Mt 10, 7-15: Instrucciones para la Misión
/ 9 julio, 2015 / San MateoTexto Bíblico
7 Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos. 8 Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios. Gratis habéis recibido, dad gratis. 9 No os procuréis en la faja oro, plata ni cobre; 10 ni tampoco alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón; bien merece el obrero su sustento. 11 Cuando entréis en una ciudad o aldea, averiguad quién hay allí de confianza y quedaos en su casa hasta que os vayáis. 12 Al entrar en una casa, saludadla con la paz; 13 si la casa se lo merece, vuestra paz vendrá a ella. Si no se lo merece, la paz volverá a vosotros.
14 Si alguno no os recibe o no escucha vuestras palabras, al salir de su casa o de la ciudad, sacudid el polvo de los pies. 15 En verdad os digo que el día del juicio les será más llevadero a Sodoma y Gomorra, que a aquella ciudad.
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
Concilio Vaticano II, Lumen Gentium
3. Vino, por tanto, el Hijo, enviado por el Padre, quien nos eligió en El antes de la creación del mundo y nos predestinó a ser hijos adoptivos, porque se complació en restaurar en El todas las cosas (cf. Ef 1,4-5 y 10). Así, pues, Cristo, en cumplimiento de la voluntad del Padre, inauguró en la tierra el reino de los cielos, nos reveló su misterio y con su obediencia realizó la redención. La Iglesia o reino de Cristo, presente actualmente en misterio, por el poder de Dios crece visiblemente en el mundo. Este comienzo y crecimiento están simbolizados en la sangre y en el agua que manaron del costado abierto de Cristo crucificado (cf. Jn 19,34) y están profetizados en las palabras de Cristo acerca de su muerte en la cruz: «Y yo, si fuere levantado de la tierra, atraeré a todos a mí» (Jn 12,32 gr.). La obra de nuestra redención se efectúa cuantas veces se celebra en el altar el sacrificio de la cruz, por medio del cual «Cristo, que es nuestra Pascua, ha sido inmolado» (1 Co 5,7). Y, al mismo tiempo, la unidad de los fieles, que constituyen un solo cuerpo en Cristo, está representada y se realiza por el sacramento del pan eucarístico (cf. 1 Co 10,17). Todos los hombres están llamados a esta unión con Cristo, luz del mundo, de quien procedemos, por quien vivimos y hacia quien caminamos.
4. Consumada la obra que el Padre encomendó realizar al Hijo sobre la tierra (cf. Jn 17,4), fue enviado el Espíritu Santo el día de Pentecostés a fin de santificar indefinidamente la Iglesia y para que de este modo los fieles tengan acceso al Padre por medio de Cristo en un mismo Espíritu (cf. Ef 2,18). El es el Espíritu de vida o la fuente de agua que salta hasta la vida eterna (cf. Jn 4,14; 7,38-39), por quien el Padre vivifica a los hombres, muertos por el pecado, hasta que resucite sus cuerpos mortales en Cristo (cf. Rm 8,10-11). El Espíritu habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles como en un templo (cf. 1 Co 3,16; 6,19), y en ellos ora y da testimonio de su adopción como hijos (cf. Ga 4,6; Rm 8,15-16 y 26). Guía la Iglesia a toda la verdad (cf. Jn 16, 13), la unifica en comunión y ministerio, la provee y gobierna con diversos dones jerárquicos y carismáticos y la embellece con sus frutos (cf. Ef 4,11-12; 1 Co 12,4; Ga 5,22). Con la fuerza del Evangelio rejuvenece la Iglesia, la renueva incesantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo [3]. En efecto, el Espíritu y la Esposa dicen al Señor Jesús: ¡Ven! (cf. Ap 22,17).
Y así toda la Iglesia aparece como «un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» [4].
5. El misterio de la santa Iglesia se manifiesta en su fundación. Pues nuestro Señor Jesús dio comienzo a la Iglesia predicando la buena nueva, es decir, la llegada del reino de Dios prometido desde siglos en la Escritura: «Porque el tiempo está cumplido, y se acercó el reino de Dios» (Mc 1,15; cf. Mt 4,17). Ahora bien, este reino brilla ante los hombres en la palabra, en las obras y en la presencia de Cristo. La palabra de Dios se compara a una semilla sembrada en el campo (cf. Mc 4,14): quienes la oyen con fidelidad y se agregan a la pequeña grey de Cristo (cf. Lc 12,32), ésos recibieron el reino; la semilla va después germinando poco a poco y crece hasta el tiempo de la siega (cf. Mc 4,26-29). Los milagros de Jesús, a su vez, confirman que el reino ya llegó a la tierra: «Si expulso los demonios por el dedo de Dios, sin duda que el reino de Dios ha llegado a vosotros» (Lc 11,20; cf. Mt 12,28). Pero, sobre todo, el reino se manifiesta en la persona misma de Cristo, Hijo de Dios e Hijo del hombre, quien vino «a servir y a dar su vida para la redención de muchos» (Mc 10,45).
Mas como Jesús, después de haber padecido muerte de cruz por los hombres, resucitó, se presentó por ello constituido en Señor, Cristo y Sacerdote para siempre (cf. Hch 2,36; Hb 5,6; 7,17-21) y derramó sobre sus discípulos el Espíritu prometido por el Padre (cf. Hch 2,33). Por esto la Iglesia, enriquecida con los dones de su Fundador y observando fielmente sus preceptos de caridad, humildad y abnegación, recibe la misión de anunciar el reino de Cristo y de Dios e instaurarlo en todos los pueblos, y constituye en la tierra el germen y el principio de ese reino. Y, mientras ella paulatinamente va creciendo, anhela simultáneamente el reino consumado y con todas sus fuerzas espera y ansia unirse con su Rey en la gloria.
Notas
[3] Cf. San Ireneo, Adv. Haer., III, 24, 1; PG 7, 966. Harvey, 2, 131: ed. Sagnard. Sources Chr., p. 398.
[4] San Cipriano, De Orat. Dom., 23: PL 4, 553. Hartel, III A. p. 285. San Agustín, Serm., 71, 20, 53: PL 38, 463 s. San J. Damasceno, Adv. iconocl., 12: PG 96, 1358D.
