Mt 6, 24-34 – Discurso evangélico: Dios y el dinero (Providencia)
/ 12 junio, 2016 / San MateoTexto Bíblico
24 Nadie puede servir a dos señores. Porque despreciará a uno y amará al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero. 25 Por eso os digo: no estéis agobiados por vuestra vida pensando qué vais a comer, ni por vuestro cuerpo pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido? 26 Mirad los pájaros del cielo: no siembran ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos? 27 ¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida? 28 ¿Por qué os agobiáis por el vestido? Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. 29 Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos. 30 Pues si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se arroja al horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe? 31 No andéis agobiados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. 32 Los paganos se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. 33 Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia; y todo esto se os dará por añadidura. 34 Por tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le basta su desgracia.
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Homilía: Sobre todo buscad el reino de Dios y su justicia
«No andéis agobiados» (Mt 6,31)n. 62: Edit R.R. Tonneau: CSCO t. 70, 160-164
CSCO
Al oír estas palabras, ¿qué conclusiones los discípulos han de tomar y qué decisiones prácticas han de adoptar? Ciertamente éstas: han de abandonar en manos de Dios la preocupación por el alimento, y acordarse de lo que dijo aquel santo varón: Encomienda a Dios tus afanes, que él te sustentará. Sí, él da con largueza a los santos lo necesario para la vida, y ciertamente no miente al decir: No estéis agobiados por la vida pensando qué vais a comer, ni por el cuerpo pensando con qué os vais a vestir... Ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo esto. Sobre todo buscad el reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura.
Era sumamente útil —necesario incluso— que los que son investidos de la dignidad apostólica tuvieran un alma liberada del apetito de riquezas y nada aborrecieran tanto como la acumulación de donativos, contentándose más bien con los que Dios les proporciona, pues, como está escrito: La codicia es la raíz de todos los males. Convenía, por tanto, que a toda costa se mantuvieran al margen y plenamente liberados de aquel vicio que es la raíz y madre de todos los males, agotando —valga la expresión— toda su diligencia en ocupaciones realmente necesarias: en no caer bajo el yugo de Satanás. De esta forma, caminando al margen de las preocupaciones mundanas, infravalorarán los apetitos carnales y desearán únicamente lo que Dios quiere.
Y al igual que los más aguerridos soldados, al salir al combate, no llevan consigo más que las armas necesarias para la guerra, lo mismo aquellos a quienes Cristo enviaba en ayuda de la tierra y a asumir la lucha, en pro de los que estaban en peligro, contra los poderes que dominan este mundo de tinieblas, es más, a luchar contra el mismo Satanás en persona, convenía que estuvieran liberados de las fatigas de este mundo y de toda preocupación mundana de modo que, bien ceñidos y con las armas espirituales en las manos, pudieran luchar denodadamente contra los que bloquean la gloria de Cristo y sembraron de ruinas la tierra entera; es un hecho que indujeron a sus habitantes a adorar a la criatura en lugar de al Creador y a ofrecer culto a los elementos del mundo.
Tened embrazado el escudo de la fe, puesta la coraza de la justicia y por espada la del Espíritu Santo, toda palabra de Dios. Con estos pertrechos, era inevitable que fueran intolerables para sus enemigos, sin llevar entre su impedimenta nada digno de mancha o culpa, es decir, el afán de poseer, de atesorar ilícitas ganancias y andar preocupados en su custodia, cosas todas que apartan al alma humana de una vida grata a Dios ni la permiten elevarse a él sino que más bien le cortan las alas y la hunden en aspiraciones materiales y terrenas.
Sobre el Evangelio de san Mateo: El amor del dinero nos aparta de Cristo
«Nadie puede servir a dos señores, porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o al uno se adherirá y al otro despreciará» (Mt 6,24)Homilía 21, 1-4. 7-23
1.- El amor de las riquezas nos aparta del servicio de Cristo.- Mirad cómo paso a paso va Cristo apartándonos de las riquezas y todavía prosigue más ampliamente su discurso sobre la pobreza y quiere derribar hasta el suelo la tiranía de la avaricia. Por que no se contentó con lo que antes había dicho, con ser ello tanto y tan grande, sino que añade ahora otras razones más espantosas. ¿Qué cosa, en efecto, de más espanto que lo que ahora se nos dice, a saber, que por las riquezas nos exponemos a dejar el servicio del mismo Cristo? ¿Y qué cosa más apetecible que alcanzar, si las despreciamos, una perfecta amistad y caridad para con Él? Y, en efecto, lo que siempre os estoy diciendo, eso mismo os repetiré ahora, y es que por dos medios incita el Señor a sus oyentes. Por el provecho y por el daño, imitando en ello al hábil médico, que le hace ver al enfermo cómo la inobediencia a sus mandatos le acarrea enfermedad, y la obediencia salud.
2.- Mirad, si no, cómo nuevamente nos pone ante los ojos este provecho y cómo nos insinúa la conveniencia de desprendernos de lo que pudiera serle contrario. Porque no os daña sólo la riqueza, parece decirnos, porque arma a los ladrones contra vosotros; no sólo porque entenebrece de todo en todo vuestra inteligencia, sino también porque os aparte del servicio de DIOS y os hace esclavos de las cosas insensibles. De doble manera os perjudica: haciéndoos esclavos de lo que debierais ser señores, y apartándoos del servicio de DIOS, a quien por encima de todo, es menester que sirváis. Lo mismo que anteriormente nos había el señor indicado un doble daño: primero, por nuestros tesoros donde la polilla los destruye y luego, no ponerlos donde la custodia sería inviolable; así nos señala también aquí el doble perjuicio que de la riqueza nos viene: apartarnos de DIOS y someternos al dinero.-
3.- Nadie puede servir a dos señores.- Sin embargo, no lo plantea así de pronto, sino que va preparando el camino por medio de razonamientos generales, diciendo: Nadie puede servir a dos señores. Dos se entiende que manden lo contrario uno del otro, pues en otro caso ni siquiera pudieran llamarse dos. Y es así que la muchedumbre de los creyentes tenían un solo corazón y una sola alma, Actos 4,22. Las personas eran diversas, pero la concordia había hecho de muchos uno. Luego, explanando su pensamiento, prosigue: No sólo no le servirá, sino que le aborrecerá y se apartará de él; porque: O aborrecerá a uno, dice, y amará al otro, o al uno se adherirá y al otro despreciará. Parece como si aquí hubiera dicho el Señor dos veces la misma cosa. Sin embargo, no sin motivo unió así una y otra parte de su sentencia, sino para mostrarnos lo fácil que es la conversión en mejor.-
4.- Porque no puedas decir: Me hice esclavo una vez para siempre, me dominó la tiranía del dinero. Cristo te muestra que la conversión es posible, y como se pasa del amor al odio, así puede pasarse del odio al amor. Una vez, pues, que hubo hablado de modo general, a fin de persuadir a sus oyentes a que fueran jueces imparciales y dieran sus sentencias según la naturaleza de las cosas, cuando ya los creyó de acuerdo consigo, reveló el Señor todo su pensamiento, añadiendo: No podéis servir a DIOS y al dinero. Horroricémonos de los que hemos hecho decir a Cristo, de haberle obligado a poner a DIOS a par del oro. Y, si decirlo es horroroso, mucho más horroroso es que así suceda en la realidad y que prefiramos la tiranía del oro al temor de DIOS.
7.- Mammón o las riquezas no es verdadero «señor».- Notemos, empero, que, si llamó aquí Cristo «señor» a Mammón, no es porque naturalmente le convenga ese título, sino por la miseria de los que se someten a su yugo. Por manera semejante, llama también Pablo «dios» al vientre, Filipenses 3,19, no por la dignidad de tal señor, sino por la desgracia de los que le sirven. Lo cual es ya peor que todo castigo y por sí solo, antes de llegar al propio castigo, basta para atormentar al infeliz esclavo suyo. ¿No son, en efecto, más desgraciados que cualesquiera condenados los que, teniendo a DIOS por amo, se pasan, como tránsfugas, de su suave imperio a la más dura tiranía, y eso que aun en esta vida ha de seguírseles de ahí tan grave daño? Daño, efectivamente, inexplicable se sigue de la servidumbre de la riqueza: pleitos, difamaciones, luchas, trabajos, ceguera del alma y, lo que es más grave de todo, pérdida de los bienes del Cielo.
8.- Contra la preocupación del comer y vestir.- Una vez, pues, que por todos esos caminos nos ha mostrado el Señor, la conveniencia de despreciar la riqueza, para la guarda de la riqueza misma, para la dicha del alma, para la adquisición de la filosofía y para seguridad de la piedad, pasa ahora a demostrarnos que es posible aquello mismo a que nos exhorta. Porque éste es el señaladamente oficio del buen legislador: no sólo ordenar lo conveniente, sino hacerlo también posible. Por eso prosigue el Señor, diciendo: No os preocupéis por vuestra alma, sobre qué comeréis. No quiso que nadie pudiera objetarle: ¡Muy bien! Si todo lo tiramos, ¿cómo podremos vivir? Contra semejante reparo va ahora el Señor muy oportunamente.-
9.- Realmente, si desde un principio hubiera dicho: No os preocupéis, su lenguaje podía haber parecido duro; pero una vez que ha mostrado el daño que se nos sigue de la avaricia, su exhortación de ahora resulta fácilmente aceptable. De ahí que tampoco dijo simplemente: No os preocupéis, sino que al mandato añade la causa. En efecto, después de haber dicho: no podéis servir a DIOS y a Mammón, añadió: Por eso yo os digo: No os preocupéis. ¡Por eso! ¿Y qué es eso? El daño inexplicable que de ahí se os seguirá. Porque no sufriréis daño sólo en las riquezas mismas. El golpe alcanza el punto más delicado: perderéis la salvación de vuestra alma, pues os aleja del DIOS que os ha creado, que os ama y que cuida de vosotros. Por eso os digo: No os preocupéis. Es decir, que una vez mostrado el daño incalculable, extiende aun más su mandamiento. Porque no sólo nos manda que tiremos lo que tenemos, sino que no nos preocupemos siquiera del necesario sustento: No os preocupéis por vuestra alma, sobre qué comeréis.
