Mt 12, 1-8: Las espigas arrancadas en sábado
/ 17 julio, 2015 / San MateoTexto Bíblico
1 En aquel tiempo atravesó Jesús en sábado un sembrado; los discípulos, que tenían hambre, empezaron a arrancar espigas y a comérselas. 2 Los fariseos, al verlo, le dijeron: «Mira, tus discípulos están haciendo una cosa que no está permitida en sábado». 3 Les replicó: «¿No habéis leído lo que hizo David, cuando él y sus hombres sintieron hambre? 4 Entró en la casa de Dios y comieron de los panes de la proposición, cosa que no les estaba permitida ni a él ni a sus compañeros, sino solo a los sacerdotes. 5 ¿Y no habéis leído en la ley que los sacerdotes pueden violar el sábado en el templo sin incurrir en culpa? 6 Pues os digo que aquí hay uno que es más que el templo. 7 Si comprendierais lo que significa “quiero misericordia y no sacrificio”, no condenaríais a los inocentes. 8 Porque el Hijo del hombre es señor del sábado».
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
San Macario de Egipto, monje
Homilía: El verdadero y santo sábado
Homilía 35 (atribuida)
«El Hijo del hombre es señor del sábado» (Mt 12,8)
En la ley, dada por Moisés… que no era más que una sombra, Dios ordenaba a todos el reposo y no efectuar ningún trabajo en sábado. Pero este sábado no era más que una imagen y una sombra (He 8,5) del auténtico sábado que concede el Señor al alma. En efecto, el alma que ha sido hallada digna del auténtico sábado deja de entregarse a sus preocupaciones vergonzosas y feas y descansa. Celebra el verdadero sábado y goza del auténtico reposo, liberada de todas las obras de las tinieblas… Saborea el reposo eterno y el gozo del Señor.
Antiguamente estaba prescrito que incluso los animales, privados de razón tenían que reposar el día del sábado. El buey no tenía que llevar el yugo ni el asno cargarse con peso, porque incluso los animales debían de reposar de sus trabajos pesados. Viviendo entre nosotros, el Señor nos trajo el reposo del alma que estaba oprimida bajo el peso del pecado y que realizaba obras de injusticia por causa del pecado, sometida a amos crueles. El Señor la descargó del peso insoportable de las ideas vanas y viles, la libera del yugo amargo de las obras de injusticia y le concede el reposo.
En efecto, el Señor llama al hombre al descanso diciéndole: «venid todos los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré” (Mt 11,28). Y todas las almas que confían en él y se le acercan… celebran un sábado verdadero, delicioso y santo, una fiesta del Espíritu, con un gozo y una alegría indecibles. Le devuelven a Dios un culto puro que le gusta, procediendo de un corazón puro. Este es el verdadero y santo sábado.
Elredo de Rielvaux, monje
Escritos: Los dos sábados
El Espejo de la caridad, III, 3,4
Observar el sábado
En un principio debemos usar nuestras energías practicando buenas obras para, seguidamente, reposar en la paz de nuestra conciencia… Es la celebración gozosa de un primer sábado en el que reposamos de las obras serviles del mundo… y en el que ya no transportamos el peso de las pasiones.
Pero se puede abandonar la celda íntima donde se celebra este primer sábado y reencontrar la posada del corazón, allí donde hay costumbre de «alegrarse con los que gozan, llorar con los que lloran (Rm 12,15), «ser débil con los débiles, arder con los que se escandalizan» (2Cor 11,29). Allí el alma se sentirá unida a la de todos los hermanos por el cemento de la caridad; allí no se es turbado por el aguijón de la envidia, quemado por el fuego de la cólera, herido por las flechas de la sospecha; allí se nos libera de las mordeduras devoradoras de la tristeza.
Si se atrae a todos los hombres en el jirón pacificado de su espíritu, donde todos se sienten abrazados, ardientes por un dulce afecto y donde no forma con ellos más que «un solo corazón y una sola alma» (Hch 4,32), entonces, saboreando esta maravillosa dulzura, enseguida el tumulto de las codicias se acalla, el alboroto de las pasiones se pacifica, y en el interior se produce un total desprendimiento de todas las cosas nocivas, un reposo gozoso y pacífico en la dulzura del amor fraterno. En la quietud de este segundo sábado, la caridad fraterna no deja ya que subsista ningún vicio… Impregnado de la pacífica dulzura de este sábado, David estalló en un cántico de júbilo: «Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos» (Sal 132,1).
Epístola de Bernabé: Un nuevo templo
nn. 15-16
«Aquí hay uno que es mayor que el Templo» (Mt 12,6)
Pasando a otro punto, también acerca del sábado, les dice: “Vuestros novilunios y vuestros sábados no los aguanto”. (Is 1,13). Mirad cómo dice: No me son aceptos vuestros sábados de ahora, sino el que yo he hecho, aquél en que, haciendo descansar todas las cosas, haré el principio de un día octavo, es decir, el principio de otro mundo. Por eso justamente nosotros celebramos también el día octavo con regocijo, por ser día en que Jesús resucitó de entre los muertos y, después de manifestado, subió a los cielos. Quiero también hablaros acerca del templo, cómo extraviados los miserables confiaron en el edificio y no en su Dios que los creo,… Examinemos si existe un templo de Dios: Existe, ciertamente, allí donde Él mismo dice que lo ha de hacer y perfeccionar. Está, efectivamente, escrito: Y será, cumplida la semana, que se edificará el templo de Dios gloriosamente en el nombre del Señor.
