Mt 5, 38-42 – Discurso evangélico: No resistáis al mal
/ 12 junio, 2016 / San MateoTexto Bíblico
38 Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo, diente por diente”.39 Pero yo os digo: no hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra;40 al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también el manto;41 a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos;42 a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas.
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
San Francisco de Sales, obispo
Tratado del Amor de Dios: Obra de la Gracia
«Pues Yo os digo...» (Mt 5,38-42)II, 11. Tomo IV, 122.
«Sabéis que está mandado: «Ojo por ojo, diente por diente.» Pues yo os digo... a quien te pide, dale y al que te pide prestado, no lo rehuyas.» Mt 5, 38-42
San Pablo nos exhorta a no recibir en vano la gracia de Dios.
Sucede que, por la inspiración, vemos que debemos hacer mucho, pero no consentimos a toda esa inspiración, sino solamente a una parte de ella.
¿Cómo es que no estamos tan adelantados en el amor de Dios como lo estaban San Agustín, San Francisco, Santa Catalina de Génova o Santa Francisca?
Porque no hemos correspondido como debiéramos a sus inspiraciones.
El gran San Francisco decía: «Si Dios hubiera favorecido a otro con tantas misericordias como a mí, estoy seguro que estaría mucho más agradecido a los dones de Dios que lo estoy yo, y le serviría mejor que yo; y si mi Dios me abandonase, yo cometería más maldades que ningún otro.» Ya ves, Teótimo, cómo pensaba este hombre. Yo sé que hablaba así de sí mismo por humildad, pero él creía ser verdad que la misma gracia y la misma misericordia serían mejor empleadas en uno que en otro.
La bienaventurada Madre Teresa de Jesús, al hablar de la oración de quietud, decía estas palabras: «Hay muchas almas que llegan hasta este estado, pero las que pasan adelante son muy poco numerosas y no sé por qué causa. Pero ciertamente la falta no está en Dios...» Estemos pues atentos, Teótimo, a nuestro avanzar en el amor que le debemos a Dios, pues el que Él nos tiene, nunca nos faltará.
San Ireneo de Lyon, obispo y mártir
Contra las herejías: Ir más allá del legalismo
« No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas» (Mt 5,17)IV, 13,3
En la Ley hay preceptos naturales que nos dan ya la santidad; incluso antes de dar Dios la Ley a Moisés, había hombres que observaban estos preceptos y quedaron justificados por su fe y fueron agradables a Dios. El Señor no abolió estos preceptos sino que los extendió y les dio plenitud. Eso es de lo que nos dan prueba sus palabras: «Se dijo a los antiguos: no cometerás adulterio. Pues yo os digo: el que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su interior.» Y también: «se dijo: no matarás. Pero yo os digo: todo el que esté peleado con su hermano sin motivo tendrá que comparecer ante el tribunal» (Mt 5,21s)… Y así todo lo que sigue. Todos estos preceptos no implican ni la contradicción ni la abolición de los precedentes, sino su cumplimiento y extensión. Tal como el mismo Señor dice: «Si no sois mejores que los letrados y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos (Mt, 5,20).
¿En qué consiste este ir más allá? Primeramente en creer no sólo en el Padre, sino también en el Hijo manifestado en lo sucesivo, porque él es quien conduce al hombre a la comunión y unión con Dios. Después, en no tan sólo decir, sino en hacer –porque «dicen pero no hacen» (Mt 23,3)- y guardarse, no sólo de cometer actos malos, sino también de desearlos. Con estas enseñanzas, él no contradecía a la Ley, sino que la llevaba a su cumplimiento, a su plenitud y ponía en nosotros la raíz de las prescripciones de la Ley… Prescribir, no sólo de abstenerse de los actos prohibidos por la Ley, sino incluso de su deseo, no es de alguien que contradice y adolece la Ley, sino el hecho de quien la cumple y extiende.
«Al que te quite la túnica, dice Cristo, dale también el manto; a quien te pide, dale; y al que te pide prestado, no lo rehúyas; tratad a los demás como queréis que ellos os traten» (Mt 5,40; Lc 6,30-31). De esta manera no nos entristeceremos como aquellos que han sido desposeídos contra su voluntad, sino que, por el contrario, nos alegraremos como los que dan de todo corazón, puesto que haremos una donación gratuita al prójimo más grande que si lo damos a la fuerza. Y dice: «a quien te requiera para caminar una milla, acompáñalo dos». De esta manera no le servimos como si fuéramos esclavos sino que nos adelantamos a servirle como hombres libres que somos. En todas las cosas Cristo te invita a ser útil a tu prójimo, no teniendo en cuenta su maldad, sino poniendo tu bondad al máximo. De esta manera nos invita a hacernos semejantes a nuestro Padre «que hace salir el sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos». (Mt 5,45).
Todo esto no se debe a alguien que ha venido a abolir la Ley, sino a alguien que, por nosotros, le ha dado plenitud (Mt 5,17). El servicio de la libertad es el servicio más grande; nuestro libertador nos propone, respecto a él, una sumisión y una devoción más profundas. Porque él no nos ha liberado de las obligaciones de la Ley antigua para que le abandonemos sino para que, habiendo recibido su gracia más abundantemente, le amemos cada vez más, y habiéndole amado más, recibamos de él una gloria cada vez más grande cuando estaremos para siempre en presencia de su Padre.