Mt 5, 1-12a: El Sermón de la Montaña (Bienaventuranzas)
/ 31 octubre, 2014 / San MateoTexto Bíblico
1 Al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; 2 y, abriendo su boca, les enseñaba diciendo:
3 «Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. 4 Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra. 5 Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. 6 Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. 7 Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. 8 Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. 9 Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. 10 Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. 11 Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. 12 Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo, que de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Sermón: ¿Quieres ser feliz?
«Bienaventurados los pobres en el espíritu» (Mt 5,3)Sermón 1, para la fiesta de Todos los Santos
Todos los hombres, sin excepción, desean la felicidad, la dicha. Pero referente a ella tienen ideas muy distintas; para uno está en la voluptuosidad de los sentidos y la suavidad de la vida; para otro, en la virtud; para otro, en el conocimiento de la verdad. Por eso, el que enseña a todos los hombres, comienza por enderezar a los que se extravían, dirige a los que se encuentran en camino, y acoge a los que llaman a su puerta... Aquel que es «El Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14,6) endereza, dirige, acoge y comienza por esta palabra: «Dichosos los pobres en el espíritu».
La falsa sabiduría de este mundo, que es auténtica locura (1Co 3,19), pronuncia sin comprender lo que afirma; declara dichosa «la raza extranjera, cuya diestra jura en falso, cuya boca dice falsedades» porque «sus silos están repletos, sus rebaños se multiplican y sus bueyes vienen cargados» (Sal 143, 7-13). Pero todas sus riquezas son inseguras, su paz no es paz (Jr 6,14), su gozo, estúpido. Por el contrario, la Sabiduría de Dios, el Hijo por naturaleza, la mano derecha del Padre, la boca que dice la verdad, proclama que son dichosos los pobres, destinados a ser reyes, reyes del Reino eterno. Parece decir: «Buscáis la dicha, y no está donde la buscáis, corréis, pero fuera del camino. Aquí tenéis el camino que conduce a la felicidad: la pobreza voluntaria por mi causa, éste es el camino. El Reino de los cielos en mí, ésta es la dicha. Corréis mucho pero mal, cuanto más rápidos vais, más os alejáis del término...»
No temamos, hermanos. Somos pobres; escuchemos al Pobre recomendar a los pobres la pobreza. Podemos creerle pues lo ha experimentado. Nació pobre, vivió pobre, murió pobre. No quiso enriquecerse; sí, aceptó morir. Creamos, pues a la Verdad que nos indica el camino hacia la vida. Es arduo pero corto; la dicha es eterna. El camino es estrecho, pero conduce a la vida (Mt 7,14).
Sobre el Evangelio de san Mateo: Cristo promulga el código de la vida celestial
«¡Bienaventurados» (Mt 5,1-12)Cap. 4, 1-3. 9: PL 9, 931-934
PL
Habiéndose congregado en torno a Jesús un gran gentío, sube a la montaña y se pone a enseñar; es decir, se sitúa en la soberana elevación de la majestad paterna, y promulga el código de la vida celestial. No hubiera, en efecto, podido entregarnos estatutos de eternidad, sino situado en la eternidad. A continuación, el texto se expresa así: Abriendo la boca, se puso a enseñarles. Hubiera sido más rápido decir simplemente habló. Pero como estaba instalado en la gloria de la majestad paterna y enseñaba la eternidad, por eso se pone de manifiesto que la articulación de la boca humana obedecía al impulso del Espíritu que hablaba.
Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. El Señor había ya enseñado con su ejemplo que hay que renunciar a la gloria de la ambición humana, diciendo: Al Señor, tu Dios, adorarás y a él sólo darás culto. Y como por boca del profeta había advertido que estaba dispuesto a elegirse un pueblo humilde y que se estremece ante sus palabras, puso los fundamentos de la dicha perfecta en la humildad de espíritu.
Hemos, pues, de aspirar a la sencillez, esto es: recordar que somos hombres, hombres a quienes se les ha dado posesión del reino de los cielos, hombres conscientes de que, siendo el resultado de una combinación de gérmenes pobrísimos y deleznables, son procreados en orden a este hombre perfecto y para comportarse —con la ayuda de Dios— según este modelo de sentir, programar, juzgar y actuar.
Nadie piense que algo es suyo, que es de su propiedad: a todos se nos han dado, por donación de un padre común, unos mismos cauces para entrar en la vida y se han puesto a nuestra disposición idénticos medios para disfrutar de ella. A ejemplo de ese óptimo Padre, que nos ha dado todas estas cosas, debemos nosotros convertirnos en émulos de esa bondad que él ha derrochado en nosotros, de manera que seamos buenos con todos y estemos firmemente convencidos de que todo es común a todos; que no nos corrompa ni la provocativa fastuosidad del siglo ni la codicia de riquezas ni la ambición de la vanagloria, sino estemos más bien sometidos a Dios y, en razón de la comunión de vida, estemos unidos a todos por el amor a la vida común, estimando además que, desde el momento en que Dios nos ha llamado a la vida, nos tiene preparado un gran premio, premio y honor que nosotros hemos de merecer con las obras de la presente vida. Y así, con esta humildad de espíritu, por la que esperamos alcanzar de Dios tanto un indulto general en el presente y mayores dones en el porvenir, será nuestro el reino de los cielos.
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia. En último término, recompensa con la perfecta felicidad a quienes, por causa de Cristo, están dispuestos a soportarlo todo por él: pues él es la justicia.
A éstos, además de reservárseles el reino, se les promete una sustanciosa recompensa, es decir, a los pobres de espíritu en su desprecio del mundo, a los marginados por la pérdida de los bienes presentes u otras desventuras, a los confesores de la justicia celeste contra las maldiciones de los hombres, finalmente, a los gloriosos mártires de las promesas de Dios, en una palabra, a todos los que han gastado su vida como testimonio de su eternidad.
