Mt 7, 7-12: Eficacia de la Oración – La Regla de Oro
/ 13 marzo, 2014 / San MateoEl Texto (Mt 7, 7-12)
7 «Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. 8 Porque todo el que pide recibe; el que busca, halla; y al llama, se le abrirá. 9 ¿O hay acaso alguno entre vosotros que al hijo que le pide pan le dé una piedra; 10 o si le pide un pez, le dé una culebra? 11 Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se las pidan!
12 «Por tanto, todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos; porque ésta es la Ley y los Profetas.
Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
San Agustín
De sermone Domini, 2,21-22
7-8. Habiendo mandado el Salvador que no se diese lo santo a los perros, ni se arrojasen las perlas delante de los puercos, pudo el que oía, conociendo su ignorancia, decir: ¿Cómo me prohíbes dar lo santo a los perros, cuando no veo que lo posea? Y por ello añade oportunamente diciendo: «Pedid y se os dará».
La petición, pues, tiene por objeto impetrar la salud del alma, a fin de que podamos cumplir lo que está mandado. Mas el acto de buscar se refiere a la adquisición de la verdad, pues una vez que se ha encontrado la verdadera vida se llega a su posesión, la cual sólo se abre al que llama.
La perseverancia es necesaria para alcanzar lo que deseamos.
9-11. Así como dijo antes, tratando de las aves del aire y de los lirios del campo para que la esperanza subiese de lo menor a lo mayor, así ahora, cuando dice: «O ¿quién es de vosotros el hombre?», etc.
Llama malos a los que aman este mundo y a los pecadores. He aquí que los bienes que dan, esto es, los temporales, son buenos para sus sentidos, puesto que los tienen por tales, y lo son también por su naturaleza, pero pertenecen a esta vida enferma.
Si siendo nosotros malos sabemos dar lo que se nos pide, ¿cuánto más debe esperarse que Dios nos concederá los bienes que le pidamos?
12. En las buenas costumbres, que llevan a los hombres hasta la limpieza y simplicidad del corazón, se halla constituida cierta firmeza y valentía para marchar por el camino de la sabiduría. Y después de haber hablado mucho de ella, concluye el Señor diciendo: «Y así, todo lo que queráis que los hombres hagan con vosotros, hacedlo también con ellos». Nadie quiere que se le trate con doblez de corazón.
Algunos códices latinos añaden la palabra bienes, lo cual considero añadido como explicación de esta sentencia. Podía preguntarse si interpreta bien esta sentencia aquel que, deseando que otro le haga algún daño, se lo hace él primero, pero es ridículo pensar tal extravagancia. Debe entenderse, pues, que la sentencia es completa, aun cuando no se añade esto. En cuanto a lo que se dice: «Todo lo que queráis», no debe tomarse a la ligera y vulgarmente, sino en su sentido propio. La voluntad no es tal sino en las cosas buenas, pues en las malas se llama propiamente codicia, no voluntad. No porque las Sagradas Escrituras hablen siempre con este rigor de lenguaje, sino que allí donde tienen palabras enteramente propias, no permiten que se entiendan de otro modo.
Parece que este precepto pertenece al amor del prójimo y no al amor de Dios, puesto que en otro lugar dice que hay dos preceptos en los cuales están compendiados la ley y los profetas (Mt 22). No habiendo añadido aquí: » Toda la ley » (lo cual añadió allí), reservó el lugar a otro precepto, cual es el del amor de Dios.
Sermones, 61, 3.5-6
7-8. Cuando el Señor tarda en conceder lo que pedimos hace desear sus dones, pero no los niega. Las cosas que se desean por mucho tiempo se reciben con más gusto, mas las que se obtienen con facilidad cansan bien pronto. Pide, busca, insta. Pidiendo y buscando aumenta el deseo (o crece) para que recibas los dones con más gusto. El Señor te reserva lo que no quiere darte por lo pronto, para que aprendas a desear en gran manera las cosas grandes, por ello conviene orar siempre y no desmayar (Lc 18,1).
9-11. El bien que te hace bueno es Dios. El oro y la plata son un bien, no porque te hagan bueno, sino que con ellos puedes obrar el bien. Siendo, pues, malos y teniendo un Padre bueno, no siempre seamos malos.
