Mt 3, 1-12: Predicación de Juan el Bautista
/ 8 diciembre, 2013 / San MateoEl Texto
1 Por aquellos días aparece Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea: 2 2
«Convertíos porque ha llegado el Reino de los Cielos.» 3
Este es aquél de quien habla el profeta Isaías cuando dice:
Voz del que clama en el desierto:
Preparad el camino del Señor,
enderezad sus sendas.
4 Tenía Juan su vestido hecho de pelos de camello, con un cinturón de cuero a sus lomos, y su comida eran langostas y miel silvestre. 5 Acudía entonces a él Jerusalén, toda Judea y toda la región del Jordán, 6 y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados.
7 Pero viendo él venir muchos fariseos y saduceos al bautismo, les dijo: «Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira inminente?
8 Dad, pues, fruto digno de conversión, 9 y no creáis que basta con decir en vuestro interior: “Tenemos por padre a Abraham”; porque os digo que puede Dios de estas piedras dar hijos a Abraham. 10 Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego. 11 Yo os bautizo en agua para conversión; pero aquel que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de llevarle las sandalias. El os bautizará en Espíritu Santo y fuego. 12 En su mano tiene el bieldo y va a limpiar su era: recogerá su trigo en el granero, pero la paja la quemará con fuego que no se apaga.»
Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
San Agustín, de consensu evangelistarum, 2,6.12
1-3. Tiempo que determina San Lucas de una manera más precisa refiriéndose a los poderes humanos, cuando escribe: «En el año decimoquinto». Pero debemos entender que Mateo cuando dice: «en aquellos días», quiso expresar un espacio más largo de tiempo, porque después de haber referido el regreso del Salvador de Egipto -hecho que debió tener lugar durante su infancia, para que pueda combinarse con lo que refiere San Lucas de Jesucristo cuando tenía doce años-, añade inmediatamente: «Y en aquellos días», queriendo designar así, no solamente los días de la infancia del Salvador, sino todos los que transcurrieron desde su nacimiento hasta la predicación de San Juan.
El que no se arrepiente de su vida pasada, no puede emprender otra nueva.
Los otros evangelistas omiten estas palabras de San Juan. Sigue el Evangelio: «Este es de quien habló el Profeta Isaías diciendo: Voz del que clama en el desierto: Aparejad el camino del Señor: haced derechas vuestras sendas». Esto se dice de una manera ambigua, y no se sabe si el evangelista dijo esto aludiendo a sí mismo o si continuando las palabras añadió, para que se entienda que San Juan dijo todo esto: «Haced penitencia, porque se acerca el reino de los cielos: Esto es pues, etc». Y no debe extrañar que no diga: «Yo soy», sino «Este es», porque San Mateo dice: «Encontró a un hombre sentado en la oficina de impuestos», y no dijo: «Me encontró». Porque si así fuera, no llamaría la atención, si preguntado qué era lo que decía de sí mismo, como dice San Juan evangelista, respondiera: «Yo soy la voz del que clama en el desierto».
7-10. Dios por cierta semejanza de operaciones, no por las malas inclinaciones, según la Escritura, se llena de ira, pero no se turba por ninguna pasión. Esta expresión suprime toda intención de venganza, no su estado de ánimo (De civitate Dei, 9,5).
11-12. Bautizaba, porque convenía que Jesucristo fuese bautizado. Pero, ¿por qué no fue bautizado sólo Jesucristo por el Bautista, ya que éste había sido enviado para esto? Porque si sólo Jesucristo hubiese sido bautizado por San Juan, no faltarían quienes creyesen que el bautismo de San Juan era más meritorio que el de Jesucristo, ya que sólo Jesucristo era digno de ser bautizado por él (in Ioannem, 5,5 ).
Si se busca qué palabras fueron las que dijo el Bautista, si las que refiere San Mateo, o las que refiere San Lucas, o las que San Marcos, no creo que aquí deba esforzarse el ánimo, cuando se entiende prudentemente que estas sentencias son necesarias para conocer la verdad, cualquiera que sea el concepto bajo el que sean explicadas. Y esto se demuestra cuando no creemos que alguien miente, si recordando varios una cosa que han visto u oído, no la refieren del mismo modo ni con las mismas palabras con que fue indicada. Cualquiera que dice que se concedió a los evangelistas, por la virtud del Espíritu Santo, el que no se diferenciasen en el estilo, en el orden, ni en el Números, no entiende que tanto más se eleva la autoridad de los evangelistas cuando lo que ellos afirman con verdadera seguridad está puesto según el hablar de los hombres. Cuando uno dice: «cuyo calzado no soy digno de desatar», y otro: «desatar la correa de su calzado», se ve desde luego que sólo en las palabras se nota la diferencia. Con razón habría de saberse cuál de estas dos cosas dijo San Juan. Debe considerarse como verdadero lo que narra aquel que puede decir lo que el otro dijo. Sin embargo, aunque haya dicho lo mismo pero en otra forma, no puede afirmarse que haya mentido, porque puede juzgarse que dejando de tener en la memoria las palabras, dijo lo mismo pero en otra forma. Toda falsedad debe considerarse ausente de los evangelistas, no sólo en lo referente a aquel tipo de falsedad que viene a decir algo positivamente falso, sino también en lo referente a aquellas cosas que son fruto del olvido. Por lo tanto, aunque pueda haber diversidad de pareceres, en cuanto a la inteligencia de sus narraciones, debe sin embargo juzgarse rectamente de cada uno. Otro modo de considerar esto, es que San Juan dijo una y otra cosa, ya sea que lo dijera en distinto tiempo, ya fuese que repetía un concepto semejante. El Bautista, cuando habla del calzado del Señor en este texto, nada se proponía que no fuese ensalzar la excelencia de Dios y manifestar su propia humildad. Sea lo que fuere que se dijo, se expresa el mismo pensamiento, ya que se empieza con la misma significación de su humildad, aunque exponiendo en forma diferente el mismo sentido y por ende, no se difiere en la intención.
Es, pues, una regla útil y que debe retenerse en la memoria, que no hay mentira cuando uno explica la intención de aquél de quien habla, aunque use alguna palabra que el otro no dijo, siempre que exprese el mismo sentido de las palabras pronunciadas. Por lo cual decimos que la interpretación sana no debe buscar sino la intención del que habla ( de consensu evangelistarum, 2,12 ).
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 9-14
1-3. Y ¿por qué fue necesario que Juan predicase a Jesucristo y apoyase con sus propias obras la misión del Redentor? En primer lugar, para enseñarnos la dignidad de Cristo, que como su Padre Eterno, también El tiene sus profetas, según aquellas palabras dichas a Juan por Zacarías: «Y tú, niño, serás llamado Profeta del Altísimo» ( Lc 1). En segundo lugar, para que no quede a los judíos ninguna causa de falsa vergüenza, lo cual el mismo evangelista da a entender cuando dice ( Mt 11): «Vino Juan sin comer y sin beber y dijeron: Tiene el demonio. Vino el hijo del hombre, come y bebe, y dijeron: He ahí un hombre glotón». Por otra parte era también necesario que fuese anunciado por otro, y no por el mismo Jesucristo, lo que de El había de decirse, para que los judíos no pudiesen alegar lo que en cierta ocasión expresaban ( Jn 8): «Tú das testimonio de ti mismo; tu testimonio no es verdadero».
De este modo anuncia a los judíos lo que ellos no habían escuchado ni siquiera de boca de los mismos profetas, y sin hablarles de la tierra hace que sus miradas se levanten a las alturas del cielo, alentándolos por la novedad de la predicación, a buscar a Aquél a quien predican.
5-6. Era admirable ver tanta paciencia en un ser humano; y esto es lo que más atraía a los judíos, que veían en él al gran Elías. Hubo también de contribuir a su admiración el que apareciera un profeta después de tanto tiempo. El modo singular de predicar contribuía a ello. No oían de Juan nada de lo que acostumbraban oír a otros profetas, como eran las batallas y las victorias de acá abajo, sobre Babilonia y Persia, sino que hablaba de los cielos, de cuanto conduce a ellos y de los castigos del infierno.
Dice, pues: «Entonces salía a él Jerusalén, y eran bautizados por él en el Jordán».
Dijo esto, no prohibiéndoles que dijesen que descendían de él, sino que se confiasen de esto, no aplicándose a la virtud de su espíritu.
Sacar hombres de las piedras, es lo mismo que hacer que naciera Isaac de Sara. De aquí que el profeta dice: Mirad a la piedra, de la que habéis salido. Recordándoles esta profecía, les demuestra que ahora es posible que pueda hacer una cosa semejante.
Cuando dice todo, excluye al primero, como por excepción. Como si dijese: Aunque fueses descendiente de Abraham, sufrirás la pena si permaneces sin fruto.
