Mt 11, 20-24 — El Misterio del Reino: Lamentación sobre la generación presente
/ 15 julio, 2015 / San MateoTexto Bíblico
20 Entonces se puso Jesús a recriminar a las ciudades donde había hecho la mayor parte de sus milagros, porque no se habían convertido: 21 «¡Ay de ti, Corozaín, ay de ti, Betsaida! Si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido, cubiertas de sayal y ceniza. 22 Pues os digo que el día del juicio les será más llevadero a Tiro y a Sidón que a vosotras. 23 Y tú, Cafarnaún, ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al abismo. Porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que en ti, habría durado hasta hoy. 24 Pues os digo que el día del juicio le será más llevadero a Sodoma que a ti».
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Catequesis: Dichoso el que hoy escucha a Cristo
«Vieron milagros y no se convirtieron» (cf. Mt 11,20)Catequesis n. 29, 435-437 y 44s
Hermanos y padres: hay muchos que dicen: «Si hubiéramos vivido en los días de los apóstoles y, como ellos, se nos hubiera hecho dignos de contemplar a Cristo, también nosotros habríamos sido santos como ellos». Pero esos tales no saben que el es aquel que, entonces como ahora, habla en todo el mundo. Tal vez alguien diga: «No es lo mismo haberlo visto entonces en cuerpo y oír ahora sólo sus palabras y recibir una enseñanza sobre él y sobre su Reino». También yo digo que no es en absoluto lo mismo ahora y entonces, pero añado que el estado actual es mucho mejor y nos conduce con más facilidad a una fe y a una certeza mayores. En efecto, entonces aparecía como un hombre de nada; frecuentaba a publicanos y pecadores y comía con ellos, y también la gente más sencilla decía de él con desprecio: «¿Acaso no es éste el hijo de María y de José, el carpintero?».
En aquel cuerpo humano en el que Dios se daba a ver enteramente como hombre, exento de cualquier cualidad de más respecto a los otros hombres, sometido a la necesidad de comer, beber, dormir, sudando, cansándose y, excepto en el pecado, realizando todas las acciones humanas, en aquel cuerpo no era cosa de poca monta reconocerle así y creerle Dios, el Dios que ha hecho el cielo y la tierra y todo lo que hay en ellos. De modo que quien le escucha ahora proclamar cada día, mediante los santos evangelios, la voluntad de su Padre y no le obedece con temor y temblor, tampoco entonces habría aceptado creer de ninguna manera.
Y también es de temer que, en medio de una incredulidad total, habrían blasfemado de él como antidios antes que considerarle como el Dios verdadero. Dichoso, en cambio, el que escucha las santas palabras y no se limita a gemir retrasándolo día a día y dejando discurrir inútilmente el tiempo de su vida, sino que, en cuanto ha oído al Señor, de inmediato empieza a obrar. Éste obtendrá misericordia, como siervo obediente y agradecido; se volverá desde ahora artífice probado de todas las virtudes y será colmado en el siglo futuro con todas las delicias de los bienes inefables de Dios: ojalá podamos todos nosotros obtenerlos por la gracia de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Catecismo de la Iglesia Católica
Catecismo de la Iglesia Católica: «Para juzgar a vivos y muertos»
«Pues os digo que el día del juicio le será más llevadero a Sodoma que a ti» (Mt 11,24)nn. 678-679
Siguiendo a los profetas (cf. Dn 7, 10; Jl 3, 4; Ml 3,19) y a Juan Bautista (cf. Mt 3, 7-12), Jesús anunció en su predicación el Juicio del último Día. Entonces, se pondrán a la luz la conducta de cada uno (cf. Mc 12, 38-40) y el secreto de los corazones (cf. Lc 12, 1-3; Jn 3, 20-21; Rm 2, 16; 1 Co 4, 5). Entonces será condenada la incredulidad culpable que ha tenido en nada la gracia ofrecida por Dios (cf Mt 11, 20-24; 12, 41-42). La actitud con respecto al prójimo revelará la acogida o el rechazo de la gracia y del amor divino (cf. Mt 5, 22; 7, 1-5). Jesús dirá en el último día: «Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 40).