Constato, pues, que existe un templo. ¿Cómo se edificará en el nombre del Señor? Aprendedlo. Antes de creer nosotros en Dios, la morada de nuestro corazón era corruptible y flaca, como templo verdaderamente edificado a mano, pues estaba llena de idolatría y era casa de demonios, porque no hacíamos sino cuanto era contrario a Dios. Mas se edificará en el nombre del Señor. Atended a que el templo del Señor se edifique gloriosamente. ¿De qué manera? Aprendedlo. Después de recibido el perdón de los pecados, y por nuestra esperanza en el Nombre, fuimos hechos nuevos, creados otra vez desde el principio. Por lo cual, Dios habita verdaderamente en nosotros, en la morada de nuestro corazón.
Orígenes, presbítero
Homilía: Dios trabaja siempre en este mundo
Hom. sobre el Libro de los Números, n. 23 : SC 29
«El Hijo del hombre es dueño del sábado» (Mt 8,12)
No vemos que las palabras del Génesis: «el sábado Dios descansó de sus obras» se hayan cumplido en este séptimo día de la creación, ni tampoco se cumplan hoy. Vemos a Dios trabajando siempre. No hay sábado en el que Dios deje de trabajar, ningún día en el que «no salga su sol sobre buenos y malos y caiga la lluvia sobre justos e injustos», donde «no crezca la hierba sobre las montañas y las plantas estén al servicio de los hombres»…, donde no haga «nacer y morir».
Así, el Señor responde a los que lo acusaban de trabajar y de curar en sábado: «mi Padre está trabajando ahora, y yo también trabajo» Mostraba así que, en este mundo, no hay sábado en que Dios deje de velar por el mundo y por el destino del género humano… En su sabiduría creadora no deja de ejercer sobre sus criaturas su providencia y su benevolencia «hasta el fin del mundo». Pues el verdadero sábado donde Dios descansará de todos sus trabajos, será el mundo futuro, cuando «dolor, tristeza y gemidos desaparecerán”, y Dios lo será «todo en todos».
Afraates el sabio, obispo
Demostraciones: El sábado es hacer lo que Dios quiere
Demostración n° 13, 1.3.9
«Un tiempo de descanso, el séptimo día, está reservado para el pueblo de Dios» (He 4,9)
El sábado no ha sido establecido como una prueba para el discernimiento entre la vida y la muerte, entre la justicia y el pecado, así como otros preceptos mediante los cuales «el hombre encuentra la vida» (Lv 18,5) o la muerte, si no los observa. No, el sábado, en su tiempo, ha sido dado al pueblo en vistas al descanso; con los hombres, los animales debían cesar el trabajo (Ex 23,12)…
Si el sábado no había sido creado para el descanso de todo ser que realiza un trabajo corporal, las criaturas que no trabajan habrían debido, desde su origen, también, observar el sábado para estar justificadas. Por el contrario, vemos el sol avanzar, sin descanso, la luna recorrer su órbita, las estrellas proseguir su carrera, los vientos soplar, las nubes moverse por el cielo, las aves volar, los arroyos manar las fuentes, las olas agitarse, los relámpagos caer e iluminar la creación, el trueno estallar violentamente a su tiempo, los árboles dar sus frutos, y cada criatura crecer y fortalecerse. No vemos en verdad ningún ser descansar el sábado, salvo los hombres y los animales de carga que están sujetos a la ley del trabajo.
A ninguno de los justos del Antiguo Testamento, el sábado les fue dado para que encontraran la vida… Pero la fidelidad al sábado estaba prescrita para que descansaran servidores, esclavas, mercenarios, extranjeros, animales de carga, con el fin de que pudieran restablecerse del trabajo abrumador. Ya que Dios ha cuidado de toda su creación, tanto de animales de carga como de animales feroces, de las aves como de los animales silvestres. Escucha ahora cuál es el sábado que Dios quiere. Isaías dijo: «He aquí mi descanso: hacer descansar al que está cansado» (28,12)… Nosotros por lo tanto, guardemos fielmente el sábado de Dios; haciendo lo que complace a su corazón. Así entraremos en el sábado del gran descanso, donde cielo y tierra reposarán, donde toda criatura se recrea.
Comentarios exegéticos
Autores Varios: Comentarios a la Biblia Litúrgica (NT): El señor del sábado
Paulinas-PPC-Regina-Verbo Divino (1990), pp. 1008-1010.
En la vida de Jesús, los debates con los dirigentes judíos tuvieron gran importancia. Hubo un necesario enfrentamiento con los especialistas de la ley (los escribas) y con los laicos piadosos (los fariseos) por cuestiones que hoy, en el mejor de los casos, nos parecen pueriles. La religión debe ser liberadora del hombre. Pero aquellos dirigentes religiosos la habían hecho esclavizadora. Era el yugo insoportable del que hablamos en la sección anterior. Jesús, que vino a liberar al hombre, necesariamente tenía que enfrentarse con aquéllos que lo esclavizaban, con el agravante de hacerlo en nombre de Dios y de su ley.