Conversaciones: Santa indiferencia
«Bienaventurados los pobres...» (Mt 5,1)Conversación 8ª. VI, 120
«Al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó y se puso a hablar enseñándoles: Bienaventurados los pobres...» Mt 5, 1-12
Las pequeñas aficiones, como lo tuyo y lo mío, son todavía restos del mundo, donde nada hay que más valga que eso. La soberana felicidad del mundo es tener muchas cosas de las que se pueda decir: «Es mío.» Y lo que nos hace aficionarnos a lo que es nuestro es la gran estima que tenemos de nosotros mismos; nos tenemos por tan excelentes que cuando una cosa nos afecta la estimamos más, y la poca estima que tenemos hacia los demás hace que llevemos de mala gana lo que a ellos les ha servido.
Si fuéramos muy humildes y despojados de nosotros mismos, ya no valoraríamos lo que nos es propio y miraríamos como gran honor el servirnos de lo que otros han usado antes.
Eso nos pasa porque no hemos puesto todo lo nuestro en común y sin embargo es una cosa que se debe hacer al entrar en religión; cada Hermana debería dejar su propia voluntad fuera de la puerta de clausura, para no tener ya sino la de Dios.
Feliz la que no tenga otra voluntad sino la de la comunidad; y que todo lo que necesita, siempre lo toma de la bolsa común.
Quien esto haga, jamás tendrá disgustos, pues allí donde está la verdadera indiferencia no puede haber penas ni tristeza.
Pero es una virtud que no se consigue en cinco años; hacen falta al menos diez, por tanto no hay que asombrarse de que nuestras Hermanas todavía no la tengan, ya que tienen el buen deseo de conseguirla.
Si alguna pensara aún en «lo tuyo y lo mío», debería hacerlo al otro lado de la puerta, pues dentro de casa no se habla de eso.
Ángelus (30-01-2011): No es una ideología, viene de lo alto
«Bienaventurados los pobres de espíritu» (Mt 5, 3)Domingo IV del Tiempo Ordinario. Ciclo A
[...] El Evangelio presenta el primer gran discurso que el Señor dirige a la gente, en lo alto de las suaves colinas que rodean el lago de Galilea. «Al ver Jesús la multitud —escribe san Mateo—, subió al monte: se sentó y se acercaron sus discípulos; y, tomando la palabra, les enseñaba» (Mt 5, 1-2). Jesús, nuevo Moisés, «se sienta en la «cátedra» del monte» (Jesús de Nazaret, Madrid 2007, p. 92) y proclama «bienaventurados» a los pobres de espíritu, a los que lloran, a los misericordiosos, a quienes tienen hambre de justicia, a los limpios de corazón, a los perseguidos (cf. Mt 5, 3-10). No se trata de una nueva ideología, sino de una enseñanza que viene de lo alto y toca la condición humana, precisamente la que el Señor, al encarnarse, quiso asumir, para salvarla. Por eso, «el Sermón de la montaña está dirigido a todo el mundo, en el presente y en el futuro y sólo se puede entender y vivir siguiendo a Jesús, caminando con él» (Jesús de Nazaret, p. 96). Las Bienaventuranzas son un nuevo programa de vida, para liberarse de los falsos valores del mundo y abrirse a los verdaderos bienes, presentes y futuros. En efecto, cuando Dios consuela, sacia el hambre de justicia y enjuga las lágrimas de los que lloran, significa que, además de recompensar a cada uno de modo sensible, abre el reino de los cielos. «Las Bienaventuranzas son la transposición de la cruz y la resurrección a la existencia del discípulo» (ib., p. 101). Reflejan la vida del Hijo de Dios que se deja perseguir, despreciar hasta la condena a muerte, a fin de dar a los hombres la salvación.
Un antiguo eremita afirma: «Las Bienaventuranzas son dones de Dios, y debemos estarle muy agradecidos por ellas y por las recompensas que de ellas derivan, es decir, el reino de los cielos en el siglo futuro, la consolación aquí, la plenitud de todo bien y misericordia de parte de Dios... una vez que seamos imagen de Cristo en la tierra» (Pedro de Damasco, en Filocalia, vol. 3, Turín 1985, p. 79). El Evangelio de las Bienaventuranzas se comenta con la historia misma de la Iglesia, la historia de la santidad cristiana, porque —como escribe san Pablo— «Dios ha escogido lo débil del mundo para humillar lo poderoso; ha escogido lo despreciable, lo que no cuenta, para anular a lo que cuenta» (1 Co 1, 27-28). Por esto la Iglesia no teme la pobreza, el desprecio, la persecución en una sociedad a menudo atraída por el bienestar material y por el poder mundano. San Agustín nos recuerda que «lo que ayuda no es sufrir estos males, sino soportarlos por el nombre de Jesús, no sólo con espíritu sereno, sino incluso con alegría» (De sermone Domini in monte, I, 5, 13: CCL 35, 13).
Queridos hermanos y hermanas, invoquemos a la Virgen María, la Bienaventurada por excelencia, pidiendo la fuerza para buscar al Señor (cf. So 2, 3) y seguirlo siempre, con alegría, por el camino de las Bienaventuranzas.
Uso Litúrgico de este texto (Homilías)
por hacerpor hacer
Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
San Agustín
1a. «Viendo la muchedumbre, subió al monte…» Aquí parece que quiso evitar el verse envuelto por la muchedumbre y por ello subió al monte para hablar a solas a sus discípulos (de consensu evangelistarum, 2,19).
