Mt 9, 18-26: La hemorroísa y la hija de un personaje notable
/ 6 julio, 2015 / San Mateo*Entrada en proceso de creación. Otras homilías y comentarios irán apareciendo…
Texto Bíblico
18 Mientras les decía esto, se acercó un jefe de los judíos que se arrodilló ante él y le dijo: «Mi hija acaba de morir. Pero ven tú, impón tu mano sobre ella y vivirá». 19 Jesús se levantó y lo siguió con sus discípulos. 20 Entre tanto, una mujer que sufría flujos de sangre desde hacía doce años, se le acercó por detrás y le tocó la orla del manto, 21 pensando que con solo tocarle el manto se curaría. 22 Jesús se volvió y al verla le dijo: «¡Ánimo, hija! Tu fe te ha salvado». Y en aquel momento quedó curada la mujer. 23 Jesús llegó a casa de aquel jefe y, al ver a los flautistas y el alboroto de la gente, 24 dijo: «¡Retiraos! La niña no está muerta, está dormida». Se reían de él. 25 Cuando echaron a la gente, entró él, cogió a la niña de la mano y ella se levantó. 26 La noticia se divulgó por toda aquella comarca.
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
San Clemente Romano, papa
Carta a los corintios
§24-28; SC 167
«La niña no está muerta, está dormida.»
Prestemos atención, carísimos, a cómo el Señor no cesa de mostrarnos la resurrección futura de la que nos ha dado las primicias resucitando a Nuestro Señor Jesucristo. Consideremos, queridos hermanos, las resurrecciones que se realizan periódicamente. El día y la noche nos presentan una resurrección. La noche cae, el día se levanta. El día desaparece y llega la noche. Miremos los frutos: cómo se forman las semillas, ¿qué pasa? El que siembra sale a sembrar, echa las diferentes semillas en la tierra. Estas caen, secas y desnudas sobre la tierra y se desintegran. Luego, a partir de esta descomposición misma, la magnífica providencia del Maestro las hace resurgir y un solo grano se multiplica y da fruto… ¿Nos extrañaremos, pues, que el Creador del universo haga revivir a aquellos que le han servido fielmente y con la confianza de una fe perfecta?…
En esta esperanza, unámonos a aquel que es fiel y sus promesas son verdad y justos sus juicios. El que nos manda no mentir, no puede mentir. Para Dios nada es imposible, salvo el mentir. Reanimemos, pues, nuestra fe en él y consideremos que todo esto le es posible. De una palabra de su boca ha formado el universo y con una palabra suya lo puede aniquilar… Hace todo lo que quiere. Nada de lo que ha decidido perecerá jamás. Todo está delante de Él y nada se escapa a su providencia.
San Hilario
Comentario
Comentario al evangelio de san Mateo, 9, 5-8
«La niña no está muerta, está dormida.»
El jefe [de la sinagoga] puede interpretarse como representante de la Ley de Moisés, que, ruega en provecho de la multitud que ella había alimentado para Cristo, anunciándole la espera de su llegada; pide al Señor devuelva la vida a una muerta… El Señor le prometió su ayuda y para garantizársela, le acompaña. En primer lugar, la multitud de paganos pecadores se salva con los apóstoles.
El don de la vida equivalía, en primer lugar a la elección predestinada por la ley, pero previamente, en la imagen de la mujer, la salvación ha visitado los publicanos y a los pecadores. Por eso, esta mujer confía en que acercándose cuando pase el Señor, será curada de su flujo de sangre al tocarle el vestido… Ella se ha adelantado en la fe a tocar el borde del vestido, es decir a alcanzar en compañía de los apóstoles el don del Espíritu Santo que sale del cuerpo de Cristo a través del vestido. En un instante está curada. Así, la salud destinada a una se hizo también a otra, a los que el Señor ha elogiado la fe y la perseverancia, porque lo que estaba preparado para Israel fue acogido por todos los pueblos…
La fuerza sanadora del Señor, contenida en su cuerpo, llegaba hasta el borde de sus vestidos. En efecto, Dios no era divisible ni perceptible para ser encerrado en un cuerpo; reparte sus dones en el Espíritu, pero no se divide en sus dones. Su fuerza se percibe por la fe en todas partes, porque es para todos y no está ausente en ninguna parte. El cuerpo que ha tomado no le ha disminuido su fuerza, pero su potencia tomó la fragilidad de un cuerpo para él rescatarlo… El Señor entra posteriormente en la casa del jefe, es decir, en la sinagoga…, y muchos se burlan de él. En efecto no han creído en un Dios hecho hombre; se han reído al escuchar predicar la resurrección de entre los muertos. Tomando la mano de la niña, el Señor ha devuelto a la vida a aquella cuya muerte no era ante Él más que un sueño.