San Efrén, diácono
Diatesaron 8, 3-4: La Paz del Evangelio
«Si la casa se lo merece, la paz que le deseáis vendrá a ella»
«Cuando entréis en una casa, decid primero: Paz a esta casa» (Lc 10,5) para que el mismo Señor entre en ella y se quede allí, como cerca de María… Esta salutación es el misterio de la fe que ilumina el mundo; por ella se ahoga la enemistad, se acaba la guerra y los hombres se reconocen mutuamente. El efecto de esta salutación estaba escondido como debajo de un velo, a pesar de ser prefigurado en el misterio de la resurrección… cada vez que la luz se levanta y que la aurora echa fuera la noche. A partir de este envío hecho por Cristo, los hombres han comenzado a dar y a recibir esta salutación, fuente de curación y de bendición…
Esta salutación, con su escondido poder… es suficiente para llegar, ampliamente, a todos los hombres. Por eso Nuestro Señor ha enviado, como precursores, a sus discípulos a llevarla para que ella haga realidad la paz que llevan, por su voz, los apóstoles, sus enviados, y prepare el camino ante ellos. Fue sembrada en todas las casas…; entraba en todos los que la oían, para separar y poner a parte a sus hijos que la reconocían. Quedaba en ellos pero denunciaba a los que le eran extraños porque no la acogían.
Esta salutación de paz no se acaba nunca, saliendo de los apóstoles llega a sus hermanos desvelándoles los tesoros inagotables del Señor… Presente tanto en los que la daban como en los que la acogían, este anuncio de la paz no sufría ni disminución ni división. Anunciaba que el Padre está cerca de todos y en todos; revelaba que la misión del Hijo está enteramente cerca de todos aunque su fin sea junto a su Padre. No cesa de proclamar que las imágenes están ya cumplidas y que la verdad hace huir las sombras.
Vida de San Francisco: El Señor os dé la paz.
Leyenda mayor, cap. 3 (Traducción: Jesús Larrínaga, o.f.m. (BAC 399) Madrid, 1998, 7ª edición (reimpresión), págs. 377-500.)
«Por los caminos proclamad que el Reino de los cielos está cerca» (cf. Mt 10,7)
En cierta ocasión asistía devotamente a una misa que se celebraba en memoria de los apóstoles, se leyó aquel evangelio en que Cristo, al enviar a sus discípulos a predicar, les traza la forma evangélica de vida que habían de observar, esto es, que no posean oro o plata, ni tengan dinero en los cintos, que no lleven alforja para el camino, ni usen dos túnicas ni calzado, ni se provean tampoco de bastón.
Francisco, tan pronto como oyó estas palabras y comprendió su alcance, el enamorado de la pobreza evangélica se esforzó por grabarlas en su memoria, y lleno de indecible alegría exclamó: “Esto es lo que quiero, esto lo que de todo corazón ansío”. Y al momento se quita el calzado de sus pies, arroja el bastón, detesta la alforja y el dinero y, contento con una sola y corta túnica, se desprende la correa, y en su lugar se ciñe con una cuerda, poniendo toda su solicitud en llevar a cabo lo que había oído y en ajustarse completamente a la forma de vida apostólica.
Desde entonces, el varón de Dios, fiel a la inspiración divina, comenzó a plasmar en sí la perfección evangélica y a invitar a los demás a penitencia. Sus palabras no eran vacías ni objeto de risa, sino llenas de la fuerza del Espíritu Santo, calaban muy hondo en el corazón, de modo que los oyentes se sentían profundamente impresionados. Al comienzo de todas sus predicaciones saludaba al pueblo, anunciándole la paz con estas palabras: “¡El Señor os dé la paz!” Tal saludo lo aprendió por revelación divina, como él mismo lo confesó más tarde… Así, pues, tan pronto como llegó a oídos de muchos la noticia de la verdad, tanto de la sencilla doctrina como de la vida del varón de Dios, algunos hombres, impresionados con su ejemplo, comenzaron a animarse a hacer penitencia, y, abandonadas todas las cosas, se unieron a él, acomodándose a su vestido y vida.
San Juan Pablo II, papa
Discurso: Cuatro pilares de la paz.
En Asís el 27-05-1986
7. No existe la paz sin un amor apasionado por la paz. No existe la paz sin una incansable determinación por conseguir la paz.
La paz espera a sus profetas. Juntos hemos llenado nuestros ojos de visiones de paz que liberan energías para construir un nuevo lenguaje de paz, para nuevos gestos de paz; gestos que rompen las funestas cadenas de las divisiones heredadas del pasado histórico o engendradas por las ideologías modernas.
La paz espera a sus constructores. Estrechemos nuestras manos con nuestros hermanos y hermanas para animarlos a construir la paz sobre estos cuatro pilares: verdad, justicia, amor y libertad (cf. Pacem in terris).
La paz es una cantera abierta a todos y no solamente a los especialistas, sabios y estrategas. La paz es una responsabilidad universal; se mantiene a través de miles de pequeños actos de la vida diaria. En su modo cotidiano de convivir con los demás, las personas optan por o contra la paz. Nosotros confiamos la causa de la paz particularmente a los jóvenes. Que los jóvenes contribuyan a liberar la historia del camino desviado por el que se descarría la humanidad.
La paz está no solamente en manos de los individuos, sino también de las naciones. Son las naciones las que tienen el honor de poder basar su acción por la paz sobre la convicción de la sacralidad de la dignidad humana y del reconocimiento de la incuestionable igualdad de los hombres entre sí. Con toda seriedad invitamos a los responsables de las naciones y de las organizaciones internacionales a mostrarse incansables en crear estructuras de diálogo allí donde la paz se encuentre amenazada o se halle ya comprometida. Ofrecemos nuestro apoyo a sus frecuentemente denodados esfuerzos para mantener o restablecer la paz. Animamos de nuevo a la Organización de las Naciones Unidas a responder plenamente a la amplitud y grandeza de su misión universal en favor de la paz.
Francisco, papa
Evangelii Gaudium: El Reino que nos reclama
nn. 181-182
180. Leyendo las Escrituras queda por demás claro que la propuesta del Evangelio no es sólo la de una relación personal con Dios. Nuestra respuesta de amor tampoco debería entenderse como una mera suma de pequeños gestos personales dirigidos a algunos individuos necesitados, lo cual podría constituir una «caridad a la carta», una serie de acciones tendentes sólo a tranquilizar la propia conciencia. La propuesta es el Reino de Dios (cf. Lc 4,43); se trata de amar a Dios que reina en el mundo. En la medida en que Él logre reinar entre nosotros, la vida social será ámbito de fraternidad, de justicia, de paz, de dignidad para todos. Entonces, tanto el anuncio como la experiencia cristiana tienden a provocar consecuencias sociales. Buscamos su Reino: «Buscad ante todo el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás vendrá por añadidura» (Mt 6,33). El proyecto de Jesús es instaurar el Reino de su Padre; Él pide a sus discípulos: «¡Proclamad que está llegando el Reino de los cielos!» (Mt 10,7).
