Mt 9, 14-15: Ayunar en ausencia del Novio
/ 8 febrero, 2016 / San MateoTexto Bíblico
14 Los discípulos de Juan se le acercan a Jesús, preguntándole: «¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?».15 Jesús les dijo: «¿Es que pueden guardar luto los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos? Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, y entonces ayunarán.
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
San Máximo de Turín, obispo
Sermón: El origen de la Cuaresma: acompañar a los catecúmenos en su camino hacia el bautismo en Pascua
«Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, y entonces ayunarán» (Mt 9,15)28, PL 587-590: CC Sermón 35, 136-139
Después de este tiempo dedicado al ayuno, el alma purificada y agotada, llega al bautismo. Repara sus fuerzas por la inmersión en las aguas del Espíritu. Todo aquello que había quedado consumido por las llamas de la enfermedad renace del rocío de la gracia del cielo. Abandonando la corrupción del hombre viejo, el neófito recobra una nueva juventud... Por un nuevo nacimiento, renace como criatura nueva, siendo el mismo que había pecado.
Sermón
Por un ayuno de idéntica duración, el santo Moisés mereció hablar con Dios, convivir con él, recibir de manos de Dios los preceptos de la Ley (Ex 24,18)... También nosotros, hermanos, ayunemos con fervor durante este período, para que... se nos abran también a nosotros los cielos y se cierren los infiernos.
Sermón
El bautismo como un rocío de salvación pondrá fin a la larga esterilidad del mundo pagano. En efecto, quien no ha sido bañado en la gracia del bautismo padece sequía y aridez espiritual.
Sermón
Elías, por un ayuno de cuarenta días y cuarenta noches mereció poner fin, gracias al agua del cielo, a una sequía larga y terrible en toda la tierra (cf 1R 19,8; 18,41). Apagó la sed ardiente del suelo con una lluvia copiosa. Estos hechos se produjeron como ejemplo para nosotros, para que nosotros, después de un ayuno de cuarenta días, merezcamos la lluvia bendita del bautismo, para que el agua celestial riegue toda la tierra árida en los hermanos de todo el mundo.
San Bernardo, abad
Sermón: Adhiérete a Cristo
«Entonces ayunarán» (Mt 9,15)1 para el primer día de Cuaresma
¿Por qué el ayuno de Cristo no es corriente entre todos los cristianos? ¿Por qué los miembros no seguirán a su Cabeza? (Col 1,18). Si de esta Cabeza hemos recibido los bienes ¿por qué no vamos a soportar los males? ¿Queremos rechazar su tristeza y comulgar con sus gozos? Si es así nos mostramos indignos de formar parte de esta Cabeza. Porque todo lo que él ha sufrido ha sido por nosotros. Si nos repugna colaborar a la obra de nuestra salvación ¿en qué vamos a demostrar que queremos ayudarle? Ayunar con Cristo es realmente poco para quien debe sentarse con él a la mesa del Padre. Dichoso el miembro que se habrá adherido en todo a esta Cabeza y le habrá seguido dondequiera que vaya (Ap 14,4). Ya que si llegara a ser cortado y separado de él, forzosamente se vería inmediatamente privado del aliento de vida...
Para mí, oh Cabeza gloriosa y bendita por los siglos, sobre la cual se inclinan los ángeles con avidez (1P 1,12), es un bien adherirme completamente a ti. Te seguiré donde quiera que vayas. Si pasas por el fuego, no me separaré de ti ni temeré ningún mal, porque tu estás conmigo (Sal 22,4). Tú cargas con mis dolencias y sufres por mi. Tú, el primero, has pasado por el pasaje estrecho del sufrimiento para ofrecer una ancha entrada a los miembros que te siguen. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? (Rm 8,35)... Es este el perfume que baja de la Cabeza hasta la barba, que baja también hasta la franja del vestido para que quede ungido hasta el más pequeño hilo (Sal 132,2). En la Cabeza reside la plenitud de las gracias, y de ella las recibimos todos. En la Cabeza reside la plenitud de la misericordia, en la Cabeza la profusión de los perfumes espirituales, tal como está escrito: «Dios te ha ungido con aceite de júbilo» (Sal 44,8)...