San Atanasio, obispo
Sobre la Encarnación del Verbo, 8-9
«Entró él, cogió a la niña de la mano, y ella se puso en pie»
El Verbo, la Palabra de Dios, incorpóreo, incorruptible e inmaterial, vino al mundo aunque tampoco antes se hallaba lejos. En efecto, no había dejado ninguna parte de la creación privada de su presencia porque él, que mora junto a su Padre, lo llenaba todo. Pero se hizo presente abajándose a causa de su gran amor por nosotros, y se nos manifestó… Tuvo piedad de nuestra raza, compasión de nuestra debilidad, y condescendió a compartir nuestra condición corruptible. No aceptó que la muerte dominara sobre nosotros; no quiso ver perecer lo que había comenzado, ni ver fracasar la obra que su Padre había llevado a cabo al crear a los hombres. Tomó, pues, un cuerpo, y un cuerpo que no es diferente del nuestro. Porque no quiso solamente estar en un cuerpo o solamente manifestarse. Si hubiera querido sólo manifestarse, hubiera podido llevar a cabo esta teofanía de manera más poderosa. Pero no: tomó nuestro cuerpo…
El Verbo tomó un cuerpo capaz de morir para que este cuerpo, participando del Verbo que está por encima de todo…, fuera incorruptible gracias al Verbo que permanece en él, y a fin de liberar de la corrupción a todos los hombres por la gracia de la resurrección. El Verbo, pues, ofreció a la muerte el cuerpo que había tomado, como un sacrificio y una víctima sin mancha alguna; y seguidamente anonadó a la muerte librando de la misma a todos los hombres, sus semejantes, por la ofrenda de este cuerpo que los une.
Es justo que el Verbo de Dios, superior a todos, que ofrecía su propio templo, su cuerpo, en rescate por todos, pagara nuestra deuda con su muerte. Unido a todos los hombres a través de un cuerpo semejante al de ellos, es justo que el Hijo de Dios, incorruptible, revista a todos los hombres de incorruptibilidad, según la promesa traída con su resurrección. Porque la corrupción misma, implicada en la muerte, ya no tiene ningún poder sobre los hombres a causa del Verbo que se había hecho una misma cosa con ellos por su cuerpo semejante al de ellos.
San Charles de Foucauld, ermitaño y misionero
Retiro en Nazaret 1897: “Tu fe te ha salvado”
La fe, es lo que hace que creamos desde el fondo del alma… todas las verdades que la religión nos enseña, es decir, el contenido de la Escritura Santa y todas enseñanzas del Evangelio; en fin, todo lo que nos es propuesto por la Iglesia. El justo verdaderamente vive de esta fe (Rm 1,17), porque reemplaza a la inmensa mayoría de los sentidos de la naturaleza. Transforma tanto todas las cosas que apenas los sentidos pueden servirle al alma; por ellos sólo percibe apariencias engañosas; la fe le muestra las realidades.
El ojo le muestra a un pobre; la fe le muestra a Jesús (cf Mt 25,40). El oído le deja oír insultos y persecuciones; la fe le canta: «Regocíjese y gózate de alegría» (cf Mt 5,12). El tacto nos hace sentir los golpes recibidos; la fe nos dice: «alegraos de haber sido considerados dignos de sufrir algo por el nombre Cristo» (cf Hch. 5,41). El gusto nos hace sentir el incienso; la fe nos dice que el incienso verdadero «son las oraciones de los santos» (Ap 8,4). Los sentidos nos seducen por las bellezas creadas; la fe piensa en la belleza increada y tiene lástima de todas las criaturas que son nada y polvo al lado de aquella belleza. A los sentidos les horroriza el dolor; la fe lo bendice como la corona esponsal que se le une a su Amado, como la marcha con su Esposo, la mano en su mano divina. Los sentidos se rebelan contra el insulto; la fe lo bendice: » bendecid a los que os maldicen » Lc 6,28)…; lo encuentra dulce porque es compartir la suerte de Jesús… Los sentidos son curiosos; la fe no quiere conocer nada: tiene sed de sepultarse y querría pasar toda su vida inmóvil al pie del tabernáculo.
