Mt 1, 1-17: Genealogía de Jesús (Mt)
/ 15 diciembre, 2014 / San MateoTexto Bíblico
1 Libro del origen de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán. 2 Abrahán engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá y a sus hermanos. 3 Judá engendró, de Tamar, a Fares y a Zará, Fares engendró a Esrón, Esrón engendró a Arán, 4 Arán engendró a Aminadab, Aminadab engendró a Naasón, Naasón engendró a Salmón, 5 Salmón engendró, de Rajab, a Booz; Booz engendró, de Rut, a Obed; Obed engendró a Jesé, 6 Jesé engendró a David, el rey. David, de la mujer de Urías, engendró a Salomón, 7 Salomón engendró a Roboán, Roboán engendró a Abías, Abías engendró a Asaf, 8 Asaf engendró a Josafat, Josafat engendró a Jorán, Jorán engendró a Ozías, 9 Ozías engendró a Joatán, Joatán engendró a Acaz, Acaz engendró a Ezequías, 10 Ezequías engendró a Manasés, Manasés engendró a Amós, Amós engendró a Josías; 11 Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos, cuando el destierro de Babilonia. 12 Después del destierro de Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, Salatiel engendró a Zorobabel, 13 Zorobabel engendró a Abiud, Abiud engendró a Eliaquín, Eliaquín engendró a Azor, 14 Azor engendró a Sadoc, Sadoc engendró a Aquín, Aquín engendró a Eliud, 15 Eliud engendró a Eleazar, Eleazar engendró a Matán, Matán engendró a Jacob; 16 y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo. 17 Así, las generaciones desde Abrahán a David fueron en total catorce; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce; y desde la deportación a Babilonia hasta el Cristo, catorce.
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
San Jerónimo, in commentario in Matthaeum, 1-
1. San Mateo, representado bajo la figura de un hombre (Ver Ez 1,5), empezó a escribir de Jesucristo en cuanto hombre diciendo: «Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham…»
Leemos en Isaías: Su generación, ¿quién la contará? (Is 53,8). No concluyamos de aquí que el evangelista contradice al profeta porque éste dice que es imposible expresar lo que aquél después empieza a narrar, toda vez que allí se habla de la generación de la divinidad y aquí de la encarnación.
El orden de los dos progenitores está invertido pero por necesidad, pues si hubiera puesto primero a Abraham y después a David, hubiera tenido que repetir otra vez el nombre de Abraham para enlazar la serie de las generaciones.
3-6. «Judá engendró, de Tamar, a Fares y a Zara, Fares engendró a Esrom, Esrom engendró a Aram; Aram engendró a Aminadab, Aminadab engendró a Naassón, Naassón engendró a Salmón; Salmón engendró, de Rajab, a Booz, Booz engendró, de Rut, a Obed, Obed engendró a Jesé; Jesé engendró al rey David. David engendró, de la que fue mujer de Urías, a Salomón; Salmón engendró, de Rajab, a Booz, Booz engendró, de Rut, a Obed, Obed engendró a Jesé…» Es de notar en la genealogía del Salvador, que no se nombra a ninguna de las mujeres santas, sino a las reprendidas en la Escritura, a fin de que borrase los pecados de todos, naciendo de pecadores aquél que había venido por los pecadores. De ahí que entre aquellas mujeres se cite a Rut la moabita.
5. «Salmón engendró, de Rajab, a Booz, Booz engendró, de Rut, a Obed, Obed engendró a Jesé…» Rut, la moabita, realiza además el vaticinio de Isaías cuando dice: «Envía, Señor, el Cordero dominador de la tierra, de la piedra del desierto al monte de la hija de Sión» (Is 16) (epistula ad Paulinum).
8. «Asaf engendró a Josafat, Josafat engendró a Joram, Joram engendró a Ozías…» En el segundo libro de los Reyes se lee que Joram engendró a Ocozías. Muerto éste, Yehosebá, hija del rey Joram, hermana de Ocozías, tomó a Joás, hijo de su hermano, y lo libró de la matanza de Atalía. A Joás lo sucedió en el reino su hijo Amasías, después del cual reinó el hijo de éste, Azarías, que es el llamado Ozías, a quien sucedió su hijo Joatam. De esto se ve, según la verdad histórica, que el evangelista pasó por alto tres reyes intermedios, puesto que Joram no engendró a Ozías, sino a Ocozías y a los demás arriba enumerados. Pero como el propósito del evangelista era poner en distintos períodos las tres series de catorce cada una, y Joram se había enlazado con la familia de la impía Jezabel, su memoria desaparece hasta la tercera generación, o sea hasta Ozías, como indigno de figurar en la santa genealogía.
11. «Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos, cuando la deportación a Babilonia.» Debe saberse que el primer Jeconías es el mismo que Joaquín y el segundo es el hijo, no el padre, y que el nombre del primero se escribe con k y m y el segundo con ch y n, escritura que por un error de los copistas y por la distancia de los tiempos confundieron después los escritores griegos y latinos.
16. «y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo.» Juliano Augusto [1] nos objeta la discordancia de los evangelistas sobre este punto, porque San Mateo llama a José hijo de Jacob, y San Lucas hijo de Helí. Ignora, sin duda, que la Escritura suele llamar padre al que lo es por naturaleza y al que lo es según la ley. Dios ordena por Moisés en el Deuteronomio (Dt 25), que si un hermano o pariente muere sin hijos, otro hermano o pariente tome a la viuda del difunto para darle descendencia. Este punto ha sido cumplidamente debatido por el historiador Africano, y Eusebio de Cesarea, en su libro De la discordancia de los Evangelios.
Al oír «esposo», no te ocurra la sospecha de unión marital alguna, recordando la costumbre de la Escritura que a las esposas las llama mujeres casadas y a los esposos maridos.
Pero preguntará el lector diligente: No siendo José padre del Salvador, ¿qué puede interesar la genealogía continuada hasta José? Responderé a este reparo, que no es costumbre de la Escritura insertar la sucesión de las mujeres en las genealogías. Además, José y María fueron de la misma tribu, por lo que según la ley estaba obligado a tomarla como parienta, y ambos son empadronados juntos en Belén, como descendientes que eran de una misma estirpe.
Notas
[1] En su De dissonantia evangelistarum. Juliano es un emperador romano conocido como el Apóstata (331-363 d.C.).
Rábano
1. «Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham.» Con este principio manifiesta que se propuso narrar la generación de Cristo según la carne.
Aunque la generación ocupa una pequeña parte del libro, dijo sin embargo: «Libro de la generación». Es costumbre de los hebreos poner como título de sus libros la palabra con que empiezan, así como el Génesis.
Cuando dice de Jesucristo, expresa su dignidad real y sacerdotal. Pues el soberano Josué [1], que en figura llevó primero este título, fue el primero que obtuvo la jefatura del pueblo de Israel después de Moisés, y Aarón, consagrado por la unción mística, fue el primer sacerdote de la Ley.
3-4. «Judá engendró, de Tamar, a Fares y a Zara, Fares engendró a Esrom, Esrom engendró a Aram; Aram engendró a Aminadab, Aminadab engendró a Naassón, Naassón engendró a Salmón…» Esrom puede significar el atrio, por la abundancia de su gracia y la extensión de su caridad. Es Aram, el elegido: «He aquí mi hijo el escogido» (Is 42) o el excelso: «Excelso es sobre todas las naciones el Señor» (Sal 112). Es Aminadab, el voluntario, que dice: «Voluntariamente me sacrificaré a ti». Es Naasón, el adivino, que conoce lo pasado, lo presente y lo futuro; o el serpentino: «Moisés levantó la serpiente en el desierto» (Jn 3). Es Salmón, el sensible, que dice: «Yo he conocido que ha salido virtud de mí» (Lc 8).
7. «Salomón engendró a Roboam, Roboam engendró a Abiá, Abiá engendró a Asaf…» Roboam significa también pueblo impetuoso, porque ha convertido rápidamente los pueblos a la fe.
9. «Ozías engendró a Joatam, Joatam engendró a Acaz, Acaz engendró a Ezequías…» Acaz es también el que comprende, «porque nadie conoce al Padre sino el Hijo» (Mt 11,27).
10. «Ezequías engendró a Manasés, Manasés engendró a Amón, Amón engendró a Josías…» Josías hace referencia al incienso. El incienso significa la oración, según testimonio del salmista: «Suba derecha mi oración como un perfume en tu presencia» (Sal 140,2). O la salud del Señor, según Isaías: «Mi salud será para siempre» (Is 51,8).
12-16. «Después de la deportación a Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, Salatiel engendró a Zorobabel; Zorobabel engendró a Abiud, Abiud engendró a Eliakim, Eliakim engendró a Azor; Azor engendró a Sadoq, Sadoq engendró a Aquim, Aquim engendró a Eliud; Eliud engendró a Eleazar, Eleazar engendró a Mattán, Mattán engendró a Jacob; y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo.» Pero veamos la significación en sentido moral de estos ascendientes del Señor. Después de Jeconías, preparación del Señor, sigue Salatiel, Dios mi petición, porque el que está preparado no busca sino solo a Dios. Pero entre tanto se hace Zorobabel, es decir maestro de Babilonia, de los hombres terrenales, a los que hace conocer que nuestro padre es Dios -es lo que significa Abiud-, y entonces aquel pueblo se levantará de los vicios, por lo que sigue Eliakim, resurrección. Así se eleva a la buena operación con la ayuda de la gracia, siendo Azor, el ayudado. Se hace después Sadoq, el justo, y entonces resulta fiel por el amor del prójimo, según la significación de Aquim, ése mi hermano, o por el amor de Dios, que se traduce por Eliud, Dios mío. Luego viene Eleazar, Dios mi ayudador, porque reconoce que Dios lo es de él. El fin a que tiende lo manifiesta bien Matán, don o donante, pues espera a Dios como remunerador. Y así como luchó al principio con sus pasiones y las subyugó, así luchará también al fin de su vida y se hará Jacob, y así llegar a José, es decir al cúmulo de las virtudes.
Notas
[1] En hebreo existe un único nombre, Iehoshua, que en castellano puede traducirse tanto por Josué como por Jesús.
San Agustín
1. «Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham.» Todos los errores de los herejes acerca de Jesucristo pueden reducirse a tres clases: los concernientes a su divinidad, a su humanidad, o a ambas a la vez (quaestiones evangeliorum, 5,45).
Cerinto y Ebión dijeron que Jesucristo era un simple hombre. Insistiendo en este error Pablo de Samosata, aseveró que Cristo no ha existido siempre, sino que su principio data sólo desde su nacimiento de María, pues no cree que sea sino un mero hombre. Esta herejía fue renovada después por Fotino (de haeresibus, 8 y 10).
La perversidad de Nestorio consistía en afirmar que el engendrado del seno de la Virgen María fue simplemente un hombre, al que el Verbo de Dios asumió en unidad de persona y unión inseparable, error que no podían sufrir los oídos cristianos (de haeresibus, 19).
Algunos hacen discípulo de Noeto a Sabelio, quien decía que Cristo era el mismo e idéntico Padre y Espíritu Santo (de haeresibus, 41).
Nosotros no creemos así. Confesamos que Cristo ha nacido de la Virgen María, no precisamente porque de otra manera no podría existir en verdadera carne y aparecer a los hombres, sino porque así está consignado en la Escritura. Si a ella no creemos, no podemos ser cristianos ni salvarnos. Y si el cuerpo asumido de una sustancia celestial o líquida lo hubiera querido convertir en verdadera carne humana, ¿quién negaría que lo hubiera podido hacer? (contra Faustum, 20,7).
Los maniqueos dijeron que Nuestro Señor Jesucristo era un fantasma y que no podía nacer de mujer (de haeresibus, 46).