El descanso del sábado fue, en sus orígenes, una ley humanitaria (lo que el hombre de hoy ha descubierto en el fin de semana, aunque éste prescinda con demasiada frecuencia del descanso del espíritu). De una ley humanitaria, al servicio del hombre, los intérpretes judíos la habían convertido en institución sagrada, la más sagrada de todas; una institución no al servicio del hombre sino para ser servida por el hombre. Cuando Jesús declaró —afirmación que recoge únicamente Marcos— que «el sábado fue hecho para el hombre y no el hombre para el sábado» (Mc 2,27) su afirmación sonó a blasfemia. Nadie había tenido la osadía de hacer una afirmación tan escandalosa.
El descanso mandado en sábado había sido regulado tan pormenorizadamente que estaban contados hasta los pasos que podían darse (He 1,12, «el camino del sábado» es lo que estaba permitido andar en dicho día). La escena que motiva la presente discusión es bien significativa. ¿Quién consideraría trabajo arrancar unas espigas al cruzar los sembrados para entretenerse comiendo los granos? La respuesta de Jesús ridiculiza aquella mentalidad y, al mismo tiempo, demuestra sus pretensiones mesiánicas.
¿No habéis leído…? Era una fórmula técnica utilizada en las discusiones. En primer lugar, dice Jesús, la ley del sábado no es algo absoluto. Tiene limitaciones esenciales impuestas por diversas causas: a) la necesidad humana, que está por encima de la ley del sábado, como lo demuestra el caso de David y sus hombres; b) la necesidad cultual, el trabajo que debían realizar los sacerdotes en el templo; incluso el segundo día de la Pascua debían segar una gavilla para poder cumplir con el ritual de la fiesta.
En todo caso, la mentalidad farisaica sobre el sábado —eran los fariseos los que más urgían su observancia— proporciona a Jesús la ocasión para presentarse como el señor del sábado. ¿Quién podía violar sin pecado el sábado? Únicamente el señor del sábado, el Mesías, el que viene del cielo, aquel que debía traer e) mundo nuevo que Dios establecería en la tierra. El Mesías tendría este poder, como está ya indicado en el Antiguo Testamento: si el rey David pudo hacer en sábado lo que el relato nos cuenta, ¡cuánto más el Rey por excelencia, descendiente de David!
Jesús es mayor que el templo. También era blasfema la frase. Más grande que el templo únicamente era Dios, que lo habitaba. La pretensión de Jesús resulta clara. Pero si se sitúa por encima del templo es para poder continuar la línea de argumentación requerida por el texto: la acción de David, que era muy inferior al templo, queda justificada por la necesidad humana en que se encontraba el rey; ahora bien, él, que es mayor que el templo, ¿no podía disponer del sábado?
Finalmente, Jesús remite a sus oponentes a un texto de la Escritura (Os 6,6). No manifiesta con estas palabras una actitud hostil al templo, el culto o los sacrificios. La cita de la Escritura es aducida para establecer una jerarquización de valores en las cosas: más importante que el descanso sabático o los sacrificios ofrecidos en el templo es la misericordia para con el necesitado, el hambriento (12,1). Y esto no por puro humanitarismo; es la voluntad de Dios.
Bastin-Pinckers-Teheux, Dios cada día: Comer la Pascua
Siguiendo el Leccionario Ferial (4). Semanas X-XXI T.O. Evangelio de Mateo.
Sal Terrae (1990), pp. 119-121
Éxodo 11, 10-12, 14.
Este texto, que ofrece con toda precisión el conjunto de ritos que hay que seguir para celebrar la Pascua, es de origen sacerdotal. Su redacción es, por tanto, posterior a los acontecimientos que describe. Los ritos, sin embargo, conservan el carácter familiar de la fiesta. Desde tiempo inmemorial, los nómadas del desierto festejaban la Pascua en el plenilunio de primavera, en el momento de la partida de la trashumancia, que era también el tiempo en que parían las ovejas. Para asegurarse una buena ruta, los criadores de corderos tomaban un manojo de hisopo y lo untaban en la sangre de un carnero o de un cabrito utilizado para la inmolación y pintaban con él el dintel y los postes de sus tiendas, con objeto de alejar a los malos espíritus personificados en la figura del
Exterminador (máshít). La ausencia de toda mención de un santuario, el hecho de que la víctima tuviera que ser asada y aderezada con hierbas del desierto y los panes tuvieran que estar amasados sin levadura, la referencia a la vestimenta de los pastores y la celebración nocturna a la luz de la luna, todos estos detalles revelan el origen nómada de la fiesta.
¿Qué relación tiene la Pascua con la salida de Egipto? Escuchemos a R. de Vaux: «En una determinada primavera, en el momento en que se celebraba la fiesta por la prosperidad del rebaño antes de la salida hacia los pastos de verano, con ocasión de una plaga que asoló Egipto, los israelitas salieron de Egipto, dirigidos por Moisés en nombre de su Dios Yahvé». ¿Podemos decir algo con relación a esta plaga? Se trata probablemente de una epidemia; pero hay que observar que, como el libro del É x o d o establece una relación entre la celebración de la Pascua y la décima plaga, hay que tener en cuenta la hipótesis de los dos éxodos. En efecto, la tradición relaciona esta plaga con el éxodo de expulsión. Nos encontramos, pues, ante una compleja mezcla de tradiciones diversas. Sea como fuere, una vez establecidos en Palestina, los hebreos han unificado definitivamente la celebración de la Pascua con el acontecimiento del Éxodo: la fiesta se convertía en un memorial, en una institución perpetua.
