Mt 11, 16-19: Jesús y Juan Bautista
/ 13 diciembre, 2013 / San MateoEl Texto
16 «¿Pero, con quién compararé a esta generación? Se parece a los chiquillos que, sentados en las plazas, se gritan unos a otros diciendo:
17 ‘Os hemos tocado la flauta,
y no habéis bailado,
os hemos entonado endechas,
y no os habéis lamentado.’
18 Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: ‘Demonio tiene.’ 19 Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: ‘Ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores.’ Y la Sabiduría se ha acreditado por sus obras.»
Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
San Hilario, in Matthaeum, 11
Todo este pasaje nace del sentimiento de indignación del Señor ante el oprobio de la infidelidad del populacho, que no se había instruido con las diversas palabras del Señor.
16-17. En los niños, están representados los profetas, que a causa de la sencillez de su corazón son parecidos a los niños. Predicaron y argumentaron en medio de la sinagoga, como si estuvieran en una plaza pública, pero sus oyentes no armonizaron sus acciones con los cánticos de los profetas y no obedecieron a sus palabras. El baile acompaña al compás de la música y los profetas, como se ve en el cántico de Moisés, de Isaías y de David, llamaban al pueblo para confesar a Dios, por medio de salmos.
18-19. Es, pues, El, la sabiduría, no como efecto, sino por naturaleza. Muchos pretenden eludir las palabras de los Apóstoles, que llaman a Jesucristo la sabiduría y el poder de Dios (1Cor 1,24). Se llamó a sí mismo sabiduría, dando a entender que, no solamente poseía El la virtud de la sabiduría, sino que era la sabiduría misma. No es lo mismo la obra de la virtud, que la virtud, porque los efectos se distinguen de sus causas.
En sentido místico. La misma predicación de Juan no pudo convertir a los judíos, a quienes se hizo pesada, difícil y molesta la ley, a causa de ciertas prescripciones sobre la comida y la bebida. Les era imposible no pecar en la ley a causa de la dificultad que tenían en observarla y por eso la ley los sometía al demonio. La predicación del Evangelio en Cristo tampoco les pudo agradar, a pesar de lo libre que les hacía la vida y a pesar de habérseles suavizado las dificultades y pesadez de la ley. Sólo los publicanos y los pecadores creyeron después de tantas y tan grandes amonestaciones. Pero los judíos no fueron justificados por la gracia y fueron abandonados por la ley. La sabiduría fue justificada por sus hijos, es decir, por aquellos que arrebatan el reino de los cielos, mediante la justificación de la fe, confesando la obra justa de la sabiduría, que ha llevado a los fieles todos sus favores.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 37,3-4
16. De aquí es, que haciendo ver que no había omitido medio alguno para que ese pueblo tuviera la salud, pregunta: «¿A quién compararé yo esta generación?»
17-19. Es decir, os demostré la vida licenciosa y no os quisisteis convencer. Nos hemos lamentado y no llorasteis. Esto es que Juan tuvo una vida dura y no le hicisteis caso. No dice: «Aquel ha hecho aquellas cosas y éste ha hecho éstas», sino que nos habla de los dos igualmente, porque los dos tenían la misma intención. En este sentido añade, «vino Juan y no come ni bebe y decís, tiene el demonio; viene el Hijo del hombre, come y bebe, etc».
Viene el Señor. Esto equivale a decir: «Juan y yo hemos venido por caminos diferentes y hemos hecho lo mismo, del mismo modo que unos cazadores que para caer sobre un solo animal lo persiguieran por caminos diferentes. Todo el mundo se admira del ayuno y de la vida penitente de Juan y porque quiso desde sus primeros años alimentarse de esta manera. No fue otro su objeto, que el que todos dispensaran confianza a sus palabras. También marchó el Señor por este camino cuando ayunó cuarenta días. Pero sin embargo, se valió de otro medio para atraer al pueblo a su fe. Porque era más digno que Juan, que había andado por este camino, diese testimonio de El, y no el que el mismo Señor lo hiciese. Juan no hace más que manifestar dos cosas: la vida y la justicia. Cristo tiene el testimonio de sus milagros. Dejando, pues, que brillase Juan en el ayuno, El siguió otro camino, asistiendo a la mesa de los publicanos, comiendo y bebiendo con ellos.