Pero si el cuerpo de Cristo fue un fantasma, nos ha engañado el Señor; y si nos engaña, no es la Verdad. Pero Cristo es la Verdad (Jn 14, 6); entonces no fue fantasma su cuerpo (de diversis quaestionibus octoginta tribus liber, q. 13).
Fausto dice: «Cierto que el Evangelio empezó a ser y a nombrarse desde la predicación de Cristo, que en ningún lugar dice de sí haber nacido de los hombres. Pero la genealogía tan no es el Evangelio, que ni siquiera su escritor se atrevió a llamarla tal. ¿Qué es, pues, lo que escribió? «Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David». No es libro del Evangelio de Jesucristo, sino libro de su generación, sigue Fausto. San Marcos, como no se cuidó de escribir la generación, sino sólo la predicación del Hijo de Dios -que es el Evangelio-, véase cuán adecuadamente comenzó: «Evangelio de Jesucristo, hijo de Dios», para que se vea claramente que la genealogía no es el Evangelio. En el mismo San Mateo (Mt 4) se lee que después de la prisión de Juan empezó Jesucristo a predicar su Evangelio. Entonces cuanto se narra antes de este suceso, es sabido que es genealogía y no Evangelio (contra Faustum, 2,1).
Yo me he atenido a Juan y a Marcos, cuyos principios me han parecido bien y con razón, porque no introducen a David, ni a María, ni a José. Agustín refuta a Fausto de este modo: «¿Qué responderá entonces Fausto al Apóstol cuando dice: «Acuérdate que el Señor Jesucristo del linaje de David, resucitó de los muertos, según mi Evangelio?» (2Tim 2). Pues lo que era Evangelio del apóstol Pablo, lo era también de los demás apóstoles y de todos los fieles encargados de la predicación de tan gran misterio. Y así lo dice en otra parte: «Sea yo o sean ellos (los demás predicadores del Evangelio), así predicamos y así habéis creído» (1Cor 15). Entonces no todos escribieron, pero sí todos lo predicaron (contra Faustum, 3,1).
Los arrianos no quieren admitir que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo sean de una sola y misma sustancia, naturaleza o existencia, sino que dicen que el Hijo es creatura del Padre, y el Espíritu Santo creatura de la creatura, es decir, creado por el mismo Hijo. Y Creen que Cristo tomó carne sin alma (de haeresibus, 49).
Pero San Juan declara que el Hijo no solamente es Dios, sino de la misma sustancia con el Padre; ya que después de haber dicho «y el Verbo era Dios», añade: «Todas las cosas fueron hechas por él»; de donde resulta claro que aquél por quien todas las cosas fueron hechas, no ha sido él mismo hecho. Y si no ha sido hecho, no ha sido creado, y así es de la misma sustancia con el Padre, pues toda sustancia que no es Dios, es creatura (de Trinitate, 1,6).
No comprendo en qué nos haya favorecido la persona del mediador, no redimiendo del todo la parte principal de nosotros, y sí asumiendo sólo la carne que, separada del alma, ni siquiera puede sentir el beneficio de la redención. Pues si Cristo vino a salvar lo que había perecido, como el hombre todo es el que pereció, el hombre todo necesita del beneficio del Salvador. Por tanto Cristo con su venida lo salvó todo asumiendo el cuerpo y el alma (contra Felicianum, 13).
¿Qué responden además a tan claros argumentos de la Escritura evangélica que el Señor tantas veces menciona contra ellos? El de San Mateo: «Triste está mi alma hasta la muerte» (Mt 26); el de San Juan: «Poder tengo para poner mi alma» (Jn 10) y muchos otros semejantes. Y si dijeren que Cristo habló en parábola, tenemos las razones de los evangelistas que al narrar los hechos, así como testifican que tuvo cuerpo, dicen también que tuvo alma, por las afecciones propias sólo del alma. Así, en su narración leemos: «Y se admiró Jesús», «y se enojó» (Mt 8; Mc 6; Lc 7). Y así otros más (de diversis quaestionibus octoginta tribus liber, q. 80).
Los apolinaristas, así como los arrianos, dijeron que Cristo había asumido la carne sola sin alma. Vencidos en este punto por los testimonios evangélicos, se acogieron a la especie de que la inteligencia -que es el alma racional del hombre- faltó en el alma de Cristo, haciendo sus veces en ésta el Verbo mismo (de haeresibus, 55).
Si así fuera, habría que creer que el Verbo de Dios asumió a un animal con figura de cuerpo humano (de diversis quaestionibus octoginta tribus liber, q. 80).
En cuanto a la carne misma, los herejes muestran haberse apartado de la ortodoxia de la fe hasta el extremo de decir que aquella carne y el Verbo son de una sola y misma sustancia, afirmando porfiadamente que el Verbo se había hecho carne en el sentido de que algo del Verbo se había mudado y convertido en carne, pero no que esta carne se hubiese tomado de la carne de María (de haeresibus, 45).
2. «Abraham engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá y a sus hermanos…» El evangelista San Mateo manifiesta haberse propuesto narrar la generación de Jesucristo según la carne y empieza por su genealogía. San Lucas, presentándonos más bien a Cristo como sacerdote en la expiación de los pecados, no relata su generación desde el principio de su Evangelio, sino desde el bautismo de Cristo, donde Juan da testimonio de El, diciendo: «He aquí el que quita los pecados del mundo». Además, en la genealogía de San Mateo se da a conocer que Cristo Nuestro Señor tomó sobre sí nuestros pecados, pero en la genealogía de San Lucas se da a conocer la abolición de nuestros pecados por El. De ahí que San Mateo trace la genealogía descendiendo desde Adán a Cristo, y San Lucas ascendiendo desde Cristo a Adán. Mas al describir San Mateo en orden descendente la generación humana de Cristo, empieza desde Abraham (de consensu evangelistarum, 2,1).
El evangelista San Mateo, queriendo grabar en la memoria la generación del Señor según la carne por la serie de sus ascendientes, empezando por Abraham, dice: «Abraham engendró a Isaac»; y ¿por qué no menciona a Ismael, engendrado primero? Y en seguida: «Isaac engendró a Jacob»; y ¿por qué no dijo a Esaú, que era el primogénito? Porque por la línea de éstos no podía llegar hasta David (de civitate Dei, 15,15).
3. «Judá engendró, de Tamar, a Fares y a Zara, Fares engendró a Esrom, Esrom engendró a Aram…» Ni Judá fue primogénito, ni ninguno de estos dos hijos fue primogénito de Judá, sino que ya había tenido tres hijos antes, pero les da cabida en la serie de las generaciones para llegar por medio de ellos hasta David, y desde David a la meta de su narración (de civitate Dei, 15,15).
7-8. «Salomón engendró a Roboam, Roboam engendró a Abiá, Abiá engendró a Asaf; Asaf engendró a Josafat, Josafat engendró a Joram, Joram engendró a Ozías…» En las generaciones enumeradas por San Mateo está significada la admisión por Cristo de todos nuestros pecados. Y por eso desciende de David por Salomón, con cuya madre pecó aquél. San Lucas asciende hasta David por Natán, de cuyo profeta se sirvió Dios para castigar el pecado de aquél, porque en la genealogía trazada por San Lucas está significada la expiación de los pecados (de consensu evangelistarum, 2,4).
Debió decirse, sin embargo, el nombre del profeta, para que no se creyera que son una misma persona éste y el hijo de David, siendo otra distinta, si bien con el mismo nombre (retractationum libri, 12,26).
16. «y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo.» La palabra hijo cuadra mejor al que solamente lo es por adopción que la de engendrado, puesto que José no había nacido de Helí. Así, cuando San Mateo dijo al empezar la genealogía: «Y Abraham engendró a Isaac», y al terminarla en José: «Jacob engendró a José», expresó claramente que a éste lo había producido su padre según el orden de las generaciones, y que José no había sido adoptado sino engendrado por él. Aunque también San Lucas pudiera haber dicho que José había sido engendrado por Helí, tal expresión no debe confundirnos, porque nadie en absoluto dice del adoptado que ha sido engendrado según la carne, sino por el afecto (de consensu evangelistarum, 2,2).
Con razón San Lucas, exponiendo la generación de Jesucristo -no desde el principio del Evangelio, sino desde el bautismo de éste- y presentándonoslo como el sacerdote en la expiación de nuestros pecados, se encargó de narrar su origen por la adopción legal, porque por la adopción nos convertimos en hijos de Dios, creyendo en el Hijo de Dios. Mas por la generación carnal que San Mateo refiere, el Hijo de Dios se nos muestra más bien como hecho hombre por nosotros. Por lo demás, bastante da a entender San Lucas al llamar a José hijo de Helí por adopción, como llama a Adán hijo de Dios, en el sentido de que por la gracia que después pecando perdió, Dios lo había constituido como hijo en el paraíso (de consensu evangelistarum, 2,4).
Esto es contrario a la afirmación de Valentino, quien dijo que Cristo no había asumido nada de la Virgen, sino que había pasado por ella como por un arroyo o un canal (de haeresibus, 2).
Por qué quiso Dios tomar carne en el vientre de una mujer, queda en sus sublimes designios: tal vez para dignificar de este modo los dos sexos, asumiendo la forma de varón y naciendo de mujer, o por otra causa que no me atrevería a decir (contra Faustum, 26,7).
No era lícito, sin embargo, que José creyese que debía separarse por eso de la compañía de María, porque Ella no dio a luz a Jesucristo por haber cohabitado con él, sino permaneciendo siempre Virgen. Este ejemplo dice con gran elocuencia a los casados, que aun cuando por común consentimiento guarden continencia, puede permanecer el vínculo del matrimonio, no por la mezcla corporal de los sexos, sino por la unión de los corazones, tanto más cuanto que a José y a María pudo nacerles un hijo sin relación carnal (de consensu evangelistarum, 2,1).
Todos los bienes del matrimonio se cumplen en los padres de Cristo: la fe, la prole y el sacramento. La prole es nuestro Señor Jesucristo, la fe porque no ha habido adulterio, y el sacramento porque no ha habido separación (de nuptiis et concupiscentia, 1,11).
La genealogía tuvo que ser continuada hasta José para que en aquel singular matrimonio no quedase rebajada la preeminencia de su sexo, sin perjudicar por eso a la verdad, puesto que tanto José como María eran de la estirpe de David (de nuptiis et concupiscentia, 1,11).
Nosotros, pues, creemos que también María fue de la estirpe de David, porque creemos a las Escrituras, que dicen que Cristo es del linaje de David según la carne (Rom 1,3), así como que María que fue su Madre, no por cohabitación con varón, sino permaneciendo siempre virgen (Mt 1,18; Lc 1,34-35) (contra Faustum, 13,9).
Pero no fue una persona el Hijo de Dios y otra el Hijo del hombre, sino una misma persona, Cristo, Hijo a la vez de Dios y del hombre. Así como en un mismo individuo una cosa es el alma y otra cosa es el cuerpo, en el mediador entre Dios y los hombres una cosa fue el Hijo de Dios y otra el Hijo del hombre. Pero Cristo Señor, que era lo uno y lo otro, fue un solo individuo, con distinción de naturalezas en unidad de personas. Mas objeta el hereje: «No sé cómo enseñáis que ha nacido en el tiempo el mismo que decís coeterno con el Padre, puesto que el nacer es como cierto movimiento de un ser que no existe antes de nacer y al cual el nacer lo trae al acto de existir, de donde se infiere que el que ya existía no ha podido nacer, y si pudo nacer no existía antes». A lo que contesta Agustín: Supongamos -como muchos quieren- que hay en el mundo un alma general que de tal suerte vivifica todos los gérmenes por cierta operación inefable, que queda siempre distinta de las sustancias engendradas. Indudablemente esta alma, cuando haya llegado al útero -para formar la materia pasiva según las funciones que haya después de ejercer-, hace que sea con ella una misma persona aquel ser que sabemos no tiene la misma naturaleza que ella, resultando entonces, por la acción del alma en la materia pasiva, de dos diversas sustancias -el alma y el cuerpo- un solo hombre. En tal sentido decimos que nace del útero la misma alma que al venir al útero decimos que ha dado vida al ser concebido (contra Felicianum, 11 y 12).