Cristo es Señor de la vida eterna. El pleno derecho de juzgar definitivamente las obras y los corazones de los hombres pertenece a Cristo como Redentor del mundo. «Adquirió» este derecho por su Cruz. El Padre también ha entregado «todo juicio al Hijo» (Jn 5, 22; cf. Jn 5, 27; Mt 25, 31; Hch 10, 42; 17, 31; 2 Tm 4, 1). Pues bien, el Hijo no ha venido para juzgar sino para salvar (cf. Jn 3,17) y para dar la vida que hay en él (cf. Jn 5, 26). Es por el rechazo de la gracia en esta vida por lo que cada uno se juzga ya a sí mismo (cf. Jn 3, 18; 12, 48); es retribuido según sus obras (cf. 1 Co 3, 12- 15) y puede incluso condenarse eternamente al rechazar el Espíritu de amor (cf. Mt 12, 32; Hb 6, 4-6; 10, 26-31).
Catecismo de la Iglesia Católica: Conversión y penitencia interior
«... ciudades donde había hecho la mayor parte de sus milagros, porque no se habían convertido» (Mt 11,20)nn. 1427-1433
Jesús llama a la conversión. Esta llamada es una parte esencial del anuncio del Reino: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva» (Mc 1,15). En la predicación de la Iglesia, esta llamada se dirige primeramente a los que no conocen todavía a Cristo y su Evangelio. Así, el Bautismo es el lugar principal de la conversión primera y fundamental. Por la fe en la Buena Nueva y por el Bautismo (cf. Hch 2,38) se renuncia al mal y se alcanza la salvación, es decir, la remisión de todos los pecados y el don de la vida nueva.
Ahora bien, la llamada de Cristo a la conversión sigue resonando en la vida de los cristianos. Esta segunda conversión es una tarea ininterrumpida para toda la Iglesia que «recibe en su propio seno a los pecadores» y que siendo «santa al mismo tiempo que necesitada de purificación constante, busca sin cesar la penitencia y la renovación» (LG 8). Este esfuerzo de conversión no es sólo una obra humana. Es el movimiento del «corazón contrito» (Sal 51,19), atraído y movido por la gracia (cf Jn 6,44; 12,32) a responder al amor misericordioso de Dios que nos ha amado primero (cf 1 Jn 4,10).
De ello da testimonio la conversión de san Pedro tras la triple negación de su Maestro. La mirada de infinita misericordia de Jesús provoca las lágrimas del arrepentimiento (Lc 22,61) y, tras la resurrección del Señor, la triple afirmación de su amor hacia él (cf Jn 21,15-17). La segunda conversión tiene también una dimensión comunitaria. Esto aparece en la llamada del Señor a toda la Iglesia: «¡Arrepiéntete!» (Ap 2,5.16).
San Ambrosio dice acerca de las dos conversiones que, «en la Iglesia, existen el agua y las lágrimas: el agua del Bautismo y las lágrimas de la Penitencia» (Epistula extra collectionem 1 [41], 12).
Como ya en los profetas, la llamada de Jesús a la conversión y a la penitencia no mira, en primer lugar, a las obras exteriores «el saco y la ceniza», los ayunos y las mortificaciones, sino a la conversión del corazón, la penitencia interior. Sin ella, las obras de penitencia permanecen estériles y engañosas; por el contrario, la conversión interior impulsa a la expresión de esta actitud por medio de signos visibles, gestos y obras de penitencia (cf Jl 2,12-13; Is 1,16-17; Mt 6,1-6. 16-18).
La penitencia interior es una reorientación radical de toda la vida, un retorno, una conversión a Dios con todo nuestro corazón, una ruptura con el pecado, una aversión del mal, con repugnancia hacia las malas acciones que hemos cometido. Al mismo tiempo, comprende el deseo y la resolución de cambiar de vida con la esperanza de la misericordia divina y la confianza en la ayuda de su gracia. Esta conversión del corazón va acompañada de dolor y tristeza saludables que los Padres llamaron animi cruciatus (aflicción del espíritu), compunctio cordis (arrepentimiento del corazón) (cf Concilio de Trento: DS 1676-1678; 1705; Catecismo Romano, 2, 5, 4).
El corazón del hombre es torpe y endurecido. Es preciso que Dios dé al hombre un corazón nuevo (cf Ez 36,26-27). La conversión es primeramente una obra de la gracia de Dios que hace volver a Él nuestros corazones: «Conviértenos, Señor, y nos convertiremos» (Lm 5,21). Dios es quien nos da la fuerza para comenzar de nuevo. Al descubrir la grandeza del amor de Dios, nuestro corazón se estremece ante el horror y el peso del pecado y comienza a temer ofender a Dios por el pecado y verse separado de él. El corazón humano se convierte mirando al que nuestros pecados traspasaron (cf Jn 19,37; Za 12,10).