12. El Señor había prometido a los que le pidieren que les concedería sus bienes. Pero para que El conozca a sus mendigos, conozcamos nosotros los nuestros. Dejando de lado, pues, el apoyo en las riquezas que cada uno pueda tener, los que piden son iguales a aquellos a quienes piden. ¿Con qué cara pedirás a tu Dios si no reconoces a tu semejante? Por esto se dice en los Proverbios: «El que cierra su oído al clamor del pobre también él clamará y no será oído» (Prov 21,13). Qué es lo que debemos conceder al prójimo cuando nos pide para que nosotros seamos oídos por Dios, podemos deducirlo de lo que nosotros queremos obtener de los demás, y por ello añade: «Todas las cosas que queráis», etc.
Varios escritos
7-8. Aunque no sin trabajo, he creído oportuno exponer en qué se diferencian estas tres cosas, pero mucho mejor se reducen a la petición apremiante. Por esto, concluye después, diciendo: «Dará sus bienes a los que se los piden», y no añade: «A los que buscan y a los que llaman» (retractationes, 2,19).
Luego el Señor escucha a los pecadores. Si no oyese a los pecadores, en vano se esforzaría el publicano, diciendo: «Señor, perdóname porque soy un pecador» (Lc 18,13). Y por esta confesión mereció ser justificado (in Ioannem, 44,13).
Suplicando fielmente al Señor por las necesidades de esta vida, con misericordia nos oye unas veces y con misericordia nos desoye en otras. El médico sabe mejor que el enfermo lo que a éste le conviene. Si pide lo que el Señor desea y promete, se hará enteramente lo que pide, y recibirá la caridad lo que la verdad prepara (sententia 212).
Bueno es el Señor, quien no siempre nos concede lo que deseamos, para otorgarnos lo que querríamos más, si lo conociéramos (ad Paulinum et Theresiam, epistola 31,1).
12. La Sagrada Escritura sólo recuerda el amor del prójimo cuando dice: «Todo lo que queráis», porque el que ama al prójimo es consiguiente que ame principalmente al mismo amor. Dios es el amor. Es lógico, por lo tanto, que ame principalmente a Dios (de Trinitate, 8,7).
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 18
7-8. El Salvador había dado ciertos preceptos a sus discípulos, respecto de la oración, diciéndoles: «No queráis juzgar». Y oportunamente añade después: «Pedid y se os dará», como si dijese: «Si observáis esta clemencia con vuestros enemigos, en todo lo que creáis cerrado para vosotros, llamad y se os abrirá». Pedid con oraciones, rogando de día y de noche, buscando con deseo y asiduidad. Porque aun cuando trabajéis sobre el sentido de las Sagradas Escrituras, no podréis alcanzar la verdadera ciencia sin la gracia del Señor, ni alcanzar la gracia si no la buscáis, porque no se conceden los dones de Dios a los que los menosprecian. Llamad por medio de la oración, de los ayunos y de las limosnas. Así como el que llama a una puerta, no llama sólo con la voz, sino también con la mano, así el que hace buenas obras, llama con buenas obras. Pero dirás: «Pido esto mismo, saber y obrar bien. ¿Cómo puedo hacerlo, pues, antes de recibirlo?». Pero haz lo que puedas para que así puedas hacer más, y guarda lo que sabes para que sepas más. Y más abajo, habiendo mandado antes (especialmente a los maestros) que amasen a sus enemigos, y prohibido después que arrojasen lo santo a los perros bajo el pretexto de caridad, ahora les da el buen consejo de pedir a Dios por ellos, que les será dado. Busquen a los que perecieron en los pecados y los hallarán. Llamen a los que están encerrados en los errores y Dios les abrirá, para que su palabra tenga ingreso en las almas de aquéllos. O de otro modo, como los preceptos arriba expuestos eran superiores a las fuerzas humanas, demuestra la posibilidad de su cumplimiento con el auxilio de la gracia de Dios, diciendo: «Pedid, y se os dará», para que lo que no puede hacerse por la humana debilidad, se cumpla por medio de la gracia divina. Habiendo Dios dotado a los demás animales de la velocidad en la carrera, o la rapidez en el vuelo, o de uñas, o de dientes, o de cuernos, sólo al hombre dispuso de tal forma, que su fortaleza no podía ser otra que el mismo Dios. Y esto lo hizo con el fin de que, obligado por la necesidad de su flaqueza, pida siempre a Dios cuanto pueda necesitar.
