecha que se extingue… sin cansarse ni desmayar, hasta que establezca el derecho en la tierra…” (Is 42, 1-4). “Yo, Yahvéh… te he formado y te he puesto por alianza del pueblo y para luz de las gentes, para abrir los ojos de los ciegos, para sacar de la cárcel a los presos, del calabozo a los que moran en las tinieblas” (Is 42, 6-7).
6. El segundo Canto desarrolla el mismo concepto: “Oídme, islas; atended, pueblos lejanos: Yavé me llamó desde el seno materno, desde las entrañas de mi madre me llamó por mi nombre. Y puso mi boca como cortante espada, me ha guardado a la sombra de su mano, hizo de mí aguda saeta y me guardó en su aljaba” (Is 49, 6). “Dijo: ligera cosa es para mí que seas tú mi siervo, para restablecer las tribus de Jacob… Yo te he puesto para luz de las gentes, para llevar mi salvación hasta los confines de la tierra” (Is 49, 6). “El Señor, Yahvéh, me ha dado lengua de discípulo, para saber sostener con palabras al cansado” (Is 50, 4). Y también: “Así se admirarán muchos pueblos y los reyes cerrarán ante él su boca” (Is 52, 15). “El Justo, mi Siervo, justificará a muchos y cargará con las iniquidades de ellos” (Is 53, 11).
7. Estos últimos textos, pertenecientes a los Cantos tercero y cuarto, nos introducen con realismo impresionante en el cuadro del Siervo Sufriente al que deberemos volver nuevamente. Todo lo que dice Isaías parece anunciar de modo sorprendente lo que en el alba misma de la vida de Jesús predecirá el santo anciano Simeón, cuando lo saludó como “luz para iluminación de las gentes” y al mismo tiempo como “signo de contradicción” (cf. Lc 2, 32. 34).Ya en el libro de Isaías la figura del Mesías emerge como Profeta, que viene al mundo para dar testimonio de la verdad, y que precisamente a causa de esta verdad será rechazado por su pueblo, llegando a ser con su muerte motivo de justificación para “muchos”.
8. Los Cantos del Siervo de Yahvéh encuentran amplia resonancia en el Nuevo Testamento, desde el comienzo de la actividad mesiánica de Jesús. Ya la descripción del bautismo en el Jordán permite establecer un paralelismo con los textos de Isaías. Escribe Mateo: “Bautizado Jesús. .. he aquí que se abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios descender como paloma y venir sobre Él” (Mt 3 16); en Isaías se dice: “He puesto mi espíritu sobre Él” (Is 42, 1). El Evangelista añade: “Mientras una voz del cielo decía: Esté es mi Hijo amado, en quien tengo mis complacencias” (Mt 3, 17), y en Isaías Dios dice del Siervo: “Mi elegido en quien se complace mi alma” (Is 42, 1). Juan Bautista señala a Jesús que se acerca al Jordán, con las palabras: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29), exclamación que representa casi una síntesis del contenido del Canto tercero y cuarto sobre el Siervo de Yahvéh sufriente.
9. Una relación análoga se encuentra en el fragmento en que Lucas narra las primeras palabras mesiánicas pronunciadas por Jesús en la sinagoga de Nazaret, cuando Jesús lee el texto de Isaías: “EL Espíritu del Señor está sobre mi, porque me ungió para evangelizar a los pobres; me envió a predicar a los cautivos la libertad, a los ciegos la recuperación de la vista: para poner en libertad a los oprimidos, par anunciar un año de gracia del Señor” (Lc 4, 17-19). Son las palabras del primer Canto sobre el Siervo de Yavé (Is 42, 1-7; cf. también Is 61, 1-2).