181. El Reino que se anticipa y crece entre nosotros lo toca todo y nos recuerda aquel principio de discernimiento que Pablo VI proponía con relación al verdadero desarrollo: «Todos los hombres y todo el hombre»[145]. Sabemos que «la evangelización no sería completa si no tuviera en cuenta la interpelación recíproca que en el curso de los tiempos se establece entre el Evangelio y la vida concreta, personal y social del hombre»[146]. Se trata del criterio de universalidad, propio de la dinámica del Evangelio, ya que el Padre desea que todos los hombres se salven y su plan de salvación consiste en «recapitular todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, bajo un solo jefe, que es Cristo» (Ef 1,10). El mandato es: «Id por todo el mundo, anunciad la Buena Noticia a toda la creación» (Mc 16,15), porque «toda la creación espera ansiosamente esta revelación de los hijos de Dios» (Rm 8,19). Toda la creación quiere decir también todos los aspectos de la vida humana, de manera que «la misión del anuncio de la Buena Nueva de Jesucristo tiene una destinación universal. Su mandato de caridad abraza todas las dimensiones de la existencia, todas las personas, todos los ambientes de la convivencia y todos los pueblos. Nada de lo humano le puede resultar extraño»[147]. La verdadera esperanza cristiana, que busca el Reino escatológico, siempre genera historia.
Notas
[145] Carta enc. Populorum progressio (26 marzo 1967), 14: AAS 59 (1967), 264.
[146] Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi (8 diciembre 1975), 29: AAS 68 (1976), 25.
[147] V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Documento de Aparecida (29 junio 2007), 380.
Comentarios exegéticos
Autores Varios: Comentarios a la Biblia Litúrgica (NT): Normas para la misión
Paulinas-PPC-Regina-Verbo Divino (1990), pp. 989-991
Los discípulos de Jesús deben continuar la obra del Maestro. Deben anunciar la presencia del Reino. El poder hacer milagros de curación debe ser el argumento de la verdad de lo que anuncian: la presencia del reino de Dios. Tanto la predicación de los discípulos como sus obras deben anunciar la proximidad del reinado de Dios. El anuncio del Reino, la invocación de Dios como rey, hace presente el Reino.
Este contenido de la predicación de los discípulos se halla expresado en nuestra sección en las afirmaciones relativas a la paz. El deseo de paz era el saludo habitual entre los judíos; pero aquí es algo más. La paz está descrita con el mismo grado de eficacia que la palabra de Dios: si Dios manda algo, esto se realiza; si pronuncia una palabra, no vuelve a él vacía (Is 45,23; 55,11). Donde se desea la paz, se realiza aquello que se ha pedido. Se trata, pues, de la paz que equivale al reino de Dios. La paz eterna, la de Dios, la plena armonía entre Dios y el hombre, entre el hombre y el hombre… la reconciliación, todo esto se hizo realidad en la presencia de Cristo (Me 5,34; Rom 5,1; Ef 2,14: Cristo nuestra paz). Por eso el anuncio de la paz es el anuncio de Cristo y de todo lo que él significa para el hombre. Una paz que permanecerá entre los dignos y que se ausentará de los indignos.
Esta personificación de la paz pone de relieve la doble actitud ante la palabra —paz de Dios: actitud de aceptación o de rechazo. No se trata de ninguna clase de maldición. Sencillamente la paz no se queda con aquéllos que la rechazan. Lo que el Antiguo Testamento había dicho del Mesías, que sería el príncipe de la paz (Is 9,5), se dice ahora utilizando únicamente la palabra del saludo normal, sólo que con mayor profundidad de sentido.
Sacudid el polvo de vuestras sandalias. La frase tampoco significa ninguna clase de maldición. Simboliza sencillamente la exclusión del Reino de aquéllos que se han excluido de él mediante el rechazo de la paz ofrecida: no tendrán parte en el Reino. Este gesto de sacudir el polvo de las sandalias era corriente cuando un judío regresaba a la patria: se sacudía el polvo de los pies para indicar que los gentiles no tenían parte en el destino del pueblo elegido, en la posesión de la tierra prometida. Pero este gesto tiene en las palabras de Jesús un significado más trascendente: la actitud de rechazo de la palabra de Dios, de la paz, tiene como consecuencia inevitable la palabra «condenación», exclusión definitiva del Reino, una suerte peor que la de Sodoma y Gomorra.
Las normas de absoluta privación que son impuestas a los discípulos: no llevéis ni oro, ni plata, ni sandalias, ni bastón… parecen absolutamente inviables. ¿Realmente se les pedía eso? Estas exigencias parecen estar tomadas de las normas establecidas para asistir a dar culto a Dios en el templo: «que nadie entre en el templo con bastón, zapatos, ni con la bolsa del dinero…» Partiendo de esta norma judía se diría simplemente que los discípulos, en la realización de su tarea evangelizadora, se hallan ante Dios (como en el templo) y deben conducirse como estando en la presencia de Dios, sabiendo que el éxito de la misión depende de Dios. Diríamos que se manda a los discípulos ir «desarmados», para poner de relieve que se trata de la obra de Dios, del anuncio de su palabra, no de una obra humana. Como normas de absoluto ascetismo resultan inexplicables, ¿cómo puede un hombre marchar sin sandalias o sin bastón por el desierto…?
Finalmente, los discípulos son presentados como obreros enviados a la viña del Señor. Son, por tanto, dignos de su salario. El Nuevo Testamento repite en otras ocasiones estas palabras de Jesús (1 Cor 9,14; 1 Tim 5,18). San Pablo, que cita las palabras de Jesús, renunció a este privilegio (1 Cor 9,12; 1 Tes 2,9; 2 Tes 3,7-8…) para tener mayor libertad en la evangelización y poder contestar adecuadamente a posibles correligionarios judíos. El se gloría de haberse ganado la vida con el trabajo de sus manos.
Bastin-Pinckers-Teheux, Dios cada día: La Palabra como único equipaje
Siguiendo el Leccionario Ferial (4). Semanas X-XXI T.O. Evangelio de Mateo.
Sal Terrae (1990), pp. 93-94
Génesis 44, 18-21. 23b-29; 45, 1-5
José quiso que creyeran que el pequeño Benjamín había robado su copa; no es que fuera en sí un crimen demasiado grave, pero lo que complicaba las cosas era la circunstancia de que se trataba de la copa que se usaba en los ritos adivinatorios. Por ello la suerte de Benjamín estaba en juego en toda esta historia.
De este modo, el astuto virrey separó paulatinamente a Benjamín de sus hermanos. ¿Qué es lo que éstos pueden hacer? ¿Van a abandonar al niño a su suerte en la tierra de Egipto para salvar ellos su propia vida? La respuesta está contenida en el conmovedor razonamiento deJudá, centrado indirectamente en el recuerdo del hermano desaparecido. Describe los esfuerzos de los hermanos para conseguir que Jacob autorice al fin la partida de Benjamín y la resistencia de éste ante la idea de dejar partir a Egipto al segundo de los hijos de Raquel. Deja traslucir también hasta qué punto ha cambiado el corazón de los hermanos, y de qué modo tan sincero y natural Judá se ofrece a ocupar el puesto de Benjamín en la prisión, a cambio de la libertad de éste. Todo lo que está bien acaba bien, y ya sólo queda en esta historia la celebración gozosa del encuentro de José con su viejo padre. Pero, antes, José no olvida dar gracias a Dios por su intercesión: Yahvé ha concertado los hilos de esta historia, una historia de salvación, puesto que conduce a los hermanos culpables hasta la luz de la reconciliación.