Y a nosotros, ¿qué es lo que el evangelio nos pide en este comienzo de Cuaresma? «Tú, dice, cuando ayunes, perfúmate la cabeza» (Mt 6,6). ¡Admirable condescendencia! El Espíritu del Señor está sobre él, ha sido ungido por él (Lc 4,18), y, sin embargo, para evangelizar a los pobres, les ha dicho: «Perfúmate la cabeza.»
San León Magno, papa
Sermón
Lo que cada cristiano tiene que hacer en todo momento, queridos míos, hay que hacerlo ahora con un empeño mayor y generosidad más grande. Así cumpliremos el ayuno de cuarenta días instituido por los apóstoles, no tanto reduciendo nuestro alimento, sino, sobre todo, guardando abstinencia de nuestros pecados... No hay nada más provechoso que unir a los ayunos razonables de los santos la práctica de la limosna... Bajo el nombre de las obras de misericordia, la limosna engloba las acciones de bondad dignas de elogio, y así las almas de todos los fieles pueden unirse en un mismo mérito, sea cual sea la desigualdad de su condición y sus recursos.
Sermón: Conviene renovarnos diariamente
«Entonces ayunarán» (Mt 9,15)6 de Cuaresma: SC 49, 56-58
Amados míos, «la tierra está llena de la misericordia de Dios» (Sal 32,5) en todo tiempo... No obstante, el retorno de los días más particularmente marcados por el misterio de la restauración humana, estos día que preceden a la fiesta de Pascua, nos anima a prepararnos por una purificación religiosa... La fiesta de pascua tiene la particularidad que toda la Iglesia se alegra a causa del perdón de los pecados. Este perdón se realiza no solamente en aquellos que renacen por el bautismo sino también en aquellos que ya forman parte de la comunidad de los hijos (adoptivos) de Dios.
Sermón
Es verdad que, principalmente por el baño de un nuevo nacimiento, somos regenerados en hombres nuevos (Tit 3,5). Con todo, nos conviene a todos renovarnos diariamente para combatir el deterioro de nuestra condición mortal y, en las etapas de nuestro progreso, no hay nadie que no tenga que caminar siempre hacia una perfección mayor. Todos debemos esforzarnos para que el día de la redención nadie permanezca en los vicios de otros tiempos.
San Francisco de Sales, obispo
Sermón: Realizar en secreto las buenas obras
«Y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará» (Mt 6,18)10, para el Miércoles de ceniza, 9-2-1622, n. 188
No hagáis como los hipócritas, que cuando ayunan se ponen tristes y melancólicos para ser alabados de los hombres y estimados como grandes ayunadores, sino que
vuestro ayuno sea en secreto... Cuando nuestro Señor dijo: «haced vuestro ayuno en secreto», quiere decirnos que no lo hagamos para ser vistos y estimados de las criaturas y que no hagamos nuestras obras para ser vistas por los hombres.
Y para ello lo mejor es seguir en todo a la Comunidad. Que las fuertes y robustas coman lo que se les da, que sigan los ayunos y austeridades señalados y que eso les baste. Que las débiles y achacosas reciban lo que les presentan como bueno para su mal, sin querer hacer lo mismo que las fuertes y que unas y otras no se entretengan en mirar lo que una come y otra no come. Que cada una esté contenta de lo que tiene y de lo que le dan; así evitarán la vanidad y las particularidades.
Seguid la senda de todas; no aparezcáis como más virtuosas que las demás, haced lo que todas; realizad en secreto vuestras buenas obras y no para que las vean los hombres. No imitéis a la araña, que representa a los orgullosos, sino como la abeja, símbolo del alma humilde. La araña teje su tela a la vista de todo el mundo, nunca en secreto. Ella hila en las rejas, o de árbol en árbol, en las casas y ventanas, en los techos, o sea, a los ojos de todos; en eso se parece a los vanos e hipócritas, que todo lo hacen para ser vistos y admirados de los hombres; y por eso sus obras no son sino telas de araña, que sirven para ser echadas al fuego.
Pero las abejas son más sabias y prudentes; fabrican su miel en la colmena, donde nadie puede verlas, y además se construyen celditas, donde continúan su trabajo en secreto. Representan muy bien al alma humilde, que siempre está retirada en sí misma, sin buscar gloria ni alabanzas en sus acciones, sino que tiene escondida su intención y se contenta con que Dios la vea y sepa lo que hace.
