Mt 5, 13-16: Sal de la tierra, luz del mundo
/ 9 febrero, 2014 / San MateoTexto Bíblico
13 Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. 14 Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. 15 Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. 16 Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos.
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
A los Efesios: Si eres luz, vive en la luz
«Si algo se hace oculto, saldrá a la luz» (cf. Mc 4,22)13-15: Funk 2, 197-201
Funk
Procurad reuniros con más frecuencia para celebrar la acción de gracias y la alabanza divina. Cuando os reunís con frecuencia en un mismo lugar, se debilita el poder de Satanás, y la concordia de vuestra fe le impide causaros mal alguno. Nada mejor que la paz, que pone fin a toda discordia en el cielo y en la tierra.
Nada de esto os es desconocido, si mantenéis de un modo perfecto, en Jesucristo, la fe y la caridad, que son el principio y el fin de la vida: el principio es la fe, el fin es la caridad. Cuando ambas virtudes van a la par, se identifican con el mismo Dios, y todo lo que contribuye al bien obrar se deriva de ellas. El que profesa la fe no peca, y el que posee la caridad no odia. Por el fruto se conoce el árbol; del mismo modo, los que hacen profesión de pertenecer a Cristo se distinguen por sus obras. Lo que nos interesa ahora, más que hacer una profesión de fe, es mantenernos firmes en esa fe hasta el fin. Es mejor callar y obrar que hablar y no obrar. Buena cosa es enseñar, si el que enseña también obra. Uno solo es el maestro, que lo dijo, y existió; pero también es digno del Padre lo que enseñó sin palabras.
El que posee la palabra de Jesús es capaz de entender lo que él enseñó sin palabras y llegar así a la perfección, obrando según lo que habla y dándose a conocer por lo que hace sin hablar. Nada hay escondido para el Señor, sino que aun nuestros secretos más íntimos no escapan a su presencia. Obremos, pues, siempre conscientes de que él habita en nosotros, para que seamos templos suyos y él sea nuestro Dios en nosotros, tal como es en realidad y tal como se manifestará ante nuestra faz; por esto, tenemos motivo más que suficiente para amarlo.
Desde el cielo Dios revela su reprobación de toda impiedad e injusticia de los hombres que tienen la verdad prisionera de la injusticia. Observa la prudencia de Pablo, cómo del tono persuasivo de la exhortación, pasa al más vehemente de la amenaza. Después de haber dicho que el evangelio es fuente de salvación y de vida, y que ha sido la potencia de Dios la que ha operado la salvación y la justicia, pasa seguidamente a las amenazas para infundir temor en los que no le hacen caso. Y comoquiera que son muchos los hombres que se dejan arrastrar a la virtud no tanto por la promesa del premio, cuanto por el temor al castigo, los atrae alternando exhortaciones y amenazas.
De hecho, Dios no sólo prometió el reino, sino que conminó con la gehena; y los profetas hablaban a los judíos alternando siempre premios y castigos. Por eso también Pablo varía el tono del discurso, pero no de cualquier manera, sino pasando de la suavidad a la severidad, demostrando que aquélla nacía de los designios de Dios, ésta, de la maldad e indiferencia de los hombres. Igualmente el profeta primero presenta el lado positivo cuando dice: Si sabéis obedecer, comeréis lo sabroso de la tierra; si rehusáis y os rebeláis, la espada os comerá. Idéntica pedagogía usa aquí Pablo: Vino Cristo —dice— trayéndonos el perdón, la justicia, la vida: y no de balde, sino al precio de la cruz. Y lo que mayormente suscita nuestra admiración no es sólo la munificencia de los dones, sino la acerbidad de lo que padeció. Si pues despreciarais estos dones, ellos mismos se convertirán en vuestra tristeza permanente.
Observa cómo eleva el tono diciendo: Desde el cielo Dios revela su reprobación. Esto se manifiesta con frecuencia en la vida presente: hambre, peste, guerras, pues o bien en privado o bien colectivamente todos reciben el castigo. ¿Qué de nuevo habrá entonces? Pues que el suplicio será mayor, que este suplicio será colectivo y no obedecerá a unas mismas causas: ahora tienen una finalidad pedagógica; entonces vindicativa. Esto lo da a entender Pablo cuando dice: Si el Señor nos corrige es para que no salgamos condenados con el mundo.
De momento hay muchos que piensan que nuestras calamidades no provienen de la ira de Dios, sino de la perfidia de los hombres; pero entonces se manifestará la justicia de Dios, cuando sentado el Juez en el tremendo solio, mande a unos al fuego, a otros a las tinieblas exteriores, a otros finalmente a suplicios de diverso género, eternos e intolerables.