Salmo 115
El salmo 115 es un salmo de acción de gracias. Los versículos que se cantan hablan de la voluntad del salmista de ofrecer un sacrificio de alabanza; se expresa así el agradecimiento de los judíos, que rememoran las intervenciones de Yahvé en su favor.
Mateo 12, 1-8.
«Mi yugo es llevadero y mi carga ligera». Las controversias entre Jesús y sus adversarios se centran a menudo en la interpretación de la Ley. Los fariseos habían reducido la práctica del sábado a una casuística sobre lo permitido y lo prohibido; era tanto como desconocer la realidad profunda de la práctica del descanso sabático: una irrupción de lo «sagrado en el tiempo» (A.J. Heschel).
«¿Cual es el ayuno que prefiero?» había preguntado Yahvé al profeta Isaías. La verdadera penitencia consiste en hacer caer las cadenas injustas y en romper los yugos. El sacrificio, el culto que es agradable al Señor, consiste en dedicar una atención constante al prójimo, sobre todo al pequeño, al humilde. Más que aplastarlo con cargas pesadas, hay que dar
pruebas hacia él de benevolencia y de misericordia.
Pero, en presencia de los fariseos, Jesús se sitúa en el terreno de la discusión rabínica. Invoca en primer lugar el ejemplo de David; luego recuerda otro precedente, admitido por los rabinos: la obligación de la observancia del sábado cede ante las exigencias del culto. Como quien no quiere la cosa, Jesús afirma así su superioridad sobre David y sobre el Templo. El es señor del sábado. El Hijo del hombre es el verdadero señor del sábado.
Dios se ha adelantado para decir su nombre. Ha sonado la hora de la liberación, la hora del paso de la tierra de la esclavitud a la ruta de la promesa, la hora de la Pascua. Ultima comida, en la que el Señor marca con ritos externos el sentido mismo del camino que va a abrir a su pueblo. Noche extraordinaria ligada a las noches de las fundaciones: la de la creación, la del sacrificio de Isaac y la obediencia de Abraham, la del advenimiento del Mesías. De siglo en siglo, un niño preguntará: «¿En qué se distingue esta noche de todas las demás?» y, de generación en generación, un pueblo responderá en la comida dePascua: «¡Dios ha decidido ocuparse de nosotros!». Comida de la intervención de Dios en favor de los hombres que están sometidos a la esclavitud. Marcados con el sello de la sangre derramada por su salvación, los maltratados serán rescatados, los opresores serán derribados. Llegará un día en que el Cordero de Dios, el Inmaculado, derramará su propia sangre por la salvación de la humanidad. Ese día, Dios dará testimonio de sangre y su propia Pascua como alimento.
Comida del Éxodo: «Habéis de comerlo así: ceñidos los lomos, calzados los pies y el báculo en la mano». La comida será rápida, de prisa. No hay Pascua más que para aquellos que se levanten y tomen el camino del desierto. No hay travesía sin sacrificio. Hay que dejar todo para recibir todo. La Pascua es una llamada, una fiesta de peregrinación. Es una «travesía» que hay que hacer. Extranjeros en nuestra condición de hombres libres, nos descubrimos alienados y nos apresuramos a levantarnos para conquistar y recibir nuestra libertad.
Comida de la Alianza. «Ese día será para vosotros una institución perpetua, un memorial»: Dios firma un pacto de sangre. «La sangre será para vosotros un signo». Llegará la hora en que la copa pasará de mano en mano como signo de la nueva Alianza. Dios grabará en signos de sacrificio el Amor que llega hasta el fin y que transformará el pan y el vino en signos de su Amor sin vuelta. El paso esencial es el del amor.
Noche de Pascua. Dios ha cambiado el curso de la historia: un pueblo nace, llamado por la Promesa. ¿En qué se diferencia esta noche de las demás sino porque, en el transcurso de los siglos, realiza para los hombres la gran travesía? De una tierra en la que eran extranjeros, pasan a una tierra en la que cada uno de ellos es prójimo del otro, en la que Dios mismo se ha hecho, en verdad, Dios-para-nosotros.
Cuando se realizaba la inmolación de los corderos de Pascua, tu Hijo se entregaba incondicionalmente.
¡Por el cuerpo y la sangre del Cordero,
ten piedad de nosotros!
Víctima sin tacha ni defecto, derrama su sangre por la humanidad.
¡Por el cuerpo y la sangre del Cordero,
ten piedad de nosotros!
El que coma su carne heredará la vida para siempre.
¡Por el cuerpo y la sangre del Cordero, ten piedad de nosotros!
Biblia Nácar-Colunga Comentada: Revelación.
Con ocasión de una cuestión sabática, 12:1-8 (Mc 2:23-33; Lc 6:1-5).
Cristo y sus discípulos atravesaban un sembrado. Era sábado. Los discípulos comenzaron a arrancar algunas espigas, “desgranándolas con las manos” (Lc). Mateo advertirá que “tenían hambre.” No había falta en ello, pues la misma Ley judía decía: “Si entras en la mies de tu prójimo, podrás coger algunas espigas con la mano, pero no meter la hoz en la mies de tu prójimo” (Dt 23:25).