10.- No porque el alma necesite de alimento, pues es incorpórea, sino que el Señor habla aquí acomodándose al uso común. Pues, si es cierto que ella no necesita de alimento, no lo es menos que no puede permanecer en el cuerpo si éste no es alimentado. Y esto dicho, no se contenta con afirmarlo simplemente, sino que también aquí nos da las razones: unas tomadas de lo que ya nosotros tenemos; otras, de otros ejemplos. Tomando pie de lo que ya tenemos, nos dice: ¿Acaso no es más el alma que la comida, y el cuerpo más que el vestido? Pues, el que os dado lo más, ¿no os dará lo menos? El que ha formado vuestra carne, que necesita alimentarse, ¿no os procurará también el alimento? Por eso no dijo simplemente: No os preocupéis sobre qué comeréis y vestiréis, sino: No os preocupéis por vuestra alma y por vuestro cuerpo, porque de éstos, del alma y del cuerpo, iba El a tomar sus demostraciones, procediendo por comparación en su razonamiento.-
11.- Ahora bien, el alma nos la dio una vez para siempre y permanece tal como nos la dio; el cuerpo, empero, admite crecimiento todos los días. A fin, pues de mostrarnos una y otra cosa: la inmortalidad del alma y la caducidad del cuerpo, prosiguió diciendo: ¿Quién de vosotros puede añadir a su estatura un codo? Y aquí calla sobre el alma, como quiera que no admite crecimiento, y sólo nos habla del cuerpo, declarando por lo uno, también lo otro, a saber:
Que no es el alimento el que hace crecer, sino la Providencia de DIOS. Lo mismo que declara también Pablo por otro ejemplo: Ni el que planta ni el que riega es nada, sino DIOS que da el crecimiento. 1a Corintios 3,7.-
12.- El ejemplo de las aves del Cielo.- De este modo, pues, nos exhortó el Señor por las cosas que ya tenemos; por ejemplos ajenos a nosotros, nos dice: Mirad las aves del cielo. Porque nadie le objetará que es útil andar preocupados, nos disuade de ello por un ejemplo mayor y por otro menor. El mayor lo toma de nuestro cuerpo y de nuestra alma; el menor, de las aves del cielo. Porque, si tanta cuenta tiene de DIOS, nos dice, de tan pobres animales, ¿cómo no la tendrá con nosotros? Así habló entonces a los judíos que eran una gran muchedumbre popular, pero no así al diablo cuando le tentó.
13.- ¿Pues cómo? No de sólo pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de DIOS. San Mateo 4,4. Más aquí mienta las aves del cielo con muy viva comparación; lo que es muy eficaz manera de exhortación. Sin embargo, ha habido impíos que han llegado a tanta necedad como la de poner tacha a esta comparación. Porque, quien quería, dicen ellos, preparar para templar para la lucha a una voluntad libre, no debía aducir para ello ejemplos de ventajas de la naturaleza. Porque vivir las aves sin necesidad ni trabajo, les viene de la naturaleza.-
14.- Podemos lograr por nuestro esfuerzo lo que tienen las aves por naturaleza.- ¿Qué podemos responderles a eso? Pues que ese vivir sin cuidados, que a las aves les viene de la naturaleza, nosotros podemos conseguirlo por nuestra libre voluntad. Porque no dijo el Señor: Mirad cómo vuelan las aves del cielo, pues eso es imposible para el hombre, sino: Mirad cómo se alimentan sin preocupaciones. Lo cual, si queremos también nosotros, podemos conseguirlo fácilmente, como lo han demostrado aquellos que de hecho lo lograron. Y aquí hay señaladamente que admirar la sabiduría del legislador, que, teniendo a mano ejemplos de hombres, y pudiendo citar a un Elías, a un Moisés, a un Juan y tantos otros que vivieron sin preocupaciones de comida y vestido, menciona a los animales a fin de causarles mayor impresión.
15.- De haber nombrado a aquellos andes santos, pudieran haberle replicado: Todavía no hemos llegado a tanto como ellos. En cambio, pasando en silencio a éstos y poniéndoles delante el ejemplo de las avecillas del cielo, les cortó toda posible excusa. Por lo demás, también aquí sigue Cristo el estilo de la antigua Ley, pues también el Antiguo Testamento nos remite a la abeja, a la hormiga, a la tórtola, a la golondrina. Eclesiástico 11,3; Proverbios 6,6; Jeremías 8,7. Y no es para nosotros pequeño honor que logremos por esfuerzo de nuestra voluntad lo que estos animales tienen de la naturaleza. En conclusión, si de lo que fue criado por amor nuestro tiene DIOS tanta providencia, mucho mayor la tendrá de nosotros mismos; si así cuida de los criados, mucho más cuidará del señor. De ahí las palabras de Cristo: Mirad las aves del cielo. Y no dijo: Mirad que no dan a interés ni trafican con dinero. No, eso pertenece a lo vedado; sino: Que no siembran ni siegan.
16.- No se nos prohíbe el trabajo, sino la preocupación.- Entonces, me replicarás, ¿es que no hay que sembrar? No dijo el Señor que no hay que sembrar, sino que no hay que andar preocupados; no que no haya que trabajar, sino que no hay que ser pusilánimes ni dejarse abatir por las inquietudes. Si nos mandó que nos alimentáramos, pero no que anduviéramos angustiados por el alimento. David mismo se anticipó de antiguo a esta doctrina, cuando misteriosamente nos dijo: Abres tú la mano y llenas de tu bendición a todo viviente. Salmo 114,16. Y otra vez: El que da a las bestias su alimento, y a los polluelos de los grajos que le invocan. Salmo 146,9.-
17.- ¿Y quiénes fueron, me dirás, los que vivieron sin preocupación de comer y vestir? ¿No has oído los muchos santos que antes te he citado? ¿No ves entre ellos a Jacob, cómo sale de la casa paterna desnudo de todo? ¿No le oyes cómo ora diciendo: Si el Señor me diere pan para comer y vestido para vestirme? Génesis 28,20. Lo que no quiere decir que estuviera preocupado, sino que lo esperaba todo de DIOS. Lo mismo hicieron los Apóstoles, que, después que lo abandonaron todo, vivieron sin preocupación ninguna; lo mismo aquellos cinco mil y los otros tres mil primeros convertidos. Actos 2,41; 4,5.-
18.- Mas, si ni aun oyendo tan grandes ejemplos te decides a romper esas pesadas cadenas de tus inquietudes, rómpelas por lo menos considerando la necedad que con ello cometes. Porque, ¿quién de vosotros, dice el Señor, puede a fuerza de preocupación añadir a su estatura un solo codo? Mirad cómo explica el Señor lo oscuro por lo claro. A la manera, nos viene a decir, como no podéis añadir a vuestro cuerpo, a fuerza de preocupación, la más mínima porción, así tampoco podéis reunir alimento, aunque vosotros lo penséis así. De donde resulta evidente que no es nuestro afán, sino la Providencia de DIOS, la que lo hace todo aun en aquellas cosas que aparentemente realizamos nosotros. Así, si Él nos abandona, ni nuestra inquietud, ni nuestra preocupación, ni nuestro trabajo, ni cosa semejante servirán para nada, sino que todo se perderá irremediablemte.-
19.- Los Mandamientos o consejos evangélicos no son imposibles.- No pensemos, por ende, que es imposible lo que se nos manda, pues hay muchos que aun hoy día lo están llevando a la práctica. Que tú no los conozcas, nada tiene de extraño. También Elías creía hallarse solo, y hubo de opio en boca de DIOS: Me he reservado para mí no menos de siete mil varones, 2o Reyes 19,18. De donde resulta evidente que también ahora hay muchos que llevan vida apostólica, como antaño aquellos cinco mil y tres mil primitivos creyentes. Y, si no lo creemos, no es porque no haya quienes la practican, sino que nosotros distamos mucho de ella. Un borracho no es fácil que crea haya un solo hombre que no pruebe ni el agua. Y, sin embargo, esa hazaña la han llevado a cabo muchos monjes en nuestros mismos días.-
20.- El que vive torpemente entre mil mujeres, jamás creerá que es fácil guardar virginidad; ni el que arrebata lo ajeno, que hay quien a manos llenas da de lo suyo propio. Por semejante manera, los que están diariamente abrumados de infinitas preocupaciones, no es fácil se persuadan haya quien viva sin ellas. Ahora bien, que hay muchos que no lo han llevado a cabo, posible me fuera demostrarlo por los mismos que, en nuestro propio tiempo, profesan esa filosofía. Por ahora, sin embargo, basta con que aprendáis a no ser avaros, y que es buena la limosna, y que tenéis obligación de dar de lo que tenéis. Si esto hacéis, carísimos míos, pronto llegaréis también a lo otro.