¿Y por qué no dice abiertamente: El Hijo del hombre vendrá y con él innumerables ángeles, a pedir cuentas a cada uno, sino que dice: Revelará Dios su reprobación? Porque los oyentes eran neófitos aún. Por eso Pablo los instruye a partir de lo que en su fe era firme. Además, me parece que se dirige a los paganos. Por eso habla primero del modo que hemos visto, y luego pasa a hablar del juicio de Cristo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que tienen la verdad prisionera de la injusticia. Donde demuestra que son muchos los caminos que conducen a la impiedad, a la verdad sólo uno. Y en efecto el error es algo vario, multiforme y desconcertante; la verdad es una.
Sobre el Evangelio de San Mateo: Vosotros sois la luz del mundo
«Vosotros sois la luz del mundo» (cf. Mc 1,21)Tratado 5, 1. 3-4: CCL 9, 405-407
CCL
Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. El Señor llamó a sus discípulos sal de la tierra, porque habían de condimentar con la sabiduría del cielo los corazones de los hombres, insípidos por obra del diablo. Ahora les llama también luz del mundo, porque, después de haber sido iluminados por él, que es la luz verdadera y eterna, se han convertido ellos mismos en luz que disipa las tinieblas.
Siendo él el sol de justicia, llama con razón a sus discípulos luz del mundo; a través de ellos, como brillantes rayos, difunde por el mundo entero la luz de su conocimiento. En efecto, los apóstoles, manifestando la luz de la verdad, alejaron del corazón de los hombres las tinieblas del error.
Iluminados por éstos, también nosotros nos hemos convertido en luz, según dice el Apóstol: En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor; caminad como hijos de la luz e hijos del día; no lo sois de la noche ni de las tinieblas.
Con razón dice san Juan en su carta: Dios es luz, y quien permanece en Dios está en la luz, como él está en la luz. Nuestra alegría de vernos libres de las tinieblas del error debe llevarnos a caminar como hijos de la luz. Por eso dice el Apóstol: Brilláis como lumbrera del mundo, mostrando una razón para vivir. Si no obramos así, es como si, con nuestra infidelidad, pusiéramos un velo que tapa y oscurece esta luz tan útil y necesaria, en perjuicio nuestro y de los demás. Ya sabemos que aquel que recibió un talento y prefirió esconderlo antes que negociar con él para conseguir la vida del cielo, sufrió el castigo justo.
Por eso la esplendorosa luz que se encendió para nuestra salvación debe lucir constantemente en nosotros. Tenemos la lámpara del mandato celeste y de la gracia espiritual, de la que dice David: Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero. De ella dice también Salomón: El precepto de la ley es una lámpara.
Esta lámpara de la ley y de la fe no debe nunca ocultarse, sino que debe siempre colocarse sobre el candelero de la Iglesia para la salvación de muchos; así podremos alegrarnos con la luz de su verdad y todos los creyentes serán iluminados.
Sobre la Carta a los Romanos: La lámpara no luce para sí, sino para los que viven en tinieblas
«La luz es para ponerla en el candelero» (Mc 4,21)Homilía 20, 2: PG 51, 174
PG
¡No podéis imaginaros cómo me escuece el alma al recordar las muchedumbres, que como imponente marea, se congregaban los días de fiesta y ver reducidas ahora a la mínima expresión aquellas multitudes de antaño! ¿Dónde están ahora los que en las solemnidades nos causan tanta tristeza? Es a ellos a quienes busco, ellos por cuya causa lloro al caer en la cuenta de la cantidad de ellos que perecen y que estaban salvos, al considerar los muchos hermanos que pierdo, cuando pienso en el reducido número de los que se salvan, hasta el punto de que la mayor parte del cuerpo de la Iglesia se asemeja a un cuerpo muerto e inerte.
Pero dirá alguno: ¿Y a nosotros qué? Pues bien, os importa muchísimo a vosotros que no os preocupáis por ellos, ni les exhortáis, ni les ayudáis con vuestros consejos; a vosotros que no les hacéis sentir su obligación de venir ni los arrastráis aunque sea a la fuerza, ni les ayudáis a salir de esa supina negligencia. Pues Cristo nos enseñó que no sólo debemos sernos útiles a nosotros, sino a muchos, al llamarnos sal, fermento y luz. Estas cosas, en efecto, son útiles y provechosas para los demás. Pues la lámpara no luce para sí, sino para los que viven en tinieblas: y tú eres lámpara, no para disfrutar en solitario de la luz, sino para reconducir al que yerra.