O bien, subió al monte para significar que eran menores los preceptos divinos que fueron dados por Dios por medio de sus profetas al pueblo de los judíos, a quien convenía advertir por medio del temor, y que se dispensaron mayores gracias por medio del Hijo de Dios, cuyo pueblo era conveniente librar por medio de la caridad (de sermone Domini, 1,1).
1b. «…se sentó, y sus discípulos se le acercaron.» Cuando uno se sienta para enseñar demuestra la dignidad de maestro. Se acercaron sus discípulos para que, oyendo sus divinas palabras, estuvieran más cerca de su cuerpo los que se acercaban con el espíritu por medio del cumplimiento de los preceptos divinos (de sermone Domini, 1,1).
Llama la atención que San Mateo diga que este sermón tuvo lugar en el monte y estando sentado el Señor. San Lucas dice que lo predicó en un sitio campestre y de pie. En esto se manifiesta que San Mateo habla de un sermón y San Lucas de otro. ¿Qué importa el que Cristo repitiese alguna cosa que ya había dicho antes o hacer otra vez lo que ya había hecho? Aunque esto hubiese sucedido en alguna parte determinada del monte, se sabe que Jesucristo estuvo antes con sus discípulos cuando eligió doce de ellos. Después bajó, no del monte, sino de la misma cumbre del monte, a un lugar campestre, esto es, a alguna llanura del mismo monte en donde pudiesen caber muchos. Allí estuvo de pie hasta que la gente se reunió a su alrededor, y después, habiéndose sentado colocó cerca de sí a sus discípulos y en esta disposición dirigió la palabra lo mismo a sus discípulos que a la demás gente, pronunciando aquel sermón que refieren San Mateo y San Lucas con diversa forma pero igual en el fondo (de consensu evangelistarum, 2,19).
2. Dice: «Abriendo su boca», para que esta misma detención advierta lo largo que ha de ser el sermón que se ha de pronunciar (de sermone Domini, 1,1).
Si alguno medita de una manera piadosa y conveniente, encontrará en este sermón cuanto se refiere a las buenas costumbres y al modo perfecto de vivir cristianamente. Por ello concluye así el sermón: «Todo aquel que oye estas mis palabras y hace cuanto le digo, le compararé con un hombres sabio» (Mt 7,24) (de sermone Domini, 1,1).
3a. Ninguna causa hay para el filosofar más que el fin bueno; por otra parte lo que hace a uno bienaventurado eso es un fin bueno. Por esto comienza por la beatitud diciendo: «««Bienaventurados los pobres de espíritu.» (de civitate Dei, 19,1).
La presunción del espíritu representa el orgullo y la soberbia. Se dice vulgarmente que los soberbios tienen un espíritu grande y con toda propiedad, porque el espíritu se llama viento. ¿Quién ignora que a los soberbios se les llama inflados como si estuvieran llenos de viento? Por lo cual, aquí se entienden por pobres de espíritu los humildes que temen a Dios, esto es, los que no tienen espíritu que hincha (de sermone Domini, 1,1).
3b. «…porque de ellos es el Reino de los Cielos.» Los soberbios apetecen los cosas de la tierra pero de los humildes es el Reino de los Cielos (de sermone Domini, 1,2).
4. «Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra.» Mansos son aquellos que ceden a las exigencias injustas, no resisten el mal y vencen las malas acciones con las buenas (de sermone Domini, 1,2).
Pelean los que no son mansos y se disputan las cosas temporales, pero siempre serán bienaventurados los humildes, porque ellos heredarán una tierra de donde nadie los podrá arrojar. Aquella tierra de la que se dice en el salmo: «Mi riqueza está en la tierra de los vivos» (Sal 140,6). Esto significa cierta estabilidad de la eterna herencia, donde el alma descansa por el buen afecto como en su propio lugar. Así como el cuerpo descansa en la tierra y de allí saca su alimento, la misma es el descanso y la vida de los santos (de sermone Domini, 1,2).
5. «Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.» El luto es la tristeza que ocasiona la pérdida de personas queridas. Los convertidos a Dios pierden todo lo más querido que tienen en este mundo. No se gozan en aquellas cosas en que antes se alegraban y hasta que no posean el amor de la cosas eternas son heridos por alguna tristeza. Se consolarán en el Espíritu Santo, el cual con toda propiedad se llama Paráclito, lo que quiere decir consolador, porque enriquece con la eterna alegría a los que pierden la alegría temporal. Por lo tanto dice: «Puesto que ellos serán consolados» (de sermone Domini, 1, 2).
6. «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados.» Serán también saciados en la vida presente de aquella comida de quien dice el Señor: «Mi comida es el hacer la voluntad de mi Padre» (Jn 4,34), la cual es la justicia, y aquella agua, de la que todo el que bebiere: «se hará en él una fuente de agua que saltará hasta la vida eterna» (Jn 4,14) (de sermone Domini, 1,2).
7. «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.» Llama misericordiosos a los que socorren en las miserias porque así se les ofrece librarles de la miseria. Y por ello sigue: «Porque ellos alcanzarán misericordia» (de sermone Domini, 1,2).
8. «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.» Son necios todos aquellos que desean ver a Dios con los ojos exteriores, cuando sólo puede verse con el corazón, según está escrito en el libro de la Sabiduría: «Buscadlo por medio de la sencillez del corazón» (Sab 1,1). Lo mismo es corazón sencillo que corazón limpio (de sermone Domini, 1, 2).
Si los ojos, aun los mismos espirituales en el cuerpo espiritual, podrán ver tanto cuanto pueden éstos que ahora tenemos, sin duda alguna por medio de ellos no podremos ver a Dios (de civitate Dei, 22, 29).