Salmo 104
El salmo 104 es la clase de himno que celebra los grandes hechos de Dios en la historia del pueblo judío. Los versículos elegidos narran la historia de José hasta su encumbramiento en la tierra de Egipto.
Mateo 10, 7-15
Las primeras consignas que Jesús da a los apóstoles se resumen en dos actitudes: mostrarse conformes con los designios de Dios y estar siempre disponibles. El apóstol obrará en conformidad con Aquel a quien representa; como El, anunciará la llegada del Reino en la historia de los hombres; lo hará tanto por medio de la predicación como por los gestos de poder que acompañarán a esta predicación.
El apóstol deberá mostrarse también disponible. Esta disponibilidad resulta perfectamente bien expresada en lengua griega, cuando Jesús pide que nieguen al amo de la mies que envíe obreros a su mies. En efecto, en el texto se dice «echar fuera», como si el hecho de salir para realizar esta misión exigiese de ellos un desarraigo para ser situados en el camino adecuado (J. Radermakers); subraya así la iniciativa divina. El apostolado no es un derecho, sino un don que se recibe gratuitamente.
Esta disponibilidad caracterizará también simbólicamente a las ciudades en las que la paz, proclamada por los apóstoles, podrá asentarse. En efecto, sólo aquellas que acojan a los discípulos en su calidad de representantes de Dios, serán juzgadas dignas. Las demás serán objeto de una sentencia más severa que la que se abatió sobre Sodoma y Gomorra.
Si hubiéramos programado algún cursillo de formación habríamos redactado un resumen de lo que había que recordar y habríamos planificado la estrategia a seguir: en el momento de la partida hubiéramos corrido tras los que se disponían a viajar como madres solícitas, para advertirles: «¿No has olvidado nada? Ten cuidado, te he puesto un paquete de dulces por si…»
¡Nada de eso! Jesús dijo a sus amigos que se fueran sin llevarse nada. ¡Ni pan, ni bolso de viaje, ni dinero en el bolsillo! Ni una indicación, ni el menor consejo. Nada, salvo un bastón para que sirviera de apoyo a la debilidad del cuerpo y unas sandalias fuertes para que soportasen muchas horas de marcha. Jesús les dijo, únicamente, que aceptasen la hospitalidad. En suma, les hizo dependientes de aquellos a los que tenían que evangelizar. ¡La pobreza absoluta!
Tenían que partir sin ninguna otra cosa que la Palabra, el Mensaje, la Buena Noticia, el Aliento del Espíritu Santo que hace avanzar al mensajero. Lo importante no es que el discurso sea hábil, que la estrategia o la pedagogía sean las adecuadas, sino más bien el ardor del Espíritu, la Vida que va al encuentro de la vida. El mensajero lleva la única carga de la Palabra que porta y la que va a engendrar.
Incansablemente, hablarán del Maestro sin comprender bien ni siquiera ellos mismos lo que dicen, divididos entre la incredulidad y la fe. «¡Hay entre vosotros uno al que ni siquiera conocéis, al que no conocemos! » Cuanto más hablaban del Señor, mejor comprendían que con El se inauguraba un tiempo nuevo: «¡Creed en la Buena Noticia: el Reino de
Dios está ahí!».
Hermanos míos, la fe es así… Empieza a tomar cuerpo con el testimonio y el reparto. La fe se despierta en el momento en que, sin ningún soporte previo ni el menor socorro exterior, acepta el riesgo de una palabra, de una vida. La fe no es una impedimenta bien atada que se transmite sin más; se inventa, se hace profunda, se consolida compartiendo. Se trata simplemente de creer en el Señor emprendiendo la ruta con El. Jesús envió a los discípulos a la misión. ¡Bienaventurada la Iglesia que sólo cuenta con la ruta para afirmar su fe!
Salvador Carrillo Alday, El evangelio según san Mateo
Verbo Divino (2010), pp. 152-153
Cuatro primeras instrucciones [para la Misión]:
- La primera misión debía evitar tierra de gentiles y samaritanos y dirigirse únicamente a los hijos de Israel. La expresión “ovejas perdidas” puede referirse a todo Israel, según Ez 34,2-6, o “al pueblo de la tierra” (am ha arets), que era la gente pobre, marginada y despreciada, por la que Jesús sentía especial inclinación, si bien no exclusiva.
- El mensaje central de los apóstoles debe ser el mismo de la predicación de Jesús: “el Reino de los Cielos está cerca”.
- La proclamación del Reino debe ir acompañada de signos externos: curaciones, resurrección de muertos, purificación de leprosos, exorcismos. Además, el Evangelio no debe valorarse en términos de economía, pues es un don gratuito que viene de Dios y hay que comunicarlo gratuitamente. Este ideal será matizado con la frase del v. 10b: “El obrero merece su sustento”.
- Los misioneros no deben inquietarse por otras cosas, así fueren necesarias. Dios les proveerá del sustento a través de las personas evangelizadas.
El enviado debe ser acogido por quien sea digno de ello, y permanecer allí durante el tiempo de la evangelización. El saludo de paz, shalom, es un deseo eficaz de una bendición concreta de Dios sobre la casa: tiene la garantía de la promesa de Jesús. Por el contrario, cuando no se reciba al mensajero que anuncia la venida del Reino, no hay que llevarse de allí ni el polvo en las sandalias (Hch 13,51). Sobre la historia de Sodoma y Gomorra, cf. Gn 18,16–19,29.
Biblia Nácar-Colunga Comentada
1) Cristo les Confiere Poder sobre los “Espíritus” y las Enfermedades (Mc 6:7-13; Lc 9:1-2).
Por otra parte, el poder sobre los demonios, enemigos del reino de Dios (Mt 8:29; 12:23; Jn 12:31, etc.), y el poder sobre toda enfermedad, acusa un mismo poder de origen y finalidad. Puesto que también las enfermedades son una consecuencia del pecado y del reinado de Satán, como Mt mismo enseña al ver en la obra taumatúrgica de Cristo de expulsar demonios y curar enfermedades el cumplimiento de Isaías sobre el Mesías, Siervo de Yahvé, expiando los pecados y sus consecuencias (Mt 8:16.17). Al dotar Cristo así a los apóstoles de este polifacético poder taumatúrgico en su misión, predicando la llegada del reino, buscaba dos cosas:
a) Una, dotarlos de credenciales infalibles de lo que enseñaban, al ver que en ellos estaba la mano de Dios, y que, si Dios no estuviese con ellos, no podían realizarlo, como le dijo Nicodemo a Cristo (Jn 3:2).
b) Pero también, al ver el cumplimiento específico de tales milagros, que se recordase el vaticinio profetice sobre los días mesiánicos, en diversos pasajes alusivos a esto (Is 26:19; 29:18ss; 35:5ss; 61:1); y con ello, que los recibiesen como embajadores del Mesías, y, en consecuencia, a él como tal. No es otro el argumento que el mismo Cristo dio a los discípulos del Bautista cuando le preguntaron si El era el Mesías. Les remitió a los milagros que hacía, los cuales cumplían el vaticinio mesiánico de Isaías (Mt 11:2-6; Lc 7:18-23).