Porque, ¿de qué sirve la lámpara si no alumbra al que vive en las tinieblas? Y ¿cuál sería la utilidad del cristianismo si no ganase a nadie, si a nadie redujera a la virtud?
Por su parte, tampoco la sal se conserva a sí misma, sino que mantiene a raya a los cuerpos tendentes a la corrupción, impidiendo que se descompongan y perezcan. Lo mismo tú: puesto que Dios te ha convertido en sal espiritual, conserva y mantén en su integridad a los miembros corrompidos, es decir, a los hermanos desidiosos y a los que ejercen artes esclavizantes; y al hermano liberado de la desidia, como de una llaga cancerosa, reincorporándolo a la Iglesia.
Por esta razón te apellidó también fermento. Pues bien, tampoco el fermento actúa como levadura de sí mismo, sino de toda la masa, por grande que sea, pese a su parvedad y escaso tamaño. Pues lo mismo vosotros: aunque numéricamente sois pocos, sed no obstante muchos por la fe y el empeño en el culto de Dios. Y así como la levadura no por desproporcionada deja de ser activísima, sino que por el calor con que la naturaleza la ha dotado y en fuerza a sus propiedades sobrepuja a la masa, así también vosotros, si os lo proponéis, podréis reducir, a una multitud mucho mayor, a un mismo fervor y a un paralelo entusiasmo.
Homilía (11-08-1993): Se recibe la luz para darla
«Vosotros sois la sal de la tierra» (Mt 5,13)Santa Misa en Mérida (México)
«Vosotros sois la sal de la tierra» (Mt 5, 13).
1. Son palabras de Jesús a sus discípulos, que hemos escuchado en la lectura del Evangelio en esta solemne celebración eucarística.
2. Vosotros y yo somos no sólo fruto, sino también sembradores de las palabras de Jesús: «Id y haced discípulos a todas las gentes» (Mt 28, 19), es decir, apóstoles de la nueva evangelización a la que, en virtud de nuestro bautismo, estamos todos llamados. Por eso, el Señor nos recuerda hoy nuevamente que somos «la sal de la tierra, la luz del mundo» (cf. ibíd., 5, 13-14).
3. «Vosotros sois la sal de la tierra» (Mt 5, 13)). Son palabras que el Señor dirige hoy a vosotros. En la fe cristiana, sois verdaderamente la sal de la tierra. Vosotros, que habéis acogido en vuestro corazón el mensaje salvador de Cristo, sois, pues, sal de la tierra porque habéis de contribuir a evitar que la vida del hombre se deteriore o que se corrompa persiguiendo los falsos valores, que tantas veces se proponen en la sociedad contemporánea.
La Iglesia, como Madre y Maestra, hace suyos los problemas que afectan al hombre, y en especial a los más pobres y abandonados, y trata de iluminarlos desde el Evangelio. Por eso, en la construcción de una sociedad más justa y fraterna, la doctrina social de la Iglesia propone siempre la primacía de la persona sobre las cosas (Centesimus annus, 53-54), de la conciencia moral sobre los criterios utilitaristas, que pretenden ignorar la dignidad del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios.
4. Cristo, luz del mundo (cf. Jn 8, 12), nos exhorta hoy a que nosotros seamos también luz ante los hombres para que, viendo nuestras buenas obras, glorifiquen al Padre que está en los cielos (cf. Mt 5, 16). Cristo, «luz verdadera, que ilumina todo hombre que viene a este mundo» (Jn 1, 9), es el Verbo proclamado por san Juan en el prólogo de su Evangelio (Ibíd., 1 1-4): el Hijo eterno, consustancial con el Padre. La Vida estaba en Él, y Él la ha traído al mundo. «Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en él... tenga la vida eterna» (Ibíd., 3, 16).
Ésta es la prueba suprema del amor de Dios a los hombres desde toda la eternidad: la Encarnación del Verbo. Y también vosotros, queridos hermanos y hermanas, habéis sido objeto de ese amor de predilección por parte de Dios; también por amor vuestro se encarnó su Hijo Unigénito. También a vosotros Dios Padre os lo entrega como Salvador, para que tengáis la vida eterna. «Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo» (Ibíd., 17, 3).
