Mt 5, 17-19: Cumplimiento de la Ley
/ 28 febrero, 2016 / San MateoTexto Bíblico
17 No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud.18 En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley.19 El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos.
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Epifanio de Bénevent
Sobre los Cuatro Evangelios: La Ley cumplida en la cruz
«Para que se cumplan las Escrituras hasta la última letra» (Jn 19,28)PLS 3, 852
«No he venido a abolir la Ley, sino a darle plenitud»… En efecto, en aquel tiempo el Señor ejerció todo su poder para que en su persona se cumplieran todos los misterios que la Ley anunciaba refiriéndose a él. Porque en su Pasión llevo a término todas las profecías. Cuando, según la profecía del bienaventurado David (Sl 68,22), se le ofreció una esponja empapada en vinagre para calmar su sed, la aceptó diciendo: «Todo se ha cumplido». Después, inclinando la cabeza, entregó el espíritu (Jn 19,30).
Jesús, no sólo realizó personalmente lo que había dicho, sino que llegó a confiarnos sus mandatos, para que los practicáramos. Aunque los antiguos no habían podido observar los mandamientos más elementales de la Ley (Hch 15,10), a nosotros nos prescribió de guardar los más difíciles gracias a la gracia y al poder que vienen de la cruz.
San Jerónimo, presbítero
Sobre el Evangelio de san Marcos: Cristo, el cumplimiento de la Ley y los profetas
«No he venido a abolir, sino a dar plenitud» (Mt 5,17)9-8: SC 494
Cuando leo el evangelio y encuentro testimonios de la Ley y de los profetas, no considero en ello otra cosa que a Cristo. Cuando contemplo a Moisés, cuando leo a los profetas es para comprender lo que dicen de Cristo. El día que habré llegado a entrar en el resplandor de la luz de Cristo y brille en mis ojos como la luz del sol, ya no seré capaz de mirar la luz de una lámpara. Si alguien enciende una lámpara en pleno día, la luz de la lámpara se desvanece. Del mismo modo, cuando uno goza de la presencia de Cristo, la Ley y los profetas desaparecen. No quito nada a la gloria de la Ley y de los profetas; al contrario, los enaltezco como mensajeros de Cristo. Porque cuando leo la Ley y los profetas, mi meta no es la Ley y los profetas sino, por la Ley y los profetas quiero llegar a Cristo.
San Cipriano, obispo
Sobre la envidia y los celos: El cumplimiento de la ley: el amor operante
«Quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos» (Mt 5,19)12-15
Revestir el nombre de Cristo sin seguir el camino de Cristo ¿no es traicionar el nombre divino y abandonar el camino de la salvación? Porque el mismo Señor enseña y declara que el hombre que guarda sus mandamientos entrará en la vida (Mt 19,17). Que el que escucha sus palabras y las pone en práctica es un sabio (Mt 7,24) y que aquel que las enseña y conforma su vida según ellas será llamado grande en el reino de los cielos. Toda predicación buena y saludable no aprovechará al predicador si la palabra que sale de su boca no se convierte luego en actos.
Así que ¿hay un mandamiento que el Señor haya enseñado con más insistencia a sus discípulos que este de amar los unos a los otros con el mismo amor con que él nos ha amado? (Jn 13,34) ¿Se encontrará entre los consejos que conducen a la salvación y entre los preceptos divinos un mandamiento más importante para guardar y observar? Pero como el que por la envidia se ha vuelto incapaz de actuar como un hombre de paz y de corazón ¿podrá guardar la paz o el amor del Señor?
Por esto, el apóstol Pablo proclamó también los méritos de la paz y de la caridad. Afirmó con fuerza que ni la fe ni las limosnas ni siquiera los sufrimientos del martirio no le servirían de nada si no respetara los lazos de la caridad (cf 1Cor 13,1-3).
San Hilario de Poitiers, obispo
Sobre el Evangelio de san Mateo: Cristo es el cumplimiento de las Escrituras
«No he venido a abolir, sino a dar plenitud» (Mt 5,17)4, 14-15: PL 9, 936-937
«No he venido a abolir, sino a dar plenitud». La fuerza y el poder de estas palabras del Hijo de Dios encierran un profundo misterio.