11-12. Como no había sido ofrecida aún la hostia, ni se había perdonado el pecado, ni el Espíritu Santo había bajado sobre el agua, ¿cuál debería ser el perdón de los pecados? Pero como los judíos no conocían sus propios pecados y esto era para ellos la causa de todos sus males, vino San Juan invitándolos al conocimiento de sus propios pecados, y recordándoles la necesidad de hacer penitencia.
Cuando oigas que es más fuerte que yo, no juzgues que digo esto por comparación, porque no soy digno ni siquiera de contarme entre sus servidores para tomar la menor parte, aunque fuese la más vil de su ministerio. Por ello añade: «Cuyo calzado yo no soy digno de llevar».
No dice, pues, «os dará el Espíritu Santo», sino «os bautizará en el Espíritu Santo». La misma argumentación metafórica de que se vale hace resaltar la abundancia de la efusión de la gracia. 1Por esto se demuestra también que sólo basta la voluntad, aun en la fe, para justificarse, y que no son necesarios los trabajos y los sudores; y así como es fácil ser bautizados, así por su medio, es fácil mudarse y hacerse mejores. En el fuego demuestra la vehemencia de la gracia, que no puede contrariarse, y para que se conozca que a semejanza de los antiguos y grandes profetas, puede transformar a los suyos. Por ello, pues, hace mención del fuego, porque muchas de las visiones de los profetas se verificaron por medio del fuego.
San Gregorio Magno, homiliae in Evangelia, 7.20
1-3. Se sabe que el Hijo unigénito se llama Verbo del Padre, según aquellas palabras: «En el principio era el Verbo». Según nuestro mismo modo de entender, sabemos que la voz suena para que la palabra se pueda oír. San Juan, al ser precursor de Nuestro Señor, se llama voz, porque por su mediación el Verbo del Padre, esto es la voz del Padre, es oída por los hombres.
San Juan es el que clama en el desierto, porque anuncia el consuelo de su Redentor a la Judea abandonada y perdida.
Todo aquél que predica la recta fe y las buenas obras, prepara, a los corazones de los que lo oyen, el camino para ir al Señor. Ordena las sendas que conducen al Señor, cuando, por medio de la palabra y de la buena predicación, forma los deseos perfectos en el alma.
7-10. Debe conformarse la predicación de los doctos con la clase del auditorio, para que así cada uno tome lo que le conviene y nunca se separen de la edificación de los demás (regula pastoralis,i> 3) .
En estas palabras debe notarse que no sólo aconseja hacer frutos de penitencia, sino frutos dignos de penitencia. Debe saberse, pues, que al que no ha cometido ninguna cosa ilícita, a éste se le concede que use de cosas lícitas. Pero si alguno ha caído en la culpa, tanto debe separar de sí las cosas lícitas cuanto se acuerda de haber cometido las ilícitas. La conciencia de cada uno conoce que, tanto debe buscar las ganancias mayores de las buenas obras por medio de la penitencia, cuanto mayores fueron los daños que ocasionó por las culpas. Pero los judíos, gloriándose de la nobleza de su raza, no querían reconocerse como pecadores, porque descendían de la estirpe de Abraham. Y por ello se les dice con propiedad: «Y no queráis decir dentro de vosotros: tenemos por padre a Abraham» (Homiliae in Evangelia, 20,8).
El hacha es Nuestro Redentor que, constando de naturaleza divina y humana, representa la fuerza motriz, y la fortaleza en la economía de la redención, ya que, si bien aparece con forma humana, procede de la divinidad. Esta es el hacha puesta junto a la raíz del árbol, puesto que, si bien espera por la paciencia, conoce, sin embargo, cuanto ha de hacer. Todo árbol que no da buenos frutos, será cortado y arrojado al fuego ( Mt 7). Porque cualquiera que obra mal encuentra preparado el fuego del infierno por haber despreciado el consejo de hacer buenos frutos de penitencia. Se dice que el hacha no está puesta junto a las ramas sino junto a la raíz. Cuando mueren los hijos de los malos son cortadas las ramas que no dan fruto, pero cuando sucumbe toda una generación con el padre, se corta todo el árbol por la raíz para que ya no puedan nacer los renuevos malos (Homiliae in Evangelia, 20,9).
Luego todo árbol que no dé buen fruto, será cortado y arrojado al fuego, porque siempre tiene preparado el fuego del infierno el que desprecia el hacer aquí buenos frutos (Homiliae in Evangelia, 20,9).
11-12. San Juan no bautiza en espíritu sino en agua, porque no podía perdonar los pecados. Lava los cuerpos por el agua, pero no lava las almas con el perdón.
¿Por qué bautiza quien no puede perdonar pecados? Para que, observando la misión del cargo de precursor, preparase los caminos a Aquel a quien, como había sido su precursor en el nacimiento, lo prefigurase también bautizando también al que después debía bautizar(Homiliae in Evangelia, 7,3).
Porque después de la trilla de la vida presente, en que el trigo está escondido bajo la paja, la última avienta del juicio final separará perfectamente el trigo de la paja de tal modo, que ni las pajas puedan volver a mezclarse en el granero con el trigo, ni el trigo pueda jamás ser quemado en el fuego en que ardan las pajas. Y esto es lo que se sigue: «Y reunirá el trigo en su granero, pero quemará las pajas en un fuego inextinguible» ( Moralia, 34,5 ).
Remigio
1-3. Por estas palabras San Mateo designa, no sólo el tiempo y el lugar de la predicación de Juan, y lo concerniente a su persona, sino también su misión y el celo en cumplirla. Designa el tiempo en términos generales diciendo: «En aquellos días».
El evangelista designa a la persona de quien se trata por estas palabras: «Vino Juan», es decir, se descubrió el que por tan largo tiempo había estado oculto.
El evangelista da a conocer el ministerio de Juan, cuando añade al nombre de éste la palabra Bautista. De este modo prepara los caminos al Señor, porque los hombres hubiesen rechazado su bautismo si no hubieran sido preparados antes por otros. Denota el celo de Juan cuando dice predicando.
El evangelista añade el nombre del lugar: en el desierto de la Judea.
La frase reino de los cielos, tiene cuatro sentidos. Significa a Jesucristo según aquel pasaje de San Lucas: «El reino de Dios está dentro de vosotros» ( Lc 17,21). Significa también a la Santa Escritura, según las palabras de San Mateo: «Os será quitado el reino de los cielos, y será dado a otra gente que dé fruto» ( Mt 21,43). Significa a la Santa Iglesia, según las palabras de San Mateo: «Es semejante el reino de los cielos a diez vírgenes» ( Mt 25). Finalmente significa al trono celestial, según aquellas palabras: «Muchos vendrán de Oriente y de Occidente, y descansarán en el reino de los cielos» ( Mt 8,11). Y todo esto puede entenderse aquí.
En cuanto a la historia, clamaba en el desierto porque estaba separado de las turbas de los judíos.
Qué es lo que clama, lo dice cuando añade: «Preparad los caminos del Señor».
4. Bajo esta forma de vestir y en esta clase de alimento, manifiesta que lamenta los pecados de todo el género humano.
Por medio de Juan, que quiere decir gracia, se significa a Jesucristo, que trajo la gracia al mundo; por su vestido se designa a la Iglesia de los gentiles.
5-6. El bautismo de San Juan prefiguraba a los catecúmenos, porque así como son catequizados los niños para que se hagan dignos del sacramento del bautismo, así bautizaba San Juan, para que bautizados por él, después, viviendo piadosamente, se hiciesen dignos de recibir el bautismo de Cristo. Bautizaba en el Jordán, para que allí se abriese la puerta del reino de los cielos, donde a los hijos de Israel se les dio facilidad de entrar como a tierra de promisión.
Sigue: «Confesando sus pecados».
7-10. Es costumbre de la Escritura poner los nombres en consonancia con las obras, según aquellas palabras de Ezequiel: «Tu padre amorreo» ( Ez 16). Así éstos, a imitación de las víboras, son llamados raza de víboras.
Cuando se dice: «¿Quién os ha enseñado a huir de la ira que viene?». ¿Se sobreentiende otra cosa que a Dios?
Si alguno demuestra, que se puede leer en tiempo futuro[1], éste sería el sentido: ¿Qué doctor, qué predicador podrá aconsejaros para que podáis huir de vuestra eterna condenación?
Se dice que San Juan predicó junto al Jordán, cerca de aquel sitio en donde por mandato de Dios se pusieron doce piedras que se habían sacado del río. Puede suceder que, aludiendo a éstas, dijere que suscitaría hijos de Abraham de aquellas piedras.