«Tengamos los ojos fijos en la sangre de Cristo y comprendamos cuán preciosa es a su Padre, porque, habiendo sido derramada para nuestra salvación, ha conseguido para el mundo entero la gracia del arrepentimiento» (San Clemente Romano, Epistula ad Corinthios 7, 4).
Después de Pascua, el Espíritu Santo «convence al mundo en lo referente al pecado» (Jn 16, 8-9), a saber, que el mundo no ha creído en el que el Padre ha enviado. Pero este mismo Espíritu, que desvela el pecado, es el Consolador (cf Jn 15,26) que da al corazón del hombre la gracia del arrepentimiento y de la conversión (cf Hch 2,36-38; Juan Pablo II, Dominum et vivificantem, 27-48).
Un Camino Simple: La negligencia en el amar conduce al mal
«¡Ay de ti, Corozaín, ay de ti, Betsaida!» (Mt 11,21)p. 51
CCL
Todos somos capaces de hacer el bien y hacer el mal. No hemos nacido como personas malvadas. Todo el mundo tiene en sí algo bueno. Unos esconden el bien, otros no le hacen caso, pero la bondad está en todos. Dios nos ha creado para amar y para ser amados. Dios nos envía una especie de test para escoger uno u otro camino. La negligencia en el amar nos puede conducir a decir «sí» a la maldad sin darnos cuenta hasta dónde nos puede llevar. Por suerte, tenemos el poder de superar todo por medio de la oración.
Si nos volvemos a Dios, irradiamos amor y alegría en torno nuestro, a todos los que conviven con nosotros. Del mismo modo, si hacemos el mal, extendemos alrededor nuestro el mal. Si estamos cerca de alguien que va por el camino del mal, hagamos todo lo posible para ayudarle y mostrarle que Dios se preocupa de él. Oremos intensamente para que redescubra la oración, que descubra a Dios dentro de si y en los demás. Todos hemos sido creados por la misma mano amorosa de Dios. El amor de Cristo es siempre más fuerte que el mal en el mundo. Debemos, pues, amar y ser amados. Es muy simple y no debería ser una lucha tan grande para llegar a ello.
Uso Litúrgico de este texto (Homilías)
por hacerpor hacer
Comentarios exegéticos
Autores Varios: Comentarios a la Biblia Litúrgica (NT): Llamada a la conversión
Paulinas-PPC-Regina-Verbo Divino (1990), pp. 1004-1005
La medida de la responsabilidad es el don que la hace posible. A mayor don, mayor responsabilidad. La pequeña historia recogida en esta sección es una ilustración práctica de estas afirmaciones. La actividad de Jesús en Galilea estuvo principalmente centrada en las ciudades en torno al mar de Genesaret. Corazaín, al norte del Tiberiades, tierra adentro, aparece mencionada únicamente aquí. Por el contrario se hace mención frecuente de Betsaida. Pero la ciudad de mayor permanencia de Jesús fue, sin duda, Cafarnaum. Mateo la llama «su ciudad» (9,1) y según Marcos Jesús tenia allí una casa (Mc 2,1). Diríamos que incluso el orden por el que aparecen en el relato evangélico tiene importancia: en el orden de menor a mayor actividad de Jesús en ellas: Corazaín, Betsaida, Cafarnaum. Ya hemos dicho que Corazaín es mencionada únicamente en este lugar y que Cafarnaum fue el lugar de mayor permanencia de Jesús durante su actividad galilea.
También el orden en el contrapunto es intencionado: Tiro y Sidón eran ciudades paganas que son mencionadas juntas como acreedoras de la ira divina (Is 23; Ara 1,9-10) y Sodoma había pasado a la historia bíblica como la ciudad pecadora por excelencia.
Teniendo en cuenta estos presupuestos, la lección del texto evangélico es clara: a mayor actividad de Jesús en cada una de aquellas ciudades, mayor responsabilidad. Fueron invitadas a la penitencia y no respondieron a la llamada. Serán, pues, juzgadas con mayor severidad que las ciudades mencionadas en el contrapunto de la comparación. Estas hubiesen respondido a la llamada a la conversión si hubiesen presenciado los milagros que Jesús realizó en aquéllas.