10. Si miramos también la vida y el ministerio de Jesús. El se nos manifiesta como el Siervo de Dios, que trae la salvación a los hombres, que los sana, que los libra de su iniquidad, que los quiere ganar para Sí no con la fuerza, sino con la bondad. El Evangelio, especialmente el de San Mateo, hace referencia muchas veces al libro de Isaías, cuyo anuncio profético se realiza en Cristo: así cuando narra que “ya atardecido, le presentaron muchos endemoniados, y arrojaba con una palabra los espíritus, y a todos los que se sentían mal los curaba, para que se cumpliese lo dicho por el Profeta Isaías, que dice: El tomó nuestras enfermedades y cargó con nuestras dolencias” (Mt 8, 16-17; cf. Is 53, 4). Y en otro lugar: “Muchos le siguieron, y los curaba a todos… para que se cumpliera el anuncio del Profeta Isaías: He aquí a mi siervo…” (Mt 12, 15-21), y aquí el Evangelista narra un largo fragmento del primer Canto sobre el Siervo de Yahvéh.
11. Como los Evangelios, también los Hechos de los Apóstoles demuestran que la primera generación de los discípulos de Cristo, comenzando por los Apóstoles, está profundamente convencida de que en Jesús se cumplió todo lo que el Profeta Isaías había anunciado en sus Cantos inspirados: que Jesús es el elegido Siervo de Dios (cf. por ejemplo, Act 3, 13; 3, 26; 4, 27; 4, 30; 1 Pe 2, 22-25), que cumple la misión del Siervo de Yahvéh y trae la nueva ley, es la luz y alianza para todas las naciones (cf. Act 13, 46-47). Esta misma convicción la volvemos a encontrar también en la “didajé”, en el “Martirio de San Policarpo”, y en la primera Carta de San Clemente Romano.
12. Hay que añadir un dato de gran importancia: Jesús mismo habla de Sí como de un siervo, aludiendo claramente a Is 53, cuando dice: “El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos” (Mc 10, 45; Mt 20, 28) y expresa el mismo concepto cuando lava los pies a los Apóstoles (Jn 13, 3-4; 12-15).
En el conjunto del Nuevo Testamento, junto a los textos y a las alusiones a al primer Canto del Siervo de Yahvéh (Is 42, 1-7), que subrayan la elección del Siervo y su misión profética de liberación, de curación y de alianza para todos los hombres, el mayor número de textos hace referencia al Canto tercero y cuarto (Is 50, 4-11; 52, 13-53, 12) sobre el Siervo Sufriente. Es la misma idea expresada de modo sintético por San Pablo en la Carta a los Filipenses, cuando hace un himno a Cristo: “el cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de Sí mismo tomando la condición de siervo y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a Sí mismo, obedeciendo hasta la muerte” (Flp 2, 6-8).
Comentarios exegéticos
Comentarios a la Biblia Litúrgica (NT): Esperanza de las naciones
Paulinas-PPC-Regina-Verbo Divino (1990), pp. 1008-1010.
La escena fue provocada por una curación realizada por Jesús en sábado. El legalismo judío, para salvar la santidad del sábado, había llegado a extremos ridículos. No se podía siquiera curar a un hombre en sábado. Se podía, en cambio, prestar ayuda a los animales que la necesitasen. Claro que desde su punto de vista era lógica esta postura, ya que, en este terreno, se había llegado a afirmar que el hombre había sido creado por y para el sábado, para santificar ese día santo. Jesús pensaba de manera muy distinta. Lo más importante siempre es el hombre. Todo debe estar a su servicio, incluso el sábado (Mc 2,27).
Actitud escandalosa de Jesús que, en aquella ocasión, casi le cuesta la vida. ¡Le hubiesen matado para cumplir la ley! Jesús se retira para conjurar el peligro, pero sigue actuando. Llevando a cabo su obra liberadora del hombre. Únicamente pide a los que han sido beneficiarios de su poder y misericordia que no lo delaten. Jesús impone silencio a aquéllos que han recibido sus beneficios. ¿Por qué?