11-12. Debe saberse que Cristo ha venido después de San Juan de cinco modos: naciendo, predicando, bautizando, muriendo y bajando a los infiernos. Y con mucha razón se dice que Cristo es más fuerte que el Bautista, porque éste es un simple hombre, mientras que Cristo es Dios y hombre.
Dios limpia esta era, es decir su Iglesia, aun en esta vida, ya sea cuando los malos son sacados de la Iglesia por juicio de los sacerdotes, ya sea cuando son sacados de la vida por medio de la muerte.
Se llama fuego inextinguible a la pena de eterna condenación, ya sea porque nunca dejará de atormentar a los que una vez recibió, sin que estos puedan desaparecer, ya por diferencia con el fuego del purgatorio, que se enciende y se apaga por un tiempo determinado.
Notas
[1] Con lo que el texto diría: «quién os enseñará a huir de la justicia que vendrá sobre vosotros». Con este cambio de tiempo verbal no parecería buscarse una disquisición textual, sino una aplicación para todos los tiempos de lo dicho por Juan a los fariseos.
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum super Matthaeum, hom. 3 y 10
1-3. Cuando el sol nace, envía antes de aparecer sobre el horizonte sus rayos que hermosean el oriente, dando la aurora como precursora del día. Así el Señor, al nacer en el mundo, antes que aparezca con los resplandores de su doctrina, ilumina a Juan y le trasmite la gloria de su espíritu a fin de que, precediéndole, anuncie su venida. Por ello el evangelista, después del nacimiento de Jesucristo y antes de exponer su doctrina, refiere el bautismo de Cristo, que fue acompañado del testimonio de San Juan su precursor, expresándose de esta manera: «Por estos días vino Juan Bautista predicando en el desierto».
El Bautista se presenta desde el primer momento como el embajador de un rey benigno, prometiendo el perdón sin proferir amenazas. Los reyes suelen conceder indulgencia en todo su reino cuando les nace un hijo, pero antes envían pregoneros. Dios en cambio, después del nacimiento de su Hijo, queriendo otorgar el perdón de los pecados, envió primero a Juan como heraldo que exige y dice: «Haced penitencia». ¡Oh tributo admirable, que lejos de empobrecer enriquece! Pues cuando alguien retribuye lo que debe de justicia, no otorga nada a Dios, sino que más bien adquiere para sí la ganancia de su salvación; porque la penitencia purifica el corazón, ilumina nuestros sentidos y prepara nuestras facultades todas para recibir a Jesucristo.
Por esto añade el evangelista: «Y el reino de Dios está cerca».
La voz es un sonido confuso, que no manifiesta ningún secreto del corazón, sino que significa solamente que el que clama quiere decir algo. La palabra, pues, es una locución que manifiesta el misterio del corazón, pero la voz es común a los hombres y a los animales; la palabra es sólo propia de los hombres. Por eso San Juan se llama voz y no palabra, porque por su medio Dios no manifestó sus disposiciones sino tan sólo su intención de hacer algo en beneficio de los hombres. Después manifestó por medio de su Hijo, de una manera clara, el misterio de su voluntad.
Así como preceden a un gran rey que ha de emprender una expedición, los que hacen preparativos, los que quitan las cosas poco decentes, los que componen lo deteriorado, así San Juan precedió a Nuestro Señor, quitando de los corazones, con las mortificaciones de la penitencia, las inmundicias de los pecados, y organizando, en cuanto a los preceptos del espíritu, todas las cosas que habían quedado desordenadas.
4. Después que él manifestó que era la voz del que clama en el desierto, el mismo evangelista añade con prudencia: «El mismo Juan», en lo que se manifiesta cuál era su vida, porque él se pone como testigo de Cristo. Su vida, pues, es de El, porque ninguno puede ser testigo idóneo de otro, si no fuese suyo propio.
A los siervos del Señor no conviene tener el vestido de lujo, ni usarlo para complacencia de la carne, sino sólo para cubrir la desnudez. Tenía, pues, San Juan un vestido no suave ni delicado, sino cilicio fuerte, áspero y que le mortificaba el cuerpo más que le abrigaba, para que así pudiese decirse de la virtud de su alma lo que del vestido de su cuerpo. Sigue: «Y un ceñidor de piel rodeaba su cintura, etc». Era costumbre entre los judíos usar ceñidores de lana, pero éste, como queriendo hacer algo más fuerte, se ceñía con correa de piel.
5-6. Habiendo expuesto la predicación de San Juan, añade oportunamente: «Entonces salía Jerusalén a buscarle, etc». Más resonaba la fama de su vida en el desierto que la atención a su clamor.
Comparándose con la santidad del Bautista, ¿quién puede considerarse justo? Así como un vestido blanco, si se coloca junto a la nieve, aparece sucio y oscuro, así todo hombre comparado con San Juan parece inmundo, y por ello confesaba sus pecados. La confesión de los pecados es el testimonio de la conciencia que teme a Dios. El temor perfecto hace desaparecer toda vergüenza. Se encuentra la deformidad de la confesión allí donde no se da crédito a los rigores del juicio. Y por lo mismo que es una pena grande avergonzarse a sí mismo, nos manda Dios confesar nuestros pecados para que se sufra la vergüenza en vez de la pena, y esto ya se considera como parte del juicio.
7-10. Así como el médico hábil si ve el color del enfermo conoce la clase de enfermedad, así San Juan conoce las malas inclinaciones de los fariseos que venían hacia él. Sin duda pensaron dentro de sí: «Vamos y confesemos nuestros pecados. Ningún trabajo nos cuesta. Somos bautizados y conseguimos el perdón de nuestros pecados». Necios. Acaso cuando se come y se digiere un alimento que perjudica ¿no es necesaria la medicina? Así, es necesario mucho cuidado y mucha vigilancia al hombre después que se ha convertido y bautizado, para que la herida de los pecados se cure perfectamente. Por eso los llama raza de víboras. La condición de la víbora es tal, que cuando muerde al hombre, éste corre en seguida al agua, la que si no encuentra muere. Por lo tanto a éstos llamaba raza de víboras, porque habiendo cometido pecados mortales, corrían al bautismo para que, como las víboras, pudiesen huir de la muerte por medio del agua. Además es propio de las víboras romper las entrañas de sus madres al nacer. Por lo mismo que los judíos al perseguir con pertinacia a los profetas habían dañado a su madre, la sinagoga, eran llamados raza de víboras. Además, las víboras son hermosas y como pintadas por fuera, pero por dentro están llenas de veneno. Así éstos manifestaban el atractivo de la santidad en el rostro.
¿Quién os ha enseñado esto? ¿Acaso Isaías el profeta? No. Si él mismo os hubiese enseñado, no pondríais vuestra esperanza sólo en el agua, sino también en las buenas obras. Aquél dice: «Lavaos, y quedad limpios; separad la inmundicia de vuestras almas; aprended a obrar bien». También tenemos a David que dice: «Me lavarás y quedaré más limpio que la nieve». Pero él mismo dice después: «Un espíritu atribulado es un sacrificio aceptable ante Dios». Por tanto, si fuereis discípulos de David, vendríais al bautismo con el llanto y la aflicción.
¿Qué aprovecha a aquél a quien manchan sus costumbres, una descendencia noble? O ¿qué daño hace una descendencia envilecida a aquél a quien adornan las buenas costumbres? Es mejor para cada uno que se gloríen sus padres en él, que él en sus padres. Así, vosotros no queráis gloriaros diciendo: «Porque tenemos por padre a Abraham». Más bien avergonzaos porque sois sus hijos y no habéis heredado sus virtudes. Parece nacido de adulterio el que no se parece a su padre. Excluye la gloria de los padres diciendo: «Y no queráis decir».
Además, la piedra dura aprovecha para la obra, y cuando ésta se ha hecho con ella, la obra no deja de existir. Así, la gente que ha creído con dificultad, permanece siempre firme en la fe.
El hacha es la ira cortante de la consumación, que habrá de cortar el mundo entero. Pero si ha sido puesta, ¿por qué no corta de antemano? Porque los árboles son racionales, y pueden hacer lo bueno o lo malo. Así, viendo el hacha puesta junto a las raíces, teman el corte, y hagan buenos frutos. Luego el anuncio de la ira, que es la colocación del hacha junto a la raíz, aunque no haga daño alguno, sin embargo, distingue a los buenos de los malos.
11-12. Fue enviado San Juan a bautizar para que predicase la presencia corporal del Hijo de Dios a los que viniesen a bautizarse, como él mismo dice en aquellas palabras: «Para que se sepa en Israel, que yo he venido a bautizar en agua» ( Jn 1,31).
Porque por lo mismo que bautizaba por Cristo, predicaba que habría de manifestarse a los que venían, y anuncia su poder supremo diciéndoles: «El que ha de venir después de mí, es más fuerte que yo».