17. «Así que el total de las generaciones son: desde Abraham hasta David, catorce generaciones; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce generaciones; desde la deportación a Babilonia hasta Cristo, catorce generaciones.» Entre los progenitores de Cristo se cuenta dos veces a Jeconías, por quien se verificó en cierto modo una conversión a naciones extrañas, al ser llevado cautivo de Jerusalén a Babilonia. Cuando se desvía una línea de la rectitud para alejarse en dirección opuesta como que forma un ángulo, y al formarlo se cuenta dos veces. Y en esto mismo prefiguró Jeconías a Cristo que había de pasar de la circuncisión a la gentilidad y había de ser la piedra angular (de consensu evangelistarum, 2,4).
A pesar de haber distribuido las generaciones entre series de catorce cada una, no dice luego que todas suman cuarenta y dos, porque uno de los progenitores, Jeconías, se cuenta dos veces. Por esto las generaciones no son cuarenta y dos de la suma de tres veces catorce, sino cuarenta y una. San Mateo, que se había propuesto presentarnos a Cristo como Rey, contó, pues, cuarenta hombres en la serie de las generaciones, porque este número significa el tiempo que en este mundo debemos ser gobernados por Cristo con severo régimen, significado en aquella vara de hierro de que nos habla el Salmo: «Los gobernarás con vara de hierro» (Sal 2,9). Y la razón de que tal número signifique esta vida temporal y terrena, es de suyo obvia. Cada año se desliza en el tiempo por cuatro estaciones, y cuatro son también los puntos cardinales en los que termina la superficie del globo: oriente y occidente; norte y sur. El número cuarenta está formado de cuatro veces diez, estando el mismo número diez respecto de aquél en progresión de una a cuatro.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 2-4
1. «Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham.» Llama a este libro el libro de la generación, porque toda la economía de la gracia y la raíz de todos los bienes está en que Dios se ha hecho hombre; una vez verificado esto, lo demás se sigue como consecuencia racional.
No pienses que oyes cosa de poca importancia al oír hablar de esta generación, porque es en gran manera inefable que Dios se haya dignado nacer de una mujer y tener por progenitores a David y a Abraham.
2. «Abraham engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá y a sus hermanos…» También menciona los doce patriarcas para desvanecer el orgullo por la nobleza de los progenitores, pues muchos de éstos nacieron de esclavas, pero todos eran igualmente patriarcas y jefes de tribu.
3. «Judá engendró, de Tamar, a Fares y a Zara, Fares engendró a Esrom, Esrom engendró a Aram…» Después de esto se ve que todos fueron reos de pecado, pues tenemos a Tamar acusando a Judá de fornicario y David engendró a Salomón de una mujer adúltera. Mas si la ley no fue cumplida por los principales, menos lo hubiera sido por los menores. Así, la presencia de Jesucristo se hizo necesaria.
16. «y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo.» Después de consignar todos los antepasados de Cristo terminando por José, dice el evangelista: «Esposo de María», indicando que por María ha puesto en la genealogía también a José.
Dividió tal vez en tres partes las generaciones para demostrarnos que no por cambiar de régimen político se enmendaron los judíos. Antes bien, tanto bajo los jueces, como bajo los reyes, los pontífices y los sacerdotes, persistieron en los mismos pecados. Por eso menciona la cautividad de Babilonia, indicando que ni aun después de ésta se corrigieron. Y no menciona el destierro a Egipto, porque no temían a los egipcios como a los asirios y partos, porque el destierro a Egipto era de fecha más antigua y el de Babilonia era reciente, y porque a Egipto no fueron llevados en castigo por sus pecados como a Babilonia.
Remigio
1. «Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham.» Dice: «Libro de la generación de Jesucristo», porque sabía que antes se había escrito: «Libro de la generación de Adán», y empezó así para contraponer libro a libro, el Nuevo Adán al Adán viejo, ya que fue reparado por el Nuevo todo cuanto el viejo había destruido.
Mas si alguno dijere que el profeta aludió a la generación de la humanidad, no debe responderse a la pregunta del profeta que ninguno, sino que muy pocos, porque realmente han hablado San Mateo y San Lucas.
Todas estas herejías las destruyen los evangelistas. En el principio de su Evangelio, San Mateo, al narrar la generación de Jesucristo, por las generaciones sucesivas de los reyes de los judíos, manifiesta que es verdadero hombre y que tuvo verdadera carne. Lo mismo da a entender San Lucas al describir su estirpe sacerdotal. Igual hace San Marcos cuando dice: «Principio del Evangelio de Jesucristo hijo de Dios». Y también San Juan al empezar: «En el principio era el Verbo», manifiestando que antes de todos los siglos fue Dios en Dios Padre.
2. «Abraham engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá y a sus hermanos…» Jacob significa suplantador, y de Cristo se dice: «Has hecho caer bajo mis plantas a los que se levantaban contra mí».
«Jacob engendró a Judá y a sus hermanos».
3. «Judá engendró, de Tamar, a Fares y a Zara, Fares engendró a Esrom, Esrom engendró a Aram…» El mismo Cristo es Fares, el separador: «Y separará los corderos de los cabritos» (Mt 25). Es también Zara, el oriente, según lo profetizado por Zacarías: «He ahí al hombre, Oriente es su nombre» (Zac 6). Es Esrom, la saeta, según Isaías: «Y púsome como saeta escogida» (Is 49).
5. «Salmón engendró, de Rajab, a Booz, Booz engendró, de Rut, a Obed, Obed engendró a Jesé…» Cristo también es Booz, en el que está la fortaleza: «Si yo fuere alzado de la tierra, todo lo atraeré a mí mismo» (Jn 12). Es Obed, el que sirve: «El hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir» (Mt 20). Es Jesé, incienso: «Fuego vine a poner sobre la tierra» (Lc 12). Es David, el de mano fuerte: «El Señor fuerte y poderoso» (Sal 23), y el deseable profetizado por Ageo: «Vendrá el deseado de todas las naciones» (Ag 2), y el de hermoso aspecto: «Vistoso en hermosura más que los hijos de los hombres» (Sal 44).
6. «Jesé engendró al rey David. David engendró, de la que fue mujer de Urías, a Salomón…» Es de preguntar por qué el santo evangelista llama rey solamente a David. Sin duda para mostrarnos que David fue el primer rey en la tribu de Judá.
Podría preguntarse: ¿por qué el evangelista no citó a Betsabé por su nombre y sí a las demás mujeres? Pero éstas, aunque reprensibles, se hicieron recomendables por alguna virtud, y Betsabé no sólo fue cómplice de adulterio, sino del asesinato de su marido. Por eso no la citó por su propio nombre en la genealogía del Señor.
O también Betsabé significa el séptimo pozo, o el pozo del juramento, en el que está prefigurada la fuente del bautismo, en el que se recibe el Espíritu Santo con sus siete dones y se abjura del diablo. Es también Cristo el Salomón pacífico, según el apóstol: «El es nuestra paz» (Ef 2,14). Es Roboam, extensión del pueblo, según San Mateo: «Vendrán muchos del Oriente y del Occidente» (Mt 8,11).
7-9. «Salomón engendró a Roboam, Roboam engendró a Abiá, Abiá engendró a Asaf; Asaf engendró a Josafat, Josafat engendró a Joram, Joram engendró a Ozías; Ozías engendró a Joatam, Joatam engendró a Acaz, Acaz engendró a Ezequías…» Es también Abiá, el Padre Señor: «Uno es vuestro padre que está en los cielos» (Mt 23,9). Y San Juan: «Vosotros me llamáis Maestro y Señor» (Jn 13,13). Es también Asá, el que levanta, el que alza: «El que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29). Es Josafat, el que juzga: «Todo el juicio ha dado al Hijo» (Jn 5,22). Es Joram, el excelso, el elevado: «Ninguno subió al cielo, sino el que descendió del cielo» (Jn 3,13). Es Ozías, el robusto del Señor: «El Señor es mi fortaleza y mi alabanza» (Sal 117,14). Es Joatam, el consumado, el perfecto según el Apóstol: «Cristo es el fin de la ley» (Rom 10,4). Es Acaz, el que convierte: «Convertíos a mí» (Zac 1,3).
10. «Ezequías engendró a Manasés, Manasés engendró a Amón, Amón engendró a Josías…» Ezequías siginfica, el Señor fuerte, el Señor ha confortado, según el texto de San Juan: «Tened confianza, que yo he vencido al mundo» (Jn 16,33). Es Manasés, el olvidadizo: «No me acordaré más de vuestros pecados» (Ez 18,22). Es Amón, el fiel: «Fiel es el Señor en todas sus palabras» (Sal 144,17). Es Josías, donde está el incienso del Señor: «Puesto en agonía, oraba con mayor vehemencia» (Lc 22,44).
11. «Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos, cuando la deportación a Babilonia.» Es Jeconías, el que prepara o preparación del Señor: «Y si me fuere, yo os aparejaré lugar» (Jn 14,3).
Pero, ¿por qué el evangelista dice que éstos han nacido en el destierro, habiendo nacido antes de verificarse éste? Porque nacieron para ser llevados cautivos de entre todos los de su pueblo por sus propios pecados y los de los otros, y como Dios tenía la presciencia de tal cautividad, el evangelista dice que nacieron en el destierro. Es de notar que los que el santo evangelista pone juntos en la genealogía del Señor se asemejaron por su estimación o por su infamia. Así, Judas y sus hermanos fueron laudables por su estimación. Fares y Zara, Jeconías y sus hermanos, por el contrario, se hicieron notables por su infamia.
12-14. «Después de la deportación a Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, Salatiel engendró a Zorobabel; Zorobabel engendró a Abiud, Abiud engendró a Eliakim, Eliakim engendró a Azor; Azor engendró a Sadoq, Sadoq engendró a Aquim, Aquim engendró a Eliud…» Es también Zorobabel, maestro de confusión: «Vuestro maestro come con los publicanos y pecadores» (Mt 9,11). Es Abiud, ese mi padre: «Yo y el Padre somos una misma cosa» (Jn 10,30). Es Eliakim, Dios que resucita: «Le resucitaré en el último día» (Jn 6,40). Es Azor, el ayudado: «El que me envió conmigo está» (Jn 8,29). Es Sadoq, el justo o justificado: «Fue entregado el justo por los injustos» (1Pe 3,18). Es Aquim, ése mi hermano: «El que hiciese la voluntad de mi Padre, ése es mi hermano» (Mt 12,50). Es Eliud, ése mi Dios: «Señor mío y Dios mío» (Jn 20,28).
16. «y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo.»Jacob significa el suplantador, porque no sólo ha engañado El mismo al diablo, sino que ha dado a sus hijos la habilidad de éste: «Veis que os ha dado el poder de pisar sobre serpientes» (Lc 10,19). Es José, el que añade, el que aumenta: «He venido para que tengan vida, y para que la tengan en más abundancia» (Jn 10,10).
17. «Así que el total de las generaciones son: desde Abraham hasta David, catorce generaciones; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce generaciones; desde la deportación a Babilonia hasta Cristo, catorce generaciones.» Dividió las generaciones en series de catorce cada una, porque el número diez significa el Decálogo, y el número cuatro los cuatro libros del Evangelio, mostrando en esto la conformidad de la ley con el Evangelio. Repitió tres veces el número catorce, para enseñarnos que la perfección de la ley, de la profecía y de la gracia consiste en creer en la Santa Trinidad.