6. Cristo es la luz del mundo, pues en Él se ha revelado la Vida. Se ha revelado mediante la palabra del Evangelio, pero sobre todo se ha revelado mediante su muerte redentora en la Cruz. Ha ofrecido en sacrificio al Padre su vida en expiación por los pecados del mundo. Y con este sacrificio cruento Él ha vencido el pecado y la muerte. En el Gólgota aceptó la muerte, pero al tercer día resucitó y vive para siempre. Vive para darnos su Vida. De este modo, Cristo es aquella Luz, aquella Vida que ha demostrado ser más fuerte que la muerte. En Él está la Vida divina, que es Luz para los hombres (cf. Jn 1, 4). Cristo, luz del mundo, os está enviando hoy a vosotros hermanos y hermanas, descendientes de los antepasados, os está enviando a vosotros en el camino de la vida. Éste es el camino de verdad, es el camino de siempre y de la nueva evangelización.
[...] También vosotros, queridos hermanos y hermanas, gracias al Evangelio, habéis recibido la luz y estáis llamados a dar valientemente testimonio de ella. Cada uno de vosotros ha de sentirse llamado a ser sal de la tierra y luz del mundo. Habéis de ser sal que preserva de la corrupción y que da sabor a los frutos de la tierra. Habéis de iluminar a los que os rodean mediante vuestra caridad; caridad que es amar a los demás como Cristo nos ha amado (cf. Jn 15, 12). Ésta es la evangelización de ayer, de hoy y para siempre.
7. Vosotros sois la sal de la tierra. Vosotros sois la luz del mundo. Os lo dice Cristo mismo, que es la Luz. Lo dice también con el ejemplo de su vida, con la verdad de sus sufrimientos, con su muerte en la Cruz.
8. [...] Que la Virgen de Guadalupe os proteja y sea la estrella que os guíe en vuestro camino, para que seáis siempre sal de la tierra y luz del mundo. Hermanos y hermanas, qué hermoso es reunirse para celebrar la misma fe, la misma vida en Cristo. Vosotros, yo, somos no sólo fruto, sino también los sembradores de las palabras de Jesús, para hacer discípulos a todas las gentes; es decir, apóstoles de la nueva evangelización: porque en virtud de nuestros Bautismo, estamos llamados. Qué hermoso es reunirse para celebrar la misma fe, la misma vida en Cristo, la misma Eucaristía.
Así sea.
Ángelus (06-02-2011): Descubrir el sentido de la misión
«Vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5,14)Domingo V del Tiempo Ordinario. Año A
Queridos hermanos y hermanas:
En el Evangelio de este domingo el Señor Jesús dice a sus discípulos: «Vosotros sois la sal de la tierra... Vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5, 13.14). Mediante estas imágenes llenas de significado, quiere transmitirles el sentido de su misión y de su testimonio. La sal, en la cultura de Oriente Medio, evoca varios valores como la alianza, la solidaridad, la vida y la sabiduría. La luz es la primera obra de Dios creador y es fuente de la vida; la misma Palabra de Dios es comparada con la luz, como proclama el salmista: «Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero» (Sal 119, 105). Y también en la liturgia de hoy, el profeta Isaías dice: «Cuando ofrezcas al hambriento de lo tuyo y sacies el alma afligida, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad como el mediodía» (58, 10). La sabiduría resume en sí los efectos benéficos de la sal y de la luz: de hecho, los discípulos del Señor están llamados a dar nuevo «sabor» al mundo, y a preservarlo de la corrupción, con la sabiduría de Dios, que resplandece plenamente en el rostro del Hijo, porque él es la «luz verdadera que ilumina a todo hombre» (Jn 1, 9). Unidos a él, los cristianos pueden difundir en medio de las tinieblas de la indiferencia y del egoísmo la luz del amor de Dios, verdadera sabiduría que da significado a la existencia y a la actuación de los hombres.
El próximo 11 de febrero, memoria de Nuestra Señora de Lourdes, celebraremos la Jornada mundial del enfermo. Es ocasión propicia para reflexionar, para rezar y para acrecentar la sensibilidad de las comunidades eclesiales y de la sociedad civil hacia los hermanos y las hermanas enfermos. En el Mensaje para esta Jornada, inspirado en una frase de la primera carta de san Pedro: «Por sus llagas habéis sido curados»» (2, 24), invito a todos a contemplar a Jesús, el Hijo de Dios, que sufrió, murió, pero resucitó. Dios se opone radicalmente a la prepotencia del mal. El Señor cuida del hombre en cada situación, comparte el sufrimiento y abre el corazón a la esperanza. Exhorto, por tanto, a todos los agentes sanitarios a reconocer en el enfermo no sólo un cuerpo marcado por la fragilidad, sino ante todo una persona, a la que es preciso dar toda la solidaridad y ofrecer respuestas adecuadas y competentes. En este contexto recuerdo, además, que hoy se celebra en Italia la «Jornada por la vida». Espero que todos se esfuercen por hacer que crezca la cultura de la vida, para poner en el centro, en cualquier circunstancia, el valor del ser humano. Según la fe y la razón, la dignidad de la persona no se puede reducir a sus facultades o a las capacidades que pueda manifestar y, por tanto, no disminuye cuando la persona es débil, inválida y necesitada de ayuda.