Por los pies de Cristo debe entenderse a los cristianos, principalmente a los apóstoles y a los demás predicadores, entre los que se encuentra San Juan Bautista. Los calzados son las enfermedades con las cuales, dice, están cubiertos los predicadores. Estos calzados de Cristo son los que llevan los predicadores, y San Juan los llevaba también. Pero dice que no es digno de llevarlos, para manifestar mejor la gracia de Jesucristo que sus méritos.
Porque ninguno puede dar un beneficio más digno que lo que él mismo es, ni hacer una cosa que no sea él mismo, añade con mucha oportunidad: «El os bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego». San Juan, siendo corpóreo, no podía dar un bautismo espiritual y por ello bautiza en agua que es materia. Cristo es espíritu porque es Dios. El Espíritu Santo también es espíritu, el alma también es espíritu y por eso el Espíritu bautiza con Espíritu. El bautismo espiritual aprovecha, porque entrando el espíritu abraza el alma y la rodea como de un muro inexpugnable y no permite que las concupiscencias de la carne puedan vencerla. Sin duda, no hace que la carne no se levante contra el espíritu, pero retiene al espíritu para que no consienta en la tentación. Por lo mismo que Jesucristo es juez bautiza en fuego, esto es, en las tentaciones. En cambio un simple hombre no puede bautizar en fuego, pues tiene potestad para tentar aquel que puede remunerar. Este bautismo de la tribulación (esto es, del fuego), quema la carne para que no engendre las concupiscencias, pues la carne no teme las penas espirituales, sino las carnales. Por ello, el Señor manda sobre sus hijos tribulaciones carnales, para que temiendo sus propias angustias la carne no se complazca en hacer lo malo. Ya vemos que el espíritu rechaza las concupiscencias y no permite que prevalezcan. Por ello el fuego quema hasta sus raíces.
Se desprende que el bautismo de Jesucristo no anula el bautismo de San Juan. Antes al contrario, lo confirma. Quien es bautizado en nombre de Jesucristo recibe ambos bautismos: el de agua y el de espíritu, porque Cristo era espíritu y tomó cuerpo para poder dar el bautismo corporal y el espiritual. El bautismo de San Juan, pues, no incluye en sí el bautismo de Cristo, porque lo menor no puede incluir lo mayor. Por lo tanto, el apóstol, habiendo encontrado algunos de Efeso bautizados con el bautismo de San Juan, los bautizó otra vez en nombre de Jesucristo, porque no estaban bautizados en espíritu. Por la misma razón, Jesucristo bautizó también a los que ya lo habían sido por San Juan, como asegura él mismo diciendo: «Yo os bautizo en agua, pero El os bautiza en espíritu». No se crea por esto que quien así se bautiza lo hace dos veces, sino una. Porque como el bautismo de Cristo es más excelente que el de San Juan, se daba un bautismo nuevo y no un bautismo reiterado, porque el antiguo terminaba en Cristo.
Su era es la Iglesia, su granero el reino de los cielos, el campo es este mundo. Enviando, pues, el Señor a los apóstoles y a los demás maestros como segadores, cortó toda clase de gente del mundo y los reunió en su era, es decir, en su Iglesia. Aquí debemos ser trillados y cernidos. Todos los hombres se complacen en las cosas de la carne, como los granos en la aventadora. Pero el que es fiel y tiene sustancia de buen corazón, en cuanto lo agita la tribulación aunque sea de una manera leve, corre hacia el Señor despreciando las cosas de la tierra. Pero si tiene poca fe, apenas se dirige a Dios aunque la tribulación sea demasiado grande. Y el que es absolutamente infiel y está cerrado a la gracia, nunca se dirige al Señor por mucho que sea atribulado. El trigo, después de trillado, permanece confundido con las pajas en un mismo lugar, pero luego se avienta para que se separe de ellas. Así sucede en la Iglesia: los fieles permanecen junto con los infieles. Se mueve la persecución como si fuese un viento para que, agitados por la aventadora de Cristo, sean separados de lugar, los que ya se han separado por sus acciones. Y observa que no dijo «limpiará su era», sino que «la barrerá muy bien». Es preciso que la Iglesia sea tratada de muchos modos hasta que quede completamente limpia. Primero la aventaron los judíos, después los gentiles, más adelante los herejes, y por último, la aventará el Anticristo. Así como cuando el viento es poco no se limpia bien toda la cantidad de trigo, sino que las pajas pequeñas salen al viento con la aventadora, pero las grandes y duras vuelven a caer mezcladas con el trigo, así sucede ahora, cuando sopla de una manera suave la tentación, los hombres malos vuelven a sus culpas. Pero si se levanta una tempestad mayor, hasta los que parecen más resistentes salen también empujados por ella. Así es que se hace preciso que la tentación sea fuerte para que la Iglesia se limpie por completo.
San Jerónimo, in Isaiam, 40,3
1-3. Puede considerarse también en esto, que la salvación y la gloria de Dios no se predican en la bulliciosa Jerusalén, sino en la soledad de la Iglesia y en el vasto desierto de la multitud de los gentiles.
San Juan Bautista es el primero que anuncia el reino de Dios, porque este honor era debido al precursor de Jesucristo.
4. Tenía el vestido de pelo de camello, no de lana, porque el primero es señal de penitencia austera, mientras que el segundo es señal de molicie.
Es cierto lo que sigue: «Su alimento era la langosta y la miel silvestre». Esto es muy oportuno para el que habita en la soledad, para que no experimente las delicias de la comida, sino las necesidades de la vida humana.
La correa de piel con que se ceñía (como Elías), es la señal de la mortificación.
7-10. En lo que indica el poder de Dios, porque el que había sacado todas las cosas de la nada, podría sacar de las piedras durísimas un pueblo.
Separaré de vosotros el corazón endurecido, y os daré un corazón de carne. En la piedra se significa la dureza, en la carne la blandura.
El hacha es la predicación del Evangelio, según Jeremías, que compara la palabra del Señor con el hacha que corta la piedra.
11-12. En otro Evangelio se dice: «La correa de cuyo calzado no soy digno de soltar» ( Jn 1,27). Aquí se demuestra su humildad, allí su misión. Porque siendo Jesucristo el Esposo y no mereciendo Juan desatar la correa del Esposo, su casa no puede llamarse casa de descalzado, según la ley de Moisés ( Dt 25) y el ejemplo de Rut ( Rut 4).
En espíritu y en fuego, porque el Espíritu Santo es fuego, que descendiendo se posa sobre cada uno de los apóstoles en forma de fuego. Así se cumple la palabra del Señor que dice: «He venido a prender fuego a la tierra» ( Lc 12), porque al presente somos bautizados en espíritu y en adelante lo seremos en el fuego, según aquellas palabras del Apóstol: El fuego probará la calidad de obras de cada uno ( 1Cor 3).
San Hilario, in Matthaeum, 2
1-3. O vino a la Judea desierta del trato de Dios, no de la frecuencia de los hombres, para que el lugar de la predicación sea testigo de aquéllos a quienes estaba confiada esta predicación.
Por ello compara la vuelta a la penitencia con el reino del cielo que se acerca, porque la penitencia es retroceso del error, una huida del mal que hace seguir a la vergüenza del pecado la declaración de un buen propósito. Tal es el sentido que se encierra en estas palabras: «Haced penitencia».
4. Había tenido San Juan el predicador, así como el lugar más propicio, el vestido más oportuno y la comida más adecuada.
Con los despojos de los rebaños inmundos, en que los gentiles se consideran iguales, se viste el predicador de Cristo, y con el hábito del profeta se santifica todo lo que antes había subsistido en ellos inútil o manchado. Y el ceñirse con una correa es un medio propicio para estar dispuestos a cuanto exija el servicio de Cristo. En la comida también se eligen las langostas, que se espantan ante los hombres y vuelan por todos lados cuando alguien se aproxima. Pero nosotros, que por cualquier palabra y convenio éramos llevados a dar los mismos saltos, con una voluntad voluble, haciendo obras inútiles, profiriendo palabras de queja, sin un lugar estable, ahora somos el alimento de los santos, la sociedad de los profetas, los escogidos. Por lo tanto debemos dar con la miel silvestre una comida dulcísima que salga de nosotros y no de las colmenas de la ley, sino de los troncos de los árboles silvestres.
11-12. Dejando a sus apóstoles también la gloria de extender la predicación, puesto que sus pies dichosos habían de anunciar por doquier la paz y la adoración que se debía a Dios.
Designa en el Señor el tiempo de nuestra salvación y de nuestro juicio, diciendo: «Os bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego», porque a los bautizados en el Espíritu Santo les falta ser consumidos por el fuego del juicio. De donde se desprende la expresión: «cuyo aventador tiene en su mano».