En efecto, la Ley prescribía unas obras, pero ésta orientaba todas estas obras hacia la fe en las realidades que Cristo manifestaría, porque la enseñanza y la Pasión del Salvador nos revelan el designio grande y misterioso de la voluntad del Padre. La Ley, bajo el velo de las palabras inspiradas, anunció el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo, su encarnación, su Pasión, su resurrección; tanto los profetas como los apóstoles nos han enseñado repetidas veces que, desde toda la eternidad, estaba dispuesto que todo el misterio de Cristo sería revelado en nuestro tiempo...
Cristo no quiso que pensáramos que sus mismas obras contenían otra cosa que no fueran las prescripciones de la Ley. Por eso él mismo afirmó: «No he venido a abolir, sino a dar plenitud». El cielo y la tierra... deben desaparecer, pero no desaparecerá ni el más mínimo mandamiento de la Ley porque en Cristo toda la Ley y los profetas encuentran su fin y plenitud. Él mismo en el momento de la Pasión declaró: «Todo se ha cumplido» (Jn 19,30). En aquel momento se confirmaron todas las palabras de los profetas.
Por eso Cristo afirma que ni tan sólo el más pequeño de los mandamientos de Dios puede ser abolido sin ofender a Dios... Nada puede ser más humilde que la cosa más pequeña. Y la más humilde de todas ha sido la Pasión del Señor y su muerte en cruz.
San Cirilo de Alejandría, obispo
Homilía: Pagó, Aquel que nada debía
«No he venido a abolir la ley sino a cumplirla» (Mt 5,17)12: PG 77, 1041s
Hemos visto a Cristo obedecer las leyes de Moisés, es decir que Dios, el legislador, se sometía, como un hombre, a sus propias leyes. Es lo que nos enseña San Pablo...: « Cuando los tiempos fueron cumplidos, Dios envió a su Hijo; nacido de una mujer, estuvo sujeto a le Ley judía, para rescatar a los que estaban sujetos a la ley » (Ga 4,4-5).
Por lo tanto, Cristo rescató de la maldición de la Ley a los que estaban sujetos a ella, pero que no la observaban. ¿De qué manera los rescató? Cumpliendo la Ley; de otra manera, con el fin de borrar la transgresión de la que Adán se hizo culpable, se mostró obediente y dócil en nuestro lugar, hacia Dios Padre. Porque está escrito: « Así como todos han llegado a ser pecadores porque un sólo hombre desobedeció, de la misma forma todos llegarán justos porque un solo hombre obedeció» (Rm 5,18). Con nosotros inclinó la cabeza delante de la Ley, y lo hizo según el plan divino de la Encarnación. En efecto, « Debía cumplir perfectamente lo que es justo» (cf Mt 3,15).
Después de haber tomado perfectamente la condición de servidor (Ph 2,7), precisamente porque su condición humana le colocaba con el número de los que llevan el yugo, pagó a los recaudadores, como todo el mundo, el pago del impuesto, mientras que por naturaleza, y como Hijo, estaba dispensado (Mt 18,23-26). Así, cuando le veas observar la Ley, no te extrañes, no pongas en la hilera de los servidores al que es libre, pero mide con el pensamiento la profundidad de un tal designio.
San Agustín, obispo
Del espíritu y la letra: La Ley nueva de Dios
«No he venido a abolir la Ley sino a darle plenitud» (cf Mt 5,17)28-30: PL 33, 217ss
Y el Señor es el espíritu. Y donde está el espíritu del Señor hay libertad. Este es el espíritu de Dios, por cuya gracia somos justificados y cuya virtud hace que nos deleite la abstención del pecado, en lo cual consiste la perfecta libertad; del mismo modo que sin este espíritu deleita el pecar, que engendra esclavitud, y de cuyas obras debe abstenerse el hombre. Y este Espíritu Santo, por quien la caridad, que es la plenitud de la ley, es derramada en nuestros corazones, es llamado también en el Evangelio el dedo de Dios.
Ahora bien: puesto que las tablas de la ley fueron escritas por el dedo de Dios, y siendo el dedo de Dios el Espíritu Santo, por quien somos santificados, para que, viviendo de la fe, obremos el bien mediante la caridad, ¿a quién no llamará la atención esta conformidad y al mismo tiempo esta diferencia de la misma ley? Porque cincuenta días se computan desde la celebración de la Pascua, en que Moisés ordenó sacrificar el cordero figurativo, que representaba la pasión futura del Señor, hasta el día en que el mismo Moisés recibió la ley escrita en las tablas por el dedo de Dios; y del mismo modo, cincuenta días también se cumplen desde la muerte y resurrección de aquel que como oveja fue llevado al matadero para ser inmolado, hasta que el dedo de Dios, esto es, el Espíritu Santo, llenó a los fieles, que se encontraban unánimemente reunidos en el cenáculo.