Esta manera de ver es un premio de la fe por la cual se limpian los corazones. Como está escrito: «Limpiando con la fe los corazones de ellos» (Hch 15,9). Esto se prueba principalmente por aquella sentencia: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (de Trinitate. 1, 8).
Ninguno que vea a Dios vive en esta vida, en la cual se vive de una manera mortal y en estos sentidos corporales. Por lo que si alguno no ha salido de esta vida por medio de la muerte, o si no está totalmente separado del cuerpo, o si no vive enajenado de los sentidos corporales, no conocerá el premio, como dice el Apóstol, (2Cor 12,2) si se encuentra en el cuerpo o fuera del cuerpo, no puede ser conducido a aquella visión de Dios (de Genesi ad litteram, 12, 25).
9. «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.» Es la paz la tranquilidad del orden y el orden es la disposición por medio de la cual se concede a cada uno su lugar, según que sean iguales o desiguales. Así como no hay alguno que no quiera alegrarse, tampoco hay ninguno que no quiera tener paz, como sucede cuando aquellos que quieren la guerra no buscan otra cosa que encontrar la gloriosa paz batallando (de civitate Dei, 19, 13).
Son pacíficos en sí mismos aquéllos que, teniendo en paz todos los movimientos de su alma y sujetos a la razón, tienen dominadas las concupiscencias de la carne y se constituyen en Reino de Dios. En ellos, todas las cosas están tan ordenadas, que lo que hay en el hombre de mejor y más excelente domina a las demás aspiraciones rebeldes, que también tienen los animales. Y esto mismo que se distingue en el hombre (esto es, la inteligencia y la razón) se sujeta a lo superior, que es la misma verdad, el Hijo de Dios. Y no puede mandar a los inferiores quien no está subordinado a los superiores. Esta es la paz que se da en la tierra a los hombres de buena voluntad (de sermone Domini, 1, 2).
Y no puede suceder en esta vida que le acontezca a alguno el que no sienta esa ley de los miembros que se opone en todo a la ley de la inteligencia. Esto es lo que hacen los pacíficos sujetando las concupiscencias de la carne para poder venir alguna vez a conseguir la paz completa (in libro retractationum. 1, 19).
La perfección está en la paz, donde no hay aversión. Se llaman pacíficos los hijos de Dios, porque nada se encuentra en ellos que se oponga a Dios, pues también los hijos deben parecerse a sus padres (de sermone Domini,. 1, 2).
10. «Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.» Una vez establecida y firmada interiormente la paz, aquel que ha de sufrir cualquier clase de persecuciones exteriores, de cualquier manera que sea atribulado exteriormente, dará mayor gloria a Dios (de sermone Domini, 1, 2).
La octava bienaventuranza vuelve sobre la primera, porque la manifiesta y prueba consumada y perfecta. Así en la primera y en la octava es donde se nombra el Reino de los Cielos. Siete bienaventuranzas son las que perfeccionan, porque la octava clarifica y demuestra lo más perfecto, para que por estos grados se perfeccionen los demás, como se ofrecen en el principio (de sermone Domini, 1, 3).
Debemos fijarnos atentamente en el número de estas sentencias. En estos siete grados conviene observar la obra septiforme del Espíritu Santo que describe Isaías (Is 11). Pero aquél empieza por lo más alto y éste por lo más bajo, porque allí se enseña que el Hijo de Dios habrá de bajar a lo más humilde, y aquí que el hombre, de lo más bajo habrá de elevarse hasta unirse con Dios. En estas cosas lo primero es el temor, que conviene a los hombres humildes, de quienes se dice: «Bienaventurados los pobres de espíritu», esto es, no los que saben las cosas elevadas, sino los que temen. La segunda es la piedad, que conviene a los mansos, porque el que busca piadosamente, honra, no reprende, no resiste, lo cual es hacerse manso. La tercera es la ciencia, que conviene a los que lloran, los que aprendieron por qué males han sido oprimidos, siendo así que pedían los bienes. La cuarta es la fortaleza, que conviene a los que tienen hambre y sed, porque deseando la alegría sufren por los verdaderos bienes, deseando separarse de los bienes terrenos. La quinta es el consejo y conviene a los misericordiosos, porque es el único remedio para librarse de tantos males, perdonar a unos y dar a otros. La sexta es el entendimiento y conviene a los limpios de corazón, los cuales, una vez limpio el ojo, pueden ver lo que el ojo no vio. La séptima es la sabiduría, que conviene a los pacíficos, en los cuales ninguna disposición es rebelde, sino que obedece al espíritu. Un solo premio que es el Reino de los Cielos se designa de varias maneras. En el primero (como convención), está colocado el Reino de los Cielos, que es el principio de la sabiduría perfecta. Como si dijera: «El principio de la sabiduría es el temor de Dios» (Sal 110,10). A los mansos, se concede la herencia del reino de los cielos como testamento de un padre hacia los que le buscan con piedad. A los que lloran se les ofrece el consuelo como conociendo lo que han perdido, y en qué cosas han tomado parte. A los que tienen hambre se les ofrece la saciedad, como premio que alienta a trabajar por la eterna salvación. A los misericordiosos se les ofrece misericordia, porque usan del mejor consejo para que se les ofrezca lo que ellos ofrecen. A los limpios de corazón la facultad de ver a Dios como a los que tienen ojo limpio para entender las cosas eternas. Y a los pacíficos se les concede la semejanza de Dios. Todas estas cosas pueden cumplirse en esta
vida, así como sabemos que se cumplieron con los Apóstoles, porque lo que se ofrece después de esta vida no puede explicarse con palabras (de sermone Domini, 1, 4).