Comentarios exegéticos
Autores Varios: Comentarios a la Biblia Litúrgica (NT): Dueño de la vida
Paulinas-PPC-Regina-Verbo Divino (1990), pp. 981-982
La perícopa recoge dos escenas entremezcladas que nos son narradas por los tres Sinópticos. La relación entre ellos resulta más complicada que de lo ordinario. Mateo, una vez más, parece haber estilizado la historia prescindiendo de rasgos de tipo anecdótico que no interesaban para la narración. La diferencia más grande entre los Sinópticos es que, según Mateo, la niña ya había muerto cuando su padre —que era un «jefe» según su versión, y jefe o presidente de la sinagoga, según la versión de Marcos y Lucas— se llega a Jesús para pedirle ayuda (los otros dos Sinópticos dicen que estaba muy grave). ¿Qué ha pretendido Mateo al introducir este cambio? ¿Poner más de relieve la magnitud del milagro? Probablemente lo ha hecho, en el caso de haber sido él el responsable del cambio, por razones teológicas: entre las obras que realizaría el Mesías, y como signo para reconocerlo, figuraba también la resurrección de los muertos. Y antes de mencionar expresamente estos signos (11,5) quiere adelantar ejemplos de todas y cada una de las obras que realizaría el Mesías. Así quedaría más patente el mesianismo de Jesús.
A pesar de que Mateo ha abreviado la narración de Marcos, nos conserva dos detalles sumamente interesantes porque recuerdan las costumbres judías. Uno se refiere a las borlas que llevaba Jesús en el borde de su manto (v. 20). Todo judío piadoso las llevaba, para que le evocasen los mandamientos del Señor (25,5; Núm 15,38ss). Jesús se adaptó a las costumbres y modo de vestir de sus contemporáneos. El otro detalle nos lo ofrece con la mención de los flautistas profesionales, que eran llamados para hacer el duelo más solemne.
La finalidad del evangelista Mateo es clara. Ya nos ha dicho que Jesús es el vencedor de la muerte (ver el comentario a 8,18- 22). El cuarto evangelio acentuará más este aspecto: Jesús es la vida, la resurrección y la vida. Al enfrentarse con la muerte, en el caso presente, Mateo nos presenta una parábola en acción: Jesús, que es la resurrección y la vida, es el vencedor de la muerte, tiene poder sobre ella. Como Mesías es el portador del reino de Dios, donde la muerte no es el estadio final del hombre, porque el reino de Dios significa la vida, vida inextinguible o eterna, como la llama el cuarto evangelio. Desde este punto de vista toda la vida de Jesús fue una parábola en acción: caminó hacia la muerte para superarla en la resurrección. Desde la resurrección adquiere pleno sentido cuanto dijo e hizo. Y desde la resurrección de Cristo adquiere su último sentido lo que él realizó durante su ministerio terreno. Sólo teniendo esto en cuenta puede comprenderse la profundidad de la afirmación de Jesús cuando, al referirse a la niña muerta, dijo que estaba dormida. En el lenguaje bíblico la imagen del sueño significa que los muertos esperan ser despertados, resucitados (Is 57,2; Dn 12,2; 1 Tes 4,13-14).
Algo parecido puede decirse del caso de la hemorroisa. El vencedor de la muerte puede vencer la enfermedad. Quien puede lo más puede lo menos. Ni podemos leer despectivamente una historia como ésta pensando que la acción de Dios se limita siempre y exclusivamente al interior del hombre. Afecta al hombre en su totalidad. Y la ruptura que nosotros hemos hecho en él —alma y cuerpo, como realidades tan distintas y distantes— no responde a la mentalidad bíblica.
Otro motivo presente en estas dos historias es la fe. Fe en el poder de Jesús sobre la muerte, como la que tiene Jairo (así llaman Marcos y Lucas al padre de la niña muerta). Fe en el poder de Jesús sobre la enfermedad (como lo demuestra el caso de la hemorroisa). Donde existe esta fe es donde se realiza el milagro- Y no es que Jesús sea un «milagrero», pero una cosa es clara: se le conocerá tanto mejor cuanto mejor sean conocidos sus milagros.