Pero si les confiere el poder de hacer milagros, les exige el ejercicio gratis de los mismos. Es don sobrenatural para beneficencia de los hombres en función de la extensión del reino y gloria de Dios. Por eso, lo que recibieron gratuitamente, lo administrarán gratuitamente.
Posiblemente Cristo, con estas palabras, alude a las costumbres de los rabinos de cobrar estipendios por la doctrina enseñada. Son varios los textos de la Mishna que recomiendan que se estudie la Ley no para “hacerse rico”.
El apóstol-misionero tiene derecho a su sustento material (v. 10), ya que su trabajo es absorbente y en él debe ocuparse. Es un trabajo en parte material, que necesita compensación, retribución.
Pero el carisma de los milagros, del que aquí se trata, no tiene trabajo material; es puro don gratuito de Dios y no se puede exigir retribución por él, y de esta prohibición de Cristo sale, por una deducción inmediata, la condena de la simonía. Tal es el caso de Simón Mago (Act 8:9-23), lo mismo que los abusos simoníacos de los mensajeros de dioses y diosas que venían de Siria por Palestina, enriqueciéndose con sus misiones.
2) Misión Limitada a Palestina (v.5).
Cristo les manda se limiten solamente a Palestina. Que no vayan a los gentiles ni a las ciudades de los samaritanos en plan de misión, no de paso (Jn 4:4ss). Estos eran considerados como judíos espúreos en lo étnico y como cismáticos en lo religioso, por lo cual los judíos los tenían en el mayor desprecio. A Cristo, para insultarle, le llamaron “samaritano”; casi como hombre “poseso” del demonio (Jn 8:48).
Mateo refleja exactamente este estado de cosas, respecto a los samaritanos, antes del levantamiento judío final bajo Adriano. A partir de este momento los judíos cambian en su apreciación, siendo favorables a los samaritanos, como se ve reflejado en el mismo Talmud 29.
La frase “no ir a ciudad” (εις πόλιν) de samaritanos se refiere a la región. Probablemente es debido a una traducción material aramea de mediría que en lengua palestinense significaría provincia o región.
Los apóstoles han de ir a llevar el Evangelio a “las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mt 15:24). Cristo ha sido enviado directamente a evangelizar a Israel; sólo como excepción lo hizo con los samaritanos (Jn 4:4ss), curó a unos endemoniados en el país de los “gerasenos” (Mt 8:28) y a la hija de una cananea (Mt 15:21ss). Sin embargo, en el plan de Dios, Israel tenía el privilegio, como elegido y transmisor de las promesas mesiánicas. Así lo enseña San Pablo (Act 13:46; Rom 1:16). Y Cristo mismo lo supone en otra parábola (Mt 22:1-10). Al fin esto era dar cumplimiento al anuncio del reino mesiánico hecho por los profetas (Is 60,lss), que se extendería, mediante Israel, a todas las naciones después de la muerte y resurrección de Cristo, al promulgar el Evangelio y bautismo a todas las gentes (Mt 28:19-20). Ahora se dirigirán a las “ovejas perdidas de la casa de Israel,” a causa de la conducta de sus jefes frente a Cristo Mesías, y la desorientación que producían en el pueblo.
3) El tema de su predicación (v.7 = Lc 9:2; Mc 6:12).
El tema de la predicación que han de llevar a esas gentes es que “se acerca el reino de los cielos” (ήτζχεν). Es la misma frase temática con la que el Bautista preparaba la “venida del Mesías” (3:2), y la que se pone en boca del mismo Cristo (Mt 4:17). Mc, en el lugar paralelo, explícita más: y “marchados, predicaban que se arrepintiesen” (μετανώσιν) (Mc 6:12). Esta frase responde al shub de los profetas, y que después de Jeremías cobra el especial matiz de volverse a la Alianza, al auténtico pacto y vivencia de la ley de Yahvé. Los evangelistas destacan el aspecto moral, que incluye el verdadero pacto, en el cual encontrarán la verdadera orientación al mesianismo.
4) pobreza misional (v.9-15, Mc 6:8-11, Lc 9:3.5).
Cristo les recomienda después la pobreza. El espíritu de pobreza con que se deben conducir. Y lo expresa con términos hiperbólicos orientales.
a) No deben llevar ni oro, ni plata, ni cobre en su cinto. No deben, pues, llevar monedas de ningún tipo. Los orientales guardaban usualmente el dinero en los pliegues de su cinto o en un pequeño bolsillo anejo al mismo. Y hasta lo hacen en un pequeño escondrijo de su túnica o de su turbante o kuffieh. Incluso entre los romanos se usaba el cinturón para guardar el dinero 30.
b) Tampoco deben llevar un saco de viaje para su camino con las provisiones convenientes.
c) Tampoco debían llevar duplicidad de vestidos: “dos túnicas.” De los escritos rabínicos se desprende que los judíos tenían la costumbre de vestir dos túnicas (Lc 3:11), y de las mujeres se cita que usaban tres, cinco y hasta siete 31.
d) No deben llevar “calzado” (Mt), “sandalias” (Mc). Y eso que los viajes que les aguardaban por caminos pedregosos les habían de ser penosos. Marcos admitirá el que puedan ir calzados, redacción que seguramente es primitiva sobre Lc (9:5) y Mt. Estos probablemente acentúan la nota de austeridad para no aparecer inferiores a ciertos predicadores ambulantes helenistas que recorrían las ciudades con una exhibición penitencial llamativa.
e) Ni “bastón” (ράβδον), que era un vulgar palo cogido para apoyarse o defenderse. Algún autor piensa que se refiriese al bastón para guiar las ovejas, prohibiendo la clava que a veces llevaban los pastores para defenderse. Manifiestamente no es esta sutileza el sentido de Cristo en esta frase.