Del espíritu y la letra
En la admirable concordancia que hay entre la antigua y la nueva ley es de advertir esta gran diferencia: que allí se le prohibía al pueblo con espantosos terrores acercarse al lugar en que era dada la ley; mas aquí desciende el Espíritu Santo sobre todos aquellos que le esperaban y que se habían congregado unánimemente para" esperarle después que les fue prometido. Allí el dedo de Dios escribió sobre tablas de piedra, aquí en los corazones de los hombres. Allí la ley fue dada exteriormente para infundir temor en los injustos, aquí se dio interiormente para que fuesen justificados.
Porqué aquello de No adulterarás, No matarás, No codiciarás y si algún otro mandamiento hay —lo cual ciertamente fue escrito en aquellas tablas— en esta palabra —dice— se recapitula, es a saber: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. La caridad no hace mal al prójimo. Plenitud, pues, de la ley es la caridad. Esta no ha sido escrita en tablas de piedra, sino derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado. La ley, pues, de Dios es la caridad. A la cuál no se somete la astucia de la carne, como que ni siquiera puede. Pues para infundir el temor a esta astucia de la carne, se ordenaron la ley de las obras y la letra que mata al transgresor cuando las obras de la caridad se grabaron en tablas de piedra; mas cuando la misma caridad fue derramada en los corazones de los creyentes, entonces se manifestó la ley de la fe y el Espíritu Santo, que vivifica al que la ama.
Del espíritu y la letra
Advierte ahora cómo concuerda esta distinción con las palabras del Apóstol que poco antes con otro intento he alegado y que yo había diferido para exponerlas con más estudio. Porque vosotros —dice— sois carta de Cristo escrita por ministerio nuestro, y escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas que son corazones de carne.
He aquí cómo deja demostrado que la ley antigua fue escrita fuera del hombre, para atemorizarle exteriormente; mas la nueva, dentro del mismo hombre, para justificarle. Y entiende por tablas carnales del corazón no la astucia de la carne, sino el corazón mismo, en cuanto viviente y dotado de sensibilidad, a diferencia de la piedra, que carece de vida y sentidos. Y lo que poco después añade: que no podían los hijos de Israel fijar su vista hasta el fin en el rostro de Moisés, y por eso les hablaba a través de un velo, significa que la letra de la ley no justifica a nadie, sino que un velo encubrió la lectura del Antiguo Testamento hasta que éste pasara a Jesucristo y fuese descorrido el velo; es decir, hasta que pasara a la ley de gracia y se entendiera que por El nos viene la justificación, por la cual obramos lo que nos manda. Pues El en tanto nos manda en cuanto que, impotentes por nuestra parte, debemos recurrir a El. Por eso, habiendo dicho con toda precaución: Y esta tal confianza la tenemos por Cristo para con Dios, a fin de que no atribuyésemos esto a nuestras propias fuerzas, seguidamente hizo mérito de dónde proviene esta suficiencia en el obrar: No que por nosotros mismos seamos capaces de discurrir algo como de nosotros mismos, sino que nuestra capacidad nos viene de Dios, quien asimismo nos capacitó para ser ministros de una nueva alianza no de letra, sino de espíritu. Porque la letra mata, mas el espíritu vivifica.
San Francisco de Sales, obispo
Tratado del Amor de Dios: Nos ha entregado la Ley del Amor
«He venido a dar cumplimiento» (Mt 5,17)Libro 8, Cáp. 5. V. 72-74
«Jesús subió a un monte; se le acercaron sus discípulos y les dijo: Antes pasarán el cielo y la tierra que falte una jota o una tilde de la Ley hasta que todo se cumpla.» (Mt 5, 1-18).
El deseo de Dios de que cumplamos sus mandamientos es muy grande...
Un mandato, por suave que sea, se convierte en duro cuando lo impone un corazón tirano y cruel, pero se hace fácil cuando es el amor quien lo ordena...