Bastin-Pinckers-Teheux, Dios cada día: Rehabilitación.
Siguiendo el Leccionario Ferial (4). Semanas X-XXI T.O. Evangelio de Mateo.
Sal Terrae (1990), pp. 81-82
Génesis 28, 10-22a
¡Cuánto camino recorrido desde el momento en que Jacob eligió, para hacer un alto en el camino, un lugar completamente ocasional y que más tarde habría de ser elevado al rango de santuario nacional! En la época en que el escritor elohísta redacta este relato (los vv. 13- 16.19 son yahvistas y repiten a favor de Jacob las promesas hechas a Abraham y a Isaac), el templo de Betel es considerado, en el reino del norte, como un centro de peregrinación importante y con vitola de nobleza, puesto que fue fundado por el patriarca Jacob.
Al menos es lo que podemos decir al reconstruir la historia. Gn. 28, en efecto, constituye un bello ejemplo de tradiciones fusionadas, unas pertenecientes a un santuario y las otras a un clan nómada. Jacob debió de ser en su época un personaje importante, como lo demuestra la existencia de tradiciones que sitúan su vida tanto en TransJordania como en Palestina central (Betel). Es probable que una migración de este a oeste pusiera en relación al clan de Jacob con la leyenda que se refiere a la fundación de Betel, leyenda piadosamente conservada por los servidores del santuario.
Esta leyenda relataba que el dios El se había aparecido en sueños a un lejano antepasado, el cual lo había visto descender a lo largo de lo que parece debían de ser las rampas de un zigurat; se simbolizaba así la función del templo, que es la de ser lugar de encuentro entre el cielo y la tierra, la puerta del cielo y la «casa-de-Dios» (Beth-El). Cuando el clan de Jacob ocupó la Palestina central, identificó simplemente al dios El con su dios protector (el «Omnipotente de Jacob») y atribuyó al patriarca la fundación del santuario. Jesús asimilará en su persona la tradición de Betel, revelándose como la única puerta que da acceso al cielo (Jn. 1, 51).
Salmo 90
El salmo da a conocer, en forma de oráculo, la protección que Dios dispensa a sus amigos. Es oportuno para cantar el momento en que Jacob deja su patria para huir de la cólera de Esaú.
Mateo 9,18-26.
¿Quién es este hombre y qué aporta de nuevo? Ciertamente, Yahvé manda en el mar y en los vientos; es el Esposo enamorado que perdona la infidelidad de Israel. Pero, en la persona de Jesús, se acerca al hombre, se hace hombre para establecer con la humanidad una alianza definitiva, una alianza de vida. Y es que, como portador del perdón de Dios, Jesús es la vida.
Por una parte, «despierta» a la jovencita que se había abandonado a la muerte; por otra, salva a la mujer a quien la vida abandona poco a poco. Esta doble curación es, de hecho, una parábola, una forma de descubrir el reino a través de los acontecimientos. Por una parte, una mujer que sufre de hemorragias desde hace doce años y que se encamina lentamente hacia la muerte, tanto más cuanto que se ve excluida de la sociedad a causa de su enfermedad; por otra parte, una niña que acaba de nacer a la vida, pero que muere de repente. Para una y otra, Jesús tendrá una eficaz palabra de vida.
Toda muerte parece absurda. Cuanto más la de una joven… Su padre había acudido a Cristo: «¡Mi hija ha muerto!». ¿Hay una realidad que refleje de manera más clara lo absurdo de la vida que el hecho de traer un hijo al mundo, educarlo y verlo morir tan joven? ¡Intolerable escándalo de un cuerpo que se queda sin vida en el momento mismo en que va a ser capaz él mismo de engendrar vida! «Mi hija ha muerto»: en esta constatación, que no consigue conjurar la fatalidad, está contenido todo el drama de nuestra existencia. Hemos engendrado la vida y hemos dado lo mejor de nosotros mismos a nuestros hijos. Hemos intentado dar cuerpo al amor, haciéndolo vivir en los gestos de todos los días. Hemos intentado crear la justicia y la paz a nuestro alrededor, compartiendo, perdonando, ayudando… Sí, somos todos padres apasionados por la vida, maravillados ante la obra de nuestras propias manos y deseos, de nuestros intentos y de nuestras pasiones. Y henos aquí enfrentados a lo inevitable, a lo irremediable: la muerte, en todos sus aspectos, parece tener la última palabra. Ya pueden hablarnos de vinos nuevos; nada podrá ahogar esta terrible
constatación, peor que cualquier grito de rebeldía: «¡Mi hija ha muerto!».
