Mt 8, 1-4 — Predicación del Reino: Curación de un leproso
/ 1 diciembre, 2014 / San MateoTexto Bíblico
1 Al bajar Jesús del monte, lo siguió mucha gente.2 En esto, se le acercó un leproso, se arrodilló y le dijo: «Señor, si quieres, puedes limpiarme».3 Extendió la mano y lo tocó diciendo: «Quiero, queda limpio». Y enseguida quedó limpio de la lepra.4 Jesús le dijo: «No se lo digas a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que mandó Moisés, para que les sirva de testimonio».
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
San Francisco de Sales, obispo
Conversaciones Espirituales: Él puede
«Y acercándose un leproso se postró ante Él diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme... Jesús dijo: quiero, queda limpio» (Mt 8, 2-3)VI, 154
Ya os he dicho que la festividad de la Purificación no tiene octava.
Debemos tener dos resoluciones igualmente importantes. Una, el ver crecer nuestras malas hierbas en nuestro jardín; y la otra, tener el valor de verlas arrancar o incluso, de arrancarlas nosotros mismos.
Porque nuestro amor propio no morirá mientras vivamos y es él el que hace brotar esas hierbas importunas.
Pero el caer algunas veces en pecados veniales no significa que seamos débiles, siempre que nos levantemos inmediatamente, volviendo nuestra alma hacia Dios y humillándonos con suavidad.
No creamos que podemos vivir sin cometer algunos pecados veniales, este privilegio es exclusivo de nuestra Señora. Es cierto que ellos nos detienen y frenan un poco nuestro caminar, pero una sola mirada de Dios, los borra.
Pero debéis saber que es importante no cesar de hacer buenos propósitos, aunque claramente veamos que por nuestra condición no vamos a ponerlos en práctica, o sea, que no los vamos a cumplir cuando se presente la oportunidad; los tenemos que hacer, y aún con más firmeza que si nos sintiésemos con el valor suficiente para salir victoriosos en la empresa, diciendo al Señor:
Es verdad que no voy a tener fuerza para hacer o para soportar tal cosa, pero me agrada saber que será vuestra fuerza la que lo hará en mí, y en este apoyo voy a la batalla lleno de valor. Podéis estar segura de que la victoria será vuestra.
Sermón (06-12-1620): Combatir la lepra
«Un leproso» (Mc 1m40)Sermón 408-409. 412
domingo 6 de diciembre de 1620
Viene a Él un leproso que, suplicante y de rodillas, le dice: «Si quieres, puedes limpiarme» Mc 1, 40
Hay muchos leprosos en el mundo. Ese mal consiste en cierta languidez y tibieza en el servicio de Dios.
No es que se tenga fiebre ni que sea una enfermedad peligrosa, pero el cuerpo está de tal manera manchado de la lepra que se encuentra débil y flojo.
Quiero decir que no es que se tengan grandes imperfecciones ni se cometan grandes faltas, pero caemos en tantísimas omisiones pequeñas, que el corazón está lánguido y debilitado.
Y lo peor de las desgracias es que en ese estado, a nada que nos digan o hagan, todo nos llega al alma.
Los que tienen esta lepra se parecen a los lagartos, esos animales tan viles y abyectos, los más impotentes y débiles de todos, pero que, a pesar de ello, a poco que se les toque, se vuelven a morder...
Lo mismo hacen los leprosos espirituales; están llenos de muchísimas imperfecciones pequeñas, pero son tan altivos que no admiten ser rozados y a poco que se les reprenda, se irritan y se sienten ofendidos en lo más vivo.
¿Qué remedio hay? Tenemos que agarrarnos fuertemente a la cruz de Nuestro Salvador, meditarla y llevar en nosotros la mortificación. No hay otro camino para ir al cielo; nuestro Señor lo recorrió el primero. Si no os ejercitáis en la mortificación de vosotras mismas, os digo que todo lo demás no vale nada y os quedaréis vacías de todo bien.