Dice el Señor que esconderá el trigo, es decir los frutos perfectos de los que creen en sus graneros celestiales. Y que las pajas, esto es, la inercia de los hombres que no dan fruto, habrá de quemarlas en el fuego de su juicio.
Rábano
1-3. También Jesucristo había de predicar. Es por ello que cuando el tiempo fue oportuno, a saber, cerca de los treinta años, Juan empezando su predicación, preparó el camino al Señor.
El que con verdad se llama la voz del que clama, se llama así por la fuerza de su predicación. El clamor tiene lugar de tres modos: si está lejos aquél a quien se habla, si está sordo, o si, indignado, no quiere oír. Y estas tres circunstancias sucedieron respecto del género humano.
4. Su vestido y su comida pueden expresar su modo de sentir. Usaba vestidos austeros, porque reprendía la vida de los pecadores.
Se contentaba con una comida frugal, formada con unas pequeñas aves y con la miel que encontraba en los troncos de los árboles. En las palabras de Arnulfo, Obispo de las Galias, encontramos que existe un género de langostas menudas en el desierto de Judea, que teniendo unos cuerpos como el dedo menor de la mano, se cogen fácilmente en las yerbas delgadas y cortas y que, cocidas con aceite, proporcionan alimento al pobre. También cuenta, que en el mismo desierto hay árboles que tienen hojas largas y redondas de color de leche y de un sabor agradable, que siendo de una naturaleza frágil, se quiebran con las manos y se comen. Y esto es lo que se llama miel silvestre.
Comía langostas y miel silvestre, porque su predicación sabía bien a la muchedumbre y lograba mejor sus fines. En la miel se representa la dulzura, en la langosta el vuelo pronto, pero corto.
5-6. Bien se decía que los que iban a bautizarse salían a encontrarse con el profeta, porque si alguno no se alejaba de la ligereza y si no renunciaba a las pompas del diablo y a los halagos del mundo, no podía obtener un bautismo de salvación. Y bien se decía que aquellos que en el Jordán eran bautizados bajaban, porque descendían de la soberbia de la vida a la humildad de la verdadera confesión. Ya entonces los que habían de bautizarse daban el ejemplo de confesar los pecados y de prometer una vida mejor.
7-10. Por lo mismo que el pregonero de la verdad quería excitarlos a hacer frutos dignos de penitencia, los invitaba a la humildad, sin la cual ninguno puede arrepentirse, añadiendo: «Os digo en verdad que Dios puede sacar hijos de Abraham de estas piedras».
O, de otro modo, con el nombre de piedras se significa la gente que adoró las piedras.
De las piedras han salido los hijos de Abraham, porque mientras los gentiles creyeron en la descendencia de Abraham, esto es, en Jesucristo, fueron hechos sus hijos, y unidos a su descendencia.
Se sigue. «Ya está puesta el hacha a la raíz del árbol».
Cuatro son las especies de los árboles: una es toda seca, a quien se asemejan los paganos; otra verde, pero sin fruto, a quien se comparan los hipócritas; la tercera verde y dando fruto, pero fruto envenenado, a quien se comparan los herejes; la cuarta también verde y dando buenos frutos, a quien se comparan los católicos verdaderos.
11-12. Bautiza, por lo tanto, para que, distinguiendo a los verdaderos penitentes de los que no lo son, con esta señal pudiesen los primeros hacerse dignos del bautizo de Jesucristo.
Como si San Juan dijese: «Yo soy fuerte para invitaros a la penitencia; pero Aquél lo es perdonando los pecados; yo predicando el reino de los cielos, Aquél dándolo; yo bautizando en agua, Aquél en espíritu».
Por el aventador, esto es la pala, se designa la discreción del justo examen que hace Dios teniendo la pala en su mano, esto es, la potestad, porque el Padre ha concedido al Hijo el supremo juicio de los hombres.
Sigue el evangelista: «Y limpiará su era».
La limpieza absoluta y general de la Iglesia no tendrá lugar hasta el último día, cuando el Hijo del hombre mande a sus ángeles y quite de su reino todos los escándalos.
Pero existe diferencia entre las pajas y la cizaña. Las pajas proceden de la simiente del trigo, pero la cizaña procede de simiente diferente. Las pajas son aquéllos que, alimentados por los sacramentos, no permanecen fuertes. La cizaña son aquéllos que, por sus obras y por su profesión, se separan de la comunión con los buenos.
Beda
1-3. Así también clamó en todos aquellos que desde el principio dijeron algo, divinamente inspirados. Sin embargo solamente éste es voz, porque por su medio se manifiesta presente el Verbo que otros anunciaron a lo lejos.
San Máximo de Turín, hom. in Ioannem Baptistam, nat. 1
1-3. Allí donde su predicación no estuviese expuesta a la murmuración de una multitud insolente o a las sonrisas de un público impío, sino donde únicamente pudieran oírle los que buscaban la palabra de Dios por ella misma.
San Isidoro de Sevilla, etymologiarum sive originum libri, 8,4
7-10. Los fariseos y los saduceos son contrarios entre sí, porque la palabra fariseos traducida del hebreo al latín quiere decir separados, ya que anteponen la tradición y la observancia a la justicia, de donde se llaman separados por el pueblo, como por la justicia.
Los saduceos se interpreta como justos; se atribuyen en nombre lo que no son. Niegan la resurrección de los cuerpos y enseñan que el alma muere al mismo tiempo que el cuerpo. Admiten únicamente los cinco libros de la Ley y rechazan los vaticinios de los profetas.
La glosa
1-3. En sentido figurado, el desierto representa el camino que sigue el penitente lejos de los halagos seductores del mundo.
Dice, pues: «Se acerca el reino de los cielos», porque si no se acercase, ninguno podría ir; los enfermos y los ciegos carecían de camino, que es Cristo.
Es, pues, San Juan como la voz de la palabra que clama. La palabra clama en la voz, es decir, Jesucristo en San Juan.
La fe es el camino por donde la palabra llega al corazón: cuando se mejoran las costumbres, se enderezan las sendas.
5-6. Ofrecía el bautismo, pero no el perdón de los pecados.
7-10. De donde fue necesario que después de la doctrina que San Juan había predicado a las muchedumbres, el evangelista hiciese mención de aquélla, con la que instruyó a los que parecían más aprovechados. Y por ello dice: «Viendo, pues, muchos de los fariseos, etc».
Viendo el Bautista venir a bautizarse a los que se consideraban entre los judíos como los mayores, les dijo: «Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira que está próxima?».
Si queréis, pues, huir, haced frutos dignos de penitencia.
Los primeros rudimentos de la fe consisten en creer que Dios puede hacer cuanto quiera.
11-12. Ya San Juan había explicado en las palabras que anteceden lo que más adelante predicó de una manera sintética sobre hacer penitencia. Le faltaba, pues, explicar lo que ya había dicho de la aproximación del reino de los cielos. Por ello dice: «Yo os bautizo en agua, para que hagáis penitencia».
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
San Agustín, obispo
Sermón: El reino está cerca
Sermón 109, 1; PL 38,636
Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos
Hemos escuchado el evangelio y en el evangelio al Señor descubriendo la ceguera de quienes son capaces de interpretar el aspecto del cielo, pero son incapaces de discernir el tiempo de la fe en un reino de los cielos que está ya llegando. Les decía esto a los judíos, pero sus palabras nos afectan también a nosotros. Y el mismo Jesucristo comenzó así la predicación de su evangelio: Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos. Igualmente, Juan el Bautista, su Precursor, comenzó así: Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos. Y ahora corrige el Señor a los que se niegan a convertirse, próximo ya el Reino de los cielos. El Reino de los cielos —como él mismo dice— no vendrá espectacularmente. Y añade: El Reino de Dios está dentro de vosotros.
Que cada cual reciba con prudencia las admoniciones del preceptor, si no quiere perder la hora de misericordia del Salvador, misericordia que se otorga en la presente coyuntura, en que al género humano se le ofrece el perdón. Precisamente al hombre se le brinda el perdón para que se convierta y no haya a quien condenar. Eso lo ha de decidir Dios cuando llegue el fin del mundo; pero de momento nos hallamos en el tiempo de la fe. Si el fin del mundo encontrará o no aquí a alguno de nosotros, lo ignoro; posiblemente no encuentre a ninguno. Lo cierto es que el tiempo de cada uno de nosotros está cercano, pues somos mortales. Andamos en medio de peligros. Nos asustan más las caídas que si fuésemos de vidrio. ¿Y hay algo más frágil que un vaso de cristal? Y sin embargo se conserva y dura siglos. Y aunque pueda temerse la caída de un vaso de cristal, no hay miedo de que le afecte la vejez o la fiebre.