¿Qué excusa tendrán, pues? Por eso añade: «La Sabiduría está justificada por sus hijos». Esto es, si no os habéis convencido, no me culpéis a mí, que es lo que dice el Profeta, acerca del Padre: «A fin de que seas justificado en tus palabras» (Sal 50,6). Aunque para vosotros no satisfaga la providencia de Dios, que vela por nosotros y colma en nosotros cuanto está de su parte, a fin de que no quede a los impíos ni la más pequeña sombra de duda.
No nos debe admirar la vulgaridad de la comparación de los pequeños, porque Jesús hablaba a un pueblo necio. También Ezequiel (Ez 4,5), se sirvió de muchas comparaciones dignas de los judíos pero indignas de la grandeza de Dios -esto es, de comparaciones adaptadas a la condición de los judíos, pero no convenientes a la grandeza divina-. A no ser que se diga, que lo que responde a la utilidad del ser humano, es en gran manera digno de Dios, etc.
San Jerónimo
16-17. Dicen, pues: «Os hemos cantado y no bailasteis; esto es, os hemos llamado para excitaros, por medio de nuestros cánticos, a que hagáis buenas obras y no quisisteis; nos hemos lamentado y os hemos llamado a la penitencia y ni aun esto quisisteis hacer». Desprecian toda clase de predicación, tanto la que tenía por objeto exhortaros a la virtud, como la que os incita a hacer penitencia después de haber pecado.
Los niños son aquellos de quienes habla Isaías: «Vedme a mí y a los hijos que me concedió el Señor» ( Is 8,18). Estos son, pues, los niños que se sientan en la plaza, donde hay puesta a la venta multitud de cosas y dicen: «Hemos cantado por vosotros y y no bailasteis».
Si os agrada el ayuno, ¿por qué os desagradó Juan? Si os agrada la vida ordinaria, ¿por qué os desagradó el Hijo del hombre? ¿Por qué decís que el uno tiene el demonio y el otro es comilón y borracho?
18-19. La sabiduría, esto es la providencia y la enseñanza de Dios, ha sido justificada por sus hijos. O el mismo Cristo, que es fuerza y sabiduría de Dios, ha sido acreditado como justo por los Apóstoles, sus hijos, al obrar justamente.
Se lee en algunos libros, que la sabiduría fue justificada por sus obras; porque no busca la sabiduría el testimonio de la voz, sino el de las obras.
San Agustín
18-19. Quisiera que me dijeran los Maniqueos, ¿qué comía y bebía Cristo, que en comparación de Juan, que no comía ni bebía, se dice que comía y bebía? No se dice que Juan no bebiese absolutamente nada, sino únicamente no bebía vino y cerveza. Bebía consiguientemente agua; tampoco se estaba sin comer nada, porque se alimentaba de langostas y de miel silvestre. ¿Por qué se dijo, pues, que no comía ni bebía, sino porque no usaba de los alimentos que comen los judíos? Si no hubiera usado, el Señor de estos alimentos, no se podría decir que en comparación de Juan el Señor comía y bebía. Cosa admirable: nos presenta como que no come ni bebe aquel que come langostas y miel y se dice que come aquel que se contenta con pan y verduras (contra Fausto, 16, 31).
«O la sabiduría fue justificada por sus hijos», porque los Santos Apóstoles comprendieron que el reino de Dios no consiste en la comida y ni en la bebida (Rom 14,17), sino en la paciencia, que no orgullece con la abundancia, ni desalienta con la escasez. Por eso decía San Pablo: «sé vivir en la abundancia y sé sufrir en la miseria» ( Flp 4,12) ( quaestione evangeliorum, 2,11 ).
