Mt 4, 12-23: Vuelta a Galilea y llamada de los primeros discípulos
/ 11 enero, 2017 / San MateoTexto Bíblico
12 Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan se retiró a Galilea.13 Dejando Nazaret se estableció en Cafarnaún, junto al mar, en el territorio de Zabulón y Neftalí,14 para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta Isaías:
15 «Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles.16 El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló».
17 Desde entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos».
18 Paseando junto al mar de Galilea vio a dos hermanos, a Simón, llamado Pedro, y a Andrés, que estaban echando la red en el mar, pues eran pescadores.19 Les dijo: «Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres».20 Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.21 Y pasando adelante vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, su hermano, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre, y los llamó.22 Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron.
23 Jesús recorría toda Galilea enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo.
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
San Juan Crisóstomo, obispo
Sobre el Evangelio de san Mateo: No dudaron, obedecieron
«Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres» (Mt 4, 19)Homilía 14, 2
¡Qué admirable pesca la del Salvador! Admirad la fe y la obediencia de los discípulos. La pesca, como sabéis, requiere una constante atención. Ahora bien, cuando esos se encuentran justo en medio de su trabajo, oyen la llamada de Jesús y no dudan un solo momento; no dicen. «Déjanos regresar a casa para hablar con nuestros próximos». No, lo dejan todo inmediatamente y le siguen, tal como Eliseo hizo con Elías (1Re 19,20). Es esta clase de obediencia la que nos pide Cristo, sin la más mínima duda, incluso en el caso que nos apremien necesidades aparentemente más urgentes. Por eso cuando un joven que le quería seguir le pidió si podía ir antes a enterrar a su padre, ni tan sólo esto se lo dejó hacer (Mt 8,21). Seguir a Jesús, obedecer su palabra, es un deber que está por encima de todos los demás.
¿Acaso me dirás que la promesa que les había hecho era muy grande? Por eso los admiro yo tanto: ¡cuando aún no habían visto ningún milagro, creyeron en una promesa tan grande y renunciaron a todo para seguirle! Es porque creyeron que, con las mismas palabras con las que habían sido cogidos durante la pesca, podrían ellos pescar a otros.
San Cesareo de Arlés, obispo
Sermón: Inclinaos bajo la poderosísima mano de Dios
«Convertíos» (Mt 4,17)Sermón 114, 1. 4: CCL 104, 593-595
Mientras se nos leía el santo evangelio, carísimos hermanos, hemos escuchado: Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos. El Reino de los cielos es Cristo, de quien nos consta ser conocedor de buenos y malos y árbitro de todas las cosas. Por tanto, anticipémonos a Dios en la confesión de nuestro pecado y castiguemos antes del juicio todos los errores del alma. Corre un grave riesgo quien no cuida enmendar por todos los medios el pecado. Sobre todo debemos hacer penitencia, sabiendo como sabemos que habremos de dar cuenta de las causas de nuestra negligencia.
Reconoced, amadísimos, la gran piedad de nuestro Dios para con nosotros al querer que reparemos mediante la satisfacción y antes del juicio, la culpa del pecado cometido; pues si el justo juez no cesa de prevenirnos con sus avisos, es para no tener un día que echar mano de la severidad. No sin motivo, amadísimos, nos exige Dios arroyos de lágrimas, a fin de compensar con la penitencia lo que perdimos por la negligencia. Pues sabe bien nuestro Dios que no siempre el hombre es constante en sus propósitos: frecuentemente peca en el actuar y vacila en el hablar. Por eso le enseñó el camino de la penitencia, a fin de que pueda reconstruir lo destruido y reparar lo arruinado. Así pues, el hombre, seguro del perdón, debe siempre llorar la culpa. Y aun cuando la condición humana esté trabajada por muchas dificultades, que nadie caiga en la desesperación, porque Dios es paciente y gustosamente dispensa a todos los enfermos los tesoros de su misericordia.
Pero es posible que alguien del pueblo se diga: ¿Y por qué he de temer si no he hecho nada malo? Escucha lo que sobre este particular dice el apóstol Juan: Si decimos que no hemos pecado, nos engañamos y no somos sinceros. Que nadie os engañe, amadísimos: el peor de los pecados es no entender los pecados. Porque todo el que reconoce sus delitos puede reconciliarse con Dios mediante la penitencia: y no hay pecador más digno de lástima, que el que cree no tener nada de qué lamentarse. Por lo cual, amadísimos, os exhorto a que, según está escrito, os inclinéis bajo la poderosísima mano de Dios, y puesto que nadie está libre de pecado, nadie se crea exento de la obligación de satisfacer. Pues peca ya por presunción de inocencia el que se tiene por inocente. Puede uno ser menos culpable, pero inocente, nadie: existe ciertamente diferencia entre pecador y pecador, pero nadie está inmune de culpa. Por eso, amadísimos, los que sean reos de culpas más graves, pidan perdón con mayor confianza; y quienes se mantienen limpios de faltas graves, recen para no mancharse, por la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
Benedicto XVI, papa
Ángelus (27-01-2008): Nos trajo la Buena Nueva
«Desde entonces comenzó Jesús a predicar» (Mt 4,17)Domingo III del Tiempo Ordinario (A)
domingo 27 de enero de 2008
En la liturgia de hoy el evangelista san Mateo, que nos acompañará durante todo este año litúrgico, presenta el inicio de la misión pública de Cristo. Consiste esencialmente en el anuncio del reino de Dios y en la curación de los enfermos, para demostrar que este reino ya está cerca, más aún, ya ha venido a nosotros. Jesús comienza a predicar en Galilea, la región en la que creció, un territorio de "periferia" con respecto al centro de la nación judía, que es Judea, y en ella, Jerusalén. Pero el profeta Isaías había anunciado que esa tierra, asignada a las tribus de Zabulón y Neftalí, conocería un futuro glorioso: el pueblo que caminaba en tinieblas vería una gran luz (cf. Is 8, 23-9, 1), la luz de Cristo y de su Evangelio (cf. Mt 4, 12-16).