Como había dicho: «Pedid y recibiréis», para que los pecadores no dijesen oyendo esto: «El Señor invita a pedir a los dignos y no a nosotros que no lo somos», lo repite para recomendar a justos y pecadores la confianza en la misericordia de Dios. Por eso añade: «Todo el que pide recibe», esto es, ya sea justo, ya pecador, no dude al pedir, para que conste que no se desprecia a nadie, si no se duda del Señor al pedirle alguna gracia. No puede concebirse que Dios, cuando manda la gran obra de caridad de hacer bien a los enemigos, imponga a los hombres el deber de hacer lo que El no hace siendo bueno.
9-11. Para que alguno, considerando la diferencia que hay entre Dios y el hombre, y ponderando sus pecados, no desespere de alcanzar lo que pide y no deje de pedir. Por eso citó la semejanza de los padres y de los hijos, para que si desesperamos por nuestros pecados, esperemos en la bondad de nuestro Padre.
Bajo la semejanza de pan y de peces nos manifiesta el Señor qué es lo que debemos pedir. El pan es el Verbo, que nos da noticia del Padre. La piedra es toda mentira, que produce escándalo de ofensa al alma.
En cuanto a la comparación de Dios (el único que puede llamarse bueno), todos parecen malos, como en comparación del sol toda luz es oscura.
Como el Señor no concede siempre todo lo que se le pide, sino sólo lo que es bueno, por eso añade oportunamente los bienes.
12. O bien, a fin de hacer nuestra oración más santa, había mandado más arriba que no juzgásemos a los que nos habían ofendido, y habiéndose apartado del orden de su narración para introducir otros pensamientos en ella, vuelve ahora al precepto con que había empezado, y dice: «Todas las cosas que queráis», etcétera. Esto es, no sólo no debéis juzgar, sino todas las cosas que queráis que hagan con vosotros los demás hombres, hacedlas vosotros con ellos, y entonces podréis orar con fruto.
Porque cuanto han mandado la ley y los profetas en todos los tiempos, se encuentra compendiado en este sencillo precepto como innumerables ramas de un árbol en un solo tronco.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 23,4; 24, 4-5
7-8. En esto que añade: «Buscad y llamad», dio a entender que debe pedirse con mucha insistencia y con fuerza. El que busca separa de su imaginación todo lo demás y se fija sólo en aquello que busca. El que llama viene con ánimo vehemente y fervoroso.
9-11. Dos cosas son necesarias al que ora: pedir con fervor y pedir lo que conviene, esto es, cosas espirituales. Por eso Salomón obtuvo bien pronto lo que pedía, porque pidió lo que era conveniente.
Dijo esto, no humillando la naturaleza humana ni declarando malo a todo el género humano, sino, llamando malicia al amor de los padres de la tierra, a diferencia de su bondad, tal es la sobreabundancia de su amor hacia los hombres.
12. Quiere demostrar que conviene a los hombres impetrar de lo alto el divino auxilio, y que el que de ellos depende se lo concedan mutuamente. Por eso, después de haber dicho: «Pedid, buscad, llamad», enseña claramente que los hombres deben ser solícitos para el bien de sus hermanos, y por lo mismo añade: «Todo lo que queráis», etc.
No dijo simplemente: todas las cosas, sino que añadió: pues, como si dijese: «Si queréis ser oídos haced con aquellos, de quienes os he hablado, esto mismo». No dijo, pues: «Haz con tu prójimo todo lo que quieras que Dios haga contigo», para que no digas: «¿Cómo es posible esto?», sino que dice: «Todo lo que quieras que haga contigo tu compañero de esclavitud, esto mismo debes hacer con tu prójimo».
En lo que se demuestra también que conocemos perfectamente lo que es digno de todos los hombres y que no es posible excusarnos con la ignorancia.
Remigio
7-8. O de otro modo, pedimos orando, buscamos viviendo bien y llamamos perseverando.
9-11. Por pez podemos entender la palabra de Cristo, y por serpiente el diablo. O bien por pan se entiende la doctrina espiritual, y por piedra la ignorancia. Por pez puede entenderse también la gracia del bautismo y por serpiente la astucia del diablo o la infidelidad.
Este es el sentido: no debe temerse que, si pedimos a Dios Padre pan, esto es, enseñanza o caridad, nos presente una piedra, esto es, que permita que nuestro corazón sea afligido o por la frialdad de los odios, o por la dureza de la inteligencia, o si pedimos la fe, permita que sucumbamos con el veneno de la infidelidad. De aquí se sigue: «Si, pues, vosotros siendo malo sabéis dar buenas cosas a vuestros hijos», etc.