Queridos hermanos y hermanas, invocamos la intercesión maternal de la Virgen María, para que los padres, los abuelos, los profesores, los sacerdotes y cuantos trabajan en la educación formen a las generaciones jóvenes en la sabiduría del corazón, para que lleguen a la plenitud de la vida.
Ángelus (09-02-2014): ¿Cómo quieres vivir?
«Vosotros sois la sal de la tierra» (Mt 5,13)Domingo V del Tiempo Ordinario. Ciclo A
Hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el Evangelio de este domingo, que está inmediatamente después de las Bienaventuranzas, Jesús dice a sus discípulos: «Vosotros sois la sal de la tierra... Vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5, 13.14). Esto nos maravilla un poco si pensamos en quienes tenía Jesús delante cuando decía estas palabras. ¿Quiénes eran esos discípulos? Eran pescadores, gente sencilla... Pero Jesús les mira con los ojos de Dios, y su afirmación se comprende precisamente como consecuencia de las Bienaventuranzas. Él quiere decir: si sois pobres de espíritu, si sois mansos, si sois puros de corazón, si sois misericordiosos... seréis la sal de la tierra y la luz del mundo.
Para comprender mejor estas imágenes, tengamos presente que la Ley judía prescribía poner un poco de sal sobre cada ofrenda presentada a Dios, como signo de alianza. La luz, para Israel, era el símbolo de la revelación mesiánica que triunfa sobre las tinieblas del paganismo. Los cristianos, nuevo Israel, reciben, por lo tanto, una misión con respecto a todos los hombres: con la fe y la caridad pueden orientar, consagrar, hacer fecunda a la humanidad. Todos nosotros, los bautizados, somos discípulos misioneros y estamos llamados a ser en el mundo un Evangelio viviente: con una vida santa daremos «sabor» a los distintos ambientes y los defenderemos de la corrupción, como lo hace la sal; y llevaremos la luz de Cristo con el testimonio de una caridad genuina. Pero si nosotros, los cristianos, perdemos el sabor y apagamos nuestra presencia de sal y de luz, perdemos la eficacia. ¡Qué hermosa misión la de dar luz al mundo! Es una misión que tenemos nosotros. ¡Es hermosa! Es también muy bello conservar la luz que recibimos de Jesús, custodiarla, conservarla. El cristiano debería ser una persona luminosa, que lleva luz, que siempre da luz. Una luz que no es suya, sino que es el regalo de Dios, es el regalo de Jesús. Y nosotros llevamos esta luz. Si el cristiano apaga esta luz, su vida no tiene sentido: es un cristiano sólo de nombre, que no lleva la luz, una vida sin sentido. Pero yo os quisiera preguntar ahora: ¿cómo queréis vivir? ¿Como una lámpara encendida o como una lámpara apagada? ¿Encendida o apagada? ¿Cómo queréis vivir? [la gente responde: ¡Encendida!] ¡Lámpara encendida! Es precisamente Dios quien nos da esta luz y nosotros la damos a los demás. ¡Lámpara encendida! Ésta es la vocación cristiana.
El Amor más grande: Cristo-Luz quiere pasar a través de nosotros
«Ser luz del mundo» (cf. Mt 5,14)Capítulo 67
Es posible que no sea capaz de fijar mi atención totalmente en Dios durante mi trabajo. Dios no me lo pide de ninguna manera. Con todo, yo puedo desear plenamente y procurar cumplir mi trabajo con Jesús y por Jesús. Hermosa tarea. Ésta es la que Dios quiere. Quiere que nuestra voluntad y nuestro deseo se dirijan a él, a nuestra familia, a nuestros hijos, a nuestros hermanos y a los pobres.