Glosa
16-17. Como si dijera, Juan es un hombre extraordinario; pero vosotros no quisisteis creer ni en él ni en mí y por lo tanto «¿a quién diré que os parecéis?» En la palabra generación, comprende a todos, a los judíos, a Juan y a El mismo.
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
Papa Francisco, Evangelii Gaudium, nn. 268-270
El gusto espiritual de ser pueblo
268. La Palabra de Dios también nos invita a reconocer que somos pueblo: «Vosotros, que en otro tiempo no erais pueblo, ahora sois pueblo de Dios» (1 Pe 2,10). Para ser evangelizadores de alma también hace falta desarrollar el gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente, hasta el punto de descubrir que eso es fuente de un gozo superior. La misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo. Cuando nos detenemos ante Jesús crucificado, reconocemos todo su amor que nos dignifica y nos sostiene, pero allí mismo, si no somos ciegos, empezamos a percibir que esa mirada de Jesús se amplía y se dirige llena de cariño y de ardor hacia todo su pueblo. Así redescubrimos que Él nos quiere tomar como instrumentos para llegar cada vez más cerca de su pueblo amado. Nos toma de en medio del pueblo y nos envía al pueblo, de tal modo que nuestra identidad no se entiende sin esta pertenencia.
269. Jesús mismo es el modelo de esta opción evangelizadora que nos introduce en el corazón del pueblo. ¡Qué bien nos hace mirarlo cercano a todos! Si hablaba con alguien, miraba sus ojos con una profunda atención amorosa: «Jesús lo miró con cariño» (Mc 10,21). Lo vemos accesible cuando se acerca al ciego del camino (cf. Mc 10,46-52) y cuando come y bebe con los pecadores (cf. Mc 2,16), sin importarle que lo traten de comilón y borracho (cf. Mt 11,19). Lo vemos disponible cuando deja que una mujer prostituta unja sus pies (cf. Lc 7,36-50) o cuando recibe de noche a Nicodemo (cf. Jn 3,1-15). La entrega de Jesús en la cruz no es más que la culminación de ese estilo que marcó toda su existencia. Cautivados por ese modelo, deseamos integrarnos a fondo en la sociedad, compartimos la vida con todos, escuchamos sus inquietudes, colaboramos material y espiritualmente con ellos en sus necesidades, nos alegramos con los que están alegres, lloramos con los que lloran y nos comprometemos en la construcción de un mundo nuevo, codo a codo con los demás. Pero no por obligación, no como un peso que nos desgasta, sino como una opción personal que nos llena de alegría y nos otorga identidad.
270. A veces sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor. Pero Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás. Espera que renunciemos a buscar esos cobertizos personales o comunitarios que nos permiten mantenernos a distancia del nudo de la tormenta humana, para que aceptemos de verdad entrar en contacto con la existencia concreta de los otros y conozcamos la fuerza de la ternura. Cuando lo hacemos, la vida siempre se nos complica maravillosamente y vivimos la intensa experiencia de ser pueblo, la experiencia de pertenecer a un pueblo.
Juan Pablo II, Audiencia general (extracto), 10-02-1988
Jesús, «amigo de los pecadores» hombre solidario con todos los hombres
1. […] Hombre «sin pecado», Jesucristo, durante toda su vida, lucha con el pecado y con todo lo que engendra el pecado, comenzando por Satanás, que es el «padre de la mentira» en la historia del hombre «desde el principio» (cf. Jn 8, 44). Esta lucha queda delineada ya al principio de la misión mesiánica de Jesús, en el momento de la tentación (cf. Mc 1, 13; Mt 4, 1-11; Lc 4, 1-13), y alcanza su culmen en la cruz y en la resurrección. Lucha que, finalmente, termina con la victoria.
2. Esta lucha contra el pecado y sus raíces no aleja a Jesús del hombre. Muy al contrario, lo acerca a los hombres, a cada hombre. En su vida terrena Jesús solía mostrarse particularmente cercano de quienes, a los ojos de los demás, pasaban por pecadores. Esto lo podemos ver en muchos pasajes del Evangelio.