La Alianza, que es también promesa, no es una transformación mágica del drama de nuestra existencia. Ante nuestros hijos muertos, Dios sólo tiene una respuesta: toma nuestras vidas entre sus manos y nos levanta. En el proceso de la vida, nuestro único recurso, finalmente, es levantarnos, comenzar de nuevo a amar, inventar nuevamente la comunión, luchar una vez más en pro de la justicia y de la libertad. El desafío que presupone la Alianza no es cerrar los ojos, sino esperar y vivir, a pesar de todo.
Dios de los vivos,
tu Hijo, el fruto de tus entrañas,
ha entregado su vida hasta el final,
sin otra medida que la de tu pasión. Renueva nuestra esperanza,
haznos vivir en la libertad del Espíritu
hasta la hora en que podamos al fin entrar en la fiesta que no tiene fin.
Salvador Carrillo Alday, El evangelio según san Mateo
Verbo Divino (2010), pp. 142-145.
Mt9,18-26; Mc 5,21-43; Lc 8,40-56)
18 Así les estaba hablando, cuando se acercó un magistrado y se postró ante él diciendo: “Mi hija acaba de morir,
pero ven, impón tu mano sobre ella y vivirá”.
19 Jesús se levantó y le siguió junto con sus discípulos.
La sanación de la hemorroísa y la resurrección de la hija de Jairo muy probablemente fueron dos relatos independientes en un primer momento de la tradición evangélica. La redacción final del evangelio de Marcos, seguido por Mateo y Lucas, presenta ambas narraciones como una sola unidad literaria. Como de costumbre, la narración de Mateo es breve y sucinta.
Tras la discusión sobre el ayuno, Mateo presenta de improviso a Jairo, responsable del culto sinagogal o uno de los miembros más prominentes de la comunidad judía (Mc Lc). Se acerca a Jesús, se postra ante él y le manifiesta su problema y su dolor: “Mi hija acaba de morir”. Con esta precisión, el evangelista exalta, por una parte, la fe de Jairo y, por otra, magnifica el poder de Jesús no sólo sobre la enfermedad, sino sobre la misma muerte.
“Pero ven, impón tu mano sobre ella y vivirá”. Jairo tiene fe en el efecto salvador y vivificador del contacto físico de Jesús. La “imposición de manos” es un gesto bíblico cargado de significaciones muy diversas que brotan de contextos diferentes. En el Antiguo Testamento, la imposición de manos puede ser un gesto de bendición (Gn 48,14-20), de sustitución victimal (Lv 1,4; 3,2; 4,4) o de consagración para un ministerio en el pueblo de Dios (Éx 29,10.15.19; Nm 8,10-14; 27,15-23; Dt 34,9).
En el Nuevo Testamento, la imposición de manos puede ser un signo de bendición (Mt 19,13-15), o un gesto de curación (Mc 6,5; 7,32; 8,23-25; Lc 4,40; 13,13; etc.), o un rito de consagración de un creyente para una misión particular en la comunidad (Hch 6,6; 14,23), o una expresión de solidaridad en la oración en favor de un hermano enviado a misión (Hch 13,3).
La Iglesia ha conservado este gesto para los sacramentos: confirmación, reconciliación, unción, ordenación, etc. Sin embargo, de acuerdo con los textos bíblicos, la imposición de manos –que no es un ademán mágico, sino un signo visible de amor fraterno y expresión de comunión y solidaridad– no está reservada necesariamente a los sacramentos ni es exclusiva de los mismos.
“Y vivirá”. Vivir es un verbo importante en la misión de Jesús, manantial de vida.
20 En esto, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años se acercó por detrás y tocó la orla de su manto.
21 Pues se decía para sí: “Con sólo tocar su manto, me salvaré”. 22 Jesús se volvió y, al verla, le dijo: “¡Ánimo, hija; tu fe te ha salvado!”. Y se salvó la mujer desde aquel momento.