Cada uno de nosotros somos un instrumento pobre. Si observas la composición de un aparato eléctrico, encontrarás un ensamblaje de hilos grandes y pequeños, nuevos y gastados, caros y baratos. Si la corriente eléctrica no pasa a través de todo ello, no habrá luz. Estos hilos somos tú y yo. Dios es la corriente. Tenemos poder para dejar pasar la corriente a través de nosotros, dejarnos utilizar por Dios, dejar que se produzca luz en el mundo o bien rehusar ser instrumentos y dejar que las tinieblas se extiendan.
Uso Litúrgico de este texto (Homilías)
por hacerpor hacer
por hacer
por hacer
Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
San Juan Crisóstomo, in Matthaeum
Cuando Jesús había dado a sus discípulos preceptos sublimes, para que no dijesen: «¿cómo podremos cumplirlos?» los calma con alabanzas, diciéndoles: «Vosotros sois la sal de la tierra». Demuestra así que les añade esto por necesidad, como si les dijese: «No os envío por vuestra vida, ni por una nación, sino por todo el mundo. Y si al herir el corazón humano, éste os injuria, alegraos». Ese es el efecto de la sal, morder lo que es de naturaleza laxo y lo reduce. Por ello, la maldición de otros no os dañará, sino que será testigo de vuestra virtud (hom. 15, 6).
Comprende cuán grandes son las cosas que les promete, cuando aquéllos, que eran desconocidos en su propio país, adquirieron tanta fama, que llegó ésta en poco tiempo hasta los confines de la tierra: ni las persecuciones que les había predicho pudieron ocultarlos, sino que más bien los hizo mucho más famosos (hom. 15, 7).
Por estas palabras les enseña también a cuidar con solicitud de su propia vida, como que ésta había de estar mirada constantemente por todos, así como la ciudad que está colocada sobre un monte, o como la luz que está luciendo sobre un candelero (hom. 12).
O por esto que dijo: «No puede esconderse una ciudad», demostró su virtud. En esto que añade: «No encienden la luz», nos induce a la libre predicación, como si dijese: «Yo, en verdad, he encendido la luz, y a vosotros corresponde tenerla encendida, no sólo por vosotros y por otros que serán iluminados, sino también por la gloria de Dios» (hom. 15, 7).
San Hilario in Matthaeum, 4
Debemos ver aquí cuán apropiado es lo que se dice, cuando se compara el oficio de los Apóstoles con la naturaleza de la sal. Esta se aplica a todos los usos de los hombres, puesto que cuando se esparce sobre los cuerpos, les introduce la incorrupción y los hace aptos para percibir un buen sabor en los sentidos. Los Apóstoles son los predicadores de las cosas celestiales y son como los saladores de la eternidad. Con toda razón, pues, se les llama sal de la tierra, porque por la virtud de su predicación preservan los cuerpos salándolos para la eternidad.
Pero como el hombre está sujeto a la conversión, por eso nos advierte que los Apóstoles, llamados sal de la tierra, persisten en la virtud de potestad que les ha sido dada, añadiendo: «Y si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada?»
Si los maestros se vuelven necios, nada salan, y aun ellos mismos, habiendo perdido el sentido del saber recibido, no pueden vivificar lo corrompido, quedan inútiles. Por ello sigue: «No vale ya para nada, sino para ser echada fuera y pisada por los hombres».
Separados de los oficios de la Iglesia, sean pisoteados por todos los que pasen.
Es propio de la naturaleza de la luz el alumbrar por cualquier parte que se la lleve y que introducida en las casas mate las tinieblas, quedando sola la luz. Por lo tanto, el mundo, sin el conocimiento de Dios, estaba oscurecido con las tinieblas de la ignorancia. Mas por medio de los Apóstoles se le comunicó la luz de la verdadera ciencia, y así brilla el conocimiento de Dios y por cualquier parte que caminen, de su pobre humanidad brota la luz que disipa las tinieblas.
Llama ciudad a la carne que tomó, porque en ella, por la naturaleza del cuerpo que ha tomado, se contiene cierta congregación del género humano. Y nosotros, por la unión con su carne, resultamos los habitantes de esta ciudad. No puede esconderse, pues, porque colocada en la altura de la elevación de Dios, se ofrece a la contemplación de todos por medio de la admiración de sus obras.
El Señor comparó a la sinagoga con el celemín que, recibiendo en su interior los frutos, los contenía en cierta medida de su limitada observancia.
O bien, la antorcha de Cristo se coloca sobre el candelero, esto es, suspendida en la cruz por la pasión, cuya antorcha había de producir una luz eterna a todos los que habitasen en la Iglesia. Y por lo tanto, dice: «Para que alumbre a todos los que están en la casa».