En el evangelio de Marcos esta imposición de silencio es explicada desde el célebre «secreto mesiánico». Mateo nos ofrece un punto de vista distinto. Jesús quiere pasar desapercibido por dos razones: a) quiere evitar, por ahora, las controversias con los fariseos en las que necesariamente tenía que exponer las razones de su actuación que, a su vez, eran inseparables de su pretensión mesiánica. Esto provocaba indignación y persecución. Una razón de prudencia aconsejaba, por el momento, evitar estos enfrentamientos directos.
b) La segunda razón es teológica. Jesús es el siervo de Dios por excelencia y, como tal, quiere actuar secretamente. Esto explica que sea aducido aquí el texto de Isaías (Is 41,4): no hará ostentación en las plazas públicas (v. 19), apoyará a los débiles y buscará a los pródigos (v. 20). Lo mismo que el siervo de Yahveh, Jesús concederá su justicia a todos, incluso a los paganos (vv. 18.21). En Jesús se cumplen las esperanzas judías que habían sido vinculadas al siervo de Yahveh. Jesús es el siervo de Dios que vivió oculto, en el misterio, cuya vida estuvo determinada por su muerte-resurrección, por razón de su plena solidaridad con el hombre al que venía a salvar.
Bastin-Pinckers-Teheux, Dios cada día: La Noche de la esperanza
Siguiendo el Leccionario Ferial (4). Semanas X-XXI T.O. Evangelio de Mateo.
Sal Terrae (1990), pp. 122-123.
Éxodo 12, 37-42.
Después de su instalación en tierras de Canaán, los judíos relacionan la celebración de la Pascua con su salida de Egipto. Aquella noche el Señor había velado por su pueblo; por eso convenía que también el pueblo velase en recuerdo de la intervención divina. Esta tradición ha dado origen a un célebre poema del Targum palestino, llamado el poema de las cuatro noches. El poema presenta las etapas fundamentales del crecimiento del pueblo de Dios: la noche de la creación; aquella otra en la que Abraham recibió la promesa de un hijo; la de la salida de Egipto y, finalmente, la de la consumación del mundo, vivida en esperanza. Este poema traduce, pues, el carácter profético de la Pascua judía, que anuncia la salvación definitiva de la humanidad. De hecho, si los cristianos leen el pasaje de la travesía del mar durante la vigilia pascual, es porque son conscientes de la liberación total, realizada por la muerte y la resurrección de Cristo.
Salmo 135.
El salmo 135, que forma parte del gran Hallel, salmo de acción de gracias, es un salmo clásico de la liturgia pascual.
Mateo 12,14-21.
Al afirmarse como señor del sábado, Jesús ha blasfemado. Sus adversarios se ponen de acuerdo sobre los medios que han de emplear para desembarazarse de él, mientras él se retira de la sinagoga y se va al descampado con los que le siguen. Continúa realizando curaciones, pero prohibe a los beneficiarios que revelen su identidad. Para los discípulos, a quienes ya ha explicado los peligros que entraña la misión, hay como un anuncio de la Pasión: en su retiro, Jesús es ya el Mesías sufriente, el Siervo «discreto».
El enfrentamiento se centra en su persona. Jesús se designa a sí mismo como el Hijo del hombre, mientras que la multitud se pregunta si no es el hijo de David. Pero los escribas y los fariseos pretenderán pronto que sus milagros se realizan con la ayuda de Belzebú, el príncipe de los demonios. Lo que rechazan, en definitiva, es la novedad que representa el anuncio del Reino. Mientras que ellos se sienten orgullosos de sus méritos y virtud y excluyen a los pecadores de poder obtener la salvación, Jesús se presenta como sencillo y humilde de corazón, y sólo respira bondad y misericordia.
«Los hijos de Israel se pusieron en marcha…» Más de tres mil años después del Éxodo, los judíos realizan de nuevo, cada año, los mismos ritos que sus lejanos antecesores los hebreos; se agrupan en familia, forman círculo alrededor de la mesa ancestral, comen hierbas amargas y pan ácimo. «Representan» y viven el Éxodo. El acontecimiento se ha hecho institución y milagro, ceremonia. En realidad, la historia se ha hecho promesa.
La noche pascual está en el corazón de la supervivencia y de la esperanza de Israel. Tiene el mismo valor testimonial y de profesión de fe que tuvo en Egipto: Dios vela por los hombres e interviene en la historia. En el libro de la Pascua está ya escrita la aventura desdichada de los hombres, pero este libro canta también, en el lenguaje casi surrealista de la fe, la certidumbre de la salvación. Pascua, noche de la promesa y de la abolición de toda esclavitud.