3. Bajo este aspecto es importante la «comparación» que hace Jesús entre su persona misma y Juan el Bautista. Dice Jesús: «Porque vino Juan, que no comía ni bebía, y dicen: Está poseído del demonio. Vino el Hijo del hombre, comiendo y bebiendo, y dicen: Es un comilón y bebedor de vino, amigo de publicanos y pecadores» (Mt 11, 18-19).
Es evidente el carácter «polémico» de estas palabras contra los que antes criticaban a Juan el Bautista, profeta solitario y asceta severo que vivía y bautizaba a orillas del Jordán, y critican después a Jesús porque se mueve y actúa en medio de la gente. Pero resulta igualmente transparente, a la luz de estas palabras, la verdad sobre el modo de ser, de sentir, de comportarse Jesús hacia los pecadores.
4. Lo acusaban de ser «amigo de publicanos (es decir, de los recaudadores de impuestos, de mala fama, odiados y considerados no observantes: cf. Mt 5, 46; 9, 11; 18, 17) y pecadores». [Jesús dice a Zaqueo] «Hoy ha venido la salud a tu casa, por cuanto éste es también hijo de Abraham; pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido» (cf. Lc 19, 1-10). De este texto se desprende no sólo la familiaridad de Jesús con publicanos y pecadores, sino también el motivo por el que Jesús los buscara y tratara con ellos: su salvación.
6. Sentarse a la mesa con otros —incluidos «los publicanos y los pecadores»— es un modo de ser humano, que se nota en Jesús desde el principio de su actividad mesiánica. Efectivamente, una de las primeras ocasiones en que Él manifestó su poder mesiánico fue durante el banquete nupcial de Caná de Galilea, al que asistió acompañado de su Madre y de sus discípulos (cf. Jn2, 1-12). Pero también más adelante Jesús solía aceptar las invitaciones a la mesa no sólo de los «publicanos», sino también de los «fariseos», que eran sus adversarios más encarnizados. Veámoslo, por ejemplo, en Lucas: «Le invitó un fariseo a comer con él, y entrando en su casa, se puso a la mesa» (Lc 7, 36).
8. El [Jesús], que era «semejante a nosotros en todo excepto en el pecado», se mostró cercano a los pecadores y pecadoras para alejar de ellos el pecado. Pero consideraba este fin mesiánico de una manera completamente «nueva» respecto del rigor con que trataban a los «pecadores» los que los juzgaban sobre la base de la Ley antigua. Jesús obraba con el espíritu de un amor grande hacia el hombre, en virtud de la solidaridad profunda, que nutría en Sí mismo, con quien había sido creado por Dios a su imagen y semejanza (cf. Gén 1, 27; 5, 1).
9. ¿En qué consiste esta solidaridad? Es la manifestación del amor que tiene su fuente en Dios mismo. El Hijo de Dios ha venido al mundo para revelar este amor. Lo revela ya por el hecho mismo de hacerse hombre: uno como nosotros. Esta unión con nosotros en la humanidad por parte de Jesucristo, verdadero hombre, es la expresión fundamental de su solidaridad con todo hombre, porque habla elocuentemente del amor con que Dios mismo nos ha amado a todos y a cada uno. El amor es reconfirmado aquí de una manera del todo particular: El que ama desea compartirlo todo con el amado. Precisamente por esto el Hijo de Dios se hace hombre. De El había predicho Isaías: «Él tomó nuestras enfermedades y cargó con nuestras dolencias» (Mt 8, 17; cf. Is 53, 4). De esta manera, Jesús comparte con cada hijo e hija del género humano la misma condición existencial. Y en esto revela Él también la dignidad esencial del hombre: de cada uno y de todos. Se puede decir que la Encarnación es una «revalorización» inefable del hombre y de la humanidad.
