Mt 7, 21-29 – Discurso evangélico: Los verdaderos discípulos
/ 19 junio, 2016 / San MateoTexto Bíblico
21 No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.22 Aquel día muchos dirán: “Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre y en tu nombre hemos echado demonios, y no hemos hecho en tu nombre muchos milagros?”.23 Entonces yo les declararé: “Nunca os he conocido. Alejaos de mí, los que obráis la iniquidad”.
24 El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca.25 Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca.
26 El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena.27 Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se derrumbó. Y su ruina fue grande».
28 Al terminar Jesús este discurso, la gente estaba admirada de su enseñanza,29 porque les enseñaba con autoridad y no como sus escribas.
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
San Benito, abad
Regla Monástica: No desperdicies tus días
«Entrará en el Reino de los cielos el que haga la voluntad del Padre» (Mt 7,21)Prólogo, 19-38
¿Qué hay para nosotros más dulce, hermanos muy amados, que esta voz del Señor que nos invita? Ved cómo el Señor, con su amor paternal, nos muestra el camino de la vida... si queremos tener nuestra morada en las estancias de su reino, hemos de tener presente que para llegar allí hemos de caminar aprisa por el camino de las buenas obras; si no, no llegaremos jamás. Como el profeta interroguemos al Señor con estas palabras: «Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda y habitar en tu monte santo?» (Sal 14,1). Después de hacer esta pregunta, hermanos, escuchemos la respuesta del Señor y cómo nos enseña el camino hacia esta morada: «El que procede honradamente y practica la justicia, el que tiene intenciones leales..., que no hace mal a su prójimo ni difama al vecino» (v. 2-3)...
El temor del Señor hace que estos hombres no se enorgullezcan de su buena conducta; están seguros que lo que en ellos hay de bien no viene de sí mismos sino del Señor...: «No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria» (Sal 113b, 1). Y también el apóstol Pablo dice: «Por la gracia de Dios soy el que soy» (1Co 15,10)... Y el Señor dice en el Evangelio: «El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre la roca».
Sabiendo esto, el Señor espera de nosotros que cada día respondamos con nuestros actos, a sus santos consejos. Porque los días de esta vida se nos dan como un plazo de tiempo para corregir lo que de malo hay en nosotros; en efecto, el apóstol dice: «¿Desprecias el tesoro de su bondad, tolerancia y paciencia, al no reconocer que esa bondad es para empujarte a la conversión?» (Rm 2,4). Y el Señor, en su compasión, dice: « No quiero la muerte del pecador sino que se convierta de su mala conducta y viva » (Ez 18,23).
San Francisco de Sales, obispo
Carta: Sea cual fuere, nada mejor que su voluntad
«No todo el que dice: Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre» (Mt 7,21)A la Presidenta Brûlart, 1605. XIII, 20
Me decís que no hacéis nada en la oración. Pero, ¿Qué otra cosa querríais hacer sino lo que hacéis. O sea, presentarle a Dios una y otra vez vuestra nada y vuestra miseria? Son las palabras más oportunas que nos dicen los mendigos, cuando exponen a nuestra vista sus llagas y sus necesidades. Y decís que hasta algunas veces ni siquiera hacéis eso, sino que os quedáis allí como un fantasma o una estatua.
Hija mía, no es poco eso que decís. En los palacios de los príncipes y de los reyes se ponen estatuas que solamente sirven para recrear la vista del príncipe; así que alegraos de servir para eso mismo en la presencia de Dios; Él dará vida a esa estatua cuando le plazca.
Son unas palabras maravillosas esas que me decís: «Ya me puede meter el Señor en la salsa que quiera; todo me es lo mismo con tal de servirle.» Tened mucho cuidado en rumiarlo bien esto en vuestro ánimo; dadle vueltas en vuestra boca, para que no os traguéis ningún pedazo grande. La Madre Teresa, a la que Vos. queréis tanto, cosa que me alegra mucho, dice, en alguna parte, que muchas veces hablamos así por costumbre y lo que nos conviene es decirlo desde el fondo del alma, aunque luego en la práctica, todo se quede en apenas nada.
Me decís, Hija, que os da igual en cual sea la salsa en la que el Señor os meta, y resulta que sabéis perfectamente en la salsa en la que os ha metido, sabéis cuál es vuestro estado y condiciones; ahora decidme: ¿realmente os da todo igual? Sabéis muy bien que Dios quiere que paguéis esa deuda diaria de la que me habéis hablado y sin embargo, no os da igual. ¡Dios mío; qué solapado está el amor propio en nuestros afectos y preferencias, por devotas que nos parezcan!
Ánimo, debéis acostumbraros, poco a poco, a que vuestra voluntad sirva a la de Dios dondequiera que os lleve. Que no se quede impasible y fría cuando os diga la conciencia: el Señor lo quiere. Y debéis combatir especialmente para que no salgan al exterior las demostraciones de repugnancia que lleváis dentro. O al menos conseguir que cada vez sean menores.