Y han de ir así, “porque el obrero es acreedor a su sustento.” A su trabajo le es justo un “salario” conveniente en justicia (μισθός), dirá Lucas (1 Tim 5:17ss; 1 Cor 9:7-14). Así se pueden entregar de lleno al apostolado. Es la recomendación que Cristo mismo hace a los setenta y dos discípulos en su misión palestina. Después de haber buscado alojamiento digno, les dice: “Permaneced en esa casa y comed y bebed lo que os sirvan, porque el obrero es digno de su salario” (Lc 10:7). Dios sabe proveer por los medios de su Providencia, incluidos los recursos humanos.
El pensamiento de Cristo no es que se prescinda de todo esto que se enumera, sino que con ello se acusa el espíritu que ha de informar a los misioneros. No deben tener apego a lo que no sea necesario. El mismo les dice en otra ocasión: “Cuando os envié sin bolsa, sin alforjas, sin calzado, ¿os faltó alguna cosa? Nada, dijeron ellos. Y les añadió: Pues ahora el que tenga bolsa, tómela, e igualmente la alforja, y el que no la tenga, venda su manto y compre una espada” (Lc 22:35-36). Es, pues, el espíritu de pobreza lo que arriba se recomienda a los apóstoles y no precisamente la materialidad de su ejercicio, lo que normalmente sería estar, por temeridad, al margen mismo de la providencia de Dios. En esta redacción coinciden Mateo y Lucas. Marcos, sin embargo, presenta alguna divergencia: “Encargándoles — dice — que no tomasen para el camino nada más que un bastón, ni pan, ni alforjas, ni dinero en el cinto, y que se calzasen con sandalias y que no llevasen dos túnicas” (Mc 6:8-9). La razón de tal divergencia no es otra que una citación “quoad sensum,” tan ordinaria en el lenguaje humano, lo mismo que en el estilo bíblico y evangélico.
El hospedaje del apóstol (v.11-15, Mc 6:10-11, Lc. 9:4-5).
Se piensa que les da un consejo sobre la solicitud que han de tener para conservar su dignidad en el hospedaje. No deben hacerlo en cualquier casa, sino en la que la honestidad y honor de sus dueños no pueda venir en desdoro de su dignidad misional. Tampoco en casa de algún “gentil” que allí viviese (v.5b).
Sin embargo, puede ser otro el sentido. Mt emplea este término “ser digno” (δlός εστίν) en un sentido más dinámico: personas capaces de “recibir” (v.14) la predicación del reino. Recibir a un apóstol (v.14) era escuchar sus palabras de apóstol.
Una vez hospedados, “quedaos allí hasta que partáis.” Era una razón de gratitud y cortesía ambiental. Un cambio sin motivo indicaría en ellos ligereza. Se lee en la literatura rabínica: “¿Hasta cuándo un hombre no debe cambiar de alojamiento? (gratuitamente) Rab dijo: Hasta que el huésped no le golpee. Samuel dijo: Hasta que no se le tiren las cosas a la espalda.” 34 Era tema frecuente.
Además, el apóstol, al entrar en la casa, le deseará la paz. Este texto, que únicamente trae Mateo, es una traducción libre, hecha por el traductor griego, pues dice: “Y, entrando en la casa, saludadla.” Por todo lo que sigue hace ver que el saludo dirigido fue la paz. Por eso la formulación del original aramaico de Mateo debe ser semejante al texto de Lucas, en la misión de los sesenta y dos discípulos: “En cualquier casa que entréis, decid primero: La paz sea con esta casa” (Lc 9:5). La “paz,” en el concepto semita, es todo tipo de bienes espirituales y temporales, aquí mesiánicos.
“Si la casa fuese digna de esta paz,” o como dice Lucas, “si hubiese allí algún hijo de la paz, venga sobre ella vuestra paz; si no lo fuese, vuestra paz vuelva a vosotros.” Es interesante destacar la concepción tan popular de una paz que, emanada de Dios, no puede quedar sin efecto; por lo que necesariamente debe reposar sobre alguno. Si ella no descansa sobre la casa hospitalaria, vuelve a los misioneros, que son los que se benefician de ella.
Pero si “no os reciben” o “no escuchan vuestras palabras” al pedir alojamiento como apóstoles de Cristo, entonces, “saliendo de aquella casa o ciudad o de cualquier lugar, sacudid el polvo de vuestros pies en testimonio contra ellos.”
Estaba en las concepciones judías que, si uno venía de viaje de regiones gentiles y no se purificaba al entrar en Israel, la profanaba con el polvo que traía de esas regiones. Por eso estaba obligado a sacudir sus vestidos y zapatos antes de entrar en Israel 37. Gesto que materialmente usaron Pablo y Bernabé en Antioquía de Pisidia cuando los judíos levantaron una persecución contra ellos (Act 13:51). Cristo aquí, más que legislar un gesto, enseña una doctrina. Y es la culpa de los que así se portan con los apóstoles del Evangelio. Pues los que así obran están en tierra “gentil,” porque se hallan en situación culpable de error fundamental. Por eso, “en verdad os digo que más tolerable suerte tendrá la tierra de Sodoma y Gomorra en el día del juicio que aquella ciudad” (Lc 10:12). La catástrofe de Sodoma y Gomorra (Gen 18:23-33; 18:1-29) era en la historia de Israel la manifestación por excelencia del castigo divino e imagen clásica de la maldad (Is 1:9-10; 3:9; 13:19). Una vez que los milagros les habían acreditado como legados de Dios, no se les podía rechazar. Era cerrar los ojos a la luz mesiánica. Y en este sentido la culpa de éstos era mayor que la aberración moral, pagana, de Sodoma y Gomorra.
W. Trilling, El Nuevo Testamento y su Mensaje (Mt), La expulsión de demonios
Herder (1980), Tomo I, pp. 221-225
28-29
1 Id y predicad que el reino de los cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios.
Los apóstoles han de predicar lo mismo que Jesús predicaba: El reino de los cielos está cerca. Es el tiempo de la gran cosecha, de la donación única de Dios a su pueblo, es el tiempo de cumplir, por tanto el tiempo de la conversión y de la penitencia. El poder que han obtenido (10,1), también deben probarlo en la curación de enfermedades, incluso en la resurrección de muertos y en la expulsión de espíritus malignos, y así serán iguales a
Jesús. En boca de Jesús, se resume lo que hemos oído por extenso: la curación de todas las enfermedades (4,23s; 8,17), la resurrección de muertos (9,18s.23-26), la purificación de la lepra (8,1-4) y la expulsión de los demonios (4,24; 8,16.28-34; 9,32). Sólo muy escasas veces nos enteramos de que los apóstoles hicieran tales cosas en tiempo de Jesús «. Más tarde aquel poder se desarrolló mucho; especialmente los Hechos de los apóstoles cuentan los milagros que hace Pedro en nombre de Jesús (Act 3,1-10; 5,12-16; 9,31-43). En tiempos apostólicos, en tiempos de la primitiva Iglesia, la predicación va acompañada de señales y milagros. Este acompañamiento procede de aquellos dones especiales que el Señor dio a los apóstoles para que pudieran cumplir su misión. Más tarde se manifiestan una que otra vez estos dones, especialmente en la vida de los santos. Entonces el don de hacer milagros es un nuevo y especial regalo de Dios, pero no va unido a un cargo particular ni a un tiempo determinado como en la primitiva Iglesia apostólica.