Hay muchos que guardan los mandamientos como quien traga un medicamento, más por miedo a condenarse que por el gozo de vivir dando gusto al Salvador. Pero lo mismo que hay personas que por agradable que sea un medicamento lo toman con disgusto solamente por el nombre que tiene de medicamento, también hay almas que sienten horror a hacer lo que se les manda, únicamente por el hecho de que se les mande hacerlas.
Por el contrario, los corazones amantes aman los mandamientos y cuanto más difíciles, más dulces y agradables los encuentran porque complacen más al Amado y le dan más honor... El amante encuentra tanta suavidad en cumplirlos, que en nada encuentra más aliento que en la cruz, en la mortificación...
La ley del Salvador es una carga que alivia, que da descanso, que recrea los corazones que aman a su divina Majestad...
Un trabajo, cuando va mezclado al santo amor, es más agradable al gusto que si fuera una pura dulzura.
El amor divino nos hace así conformes con la voluntad de Dios y nos hace observar exactamente sus mandamientos de modo que coinciden absolutamente con nuestros deseos. Convierte en nosotros esa necesidad de obedecer, que la ley nos impone en virtud de dilección, y torna en deleite toda dificultad.
San Ireneo de Lyon, obispo y mártir
Contra las herejías: Ir más allá del legalismo
« No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas» (Mt 5,17)IV, 13,3
En la Ley hay preceptos naturales que nos dan ya la santidad; incluso antes de dar Dios la Ley a Moisés, había hombres que observaban estos preceptos y quedaron justificados por su fe y fueron agradables a Dios. El Señor no abolió estos preceptos sino que los extendió y les dio plenitud. Eso es de lo que nos dan prueba sus palabras: «Se dijo a los antiguos: no cometerás adulterio. Pues yo os digo: el que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su interior.» Y también: «se dijo: no matarás. Pero yo os digo: todo el que esté peleado con su hermano sin motivo tendrá que comparecer ante el tribunal» (Mt 5,21s)… Y así todo lo que sigue. Todos estos preceptos no implican ni la contradicción ni la abolición de los precedentes, sino su cumplimiento y extensión. Tal como el mismo Señor dice: «Si no sois mejores que los letrados y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos (Mt, 5,20).
¿En qué consiste este ir más allá? Primeramente en creer no sólo en el Padre, sino también en el Hijo manifestado en lo sucesivo, porque él es quien conduce al hombre a la comunión y unión con Dios. Después, en no tan sólo decir, sino en hacer –porque «dicen pero no hacen» (Mt 23,3)- y guardarse, no sólo de cometer actos malos, sino también de desearlos. Con estas enseñanzas, él no contradecía a la Ley, sino que la llevaba a su cumplimiento, a su plenitud y ponía en nosotros la raíz de las prescripciones de la Ley… Prescribir, no sólo de abstenerse de los actos prohibidos por la Ley, sino incluso de su deseo, no es de alguien que contradice y adolece la Ley, sino el hecho de quien la cumple y extiende.
«Al que te quite la túnica, dice Cristo, dale también el manto; a quien te pide, dale; y al que te pide prestado, no lo rehúyas; tratad a los demás como queréis que ellos os traten» (Mt 5,40; Lc 6,30-31). De esta manera no nos entristeceremos como aquellos que han sido desposeídos contra su voluntad, sino que, por el contrario, nos alegraremos como los que dan de todo corazón, puesto que haremos una donación gratuita al prójimo más grande que si lo damos a la fuerza. Y dice: «a quien te requiera para caminar una milla, acompáñalo dos». De esta manera no le servimos como si fuéramos esclavos sino que nos adelantamos a servirle como hombres libres que somos. En todas las cosas Cristo te invita a ser útil a tu prójimo, no teniendo en cuenta su maldad, sino poniendo tu bondad al máximo. De esta manera nos invita a hacernos semejantes a nuestro Padre «que hace salir el sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos». (Mt 5,45).
Todo esto no se debe a alguien que ha venido a abolir la Ley, sino a alguien que, por nosotros, le ha dado plenitud (Mt 5,17). El servicio de la libertad es el servicio más grande; nuestro libertador nos propone, respecto a él, una sumisión y una devoción más profundas. Porque él no nos ha liberado de las obligaciones de la Ley antigua para que le abandonemos sino para que, habiendo recibido su gracia más abundantemente, le amemos cada vez más, y habiéndole amado más, recibamos de él una gloria cada vez más grande cuando estaremos para siempre en presencia de su Padre.