21.- Empecemos por lo menos para llegar a lo más.- De momento, pues, desechemos el lujo superfluo, suframos la moderación y aprendamos a adquirir nuestros bienes por el justo trabajo. También el bienaventurado Juan, cuando hablaba con los alcabaleros y soldados, les aconsejaba que se contentaran con sus sueldos, san Lucas 3,14. Quería él ciertamente llevarlos a más alta filosofía; pero, como todavía no estaban preparados para ello, se contentaba con hablarles de lo menos. De haberles hablado de lo más alto, a esto no hubiesen prestado atención, y lo otro lo hubieran también perdido. Por la misma razón, nosotros tratamos de ejercitaros también en lo más sencillo. Por ahora sabemos muy bien que la carga de la voluntaria pobreza es demasiado pesada para nuestros hombros, y que tanto dista el cielo de la tierra, así dista de vosotros esa filosofía. Cumplamos, pues, si quiera los mandamientos menores y no será ello pequeño consuelo para nosotros.-
22.- A la verdad, aun entre paganos, no faltaron quienes abrazaron la pobreza, aunque no lo hicieron con la debida intención, y se desprendieron de cuanto poseían. Sin embargo, con vosotros, nosotros nos contentamos con que deis limosna generosamente. Dado este primer paso hacia delante, pronto llegaremos a aquella otra perfección. Pero, si ni esto hacemos, ¿qué excusa tendremos nosotros, que, teniendo mandado de sobrepujar a los santos del Antiguo Testamento, nos quedamos a la zaga de los mismos filósofos paganos? ¿Qué podemos alegar cuando, debiendo ser Ángeles e hijos de DIOS, no conservamos ni el ser de hombres? La rapiña y la avaricia, en efecto, no dicen con la mansedumbre de los hombres, sino con la ferocidad de las fieras; o, por mejor decir, perores que las fieras son los que codician lo ajeno, pues de las fieras, al cabo, la rapacidad les viene de la naturaleza; más nosotros, honrados por la razón, ¿qué excusa tendremos, si nos abatimos a la vileza de de una bestia?
23.- Exhortación final: lleguemos siquiera al medio.- Consideremos, pues, la meta de la filosofía que se nos propone y lleguemos siquiera al medio. Así nos libraremos del castigo venidero y, avanzando en el camino, alcanzaremos a cumbre de los bienes; bienes que a todos os deseo, por la gracia y amor de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
Carta (12-09-1619): Dios jamás defrauda
«No os inquietéis por el mañana... bástale a cada día su afán» (Mc 6,34)Carta a Mme. Angélica Arnaud, 12-9-1619. XIX, 15
Espero que Dios os fortificará cada vez más y cuando os venga el pensamiento o la tentación de tristeza por temor de que el fervor y atención presentes no os van a durar, respondeos de una vez para siempre que los que confían en Dios jamás serán confundidos y que, tanto vuestro espíritu, como vuestro cuerpo y lo temporal, todo lo habéis arrojado en el Señor y Él os alimentará. Sirvamos bien al Señor hoy, que mañana Él proveerá. Cada día ha de tener su inquietud: no tengáis inquietud por el mañana porque el mismo Dios que reina hoy, reinará mañana.
Si su Bondad pensase, o mejor dicho, conociese que tenéis necesidad de una asistencia más cercana de la que yo os puedo procurar desde tan lejos, os la hubiera dado y os la dará siempre que haya que suplir lo que falte a la mía.
Quedad en paz, mi querida hija, Dios actúa de lejos y de cerca y llama a las cosas más alejadas para que estén al servicio de los que le sirven, sin acercárselas; ausente en el cuerpo, presente en el espíritu, dice el Apóstol. Dormid bien, poco a poco volveréis a las seis horas, que es lo que deseáis. Porque comer poco, trabajar mucho, tener mucho desconcierto en el espíritu y negar el sueño al cuerpo es querer sacar mucho rendimiento de un caballo enflaquecido y al que no se le alimenta.
Mi querida hija, me despido y os ruego que creáis que mi corazón no se separa del vuestro; es imposible porque lo que Dios ha unido es inseparable.
Mantened muy alto vuestro ánimo, elevado hacia esa eterna Providencia que os ha llamado por vuestro nombre y os lleva grabado en su pecho maternalmente paterno. Y con esa grandeza de confianza y de valor, practicad cuidadosamente la humildad y la bondad.
Espiritual (21-02-1659): Buscar primero el Reino de Dios
«Todo lo demás vendrá por añadidura» (cf. Mt 6,33)21-02-1659
«Buscad el Reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura»... Se dice, pues, que hay que buscar el reino de Dios. «Buscad», no es más que una palabra, pero me parece que dice muchas cosas. Quiere decir... trabajar incesantemente para el reino de Dios y no permanecer en un estado flojo y parado, poner atención al interior para que esté bien regulado, pero no al exterior para divertirse... Buscar a Dios en vosotros, porque san Agustín confiesa que mientras le buscó fuera de él, no le encontró. Buscadle en vuestra alma que le es su agradable morada; es en ese fondo donde quedan establecidas todas las virtudes que sus siervos intentan practicar. La vida interior es necesaria, es preciso tender a ella; si la descuidamos, faltamos a todo... Busquemos ser personas de interioridad... Busquemos la gloria de Dios, busquemos el reino de Jesucristo...
«Pero [me diréis], hay tantas cosas que hacer, tantos trabajos en casa, tantos lugares de trabajo en la ciudad, en el campo... hay trabajo en todas partes; ¿es preciso pues dejarlo todo tal cual está para no pensar sino en Dios?» No, sino que es necesario santificar esas ocupaciones buscando a Dios en ellas, y hacerlas más para encontrarle a él que para verlas hechas. Nuestro Señor quiere que, ante todo, busquemos su gloria, su reino, su justicia, y para ello quiere que construyamos nuestro capital, con la vida interior, con la fe, con la confianza, con el amor, con ejercicios religiosos..., con trabajos y sufrimientos, a la vista de Dios, nuestro soberano Señor... Una vez establecidos en esa búsqueda de la gloria de Dios, podemos estar seguros de que el resto vendrá por sí solo.
Uso Litúrgico de este texto (Homilías)
por hacerpor hacer
por hacer
Documentos Catequéticos, Pastorales, Teológicos…
Francisco, papa
Exhortación Evangelii gaudium, n. 180-181, 26-11-2013
El Reino que nos reclama
Leyendo las Escrituras queda por demás claro que la propuesta del Evangelio no es sólo la de una relación personal con Dios. Nuestra respuesta de amor tampoco debería entenderse como una mera suma de pequeños gestos personales dirigidos a algunos individuos necesitados, lo cual podría constituir una «caridad a la carta», una serie de acciones tendentes sólo a tranquilizar la propia conciencia. La propuesta es el Reino de Dios (cf. Lc 4,43); se trata de amar a Dios que reina en el mundo. En la medida en que Él logre reinar entre nosotros, la vida social será ámbito de fraternidad, de justicia, de paz, de dignidad para todos. Entonces, tanto el anuncio como la experiencia cristiana tienden a provocar consecuencias sociales. Buscamos su Reino: «Buscad ante todo el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás vendrá por añadidura» (Mt 6,33). El proyecto de Jesús es instaurar el Reino de su Padre; Él pide a sus discípulos: «¡Proclamad que está llegando el Reino de los cielos!» (Mt 10,7).
El Reino que se anticipa y crece entre nosotros lo toca todo y nos recuerda aquel principio de discernimiento que Pablo VI proponía con relación al verdadero desarrollo: «Todos los hombres y todo el hombre». Sabemos que «la evangelización no sería completa si no tuviera en cuenta la interpelación recíproca que en el curso de los tiempos se establece entre el Evangelio y la vida concreta, personal y social del hombre». Se trata del criterio de universalidad, propio de la dinámica del Evangelio, ya que el Padre desea que todos los hombres se salven y su plan de salvación consiste en «recapitular todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, bajo un solo jefe, que es Cristo» (Ef 1,10). El mandato es: «Id por todo el mundo, anunciad la Buena Noticia a toda la creación» (Mc 16,15), porque «toda la creación espera ansiosamente esta revelación de los hijos de Dios» (Rm 8,19). Toda la creación quiere decir también todos los aspectos de la vida humana, de manera que «la misión del anuncio de la Buena Nueva de Jesucristo tiene una destinación universal. Su mandato de caridad abraza todas las dimensiones de la existencia, todas las personas, todos los ambientes de la convivencia y todos los pueblos. Nada de lo humano le puede resultar extraño». La verdadera esperanza cristiana, que busca el Reino escatológico, siempre genera historia.
Discurso (oral) , 04-10-2013, Asís
…Esta es una buena ocasión para hacer una invitación a la Iglesia a despojarse. ¡Pero la Iglesia somos todos! ¡Todos! Desde el primer bautizado, todos somos Iglesia y todos debemos ir por el camino de Jesús, que recorrió un camino de despojamiento, Él mismo. Se hizo siervo, servidor; quiso ser humillado hasta la Cruz. Y si nosotros queremos ser cristianos, no hay otro camino. ¿Pero no podemos hacer un cristianismo un poco más humano —dicen—, sin cruz, sin Jesús, sin despojamiento? ¡De este modo nos volveríamos cristianos de pastelería, como buenas tartas, como buenas cosas dulces! Muy bonito, ¡pero no cristianos de verdad! Alguno dirá: «¿Pero de qué debe despojarse la Iglesia?». Debe despojarse hoy de un peligro gravísimo, que amenaza a cada persona en la Iglesia, a todos: el peligro de la mundanidad. El cristiano no puede convivir con el espíritu del mundo. La mundanidad que nos lleva a la vanidad, a la prepotencia, al orgullo. Y esto es un ídolo, no es Dios. ¡Es un ídolo! ¡Y la idolatría es el pecado más fuerte!
Cuando en los medios de comunicación se habla de la Iglesia, creen que la Iglesia son los sacerdotes, las religiosas, los obispos, los cardenales y el Papa. Pero la Iglesia somos todos nosotros, como he dicho. Y todos nosotros debemos despojarnos de esta mundanidad: el espíritu contrario al espíritu de las bienaventuranzas, el espíritu contrario al espíritu de Jesús. La mundanidad nos hace daño. Es muy triste encontrar a un cristiano mundano, seguro —según él— de esa seguridad que le da la fe y seguro de la seguridad que le da el mundo. No se puede obrar en las dos partes. La Iglesia —todos nosotros— debe despojarse de la mundanidad, que la lleva a la vanidad, al orgullo, que es la idolatría.