Desafío de la Noche de la esperanza. El amor no lo puede todo; y, sin embargo, queda en el hombre un deseo: que en el mundo, tenebroso e inhumano, haya, y haya para siempre, un lugar de libertad, de comunión, de fiesta, de palabra intercambiada.
«Fue una noche de vigilia para el Señor». El profeta de Dios, al contar a su pueblo sus orígenes, sigue creyendo, a despecho de tantas experiencias contrarias, que la vida es buena, que merece ser abiertamente acogida. Dios nos ha ayudado a pasar a la otra orilla: «Todos los hijos de Israel saldrán del país de Egipto». Creemos que nuestro mundo no está cerrado sobre sí mismo, no es un «ghetto» en el que el hombre es un lobo para el hombre. Creemos que hemos pasado al otro lado, a un universo que se abre a las extensas zonas vírgenes de un desierto habitado por alguien y, por tanto, habitable por el hombre.
«Debe ser una noche de vigilia para ellos». El libro de la Pascua se escribe en la vida de los hombres y de las mujeres, en la lucha valerosa, tenaz, continua de los que no quieren desesperar del hombro. l,o que nosotros creemos es que todo hombre que toma partido por la comunión, contra el mal y el sufrimiento, se compromete a permanecer al lado de Dios en este mundo. La noche de Pascua, celebrada durante siglos, es una cosa muy distinta de un piadoso recuerdo teñido de romanticismo o de melancolía: es la insurrección de todo un pueblo que se rebela, que resucita por la gracia de Dios; es la insurrección de la esperanza, hoy.
Has visitado, Dios mío, nuestra noche:
has velado para sacamos de las tinieblas
y librarnos de todo lo que nos encadenaba.
Has derribado los muros de nuestras prisiones
para conducirnos a la tierra de la libertad.
¡Bendito seas por tu Hijo,
que ha sembrado en el corazón de nuestro éxodo
la esperanza de una tierra nueva!
Ayúdanos a ponernos en pie,
para que nuestra esperanza se cumpla
y nuestra oración sea señal de nuestra vigilia.
S. Carrillo, El evangelio según san Mateo: Jesús es el «Siervo de Yahveh»
Verbo Divino (2010), pp. 172.
Al saber Jesús que le querían eliminar, dejó el lugar: todavía no había llegado su hora. Su virtud sanadora está en plena actividad, pero Jesús quiere evitar una explosión popular, que sería contraria a su mesianismo.
Mateo resume la actividad curativa de Jesús e interpreta su mesianidad citando el primer cántico del Siervo de Yahveh en Is 42,1-4. En Jesús se realiza esa Escritura. Él es el Siervo elegido, el amado, en quien Dios se complace. Está lleno del Espíritu. Es humilde y silencioso, manso y comprensivo. Tendrá éxito en su empresa de justicia. Tiene un mensaje para las naciones, que pondrán en él su esperanza.
Biblia Nácar-Colunga Comentada
La Obra Benéfica de Cristo: Su Mansedumbre y Humildad Predichas por Isaías, 12:14-21 (Mc 3:7-12).
Fariseos y escribas “se enfurecieron” y “discutían entre sí qué deberían hacer con Jesús” (Lc). Para ello tomaron contactos insistentes con los “herodianos” (Mc) para “perderle,” hacerle morir. Buscaban el apoyo de estos últimos en la región del tetrarca Herodes Antipas, acaso para poder unirse a él y llevarle a Jerusalén, restaurando la unidad nacional. Por su parte, los herodianos se prestaban de buena gana a hacer desaparecer a aquel Mesías que tan honda conmoción despertaba y que tantos seguidores tenía, pues temían que pudiese impedir su restauración herodiana. La omisión de este tema de los “herodianos” en Mt-Lc acaso se deba a que en la época de la composición de estos evangelios ya no se recordaba este partido desaparecido, pues Agripa I murió el 44. Si Mc lo conserva, acaso se deba a las “fuentes” que lo insertan aún y él retiene.
Ante este complot para perderle, Cristo se aleja de allí. Este conocimiento de Cristo es característico de Mt (16:8; 22:18; 26:10). Pero curó a muchos que le siguieron, aunque les ordenó que no le descubrieran como taumaturgo o Mesías ante estas obras. Es una pincelada genérica que le permite a Mt traer una cita de Isaías en su evangelio mesiánico.