Si alguno quisiera decir que son cuarenta y dos las generaciones porque no hay un solo Jeconías sino dos, le diríamos que también este número concuerda con la Santa Iglesia, pues este número se compone de seis y de siete multiplicados entre sí, y seis veces siete son cuarenta y dos. El seis se refiere a los días de trabajo y el siete al día de descanso.
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum super Matthaeum, hom. 1
1. «Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham.» Escribió el Evangelio para los judíos, para quienes hubiera estado de más exponer la naturaleza de la divinidad que ya conocían, pero les era necesario que se les manifestase el misterio de la encarnación. Juan escribió el Evangelio para los gentiles que no sabían si Dios tenía un Hijo y fue por ello preciso primero enseñarles que hay un Hijo de Dios, que es Dios, y luego que este Hijo de Dios tomó carne.
Mas porque la prudencia impía de los judíos negaba que Jesús fuese de la descendencia de David, por eso el evangelista añade: «Hijo de David, hijo de Abraham». Pero, ¿no basta decir hijo de sólo Abraham o de sólo David? No, porque a ambos fue hecha la promesa de que de ellos había de nacer Cristo: a Abraham en el Génesis: «Y en tu semilla serán bendecidas todas las naciones de la tierra» (Gén 22,18); a David en el Salmo: «Del fruto de tu vientre pondré sobre tu trono» (Sal 131). Por eso lo llamó hijo de ambos, para demostrar que las promesas hechas a ambos se habían cumplido en Cristo, y además porque Cristo había de tener tres dignidades: rey, profeta y sacerdote. Abraham fue profeta y sacerdote; sacerdote, como le dijo Dios en el Génesis: «Toma para mí una vaca de tres años» (Gén 15,9); y profeta, según lo que el Señor dice de él al rey Abimelek en el Génesis: «Es Profeta y rogará por ti» (Gén 20,7). David fue rey y profeta, pero no sacerdote. Cristo fue, pues, llamado hijo de ambos, para que la triple dignidad de ambos se reconociese en él por derecho de nacimiento.
La otra razón es que la dignidad de rey es mayor que la de la naturaleza; y así, aunque Abraham precedía en el tiempo, David precedía en la dignidad.
2. «Abraham engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá y a sus hermanos…» Isaac se traduce risa, pero la risa de los santos no es una necia carcajada, sino un gozo racional del corazón, y aquí está el misterio de Cristo; pues así como aquél fue concedido para alegría de sus padres en la ancianidad, conociéndose que no era hijo de la naturaleza, sino de la gracia, así también Cristo fue en la plenitud de los tiempos dado a luz por una madre judía para gozo universal, éste de una Virgen y aquél de una anciana, ambas interrumpiendo las leyes de la naturaleza.
Y nuestro Jacob engendró doce apóstoles en el espíritu, no en la carne; en la palabra, no en la sangre. Pero Judá significa «el que confiesa», porque era imagen de Cristo que había de confesar a su Padre por estas palabras: «Doy gloria a ti, Padre, Señor del cielo y de la tierra» (Mt 11).
3-4. «Judá engendró, de Tamar, a Fares y a Zara, Fares engendró a Esrom, Esrom engendró a Aram…» Por Zara está significado el pueblo judío, el primero que apareció a la luz de la fe, como saliendo de una tenebrosa abertura del mundo, y por eso fue señalado con el rojo distintivo de la circuncisión, creyendo todos que ese pueblo había de ser más adelante el pueblo de Dios. Pero en su paso fue interpuesta la ley como cerca o muralla, y el pueblo judío quedó imposibilitado por la ley. Pero, por la venida de Jesucristo fue rota la valla de la ley que había entre judíos y gentiles, como dice el Apóstol: «Derribando la pared de división», resultando de aquí que el pueblo gentil, significado por Fares, después que la ley fue reformada por el mandamiento de Cristo, viniese primero a la fe, siguiéndole después el pueblo judío.
Creemos que por algún motivo y según los designios de Dios se han puesto aquí los nombres de estos padres.
Y sigue: «Aram engendró a Aminadab, Aminadab engendró a Naassón, Naassón engendró a Salmón…» Este Salmón, después de la muerte de su padre, entró en la tierra prometida con Josué, como príncipe de la tribu de Judá.
Salmón tomó por mujer a Rajab. De esta Rajab se dice que fue la meretriz de Jericó que recibió en su casa a los espías de los hijos de Israel, los escondió y además los salvó. Y como Salmón era uno de los nobles de Israel, de la tribu de Judá, viendo la fidelidad de Rajab, la tomó por mujer como si hubiese estado constituida en alta posición. El nombre de Salmón, que significa «toma el vaso», parece dar a entender que fue invitado por la providencia divina a hacer de Rajab un vaso de elección.
5. «Salmón engendró, de Rajab, a Booz, Booz engendró, de Rut, a Obed, Obed engendró a Jesé…» He creído superfluo exponer cómo Booz tomó por mujer a una moabita, Rut, sabiendo todos lo que la Escritura dice sobre éstos (en el libro de Rut). Sólo diré que Rut, en premio de su fe, se casó con Booz, porque renegó de los dioses de sus padres y adoró al Dios vivo. Booz, recompensando esta fe, la recibió por mujer para que de tal unión santificada naciese la descendencia real.
Este fuerte es el hijo de Rajab, de la Iglesia, porque Rajab significa extensión, la dilatada, y a la Iglesia han sido llamadas las gentes de todos los confines de la tierra.
Los que prefieren las riquezas a la virtud, la hermosura material a la fe, y desean en la mujer propia lo que suele buscarse en la pública, no engendran hijos obedientes a ellos ni a Dios, sino rebeldes contra Dios y contra sus padres. De suerte tal, que los hijos de éstos se hacen merecedores de la pena de irreligiosidad de los padres. Este Obed engendró a Jesé, el alivio, porque el obediente a Dios y a sus padres engendra con la bendición de Dios hijos que lo alivien.
7. «Salomón engendró a Roboam, Roboam engendró a Abiá, Abiá engendró a Asaf…» Salomón se traduce como el pacífico, porque después de sometidos todos los pueblos inmediatos, que le pagaban tributo, tuvo un reinado pacífico. «Y Salomón engendró a Roboam». Roboam significa de la muchedumbre del pueblo, porque la muchedumbre engendra la sedición, y los pecados cometidos por la multitud casi siempre quedan impunes. Por eso con pocos se conserva mejor la disciplina de un Estado.
8. «Asaf engendró a Josafat, Josafat engendró a Joram, Joram engendró a Ozías…» La insinuación del Espíritu Santo por el profeta de exterminar a todo varón de la familia de Ajab y de Jezabel fue ejecutada por Jehú, hijo de Jananí, a quien fue prometido que sus hijos se sentarían en el solio del reino de Israel hasta la cuarta generación. Y así, cuanta bendición recayó sobre Jehú por haber vengado al Señor en la familia de Ajab, tamaña maldición descendió sobre la casa de Joram por causa de la hija del impío Ajab y Jezabel, siendo omitidos en la serie de los reyes todos sus hijos hasta la cuarta generación. Y el pecado de éste pasó a sus hijos según estaba escrito: «Vengaré los pecados de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación» (Ex 20,5). Ved, pues, cuán peligroso es el matrimonio con raza de impíos.
10-11. «Ezequías engendró a Manasés, Manasés engendró a Amón, Amón engendró a Josías. Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos, cuando la deportación a Babilonia..» Esta serie de reyes no se halla así consignada en el libro de los Reyes, sino en este orden: Josías engendró a Eliakim (llamado después Joaquín), y Joaquín engendró a Jeconías. Pero Joaquín fue borrado del número de los reyes por no haber sido elegido por el pueblo de Dios, sino impuesto por el faraón. Y si fue justo que se borrasen de la genealogía tres reyes por haberse mezclado con la familia de Ajab, ¿no es asimismo justa la eliminación de Joaquín, a quien el Faraón había impuesto al pueblo por la violencia? Y así Jeconías (hijo de Joaquín y nieto de Josías) sustituyó a su padre en el número de los reyes como hijo de Josías.
12. «Después de la deportación a Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, Salatiel engendró a Zorobabel…» Después del destierro pone el evangelista entre los particulares primeramente a Jeconías.
Respecto a Salatiel, no hemos leído nada ni bueno ni malo, sin embargo suponemos que fue un hombre santo, y en el destierro suponemos que constantemente suplicó a Dios en favor del afligido Israel, y que por lo tanto fue llamado Salatiel, que significa la súplica de Dios. «Y Salatiel engendró a Zorobabel», que se traduce por corriente pospuesta, o de la confusión, o aquí, el maestro de Babilonia. He leído, pero no sé si sea cierto, que tanto el linaje sacerdotal como el real estaban unidos en Zorobabel; y que fue por medio de él que los hijos de Israel regresaron a su propio país. Pues en una discusión entre tres personajes defendiendo su propia opinión, uno de los cuales era Zorobabel, prevaleció la de éste, a saber, que la Verdad era más fuerte que todas las cosas; y gracias a esto Darío permitió que los hijos de Israel regresen a su país. Y por ello, después de esta providencia divina, fue justamente llamado Zorobabel, el maestro de Babilonia. Pues, ¿qué doctrina hay más grande que mostrar que la Verdad es la señora de todas las cosas?
17. «Así que el total de las generaciones son: desde Abraham hasta David, catorce generaciones; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce generaciones; desde la deportación a Babilonia hasta Cristo, catorce generaciones.» Enumeradas las generaciones desde Abraham hasta Cristo, el evangelista las divide en tres series de catorce generaciones cada una, porque al terminar cada serie se cambió el estado político de los judíos. Desde Abraham hasta David fueron gobernados por jueces, desde David hasta el destierro de Babilonia por reyes, y desde el destierro de Babilonia hasta Cristo por los pontífices. Quiere darnos a entender con esto que así como después de cada serie se cambió el estado de los judíos, concluidas las catorce generaciones desde el destierro hasta Cristo, es necesario que por Cristo sea cambiado el estado de los hombres, como así sucedió. Después de Cristo las naciones han sido gobernadas por Cristo solo, que es Juez, Rey y Pontífice. Así como los antiguos jueces, reyes y pontífices no eran sino una figura de la dignidad de Cristo, cada una de esas dignidades empezó siempre por un personaje, figura también de Cristo. El primero de los jueces, Josué, hijo de Nave; el primero de los reyes, David; y el primer pontífice, Josué, hijo de Josedec; en los que nadie duda está prefigurado Cristo.
Se cuenta dos veces un mismo Jeconías en el Evangelio, una antes del destierro y otra después. Este Jeconías, a pesar de ser uno, tuvo dos situaciones: fue rey antes del destierro, nombrado por el pueblo de Dios, y un particular después del destierro. Por eso se cuenta entre los reyes antes del destierro, como rey que era; y entre los particulares después del destierro.
San Ambrosio, in Lucam, c. 2-3
1. «Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham.» Por eso también eligió dos autores del linaje de Cristo; uno que había recibido la promesa de la congregación de todos los pueblos, otro que había obtenido que se le comunicara la predicción de que de él nacería Cristo. Y así, aunque sea posterior en el orden de la descendencia, ha sido nombrado primero, porque es más haber recibido la promesa acerca de Cristo que aquélla acerca de la Iglesia, la misma que existe por Cristo, puesto que el que salva es de condición más excelente que lo salvado.
Abraham fue el primero que mereció el testimonio de la fe «porque creyó a Dios y le fue imputado por justicia» (Rom 4,3). Así también debió ser indicado como fundador del linaje de Cristo, porque mereció primero la promesa de la institución de la Iglesia por estas palabras: «Y en ti serán bendecidas todas las naciones de la tierra» (Gén 22,18). Y a David se le concedió a su vez que Jesús fuese llamado hijo suyo, reservándosele esta prerrogativa: que desde él se empezase a contar la generación del Señor.