Los fariseos les dicen a los discípulos que están haciendo lo que no es lícito hacer en sábado. Es históricamente extraña esta presencia espiatoria de fariseos en sábado quebrantando probablemente el “camino del sábado.” Puede haber artificio dramático, que es reflejo de las polémicas del fariseísmo contra el cristianismo mateano que actualiza esta historia de Cristo. La legislación rabínica tenía 39 formas de trabajos prohibidos en sábado. En el siglo II d.C. se había aumentado y complicado hasta el exceso, con una reglamentación minuciosa, todo este ritual prohibitivo. En tiempo de Cristo, estas 39 prohibiciones primeras estaban en todo su rigor. Entre ellas estaban las siguientes: 3ª. recoger (la mies); 4ª. atar las gavillas. Estos fariseos escrupulosos equipararon el arrancar espigas a la tercera prohibición, y el frotarlas, a la cuarta. Lo que únicamente prohibía expresamente la Ley era esto: “Seis días trabajarás, el séptimo descansarás; no ararás ni recolectarás” (Ex 34:21). Todo lo demás era casuística del rabinismo.
Cristo les da una doble respuesta: 1) el reposo sabático legítimo tiene excepciones; 2) El es el “dueño” y señor del sábado; por eso puede obrar como le plazca.
El precepto del reposo sabático tiene excepciones.
El precepto del reposo sabático era estricto y de institución divina. Pero tenía excepciones. Y Cristo les cita primero un caso de David, que era el prototipo del rey perfecto. Perseguido por Saúl, huyó con su escolta a Nob, donde estaba el Tabernáculo. No tenían qué comer y pidió al sacerdote Ajimélek que los socorriera. Mas no teniendo nada, les dio “pan del Santo,” pues no había más que “panes de la proposición” (1 Sam 21:1-9), que sólo podían consumir los sacerdotes (Lev 24:9). Si esto estaba prohibido por la Ley y fue hecho por un sacerdote al que no pareció ir contra el espíritu de la Ley, y por David, modelo de perfección, es que fue una acción lícita; la ley natural estaba antes que la positiva. Cristo les desautoriza, incluso desde otro punto de vista, ya que ellos daban más valor a sus tradiciones y legislaciones que a la misma Ley. Mateo añade otra razón de Cristo. Si fuese tan estricto tal precepto, tampoco podría ministrarse en el santuario en sábado. Sin embargo, la Ley preceptuaba los sacrificios y su preparación en este día (Núm 28:9-10; Lev 24:8). En la Mishna se lee frecuentemente: “El culto del templo quita el descanso sabático”. La misma “circuncisión,” según los rabinos, se debía practicar incluso en sábado (Jn 7:23). Y, sin embargo, de todo aquel trabajo cultual “no son culpables.” Por lo que se concluye que no sólo hay excepciones lícitas, sino que El mismo puede dispensarlo, porque “el Hijo del hombre es Señor del sábado” (v.8). Como el reposo sabático es de institución divina (Gen 2:2-3), proclamarse “señor del sábado” es proclamarse dueño de su institución. Moisés sólo fue un ministro que legisló en nombre de Dios. Si Dios es el “dueño” del sábado y Cristo es el “Señor” del sábado, Cristo se está proclamando Dios. Puesto que inmediatamente Cristo se va a presentar superior al templo, ¿acaso quiere también insinuar aquí que los discípulos que están a su servicio — del templo de Dios (Jn 2:19-21) — están exentos de esta obligación?
¿Cristo pudo decir esta frase tan al principio de su vida? Pero aparece ya perdonando pecados y dispensando del reposo sabático. La frase aparece en Mt, Mc (2:28) y Lc (6:5). Podrían ser unos contextos prolépticos, como tantas veces sucede. Sería lo lógico. Por eso, aparte que pudiese ser una deducción de evidencia hecha por un “redactor” (H.A. Guy), no habría inconveniente de que sea del mismo Cristo, ya que incluso puede estar “adelantada” (Dibelius) aquí, pues en Mc-Lc tiene situación literaria distinta.
Se alega (Bonnard) si μείζον no podría referirse a una simple declaración mesiánica, dejando entender con ello, conforme a la escatología judía, que el Mesías era “señor” o “restaurador” del templo. Después de la profanación del mismo por Antíoco IV Epifanes (167 a.C.) y después por Pompeyo (63 a.C.), se esperaba un rey ”purificador” del mismo (Salmos de Salomón 17:33), y hasta se esperaba una grandiosa restauración material del templo en los días mesiánicos. Pero la declaración de Cristo no va en la línea de tener un cierto dominio sobre el templo, sino que él es “superior al templo”; y junto a esto está la sentencia de que él “es Señor del sábado,” para ellos de institución divina.
Cristo se presenta como superior al templo.
Sólo Mateo refiere estas palabras de Cristo, lógicas después que ha estado hablando de los sacerdotes que ministran en el templo: “Yo os digo que lo que hay aquí es mayor que el templo.” Esta forma “mayor” (μείζον), aunque es neutra, se refiere a Cristo, como se ve claramente en los versículos 41 y 42: el “más grande” es neutro también y se refiere directamente a Cristo para indicar su grandeza sobre Jonas y Salomón. Igualmente la fórmula de Lucas (11:31-32), con cuyo pasaje tiene éste un paralelo conceptual-literario.