En nuestro texto se habla de los milagros de Jesús en forma genérica. No se especifica cuáles en concreto fueron hechos en las citadas ciudades. Mejor así. Porque esto nos lleva a una consideración, también genérica, de los milagros de Jesús. Son exponente de la acción del Espíritu, de la victoria sobre Satanás, de la misericordia de Dios, que invita siempre al extraviado a volver a la casa paterna. Obras que son predicación-palabra al mismo tiempo. Obras-palabra que impulsarían a la penitencia a las ciudades más impías. La responsabilidad mayor recae sobre Cafarnaum, por la razón que ya hemos apuntado: en Cafarnaum estuvo más tiempo presente, físicamente presente, el reino de los cielos, por la mayor permanencia de Jesús en ella. ¿Fue acaso esto mismo motivo de su orgullo? En todo caso es descrita con las palabras de Isaías (Is 14,13-15) refiriéndose a la ciudad de Babilonia. El mensaje de Jesús destruye toda clase de privilegios. Se sitúa en el terreno personal de llamada-respuesta. Es la respuesta personal a su palabra la que decide la pertenencia o exclusión de su Reino.
Bastin-Pinckers-Teheux, Dios cada día: Vino a su casa
Siguiendo el Leccionario Ferial (4). Semanas X-XXI T.O. Evangelio de Mateo.
Sal Terrae (1990), pp. 110-111
Éxodo 2, 1-15a.
También aquí el nudo del relato se deja adivinar fácilmente; está en la explicación del nombre de Moisés. En hebreo, Moisés se dice Moshé; qué cosa más simple, entonces, que relacionar este nombre con el verbo másha, «sacar», y sugerir que evoca no sólo la intervención de la hija del faraón sacando a Moisés de las aguas del río, sino sobre todo la de Dios. En efecto, la historia del niño sacado de las aguas es sin duda la del pueblo salvado del mar.
Pero, en realidad, Moisés deriva del egipcio mesu, que significa «proveniente de», «hijo de» y se encuentra, por ejemplo en un nombre como Ramsés (Ra-masés, hijo de Ra). El nombre de Moisés evoca, pues, su adopción por parte de la princesa egipcia, y orienta la investigación hacia otras historias de niños abandonados y recogidos, como la de Sargón en el siglo XXV antes de Cristo. El historiador sagrado ha querido poner al fundador del pueblo judío al mismo nivel que los grandes personajes de la historia.
Y finalmente, ¿de quién es hijo Moisés? Otros textos se han preocupado de proveerlo de un estado civil; pero, en resumidas cuentas, ¿no es preferible adoptar la explicación popular? Al igual que Noé en su arca, Moisés, en su cestilla, fue salvado por Dios; y ambos hombres hicieron nacer una humanidad nueva. Antes, Moisés tuvo que abandonar Egipto y llegar al desierto, a la tierra de Madián, al este del golfo de Aqaba; allí encontró al Dios de sus antepasados. Este exiliado es ya fiel reflejo de las aventuras del pueblo judío.
Salmo 68
Mientras que el relato del nacimiento de Moisés está enfocado de lleno sobre el porvenir, el salmo 68 es una queja individual, en la que el autor describe la precariedad de su situación y habla de su esperanza de poder dar gracias muy pronto.
Mateo 11, 20-24.
Las obras de Jesús dan testimonio del Reino que anunciaba, pero muchos hombres han puesto en duda su mensaje. Muchos —y sigue sucediendo en nuestros días— han rechazado al Dios revelado por Jesús. Corazaín, Betsaida y Cafarnaún, tres ciudades de la «primavera galilea», son también las tres ciudades del rechazo. Han recibido más que Tiro y Sidón, las ciudades paganas; y también han recibido un juicio más severo por parte de Jesús. Se hundirán hasta el infierno, como la orgulloso Babilonia (Is 14, 15). Graves palabras que manifiestan el gran sufrimiento de Dios ante la incredulidad del hombre.
¡Sálvame, Dios mío, pues las aguas me suben hasta la garganta!»
¡Larga queja que se entona en tierra de esclavitud! Entre tantos gritos de horror, el llanto de un niño… Cuando la desesperanza parece más fuerte que la vida, un recién nacido se hace luz, una luz que anuncia el final del túnel. Resplandor aún vacilante, que la maldad de los hombres podría apagar; pero Dios no permite que la muerte extienda su poder sin hacer brillar en alguna parte la esperanza de la primavera. El jovencito crecerá; aún no sabe que sobre sus hombros recaerá el porvenir de todo un pueblo.