Y téngase en cuenta que donde San Mateo dice: «Dará los bienes», San Lucas dice: «Dará un buen espíritu» (Lc 11,13). Pero en ello no debe verse contradicción alguna, porque todos los dones que el hombre recibe del Señor se le conceden por medio de la gracia del Espíritu Santo.
San Jerónimo
7-8. Como el Salvador había prohibido antes pedir las cosas mundanas, manifiesta lo que debemos pedir, diciendo: «Pedid y se os dará».
9-11. O bien en la persona de los apóstoles se condena a todo el género humano, cuyo corazón está inclinado al mal desde la infancia, como se lee en el Génesis (Gén 8,21). No debe extrañar que los hombres del mundo sean llamados malos, cuando también el Apóstol recuerda: «porque los días son malos» (Ef 5,16).
Rábano
9-11. O también el pan, que es alimento común, significa la caridad, sin la cual las demás virtudes nada valen. Pez significa la fe que brota de las aguas del bautismo y que vive en medio de las olas de esta vida que la agitan. San Lucas añade una tercera figura: el huevo, que es la esperanza del animal, y por ello significa esperanza. Opone a la caridad la piedra, esto es, la dureza del odio. A la fe la serpiente, esto es, el veneno de la perfidia. A la esperanza el escorpión, esto es, la desesperación, que pica por la espalda como este animal.
San Cipriano, de oratione Domim, serm. 6
12. Habiendo venido el Verbo de Dios, nuestro Señor Jesucristo, para todos, hizo un gran compendio de sus preceptos, cuando dijo: «Todo lo que queráis que os hagan los hombres, hacedlo vosotros a ellos», y añadió: «Esta es la Ley y los Profetas».
San Gregorio Magno, Moralia 10,6
12. El que piensa que debe hacer a otro lo que espera recibir de él, debe pensar en que por los males debe volver los bienes, y que éstos debe pagarlos con otros mejores.
Glosa
7-8. Pedimos con la fe, buscamos con la esperanza y llamamos con la caridad. Primeramente debemos pedir para alcanzar, después buscar para encontrar, y luego de haber hallado, guardar lo que poseemos para poder entrar.
9-11. De Dios sólo recibimos bienes, aunque muchas veces no los consideramos como tales, pues todo concurre al bien de sus amados.
12. El que distribuye todos los bienes espirituales, para que se puedan practicar las obras de caridad, es el Espíritu Santo. Por ello añade: «Todo lo que queráis que los demás hagan con vosotros, hacedlo vosotros con ellos», etc.
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
Santo Tomás de Aquino, Compendio teológico, 2,1
“Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá” (Mt 7, 7)
Cuando la petición se dirige a un hombre, se debe primero expresar el deseo y la necesidad por la que ruega. Tiene por objeto también doblegar el corazón al que se pide, hasta hacerlo ceder. Más, estas dos cosas no tienen razón de ser cuando la
oración se dirige a Dios. Cuando oramos no tenemos que inquietarnos por expresar a Dios nuestros deseos o nuestras necesidades, ya que Dios lo sabe todo (Mt 6,8)… No obstante, la oración nos es necesaria para obtener la gracia de Dios; El caso es que ejerce una influencia sobre el que ruega, con el fin de que considere sus propias pobrezas e incline su alma a desear con fervor y espíritu filial lo que espera obtener por la oración. Se hace, por esto, capaz de recibirlo…
La oración nos hace cercanos a Dios ya que nuestras almas se elevan hacia él, conversan afectuosamente con él y lo adoran en espíritu y en verdad (Jn 4,23) Esta intimidad adquirida en la oración incita al hombre a la oración confiada. Por esto está escrito en los salmos: “Yo te invoco, oh Dios, porque tú me respondes.” (Sal 16,6) El salmista es acogido por Dios al inicio de la oración, luego ora con una confianza mayor. Así que en nuestra oración a Dios, la frecuencia o la insistencia no están fuera de lugar, antes bien son agradables a Dios; porque hay “necesidad de orar siempre sin desanimarse.” (Lc 18,1) y en otro lugar, el Señor nos invita “pedid y recibiréis; buscad y encontraréis, llamad, y os abrirán.” (Lc 11,9)
San Juan Crisóstomo, Homilía sobre la incomprensibilidad de Dios, n. 5
«El que pide, recibe (Mt 7, 8)
La oración es un arma poderosa, un tesoro indefectible, una riqueza inagotable, un puerto al amparo de las tempestades, un depósito de calma; la oración es la raíz, la fuente y la madre de bienes innumerables… Pero la oración de la que hablo no es mediocre, ni negligente; es una oración ardiente, surge de la aflicción del alma y del esfuerzo del espíritu. He aquí la oración que sube hasta el cielo… Escucha lo que dice el escritor sagrado: » grité al Señor cuando estaba angustiado, y me libró » (Sal. 119,1). El que reza así en su angustia podrá, después de la oración, gustar en su alma una gran alegría…