Es grande el valor dogmático de estas palabras de Cristo. Él es mayor que el templo, que tenía la máxima dignidad por ser la casa donde habitaba Dios. Superior al templo de Israel no había más que Dios. Cristo, por tanto, se proclama Dios. Poco después se proclama también mayor que Salomón (reyes) y Jonas (profetas). Así va mostrando gradualmente la grandeza de su dignidad.
Y como para resumir su pensamiento sobre la cuestión del descanso sabático, Cristo cita unas palabras de Oseas (6:6): “Amo la misericordia y no el sacrificio.” Prefiere los sentimientos de un corazón sincero a la práctica externa y ritualista de la Ley. Si vosotros — los fariseos — hubieseis comprendido estas palabras, “no hubieseis condenado a los inocentes,” a los apóstoles, ya que aquí “misericordia,” como en Mt 9:13, debe de tener el sentido de “benignidad,” y, a imitación de Dios, benigno, misericordioso, debió ser juzgada esa acción.
W. Trilling, El Nuevo Testamento y su Mensaje (Mt)
Herder (1980), Tomo I, pp. 262-265.
Los discípulos arrancan espigas (12,1-8).
1 En aquella ocasión, atravesó Jesús, en un día de sábado, por un campo de mieses; sus discípulos sintieron hambre y se pusieron a arrancar espigas y a comérselas. 2 Los fariseos, al verlo, le dijeron: Oye, tus discípulos hacen lo que no está permitido hacer en sábado. 3 Pero él les contestó: ¿No habéis leído lo que hizo David, cuando sintió hambre él y los suyos: 4 que entró en la casa de Dios y comió los panes ofrecidos a Dios, a pesar de que ni a él ni a sus compañeros les era lícito comerlos, sino sólo a los sacerdotes?
Jesús da a los adversarios nuevo motivo para sus acusaciones. Un día de sábado los discípulos, caminando, para saciar su hambre, cogen espigas del campo y comen los granos, lo cual estaba expresamente permitido en la ley y sancionado por el derecho consuetudinario; no se consideraba como hurto. «Si entras en el sembrado de tu amigo, podrás cortar espigas y desgranarlas con la mano, mas no echar en ellas la hoz» (Dt 23,25). Los fariseos sólo inculpaban a Jesús de que lo consintiese y no lo impidiese en día de sábado. Según su estricta interpretación incluso actividades insignificantes quedaban afectadas por el precepto del reposo sabático. Sólo se podía correr un trayecto determinado, hacer los trabajos necesarios para la vida. El arranque y trituración de los granos ya eran considerados como trabajo prohibido.
Jesús se defiende en un discurso, en que procede escalonadamente, argumento tras argumento. Hay cuatro pensamientos independientes, que primero deben mostrar que Jesús está en su derecho y no quebranta el precepto divino. Las tres primeras razones también tienen que convencer a un judío, ya que están tomadas de la Escritura. Pero la última y también decisiva prueba contra los fariseos ya supone la fe en el poder de Jesús: Porque el Hijo del hombre es señor del sábado. De una forma parecida como antes en la cuestión del ayuno aquí Jesús habla de su misión única. En las bodas mesiánicas no hay motivo para ayunar, ni tan sólo el sábado. La interpretación del precepto sabático y la manera de observarlo están sometidas a Jesús, como Señor.
Apoyándose en estas palabras los antiguos cristianos pudieron atreverse a celebrar la fiesta del sábado a su manera, y finalmente incluso a sustituirla con la celebración del primer día de la semana. Esta sustitución se funda en el poder del Señor, que fue transferido a los apóstoles.
En la Escritura hay ejemplos, en los cuales se quebrantó el sábado. El primer ejemplo versa sobre David, el rey ejemplar, a cuya manera de proceder se podía apelar. Cuando David huía de Saúl, hizo que el sacerdote Aquimelec le diera los panes santos ofrecidos a Dios, que se guardaban en la tienda santa de Nob (1 Sam 21,1-7). Estos panes sólo los podían comer los sacerdotes. David no hizo caso de esta disposición, porque el mandamiento del culto no lo consideraba tan importante como la obligación de sustentar la vida. Las prescripciones sabáticas para Jesús tienen la categoría de esta disposición sobre los panes ofrecidos a Dios. Lo que hizo David, no sucedió un día de sábado. La comparación se basa en la infracción de lo que disponía la ley; en un caso extraordinario puede contravenirse un precepto de esta naturaleza.
5 ¿O no habéis leído en la ley que, en los sábados, los sacerdotes quebrantan, en el templo, el reposo del sábado, sin pecar por ello? 6 Pues bien, yo os digo que aquí hay uno más grande que el templo.
Todavía es más fuerte el segundo ejemplo. Los sacerdotes que prestan sus servicios en el templo, hacen el sábado diversos trabajos corporales en los preparativos e inmolación de las víctimas, en la colecta de los dones y en la purificación de las vasijas. Todo eso no sólo está permitido por excepción, sino que está mandado expresamente en la ley. Los sacerdotes lo hacen y no incurren
en ninguna culpa. ¡Cuánto más tiene que estar ahora en vigor esta libertad, ya que aquí hay uno más grande que el templo! Es una frase vigorosa. Israel no conoce ningún santuario mayor que el templo, que garantiza la presencia de Dios. Unas palabras contra la santidad del templo desempeñan un papel importante en el proceso incoado contra Jesús (26,61; cf. Act 7,47-50). En el templo sola-mente está garantizada la proximidad de Dios. Pero en Jesús Dios está presente de una forma visible. Mora con nosotros. Dios se ha hecho hombre. Esta dignidad es inmensamente mayor que la dignidad de la casa construida de piedra y madera.