A causa de su enfermedad, la mujer que se acercó a Jesús era considerada impura según la Ley y debía, por tanto, mantenerse aislada (Lv 15,19-27), de ahí su discreción al acercarse por detrás, entre la gente. La mujer había oído lo que hacía Jesús. Su fe en él es grande, pues piensa que con sólo tocar la orla de su manto alcanzará la salvación. No es difícil recordar a este propósito la palabra de Habacuc: “He aquí que sucumbe quien no tiene el alma recta, pero el justo por su fidelidad vivirá” (Hab 2,4).
El evangelista, para hablar de la sanación de la mujer, emplea el verbo fuerte “salvar”. Por lo demás, Jesús lleva en su propio nombre la misión de “salvar”. Y salva cuando perdona los pecados (Lc 7,50), cuando sana de una enfermedad (Mc 6,34), cuando libera del demonio (Lc 8,36) y cuando levanta de la muerte (Mc 5,23).
Jesús, como judío piadoso y observante, llevaba en su manto las borlas o flecos ordenados por la Ley. El fleco, con su hilo de color púrpura, servía para recordar el cumplimiento de los preceptos de Dios y manifestar que Israel era un pueblo consagrado a Yahveh (Nm 15,38-41; Dt 22,12).
En la literatura religiosa de Mesopotamia y en el Antiguo Testamento, “agarrar del manto” significa “implorar fervientemente” (1 Sm 15,24-27). La mujer quiere tocar la borla del manto de Jesús impulsada por su fe, y no por una creencia en lo mágico. Y la mujer logró tocar a Jesús y se salvó desde aquella hora.
23 Al llegar Jesús a casa del magistrado y ver a los flautistas y la gente alborotando,
24 decía: “¡Retiraos! La muchacha no ha muerto; está dormida”. Y se burlaban de él.
25 Mas, echada fuera la gente, entró él, la tomó de la mano y la muchacha se levantó.
26 Y esta noticia se divulgó por toda aquella comarca.
Jesús llega a la casa del jefe y manda fuera a flautistas y plañideras, diciendo: “La muchacha no ha muerto; está dormida”. Con esta palabra –que malamente los presentes aprovechan para burlarse de él–, Jesús intenta tal vez disminuir la espectacularidad de lo que va a suceder. El Nuevo Testamento llama frecuentemente “sueño” a la muerte (Mt 27,52; 1 Cor 11,30; 15,6; 1 Tes 4,13-15).
La tomó de la mano y la muchacha se levantó. Sin decir palabra alguna, con sólo el contacto físico de Jesús, lleno de poder, la muchacha se levantó. Los verbos “dormir” y “levantarse” son ya un anuncio de la resurrección de Jesús y de la resurrección espiritual que el cristiano recibe en el bautismo (Ef 5,14).
La niña tenía doce años (Mc), igualando así el tiempo de enfermedad de la hemorroísa. La gente se quedó llena de temor religioso y se divulgó la noticia del suceso por toda aquella comarca. La resurrección de la hija de Jairo manifiesta la superioridad de Jesús sobre los dos grandes profetas del Antiguo Testamento: Elías y Eliseo (1 Re 17,17-24; 2 Re 4,8-37).
Mateo cuenta la resurrección de la hija de Jairo en un relato breve y solemne. Desde un principio, el evangelista había dicho que la niña estaba muerta. Y lo que ahora intenta es mostrar la majestad y la soberanía plena de Jesús. Aparecen él solo y la niña. Y, sin dirigirle palabra alguna, la toma de la mano y al punto ésta se levanta.
La narración de la hemorroísa y de la resurrección de la hija de Jairo muestran al vivo el interés salvífico de Jesús en favor de la mujer, sin importar la edad que tenga. En el nuevo Israel, no habrá distinción entre varón y mujer, como tampoco entre judío y gentil (Gál 3,28; Col 3,11).
W. Trilling, El Nuevo Testamento y su Mensaje (Mt): Resurrección de una niña y curación de una hemorroisa
Herder (1980), Tomo I, pp. 209-212.
Las narraciones de dos milagros aquí están intercaladas una en otra según la pauta de san Marcos. La curación disimulada de la mujer acontece en medio de la aglomeración que se había formado por el fallecimiento de la hija del dignatario. Para muchos pormenores se tiene que consultar el relato de san Marcos (Mc 5,21-43); aquí se limita Mateo a unos pocos rasgos principales.