8b 9 Gratis recibisteis, dad gratis. No os procuréis oro, plata, ni moneda de cobre para vuestros cinturones; alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón; pues el obrero merece su sustento.
La predicación debe quedar libre de toda apariencia de codicia. Jesús comunica gratuitamente sus dones, y así deben también ser retransmitidos. También ha sido un principio del tiempo apostólico que el misionero actúe sin remuneración, pero que sea sustentado por los fieles. Como sucedió a Jesús, la predicación sólo puede tener éxito si no se lleva a cabo por la ganancia como negocio. No deben ganar ninguna cantidad de dinero, ni monedas de plata, ni de oro, por tanto monedas de valor más elevado, ni tampoco las menos valiosas de cobre, la calderilla. Cuando emprendan el viaje, deben confiar plenamente en Dios. Él los alimentará, como alimenta a los pájaros y a los lirios del campo. Cuando estén enteramente entregados a su servicio, Dios se cuidará de todo lo demás.
La sobriedad y la sencillez también son distintivos del equipo que prescribe Jesús. Los apóstoles deben dejar en casa la alforja para llevar las provisiones de boca y otros accesorios de viaje, como la segunda túnica de recambio.
Causa extrañeza que tampoco puedan llevar sandalias ni bastón, que no son precisamente un lujo. Quizás las sandalias haya que entenderlas como calzado duradero, resistente por un largo tiempo y para la montaña, no como las sandalias ligeras sin las que no se puede correr por las melladas rocas calcáreas. ¿Y el bastón? ¿Debe quedarse en casa para no molestar a los apóstoles? En cualquier caso se exige una pobreza extremada. Pues el obrero merece su sustento. Los misioneros recibirán en el camino todo lo que se requiere además de lo absolutamente necesario. Más aún, tienen un derecho, que más tarde también usan, fuera de san Pablo. La regla apostólica sobrevive en diferentes formas hasta nuestros días. Las comunidades sustentan a todos los que les sirven con la palabra y los sacramentos. Ambas partes habrían de tener en cuenta que en los sentimientos fraternales hay una correspondencia de dar y tomar, la cual está limitada a lo necesario por la regla apostólica.
11 En cualquier ciudad o aldea en que entréis, informaos de quién hay de confianza en ella, y alojaos allí hasta el momento de partir. n Al entrar en la casa, dirigidle el saludo de paz; 13 y si la casa lo merece, descienda vuestra paz sobre ella; pero si no lo merece, vuélvase a vosotros vuestra paz. 14 Y si algunos no os reciben ni escuchan vuestras palabras, salid de esa casa o de aquella ciudad, y sacudid el polvo de vuestros pies. 15 Os lo aseguro: habrá menor rigor para la tierra de Sodoma y Gomorra en el día del juicio que para esa ciudad.
La presente sección contiene las instrucciones de Jesús para el alojamiento de los misioneros. Cuando lleguen a un lugar, deben primero indagar qué casa es adecuada para ellos. Una vez se hayan informado, deben permanecer allí mientras ejerzan su actividad en aquel lugar. De este modo se dice indirectamente que no se alojen en varias casas, ni se muden de una casa a otra.
En los primeros tiempos de la misión parece que se han tenido malas experiencias a este propósito, por lo cual esta regla de Jesús fue aplicada también más tarde. Podrían producirse celos y envidia, diversas murmuraciones rumurosas que perjudicaban el mensaje.
Cuando los misioneros lleguen a una casa, deben saludar a sus moradores. Es el saludo de paz, usual en oriente incluso en nuestros días. San Lucas dice más explícitamente: «Y en cualquier casa en que entréis, decid primero: Paz a esta casa» (Le 10,5). Cuando van como mensajeros del reino, el saludo de la paz ya no es una fórmula de cortesía. Lo que ellos traen consigo, el poder de salvar y la virtud milagrosa del reino de Dios, entrará en aquella casa. Es la paz de Dios que viene a la casa, que ha sido favorecida con una gracia. Pero si la casa no está dispuesta para Dios y sus enviados, si no contesta al saludo de paz con alegría y prontitud, los mensajeros no pueden conseguir nada: la paz que han deseado y ofrecido, vuelve a ellos. Cuando el sacerdote viene a visitar a un enfermo, dice al entrar en la habitación: «La paz del Señor sea con esta casa». Si no necesitamos pronunciar estas solemnes palabras, con todo deberíamos tener esta intención, cuando visitamos una casa como mensajeros del Señor, especialmente si es una casa de incrédulos: Traemos la paz de Dios.
Esto se ha dicho de cada casa, más en concreto de la comunidad doméstica, de la familia con los hijos, los abuelos y todos los servidores. Una casa puede rehusar la oferta de la paz. También puede pasar que toda una ciudad rechace a los mensajeros, no los deje entrar o no los escuche. Es el fracaso, tal como Jesús lo ha vivido también. El fracaso más doloroso lo tuvo Jesús en su ciudad paterna de Nazaret (13,53-58). Sobre todo san Pablo fracasó muchas veces «. Cuando tengan un fracaso, no deben lamentarse quejumbrosos, tampoco han de inculparse a sí mismos, ni presentar ninguna excusa ni esperar nuevas tentativas. Se trata de una oferta de Dios presentada una sola vez. Si se desconoce esta hora, nunca vuelve. Deben sencillamente marcharse e incluso sacudirse el polvo de sus zapatos en aquel lugar, como señal de que Dios y ellos ya no tienen nada que ver con los moradores de la casa. Todo depende de la decisión, que es única y no puede volverse a tomar.
No faltará el castigo. Los habitantes de Sodoma y Gomorra, aquellas perversas ciudades que fueron destruidas por la ira de Dios, saldrán mejor librados en el juicio que los habitantes de una de las ciudades que ahora no atiendan al llamamiento de Dios. Es preciso prestar atención a estas palabras, si se quiere entender correctamente el proceso que sufrió Jesús posteriormente.
San Gregorio Magno, papa
Homilía:
Hom. 4
Escuchemos lo que manda el Señor a aquellos a quienes envía a predicar: .Id anunciando que está llegando el Reino de los Cielos» (Mt 10,7).
Antes del envío, dio a los santos predicadores el poder de hacer milagros, a fin de que aquellos que predicaban cosas nuevas realizaran también cosas extraordinarias, como se añade de inmediato: «Curad a los enfermos, resucitad a los muertos, limpiad a los leprosos, expulsad a los demonios» (Mt 10,8). Los milagros visibles resplandecen para atraer los corazones de aquellos que los admiran a la fe en las cosas invisibles, mucho mas admirables.