Por «oración» entiendo, no la que es solamente con la boca, sino la que brota del fondo del corazón. Así como los árboles cuyas raíces se hunden profundamente no se quiebran ni arrancan, aunque el viento desencadene mil asaltos contra ellos, porque sus raíces están fuertemente arraigadas en las profundidades de la tierra, lo mismo las oraciones que salen del fondo del corazón, tan arraigadas, suben al cielo con toda seguridad y no se devuelven por ningún pensamiento de falta de seguridad o de mérito. Por eso el salmista dice: «Desde lo hondo a ti grito, Señor» (Sal. 129,1)…
¡Si el hecho de contarles a hombres tus desgracias personales y de describirles las pruebas que te golpearon, aporta algún alivio a tus penas, como si a través de las palabras surgiera una brisa refrescante, con más razón si das parte a tu Señor de los sufrimientos de tu alma encontrarás en abundancia alivio y consuelo! En efecto, a menudo los hombres soportan con dificultad a los que se les acercan a quejarse y llorar; los apartan y los rechazan. Pero Dios no actúa así; al contrario hace que te acerques y te atrae hacia él; y aunque te pases el día exponiéndole tus desgracias, está aún más dispuesto a quererte y a otorgar tus súplicas.
Juan Pablo II, papa
Catequesis, Audiencia general, 07-04-1999
Jesús enseña que el precepto del amor es el centro de la Ley, y desarrolla sus exigencias radicales. Al ampliar el precepto del Antiguo Testamento, manda amar a amigos y enemigos, y explica esta extensión del precepto, haciendo referencia a la paternidad de Dios: «Para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos» (Mt 5, 43-45; cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 2784).
Con Jesús se produce un salto de calidad: él sintetiza la Ley y los profetas en una sola norma, tan sencilla en su formulación como difícil en su aplicación: «Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos» (Mt 7, 12). Incluso presenta esta norma como el camino que hay que recorrer para ser perfectos como el Padre celestial (cf. Mt 5, 48). El que obra así, da testimonio ante los hombres, para que glorifiquen al Padre que está en los cielos (cf. Mt 5, 16), y se dispone a recibir el reino que él ha preparado para los justos, según las palabras de Cristo en el juicio final: «Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo» (Mt 25, 34).
Catequesis, Audiencia general, 21-11-1990
[…] pertenece a la revelación de Jesús el concepto del Espíritu Santo como Don concedido por el Padre. Por lo demás, según el evangelio de Lucas, en su enseñanza ―casi catequística― sobre la oración, Jesús hace notar a los discípulos que, si los hombres saben dar cosas buenas a sus hijos, “¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!” (Lc 11, 13): el Espíritu Santo es la “cosa buena” superior a todas las demás (Mt 7, 11), el “don bueno” por excelencia.
Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2607.2609
Jesús enseña a orar
2607 Con su oración, Jesús nos enseña a orar. El camino teologal de nuestra oración es su propia oración al Padre. Pero el Evangelio nos entrega una enseñanza explícita de Jesús sobre la oración. Como un pedagogo, nos toma donde estamos y, progresivamente, nos conduce al Padre.
2609 Decidido así el corazón a convertirse, aprende a orar en la fe. La fe es una adhesión filial a Dios, más allá de lo que nosotros sentimos y comprendemos. Se ha hecho posible porque el Hijo amado nos abre el acceso al Padre. Puede pedirnos que “busquemos” y que “llamemos” porque Él es la puerta y el camino (cf Mt 7, 7-11. 13-14).
Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, n. 375
375. ¿Qué normas debe seguir siempre la conciencia?
Ver: CCE 1789
Tres son las normas más generales que debe seguir siempre la conciencia:
1) Nunca está permitido hacer el mal para obtener un bien.
2) La llamada Regla de oro: «Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos» (Mt 7, 12).
3) La caridad supone siempre el respeto del prójimo y de su conciencia, aunque esto no significa aceptar como bueno lo que objetivamente es malo.
www.deiverbum.org [*]
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