Catecismo de la Iglesia Católica
Catecismo de la Iglesia Católica: El cumplimiento de la Ley
«He venido a dar plenitud» (Mt 5,17)nn. 577-581
577 Al comienzo del Sermón de la Montaña, Jesús hace una advertencia solemne presentando la Ley dada por Dios en el Sinaí con ocasión de la Primera Alianza, a la luz de la gracia de la Nueva Alianza:
«No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir sino a dar cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una "i" o un ápice de la Ley sin que todo se haya cumplido. Por tanto, el que quebrante uno de estos mandamientos menores, y así lo enseñe a los hombres, será el menor en el Reino de los cielos; en cambio el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los cielos» (Mt 5, 17-19).
Catecismo de la Iglesia Católica
578 Jesús, el Mesías de Israel, por lo tanto el más grande en el Reino de los cielos, se debía sujetar a la Ley cumpliéndola en su totalidad hasta en sus menores preceptos, según sus propias palabras. Incluso es el único en poderlo hacer perfectamente (cf. Jn 8, 46). Los judíos, según su propia confesión, jamás han podido cumplir la Ley en su totalidad, sin violar el menor de sus preceptos (cf. Jn 7, 19; Hch 13, 38-41; 15, 10). Por eso, en cada fiesta anual de la Expiación, los hijos de Israel piden perdón a Dios por sus transgresiones de la Ley. En efecto, la Ley constituye un todo y, como recuerda Santiago, "quien observa toda la Ley, pero falta en un solo precepto, se hace reo de todos" (St 2, 10; cf. Ga 3, 10; 5, 3).
Catecismo de la Iglesia Católica
579 Este principio de integridad en la observancia de la Ley, no sólo en su letra sino también en su espíritu, era apreciado por los fariseos. Al subrayarlo para Israel, muchos judíos del tiempo de Jesús fueron conducidos a un celo religioso extremo (cf. Rm 10, 2), el cual, si no quería convertirse en una casuística "hipócrita" (cf. Mt 15, 3-7; Lc 11, 39-54) no podía más que preparar al pueblo a esta intervención inaudita de Dios que será la ejecución perfecta de la Ley por el único Justo en lugar de todos los pecadores (cf. Is 53, 11; Hb 9, 15).
Catecismo de la Iglesia Católica
580 El cumplimiento perfecto de la Ley no podía ser sino obra del divino Legislador que nació sometido a la Ley en la persona del Hijo (cf Ga 4, 4). En Jesús la Ley ya no aparece grabada en tablas de piedra sino "en el fondo del corazón" (Jr 31, 33) del Siervo, quien, por "aportar fielmente el derecho" (Is 42, 3), se ha convertido en "la Alianza del pueblo" (Is 42, 6). Jesús cumplió la Ley hasta tomar sobre sí mismo "la maldición de la Ley" (Ga 3, 13) en la que habían incurrido los que no "practican todos los preceptos de la Ley" (Ga 3, 10) porque "ha intervenido su muerte para remisión de las transgresiones de la Primera Alianza" (Hb 9, 15).
Catecismo de la Iglesia Católica
581 Jesús fue considerado por los judíos y sus jefes espirituales como un "rabbi" (cf. Jn 11, 28; 3, 2; Mt 22, 23-24, 34-36). Con frecuencia argumentó en el marco de la interpretación rabínica de la Ley (cf. Mt 12, 5; 9, 12; Mc 2, 23-27; Lc 6, 6-9; Jn 7, 22-23). Pero al mismo tiempo, Jesús no podía menos que chocar con los doctores de la Ley porque no se contentaba con proponer su interpretación entre los suyos, sino que "enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas" (Mt 7, 28-29). La misma Palabra de Dios, que resonó en el Sinaí para dar a Moisés la Ley escrita, es la que en Él se hace oír de nuevo en el Monte de las Bienaventuranzas (cf. Mt 5, 1). Esa palabra no revoca la Ley sino que la perfecciona aportando de modo divino su interpretación definitiva: "Habéis oído también que se dijo a los antepasados [...] pero yo os digo" (Mt 5, 33-34). Con esta misma autoridad divina, desaprueba ciertas "tradiciones humanas" (Mc 7, 8) de los fariseos que "anulan la Palabra de Dios" (Mc 7, 13).