18 Mientras les estaba diciendo estas cosas, se le acerca un dignatario, se postra ante él y le dice: Mi hija acaba de morir; pero ven, pon tu mano sobre ella, y vivirá. 19 Jesús se levantó, y lo iba siguiendo, acompañado de sus discípulos.
Antes hemos oído hablar de un centurión pagano, de un soldado, aquí se nos habla de un judío, dignatario de la sinagoga que desempeña en el lugar el supremo cargo religioso y era responsable del culto divino y del cuidado de la casa de Dios. Su hija acaba de fallecer. El dolor lacerante le conduce a Jesús, a quien ruega confiadamente que la haga revivir. Será suficiente que le imponga sus manos milagrosas. El Señor inmediatamente está dispuesto a seguir al dignatario y se pone en camino con los discípulos. En vista de esta fe no parece que todo se haya perdido en Israel.
20Y entretanto, una mujer, hemorroisa desde hacía doce años, acercándose por detrás, le tocó el borde del manto; 21pues decía para sí: Sólo con tocar su manto quedaré curada. 19Jesús se volvió y, mirándola, le dijo: ¡Ánimo, hija! Tu fe te ha salvado. Y quedó curada la mujer desde aquel momento.
En medio de la aglomeración una mujer desgraciada consigue tocar por atrás el manto de Jesús. Grande es su fe, aunque se manifieste en una acción casi mágica. Pero también es aceptada por Jesús esta fe, esta confianza silenciosa, sencilla, que puede exteriorizarse con un simple gesto. Sin embargo, en contraste con san Marcos, san Mateo muestra claramente que la curación es obra de la palabra de Jesús, de su voluntad y de su palabra imperante. No es la efusión mágica de la virtud curativa en el cuerpo enfermo. De este modo san Mateo da una interpretación más espiritual al texto popular e ingenuo de san Marcos. San Mateo previene el error de que Jesús sólo pudiera ser considerado como taumaturgo dotado de poderes sobrenaturales.
Es importante hacerlo constar ya en los Evangelios. En cierto modo hay una virtud reguladora entre los escritores sagrados, y la plena verdad solamente sale a luz en la visión de conjunto de todos los informes.
Jesús hace resaltar que a la mujer la ha curado su fe. La fe siempre continúa siendo la condición y el fundamento de la acción salvífica de Dios en el hombre. La fe puede revestirse de distintas formas, ya sean primitivas sin desarrollar, ya sean refinadamente espirituales. Siempre está en camino y en proceso de evolución, «partiendo de fe hasta consumarse en fe» (Rom 1,17); es decir, desde la fe existente y arraigada hasta la fe conocida cada vez más profundamente y vivida de forma más radical.
23 Cuando Jesús llegó a la casa del dignatario y vio a los flautistas y a la gente alborotando, 24 dijo: Retiraos; que la niña no ha muerto, sino que está durmiendo. Y se burlaban de él. 25Cuando echaron a la gente, entró él, la tomó de la mano, y la niña se levantó. 26Y la noticia del hecho se difundió por toda aquella comarca.
Jesús ha llegado a la casa y nota — evidentemente a disgusto — el ruido de las plañideras, de los flautistas y de una muchedumbre que según la costumbre oriental lloran por la muerte en voz alta y gritando. Este ruido desenfrenado contradice por completo la índole sencilla de Jesús y de su ayuda. El Señor invita a la multitud a que salga de la casa, lo cual evidentemente no lo hace sin la asistencia de otros («cuando echaron a la gente»). La multitud se burla de él, sobre todo por la razón que da: toda la ostentación ruidosa no viene al caso, porque la niña sólo está durmiendo. ¿Dice eso Jesús para tener un motivo incidental con que suprimir el ruido? Esta solución difícilmente se acomodaría a Jesús. El Señor parece opinar que para él y para el poder de Dios esta muerte no significa más que un sueño ligero. Así lo dice también hablando de Lázaro: «Nuestro amigo Lázaro está dormido; pero voy a despertarlo» (Jn 11,11). La muerte para Dios no es un poder insuperable. Es delgada la pared que separa la muerte de la vida. Eso la gente no lo entiende, y se burlan neciamente de él.
Las cosas tienen un aspecto muy distinto ante la mirada de Dios y ante la experiencia del hombre. Sólo si nos ejercitamos en ver con la mirada de Dios, nos formamos el verdadero concepto. Entonces la muerte también pierde su carácter horripilante.