7 Si hubierais comprendido qué significa: Misericordia quiero y no sacrificio, no habríais condenado a estos inocentes. 8 Porque el Hijo del hombre es señor del sábado.
El tercer argumento ya lo hemos encontrado antes: son las palabras del profeta Oseas: Misericordia quiero y no sacrificio (9,13). Jesús hace valer de nuevo el adecuado orden de valores, como hicieron infatigablemente los profetas anteriores a él. Dios quiere el corazón, la obediencia y la confianza, la bondad y la verdadera justicia. Si el hombre los ofrece, también son agradables a Dios los sacrificios. Pero nunca podemos exonerarnos de la misericordia observando escrupulosamente las prescripciones rituales, cumpliendo de una forma minuciosa las disposiciones del culto divino. Si sólo se da a Dios una cosa sin la otra, nos desviamos de su voluntad. Las
pruebas de Jesús conducen mucho más allá de lo que era motivo de la queja. Se trata de la adecuada comprensión de la ley de Dios y especialmente de sus prescripciones del culto. Jesús no dice que se hayan suprimido las leyes del sábado, pero son interpretadas de un modo nuevo. Hay obligaciones que están en un nivel superior y que son intimadas por Dios con más insistencia. Sobre todo se ha producido una nueva situación desde que se presentó Jesús. En él hay uno más grande que el templo y su culto. Es la aurora de un nuevo tiempo, en el que los verdaderos adoradores de Dios no le adorarán en el templo, sino «en espíritu y en verdad» (Jn 4,23).
También para nosotros sigue siendo válido el orden de valores establecido por Jesús: primero la obediencia y la misericordia, luego el cumplimiento de las prescripciones del culto. El culto divino en la nueva alianza tiene una dignidad incomparable, ya que es ofrecido por el sumo sacerdote Jesucristo, pero en todas partes está al acecho el peligro de la angostura legal y de la proliferación de ritos y prescripciones sobre el servicio viviente del corazón.
G. Zevini, Lectio Divina (Mateo): Las controversias sobre el sábado
Verbo Divino (2008), pp. 188-189.
La Palabra se ilumina
Los episodios narrados en esta pagina del evangelio parecen ejemplificar el contraste entre el yugo pesado de la ley y el suave y ligero propuesto por Jesus en los versículos precedentes (vv. 28-30). El deseo de una observancia rigurosa había inducido a los fariseos a elaborar una casuística detallada de los trabajos permitidos o prohibidos en el día consagrado a Dios. La libertad de Jesus al respecto es desconcertante y escandalosa para sus estrechos horizontes. En efecto, espigar para alimentarse estaba permitido, pero en el día del sábado esa acción estaba asimilada al trabajo de la trilla. De ahí la observación de los fariseos, a quienes Jesus les responde ofreciéndoles tres indicios para comprender el misterio de su persona. En primer lugar, les recuerda como David, el antepasado del Mesías, en un caso de necesidad análoga, fue incluso mas allá de las prescripciones legales del culto. A continuación, recuerda el ejemplo de los sacerdotes que, por las exigencias de su servicio en el templo, podían infringir el descanso sabático; Jesus deja intuir al respecto que el es el verdadero lugar de la presencia de Dios, el que habría de sustituir el templo en el tiempo escatológico (cf. Jn 4,21; Ap 21,22).
Por último, tras una invitación a reconocer que el significado profundo del culto se encuentra en la misericordia, Jesus se identifica de manera implícita con el Hijo del hombre, Juez de la historia y, en consecuencia, Señor del sábado. La respuesta de Jesús resulta inquietante para los fariseos, que poco después volverán a plantear la cuestión «para acusarle».
La Palabra me ilumina
La mentalidad legalista de los fariseos puede hacernos sonreír: en ocasiones se presenta tan estrecha que resulta grotesca. Con todo, no debemos considerarla extraña a nosotros o como un fenómeno circunscrito a ciertas épocas y ambientes: su raíz se propaga hasta nosotros y a nuestro tiempo. La novedad de Jesus manifiesta la novedad misma de Dios, irreductible a los esquemas humanos. En efecto, el que cree siente constantemente la tentación de sustituir la fe -adhesión de todo el ser al Dios vivo- con la «religiosidad», entendida como un sistema de normas, creencias y practicas que ligan el hombre a Dios. Sin embargo, el que afirma que no cree se forma también su propio sistema de opiniones, preceptos y comportamientos tranquilizadores, rigurosamente intangibles incluso cuando se elaboran para legitimar la transgresividad.