Con esta luz enseña a los Apóstoles a resplandecer para que, de la admiración de sus obras resulte grande alabanza al Señor. De donde se sigue: «De tal modo ha de brillar vuestra luz delante de los hombres que vean nuestras buenas obras».
No porque convenga buscar la gloria que dan los hombres (puesto que todo debe hacerse en honor de Dios), sino que, disimulando nuestra obra a aquellos entre quienes vivimos, brille para Dios.
Remigio
La sal también cambia de naturaleza por medio del agua, el ardor del sol y la violencia del viento. Así los varones apostólicos, por el agua del bautismo, por el ardor del amor y por el soplo del Espíritu Santo se transforman en una naturaleza espiritual. La sabiduría celestial, predicada por los Apóstoles, purifica las obras materiales, quita el mal olor y podredumbre de la mala conversación y el gusano de los malos pensamientos, a quien se refiere el profeta cuando dice: «El gusano de ellos no muere» ( Is 66,24).
Los Apóstoles son sal de la tierra, esto es, de los hombres terrenos, que amando la tierra, se llaman tierra.
Debe saberse que no se ofrecía a Dios ningún sacrificio en el Antiguo Testamento ( Lev 2) si primero no se condimentaba con sal, porque ninguno puede ofrecer un sacrificio que sea agradable a Dios si no se lo ofrece con el sabor de la sabiduría celestial.
Así como el sol dirige sus rayos, así el Señor, que es sol de justicia, dirigió sus Apóstoles para desterrar las tinieblas del género humano.
San Jerónimo
Los Apóstoles se llaman también sal de la tierra porque por ellos se condimenta el género humano.
Esto es, si el doctor se equivoca, ¿por qué otro doctor será enmendado?
El ejemplo está tomado de la agricultura. La sal es necesaria para condimento de las comidas y para secar las carnes, pero no tiene otro uso. Ciertamente leemos en las Escrituras ( Jue 9,45) que algunas ciudades sembradas de sal por los vencedores, quedaron inutilizadas para que en ellas no pudiese brotar germen alguno.
Para que los apóstoles no se escondan por el miedo, sino que se presenten con toda libertad, les enseña la confianza en los resultados de su predicación, diciéndoles en seguida: «No puede esconderse una ciudad que está puesta sobre un monte».
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum super Mattheus, hom 10
Cuando un sabio está adornado de todas las virtudes mencionadas, entonces se le considera como una sal perfecta y todo el pueblo se condimenta de él viéndolo y oyéndolo.
Así como los maestros, por su buena predicación, son sal con la cual el pueblo se condimenta, así por la palabra de su doctrina son luz, con la que iluminan a los ignorantes. Primero se debe vivir bien y luego enseñar. Por lo tanto, después de llamar a los Apóstoles sal, los llama también luz, diciendo: «Vosotros sois la luz del mundo». La sal en su propio estado sostiene las cosas para que no se pudran, pero la luz conduce al perfeccionamiento ilustrando. Por lo cual los Apóstoles fueron llamados primero sal, a causa de los judíos y de los cristianos, por quienes Dios es conocido y a quienes éstos conservan en el conocimiento; y segundo luz, a causa de los gentiles, a quienes conducen a la luz de la verdadera ciencia.
Esta ciudad es la iglesia de los santos, de la que se dice: «Cosas admirables se han dicho de ti, ciudad de Dios» ( Sal 86,3). Sus ciudadanos son todos los fieles, de quienes el Apóstol dice a los Efesios: «Vosotros sois los conciudadanos de los santos» ( Ef 2,19). Esta ciudad, pues, está colocada sobre el monte, de quien dice Daniel: «La piedra arrancada sin esfuerzo de manos, se convirtió en un gran monte» ( Dn 2,34).
No puede, pues, esconderse una ciudad colocada sobre un monte. Aun cuando ella quiera, el monte que la tiene sobre sí, la hace visible a todos. Así los Apóstoles y los sacerdotes, que han sido establecidos en Cristo no pueden esconderse, aun cuando quieran, porque Jesucristo los manifiesta.
Jesucristo demuestra con otra comparación por qué manifiesta a sus santos y no permite que se escondan, cuando dice: «No encienden una antorcha y la ponen debajo de un celemín, sino sobre el candelero».