La historia de Israel va a ser transformada cuando este hombre, que tiene la misma apariencia física que los egipcios opresores, se levante y se ponga en marcha seguido de sus hermanos. ¡Salida impresionante y de capital importancia! ¡En una atmósfera de polvo, sudor y lágrimas de sangre, Moisés vuelve a ser de nuevo Judío! Vuelve con los suyos, y esta vuelta constituye para todo un pueblo un acto de renacimiento. «Moisés fue testigo de la opresión en que estaban sus hermanos». Confrontado a la injusticia y a la opresión de un hombre de su misma sangre, siente en su propia carne la herida del otro; descubre a su «prójimo».
Y a la larga es este descubrimiento el que provoca el Éxodo… Dios podrá decir muy pronto: «¡He visto la miseria de mi pueblo!» ¡Salida impresionante que contiene el germen de la liberación futura!… «Vuelve con los suyos». El Hijo eterno dejará la compañía del Padre para ir con sus hermanos. Entre los gritos de horror, un recién nacido escapará de la masacre de los poderosos. Dios no dejará de acudir en favor de los oprimidos y de tomar partido en el combate de la vida. «Pero los suyos no lo recibieron»… «¿Quién te ha nombrado juez y parte entre nosotros?»… Jesús será rechazado entre los de su sangre, encerrado en la noche de un sepulcro, pero volverá; y ese día será el júbilo y la fiesta de la vida. Moisés volverá de Madián a reunirse con los suyos, y ese día comenzará la liberación del pueblo…
Sálvanos, Señor,
de tantos miedos como nos embargan.
¡Nuestros detractores son demasiado numerosos,
y los que nos esclavizan son demasiado fuertes!
Haz llegar hasta nosotros a nuestro liberador: ¡que asuma nuestra defensa
y que nos lleve al lugar donde mora tu paz!
Tu Hijo amado ha salido de ti
para venir a los suyos,
exiliados en tierra demasiado ingrata.
Ya que somos sus hermanos,
permítenos, Padre todopoderoso, arribar con El a la tierra de la libertad.
Biblia Nácar-Colunga Comentada: Revelación.
Se anuncia el castigo de varias ciudades, 11:20-24 (Lc 10:13-15).
Mt une este pasaje con el anterior por la incolora soldadura de “entonces.” Lc lo pone en otro contexto. Pero hay unión lógica, tan propia de Mt. Ante la actitud hostil de los fariseos, acabada de describir, yuxtapone otra actitud semejante de algunas ciudades en las que él predicó. Literariamente usa el estilo “ paralelístico” en la descripción doctrinal de las ciudades.
Cristo increpa a las ciudades — Corazaín, Betsaida, Cafarnaúm — porque en ellas había hecho muchos milagros, y, sin embargo, no se habían convertido a El. Todas están situadas en la ribera NO. del lago Tiberíades. Corozaín es, probablemente, el actual Khirbet Kerazeth, a cuatro kilómetros al norte de Tell Hum, con el que se identifica Cafarnaúm. Sólo se discute sobre la existencia de una o dos Betsaidas.
La doctrina que tantas veces había enseñado allí Jesús, rubricada con milagros, les hacía ver que El era el Mesías. Pero no respondieron a esta misión privilegiada que les dispensó; no cambiaron su modo de ser, su judaísmo rabínico; no se “convirtieron” (μετενόησαν).
Pero Cristo va a decir la culpabilidad que por ello tuvieron, al compararlas con las antiguas ciudades malditas: Tiro, Sidón, Sodoma. Estas no fueron escenario de la predicación de Cristo. Mas les dice, hipotéticamente, que si en ellas se hubieran hecho los “milagros” que se hicieron en Corozaín, Cafarnaúm y Betsaida, aquéllas hubieran cambiado su modo de ser (μετενόησαν), llorando, amargamente, su pasado en “saco y ceniza.” Esta era la costumbre que se usaba en los días de penitencia y gran ayuno (Jn 3:5-8; Jer 6:26). Las ciudades, clásicamente malas, no tuvieron la Luz como la tuvieron éstas.