11. «Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa.» Conviene aclarar la importancia de lo que dice: «cuando os maldigan y digan todo mal», porque maldecir es decir lo malo. Pero otra cosa es la maledicencia, ya sea dicha con afrenta en presencia de aquel que se maldice, o bien cuando se hiere la fama de aquel que está ausente. Perseguir es como obligar por la fuerza o tender emboscadas por la violencia (de sermone Domini,. 1, 5).
Lo cual considero añadido por aquellos que quieren gloriarse de las persecuciones y de la fama de sus malas obras. Por ello dicen que Cristo les pertenece porque se habla mal de ellos. En cambio, cuando se habla bien, se conoce desde luego el error de aquéllos. Y si alguna vez se jactan de cosas falsas no puede decirse que sufren estas cosas por Cristo (de sermone Domini,. 1, 5).
12. «Alegráos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos.» No me refiero aquí a las partes superiores de este mundo visible a las que llamamos cielos, porque nuestro galardón no debe encontrarse en las cosas visibles, sino en los cielos espirituales donde habita la justicia sempiterna. Experimentan ya este premio los que gozan de bienes espirituales, pero se habrá de perfeccionar cuando concluya esta vida mortal (de sermone Domini, 1, 5).
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 15,1-4
1a. «Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron.» En esto de predicar sobre un monte y en la soledad, y no en la ciudad ni en el foro, nos enseñó a no hacer nada por ostentación y a separarnos del tumulto, principalmente cuando conviene dialogar de cosas importantes.
2. «Y tomando la palabra, les enseñaba». Dice esto el evangelista para que sepas que enseñaba su verdad, unas veces abriendo su boca, y otras con la voz de sus obras.
3a. ««Bienaventurados los pobres de espíritu…» Aquí llama espíritu a la altivez y el orgullo. Cuando uno se humilla obligado por la necesidad no tiene mérito, por lo cual llama bienaventurados a aquellos que se humillan voluntariamente. Empieza cortando de raíz la soberbia y empieza así porque la soberbia fue la raíz y la fuente del mal en el mundo. Contra ella pone la humildad como un firme cimiento, porque una vez colocada ésta debajo, todas las demás virtudes se edificarán con solidez; pero si ésta no sirve de base, se destruye cuanto se levante por bueno que sea.
O pobres de espíritu se pueden llamar también a los temerosos, a quienes tiemblan ante los juicios de Dios, como el mismo Dios lo dice por boca de Isaías. ¿Qué más hay que simplemente humildes? Pues humilde, aquí es ciertamente el sencillo, pero también el muy rico.
4. «Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra.» O de otro modo, Jesucristo mezcló aquí las cosas sensibles con las promesas espirituales. Puesto que se considera que quien es manso pierde todas sus cosas, le promete lo contrario diciendo: «Que poseerá sus cosas con perseverancia todo aquel que no sea soberbio; el que es de otro modo, pierde muchas veces su alma y la herencia paternal». Por lo que el profeta había dicho: «Los mansos heredarán la tierra» (Sal 36) y formó su sermón con las palabras acostumbradas.
5. «Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.» Y aun cuando sea suficiente disfrutar de su perdón, no termina la retribución en el perdón de los pecados, sino que los hace partícipes de muchos consuelos tanto para la vida presente como para la futura. El Señor da siempre retribuciones mayores que los trabajos.
Obsérvese que propuso esta bienaventuranza con cierta intención. Y por ello no dijo: «Los que se entristecen» sino «los que lloran». Nos enseñó así la sabiduría más perfecta. Pues si los que lloran a los hijos u otros individuos que han perdido, por todo el tiempo de su dolor no desean la riqueza ni la gloria, ni se consumen por la envidia, ni se conmueven por las ofensas, ni son presas de alguna otra pasión, mucho más deben observar estas cosas los que lloran sus pecados, pues llorarlos cosa digna es.
6. «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados.» Llama a la justicia, ya universal ya particular, contraria a la avaricia. Como más adelante hablará de la misericordia, nos dice antes cómo debemos compadecernos, no del robo ni de la avaricia. En esto, atribuye también a la justicia lo que es propio de la avaricia, a saber, el tener hambre y el tener sed.
Nuevamente instituyó un premio sensible: mientras que conseguir muchas riquezas es considerado avaricia, dice en este caso lo contrario, y más bien se vale de ello para la justicia: pues quien ama la justicia, posee todo con la mayor seguridad.
7. «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.» Parece que la recompensa es igual pero en realidad es mucho mayor. La misericordia humana no puede compararse con la misericordia divina.
8. «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.» Aquí llama limpios a aquellos que poseen una virtud universal y desconocen la malicia alguna, o a aquellos que viven en la templanza o moderación, tan necesaria para poder ver a Dios, según aquella sentencia del Apóstol: «Estad en paz con todos, y tened santidad, sin la cual ninguno verá a Dios» (Heb 12,14). Dado que muchos se compadecen en verdad, pero haciendo cosas impropias, mostrando que no es suficiente lo primero, a saber, compadecerse, añadió esto de la limpieza.
9. «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.» Se llaman pacíficos los que no pelean ni se aborrecen mutuamente, sino que reúnen a los litigantes, éstos se llaman con propiedad hijos de Dios. Esta es la misión del Unigénito: reunir las cosas separadas y establecer la paz entre los que pelean contra sí mismos.
10. «Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.» Una vez explicada la bienaventuranza de los pacíficos, para que alguno no crea que es bueno buscar siempre la paz para sí, añade: «Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia». Esto es, por los valores, por la defensa de otro o por la religiosidad. Acostumbra ponerse la palabra justicia cuando se trata de cualquier virtud del alma.