San Juan Pablo II, papa
Ángelus: Entra en ti mismo
El ayuno que quiero es este...10 de Marzo de 1996
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. Entre las prácticas penitenciales que sugiere la Iglesia, sobre todo en este tiempo de Cuaresma, está el ayuno. Requiere una sobriedad especial en la alimentación, sin dejar de atender a las necesidades del organismo. Se trata de una forma tradicional de penitencia que no ha perdido su significado, sino que, por el contrario, quizá hay que redescubrirlo: especialmente en aquella parte del mundo y en aquellos ambientes donde no sólo abunda el alimento, sino también, a veces, se corre el riesgo de padecer enfermedades por hiperalimentación.
Naturalmente, el ayuno penitencial es algo muy diferente de las dietas terapéuticas. Pero, a su modo, se le puede considerar una terapia del alma. En efecto, si se practica como un signo de conversión, facilita el esfuerzo interior para ponerse a la escucha de Dios. Ayunar es reafirmar a sí mismos lo que Jesús replicó a Satanás cuando lo tentaba, al cabo de los cuarenta días de ayuno en el desierto: «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4, 4).
2. Hoy, especialmente en las sociedades del bienestar, resulta difícil comprender el sentido de esta palabra evangélica. En lugar de satisfacer las necesidades, el consumismo crea siempre nuevas, produciendo a menudo un activismo desenfrenado. Todo parece necesario e impostergable, y el hombre corre el riesgo de no encontrar ni siquiera el tiempo para estar un poco consigo mismo.
Así pues, hoy resulta más actual que nunca la recomendación de san Agustín: «Entra en ti mismo». Sí, debemos entrar en nosotros mismos, si queremos encontrarnos a nosotros mismos. No sólo está en juego nuestra vida espiritual, sino también nuestro mismo equilibrio personal, familiar y social.
Entre otros significados, el ayuno penitencial tiene, precisamente, el de ayudarnos en esta reconquista de la interioridad. El esfuerzo de moderación en los alimentos también se extiende a las otras cosas no necesarias, y es de gran ayuda para la vida del espíritu. Sobriedad, recogimiento y oración van juntos.
Se puede aplicar muy bien este principio al uso de los medios de comunicación social. Tienen una utilidad indiscutible, pero no deben adueñarse de nuestra vida. ¡En cuántas familias el televisor parece sustituir, más que favorecer, el diálogo entre las personas! Cierto ayuno, también en este ámbito, puede ser saludable, tanto para dedicar mayor tiempo a la reflexión y a la oración, como para cultivar las relaciones humanas.
3. Amadísimos hermanos y hermanas, imiten a la Virgen santísima. El Evangelio narra que meditaba en lo más íntimo de su corazón los acontecimientos de su vida (cf. Lc 2, 19), para descubrir en ellos la manifestación del designio de Dios. María es el modelo al que todos podemos mirar. Pidámosle que nos comunique el secreto de ese «ayuno espiritual» que nos libera de la esclavitud de las cosas, refuerza nuestro espíritu y lo vuelve siempre disponible a encontrar al Señor.
Audiencia General: El ayuno penitencial
«Entonces ayunarán» (Mt 9,15)21 de marzo de 1979
1. «¡Proclamad el ayuno!» (Jl1, 14). Son las palabras que escuchamos en la primera lectura del miércoles de ceniza. Las escribió el Profeta Joel, y la Iglesia, en conformidad con ellas, establece la práctica de la Cuaresma, disponiendo el ayuno. Hoy la práctica de la Cuaresma, determinada por Pablo VI en la Constitución Poenitemini, está notablemente mitigada respecto a la de tiempos pasados. En esta materia el Papa dejó mucho a la decisión de las Conferencias Episcopales de cada país, a las que corresponde, por tanto, el deber de adaptar las exigencias del ayuno según las circunstancias en que se encuentran las sociedades respectivas. Pero él recordó que la esencia de la penitencia cuaresmal está constituida no sólo por el ayuno, sino también por la oración y la limosna (obras de misericordia). Es preciso, pues, decidir, según las circunstancias, en qué puede ser «sustituido» el mismo ayuno por obras de misericordia y por la oración. El fin de este período particular en la vida de la Iglesia es siempre y en todas partes la penitencia, es decir, la conversión a Dios. En efecto, la penitencia, entendida como conversión, esto es, metánoia, forma un conjunto que la tradición del Pueblo de Dios ya en la Antigua Alianza y después el mismo Cristo han vinculado, en cierto modo, a la oración, a la limosna y al ayuno.