El ingreso de estas gentes en el reino, después de tantos milagros, fue, cuantitativamente, mínimo. Y, en el fondo, era debido a que, ambientados y extraviados por el rabinismo, el Mesías no se presentaba con los rasgos deformados con que éste lo interpretaba y presentaba. Mas por ello tendría castigo. ¿Cuándo? “En el día del juicio.” Este día y este juicio, formulado en absoluto, es un termino clásico y técnico de referencia como algo sabido de todos (Mt 24:26; Lc 21-34, etc.); era el juicio final admitido en la literatura judía.
Si se apostrofa especialmente a Cafarnaúm, es que Cafarnaúm fue la patria adoptiva de Cristo (Mt 4:13). Allí moró con cierta permanencia, allí hizo más milagros, allí hubo más luz (Mc 1:22-34; 21-27). La fórmula “por ventura te levantarás hasta el cielo,” es el modo con el que se expresa el orgullo o el tiempo de prosperidad de una ciudad o un pueblo (Is 14:13). Y como la respuesta fue el desprecio a su Mesías, el castigo se expresa con la forma tradicional: “Bajarás hasta el Infierno”, será su humillación por castigo (Is 14:15)
W. Trilling, El Nuevo Testamento y su Mensaje (Mt)
Herder (1980), Tomo I, pp. 253-255.
Amenaza a las ciudades de Galilea (11,20-24).
20 Entonces comenzó a increpar a las ciudades en que se habían realizado la mayoría de sus milagros, por no haberse convertido.
El discurso de Jesús se va elevando hasta convertirse en palabra conminatoria. No es un juego como en el caso de los niños en el mercado, sino que se trata de la muerte y de la vida. La veleidad caprichosa de los habitantes de dichas ciudades en último término es incredulidad, la recusación de Dios. Si no creyeron ya en las palabras de Jesús, las obras hubiesen tenido que convencerles. Estas ciudades, en las que Jesús había hecho muchos milagros, no se han convertido. Las ciudades que aquí nombra el Señor: Corazaín, Betsaida, Cafarnaúm, todas ellas son ciudades de Galilea, situadas alrededor del lago de Genesaret.
21 ¡Ay de ti, Corazaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque, si en Tiro y Sidón se hubieran realizado los mismos milagros que en vosotras, ya hace tiempo que, cubiertas de saco y ceniza, se habrían convertido. 22 Por eso, os digo: en el día del juicio, habrá menos rigor para Tiro y Sidón que para vosotras. 23 Y tú, Cafarnaúm, ¿es que te van a encumbrar hasta el cielo? ¡Hasta el infierno bajarás! Porque, si en Sodoma se hubieran realizado los mismos milagros que en ti, todavía hoy estaría en pie. 24 Por eso os digo: en el día del juicio habrá menos rigor para la tierra de Sodoma que para ti.
¡Ay de ti! es el llamamiento de la desventura, la contraparte de la exclamación profética «bienaventurados» (Cf. 5,3ss; 23, 13ss). La interjección «¡ay!» amenaza con la desventura y la llama eficazmente, así como también la bienaventuranza llama la salvación. En la Escritura hay ejemplos típicos de ciudades impenitentes: es proverbial que los profetas nombren las ciudades paganas de Tiro y de Sidón en el norte de Palestina como ejemplos de altiva arrogancia y copiosa riqueza (Cf. Is 23,1-14; Ez 26-28 ). Sodoma (y Gomorra), las ciudades del libertinaje y del vicio, fueron destruidas (Cf. Gen 18,16-19,29 y el comentario a Mt 10,15 ). Así como el centurión pagano encontró el camino que conduce a la fe, así también las ciudades paganas se hubieran convertido, si hubiesen visto los milagros de Jesús. Y Sodoma actualmente aún estaría en pie, si hubiese llegado a ser testigo de las gloriosas pruebas de su poder.
Todo eso lo hará ostensible el día del juicio. Entonces estas ciudades quedarán en mejores condiciones que los lugares cercanos, que han rehusado el ofrecimiento de la gracia y han pasado jugando el tiempo de la decisión. La oferta se hizo a todos, a toda la población de una ciudad. Jesús los ve a todos implicados en un destino común. En el encuentro personal Jesús siempre llama al individuo, y éste adquiere la fe. Pero todos concurren y son responsables unos de otros. La llegada del reino de Dios es un acontecimiento público, más aún, político, que a todos atañe. Dios puede dar una señal a una comunidad, a una ciudad, a un pueblo, y hacer una oferta que obligue a todos. Así sucedió siempre hasta nuestros días. Eso significa que debemos estar atentos al llamamiento que exhorta a la conversión…