No te admires, pues, si en cada una de estas bienaventuranzas no oyes la palabra reino, porque cuando dice «serán consolados», «alcanzarán misericordia» y otras cosas por el estilo, está insinuando de una manera oculta, el Reino de los Cielos. Esto es para que ya no esperes cosa alguna sensible, ni tampoco se considere como bienaventurado aquel que es coronado con las cosas que proceden de esta vida.
San Jerónimo, in Matthaeum, 5
1a. «Viendo la muchedumbre, subió al monte…» Creen algunos hermanos sencillos que nuestro Señor enseñó lo que sigue en el monte de los olivos, lo que de ningún modo es verdad. Tanto por los antecedentes y los consiguientes se demuestra el lugar, que creemos sea el Tabor o algún monte elevado.
1b. «…se sentó, y sus discípulos se le acercaron.» Por lo tanto, no habla de pie sino sentado, porque no podían entenderlo si hubiese estado rodeado de su inmensa majestad.
3a. ««Bienaventurados los pobres de espíritu.» Esto es, los que por obra del Espíritu Santo se hacen pobres voluntariamente.
5. «Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.» El luto del que se trata aquí no es por los muertos según la ley común de la naturaleza, sino por los que han muerto a causa del pecado y los vicios. Así lloró Samuel a Saúl (1Sam 16), y San Pablo a aquellos que después de sus actos de impureza necesitaban arrepentirse (2Cor 12,21).
6. «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados.» No nos es suficiente el querer la justicia si no tenemos hambre de justicia. De modo que nunca nos consideremos bastante justificados con este ejemplo, sino que entendamos que siempre debemos tener hambre de las obras de justicia.
7. «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.» Pero misericordia se entiende aquí no sólo la que se practica por medio de limosnas, sino la producida por el pecado del hermano, ayudándose así unos a otros a llevar la carga.
8. «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.» Como Dios es limpio sólo puede conocerse por el que es limpio de corazón. No puede ser templo de Dios el que no está completamente limpio, y esto es lo que se expresa cuando dice: «Porque ellos verán a Dios».
9. «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.» Los pacíficos se llaman bienaventurados, porque primero tienen paz en su corazón y después procuran inculcarla en los hermanos en conflicto. ¿De qué te aprovechará el que otros estén en paz si en tu alma subsisten las guerras de todos los vicios?
10. «Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.» Terminantemente añade: «Por la justicia». Muchos sufren persecución por sus culpas, pero éstos no son justos. A la vez téngase en cuenta que la octava bienaventuranza concluye con el martirio.
12. «Alegráos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos.» Debemos gozarnos y alegrarnos porque se nos prepara un premio en el Reino de los Cielos, el cual no podrán conseguir los que siguen en la vanagloria.
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum super Matthaeum, hom. 9
1a. 1 Todo artífice según su profesión, se alegra viendo las oportunidades para obrar: un carpintero, cuando ve un árbol bueno, desea cortarlo para emplearlo en obras de su oficio; y el sacerdote, cuando ve una iglesia llena, se alegra en su interior y se siente movido a enseñar. Así el Señor, viendo la muchedumbre se sintió movido a predicar. Por ello dice: «Viendo la muchedumbre, subió al monte…»
«Subió al monte.» Subió, pues, a un monte, primeramente para cumplir la profecía de Isaías que dice: «Sube tú sobre un monte» (Is 40,9); después para manifestar que el que enseña la Palabra de Dios, lo mismo que el que la oye, deben constituirse en cumbre de virtudes. Ninguno puede estar en el valle y hablar a la vez desde el monte. Si estás sobre la tierra hablas de las cosas terrenas, pero si estuvieras en el cielo hablarías de las cosas celestiales. O de otro modo, subió al monte para manifestar que todo el que quiera conocer los misterios de la verdad debe subir al monte de la Iglesia, de quien el profeta dice: «El monte del Señor es un monte rico» (Sal 67,16).
3a. Dice claramente: ««Bienaventurados los pobres de espíritu» para manifestar así que son mendigos los que siempre escuchan a Dios. En el texto griego dice: Bienaventurados los mendigos y los pobres. Hay muchos que son humildes por naturaleza, no por la fe, porque no imploran la ayuda de Dios. Pero sólo son verdaderamente humildes los que lo son según la fe.
3b. «…porque de ellos es el Reino de los Cielos.» Así como todos los vicios conducen al infierno, especialmente la soberbia, así todas las virtudes conducen al cielo, especialmente la humildad, porque es muy natural que sea ensalzado el que se humilla.
4. «Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra.» Pero la tierra aquí, como algunos dicen, todo el tiempo que se conserve en este estado es tierra de muertos porque está sujeta a la vanidad. Cuando queda libre de la corrupción entonces se convierte en tierra de vivos para que la hereden los mortales. He leído otro expositor que dice que la tierra, de este modo considerada, es como un cielo en el cual habrán de habitar los santos y se llama tierra de vivos. Esto puede considerarse como un cielo inferior puesto que se considera el cielo de arriba como superior. Otros dicen que nuestro cuerpo es tierra, y todo el tiempo que está sujeto a la muerte se llama tierra de muertos. Pero cuando está conforme con la gloria del cuerpo de Cristo se llama tierra de vivos.
5. «Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.» Y los que lloran sus pecados pueden llamarse en realidad bienaventurados, pero a medias. Más bienaventurados son aquellos que lloran los pecados ajenos, tales conviene que sean todos los maestros.
El consuelo de los que lloran será el luto y los que lloran sus pecados se consolarán cuando obtengan el perdón.
Y los que lloran los pecados ajenos también serán consolados, puesto que cuando conozcan en la otra vida la gran bondad de Dios, de cuyas manos nadie les podrá ya arrebatar, y comprendan que los que se perdieron no eran de Dios, se alegrarán de aquellos que habiendo dejado la aflicción han sido constituidos en herederos de la gloria.