Jesús mismo nos decía: «No se puede servir a dos señores: o sirves a Dios o sirves al dinero» (cf. Mt 6, 24). En el dinero estaba todo este espíritu mundano; dinero, vanidad, orgullo, ese camino… nosotros no podemos… es triste borrar con una mano lo que escribimos con la otra. ¡El Evangelio es el Evangelio! ¡Dios es único! Y Jesús se hizo servidor por nosotros y el espíritu del mundo no tiene que ver aquí. Hoy estoy aquí con vosotros [ con los pobres ]. Muchos de vosotros han sido despojados por este mundo salvaje, que no da trabajo, que no ayuda; al que no le importa si hay niños que mueren de hambre en el mundo; no le importa si muchas familias no tienen para comer, no tienen la dignidad de llevar pan a casa; no le importa que mucha gente tenga que huir de la esclavitud, del hambre, y huir buscando la libertad. Con cuánto dolor, muchas veces, vemos que encuentran la muerte, como ha ocurrido ayer en Lampedusa: ¡hoy es un día de llanto! Estas cosas las hace el espíritu del mundo. Es ciertamente ridículo que un cristiano —un cristiano verdadero—, que un sacerdote, una religiosa, un obispo, un cardenal, un Papa, quieran ir por el camino de esta mundanidad, que es una actitud homicida. ¡La mundanidad espiritual mata! ¡Mata el alma! ¡Mata a las personas! ¡Mata a la Iglesia!
Cuando Francisco [de Asís], aquí, realizó aquel gesto de despojarse, era un muchacho joven, no tenía fuerza para esto. Fue la fuerza de Dios la que le impulsó a hacer esto, la fuerza de Dios que quería recordarnos lo que Jesús nos decía sobre el espíritu del mundo, lo que Jesús rogó al Padre, para que el Padre nos salvara del espíritu del mundo.
Hoy, aquí, pidamos la gracia para todos los cristianos. Que el Señor nos dé a todos nosotros el valor de despojarnos, pero no de 20 liras; despojarnos del espíritu del mundo, que es la lepra, es el cáncer de la sociedad. ¡Es el cáncer de la revelación de Dios! ¡El espíritu del mundo es el enemigo de Jesús! Pido al Señor que, a todos nosotros, nos dé esta gracia de despojarnos. ¡Gracias!
Discurso (escrito) , 04-10-2013, Asís
¡Gracias por vuestra acogida! Este lugar es un lugar especial, y por esto he querido hacer una etapa aquí, aunque la jornada está muy llena. Aquí Francisco se despojó de todo, ante su padre, el obispo y la gente de Asís. Fue un gesto profético, y fue también un acto de oración, un acto de amor y de confiarse al Padre que está en los cielos.
Con aquel gesto Francisco hizo su elección: la elección de ser pobre. No es una elección sociológica, ideológica, es la elección de ser como Jesús, de imitarle a Él, de seguirle hasta el fondo. Jesús es Dios que se despoja de su gloria. Lo leemos en san Pablo: Cristo Jesús, que era Dios, se despojó Él mismo, se vació Él mismo, y se hizo como nosotros, y en este abajamiento llegó hasta la muerte de cruz (cf. Flp 2, 6-8). Jesús es Dios, pero nació desnudo, fue puesto en un pesebre, y murió desnudo y crucificado.
Francisco se despojó de todo, de su vida mundana, de sí mismo, para seguir a su Señor, Jesús, para ser como Él. El obispo Guido comprendió aquel gesto e inmediatamente se alzó, abrazó a Francisco y le cubrió con su manto, y fue siempre su ayuda y protector (cf. Vida Primera, ff, 344).
El despojamiento de san Francisco nos dice sencillamente lo que nos enseña el Evangelio: seguir a Jesús quiere decir ponerle en primer lugar, despojarnos de la muchas cosas que tenemos y que sofocan nuestro corazón, renunciar a nosotros mismos, tomar la cruz y llevarla con Jesús. Despojarnos del yo orgulloso y despegarnos del afán de tener, del dinero, que es un ídolo que posee.
Todos estamos llamados a ser pobres, despojarnos de nosotros mismos; y por esto debemos aprender a estar con los pobres, compartir con quien carece de lo necesario, tocar la carne de Cristo. El cristiano no es uno que se llena la boca con los pobres, ¡no! Es uno que les encuentra, que les mira a los ojos, que les toca. Estoy aquí no para «ser noticia», sino para indicar que éste es el camino cristiano, el que recorrió san Francisco. San Buenaventura, hablando del despojamiento de san Francisco, escribe: «Así, quedó desnudo el siervo del Rey altísimo para poder seguir al Señor desnudo en la cruz, a quien tanto amaba». Y añade que así Francisco se salvó del «naufragio del mundo». (ff, 1043)
Pero desearía, como pastor, también preguntarme: ¿de qué debe despojarse la Iglesia?
Despojarse de toda mundanidad espiritual, que es una tentación para todos; despojarse de toda acción que no es por Dios, no es de Dios; del miedo de abrir las puertas y de salir al encuentro de todos, especialmente de los más pobres, necesitados, lejanos, sin esperar; cierto, no para perderse en el naufragio del mundo, sino para llevar con valor la luz de Cristo, la luz del Evangelio, también en la oscuridad, donde no se ve, donde puede suceder el tropiezo; despojarse de la tranquilidad aparente que dan las estructuras, ciertamente necesarias e importantes, pero que no deben oscurecer jamás la única fuerza verdadera que lleva en sí: la de Dios. Él es nuestra fuerza. Despojarse de lo que no es esencial, porque la referencia es Cristo; la Iglesia es de Cristo. Muchos pasos, sobre todo en estas décadas, se han dado. Continuemos por este camino que es el de Cristo, el de los santos.
Para todos, también para nuestra sociedad que da signos de cansancio, si queremos salvarnos del naufragio, es necesario seguir el camino de la pobreza, que no es la miseria —ésta hay que combatirla—, sino saber compartir, ser más solidarios con quien está en necesidad, fiarnos más de Dios y menos de nuestras fuerzas humanas. Monseñor Sorrentino ha recordado la obra de solidaridad del obispo Nicolini, que ayudó a cientos de judíos escondiéndoles en los conventos, y el centro de selección secreto estaba precisamente aquí, en el obispado. También esto es despojamiento, que parte siempre del amor, de la misericordia de Dios.
En este lugar que nos interpela, desearía orar para que cada cristiano, la Iglesia, cada hombre y mujer de buena voluntad, sepa despojarse de lo que no es esencial para ir al encuentro de quien es pobre y pide ser amado. ¡Gracias a todos!
Juan Pablo II, papa
Catequesis, Audiencia general, 30-01-2003
Él —como revela Jesús— es el Padre que alimenta a los pájaros del cielo sin que estos tengan que sembrar y cosechar, y cubre de colores maravillosos las flores del campo, con vestidos más bellos que los del rey Salomón (cf. Mt 6, 26-32; Lc 12, 24-28); y nosotros —añade Jesús— valemos mucho más que las flores y los pájaros del cielo. Y si Él es tan bueno que hace «salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos» (Mt 5, 45), podremos siempre, sin miedo y con total confianza, entregarnos a su perdón de Padre cuando erramos el camino. Dios es un Padre bueno que acoge y abraza al hijo perdido y arrepentido (cf. Lc 15, 11 ss), da gratuitamente a quienes piden (cf. Mt 18, 19; Mc 11, 24; Jn 16, 23) y ofrece el pan del cielo y el agua viva que hace vivir eternamente (cf. Jn 6, 32.51.58).
Mensaje, Ciudad del Vaticano, 29 de septiembre de 2001
1. Con santa María, en busca de Dios. La búsqueda de Dios es un elemento esencial de la vida [cristiana]. La Virgen es guía segura en este itinerario. ¡Buscar al Señor!… Sí, buscad a Cristo; buscad su rostro (cf. Sal 27, 8). Buscadlo cada día, desde la aurora (cf. Sal 63, 2), con todo el corazón (cf. Dt 4, 29; Sal 119, 2). Buscadlo con la tenacidad de la sunamita (cf. Ct 3, 1-3), con el asombro del apóstol Andrés (cf. Jn 1, 35-39), con el impulso de María Magdalena (cf. Jn 20, 1-18).
…Buscad al Señor en la hora de la alegría y en el tiempo de la desolación; imitad a María que, afligida, va a Jerusalén en busca de su Hijo de doce años (cf. Lc 2, 44-49), y más tarde, al comienzo de la vida pública de Jesús, corre solícita a buscarlo (cf. Mc 3, 32), preocupada por algunos rumores que le habían llegado con respecto a él (cf. Mc 3, 20-21).
Sentir la exigencia de buscar a Dios es ya un don que hay que acoger con corazón agradecido. En realidad, es siempre Dios quien sale primero a nuestro encuentro, porque él nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4, 10). Buscar a Dios es consolador, pero también exigente; supone renuncias y opciones radicales. ¿Qué implica esto para vosotros, en la actual situación histórica? Seguramente … una intensificación de la oración personal y una revalorización del silencio del corazón, sin contraponer jamás la contemplación a la acción, la oración a las celebraciones litúrgicas, la necesaria «huida del mundo» a la presencia debida junto a los que sufren… La experiencia demuestra que sólo una contemplación intensa suscita una ferviente y eficaz acción pastoral.
2. Con santa María, a la escucha de Dios. En íntima relación con la búsqueda de Dios está la escucha de su palabra de salvación. También en este itinerario os sirve de ejemplo y guía María, cuya singular relación con la Palabra subraya la Iglesia. María es la «Virgen de la escucha», dispuesta a cumplir, con actitud humilde y sabia, las palabras que le dirige el ángel. Con su fiat María acoge al Hijo de Dios, Palabra subsistente, que en ella se encarna para la redención del mundo.