3-6. «Judá engendró, de Tamar, a Fares y a Zara, Fares engendró a Esrom, Esrom engendró a Aram; Aram engendró a Aminadab, Aminadab engendró a Naassón, Naassón engendró a Salmón; Salmón engendró, de Rajab, a Booz, Booz engendró, de Rut, a Obed, Obed engendró a Jesé; Jesé engendró al rey David. David engendró, de la que fue mujer de Urías, a Salomón; Salmón engendró, de Rajab, a Booz, Booz engendró, de Rut, a Obed, Obed engendró a Jesé…» San Lucas prescindió de estas mujeres para presentar inmaculada la serie de la estirpe sacerdotal. Pero la decisión de San Mateo no es sin razón y justicia, puesto que al anunciar la generación de Cristo según la carne, que tomaba sobre sí los pecados de todos, sujeto a los ultrajes y sometido a los sufrimientos, no creyó que pudiera considerarse ajeno a su santidad el rehusar la afrenta de un origen manchado. Tampoco pensó que su Iglesia debiera avergonzarse por estar formada por pecadores, naciendo El de pecadores. Finalmente, para bosquejar ya en sus antepasados el beneficio de la redención y que nadie creyese que la mancha de origen pueda ser impedimento para la virtud, ni se jactase insolentemente de la nobleza de su persona.
Es de notar que no inútilmente San Mateo nombró a los dos hermanos, Fares y Zara, aunque la genealogía sólo exigiese hacer mención de Fares. En esta mención de ambos hay un misterio. En los dos hermanos gemelos está prefigurada la doble vida de los pueblos: una según la ley, y otra según la fe.
¿Cómo Rut, extranjera, se casó con un judío, y qué razón tuvo el evangelista para creer que debía mencionar en la genealogía de Cristo esta unión prohibida textualmente por la ley? Parece deshonroso que el Salvador procediera de una generación ilegítima, a no ser que acudamos a la sentencia del Apóstol: «Que la ley no fue puesta para el justo, sino para los injustos» (1 Tim 19). Rut, extranjera y moabita, a pesar de la ley de Moisés, que prohibía tales enlaces y que excluía a los moabitas del pueblo de Dios [1], entró a formar parte de ese pueblo porque la santidad y pureza de sus obras la colocaron sobre la ley misma. Pasó por encima de la ley y mereció ser contada entre los ascendientes del Señor, elegida por el parentesco del espíritu, no de la carne. Gran ejemplo tenemos en Rut, pues en ella estamos prefigurados todos nosotros que hemos entrado en la Iglesia del Señor, recogidos de entre los gentiles.
La excelencia del santo David sobre todos está en haberse reconocido hombre y haber procurado lavar con lágrimas de penitencia el pecado de haber robado la mujer de Urías. Con esto muestra que nadie debe confiar en la propia virtud, porque tenemos un gran enemigo, invencible para nosotros sin la ayuda o favor de Dios. Encontrarás muchas veces en personajes ilustres graves pecados como prueba y enseñanza de que como hombres se rindieron a la tentación, para que nunca se creyesen más que hombres por sus cualidades relevantes.
11. «Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos, cuando la deportación a Babilonia.» Los libros de los Reyes indican dos llamados Joaquín, pues en el segundo libro de los Reyes se lee: «Durmió Joaquín con sus padres y reinó por él Joaquín su hijo» (2Re 24,6). Y el Joaquín hijo es al que dio Jeremías el nombre de Jeconías. Con razón no quiso San Mateo discrepar del profeta y nombrar en un mismo tiempo a Joaquín y Jeconías, porque así nos demostró mayor fruto para nosotros de la bondad del Señor, que no buscó en los hombres la nobleza de origen, sino que quiso nacer de cautivos del pecado, como convenía al que venía a predicar la redención de los cautivos. No ha suprimido, pues, el evangelista uno de los dos reyes, sino que ha citado a ambos por el nombre de Jeconías que les era común.
12. «Después de la deportación a Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, Salatiel engendró a Zorobabel…» De Jeconías dice Jeremías: «Escribe que este hombre será estéril, pues no habrá de su linaje varón que se siente sobre el solio de David» (Jer 22,30). Pero si Cristo ha reinado y Cristo es de la raza de Jeconías, ¿cómo dice el profeta que no reinará varón alguno de la descendencia de Jeconías? ¿Entonces ha mentido el profeta? No, por cierto. El profeta no niega la descendencia de Jeconías, y por tanto Cristo es de su posteridad. Pero el haber reinado Cristo no contradice al profeta, porque Cristo no reinó como los reyes del siglo, puesto que él mismo dijo: «Mi reino no es de este mundo» (Jn 18,36).
17. «Así que el total de las generaciones son: desde Abraham hasta David, catorce generaciones; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce generaciones; desde la deportación a Babilonia hasta Cristo, catorce generaciones.» No debe olvidarse que habiendo sido 17 los reyes de Judá, desde David hasta Jeconías, San Mateo puso solamente catorce generaciones. Pero a su vez debe observarse que las sucesiones pueden ser más en número que las generaciones, pues algunos pueden vivir mucho tiempo y tener hijos muy tarde, o no tenerlos nunca; así que no son las mismas las épocas de las generaciones que las de los reyes.
Otro reparo: contándose doce generaciones desde Jeconías hasta José, ¿cómo dice el evangelista después que ha descrito catorce? Si observamos atentamente, encontraremos también aquí las catorce generaciones. Hasta José se cuentan doce, la decimotercera es Cristo, y hubo, como atestigua la historia, dos Jeconías, padre e hijo (2Re 24), no suprimiendo a ninguno de los dos el evangelista, sino contando a ambos, con lo que, añadido Jeconías el menor, se completan las catorce generaciones.
Notas
[1] Los moabitas son un conjunto de tribus emparentadas con los israelitas. Sin embargo el antagonismo entre los dos pueblos que los llevó frecuentemente a la guerra, hizo que se tomaran medidas muy severas sobre los matrimonios. Dice la Escritura: «El ammonita y el moabita no serán admitidos en la asamblea de Yahveh; ni aun en la décima generación serán admitidos en la asamblea de Yahveh» (Dt 23,4). Sin embargo los matrimonios de moabitas e israelitas no eran del todo inexistentes (ver Esd 9,1; Neh 13,23).
Glosa
1. «Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham.» Hubiera sido más claro el sentido diciendo: éste es el libro de la generación, pero es costumbre en muchos sobreentender el demostrativo, como cuando leemos: «Visión de Isaías», es decir: «Esta es la visión de Isaías». Se dice generación en singular, aunque se enumeran sucesivamente muchas generaciones, porque todas ellas se incluyen aquí por causa de la generación de Cristo.
Como según su título este libro trata de Jesucristo, es preciso saber antes qué debemos pensar sobre Cristo, para que así pueda exponerse mejor lo que en él se dice de Cristo.
Otros, por el contrario, han negado la verdadera humanidad de Cristo. Valentino pretendía que Cristo, enviado por el Padre, se había revestido de un cuerpo espiritual o celestial y que no había asumido nada de la Virgen María, habiendo sólo pasado por ella como por un arroyo o canal, pero sin tomar de ella carne alguna.
Y como el principio de este Evangelio según San Lucas manifiestamente prueba que Cristo nació de mujer, con lo que se ve claro su verdadera humanidad, quienes no lo aceptaron niegan los principios de ambos Evangelios.
2. «Abraham engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá y a sus hermanos…» Incluye en la genealogía, junto con Judá, a todos sus hermanos, porque Ismael y Esaú no permanecieron en el culto del verdadero Dios, y los hermanos de Judá formaron parte del pueblo de Dios.
Cita asimismo nominalmente a Judá, porque de éste y no de los otros ha descendido el Salvador.
En sentido moral Abraham significa para nosotros la virtud de la fe por su ejemplo, leyéndose de él: «Abraham creyó a Dios y le fue imputado a justicia». Isaac significa esperanza, porque se traduce risa, pues fue el gozo de sus padres. Pero la esperanza es nuestro gozo, porque nos hace aguardar los bienes eternos y gozarnos en ellos. Luego Abraham engendró a Isaac, porque la fe engendra la esperanza. Jacob significa caridad, y la caridad abraza las dos vidas: la activa por el amor del prójimo y la contemplativa por el amor de Dios. La activa está figurada en Lía, la contemplativa en Raquel. Pues Lía significa «la que trabaja», y la vida activa está en el trabajo; Raquel «principio visto», y por la vida contemplativa vemos nuestro principio, que es Dios. Nace, pues, Jacob de dos padres, porque la caridad nace de la fe y de la esperanza, porque todos amamos lo que creemos y esperamos.
3. Omitiendo a los otros hijos de Jacob, el evangelista prosigue la generación de Judá y dice: «Judá engendró, de Tamar, a Fares y a Zara, Fares engendró a Esrom, Esrom engendró a Aram…»
Judá engendró a Fares y a Zara antes de entrar en Egipto, al que pasaron ambos después con su padre. Y ya en Egipto Fares engendró a Esrom; Esrom engendró a Aram; Aram engendró a Aminadab, y Aminadab engendró a Naasón. Entonces Moisés los sacó de Egipto. Naasón fue el jefe de la tribu de Judá al mando de Moisés por el desierto, en el que engendró a Salmón. Este Salmón fue el príncipe de la tribu de Judá que entró con Josué en la tierra prometida.
5. «Salmón engendró, de Rajab, a Booz, Booz engendró, de Rut, a Obed, Obed engendró a Jesé…» Este Salmón engendró en la tierra prometida a Booz de aquella Rajab.
Jesé, padre de David, tiene dos nombres, y con más frecuencia es llamado Isai. Pero como el profeta no lo llama Isai, sino Jesé, diciendo: «Saldrá una vara de la raíz de Jesé» (Is 11), el evangelista puso Jesé para demostrar que aquella profecía se ha cumplido en María y en Cristo.
El recibió a Rajab, es decir, a la Iglesia formada de gentiles, pues Rajab significa hambre, extensión, ímpetu, porque la Iglesia tiene hambre y sed de justicia, y convierte a los filósofos y a los reyes con la fuerza de su doctrina. Asimismo Rut se traduce como «la que ve, la que se apresura», imagen de la Iglesia que ve a Dios por la pureza de su corazón y se apresura y afana por recibir el premio de su vocación celestial.
Veamos entretanto qué virtudes representan en nosotros estos padres. La fe, la esperanza y la caridad son el fundamento de todas las virtudes, y las demás que les siguen son un aditamento de las primeras. Judá significa confesión, que se da de dos maneras: confesión de la fe y confesión de los pecados. Luego, si después de tener esas tres virtudes se incurre en pecado, es necesario no sólo la confesión de la fe, sino la de los pecados. Después de Judá siguen Fares y Zara. Fares se traduce como separación, Zara como oriente y Tamar como amargura, porque la confesión engendra el apartamiento del pecado y el nacimiento de las virtudes de la amargura de la penitencia. Después de Fares sigue Esrom, la saeta, porque apartados ya de los pecados del siglo, debemos hacernos saetas para matar en los otros el vicio por la corrección y herir sus corazones con el dardo del amor de Dios. Sigue Aram, que se traduce como elegido, excelso, porque cuando el hombre se ha apartado del mundo y ha sido provechoso para los demás, se sigue que se le considere como elegido de Dios, sea celebrado por los hombres y puesto en lugar elevado de virtud. Naasón significa augurio, no por la ciencia del mundo sino por la del cielo. De ésta se gloriaba José cuando mandaba decir a sus hermanos: «Os habéis llevado la copa de mi Señor en la que solía hacer sus augurios». Esta copa es la Escritura divina donde se bebe la sabiduría. En ella augura el sabio, porque ve allí lo futuro, es decir lo celestial. Sigue Salmón, el sensible, porque después que uno estudia en la Escritura divina, se hace sensible, es decir, adquiere el discernimiento y gusto de la razón y no del cuerpo para distinguir lo bueno de lo malo, lo dulce de lo amargo. Sigue Booz, el fuerte, porque el instruido en las Escrituras se hace fuerte para resistir todas las adversidades.