6. «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados.» Toda obra buena que no hacen los hombres con un fin bueno es desagradable delante de Dios. Tiene hambre de justicia el que desea obrar según la justicia de Dios. Tiene sed de justicia el que desea adquirir su ciencia.
Con la prodigalidad del premio de Dios, porque siempre son mayores los premios de Dios que los deseos de los santos.
8. «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.» El que obra y piensa en todo según la justicia, ve a Dios con su mente, porque la justicia es imagen de Dios. En efecto, Dios es justicia. Debe saberse, por lo tanto, que si alguno se aleja de las malas obras y practica las buenas ve a Dios según esto, poco o mucho, por poco tiempo o para siempre, según la posibilidad humana. En la vida futura, pues, los limpios de corazón verán a Dios cara a cara, no en espejo o enigma como aquí lo ven.
9. «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.» Se llaman pacíficos para otros, no sólo los que reconcilian los enemigos por medio de la paz sino también aquellos que olvidando las malas acciones aman la paz. Aquella paz es bienaventurada, la que subsiste en el corazón y no solamente en las palabras. Los que aman la paz son los hijos de la paz.
10. «Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.» No dijo, pues: «Bienaventurados los que padecen persecución de los gentiles», para que no creas que sólo es bienaventurado el que padece persecución por no adorar los ídolos. Y por lo tanto el que sufre persecución de los herejes por no abandonar la verdad, es bienaventurado puesto que padece por la justicia. Además, si alguno de los poderosos, aun los que parecen cristianos, te persiguiese cuando le reprendas por sus pecados, si éste te persigue serás bienaventurado con San Juan Bautista. Si bien es verdad que los profetas fueron mártires, aun cuando fueron muertos por los suyos, no dudes que todo aquél que padece algo por la causa de Dios, aun cuando sea por los suyos, obtiene el premio del martirio. Por esto no especifica la Escritura las personas de los perseguidores, sino solamente la causa de la persecución, para que no te fijes en quién es el que te persigue, sino por qué te persigue.
11. «Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa.» Si, pues, es verdad que el que ofrece una copa de agua no pierde su premio, también lo es que el que sufre la injuria de una palabra leve no quedará privado del premio. Para que un maldecido sea bienaventurado, deben ocurrir dos cosas: que sea maldecido con mentira y por causa de Dios. De otro modo, si faltase una de estas cosas, no obtendrá el premio de la bienaventuranza. Y por ello dice: «Mintiendo por mí».
12. «Alegráos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos.» Cuanto más se alegra uno con las alabanzas de los hombres, tanto más se entristece con los vituperios; pero el que codicia la gloria de los cielos no teme los oprobios en la tierra.
San Ambrosio
3b. «…porque de ellos es el Reino de los Cielos.» Aquí empieza la bienaventuranza en el juicio de Dios, donde es considerada la postración humana (de officiis, 1,16).
4. «Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra.» Cuando me contentase con la simplicidad y me alejase del mal, me quedara aún el moderar mis costumbres. ¿De qué me aprovecharía carecer de los bienes de la tierra si no fuese manso? Con todo acierto continúa: «Bienaventurados los mansos». (in Lucam, 5,54)
Calma tu afecto para que no te enojes, y si alguna vez te alteras, no peques. Es muy laudable el moderar la alteración con la reflexión y no es una virtud menor dominar la ira que nunca airarse; porque cuando comúnmente esto es más manejable, lo otro es más valorado. (in Lucam, 5,54)
5. Cuando hagas esto, para que seas pobre y manso acuérdate que eres pecador y llora tus pecados. Por eso sigue: «Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.» Con toda propiedad se aplica la tercera bienaventuranza al que llora sus pecados porque la Trinidad es quien perdona los pecados (in Lucam, 5,55).
6. «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados.» Después de llorar mis pecados empiezo a tener hambre y sed de justicia. Un enfermo cuando padece mucho no tiene hambre. Por ello sigue: «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia» (in Lucam, 5,56).
8. «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.» El que dispensa la misericordia la pierde si no se compadece con un corazón limpio, porque si busca la jactancia pierde todo el fruto. (in Lucam, 5,57).
9. «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.» Cuando tengas toda tu alma limpia de toda culpa, procura que no nazcan disensiones ni disputas por tu culpa. Empieza por tener paz en ti mismo y así podrás ofrecer la paz a los demás (in Lucam, 5,58).
10. «Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.» El primer Reino de los Cielos se ofrece a los santos en la disolución de su cuerpo y el segundo consiste en estar con Cristo después de la resurrección. Después de la resurrección empezarás a poseer la tierra, cuando hayas sido librado de la muerte, y en esta misma posesión encontrarás tu consuelo. El gozo sigue a la consolación y al gozo sigue la divina misericordia. El Señor llama a aquel de quien se apiada y éste, llamado así, ve al que lo llama. Y el que ve a Dios es recibido en el derecho de la divina generación. Finalmente, como hijo de Dios disfruta de las riquezas del Reino de los Cielos. Aquél, pues, empieza y éste queda satisfecho.
San Hilario, in Matthaeum, 4
1a. «Viendo la muchedumbre, subió al monte…» Subió a un monte porque colocado en la cumbre de la majestad del Padre dio los preceptos celestiales de la vida.
4. «Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra.» El Señor ofrece a los mansos la posesión de la tierra, esto es, de su cuerpo, aquel que El mismo tomó. Y como por la mansedumbre de nuestro corazón habita Jesucristo en nosotros, cuando esto sucede, también quedamos adornados con la gloria de su cuerpo.
5. «Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.» Se llaman llorantes, no los que se entristecen llorando la orfandad o las afrentas u otros daños, sino los que lloran sus pecados.