Catequesis, Audiencia general, 24-03-1999
El amor providente del Padre
1. […]Hoy queremos reflexionar [ sobre el amor generoso y providente de Dios Padre] . «El testimonio de la Escritura es unánime: la solicitud de la divina Providencia es concreta e inmediata; tiene cuidado de todo, desde las cosas más pequeñas hasta los grandes acontecimientos del mundo y de la historia» (Catecismo de la Iglesia católica, n. 303)…
3. ¿Cuál debe ser nuestra actitud frente a esta providente y clarividente acción divina? Desde luego, no debemos esperar pasivamente lo que nos manda, sino colaborar con él, para que lleve a cumplimiento lo que ha comenzado a realizar en nosotros. Debemos ser solícitos sobre todo en la búsqueda de los bienes celestiales. Éstos deben ocupar el primer lugar, como nos pide Jesús: «Buscad primero el reino de Dios y su justicia» (Mt 6, 33). Los demás bienes no deben ser objeto de preocupaciones excesivas, porque nuestro Padre celestial conoce cuáles son nuestras necesidades; nos lo enseña Jesús cuando exhorta a sus discípulos a «un abandono filial en la providencia del Padre celestial que cuida de las más pequeñas necesidades de sus hijos» (Catecismo de la Iglesia católica, n. 305): «Vosotros no andéis buscando qué comer ni qué beber, y no estéis inquietos. Que por todas esas cosas se afanan las gentes del mundo; y ya sabe vuestro Padre que tenéis de ellas necesidad» (Lc 12, 29-30).
Así pues, estamos llamados a colaborar con Dios, mediante una actitud de gran confianza. Jesús nos enseña a pedir al Padre celestial el pan de cada día (cf. Mt 6, 11; Lc 11, 3). Si lo recibimos con gratitud, espontáneamente recordaremos también que nada nos pertenece, y debemos estar dispuestos a donarlo: «A todo el que te pida, da, y al que tome lo tuyo, no se lo reclames» (Lc 6, 30).
4. La certeza del amor de Dios nos lleva a confiar en su providencia paterna incluso en los momentos más difíciles de la existencia. Santa Teresa de Jesús expresa admirablemente esta plena confianza en Dios Padre providente, incluso en medio de las adversidades: «Nada te turbe, nada te espante; todo se pasa. Dios no se muda. La paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta» (Poesías, 30).
Discurso, a los miembros de «Cor Unum», 12-11-1998
[…] La Iglesia es sensible a las necesidades del hombre. Sin embargo, es consciente y testimonia al mismo tiempo que las necesidades inmediatas del ser humano no son ni las únicas ni las más importantes. Precisamente al respecto dice Jesús en el evangelio: «¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?» (Mt 6, 25). El hombre es una criatura abierta a la trascendencia y en lo más íntimo de su corazón siente un anhelo profundo de verdad y de bien, únicas realidades que satisfacen plenamente sus exigencias. Se trata del hambre y la sed de Dios que hoy, como en todo tiempo, no se apagan en las conciencias. La Iglesia se siente llamada a hacerse mensajera ante el hombre contemporáneo del anuncio de la gracia y de la misericordia que Dios Padre nos dio en Cristo Jesús.
Catequesis, Audiencia general, 30-11-1994
4. Jesús proclamó las bienaventuranzas de los pobres: «Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios» (Lc 6, 20). A este respecto, hay que recordar que ya en el antiguo Testamento se había hablado de los «pobres del Señor» (cf. Sal 74, 19; 149, 4 s), objeto de la benevolencia divina (cf. Is 49, 13; 66, 2). No se trataba simplemente de personas que se hallaban en un estado de indigencia, sino más bien de personas humildes que buscaban a Dios y se ponían con confianza bajo su protección. Estas disposiciones de humildad y confianza aclaran la expresión que emplea el evangelista Mateo en la versión de las bienaventuranzas: «Bienaventurados los pobres de espíritu» (Mt 5, 3). Son pobres de espíritu todos los que no ponen su confianza en el dinero o en los bienes materiales, sino que, por el contrario, se abren al reino de Dios. Pero es precisamente éste el valor de la pobreza que Jesús alaba y aconseja como opción de vida, que puede incluir una renuncia voluntaria a los bienes, y precisamente en favor de los pobres. Es un privilegio de algunos ser elegidos y llamados por él para seguir este camino.
5. Sin embargo, Jesús afirma que todos necesitan hacer una opción fundamental acerca de los bienes de la tierra: liberarse de su tiranía. Nadie -dice- puede servir a dos señores. O se sirve a Dios o se sirve al dinero (cf. Lc 16, 13; Mt 6, 24). La idolatría de mammona, o sea del dinero, es incompatible con el servicio a Dios. Jesús nos hace notar que los ricos se apegan más fácilmente al dinero (llamado con el término arameo mammona, que significa tesoro), y les resulta difícil dirigirse a Dios: «¡Qué difícil es que los que tienen riquezas entren en el reino de Dios! Es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el reino de Dios» (Lc 18, 24-25; cf. par.).
Jesús advierte acerca del doble peligro de los bienes de la tierra, a saber, que con la riqueza el corazón se cierre a Dios, y se cierre también al prójimo, como se ve en la parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro (cf. Lc 16, 19-31). Sin embargo, Jesús no condena de modo absoluto la posesión de los bienes terrenos: le apremia más bien recordar a quienes los poseen el doble mandamiento del amor a Dios y del amor al prójimo. Pero, a quien puede y quiere comprenderlo, pide mucho más…
Homilía, Tuxla Gutiérrez (México), 11-05-1990
2. En la primera lectura que hemos escuchado, el profeta Isaías pone en labios del pueblo judío estas palabras: “Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado” (Is 49, 14). Deportados de Israel y teniendo que habitar en un país extranjero, los israelitas habían perdido toda esperanza. Se consideraban olvidados por Dios, abandonados de su mano.
¡Cuan actuales resultan esas palabras! ¡Cuántos de vosotros, en una situación de destierro, de exilio, al igual que aquellos israelitas, podríais sentir la tentación de pronunciarlas! Son palabras que aún hoy día no dejan de reflejar un profundo pesimismo. Ante tanta injusticia, ante tanto dolor, ante tantos problemas, un hombre puede llegar a sentirse olvidado por Dios. Vosotros mismos, hermanos míos, habréis podido experimentar tal vez parecidos sentimientos: la dureza de la vida, la escasez de medios, la falta de oportunidades para mejorar vuestra formación y la de vuestros hijos, el acoso continuo a vuestras culturas tradicionales y tantos otros motivos que podrían invitar al desaliento. Más aún podrían sentirse olvidados quienes han tenido que dejar sus casas, sus lugares de origen, en una afanosa búsqueda del mínimo imprescindible para seguir viviendo.
Realmente, en algunas ocasiones es tanta la injusticia, el dolor y el sufrimiento sobre la faz de la tierra, que se explica la tentación de repetir esas palabras de Isaías. Son como un lamento continuo que recorre la historia de cada hombre y de toda la humanidad.
3. Sin embargo, después de esas frases de sabor amargo, después de esa queja que sale del corazón, el profeta recoge la respuesta de Dios: “¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré” (Is 49, 15).
Hermanos míos, puede haber momentos duros en vuestra vida: puede haber incluso épocas más o menos prolongadas en las que os consideráis olvidados por Dios. Pero si alguna vez surge dentro de vosotros la tentación del desaliento, recordad esas palabras de la Escritura: aunque una madre se olvidara del hijo de sus entrañas, Dios no se olvida de nosotros. Y añade el profeta: “Así dice el Señor: En tiempo favorable te escucharé, y en día nefasto te asistiré” (Ibíd. 49, 8). Dios nos tiene siempre presentes, Dios nos mira con especial cariño porque somos sus hijos queridísimos.
De esta providencia divina nos habla también Jesús en el evangelio: “Mirad las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro padre celestial las alimenta… Observad los lirios del campo, cómo crecen… Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios así la viste, ¿no lo hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe?” (Mt 6, 26. 28. 30).
Estas palabras de Cristo constituyen un llamado a la esperanza. Si Dios se preocupa con paterna solicitud de las aves del cielo; si Dios viste a las hierbas del campo, ¿cómo dejará de preocuparse por el hombre? ¿Cómo podría abandonar a la única criatura de la tierra que ha amado por sí misma? (cf. Gaudium et spes, 24)
4. La esperanza cristiana tiene, ante todo, una meta que está más allá de esta vida; es la virtud por la que ponemos nuestra confianza en Dios, el cual nos dará las gracias que necesitamos para llegar al cielo. Es allí, sobre todo, donde se harán realidad las palabras que acabamos de escuchar: “Convertiré todos mis montes en caminos, y mis calzadas serán levantadas” (Is 49, 11). “No tendrán hambre ni sed, ni les hará daño el bochorno ni el sol, pues el que tiene piedad de ellos los conducirá y a manantiales de agua los guiará” (Ibíd. 49, 10).
Sin embargo, la esperanza cristiana es también esperanza para esta vida. Dios quiere la felicidad de sus hijos, también aquí en este mundo.
“La Iglesia —he escrito en la Encíclica “Sollicitudo Rei Socialis”— sabe bien que ninguna realidad temporal se identifica con el Reino de Dios, pero que todas ellas no hacen más que reflejar y en cierto modo anticipar la gloria de ese Reino, que esperamos al final de la historia, cuando el Señor vuelva. Pero la espera no podrá ser nunca una excusa para desentenderse de los hombres en su situación personal concreta y en su vida social, nacional e internacional, en la medida en que ésta —sobre todo ahora— condiciona a aquella. Aunque imperfecto y provisional, nada de lo que se puede y debe realizar mediante el esfuerzo solidario de todos y la gracia divina en un momento dado de la historia, para hacer » más humana » la vida de los hombres, se habrá perdido ni habrá sido en vano” (Sollicitudo Rei Socialis, 48).