¿Por qué al ayuno?
En este momento quizá nos vienen a la mente las palabras con que Jesús respondió a los discípulos de Juan Bautista, cuando le preguntaban: «¿Cómo es que tus discípulos no ayunan?». Jesús les contestó: «¿Por ventura pueden los compañeros del novio llorar mientras está el novio con ellos? Pero vendrán días en que les será arrebatado el esposo, y entonces ayunarán» (Mt 9, 15). De hecho, el tiempo de Cuaresma nos recuerda que el esposo nos ha sido arrebatado. Arrebatado, arrestado, encarcelado, abofeteado, flagelado, coronado de espinas, crucificado... El ayuno en el tiempo de Cuaresma es la expresión de nuestra solidaridad con Cristo. Tal ha sido el significado de la Cuaresma a través de los siglos y así permanece hoy.
«Mi amor está crucificado y no existe en mí más el fuego que desea las cosas materiales», como escribía el obispo de Antioquía, Ignacio, en la Carta a los romanos (Ign. Antioq. Ad Romanos, VII, 2).
2. ¿Por qué el ayuno? Es necesario dar una respuesta más amplia y profunda a esta pregunta, para que quede clara la relación entre el ayuno y la «metánoia», esto es, esa transformación espiritual que acerca el hombre a Dios. Trataremos, pues, de concentrarnos no sólo en la práctica de la abstinencia de comida o bebida —efectivamente, esto significa «el ayuno» en el sentido corriente—, sino en el significado más profundo de esta práctica que, por lo demás, puede y debe a veces ser «sustituida» por otras. La comida y la bebida son indispensables al hombre para vivir, se sirve y debe servirse de ellas; sin embargo, no le es lícito abusar de ellas de ninguna forma. El abstenerse, según la tradición, de la comida o bebida, tiene como fin introducir en la existencia del hombre no sólo el equilibrio necesario, sino también el desprendimiento de lo que se podría definir «actitud consumística». Tal actitud ha venido a ser en nuestro tiempo una de las características de la civilización, y en particular de la civilización occidental. ¡La actitud consumística! El hombre orientado hacia los bienes materiales, múltiples bienes materiales, muy frecuentemente abusa de ellos. Cuando el hombre se orienta exclusivamente hacia la posesión y el uso de los bienes materiales, es decir, de las cosas, también entonces toda la civilización se mide según la cantidad y calidad de las cosas que están en condición de proveer al hombre, y no se mide con el metro adecuado al hombre. Esta civilización, en efecto, suministra los bienes materiales no sólo para que sirvan al hombre en orden a desarrollar las actividades creativas y útiles, sino cada vez más... para satisfacer los sentidos, la excitación que se deriva de ellos, el placer momentáneo, una multiplicidad de sensaciones cada vez mayor.
A veces se oye decir que el aumento excesivo de los medios audiovisuales en los países ricos no favorece siempre el desarrollo de la inteligencia, particularmente en los niños; al contrario, tal vez contribuye a frenar su desarrollo. El niño vive sólo de sensaciones, busca sensaciones siempre nuevas... Y así llega a ser, sin darse cuenta de ello, esclavo de esta pasión de hoy. Saciándose de sensaciones, queda con frecuencia intelectualmente pasivo; el entendimiento no se abre a la búsqueda de la verdad; la voluntad queda atada por la costumbre a la que no sabe oponerse.
De esto resulta que el hombre contemporáneo debe ayunar, es decir, abstenerse no sólo de la comida o bebida, sino de otros muchos medios de consumo, de estímulos, de satisfacción de los sentidos: ayunar significa abstenerse, renunciar a algo.
3. ¿Por qué renunciar a algo? ¿Por qué privarse de ello? Ya hemos respondido en parte a esta cuestión. Sin embargo, la respuesta no será completa si no nos damos cuenta de que el hombre es él mismo también porque logra privarse de algo, porque es capaz de decirse a sí mismo: «no». El hombre es un ser compuesto de cuerpo y alma. Algunos escritores contemporáneos presentan esta estructura compuesta del hombre bajo la forma de estratos; hablan, por ejemplo, de estratos exteriores en la superficie de nuestra personalidad, contraponiéndolos a los estratos en profundidad. Nuestra vida parece estar dividida en tales estratos y se desarrolla a través de ellos. Mientras los estratos superficiales están ligados a nuestra sensualidad, los estratos profundos, en cambio, son expresión de la espiritualidad del hombre, es decir, de la voluntad consciente, de la reflexión, de la conciencia, de la capacidad de vivir los valores superiores.