Somos, por tanto, más frágiles que el cristal porque debido indudablemente a nuestra propia fragilidad, cada día nos acecha el temor de los numerosos y continuos accidentes inherentes a la condición humana; y aunque estos temores no lleguen a materializarse, el tiempo corre: y el hombre que puede evitar un golpe, ¿podrá también evitar la muerte? Y si logra sustraerse a los peligros exteriores, ¿logrará evitar asimismo los que vienen de dentro? Unas veces sonlos virus que se multiplican en el interior del hombre, otras es la enfermedad que súbitamente se abate sobre nosotros; y aun cuando logre verse libre de estas taras, acabará finalmente por llegarle la vejez, sin moratoria posible.
San Juan Crisóstomo
Homilía: Tiempo de buscar el Redentor
Hom. 10 sobre Mateo
[…] se presentó Juan no para otra cosa, sino para llevarlos a reconocer sus pecados. Esto lo manifestaba aun con su modo de vestir, pues era tal como hecho para penitencia y confesión de los pecados.
Lo mismo demostró con su predicación, pues no decía otra cosa, sino: Haced frutos dignos de penitencia. Y así, por no confesar ellos sus pecados, como lo declaró Pablo, se apartaron de Cristo. Confesar los pecados tiene como fruto la búsqueda de un Redentor y el anhelo de la redención. Y Juan apareció para preparar ambas cosas y exhortarlos a que hicieran penitencia. No para que se les castigara, sino para que hechos más humildes con la penitencia, y condenándose a sí mismos, recurrieran a alcanzar el perdón. Advierte pues cuan exactamente lo dice. Porque habiendo dicho: Apareció predicando en el desierto de Judea el bautismo, añadió: en remisión. Como si dijera: la razón que tuvo para exhortarlos a que confesaran sus pecados e hicieran penitencia no fue para que luego se les castigara, sino para que luego con mayor facilidad obtuvieran la remisión. Pues si no se condenaban a sí mismos, no pedirían gracia ni alcanzarían perdón. De manera que este bautismo prepara el camino para eso.
Tales fueron las razones por las que decía: Para que crean en aquel que viene detrás de él, poniendo así un motivo más del bautismo de Juan, aparte de los que ya dijimos. Porque no habría sido lo mismo si recorriera las casas y dijera: Creed en éste, llevando a Cristo de la mano a todos lados, que alzar aquella voz bienaventurada, estando todos presentes y viéndolo y hacer lo demás que hizo. Por eso vino con el bautismo. La buena opinión y fama del que bautizaba y la naturaleza misma de la cosa, atraían a toda la ciudad y la llevaban al Jordán, que se convirtió en un magnífico escenario. Por esto Juan, a quienes se acercaban los corregía y los persuadía a que no pensaran altamente de sí mismos, demostrándoles que eran reos de gravísimos crímenes y que tenían que hacer penitencia; y que arrojaran de lado a sus antepasados y quitaran la jactancia que por ellos habían concebido y recibieran al que ya había llegado.
Entre tanto los acontecimientos en torno de Cristo habían quedado en la sombra y entre muchos parecía haberse extinguido, a causa de la matanza de Belén. Pues aun cuando Cristo, siendo de doce años, salió al público, pero al punto de nuevo volvió a la oscuridad; por lo cual se necesitaban otra vez más brillantes comienzos y más sublimes exordios. Tal es el motivo de que Juan les predique en altas voces, por vez primera, lo que nunca los judíos habían oído de los profetas ni de nadie más, pues les hablaba del cielo, del reino de los cielos y nada en ausoluto de lo terreno.
Y llama aquí reino a la venida de Cristo, tanto la anterior como la final. Preguntarás: pero ¿qué interesaba esto a los judíos, que ni siquiera entendían lo que les decía? Te contestará el mismo Juan: Precisamente les habló así, para que excitada su curiosidad por lo oscuro de las palabras, vengan a investigar quién es ese de quien les hablo; de manera que ya publícanos y soldados preguntan qué hay que hacer y cómo se ha de ordenar la vida. Esto sería ya una señal de que ellos, haciendo a un lado los negocios seculares, alzaban sus ojos a cosas más altas, como entre sueños algo imaginaban de las cosas futuras. Pues todo cuanto veían y oían los levantaba a un más elevado sentido de las cosas.
Considera en este punto lo que sería ver a un hombre que, después de treinta años, sale del desierto, hijo de un príncipe de los sacerdotes, que jamás había tenido escasez de cosa alguna terrenal, y era en todos sentidos venerable y llevaba consigo a Isaías. Porque como quien dice, estaba presente el propio Isaías que les anunciaba y decía: Este es el que os dije que aparecería; gritando y anunciando todo con potente voz en el desierto. Porque tan empeñosos anduvieron los profetas en eso del Mesías, que profetizaron con mucha antelación al Señor suyo y además al que había de ser su ministro, ni sólo al ministro, sino inclusive el sitio en donde estaría y el modo de la predicación con que había de enseñar y el excelente resultado que de su predicación se seguiría.
Considera, pues, cómo ambos, el profeta y el Bautista, confluyen en un mismo sentido, aunque no con las mismas palabras. Porque el profeta predijo que vendría el Precursor con estas expresiones: Abrid camino al Señor en el desierto; allanad en la soledad caminos a vuestro Dios y el Precursor, cuando vino, decía: Haced frutos dignos de penitencia; que significa lo mismo que abrid camino al Señor. ¿Observas cómo por lo que el profeta dijo y por lo que el Precursor predicaba se significa una misma cosa? Es a saber: que él había venido para ir delante del Mesías y prepararle el camino; no para dar él el don de la gracia o sea el perdón de los pecados, sino para preparar las almas de cuantos habrían de recibir al Dios del universo. Lucas añadió algo más, y no se contentó con presentar el comienzo de la profecía sino que la citó íntegra. Pues dice: Todo barranco sea rellenado y todo monte y collado allanado y los caminos tortuosos rectificados y los ásperos igualados. Y toda carne verá la salud de Dios.
¿Observas cómo el profeta ya de antiguo todo lo había declarado?: el concurso del pueblo, el cambio en mejor de la situación y la facilidad y sencillez de su predicación y el motivo de cuanto se iba a verificar, aunque moteado todo de tropos y figuras. Todo era profecía de lo futuro. Pues cuando dice: Todo barranco sea rellenado y todo monte y collado allanado y los caminos tortuosos sean rectificados y los ásperos igualados, predice que los humildes serán exaltados y los soberbios serán humillados y que la dificultad de la Ley se cambiará por la facilidad de la fe. Como si dijera: no más ya trabajos y sudores, sino gracia y perdón de pecados, que prepare un facilísimo camino para la salvación.
Luego añade el motivo de tales cambios y dice: Y toda carne verá la salud de Dios. No serán sólo, como anteriormente, los judíos y los prosélitos, sino toda carne y el mar y la humana naturaleza toda. Al decir tortuosos y ásperos, significó toda clase de vidas dadas a la corrupción, como los publícanos, fornicarios, ladrones y hechiceros. Perversos eran todos ellos anteriormente, pero luego anduvieron por rectos caminos. Como después dijo Cristo: En verdad os digo que los publicanos y las meretrices os preceden en el reino de Dios por haber éstos creído. Que es lo mismo que indicó el profeta: El lobo y el cordero pacerán juntos. Así como antes, al decir montes y valles, predijo que toda la desigualdad de costumbres vendría a reducirse a una igualdad en las virtudes, así ahora, indicando por la varia naturaleza de los brutos la variedad de las humanas costumbres, manifestó que todos se unirían en los mismos sentimientos de piedad. Y añadiendo el motivo, dijo: Se alzará como un estandarte para los pueblos. Y lo buscarán las gentes; o sea lo mismo que cuando dijo: Y toda carne verá la salud de Dios. Indicaba mediante todas estas cosas que el conocimiento y fuerza del evangelio, se difundirían por toda la tierra hasta sus confines; fuerza que cambiaría en mansa y suave la índole del género humano que antes tenía costumbres de fiera y ánimos intratables.
Juan iba vestido de pelo de camello y llevaba un cinturón de cuero a la cintura. Advierte cómo los profetas anunciaron unas cosas y otras las reservaron a los evangelistas. Así Mateo cita la profecía y añade luego de lo suyo; y no pensó ser ajeno a su materia el hablar del vestido de aquel hombre justo. Y a la verdad resultaba admirable y estupendo ver en un cuerpo humano tan grande tolerancia de mortificación. Y esto en especial atraía a los judíos que miraban en Juan a otro Elías el grande; y por lo que en Juan veían recordaban la memoria de aquel otro bienaventurado varón. Y lo admiraban más aún, ya que Elías era alimentado en las ciudades y casas, pero ¡éste otro desde su niñez pasó el tiempo en el desierto! Convenía que el Precursor del que había de acabar con todo lo antiguo, como eran los trabajos, la maldición, el dolor y los sudores, tuviera ya como ciertos símbolos y señales de semejante liberación y se mostrara superior a la antigua condena.