La antorcha es la palabra divina, de la cual se dice en el salmo (118,5): «Tu palabra es la antorcha que guía mis pasos». Los que encienden la antorcha son el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
El celemín puede significar también los hombres mundanos, porque así como éste es vacío por la parte de arriba y cerrado por debajo, así todos los amantes del mundo son insensatos para las cosas espirituales y sabios en las terrenas. Y por lo tanto, son como un celemín que tiene escondida la palabra divina, cuando por alguna causa terrena no se atreven a hacer pública la palabra de Dios ni a predicar las verdades de la fe. El candelero es la Iglesia y todo sacerdote que anuncia la palabra de Dios.
Esto es, cuando enseñéis iluminad de tal modo que, no sólo oigan vuestras palabras, sino que vean también vuestras buenas obras, con el objeto de que aquellos a quienes iluminéis con la palabra como luz, los condimentéis con el ejemplo, como sal. Dan gloria a Dios aquellos maestros que enseñan y obran bien, porque las disposiciones del Señor se manifiestan en las costumbres de sus ministros. Por ello sigue: «Y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos».
San Agustín, de sermone Domini, 1, 6-7
Y si vosotros, por quienes deben ser condimentados los pueblos, perdiéreis el Reino de los Cielos por miedo de las persecuciones temporales, ¿qué harán los hombres que debieron ser libres del error por vosotros? También dice «si la sal se desvaneciese», manifestando que deben considerarse como necios todos aquellos que, siguiendo la abundancia o temiendo la escasez de los bienes temporales, pierden los eternos, que no pueden ser dados ni arrebatados por los hombres.
No es pisado por los hombres el que sufre persecuciones, sino aquel que se acobarda temiendo la persecución. No puede ser pisado sino el que está debajo, y no puede decirse que está debajo aquel que, aun cuando sufre muchas cosas en su cuerpo mientras dura esta vida, tiene su corazón fijo en el cielo.
Conviene, pues, comprender aquí por mundo, no al cielo y la tierra, sino a los hombres que están en el mundo, o a los que aman al mundo, para iluminar a los que los Apóstoles fueran enviados.
Está colocada esta ciudad sobre un monte, esto es, sobre la gran justicia de Dios que representa ese monte, en el cual juzga el Señor.
¿Qué pensamos que significa lo que se ha dicho: «Y la ponen debajo del celemín»? ¿Que la ocultación de la antorcha se entienda como si dijese: Ninguno enciende la antorcha para ocultarla? ¿O significa algo más el celemín, como si poner la antorcha debajo de él fuese preferir las comodidades del cuerpo a la predicación de la verdad? Coloca, pues, la antorcha debajo del celemín todo aquel que oscurece y cubre la luz de la buena doctrina con las comodidades temporales. El celemín es muy buena figura de los bienes temporales, ya porque es una medida, y cada uno recibirá la retribución según el bien que hizo en el cuerpo, ya porque los bienes temporales que se hacen con el cuerpo tienen cierta medida de días, que significa el celemín. Mas las cosas eternas y espirituales no tienen tal limitación. Coloca la antorcha sobre el candelabro aquel que sujeta su cuerpo al ministerio de la palabra, para que la predicación de la verdad sea primero y las atenciones del cuerpo vengan después. La doctrina resplandece más cuando el cuerpo está reducido a la esclavitud en los momentos en que, por medio de las buenas obras y demás actos visibles, se da buen ejemplo a los demás.
Si alguno entiende por esta casa a la Iglesia, no hay en ello absurdo. Puede que esta casa sea el mundo, por lo que dice más arriba: «Vosotros sois la luz del mundo».
Si tan sólo hubiese dicho: «para que vean vuestras buenas obras», hubiese constituido su fin el ser vistos siendo alabados por los hombres, lo cual buscan los hipócritas; sino que añade: «y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» para que, por lo mismo que el hombre con las buenas obras agrada a los hombres, no constituyendo en eso su fin sino en dar alabanza a Dios, por lo tanto agrade a los hombres de modo que en ello sea glorificado Dios.
San Ambrosio Super Lucam, Super his verbis
Por lo tanto, ninguno limite su fe a la medida de la ley, sino que se ciña a lo que enseña la Iglesia, en la cual brillan los siete dones del Espíritu Santo.
Beda
O bien es el mismo Jesucristo quien enciende la antorcha, el cual ha llenado con la llama de su divinidad la lámpara de tierra de nuestra naturaleza humana. No ha querido esconderla a los creyentes ni colocarla debajo del celemín, esto es, sujetarla a la medida de la ley ni limitarla a los términos de una sola nación. Llama candelero a la Iglesia, sobre la que ha colocado la antorcha, porque ha fijado en nuestras frentes la fe en su encarnación.