5. “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura”. (Mt 6, 33) ¿Qué quiere decir el Señor con estas palabras? ¿En qué consiste este objetivo primordial? ¿Qué hemos de hacer para buscar, en primer lugar, el Reino de Dios?
Conocéis bien la respuesta. Sabéis que para alcanzar la vida eterna es preciso cumplir los mandamientos, es preciso vivir de acuerdo con las enseñanzas de Cristo, que nos son transmitidas continuamente por su Iglesia. Por eso, queridos hermanos, os animo a comportaros siempre como buenos cristianos, a cumplir los mandamientos, a asistir a misa los domingos, a cuidar vuestra formación cristiana acudiendo a las catequesis que vuestros pastores imparten, a confesaros con frecuencia, a trabajar, a ser buenos padres y esposos fieles, a ser buenos hijos. No caigáis en la seducción de los vicios, como el abuso del alcohol, que tantos estragos causa: ni prestéis vuestra colaboración al narcotráfico, causa de la destrucción de tantas personas en el mundo.
6. Y, acompañando ese esfuerzo por vivir cristianamente, habrá también un empeño por mejorar vuestra situación humana en sus más variados aspectos: cultural, económico, social y político. La búsqueda del Reino de Dios incluye también esas nobles realidades humanas. Aquellas palabras del Señor, que ordena a los siervos de la parábola: “Negociad los talentos hasta que vuelva” (Lc 19, 13), no pueden ser entendidas en un sentido meramente espiritualista, como si el hombre fuera sólo alma.
Cristo nos previene frente al peligro de trastocar el orden de valores y amar a las criaturas por encima del Creador: “No podéis servir a Dios y al dinero” (Mt 6, 24); pero también nos advierte del peligro de la pereza y de la cobardía, del peligro de enterrar en tierra el talento otorgado por el Señor (cf. Ibíd. 25, 25). El desarrollo humano contribuye a la instauración del Reino (Gaudium et spes, 39). Y en ese desarrollo, cada uno debe ser protagonista (Populorum progressio, 55).
Deben serlo en primer lugar, aquellos a quienes incumbe una mayor responsabilidad social o posibilidades económicas. Estos han de recordar que son sólo administradores de esos bienes y que deberán dar cuenta de su administración (cf. Lc 16, 2).
Han de ser igualmente protagonistas los menos favorecidos. Lo que he escrito en la Encíclica “Sollicitudo Rei Socialis” haciendo referencia a los países (cf. Sollicitudo Rei Socialis, 44) , ha de aplicarse también a los individuos: el desarrollo humano exige espíritu de iniciativa por parte de las mismas personas que lo necesitan. Cada uno debe actuar de acuerdo con su propia responsabilidad, sin esperar todo de las estructuras sociales, asistenciales, o políticas, o de la ayuda de otras personas con más posibilidades. “Cada uno debe descubrir y aprovechar lo mejor posible el espacio de su propia libertad. Cada uno debería llegar a ser capaz de iniciativas que respondan a las propias exigencias de la sociedad” (Ibíd.).
Por tanto, queridos hermanos y hermanas, habéis de esforzaros en poner los medios que estén a vuestro alcance sabiendo, por otra parte, que hemos puesto en Dios toda nuestra confianza: “¿Quién de vosotros puede por más que se preocupe, añadir una hora al tiempo de su vida?” (Mt 6, 27).
8. Mi mensaje de hoy, amadísimos todos, quiere ser una nueva invitación a la esperanza, a ponernos en manos de Dios, sabiendo que El cuida amorosamente de nosotros. Nos lo dice el Señor en el evangelio de san Mateo que hemos escuchado: “Mirad las aves del cielo, no siembran ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas?” (Mt 6, 26). Pero ésta ha de ser una esperanza activa y responsable, que lleve también al trabajo y al esfuerzo personal.
Esta misma esperanza la expresaba el mensaje de Nuestra Señora de Guadalupe a Juan Diego, para infundirle confianza y fortaleza en la misión que le encomendaba: “ Oye y ten entendido, hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige; no se turbe tu corazón; no temas esa enfermedad ni otra enfermedad y angustia. ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy yo tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo?” (Nicán Mopohua).
Como Juan Diego, hijo predilecto de la tierra mexicana a quien he tenido el gozo de declarar beato, también vosotros encontraréis en la Virgen de Guadalupe el consuelo en el dolor y la fortaleza cristiana para superar las dificultades…
Homilía, Monterrey (México), 10-05-1990
[…] 2. Hoy quiero meditar, con vosotros, sobre el mensaje que el Señor nos dirige en esta celebración eucarística. Cristo nos dice: “No os preocupéis por vuestra vida, qué comeréis; ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis… Fijaos en las aves del cielo…, contemplad cómo crecen los lirios del campo” (cf. Mt 6, 25-26. 28).
¿Qué quieren decir estas palabras dichas por Jesucristo en el sermón de la montaña? ¿Cuál era su significado para quienes las escuchaban por primera vez? ¿Qué sentido encierran hoy para nosotros?
En verdad, estas palabras del Evangelio parecen contradecir tantos criterios y actitudes que vemos en el mundo contemporáneo. En efecto, para la humanidad, para la sociedad actual, la producción, la ganancia, el progreso económico parecen asumir la categoría de criterios últimos y definitivos que rigen el comportamiento humano. De acuerdo con estos criterios se enjuicia y se da valor a la gente y a los pueblos, y se determina su posición en la escala social por la importancia que se les concede o por el poder que detentan.
Si se aceptara moralmente esta jerarquía de valores, el hombre quedaría obligado a buscar en todo momento el poseer como única meta de la vida. Entonces el hombre se mediría, no por lo que es, sino por lo que tiene.
3. Jesús, el Maestro del sermón de la montaña, el mismo que proclama las bienaventuranzas, nos enseña ante todo que el Creador y las criaturas están por encima de las obras del hombre. Los hombres y las sociedades pueden producir los bienes industriales que impulsan la civilización y el progreso, en la medida en que en el mundo creado encuentran los recursos que le permiten llevar a cabo su trabajo.
A ti, hombre que miras complacido las obras de tus manos, el fruto de tu ingenio, Cristo te dice: ¡no te olvides de Aquel que ha dado origen a todo! ¡No te olvides del Creador! Es más, cuanto más profundamente conozcas las leyes de la naturaleza, cuanto más descubras sus riquezas y sus potencialidades, tanto más te has de acordar de El.
¡No te olvides del Creador —nos dice Cristo— y respeta la creación! ¡Realiza tu trabajo usando correctamente los recursos que Dios te ha dado! ¡Transforma sus riquezas con la ayuda de la ciencia y de la técnica, pero no abuses, no seas usurpador ni explotador, sin miramientos, de los bienes creados! ¡No destruyas y no contamines! ¡Recuerda a tu prójimo, a los pobres! ¡Piensa en las generaciones futuras!
Cristo, queridos hermanos y hermanas, dice esto, de modo particular, al hombre de nuestro tiempo, el cual se da cuenta, cada vez más, de la necesidad irrenunciable de proteger el ambiente que lo rodea.
4. ¡Con cuánto amor miran los ojos del Maestro y Redentor la belleza del mundo creado! El mundo visible ha sido creado para el hombre. Cristo dice entonces a los que le escuchan: ¿No valéis vosotros mucho más que las aves del cielo y los lirios del campo? (cf. Mt 6, 26. 28)
Ciertamente, nosotros somos más importantes a los ojos de Dios. Lo que da la medida y el valor del hombre es haber sido creado a imagen y semejanza de Dios, lo cual se refleja en su naturaleza como persona, en su capacidad de conocer el bien y amarlo.
Pero precisamente por eso, el hombre no puede aceptar que su ser espiritual se vea sometido a lo que es inferior en la jerarquía de las criaturas. No puede tomar como meta última de su existencia lo que le ofrecen la tierra y la temporalidad de lo creado. No puede bajarse a servir a las cosas, como si estas fueran el único fin y el destino último de su vida.
Al contrario, el hombre está llamado a buscar a Dios con todas sus fuerzas, incluso por medio de su trabajo en el mundo. Sólo en Dios el hombre encuentra afirmada su propia libertad, su señorío y superioridad sobre todas las demás criaturas. Y, si alguna vez se debilitase esta sencilla y profunda convicción, la contemplación de la misma naturaleza nos debe recordar que, si así cuida Dios a todas sus criaturas, ¿cuánto no hará para que no nos falte nada de lo necesario?
5. A los hombres nos corresponde una tarea primordial: Buscar el Reino de Dios y su justicia (cf. Ibíd. 6, 33). En esto debemos emplear todas nuestras fuerzas, porque ese Reino es “como un tesoro escondido en un campo, la perla más valiosa”, de que nos habla el Evangelio; y para obtenerlo, debemos hacer todo lo posible, hasta “ venderlo todo ” (cf. Ibíd. 13, 44. 45), es decir, no tener otro afán en el corazón. Por eso, también el trabajo ha de formar parte del esfuerzo que ponemos en buscar el Reino de Dios.
Pero hemos de estar precavidos contra una tentación: la de querer poner los bienes terrenos por encima de Dios. Por esto Cristo dice: “No podéis servir a Dios y al Dinero”, porque “Nadie puede servir a dos señores” (Mt 6, 24). Si lo que representa el símbolo bíblico del “ dinero ” llega a convertirse en objeto de un amor superior y exclusivo por parte de las personas y de la sociedad, entonces nos hallamos ante la tentación de despreciar a Dios (cf. Ibíd.). Pero ¿no constatamos que esta tentación, al menos parcialmente, se halla presente en nuestro mundo? ¿No lo observamos de modo particular en algunas regiones y pueblos? ¿No es ya una realidad este despreciar a Dios bajo diversos modos: primeramente en el campo del pensar humano, y después en el de su actuación? ¿No se ha convertido en programa para muchas personas de nuestro tiempo el vivir como si Dios no existiese?