Por esto, ni aró la tierra ni abrió surcos ni comió el pan con el sudor de su rostro, sino que su mesa era facilísima de preparar y más todavía su vestido; y aún más que éste, su habitación. Porque no necesitó techo, ni lecho, ni mesa ni otra cosa semejante; sino que viviendo en la carne, llevó una vida de ángel. Por eso su vestidura estaba tejida de pelo de camello, para enseñarnos con el vestido mismo el apartamiento de las cosas humanas y a no tener nada común con la tierra, sino volver a nuestra primitiva nobleza, en la que Adán vivía cuando no le era preciso usar vestido que lo cubriera. De modo que el vestido de Juan era ya un símbolo que hablaba del reino de los cielos y de la penitencia.
Ni preguntes cómo el que vivía en el desierto podía procurarse el vestido de pelo de camello y el cinturón de cuero. Si tal pregunta formulas, muchas otras podrías hacer, como por ejemplo: cómo podía vivir en soledad en los calores del verano y en los fríos del invierno, sobre todo en su tierna edad y con un cuerpo delicado. ¿Cómo pudo aquella carne infantil soportar tan grandes cambios de atmósfera, comiendo tan extrañamente y afrontando las demás molestias de un vasto desierto? ¿Dónde están ahora los filósofos griegos que en vano siguieron la impúdica secta de los cínicos? Porque ¿qué necesidad había de vivir en un tonel para luego entregarse a toda liviandad? Poseían anillos, copas, siervos, criados y toda la demás pompa, de modo que se lanzaron a extremos.
No era así el Bautista, sino que habitaba en el desierto como si fuera en el cielo y ejercitaba cuidadosamente toda clase de virtudes; y de ahí bajó, a la manera de un ángel, a las ciudades, como atleta de la piedad, coronado por el orbe entero, y como filósofo de la única filosofía digna del cielo. Y todo esto cuando aún el pecado no había sido muerto ni había cesado la Ley, ni había sido derrotada la muerte, ni se habían quebrantado las puertas de bronce, sino estando aún vigente el antiguo género de vida. Pero así es un ánimo varonil y vigilante: a todo se atreve y pasa más allá de las metas prefijadas. Así lo hacía Pablo respecto de las observancias del Nuevo Testamento.
Preguntarás ¿por qué, además del vestido, usaba el ceñidor de cuero? Era costumbre de los antiguos, antes de que entrara la moda de los actuales vestidos, muelles y flotantes. Por eso encontramos también que se ceñían Pedro y Pablo. Y así un profeta dijo a Pablo: El varón cuyo es este ceñidor. Del mismo modo vestía Elías y del mismo todos los santos, ya porque sin cesar trabajaban, ya por andar de camino, ya porque se ocupaban en cualquier obra necesaria. Pero además porque despreciaban todo ornato y cuidaban de llevar una vida austera, cosa que es de grande encomio en la virtud, según dijo Cristo: ¿Qué habéis salido a ver? ¿Un hombre vestido con molicie? Los que visten suntuosamente y viven en regalo están en los palacios de los reyes.
Pues si aquel que en tan grande pureza vivía y brillaba más que los cielos y fue mayor que todos los profetas y nadie le excedió en grandeza y con tan singular entereza procedió, vivía con tan recias austeridades y despreciaba en tal manera la muelle voluptuosidad y llevaba una vida tan dura ¿qué excusa tendremos nosotros tras de tantos beneficios recibidos y cargados con el peso de culpas infinitas, si no hacemos siquiera una mínima parte de la penitencia que hizo el Bautista; sino que nos entregamos al vino y al vientre y a los olorosos ungüentos; y -no mejores que las meretrices del teatro- nos entregamos a todo género de molicie y nos hacemos fácil presa del demonio?
Y venían a él de Jerusalén y de toda Judea y de toda la región del Jordán y eran bautizados por él en el río Jordán y confesaban sus pecados. ¿Observas cuánta fuerza tenía la presencia del profeta? ¿cómo levantó en vilo a todo un pueblo? ¿cómo los hizo que recordaran sus pecados? Cosa era digna de admiración ver que él, que así se presentaba en lo humano, tenía tan gran libertad para hablar y se levantaba contra todos como si fueran unos niños y cómo la gracia resplandecía en su semblante. Ayudaba a la admiración el que se presentara como profeta, cuando hacía tanto tiempo que no los había; pues la gracia de la profecía se había extinguido entre los judíos y volvía ahora, tras de tanto tiempo.
También el modo de la predicación era nuevo y singular. No oían nada de lo que se acostumbraba: es a saber, de guerras futuras, de batallas y victorias terrenas, de hambres y de pestes, de babilonios y persas, de destrucción de la ciudad y cosas parecidas, sino de los cielos, del reino celeste, del castigo de la gehena. Por eso, aunque aquellos rebeldes que con Teudas y Judas se alzaron y fueron al desierto, perecieron, sin embargo las turbas acá no disminuían. No se les convidaba a la misma empresa; es decir, a tomar el mando, a defeccionar de los romanos, a renovar la política, sino para llevarlos al reino celestial. Por esto Juan no los detenía consigo en el desierto, ni andaba rodeado de ellos; sino que, una vez bautizados e instruidos en la virtud, los despachaba, aconsejándoles de todas maneras que despreciaran las cosas todas de la tierra y que buscaran las futuras y que cada día más se enfervorizaran.
Imitemos, pues, también nosotros a Juan; y apartados del exceso en la comida y de la embriaguez, tomemos un modo austero de vida. Ahora es tiempo de confesar los pecados para los catecúmenos y para los ya bautizados: para aquéllos, a fin de que, tras de cumplir su penitencia, se acerquen a los sagrados misterios; para éstos a fin de que limpios de las manchas contraídas después del bautismo, se acerquen a la sagrada mesa con una conciencia pura. Apartémonos de esta forma muelle de vivir y disoluta. Porque no, no pueden coexistir la confesión y las liviandades. Que os enseñe esto Juan con su modo de vestir, su alimento y su habitación.
¿Cómo?, dirás. ¿Nos ordenas llevar tan estricto y apretado género de vida? Yo no os lo ordeno, pero a él os exhorto y os lo persuado. Y si no llegáis a esto, al menos los que tenemos que vivir en la ciudad hagamos penitencia, porque el juicio se aproxima. Pero, aunque estuviera lejano, ni aún así convendría que nos entregáramos a la seguridad, puesto que para cada cual el fin de su vida tiene la misma fuerza que la consumación de los siglos. Pero que en realidad esté ya a las puertas oye a Pablo cómo lo dice: La noche va muy avanzada y ya se acerca el día. Y también: Aún un poco de tiempo y el que llega vendrá y no tardará. Ya se están cumpliendo las señales que anuncian aquel día. Porque dice: Será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, testimonio para todas las naciones, y entonces vendrá el fin.
Atended con diligencia a lo dicho. No dice el Señor cuando todos crean, sino cuando fuere predicado en todo el mundo. Por esto añadió: testimonio para todas las naciones, manifestando con esto que no aguardaría a que todos creyeran y luego vendría. Porque eso de testimonio significa acusación, convencimiento de un reo, condenación de los que no hayan creído. Oímos esto nosotros y seguimos dormitando y nos damos al sueño, y a causa de la embriaguez estamos como sumergidos en una espesísima noche. Puesto que las cosas presentes en nada son mejores que un sueño, ya sean propicias o ya contrarias.
Os ruego, pues, que despertéis ya y volváis los ojos al Sol de justicia. Nadie que esté dormido puede ver el sol, ni deleitar su vista con la belleza de sus rayos; y si algo ve, como en sueños lo ve. Mucho, pues, necesitamos de la confesión, mucho de las lágrimas, así porque conscientemente permanecemos obrando el mal, como porque nuestros pecados son indignos del perdón. Y de que no miento, son testigos muchos de los presentes. Pero aun cuando nuestros pecados sean indignos de perdón, si hacemos penitencia disfrutamos de la corona. Y llamo penitencia no únicamente al abstenernos de los pecados pasados, sino al hacer mayores obras buenas. Porque dice: Haced frutos dignos de penitencia.