Sigue Obed, servidumbre, pues no es apto para servir el que no es fuerte. Y esta servidumbre es engendrada de Rut, es decir de la presteza, porque el siervo debe estar siempre pronto, nunca perezoso.
Jesé, es decir incienso, puesto que sirviendo a Dios con amoroso temor, habrá en nosotros la devoción que ofrece a Dios suavísimo incienso quemado en el fuego y deseo de nuestro corazón. Pero después que el hombre se ha hecho siervo idóneo y sacrificio agradable a Dios, se sigue que sea de mano fuerte, y que así como David peleó con valentía contra sus enemigos e hizo a los idumeos tributarios, someta él los hombres carnales a Dios con la palabra y el ejemplo.
6. Termina el evangelista la serie de la generación de Cristo en el segundo período, que comprende a los reyes, y empieza por David. «Jesé engendró al rey David. David engendró, de la que fue mujer de Urías, a Salomón…»
Calla el nombre de Betsabé y nombra a Urías para que todos recuerden el crimen gravísimo que cometió contra éste.
En sentido místico, David es Cristo que ha vencido a Goliat, el diablo. Urías, que se traduce como mi luz es Dios, es el diablo que dice: «Semejante seré al Altísimo» (Is 14,14) con quien unida la Iglesia, Cristo empezó a amarla desde el alto solio de la majestad de su Padre y después de embellecerla se desposó con ella. O también Urías es el pueblo judío que se gloriaba de poseer la luz por la ley, pero Cristo le quitó esa ley enseñando más bien que hablaba de sí mismo. Betsabé es el pozo de la hartura, es decir la abundancia de la gracia espiritual.
6-11.En sentido moral después de David sigue Salomón, que se traduce como el pacífico, pues alguien tiene verdadera paz desde el momento en que apacigua sus ilegítimas costumbres y se dispone a la tranquilidad eterna cuando sirve a Dios y convierte a otros a El. Sigue Roboam, es decir extensión del pueblo, porque después que el hombre no tiene en sí pasiones que vencer, debe extender su caridad a los otros y atraerlos consigo, como pueblo de Dios, a la contemplación de lo celestial. Sigue Abiá, el Padre Señor, porque con tales precedentes puede ya confesarse públicamente hijo de Dios, y entonces ser Asá, el que levanta, y de virtud en virtud subir hasta Dios, su Padre. Luego será Josafat, el que juzga, para juzgar a otros y que no lo juzgue nadie. Y así se hace Joram, el excelso, el elevado, como si habitase en la morada celestial, de donde resulta Ozías, el robusto del Señor, como atribuyendo a Dios toda su fuerza y perseverancia en su propósito. Viene luego Joatam, el perfecto, porque cada día adelanta más en la perfección; y de esta manera se hace Acaz, el que comprende, porque con sus buenas obras aumenta su conocimiento según el Salmo: «Anunciaron las obras de Dios y entendieron los hechos de El» (Sal 63, 10). Sigue Ezequías, el Señor fuerte, porque él conoce todo su poder y así, convertido a su amor, se hace Manasés, el olvidadizo, dando al olvido todo lo temporal. De ahí resulta Amón, el fiel, porque el que desprecia lo temporal, a nadie defrauda en lo suyo. Por último se hace Josías, la salvación del Señor, porque la espera con toda seguridad.
9. «Ozías engendró a Joatam, Joatam engendró a Acaz, Acaz engendró a Ezequías…» A Ezequías, encontrándose sin hijos, se le dijo: «Dispón de tu casa, porque morirás» (Is 38). Y lloró no porque deseara mayor longevidad, pues sabía que Salomón agradó al Señor por no haber pedido más años de vida, sino porque temía que la promesa de Dios no se cumpliera pues era del linaje de David, por el que había de venir el Cristo, y se encontraba sin hijos.
12. «Después de la deportación a Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, Salatiel engendró a Zorobabel…» Esto parece contradecir a la genealogía que se lee en el libro de las Crónicas, según la cual Jeconías engendró a Salatiel y a Fadaia, y Fadaia a Zorobabel, y Zorobabel a Mesullam, Ananías y Salomit, hermana de éstos. Pero conocemos de muchas alteraciones en las Crónicas por error de los copistas. De ahí las muchas e interminables cuestiones que ocurren sobre genealogías y que el apóstol nos manda evitar. También puede decirse que Salatiel y Fadaia son una misma persona con dos nombres, o que eran hermanos y tuvieron hijos de un mismo nombre, y que el historiador siguió la genealogía de Zorobabel, hijo de Fadaia, y no la de Zorobabel, hijo de Salatiel. Desde Abiud hasta José no encontramos genealogía en las Crónicas, pero sí leemos haber otros muchos anales entre los hebreos que se llamaban Palabras de los días y que Herodes, rey idumeo, mandó quemar para que la genealogía de los reyes se confundiese. Tal vez José había leído allí los nombres de sus padres, o los había retenido de cualquier modo en la memoria por lo que el evangelista podía saber la serie de esta generación. Como quiera que sea, es de notar que el primer Jeconías se traduce como resurrección del Señor, y el segundo como preparación del Señor. Ambos caracteres convienen a Cristo, que dice: «Yo soy la resurrección y la vida» (Jn 11,25), y también: «Voy a prepararos el lugar» (Jn 14,2). Le conviene asimismo el de Salatiel, Dios mi perfección: «Padre Santo, guarda a aquellos que me diste» (Jn 17,11).
15. «Eliud engendró a Eleazar, Eleazar engendró a Mattán, Mattán engendró a Jacob…» Eleazar quiere decir, Dios mío ayudador: «Mi Dios, mi ayudador» (Sal 17,3). Es Matán, el que enriquece o el enriquecido: «Dio dones a los hombres» (Ef 4,8) y también: «De tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito» (Jn 3,16).
16. «y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo.» Después de todas las generaciones, el evangelista pone la generación de José, por virtud de la cual se insertan todas las otras, diciendo: «Y Jacob engendró a José».
17. «Así que el total de las generaciones son: desde Abraham hasta David, catorce generaciones; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce generaciones; desde la deportación a Babilonia hasta Cristo, catorce generaciones.» Puede decirse que en la serie de las generaciones se omitieron tres reyes, como antes hemos dicho.
Puede también decirse que en este número está significada la gracia septiforme del Espíritu Santo, y que el duplicarlo significa que esta gracia es necesaria para la salud del cuerpo y para la del alma. Así, pues, la genealogía de Cristo se divide en tres series de catorce cada una: la primera desde Abraham hasta David inclusive; la segunda desde David hasta el destierro de Babilonia, no incluyendo en ella a David y sí el destierro; y la tercera desde el destierro hasta Cristo, en la que si admitimos que Jeconías está contado otra vez, hay que incluir el destierro. En la primera serie de catorce están significados los hombres antes de la Ley, y comprende todos los progenitores de Cristo que vivieron bajo la ley natural: Abraham, Isaac, Jacob, y los demás hasta Salomón. En la segunda los hombres bajo la Ley, pues todos los reyes que en ella se mencionan estuvieron bajo la ley. Y en la tercera los hombres de la gracia, que termina en Cristo, dador de toda gracia, y en la que se verificó la liberación de la cautividad en Babilonia, figura de la liberación de la cautividad del pecado obrada por Cristo.
Puede también decirse que el número diez se refiere al Decálogo, y el cuatro a la vida presente que se desliza en cuatro estaciones. O puede significarse por el número diez el Antiguo Testamento y por el cuatro el Nuevo.
San Atanasio, contra haeret
1. «Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham.» El apóstol San Juan, anticipando desde mucho antes, con la luz del Espíritu Santo, la locura de este hombre, lo despierta del profundo sueño de su ignorancia con el poderoso acento de su voz diciéndole: «En el principio era el Verbo» (cap. 1). Luego el que en el principio era con Dios no ha tenido necesidad en lo último de los tiempos de recibir el principio de su origen del ser humano. Además dice: «Padre, glorifícame con aquella gloria que tuve en ti antes que fuese el mundo» (cap. 17). Aprenda aquí Fotino que éste poseyó la gloria antes del principio de los tiempos.
Yo refrenaré la audacia y el furor insensato de este hombre con la autoridad de los testimonios celestiales aduciendo, para demostrarle la persona de la sustancia propia del Hijo, no los que él cavilosamente pretende que convienen a la humanidad asumida, sino los que sin escrúpulo del entendimiento más perplejo confiesan todos unánimes que competen a su divinidad. Leemos en el Génesis que dijo Dios: «Hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra» (Gén 1). Ved que habla en plural: «Hagamos», indicando sin duda a otro a quien dirige la palabra. Pues si fuese uno solo, el texto diría: «que lo hizo a su imagen». Pero, habiendo otro, claramente se muestra que también fue hecho a imagen de éste.
San Cirilo de Alejandría, ep. 1, ad Monachos Aegypti
1. «Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham.» En su carta a los Filipenses dice el Apóstol del Unigénito de Dios, que siendo en forma de Dios, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios (Flp 2). ¿Quién es, pues, el que es en forma de Dios? ¿Cómo se ha anonadado y humillado en forma de hombre? Podrán tal vez decirnos los citados herejes, partiendo a Cristo en dos -en hombre y en Verbo-, que el hombre es el que sufrió el anonadamiento, separando de él al Verbo de Dios. Pero tendrán que demostrarnos antes que el hombre se entiende y fue en la forma y en la igualdad de su Padre, para verificarse en él el modo de anonadarse. Mas ninguna creatura -entendida según su propia naturaleza- es igual al Padre. ¿Cómo, pues, se dice que se anonadó? ¿De qué altura descendió para ser hombre? ¿Cómo se entiende que tomara la forma de siervo si desde el principio no la tuviera? Pero dicen: «El Verbo, existiendo igual al Padre, habitó en el hombre nacido de mujer, y éste es el anonadamiento». Ciertamente, yo oigo al Hijo decir a los santos apóstoles: «Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él» (Jn 17). ¿Oyes cómo dice que en los que lo aman cohabitarán El y su Padre? ¿Y crees que nosotros decimos que se anonada y humilla, y toma la forma de siervo porque hace morada en las almas santas de los que lo aman? Pues, ¿y el Espíritu Santo que habita en nosotros? ¿Hemos también de creer que realiza el misterio de humanarse?
San León Magno
1. «Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham.» Nosotros no decimos que Cristo es hombre pero que le faltó algo perteneciente a la naturaleza humana: o el alma, o la inteligencia racional, o la carne, no tomada de mujer sino hecha del Verbo convertido y mudado en carne. Estos son tres errores de los herejes apolinaristas que han presentado después tres distintas fases (ad Constantinopolitanos, ep. 59).
Eutiques se fijó en el tercer error de los apolinaristas y, después de haber negado la realidad de la carne humana y del alma de Nuestro Señor Jesucristo, sostenía que en Cristo no había más que una sola naturaleza, como si la divinidad misma del Verbo se hubiera convertido en carne y alma, y el ser concebido, nacer y nutrirse y demás actos de la vida fuesen sólo propiedades de la esencia divina que nada de esto podía recibir en sí sin la realidad de la carne, puesto que la naturaleza del Unigénito es la naturaleza del Padre, es la naturaleza del Espíritu Santo, impasible a la vez y eterna. Pero si bien este hereje se aparta de la perversa doctrina de Apolinar, para no verse obligado a admitir que la divinidad siente como cualquier ser pasible y mortal, se atreve en cambio a decidir la unidad de naturaleza del Verbo encarnado -es decir, del Verbo y de la carne-, con lo cual indudablemente incurre en la locura de los maniqueos y de Marción, y cree que todos los actos de Nuestro Señor Jesucristo no eran sino simulados y que su mismo cuerpo, con el que se manifestó a los hombres, no era cuerpo humano real, sino sólo apariencia de cuerpo (ad Palaestinos, ep. 124).