10. Este «amor-solidaridad» sobresale en toda la vida y misión terrena del Hijo del hombre en relación, sobre todo, con los que sufren bajo el peso de cualquier tipo de miseria física o moral. En el vértice de su camino estará «la entrega de su propia vida para rescate de muchos» (cf. Mc 10, 45): el sacrificio redentor de la cruz. Pero, a lo largo del camino que lleva a este sacrificio supremo, la vida entera de Jesús es una manifestación multiforme de su solidaridad con el hombre, sintetizada en estas palabras: «El Hijo del Hombre no ha venido para ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos» (Mc 10, 45). Era niño como todo niño humano. Trabajó con sus propias manos junto a José de Nazaret, de la misma manera como trabajan los demás hombres (cf. Laborem Exercens, 26). Era un hijo de Israel, participaba en la cultura, tradición, esperanza y sufrimiento de su pueblo. Conoció también lo que a menudo acontece en la vida de los hombres llamados a una determinada misión: la incomprensión e incluso la traición de uno de los que Él había elegido como sus Apóstoles y continuadores; y probó también por esto un profundo dolor (cf. Jn 13, 21).
Y cuando se acercó el momento en que debía «dar su vida en rescate por muchos» (Mt 20, 28), se ofreció voluntariamente a Sí mismo (cf. Jn 10, 18), consumando así el misterio de su solidaridad en el sacrificio. El gobernador romano, para definirlo ante los acusadores reunidos, no encontró otra palabra fuera de éstas: «Ahí tenéis al hombre» (Jn 19, 5).
Esta palabra de un pagano, desconocedor del misterio, pero no insensible a la fascinación que se desprendía de Jesús incluso en aquel momento, lo dice todo sobre la realidad humana de Cristo: Jesús es el hombre; un hombre verdadero que, semejante a nosotros en todo menos en el pecado, se ha hecho víctima por el pecado y solidario con todos hasta la muerte de cruz.
Beato John Henry Newman (1801-1890) Meditaciones y Devociones, parte III, VII Dios con nosotros, 1
La sabiduría de Dios
San Juan Bautista vivía separado de la gente, era nazir (Lc 1,15; Nb 6,1), consagrado a Dios. Dejó el mundo y se enfrentó a él…, llamándolo al arrepentimiento. Todos los habitantes de Jerusalén acudían a él en el desierto (Mc 3,7-8), y se enfrentaba con ellos cara a cara. Pero cuando predicaba, hablaba de alguien que tenía venir y enseñarles de manera muy diferente.
Alguien que no se separe de ellos, no se presentaría como un ser superior, sino como su hermano, hecho la misma carne y los mismos huesos, uno entre muchos hermanos, uno entre la multitud. Y efectivamente ya estaba entre ellos: «en medio de vosotros hay uno que no conocéis» (Jn 1,26)…
Por fin Jesús comienza a mostrarse y a «manifestar su gloria» (Jn 2,11) por los milagros. ¿Pero dónde? En un banquete de bodas. ¿Y cómo? Multiplicando el vino… Comparad todo esto, con lo que dice de sí mismo: «Vino Juan, y no comía ni bebía. Vino el Hijo del hombre que come y bebe, y decís: ‘ es un borracho ‘». Pudimos rechazar a Juan, pero lo respetamos; Jesús, él, fue despreciado…
Oh mi Señor, esto ocurre porque amas tanto esta naturaleza humana que creaste. No nos amas simplemente como tus criaturas, obra de tus manos, sino como seres humanos. Lo amas todo, porque lo creaste todo, pero amas a los hombres por encima de todo. ¿Cómo es esto posible, Señor? ¿Qué hay en el hombre, más que en otras criaturas? «¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?» (Sal. 8,5)…
No tomaste la naturaleza de los ángeles cuando te manifestaste para nuestra salvación, y no tomaste una naturaleza humana o un papel o una carga por encima de una vida humana ordinaria – ni nazir, ni sacerdote o levita, ni monje, ni ermitaño. Viniste precisa y plenamente en esta naturaleza humana que tanto amas, esta carne que fracasó en Adán, con todas nuestras imperfecciones, nuestros sentimientos y nuestras afinidades, excepto el pecado.
[*] www.deiverbum.org
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