Mt ve en esta actitud de Cristo un cumplimiento de parte del poema del Siervo de Yahvé (L. Goppelt). El texto de Isaías que cita (Is 42:1-4) no está tomado directamente ni del texto hebreo ni de los LXX, sino de ambos, modificándose accidentalmente los términos, por venir mejor a destacar su propósito. Como tal lo recoge incluso el Targum.
Así, pone, en lugar de “elegido,” mi “amado,” que viene a significar casi el de “hijo único” (Mt 3:17), y mi “siervo” viene a ser aquí, por su sentido paralelístico, el equivalente de “hijo.” Es el Mesías, en el que Yahvé se complace. Mt, lo mismo que el Targum, ponen lo restante en futuro. Con esto se viene a indicar la inauguración de la carrera de vida pública del Mesías. En esta obra dará la justicia, que es la verdad que corresponde al don del Espíritu que Yahvé puso en El. Es su obra de mesianismo universal: “a las naciones.” En esa obra, ni tendrá una enseñanza ostentosa ni gritará al modo llamativo oriental en las plazas públicas. No será obra de disputa acalorada ni alboroto. Su método será persuasivo. No busca su gloria. Así veía el evangelista en la profecía de Isaías aquel prohibir Cristo a las turbas que le seguían que “lo manifestasen” (v.16). Y como su obra no es obra de destrucción de enemigos, no vendrá contra aquellas personas que están a punto de sucumbir, a los que no haría falta más que un pequeño golpe para acabar con la “caña quebrada,” o un pequeño tirón o soplo para acabar con la mecha, que, puesta en la lámpara ya sin aceite, sólo humea para extinguirse. Su obra será humilde, mansa y de salvación para todos. Mt, omitiendo el resto del pasaje de Isaías, cita el sentido fundamental del mismo. Su obra es conducir “al derecho a la victoria.” Es la ley mesiánica. Y como Mesías universal, en su “nombre esperarán las naciones.” Es justificación apologética del mesianismo auténtico de Cristo: el profético, no el farisaico y ambiental.
W. Trilling, El Nuevo Testamento y su Mensaje (Mt): El siervo de Dios
Herder (1980), Tomo I, pp. 267-270.
14 Pero los fariseos salieron, y en un consejo contra Jesús, acordaron la manera de acabar con él.
El enfermo es curado [el hombre de la mano seca]. Pero según la manera de ver de los adversarios Jesús quebranta la ley. Y no solamente la quebranta, sino que defiende una nueva doctrina y por eso se coloca fuera de la tradición. Esta actitud de Jesús les irrita tanto que ya ahora resuelven matarlo. Como el estallido de un trueno en un día de verano —así resuena la frase que nos da a conocer que los enemigos de Jesús han tramado un plan para darle muerte —. Es evidente que aquí ya no se trata de una u otra manera de ver, de una interpretación más estricta o más amplia de la Escritura, sino de una enemistad sistemática. Para los enemigos las novedades que enseña Jesús, no se enlazan con lo antiguo. Es una revolución que tiene que ser sofocada, para que no se estremezcan los fundamentos de su fe. Así pueden ellos pensar y creer de veras que tienen razón. A pesar de que todo el derecho de Dios está de parte de Jesús. Pero ellos no lo pueden ver por su rígida visión legalista.
15 Al saberlo Jesús, se alejó de allí. Muchos los siguieron; y él a todos los curó, 16 pero severamente les encargó que no lo descubrieran.
San Mateo hace suyo un pensamiento con frecuencia manifestado en san Marcos, a saber, que el Señor mandó guardar silencio sobre sus milagros y el misterio de su persona (cf. Mt 9,30). Este mandamiento de callar aquí adquiere un carácter especial por el plan homicida, del que se acaba de hablar (12,14). Jesús parece que se aparte de los adversarios y que se retire. Por consiguiente tampoco es conveniente darlo a conocer. Jesús continúa sus curaciones, pero no para que se hable en una extensa zona de los alrededores. Parece haber pasado el tiempo en que sus obras hablan por sí mismas, es decir en favor de él.