Atreviéndose Eutiques a sostener en la asamblea de los obispos que antes de la encarnación hubo en Cristo dos naturalezas, pero después de la encarnación una sola, hubo necesidad de instarle con escudriñadora solicitud a que diese razón de su fe. Yo pienso que al expresarse así tenía la persuasión de que el alma asumida por el Salvador antes de nacer de la Virgen María, había hecho mansión en los cielos.
Pero semejante lenguaje no lo pueden tolerar las conciencias ni los oídos católicos, porque el Señor, al descender de los cielos, nada trajo consigo de nuestra condición, ni asumió alma que hubiera existido antes, ni carne que no fuese del cuerpo de su Madre. Así que lo condenado antes con mucha razón en Orígenes al afirmar que eran muy diversas las vidas y acciones de las almas antes de unirse a los cuerpos, forzosamente tenía que ser condenado en Eutiques (ad Iulianum, ep. 35).
Ambrosiaster, quaestiones Novi et Veteri Testamenti
1. «Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham.» Lo que por el don sagrado concedía Dios a los que eran ungidos para ser reyes y sacerdotes, lo ha realizado el Espíritu Santo en el Hombre Cristo añadiendo una purificación, pues el Espíritu Santo purificó lo que de la Virgen María se formara para ser cuerpo del Salvador. Esta es la unción del cuerpo del Salvador, por esto se ha llamado Cristo (q. 45).
8. «Asaf engendró a Josafat, Josafat engendró a Joram, Joram engendró a Ozías…» No sin razón fueron eliminados de entre los demás reyes Ocozías, Joás y Amasías, ya que su impiedad continuó sin intermisión. Si Salomón fue dejado en paz en su reino por méritos de su padre y Roboam por causa de su hijo, aquellos tres, obrando inicuamente, fueron borrados de la serie de los reyes, pues la mejor prueba de la perdición de una raza es que la malignidad se manifieste con carácter permanente (q. 85).
16. «y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo.» Lo que por el don sagrado concedía Dios a los que eran ungidos para ser reyes y sacerdotes, lo ha realizado el Espíritu Santo en el Hombre Cristo añadiendo una purificación, pues el Espíritu Santo purificó lo que de la Virgen María se formara para ser cuerpo del Salvador. Esta es la unción del cuerpo del Salvador, por esto se ha llamado Cristo (q. 49).
Abad Isidoro, ad Atribium presbiterum, epist. 41,2
1. «Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham.» Mas para no enumerarlo todo hablaremos sólo del punto capital y objetivo: es una sabia y útil disposición, y en nada perjudica a la naturaleza inviolable, que el que era Dios se manifieste humildemente. Pero es un mal la loca presunción que el que es humano se promocione a sí mismo a lo sobrenatural y divino, pues si bien el rey no se degrada obrando con humildad, jamás le será lícito al soldado hacerse oír como reinante. Entonces, si Cristo es Dios humanado, lo humilde está en su lugar. Pero si es simplemente un hombre, lo elevado y grande no se explica.
San Cirilo, epistula ad Joannem Antiochenum, 28
Creemos que están locos o deliran los que han sospechado que puede caber en la naturaleza divina del Verbo sombra de mudanza. Lo que es siempre, permanece siempre y no se muda ni es capaz de mutación.
San Anselmo
2. «Abraham engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá y a sus hermanos…» En cada uno de los ascendientes de Cristo no sólo debemos tener en cuenta el sentido histórico, sino el alegórico y el moral. La alegoría en lo que cada padre representa a Jesucristo, y la moralidad porque de cada uno de ellos se forma en nosotros la virtud por la significación del nombre o por el ejemplo. Así Abraham prefigura a Cristo en muchos lugares, sobre todo en el nombre, porque Abraham significa «padre de muchas gentes», y Cristo es padre de muchos fieles. Abraham, además, salió de su familia para ir a vivir en tierra extraña, y Cristo, abandonado el pueblo judío, salió a las naciones gentiles por medio de sus apóstoles.
San Hilario, in Matthaeum, 1
8. «Asaf engendró a Josafat, Josafat engendró a Joram, Joram engendró a Ozías…» Una vez lavada la mancha de haberse mezclado con familia gentil, Joram vuelve a aparecer en la cuarta generación la estirpe de los reyes.
Eusebio de Cesarea, historia ecclesiastica, 1,7
16. «y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo.» Matán y Melkí tuvieron cada uno, en distintos tiempos, un hijo de una misma mujer, llamada Jesca. Matán, descendiente de David por Salomón, la había tomado primero por mujer y dejando un hijo llamado Jacob, murió. Como la ley permitía a la viuda casarse con otro, Melkí, del mismo origen que Matán, de la misma tribu, aunque no de la misma familia, tomó por mujer a la viuda de Matán, de la que tuvo otro hijo llamado Helí. Y así Jacob y Helí, de distintos padres, resultan hermanos del mismo vientre. El primero de éstos, Jacob, tomando conforme a la ley a la viuda de su hermano, muerto sin hijos, engendró a José, hijo suyo según la naturaleza. Por eso leemos: «Y Jacob engendró a José». Pero, según la ley, José resulta hijo también de Helí, cuya mujer había tomado su hermano Jacob para darle descendencia. Así encontramos recta y completa la genealogía que enumera San Mateo y la que describe San Lucas, quien con la expresión más adecuada designó la sucesión legal establecida en favor del difunto, como por cierta especie de adopción, teniendo buen cuidado de no nombrar siquiera la palabra generación en esta clase de sucesiones.
Mas no se crea que nosotros hemos inventado esta opinión a nuestro antojo o por una ligereza, sin estar abonada por testimonio de ningún autor. Los mismos parientes de nuestro Salvador según la carne, la trasmitieron por tradición, ya por deseo de hacer ver tan importante nacimiento, ya para testificar la verdad de los hechos.
Genadio, de ecclesiasticis dogmatibus, 10,2
16. «y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo.» El Hijo de Dios nació del hombre -es decir, de María-, pero no por hombre -esto es, por obra de varón-, como Ebión afirma. Por eso el evangelista añade con marcada intención: «De la que nació Jesús».
Concilio de Efeso, c. 6
16. «y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo.» Hay que precaverse aquí contra el error de Nestorio, que dice: cuando la Escritura divina tiene que hablar acerca del nacimiento de Cristo, que es de la Virgen María, o acerca de su muerte, nunca le da el nombre de Dios, sino los de Cristo, Hijo o Señor, tres términos significativos de las dos naturalezas, que unas veces se refieren a la divina, otras a la humana, y algunas a ambas a la vez. He aquí una prueba: «Jacob engendró a José, esposo de María, de la cual nació Jesús, que es llamado el Cristo». Dios el Verbo no ha necesitado de un segundo nacimiento de mujer para existir.
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
San León Magno, papa
Carta: La Redención tenía que ser obrada por un hombre
Carta 31; PL 54, 791
«Genealogía de Jesucristo»
De nada sirve decir que nuestro Señor, hijo de la Virgen María, es verdaderamente hombre, si no se cree que lo es tal como lo proclama el Evangelio.
Cuando Mateo nos habla de la «genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham», dibuja, a partir del origen de la humanidad, la línea de las generaciones hasta José con quien María estaba desposada. Lucas, al contrario, remonta, desde Jesús, los peldaños sucesivos hasta llegar al comienzo del género humano, con ello demuestra que el primero y el último Adán son de la misma naturaleza (3,23s).
Ciertamente que era posible, a la omnipotencia del Hijo de Dios, para dar la instrucción y la justificación necesarias a los hombres, manifestarse de la misma manera que se apareció a los patriarcas y a los profetas, bajo forma carnal; por ejemplo, cuando luchó con Jacob (Gn 32,25) o cuando se puso a conversar con Abraham y aceptó el servicio de su hospitalidad hasta el punto de comer lo que éste le ofreció (Gn 18). Pero estas apariciones no eran sino signos, imágenes del hombre cuya realidad anunciaban, sacada de las raíces de sus antepasados.
El misterio de nuestra redención, dispuesta ya desde antes de los siglos, desde la eternidad, no podía llevarla a cabo ninguna imagen. El Espíritu no había aún descendido sobre la Virgen María, ni el poder del Altísimo la había cubierto con su sombra (Lc 1,35). La sabiduría no se había construido todavía una morada para que el Verbo se encarnara en ella y de esta manera, la naturaleza de Dios y la del esclavo se unieran en una sola persona, el Creador del tiempo naciera en el tiempo, y aquel por quien todo fue hecho fuera engendrado entre todas las criaturas. Si el hombre nuevo no hubiera asimilado la carne de pecado y cargado con nuestra vejez, si él, consubstancial al Padre, no se hubiera dignado tomar de la sustancia de su madre y asumir nuestra naturaleza –excepto el pecado-, la humanidad hubiera seguido siendo prisionera y a merced del demonio, y nosotros no podríamos gozar de la victoria triunfal de Cristo, porque su existencia hubiera tenido lugar fuera de nuestra naturaleza. Es, pues, de la admirable participación de Cristo de nuestra naturaleza que nace para nosotros la luz del sacramento de la regeneración.está siempre en mi boca; mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren!» (Sal 67,4; 33,1)
Sermón: Un único camino de salvación
Sermón III para Navidad: SC 22 bis.
«Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo. El nos eligió en Cristo antes de la creación del mundo» (cf. Ef 1, 3-4)
La Encarnación del Verbo, la Palabra de Dios, concierne al pasado, como al futuro; no hay edad, ya existía, no fue privado del sacramento de la salvación de los hombres. Lo que predicaron los apóstoles, es decir lo que habían anunciado los profetas y no podían decir que lo que se ha creído siempre, se ha cumplido tardíamente. Al retrasar la obra de salvación, Dios en su sabiduría y su bondad, nos hizo más capaces de responder a su llamada…, gracias a estos antiguos y frecuentes anuncios.
Por lo tanto, no es cierto que Dios ha realizado estos acontecimientos, cambiando de designio y empujado por una misericordia tardía: desde la creación del mundo, fue decretado para todos, un único camino de salvación. De hecho, la gracia de Dios, por el cual todos sus santos siempre estaban justificados, creció y no comenzó hasta que nació Cristo. Este misterio de amor, que ahora ha llenado el mundo, ya fue poderoso en sus señales de advertencia; quienes creyeron en la promesa, no son menos beneficiados, que aquellos que le han recibido cuando se les dio.
Queridos, con gran bondad, es evidente que las riquezas de la gracia de Dios han sido derramadas sobre nosotros. Llamados a la eternidad, no sólo contamos con los ejemplos del pasado, sino que hemos visto aparecer a la misma verdad, de forma visible y corporal. Por lo tanto, debemos celebrar el día del nacimiento del Señor con una ferviente alegría, que no es de este mundo…Gracias a la luz del Espíritu Santo, sabemos reconocer aquello que hemos recibido en él y hemos recibido en nosotros: pues del mismo modo que el Señor Jesús, se ha convertido en nuestra carne, nosotros, renaciendo, nos hemos convertido en su cuerpo … Dios nos mostró el ejemplo de su bondad y su humildad…: asemejémonos al Señor en su humildad, si queremos parecernos en su gloria. Él mismo nos ayudará y nos conducirá a la realización de lo que prometió.