6. Jesús de Nazaret habla a sus contemporáneos, pero sus palabras llegan con una fuerza maravillosa hasta nuestros días y nuestros problemas. Estos son los temas eternos sobre el hombre. Pero vemos con frecuencia, que se ha invertido la jerarquía de valores: lo que es secundario, caduco, se pone a la cabeza, pasa al primer plano. En cambio, lo que realmente debe estar en primer plano es siempre y sólo Dios. Y no puede ser de otra manera. Por esto dice Cristo: “Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura” (Ibíd. 6, 33).
Por tanto, ¿qué hay que hacer para que la búsqueda del Reino sea una realidad en la vida de los individuos, de las familias, de la sociedad?
[…] La búsqueda del reino exige ante todo la caridad, el amor a Dios y el amor al prójimo (cf. Mc 12, 34). En este sentido, los primeros discípulos pusieron los bienes de la tierra al servicio del amor, es decir, trataron de orientar la nueva vida que habían abrazado en función del bien común, o sea, del servicio al prójimo…
7. Entre vosotros, amadísimos hermanos y hermanas que me escucháis, habrá muchos que cuentan con un trabajo seguro, que les ofrece grandes satisfacciones, que les permite sustentar dignamente a sus familias. Por todo ello hay que dar gracias a Dios. Pero ¿cuántos hay que sufren al no poder dar a sus hijos el alimento, el vestido, la educación necesaria? ¿Cuántos los que viven en la estrechez de un humilde cuarto, carentes de los servicios más elementales, lejos de sus lugares de trabajo; un trabajo, a veces mal remunerado e incierto, que les hace mirar al futuro con angustia y desaliento? ¡cuántos niños obligados a trabajar en temprana edad, obreros que ejercen su profesión en condiciones poco saludables, además de la insuficiencia de instrumentos legales y asociativos que tutelen convenientemente los derechos del trabajador contra los abusos y tantas formas de manipulación!
Me conmueven profundamente estas situaciones difíciles, a veces dramáticas, que afectan a tantas personas del mundo laboral y que van ligadas a toda una serie de factores, no sólo coyunturales sino también estructurales, esto es, dependientes de la organización socio-económica y política de la sociedad. Por eso, movido por mi solicitud hacia los más necesitados, quiero hacer un nuevo llamado a la justicia social.
Sin negar los buenos resultados conseguidos por el esfuerzo de conjunto de la iniciativa pública y privada en los países donde está en vigor un régimen de libertad, no podemos, sin embargo, silenciar los defectos de un sistema económico que no pocas veces hace del lucro y del consumo su principal motor, que subordina el hombre al capital, de forma que, sin tener en cuenta su dignidad personal, es considerado como una mera pieza de la inmensa máquina productiva, donde su trabajo es tratado como simple mercancía merced a los vaivenes de la ley de la oferta y la demanda.
8. Es cierto que en la raíz de los males que aquejan a los individuos y a las colectividades se encuentra siempre el pecado del hombre. Por eso la Iglesia predica incansablemente la conversión del corazón para que todos, con espíritu solidario, colaboren en la creación de un orden social que sea más conforme con las exigencias de la justicia.
La Iglesia no puede en modo alguno dejarse arrebatar, por ninguna ideología o corriente política, la bandera de la justicia, la cual es una de las primeras exigencias del Evangelio y el núcleo de su doctrina social. También en este terreno la Iglesia ha de hacerse presente en el mundo con una palabra sobre los valores y los principios que inspiran la vida comunitaria, la paz, la convivencia y el auténtico progreso. Precisamente por esto ha de oponerse a todas aquellas fuerzas que pretenden implantar ciertas formas de violencia y de odio, como solución dialéctica de los conflictos. El cristiano no puede olvidar que la noble lucha por la justicia no debe confundirse de ningún modo con el programa “que ve en la lucha de clases la única vía para la eliminación de las injusticias de clase, existentes en la sociedad y en las clases mismas” (Laborem exercens, 11).
[…] me brota del corazón haceros un llamado a la solidaridad, a la hermandad sin fronteras.
La solidaridad a la que os invito debe echar sus raíces más profundas y buscar su alimento en la santa misa, el sacrificio de Cristo que nos salva. Debe inspirarse siempre en la Palabra de Dios, que ilumina el camino de nuestras vidas.
9. La Iglesia escucha continuamente el mismo sermón de la montaña pronunciado por Cristo. De generación en generación anuncia el Evangelio, que es también el Evangelio del trabajo.
En nuestra época este Evangelio se ha hecho actual, de un modo nuevo, ante los numerosos problemas del desarrollo socio-económico; ante los problemas relacionados con el capital, con la producción y distribución de los bienes, tan desproporcionada e injusta especialmente en algunas regiones del mundo.
[…] el cristiano no puede perder la conciencia de que el nombre de Dios es grande sobre toda la tierra y de que él, en cuanto cristiano, así como todo hombre ha sido llamado a alabar este nombre. No puede olvidar que todos los programas de las economías humanas deben ordenarse, en definitiva, según esta Economía divina, que se realiza en su Reino. “Ya sabe vuestro Padre celestial, que tenéis necesidad de todo eso” (Mt 6, 32), nos dice el Señor, pero añade: “Buscad primero el Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura” (Ibíd. 6, 33).
Catequesis, Audiencia general, 08-02-1989
Para nosotros cristianos, el peligro no es tanto el del rechazo explícito de Dios ―cosa que estaría en contraste demasiado claro con nuestra fe―, sino el de no reconocerle siempre el absoluto primado que le corresponde, el vértice de todos los valores, como fin y fundamento trascendente de todo lo demás. El riesgo, para nosotros cristianos, es el de “servir a dos señores” (Mt 6, 24): adorar, sí, al Señor, pero absolutizar al mismo tiempo, también la criatura. Este dualismo es evidentemente ofensivo para el Señor y crea en nuestra vida incoherencias e hipocresías. Crea una profunda laceración interior. Quizá creamos tener, con tal modo de obrar, mayor éxito, pero en realidad terminamos cayendo en contradicciones enrevesadas.
Catequesis, Audiencia general, 11-06-1986
[…] la verdad sobre la Providencia, que está íntimamente unida al misterio de la creación, debe comprenderse en el contexto de toda la revelación, de todo el «Credo». Se ve así que, de una forma orgánica, en la verdad de la Providencia entran la revelación de la «Predestinación» (praedestinatio) del hombre y del mundo en Cristo, la revelación de la entera economía de la salvación y su realización en la historia. La verdad de la Providencia Divina se halla también estrechamente unida a la verdad del reino de Dios, y por esta razón tienen una importancia fundamental las palabras pronunciadas por Cristo en su enseñanza sobre la Providencia: «Buscad primero el reino de Dios y su justicia… y todo eso se os dará por añadidura» (Mt 6, 33; cf. Lc 12, 13). La verdad referente a la Divina Providencia, es decir, al gobierno trascendente de Dios sobre el mundo creado se hace comprensible a la luz de la verdad sobre el reino de Dios, sobre ese reino que Dios proyectó desde siempre realizar en el mundo creado gracias a la «predestinación en Cristo», que fue «engendrado antes de toda criatura» (Col 1, 15).
Catequesis, Audiencia general, 28-05-1986
[…] 7. Comprendemos así otro aspecto fundamental de la Divina Providencia: su finalidad salvífica. Dios de hecho «quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad» (1 Tim 2, 4). En esta perspectiva, es preciso ensanchar cierta concepción naturalística de la Providencia, limitada al buen gobierno de la naturaleza física o incluso del comportamiento moral natural. En realidad, la Providencia Divina se manifiesta en la consecución de las finalidades que corresponden al plan eterno de la salvación. En este proceso, gracias a la plenitud de Cristo, en Él y por medio de Él, ha sido vencido también el pecado, que se opone esencialmente a la finalidad salvífica del mundo, al definitivo cumplimiento que el mundo y el hombre encuentran en Dios. Hablando de la plenitud que se ha asentado en Cristo, el Apóstol proclama: «Y plugo al Padre que en Él habitase toda la plenitud y por Él reconciliar consigo todas las cosas, pacificando con la sangre de su cruz así las de la tierra como las del cielo» (Col 1, 19-20).
8. Sobre el fondo de estas reflexiones, tomadas de las Cartas de San Pablo, resulta más comprensible la exhortación de Cristo a propósito de la Providencia del Padre celestial que todo lo abarca (Cfr. Mt 6, 23-34 y también Lc 12, 22-31), cuando dice: «Buscad, pues, primero el reino de Dios y su justicia, y todo eso se os dará por añadidura» (Mt 6, 33; cf. también Lc 12, 31). Con este «primero» Jesús trata de indicar lo que Dios mismo quiere «primero»: lo que es su intención primera en la creación del mundo, y también el fin último del propio mundo: «el reino de Dios y su justicia» (la justicia de Dios). El mundo entero ha sido creado con miras a este reino, a fin de que se realice en el hombre y en su historia. Para que por medio de este «reino» y de esta «justicia» se cumpla aquella eterna predestinación que el mundo y el hombre tienen en Cristo.
Catequesis, Audiencia general, 14-05-1986
[ Las palabras de Jesús sobre la Divina Providencia] son particularmente impresionantes: «No os preocupéis, pues diciendo: ¿Qué comeremos, qué beberemos o qué vestiremos? Los gentiles se afanan por todo eso; pero bien sabe vuestro Padre celestial que de todo eso tenéis necesidad. Buscad, pues, primero el reino de Dios y su justicia, y todo eso se os dará por añadidura» (Mt 6, 31-33; cf. también Lc 21, 18).