Esta imagen de la estructura de la personalidad humana puede servir para comprender el significado para el hombre del ayuno. No se trata aquí solamente del significado religioso, sino de un significado que se expresa a través de la así llamada «organización» del hombre como sujeto-persona. El hombre se desarrolla normalmente cuando los estratos más profundos de su personalidad encuentran una expresión suficiente, cuando el ámbito de sus intereses y de sus aspiraciones no se limita sólo a los estratos exteriores y superficiales, unidos a la sensualidad humana. Para favorecer tal desarrollo, debemos a veces desprendernos conscientemente de lo que sirve para satisfacer la sensualidad, es decir de los estratos exteriores superficiales. Debemos, pues, renunciar a todo lo que los «alimenta».
He aquí brevemente la interpretación del ayuno hoy día.
La renuncia a las sensaciones, a los estímulos, a los placeres y también a la comida y bebida, no es un fin en sí misma. Debe ser, por así decirlo, allanar el camino para contenidos más profundos de los que «se alimenta» el hombre interior. Tal renuncia, tal mortificación debe servir para crear en el hombre las condiciones en orden a vivir los valores superiores, de los que está «hambriento» a su modo.
He aquí el significado «pleno» del ayuno en el lenguaje de hoy. Sin embargo, cuando leemos a los autores cristianos de la antigüedad o a los Padres de la Iglesia, encontramos en ellos la misma verdad, expresada frecuentemente con lenguaje tan «actual» que nos sorprende. Por ejemplo, dice San Pedro Crisólogo: «El ayuno es paz para el cuerpo, fuerza de las mentes, vigor de las almas» (Sermo VII: de ieiunio, 3), y más aún: «El ayuno es el timón de la vida humana y rige toda la nave de nuestro cuerpo» (Sermo VII: de ieiunio, 1). Y San Ambrosio responde así a las objeciones eventuales contra el ayuno: «La carne, por su condición mortal, tiene algunas concupiscencias propias: en sus relaciones con ella te está permitido el derecho de freno. Tu carne te está sometida (...): no seguir las solicitaciones de la carne hasta las cosas ilícitas, sino frenarlas un poco también por lo que respecta a las lícitas. En efecto, el que no se abstiene de ninguna cosa lícita, está muy cercano a las ilícitas» (Sermo de utilitate ieiunii III. V. VI). Incluso escritores que no pertenecen al cristianismo declaran la misma verdad. Esta verdad es de valor universal. Forma parte de la sabiduría universal de la vida.
4. Ahora ciertamente es más fácil para nosotros comprender por qué Cristo Señor y la Iglesia unen la llamada al ayuno con la penitencia, es decir, con la conversión. Para convertirnos a Dios es necesario descubrir en nosotros mismos lo que nos vuelve sensibles a cuanto pertenece a Dios, por lo tanto: los contenidos espirituales, los valores superiores que hablan a nuestro entendimiento, a nuestra conciencia, a nuestro «corazón» (según el lenguaje bíblico). Para abrirse a estos contenidos espirituales, a estos valores, es necesario desprenderse de cuanto sirve sólo al consumo, a la satisfacción de los sentidos. En la apertura de nuestra personalidad humana a Dios, el ayuno —entendido tanto en el modo «tradicional» como en el «actual»—, debe ir junto con la oración, porque ella nos dirige directamente hacia Él.
Por otra parte, el ayuno, esto es, la mortificación de los sentidos, el dominio del cuerpo, confieren a la oración una eficacia mayor, que el hombre descubre en sí mismo. Efectivamente, descubre que es «diverso», que es más «dueño de sí mismo», que ha llegado a ser interiormente libre. Y se da cuenta de ello en cuanto la conversión y el encuentro con Dios, a través de la oración, fructifican en él.
Resulta claro de estas reflexiones nuestras de hoy que el ayuno no es sólo el «residuo» de una práctica religiosa de los siglos pasados, sino que es también indispensable al hombre de hoy, a los cristianos de nuestro tiempo. Es necesario reflexionar profundamente sobre este tema, precisamente durante el tiempo de Cuaresma.