El término "evangelio", en tiempos de Jesús, lo usaban los emperadores romanos para sus proclamas. Independientemente de su contenido, se definían "buenas nuevas", es decir, anuncios de salvación, porque el emperador era considerado el señor del mundo, y sus edictos, buenos presagios. Por eso, aplicar esta palabra a la predicación de Jesús asumió un sentido fuertemente crítico, como para decir: Dios, no el emperador, es el Señor del mundo, y el verdadero Evangelio es el de Jesucristo.
La "buena nueva" que Jesús proclama se resume en estas palabras: "El reino de Dios —o reino de los cielos— está cerca" (Mt 4, 17; Mc 1, 15). ¿Qué significa esta expresión? Ciertamente, no indica un reino terreno, delimitado en el espacio y en el tiempo; anuncia que Dios es quien reina, que Dios es el Señor, y que su señorío está presente, es actual, se está realizando.
Por tanto, la novedad del mensaje de Cristo es que en él Dios se ha hecho cercano, que ya reina en medio de nosotros, como lo demuestran los milagros y las curaciones que realiza. Dios reina en el mundo mediante su Hijo hecho hombre y con la fuerza del Espíritu Santo, al que se le llama "dedo de Dios" (cf. Lc 11, 20). El Espíritu creador infunde vida donde llega Jesús, y los hombres quedan curados de las enfermedades del cuerpo y del espíritu. El señorío de Dios se manifiesta entonces en la curación integral del hombre. De este modo Jesús quiere revelar el rostro del verdadero Dios, el Dios cercano, lleno de misericordia hacia todo ser humano; el Dios que nos da la vida en abundancia, su misma vida. En consecuencia, el reino de Dios es la vida que triunfa sobre la muerte, la luz de la verdad que disipa las tinieblas de la ignorancia y de la mentira.
Pidamos a María santísima que obtenga siempre para la Iglesia la misma pasión por el reino de Dios que animó la misión de Jesucristo: pasión por Dios, por su señorío de amor y de vida; pasión por el hombre, encontrándolo de verdad con el deseo de darle el tesoro más valioso: el amor de Dios, su Creador y Padre.
Francisco, papa
Ángelus (26-01-2014): La Buena Nueva es para todos
«Dejando Nazaret se estableció en Cafarnaún, junto al mar, en el territorio de Zabulón y Neftalí» (Mt 4,13)Domingo III del Tiempo Ordinario (Año A)
domingo 26 de enero de 2014
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo relata los inicios de la vida pública de Jesús en las ciudades y en los poblados de Galilea. Su misión no parte de Jerusalén, es decir, del centro religioso, centro incluso social y político, sino que parte de una zona periférica, una zona despreciada por los judíos más observantes, con motivo de la presencia en esa región de diversas poblaciones extranjeras; por ello el profeta Isaías la indica como «Galilea de los gentiles» (Is 8, 23).
Es una tierra de frontera, una zona de tránsito donde se encuentran personas diversas por raza, cultura y religión. La Galilea se convierte así en el lugar simbólico para la apertura del Evangelio a todos los pueblos. Desde este punto de vista, Galilea se asemeja al mundo de hoy: presencia simultánea de diversas culturas, necesidad de confrontación y necesidad de encuentro. También nosotros estamos inmersos cada día en una «Galilea de los gentiles», y en este tipo de contexto podemos asustarnos y ceder a la tentación de construir recintos para estar más seguros, más protegidos. Pero Jesús nos enseña que la Buena Noticia, que Él trae, no está reservada a una parte de la humanidad, sino que se ha de comunicar a todos. Es un feliz anuncio destinado a quienes lo esperan, pero también a quienes tal vez ya no esperan nada y no tienen ni siquiera la fuerza de buscar y pedir.
Partiendo de Galilea, Jesús nos enseña que nadie está excluído de la salvación de Dios, es más, que Dios prefiere partir de la periferia, de los últimos, para alcanzar a todos. Nos enseña un método, su método, que expresa el contenido, es decir, la misericordia del Padre. «Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 20).
Jesús comienza su misión no sólo desde un sitio descentrado, sino también con hombres que se catalogarían, así se puede decir, «de bajo perfil». Para elegir a sus primeros discípulos y futuros apóstoles, no se dirige a las escuelas de los escribas y doctores de la Ley, sino a las personas humildes y a las personas sencillas, que se preparan con diligencia para la venida del reino de Dios. Jesús va a llamarles allí donde trabajan, a orillas del lago: son pescadores. Les llama, y ellos le siguen, inmediatamente. Dejan las redes y van con Él: su vida se convertirá en una aventura extraordinaria y fascinante.
Queridos amigos y amigas, el Señor llama también hoy. El Señor pasa por los caminos de nuestra vida cotidiana. Incluso hoy, en este momento, aquí, el Señor pasa por la plaza. Nos llama a ir con Él, a trabajar con Él por el reino de Dios, en las «Galileas» de nuestros tiempos. Cada uno de vosotros piense: el Señor pasa hoy, el Señor me mira, me está mirando. ¿Qué me dice el Señor? Y si alguno de vosotros percibe que el Señor le dice «sígueme» sea valiente, vaya con el Señor. El Señor jamás decepciona. Escuchad en vuestro corazón si el Señor os llama a seguirle. Dejémonos alcanzar por su mirada, por su voz, y sigámosle. «Para que la alegría del Evangelio llegue hasta los confines de la tierra y ninguna periferia se prive de su luz» (ibid., 288).