«¿No se venden dos pajaritos por un as? Sin embargo, ni uno de ellos cae en tierra sin la voluntad de vuestro Padre. Cuanto a vosotros, aun los cabellos de vuestra cabeza están contados. No temáis, pues, valéis más que muchos pajarillos» (Mt 10, 29-31; cf. también Lc 21, 18).
«Mirad cómo las aves del cielo no siembran, ni siegan, ni encierran en graneros, y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas?… Y del vestido, ¿por qué preocuparos? Aprended de los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan ni hilan. Pues yo os digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana es arrojada al fuego, Dios así la viste, ¿no hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe?» (Mt 6, 26-30; cf. también Lc 12, 24-28).
8. Con estas palabras el Señor Jesús no sólo confirma la enseñanza sobre la Providencia Divina contenida en el Antiguo Testamento, sino que lleva más a fondo el tema por lo que se refiere al hombre, a cada uno de los hombres, tratado por Dios con la delicadeza exquisita de un padre.
9. … las palabras de Cristo alcanzan una plenitud de significado todavía mayor. Efectivamente, las pronuncia el Hijo que «escrutando» todo lo que se ha dicho sobre el tema de la Providencia, da testimonio perfecto del misterio de su Padre: misterio de Providencia y solicitud paterna, que abraza a cada una de las criaturas, incluso la más insignificante, como la hierba del campo o los pájaros. Por tanto, ¡cuánto más al hombre! Esto es lo que Cristo quiere poner de relieve sobre todo. Si la Providencia Divina se muestra tan generosa con relación a las criaturas tan inferiores al hombre, cuánto más tendrá cuidado de él. En esta página evangélica sobre la Providencia se encuentra la verdad sobre la jerarquía de los valores que está presente desde el principio del libro del Génesis, en la descripción de la creación: el hombre tiene el primado sobre las cosas. Lo tiene en su naturaleza y en su espíritu, lo tiene en las atenciones y cuidados de la Providencia, lo tiene en el corazón de Dios.
10. Además, Jesús proclama con insistencia que el hombre, tan privilegiado por su Creador, tiene el deber de cooperar con el don recibido de la Providencia. No puede, pues, contentarse sólo con los valores del sentido, de la materia y de la utilidad. Debe buscar sobre todo «el reino de Dios y su justicia», porque «todo lo demás (es decir, los bienes terrenos) se le darán por añadidura» (cf. Mt 6, 33).
Las palabras de Cristo llaman nuestra atención hacia esta particular dimensión de la Providencia, en el centro de la cual se halla el hombre, ser racional y libre.
Catecismo de la Iglesia Católica
Dios realiza su designio: la divina providencia, n. 302-305
302 La creación tiene su bondad y su perfección propias, pero no salió plenamente acabada de las manos del Creador. Fue creada «en estado de vía» (in statu viae) hacia una perfección última todavía por alcanzar, a la que Dios la destinó. Llamamos divina providencia a las disposiciones por las que Dios conduce la obra de su creación hacia esta perfección:
«Dios guarda y gobierna por su providencia todo lo que creó, «alcanzando con fuerza de un extremo al otro del mundo y disponiéndolo todo suavemente» (Sb 8, 1). Porque «todo está desnudo y patente a sus ojos» (Hb 4, 13), incluso cuando haya de suceder por libre decisión de las criaturas» (Concilio Vaticano I: DS, 3003).
303 El testimonio de la Escritura es unánime: la solicitud de la divina providencia es concreta e inmediata; tiene cuidado de todo, de las cosas más pequeñas hasta los grandes acontecimientos del mundo y de la historia. Las sagradas Escrituras afirman con fuerza la soberanía absoluta de Dios en el curso de los acontecimientos: «Nuestro Dios en los cielos y en la tierra, todo cuanto le place lo realiza» (Sal 115, 3); y de Cristo se dice: «Si Él abre, nadie puede cerrar; si Él cierra, nadie puede abrir» (Ap 3, 7); «hay muchos proyectos en el corazón del hombre, pero sólo el plan de Dios se realiza» (Pr 19, 21).
304 Así vemos al Espíritu Santo, autor principal de la sagrada Escritura, atribuir con frecuencia a Dios acciones sin mencionar causas segundas. Esto no es «una manera de hablar» primitiva, sino un modo profundo de recordar la primacía de Dios y su señorío absoluto sobre la historia y el mundo (cf Is 10,5-15; 45,5-7; Dt 32,39; Si 11,14) y de educar así para la confianza en Él. La oración de los salmos es la gran escuela de esta confianza (cf Sal 22; 32; 35; 103; 138).
305 Jesús pide un abandono filial en la providencia del Padre celestial que cuida de las más pequeñas necesidades de sus hijos: «No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿qué vamos a comer? ¿qué vamos a beber? […] Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura» (Mt 6, 31-33; cf Mt 10, 29-31).
La idolatría, n. 2112-2113
2112 El primer mandamiento condena el politeísmo. Exige al hombre no creer en otros dioses que el Dios verdadero. Y no venerar otras divinidades que al único Dios. La Escritura recuerda constantemente este rechazo de los “ídolos […] oro y plata, obra de las manos de los hombres”, que “tienen boca y no hablan, ojos y no ven”. Estos ídolos vanos hacen vano al que les da culto: “Como ellos serán los que los hacen, cuantos en ellos ponen su confianza” (Sal 115, 4-5.8; cf. Is 44, 9-20; Jr 10, 1-16; Dn 14, 1-30; Ba 6; Sb 13, 1-15,19). Dios, por el contrario, es el “Dios vivo” (Jos 3, 10; Sal 42, 3, etc.), que da vida e interviene en la historia.
2113 La idolatría no se refiere sólo a los cultos falsos del paganismo. Es una tentación constante de la fe. Consiste en divinizar lo que no es Dios. Hay idolatría desde el momento en que el hombre honra y reverencia a una criatura en lugar de Dios. Trátese de dioses o de demonios (por ejemplo, el satanismo), de poder, de placer, de la raza, de los antepasados, del Estado, del dinero, etc. “No podéis servir a Dios y al dinero”, dice Jesús (Mt 6, 24). Numerosos mártires han muerto por no adorar a “la Bestia” (cf Ap 13-14), negándose incluso a simular su culto. La idolatría rechaza el único Señorío de Dios; es, por tanto, incompatible con la comunión divina (cf Gál 5, 20; Ef 5, 5).
La pobreza de corazón, n. 2544-2547
Jesús exhorta a sus discípulos a preferirle a Él respecto a todo y a todos y les propone “renunciar a todos sus bienes” (Lc 14, 33) por Él y por el Evangelio (cf Mc 8, 35). Poco antes de su pasión les mostró como ejemplo la pobre viuda de Jerusalén que, de su indigencia, dio todo lo que tenía para vivir (cf Lc 21, 4). El precepto del desprendimiento de las riquezas es obligatorio para entrar en el Reino de los cielos.
“Todos los cristianos han de intentar orientar rectamente sus deseos para que el uso de las cosas de este mundo y el apego a las riquezas no les impidan, en contra del espíritu de pobreza evangélica, buscar el amor perfecto” (LG 42).
“Bienaventurados los pobres en el espíritu” (Mt 5, 3). Las bienaventuranzas revelan un orden de felicidad y de gracia, de belleza y de paz. Jesús celebra la alegría de los pobres, a quienes pertenece ya el Reino (Lc 6, 20)
«El Verbo llama “pobreza en el Espíritu” a la humildad voluntaria de un espíritu humano y su renuncia; el apóstol nos da como ejemplo la pobreza de Dios cuando dice: “Se hizo pobre por nosotros” (2 Co 8, 9)» (San Gregorio de Nisa, De beatitudinibus, oratio 1).
El Señor se lamenta de los ricos porque encuentran su consuelo en la abundancia de bienes (cf Lc 6, 24). “El orgulloso busca el poder terreno, mientras el pobre en espíritu busca el Reino de los cielos” (San Agustín, De sermone Domini in monte, 1, 1, 3). El abandono en la providencia del Padre del cielo libera de la inquietud por el mañana (cf Mt 6, 25-34). La confianza en Dios dispone a la bienaventuranza de los pobres: ellos verán a Dios.
La Doctrina Social de la Iglesia, n. 2423-2425
2423 […] Todo sistema según el cual las relaciones sociales deben estar determinadas enteramente por los factores económicos, resulta contrario a la naturaleza de la persona humana y de sus actos (cf CA 24).
2424 Una teoría que hace del lucro la norma exclusiva y el fin último de la actividad económica es moralmente inaceptable. El apetito desordenado de dinero no deja de producir efectos perniciosos. Es una de las causas de los numerosos conflictos que perturban el orden social (cf GS 63, 3; LE 7; CA 35).
Un sistema que “sacrifica los derechos fundamentales de la persona y de los grupos en aras de la organización colectiva de la producción” es contrario a la dignidad del hombre (cf GS 65). Toda práctica que reduce a las personas a no ser más que medios con vistas al lucro esclaviza al hombre, conduce a la idolatría del dinero y contribuye a difundir el ateísmo. “No podéis servir a Dios y al dinero” (Mt 6, 24; Lc 16, 13).
2425 La Iglesia ha rechazado las ideologías totalitarias y ateas asociadas en los tiempos modernos al “comunismo” o “socialismo”. Por otra parte, ha rechazado en la práctica del “capitalismo” el individualismo y la primacía absoluta de la ley de mercado sobre el trabajo humano (cf CA 10. 13. 44). La regulación de la economía por la sola planificación centralizada pervierte en su base los vínculos sociales; su regulación únicamente por la ley de mercado quebranta la justicia social, porque “existen numerosas necesidades humanas que no pueden ser satisfechas por el mercado” (CA 34). Es preciso promover una regulación razonable del mercado y de las iniciativas económicas, según una justa jerarquía de valores y con vistas al bien común.