¿Cómo los haremos? Si hacemos lo contrario de lo que hacíamos. Por ejemplo: ¿robaste? Ahora da de lo tuyo. ¿Por largo tiempo te has entregado a la fornicación? Abstente de tu misma esposa bastantes días, ejercitando así la continencia. ¿Injuriaste, golpeaste a los transeúntes? Bendice ahora a quienes has injuriado y haz beneficios a los que golpeaste. No basta para la salud con que extraigamos el dardo de la herida, sino que hemos de aplicar los remedios. ¿Anteriormente estabas entregado a los banquetes y a la crápula? Ayuna ahora y bebe sólo agua, procura subsanar el daño que de aquello hubiere resultado. ¿Con ojos impúdicos te fijaste en la mujer ajena? En adelante no te fijes en ninguna mujer, para que estés más seguro. Dice el salmista: Apártate del mal y haz el bien. Y además: Preserva del mal tu lengua y tus labios de palabras mentirosas. Pero ¡habíame también de hacer el bien, oh profeta! Dice ahí mismo: Busca la paz y persíguela.
[…]Sabiendo, pues, todo esto, obremos conforme a la palabra del Eclesiástico: No te impacientes al tiempo del infortunio. Preparémonos para una sola cosa: para soportarlo todo con fortaleza y no cavilemos escrutando sobre lo que acontece. Saber cuándo ha de venir el fin de los sufrimientos, cosa es propia de Dios, que es quien los permite. Llevar con agradecimiento los que nos sobrevienen, esto es lo propio de nuestra virtud. Si lo hacemos, obtendremos todos los bienes. Y para obtenerlos y para ser aquí mejor acrisolados y en la otra vida más resplandecientes, aceptemos todo lo que nos venga, dando gracias por todo al que mejor que nosotros conoce lo que nos conviene, y vence con su amor al que nos tienen nuestros padres.
Recordando estas razones, en cualesquiera sufrimientos reprimamos la tristeza, demos gloria a Dios que todo lo ordena para nuestra utilidad. Y así fácilmente nos libraremos de las asechanzas diabólicas y conseguiremos las coronas inmarcesibles, que ojalá todos alcancemos por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien con el Padre y el Espíritu Santo sea la gloria, el poder y el honor, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
San Cirilo de Jerusalén
Catequesis
Sobre el Bautismo, Catequesis III, 6-9
La figura de Juan el Bautista
6. El bautismo es el fin de la Antigua y el comienzo de la Nueva Alianza. Pues el primer personaje importante fue Juan, el mayor entre los nacidos de mujer (Mt 11,11), que fue el último de los profetas: «Pues todos los profetas, lo mismo que la Ley, hasta Juan profetizaron» (Mt 11,13). Pero él mismo fue el comienzo de las realidades evangélicas. Dice, en efecto, «comienzo del Evangelio de Jesucristo», (Mc 1,1), indicando que es entonces cuando «apareció Juan bautizando en el desierto» (Jn 1,4). Aunque recuerdes a Elías, el Tesbita, el que, tomado al cielo, tampoco él es mayor que Juan. También fue transportado Henoc, y tampoco es mayor que Juan. Moisés es mayor legislador y todos los profetas son admirables, pero no son mayores que Juan. No es mi intención hacer comparaciones entre profetas, pero tanto de aquellos como de nosotros dijo el Señor Jesús: «No ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan» (Mt 11,11), y no se refiere a nacidos de vírgenes, sino de mujeres. Y si la comparación se hace entre consiervos y el siervo mayor, mucho mayor es la superioridad y la gracia del hijo frente a los siervos. ¿Ves a qué gran hombre eligió Dios como dador de esta gracia? Fue alguien que nada poseía y era amante de la soledad, pero no aborrecía el trato con los hombres; comía langostas, pero dejaba volar su alma (Is 40,30-31), saciaba su hambre con miel, mientras hablaba palabras sabias y más dulces que la miel. Iba vestido con pelo de camello, mientras daba en sí mismo ejemplo de vida ascética. Cuando era gestado en el seno de su madre, fue santificado por el Espíritu Santo (Lc 1,15). Del mismo modo fue santificado Jeremias (Jr 1,5), pero no fue profeta ya antes de salir del útero. Solo Juan salto de gozo en el interior del útero (Lc 1,44) y, al no ver con los ojos del cuerpo, reconoció en el Espíritu a su Señor. Puesto que era grande la gracia del bautismo, grande tenía que ser también su autor.
La predicación de Juan
7. Juan bautizaba en el Jordán y toda Jerusalén se acercaba hasta él gozando de las primicias de los bautismos. Es en Jerusalén donde tienen su comienzo todos los bienes. Sabed vosotros, jerosolimitanos, como los que se acercaban se dejaban bautizar por él. «Confesando sus pecados», dice (Mt 3,6). Primeramente mostraban sus heridas, y después él aplicaba la medicina, confiriendo a los que creían el rescate del fuego eterno. Si quieres que se te demuestre que el bautismo de Juan libraba de la amenaza del fuego, óyele a él mismo: «Raza de víboras, ¿quién os ha ensenado a huir de la ira que os amenaza? (Mt 3,7). No seas, pues, víbora. Pero si has sido alguna vez raza de víbora, despójate -está queriendo decir- de tu primitiva condición pecadora. Pues si una serpiente, al sentir la angustia del envejecimiento, cambia su piel y, renovándose, se rejuvenece con un nuevo cuerpo, también tú debes entrar por la puerta estrecha (Mt 7,13-14) mediante el ayuno que te libra de la perdición. Despójate del hombre viejo con sus obras (Col 3,9b) y di aquello del Cantar de los Cantares: «Me he quitado mi túnica, ¿cómo ponérmela de nuevo?». Pero tal vez hay entre vosotros algún simulador al acecho del favor de los hombres, que simule piedad pero no crea de corazón, sino que más bien imita la hipocresía de Simón Mago. Ese no viene hasta aquí para recibir la gracia, sino para husmear qué se le va a dar. Escuche también éste a Juan: «Ya está puesta el hacha a la raíz de los árboles. Todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego» (Mt 3,10). Suprime la simulación, pues el juez es inexorable.
Dar frutos de conversión
8. ¿Qué es, pues, lo que hay que hacer? ¿Cuáles son los frutos de la penitencia? «El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene» (Lc 3,11) (17) y «el que tenga para comer, que haga lo mismo». ¿Deseas disfrutar de la gracia del Espíritu Santo, y no te consideras digno de los que son pobres en alimentos sensibles? ¿Quieres las cosas grandes y no te comunicas en las pequeñas? Aunque hayas sido publicado y te hayas dado a la fornicación, ten esperanza en la salvación. «Los publicanos y las rameras llegan antes que vosotros al Reino de Dios» (Mt 21,31). De ello es testigo también Pablo cuando dice: «Ni los impuros, ni los idolatras, etc…, heredarán el Reino de Dios. Y tales fuisteis algunos de vosotros. Pero habéis sido lavados, habéis sido santificados» (1Co 6,9-11). No dice: «Algunos habéis sido», sino «esto habéis sido». Se puede perdonar el pecado cometido por ignorancia, pero será condenando quien persevere en el mal.
Bautismo «en Espíritu Santo y fuego»
9. Para una mayor alabanza del bautismo tengo que referirme ya al mismo Hijo de Dios, pues de los hombres no puedo ya decir nada. Grande es realmente Juan, pero no si se le compara al Señor. Fuerte es su palabra, pero no en comparación con la palabra del Verbo. ¿Qué es un ilustre portavoz en comparación al rey? Bueno es quien bautiza en agua, pero ¿qué es en comparación con quien bautiza en Espíritu Santo y fuego? (Mt 3,11). En Espíritu Santo y fuego bautizo el Salvador a los Apóstoles cuando «de repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que lleno toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo» (Ac 2,2-4).
Orígenes, presbítero
Homilía: Allanar el camino
Sobre el evangelio de Lucas, n. 22,4
«Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos»
Juan Bautista decía: «Todo valle será rellenado» (Lc 3,5), pero no es Juan quien llenó todo valle; es el Señor nuestro Salvador… «Todo lo torcido se enderezará… Cada uno de nosotros estaba torcido… y es la venida de Cristo que ha llegado hasta nuestra alma la que ha enderezado todo lo que estaba torcido… Nada había más impracticable que vosotros. Mirad bien los deseos tortuosos de otro tiempo, vuestros arrebatos y vuestras inclinaciones malas – y si, no obstante, han desaparecido: comprenderéis que no había nada tan impracticable como vosotros o, según una fórmula más expresiva, nada había más áspero. Áspera era vuestra conducta, vuestras palabras y vuestras obras eran ásperas.
Pero mi Señor Jesús vino y aplanó vuestras rugosidades, cambió todo ese caos en caminos unidos para hacer en vosotros un camino sin tropiezos, sino bien unido y muy limpio para que Dios Padre pueda caminar en vosotros, y Cristo Señor haga en vosotros su morada y pueda decir: «Mi Padre y yo vendremos y haremos morada en él» (Jn 14,23).