Tras haber concedido la autoridad de la predicación y la facultad de avalarla con los milagros, dice nuestro Redentor: oGratis lo recibisteis, dadlo gratis» (Mt 10,8). Preveía, en efecto, que algunos habrían de intentar usar los carismas recibidos del Espíritu Santo con fines de lucro y habrían de reducir la virtud de hacer milagros a instrumento de avaricia. Hay algunos que, aunque no reciben premios en dinero, buscan, no obstante, la retribución de la alabanza humana. Estos no dan gratis lo que han recibido de manera gratuita, puesto que intentan recabar de un ministerio sagrado el precio de la alabanza. Por eso, el profeta, pretendiendo describir al hombre justo, dice muy bien de el que «sacude de sus manos todo regalo» (Is 33,15). Nótese que no dice solo que sacude de sus manos «el regalo», sino «todo regalo», porque hay varios regalos: está el regalo del obsequio, el regalo de mano, el regalo de lengua. El regalo del obsequio consiste en la búsqueda del poder; el regalo de mano es el dinero; el regalo de lengua es la alabanza.
Ahora bien, vosotros, hermanos queridísimos, que vestís el habito secular, mientras vais a conocer cuales son vuestros deberes, fijad los ojos de la mente asimismo en vuestras obligaciones. El bien que os hacéis recíprocamente, hacedlo de manera gratuita. Del mismo modo que intentáis ocultar vuestras malas acciones, para que no las vean los otros, procurad esconder sobre todo vuestras acciones buenas, para no recibir por ellas alabanzas de los hombres. No hagáis nunca el mal por ningún motivo; haced siempre el bien, pero no lo hagáis nunca para obtener una retribución temporal. El tiempo pasa veloz. Preparemonos enseguida a presentarnos ante Dios ricos de buenas obras, con la ayuda de nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina en la unidad del Espíritu Santo por los siglos de los siglos
Giorgio Zevini, Lectio Divina (Mateo): Normas para la misión
Verbo Divino (2008), pp. 153-157.
La Palabra me ilumina
El evangelio no nos comunica, en primer lugar, las enseñanzas de Jesús, sino a él mismo, a su persona: al escuchar la Palabra, escuchamos su corazón. En este fragmento le hemos seguido en su camino a lo largo de las calzadas de los hombres y hemos captado su mirada posándose ampliamente sobre las multitudes, con una compasión infinita. En efecto, conoce las penas, las fatigas, las esperanzas de cada uno de ellos… Su mirada se vuelve después hacia sus discípulos, a nosotros, para invitarnos a compartir su mismo amor por el hombre. Jesús nos confía el anhelo de su corazón y nos confía el doble mandato de la oración y de la misión; condición necesaria para ambas es la pobreza del corazón, compuesta de gratitud y de gratuidad. También nosotros hemos sido «ovejas sin pastor»: el Señor ha podido alcanzarnos, cuidarnos, señalarnos el camino de la vida que desemboca en la alegría eterna. Pero quedan muchos hermanos nuestros que vagan todavía sin meta, buscando en vano el consuelo y la felicidad…, y a ellos quiere llegar Jesús a través de los «suyos», es decir, a través de nosotros.
Cada uno de nosotros puede convertirse, con la gracia de Dios, en obrero de su mies; Jesús nos llama junto a sí a cada uno de nosotros, como a los apóstoles, para enviarnos lejos, a distancias que no se miden en kilómetros. ¡Que lejos puede estar nuestro ambiente de trabajo del Señor! Sin embargo, el quiere hacernos conscientes de que hemos sido enviados a proponer, no a conquistar. Puede suceder que lo demos todo -por lo demás, todo nos había venido de él- y que veamos frustrada nuestra obra. El fracaso no debe detener al discípulo, sino volver a ponerle en camino: la paz de Cristo que lleva a los hermanos le acompañará enseñándole en su intimidad la sabiduría (cf. 50,8) para hacerle cada vez mas sagaz y, al mismo tiempo, sencillo.
Caminar con la Palabra
Sabemos cuál fue la reacción de los discípulos ante la desconcertante noticia que cambió la faz del mundo: lo dejaron todo al instante. Y Jesús dice enseguida que esta bella noticia es preciso proclamarla a todas las gentes, por doquier, por todo el mundo. Querríamos que este anuncio sacudiera también nuestra conciencia. Es una bella noticia para mí, y puede ser nueva. Es nueva cada vez que la escucho.
«¡Creed en el Evangelio!». También aquí se cuela la palabra creer. No se trata de la aceptación de una verdad abstracta, sino de abandonarse a Jesús, que se revela como la única salvación, como el Reino que está aquí. Es darle crédito, darle carta blanca: es un abandonarse del todo en el Señor con todo nuestro ser. De ahí la importancia del acto de predicar: «predicada todo el mundo» (cf. Mc 16,15). Tal vez hemos olvidado el carácter casi sacramental de esta predicación. Cuando se dice «Evangelio de Cristo», tenemos un genitivo, se trata de un genitivo objetivo y subjetivo al mismo tiempo: objetivo, porque Cristo es el objeto del anuncio, pues le anunciamos a él, pero también es subjetivo, porque es él quien anuncia a través de nosotros. Muchas veces nos desanimamos en nuestro ministerio y decimos: «¿De qué sirve mi predicación?». ¿Creo que el Evangelio es en mi boca el Evangelio de Cristo en sentido subjetivo, fuerza de salvación, por tanto, para todo el que se abre a la Palabra, que tiene una fuerza maravillosa en sí misma?
A buen seguro, no es preciso tomar esto en un sentido mágico. La Palabra es tal, si es acogida, si es escuchada: habla al corazón, quiere «un corazón a la escucha». Pero es poderosa, es eficaz,
lleva a cabo la salvación. Y para nosotros es siempre un comienzo: hoy debo acoger la Palabra que me salva: «Ojalá escuchéis hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón…» (Sal 94,8).
Es posible que muchas veces la gente, al vernos trabajar generosamente (el Señor lo quiera), dé la impresión de decirnos: ¿Qué te hace hacerlo? Deberíamos tener una respuesta única: ¡Sólo él! ¡Sólo él me lleva a hacerlo! Aquí reside todo el cristianismo, si queremos reducirlo a lo esencial. Esta adhesión total a la persona de Cristo se convierte en el sentido único de la vida: «Para mí la vida es Cristo» (Flp 1,21).
Nuestra pastoral es toda una pedagogía del encuentro con Cristo; coger a los hermanos de la mano, llevarlos al encuentro de Jesús, el único Salvador, y retirarnos después en silencio (M. Magrassi, Per me vivere é Cristo, La Scala, Noci 1991, 28-36, passim).