Jesús reconduce a todos -creyentes, agnósticos o ateos- a la norma de vida fundamental: hacer el bien, poner a la persona del otro, con sus necesidades concretas, en el centro de nuestros propios intereses. Si esto vale para todos, mucho más debe valer para los cristianos, que realizan de este modo el verdadero culto a Dios, el sacrificio auténtico de ellos mismos a través del ejercicio de la misericordia. Jesús no permite que nos atrincheremos detrás del cumplimiento formal de nuestras obligaciones religiosas, probablemente juzgando mal a quienes no hacen lo mismo. Jesús nos invita, una vez más, al amor auténtico a Dios, un Dios que nos remite siempre al verdadero bien de nuestro prójimo. Él nos quiere como cooperadores suyos en esta «práctica de piedad» fundamental. Toda expresión de religiosidad que no esté animada por este amor no es, en verdad, más que «puro precepto humano, simple rutina» (Is 29,13), que atrofia irremediablemente no sólo la mano, sino el corazón de quien lo practica. Que el Señor nos encuentre siempre abiertos a la novedad de su amor en las circunstancias ordinarias de nuestra vida.
La Palabra en el corazón de los Padres
La observancia del sábado traía a los hombres muchas y grandes ventajas. Por ejemplo, enseñaba a los judíos a ser más mansos y benévolos con sus familiares y compatriotas; les hacía conocer la providencia de Dios y sus obras; educaba gradualmente a los hombres para que se aplicaran a las cosas del espíritu… ¿Entonces Cristo -me diréis- viene a abolir todas estas ventajas? Al contrario, bien lejos de abolirlas, Jesús amplía enormemente su alcance.
Ha llegado, de hecho, el tiempo de enseñar a los hombres toda la verdad del modo más sublime y más elevado. Ya no hay necesidad de que antiguas disposiciones aten las manos al hombre, que, liberado del mal, vuela ahora hacia todos los bienes. Ya no es necesario un día especial para aprender que Dios ha creado todas las cosas, ni para volvernos más dóciles y humanos, dado que ahora todos estamos llamados a imitar el amor mismo de Dios por los hombres. «Sed misericordiosos como es misericordioso vuestro Padre celestial», dice Jesús (Lc 6,36). «Celebremos, pues, la fiesta -dice Pablo- no con levadura vieja, ni con levadura de maldad, sino con ázimos de pureza y de verdad» (1 Cor 5,8).
Vivamos, pues, también nosotros incesantemente en fiesta y no cometamos pecado alguno: ésta es la verdadera fiesta. Intensifiquemos nuestra vida espiritual, practiquemos el descanso espiritual absteniendo nuestras manos de la avaricia y liberando nuestro cuerpo de fatigas inútiles e insensatas. Os digo que si nos volvemos verdaderamente sabios y vigilantes, estas cosas tampoco nos resultarán difíciles. Vosotros, en cambio, continuad sintiendo temor de la media medida. Os exhortamos a dar a los pobres una parte de lo que poseéis, pues otros se han despojado de todo lo que tenían. Os amonestamos para que no seáis envidiosos, pues otros han llegado a dar la vida por amor a los hermanos. Os conjuramos a perdonar a los que os injurian y a no airaros contra el que os ofende, pues otros, cuando son golpeados, presentan la otra mejilla. ¿Que podremos decir un día a Dios…? ¿Quien es feliz y tiene buenas esperanzas: el que roba o el que es misericordioso? Reflexionemos y preparémonos con todo empeño y fervor para estas nobles batallas: nos cansaremos y sufriremos durante breve tiempo, pero al final conquistaremos coronas que no se marchitan y duran eternamente. Quiera Dios que todos nosotros podamos obtenerlas por la gracia y el amor de nuestro Señor Jesucristo. A el sean la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amen (San Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de san Mateo, 39,3s, passim).
Salvador Carrillo Alday, El evangelio según san Mateo
Verbo Divino (2010), pp. 169-171
Las espigas arrancadas en sábado (12,1-8; Mc 2,23-28; Lc 6,1-5)
Primera controversia a propósito del sábado (cf. 12,9-14; Lc 13,10-17; 14,1-6; Jn 5,1-18; 7,19-24). Los discípulos pasan por un sembrado y arrancan espigas para comerlas. Los fariseos no acusan a los discípulos de latrocinio ni les censuran que coman, sino que realicen un trabajo prohibido en sábado (Dt 23,25-26). Arrancar espigas era semejante a segar (Éx 34,21). Jesús defiende a sus discípulos argumentando a partir de dos casos de la historia bíblica: el de David y sus compañeros guerreros, que tomaron y comieron los panes de la Presencia porque tenían hambre (1 Sm 21,1-6), y más explícitamente el de los sacerdotes que tenían que realizar un trabajo mayor en el Templo el día de sábado (Nm 28,9-10). Jesús, respetando en lo esencial la Ley bíblica del sábado, se oponía a la multiplicación de leyes adicionales urgidas por los rabinos fariseos, que declaraban las obras prohibidas en sábado.
Citando al profeta Oseas (6,6), Jesús enseña que ni siquiera una institución divina como la del descanso sabático tiene un valor absoluto, sino que debe subordinarse a la práctica de la caridad.
La frase “aquí hay algo mayor que el Templo” es importante. En el Templo de Jerusalén estaba presente Dios, y el signo sensible de su Presencia era el Arca de la Alianza. En Jesús, en cambio, hay una presencia de Dios-Padre, que es del todo singular y única (11,27).
“El Hijo del hombre es señor del sábado”. Además, Jesús tiene también autoridad para interpretar la Ley de Moisés porque es el Hijo del hombre, jefe del Reino mesiánico, encargado de establecer su nueva economía, superior a la antigua, centrada en el Templo de Jerusalén.