6. «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados.» Ofrece la bienaventuranza a los que tienen hambre y sed de justicia, manifestando que el perfecto conocimiento de Dios es el que constituye la avidez de los santos que no puede saciarse hasta que no habiten en el cielo. Y esto es lo que se expresa con aquellas palabras «porque ellos serán hartos».
7. «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.» Tanto se complace Dios en nuestra bondad para con todos, que ofrece su misericordia sólo a los que son misericordiosos.
9. «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.» La bienaventuranza de los pacíficos es el premio de su adopción. Y por ello se dice: «Porque serán llamados hijos de Dios». El padre de todos es solamente Dios, y no se puede entrar a formar parte de su familia si no vivimos en paz mutuamente por medio de la caridad fraterna.
10. «Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.» Así cuenta en la última bienaventuranza a todos aquéllos que sufren todas las cosas por Jesucristo (quien se llama justicia), se reserva el Reino de los Cielos a éstos, porque en el desprecio de las cosas del mundo son verdaderos pobres de espíritu. Por ello dice: «Porque de ellos es el reino de los cielos».
Remigio
1a. «Viendo la muchedumbre, subió al monte…» Debe saberse que Jesús tuvo tres sitios de refugio: la barca, el monte y el desierto, a los cuales se retiraba cuando se veía acosado por la muchedumbre.
2. «Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo:» Donde se lea que Jesús abrió la boca, entiéndase que es que va a decir grandes cosas.
7. «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.» Se llama misericordioso el que tiene su corazón ocupado por la misericordia porque considera la desgracia de otro como propia y se duele del mal de otro como si fuera suyo.
Rábano
1b. «…se sentó, y sus discípulos se le acercaron.» Hablando en sentido místico, el acto de sentarse del Salvador representa su Encarnación, porque si Dios no se hubiese encarnado, el género humano no hubiese podido subir hasta El.
11. Dirigía Jesús principalmente las anteriores sentencias. Empieza a hablar impulsando a los presentes, prediciéndoles las persecuciones que habían de sufrir por su nombre y diciendo: «Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa.»
San Gregorio
2. «Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo:» Como Jesús había de expresar preceptos sublimes en el monte, se dice como introducción: «Y abriendo su boca los enseñaba», El, que poco tiempo antes había abierto la boca de los profetas (Moralia, 1,4).
11-12. «Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa.» ¿Qué importa que los hombres nos deshonren si nuestra conciencia sola nos defiende? Sin embargo, así como no debemos instigar intencionadamente las lenguas de los que maldicen para que no perezcan, así debemos sufrir con ánimo tranquilo las que son instigadas por su propia malicia, para que nuestro mérito crezca. Por ello se dice aquí: «Alegráos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos.»(homiliae in Hiezechihelem prophetam, 9)
12. «Alegráos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos.» Alguna vez, sin embargo, debemos refrenar a los maledicientes, no sea que mientras dicen cosas malas de nosotros, corrompan los corazones de aquellos inocentes que debían oírnos para obrar el bien (homiliae in Hiezechihelem prophetam, 9).
Glosa
3b. «…porque de ellos es el Reino de los Cielos.» A los pobres se ofrecen oportunamente en la vida presente las riquezas del cielo.
4. «Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra.» Los mansos, que se poseyeron a sí mismos, poseerán la herencia del Padre en la vida futura. Y más es poseer que tener, puesto que muchas cosas que tenemos las perdemos al instante.
5. «Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.» Por el luto se entiende también dos clases de compunción, a saber, por las miserias de esta vida y por el deseo de las cosas celestiales. Por esta causa la hija de Calef pidió el rocío del cielo y de la tierra. Esta clase de luto no la tiene sino el pobre y el manso, el cual como no ama al mundo porque lo considera pobre, apetece el cielo. Por esto se ofrece oportunamente a los que lloran el consuelo, para que el que se entristece en la vida presente goce en la vida futura. Es mayor la retribución del que llora que la del pobre y el manso. Más vale gozar en el Reino que tener y poseer. Tenemos muchas cosas a costa de dolores y las poseemos.
7. «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.» La justicia y la misericordia están tan unidas que la una sostiene a la otra. La justicia sin misericordia es crueldad y la misericordia sin justicia es disipación. Por ello después de la justicia habla de la misericordia diciendo: «Bienaventurados los misericordiosos».
Con razón, pues, se ofrece la misericordia a los misericordiosos para que reciban más de lo que han merecido. Y así como tiene más el que recibe más de lo que puede saciarle, que aquel que tiene solamente lo necesario para la saciedad, así es mayor la gloria de los misericordiosos que la de los precedentes.
8. «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.» Con toda oportunidad se coloca en el sexto lugar la limpieza de corazón, porque en el sexto día fue cuando el hombre fue creado a imagen de Dios, la cual se había oscurecido en el hombre por la culpa y se restaura por la gracia en los limpios de corazón. Con razón, pues, esta bienaventuranza se coloca aquí después de las otras, porque si aquéllas no preceden, el corazón limpio no puede subsistir en el hombre.
Mayor premio tendrán éstos que los primeros, así como en la corte de un rey están más elevados los que le ven la cara que aquellos que sólo comen de sus tesoros.
9. «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.» Tienen una gran dignidad los pacíficos, así como el que se llama hijo del rey es el más alto en el palacio real. Esta bienaventuranza se coloca en el último lugar porque antiguamente el día sábado era el día de verdadero descanso y de verdadera paz, después de pasados los siete días anteriores.
12. «Alegráos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos.» Gozaos con la inteligencia y alegraos con el cuerpo, porque vuestro premio no sólo es grande como el de otros, sino abundante en los cielos.