La enemistad ya ha ido en aumento como un torrente impetuoso, de tal forma que tiene que esconderse. ¿Debemos ya ver en ello una señal del fracaso, una resignación ante la fuerza apremiante de la contradicción? San Mateo prosigue esta cuestión con el texto del profeta Isaías.
17 Para que se cumpliera lo anunciado por el profeta Isaías cuando dijo:
18 Mirad a mi siervo, a quien yo elegí;
a mi predilecto, en quien se ha complacido mi alma.
Sobre él pondré mi espíritu,
y él anunciará el derecho a las naciones.
19 No porfiará ni gritará,
y nadie oirá su voz en las plazas.
20 La caña cascada no la quebrará,
y la mecha humeante no la apagará,
hasta que haga triunfar el derecho.
21 ¡Y en su nombre pondrán las naciones su esperanza!
Pocas citas del Antiguo Testamento aduce san Mateo tan detalladamente. Con esta cita se nos ofrece una llave para comprender al Mesías. Al retirarse Jesús obligado por los demás, se trasluce en él la imagen del siervo de Yahveh que se encuentra en Isaías. Dios no anula nada de lo que ha dotado a su siervo desde el principio. Dios le ha elegido para que sea el Emmanuel («Dios con nosotros») y para salvar «a su pueblo de sus pecados» (1,21.23). Jesús es su «hijo amado», en quien el alma de Dios se complace, cuando se revela en el bautismo del Jordán. Allí el Espíritu se puso sobre él. Empezó a obrar poderosamente en él, comenzando por la lucha con Satán en el desierto. Sus primeras palabras fueron las del reino, con las que se anunció el «derecho» divino; «a las naciones», se dice en Isaías, por tanto no sólo a Israel. El profeta dice que las palabras del Mesías tienen validez para todos y van dirigidas a todas las naciones del mundo, todo lo cual ha sido presentado a nuestros ojos mediante diversas imágenes.
El profeta no sólo tiene conocimiento de aquella vocación y de su radiante principio. Contempla en el tiempo futuro que el siervo de Yahveh no marcha como un jefe de ejército o un reformador, que vuelve lo de abajo hacia arriba. El profeta tiene conocimiento de una actividad profundamente interna, que cura de raíz y alienta.
El siervo no porfía ni grita, ni llena las plazas con un diluvio de palabras. Su vocación es consolar al abatido delicada y misericordiosamente, curar las heridas, alentar el ánimo quebrantado, inclinarse hacia el pecador.
No hay ninguna porfía, como las tenemos los hombres, ni tampoco ninguna discusión para encontrar en común la verdad. Incluso frente a los adversarios Jesús no hace otra cosa que «anunciar el derecho (de Dios)». Los adversarios tienen que oír y aceptar lo que Dios dice por medio de Jesús.
No podemos discutir sobre el Evangelio. Solamente podemos obedecerlo. Ésta es la finalidad de cada una de las conversaciones sobre el mensaje de Dios: estimularnos unos a otros a una obediencia mejor.
En el retiro, en esta actuación salvífica apenas perceptible y poco llamativa, Jesús realiza la vocación de Dios. Pero de este modo se lleva a cabo el plan de hacer triunfar el derecho. No el derecho en que los hombres insistimos, o el derecho del que mana la ley, sino el derecho de Dios, lo que él reclama inalienablemente: el reconocimiento de su soberanía. En su nombre esperan las naciones, más aún, todas las naciones, Israel inclusive.
El camino del Mesías conduce de la humillación al ensalzamiento, del retiro a la luz, como ya se dijo a los apóstoles: «Lo que os digo en la obscuridad, decidlo a plena luz; lo que escucháis al oído, proclamadlo desde las terrazas» (10,27).
Este camino también lo describe en el Evangelio san Juan, aunque de una forma ampliada en torno al primer movimiento de arriba abajo, de la Palabra preexistente de Dios a la humillación de la carne, y de nuevo arriba al Padre, cuando Jesús fue exaltado: «Salí del Padre y he venido al mundo; ahora dejo el mundo y me voy al Padre» (Jn 16,28).