San Bernardo, abad
Homilía: El nombre de María
Homilías sobre las palabras del Evangelio:”El ángel fue enviado”, n° 2, 17
«María, de la cuál nació Jesús, llamado Cristo» (Mt 1,16)
«El nombre de la Virgen era María» (Lc 1,27). Este nombre significa: «estrella del mar», y le encaja admirablemente a la Virgen madre. Nada es más justo que compararla con una estrella que da sus rayos sin alterarse, como Ella que da a luz a su hijo sin detrimento de su cuerpo virgen. Es ciertamente esta «noble estrella nacida de Jacob» (Núm 24,17), cuyo esplendor ilumina el mundo entero, que brilla en los cielos y penetra hasta los infiernos… Verdaderamente Ella es esta bella y admirable estrella, que se levanta por encima del mar inmenso, resplandeciendo de méritos, alumbrando por su ejemplo.
Todos vosotros, quienquiera que seáis, quienquiera que estéis hoy en alta mar, sacudidos por la tormenta y la tempestad, lejos de tierra firme, poned los ojos en la luz de esta estrella, para evitar el naufragio. ¡Si los vientos de la tentación se levantan, si ves acercarse el escollo de la prueba, mira la estrella, invoca a María! Si eres sacudido por los vacíos del orgullo, de la ambición, de la maledicencia o de los celos, levanta la mirada hacia la estrella, invoca a María…
Si te abruma la grandeza de tus pecados, humillado por la vergüenza de tu conciencia, espantado por el temor del juicio, si estás a punto de zozobrar en el precipicio de la tristeza y la desesperación, piensa en María. ¡En el peligro, la angustia, la duda, piensa en María, invoca a María!
Qué su nombre jamás abandone tus labios ni tu corazón… Siguiéndola, no te extraviarás; rogándole, no desesperarás; pensando en ella, te alejarás del falso camino. Si te tiene de la mano, no zozobrarás; si te protege, nada temerás; bajo su amparo, ignorarás el cansancio; bajo su protección, llegarás hasta el fin. Y comprenderás por tu propia experiencia cuán justas son estas palabras: «El nombre de la Virgen era María».
Beato Guerrico de Igny
Sermón: Mi herencia es el Señor
Sermón I para el Adviento: SC 166.
«Esperanza de las naciones»
¡Tú eres el esperado de las naciones! (Gn 49,10 Vulg) Los que te esperan no quedarán confundidos. Nuestros padres te esperaron; todos los justos, desde la creación del mundo, han esperado en ti; y no los has defraudado (cf Sal. 21,5)…
La Iglesia que esperaba en los antiguos padres el primer advenimiento de Cristo, espera igualmente el segundo en los justos de la nueva alianza. Estando segura de que el primer advenimiento traería el precio de nuestra redención, espera segura que el segundo advenimiento traerá la recompensa. Pendiente de esta espera, esta esperanza que sobrepasa todo lo terreno, la Iglesia aspira con un gozo ardiente los bienes eternos.
Mientras otros se apresuran a buscar su felicidad en las cosas terrenas sin esperar que se cumplan los designios del Señor, mientras se precipitan hacia las riquezas que el mundo puede ofrecer, aquel que tiene la dicha de poner su esperanza en el Señor no fija su mirada en las cosas vanas y engañosas de la tierra. Sabe que vale más ser humillado con los mansos que participar en el botín del mundo con los orgullosos. El humilde se consuela diciéndose a sí mismo: “Mi herencia es el Señor. Lo esperaré. El Señor es bueno para los que esperan en él, para los que le buscan. Es bueno esperar en silencio la salvación de Dios. Señor, es verdad, mi alma desfallece esperando tu salvación; pero, el Señor es mi lote, por eso espero en él” (cf Lam 3,24; Sal 118,80). Aunque tarde, lo esperaré, porque vendrá en su momento.
San Ireneo de Lyon, obispo y mártir
Tratado: Comunión entre Dios y el hombre.
Contra las herejías, IV, 20, 4-5.
«Genealogía de Jesucristo» (Mt 1,1-17).
No hay más que un solo Dios que por su Palabra, la Sabiduría, ha creado todas las cosas… Por su grandeza es desconocido por todos los seres que él ha creado, ya que nunca nadie ha podido escrutar su origen. No obstante, gracias a su amor es conocido en todos los tiempos a causa de aquel por quien fueron hechas todas las cosas (cf Rm 1,20), su Palabra, Nuestro Señor Jesucristo que al final de los tiempos se ha hecho hombre entre los hombres para unir el principio y el final, el hombre con Dios.
Por esto, los profetas, después de haber recibido de esta misma Palabra el carisma profético, han anunciado su venida según la carne por la que se realiza la comunión entre Dios y el hombre según el beneplácito del Padre. Desde el principio, en efecto, el Verbo ha anunciado que Dios sería visto por los hombres que viviría y conversaría con ellos en la tierra. (Ba 3,38) y que se haría presente en la obra que él había modelado, para salvarla… Los profetas anunciaron, pues, por adelantado que Dios sería visto de los hombre, conforme a lo que dice también el Señor: “Dichosos los puros de corazón porque verán a Dios.“ (Mt 5,8) Ciertamente, según su grandeza y según su inenarrable gloria “ningún hombre puede ver a Dios sin morir.” (Ex 33,20) porque el Padre es inalcanzable. Pero según su amor, su bondad hacia los hombres y según su poder, concede a los que le aman el privilegio de ver a Dios porque “lo que es imposible a los hombres es posible a Dios.” (Lc 18,27)
San Hipólito de Roma, presbítero y mártir
Obras: No era distinto de nosotros.
Refutación de todas las herejías, cap. 10, 33-34: GCS 26, 289-293.
«Se hizo hombre de nuestra misma condición» (Mt 1,1-17).
Sabemos que [Jesucristo, Palabra eterna del Padre], tomó un cuerpo de la Virgen, y que asumió al hombre viejo, transformándolo. Sabemos que se hizo hombre de nuestra misma condición, porque, si no hubiera sido así, sería inútil que luego nos prescribiera imitarle como maestro. Porque, si este hombre hubiera sido de otra naturaleza, ¿cómo habría de ordenarme las mismas cosas que él hace, a mí, débil por nacimiento, y cómo sería entonces bueno y justo?
Para que nadie pensara que era distinto de nosotros, se sometió a la fatiga, quiso tener hambre y no se negó a pasar sed, tuvo necesidad de descanso y no rechazó el sufrimiento, obedeció hasta la muerte y manifestó su resurrección, ofreciendo en todo esto su humanidad como primicia, para que tú no te descorazones en medio de tus sufrimientos, sino que, aun reconociéndote hombre, aguardes a tu vez lo mismo que Dios dispuso para él.
Ruperto de Deutz, monje benedictino
Obras: Vino para todos.
Del Oficio Divino, 3, 18.
«Todas las naciones del mundo se llamarán benditas por causa tuya» (cf. Mt 1,16).
Se nos lee la genealogía de Cristo en san Mateo. Esta costumbre, tradicional en la santa Iglesia, tiene un bello y misterioso motivo. Porque en verdad esta lectura nos presenta la escalera que Jacob vio de noche durante un sueño (Gn 28,11s). En lo alto de esta escalera, que por la parte alta tocaba al cielo, el Señor, apoyado en ella, se apareció a Jacob y le prometió darle en herencia la tierra… Ahora bien, sabemos que «estas cosas sucedieron en figura para nosotros» (1Co 10,11), ¿Qué prefiguraba, pues, esta escalera sino la casta de la que Jesucristo debía nacer, casta que el santo evangelista, con boca divina, ha hecho subir de manera tal que acaba en Cristo pasando por José? Es en este José a quien Jesús, niño pequeño, se apoyó. A través de la «puerta del cielo» (Gn 28,17)…, es decir, por la Bienaventurada Virgen María, hecho niño por nosotros, salió gimiendo… Durante el sueño, Jacob oyó que el Señor le decía: «Todas las naciones del mundo se llamarán benditas por causa tuya» y ahora por el nacimiento de Cristo, se cumple esta realidad.
Es esto mismo lo que el evangelista veía cuando puso en su genealogía a Rahab la prostituta y a Ruth la moabita; porque veía muy claro que Cristo no vino en la carne solamente para los judíos, sino también para los paganos, él que se digno recibir antepasadas salidas de entre los paganos. Venidos, pues, de los dos pueblos, judíos y paganos, como los dos lados de la escalera, los padres antiguos, situados a diferentes grados, sostienen a Cristo Señor que sale de lo alto de los cielos. Y todos los santos ángeles bajan y suben a lo largo de esta escalera, y todos los elegidos entran, primero, en el movimiento de descenso de esta escalera para recibir, humildemente, la fe en la encarnación del Señor, y seguidamente son elevados a fin de contemplar la gloria de su divinidad.
San Juan Pablo II, papa
Catequesis: La genealogía de Mateo
Audiencia general 28-01-1987.
5. El Evangelio según Mateo completa la narración de Lucas describiendo algunas circunstancias que precedieron al nacimiento de Jesús. Leemos: “La concepción de Jesucristo fue así: Estando desposada María, su Madre, con José, antes de que conviviesen se halló haber concebido María del Espíritu Santo. José, su esposo, siendo justo, no quiso denunciarla y resolvió repudiarla en secreto. Mientras reflexionaba sobre esto, he aquí que se le apareció en sueños un ángel del Señor y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir en tu casa a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús, porque salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1, 18-21 ).
6. Como se ve, ambos textos del “Evangelio de la infancia” concuerdan en la constatación fundamental: Jesús fue concebido por obra del Espíritu Santo y nació de María Virgen; y son entre sí complementarios en el esclarecimiento de las circunstancias de este acontecimiento extraordinario: Lucas respecto a María, Mateo respecto a José.
Para identificar la fuente de la que deriva el Evangelio de la infancia, hay que referirse a la frase de San Lucas: “María guardaba todo esto y lo meditaba en su corazón” (Lc 2, 19). Lucas lo dice dos veces: después de marchar los pastores de Belén y después del encuentro de Jesús en el templo (cf. 2, 51). El Evangelista mismo nos ofrece los elementos para identificar en la Madre de Jesús una de las fuentes de información utilizadas por él para escribir el “Evangelio de la infancia”. María, que “guardó todo esto en su corazón” (cf. Lc 2, 19), pudo dar testimonio, después de la muerte y resurrección de Cristo, de lo que se referí la propia persona y a la función de Madre precisamente en el período apostólico, en el que nacieron los textos del Nuevo Testamento y tuvo origen la primera tradición cristiana.
7. El testimonio evangélico de la concepción virginal de Jesús por parte de María es de gran relevancia teológica. Pues constituye un signo especial del origen divino del Hijo de María.El que Jesús no tenga un padre terreno porque ha sido engendrado “sin intervención de varón”, pone de relieve la verdad de que Él es el Hijo de Dios, de modo que cuando asume la naturaleza humana, su Padre continúa siendo exclusivamente Dios.
8. La revelación de la intervención del Espíritu Santo en la concepción de Jesús, indica el comienzo en la historia del hombre de la nueva generación espiritual que tiene un carácter estrictamente sobrenatural (cf. 1 Cor 15, 45-49). De este modo Dios Uno y Trino “se comunica” a la criatura mediante el Espíritu Santo. Es el misterio al que se pueden aplicar las palabras del Salmo: “Envía tu Espíritu, y serán creados, y renovarás la faz de la tierra” (Sal103/104, 30). En la economía de esa comunicación de Sí mismo que Dios hace a la criatura, la concepción virginal de Jesús, que sucedió por obra del Espíritu Santo, es un acontecimiento central y culminante. Él inicia la “nueva creación”. Dios entra así en un modo decisivo en la historia para actuar el destino sobrenatural del hombre, o sea, la predestinación de todas las cosas en Cristo. Es la expresión definitiva del Amor salvífico de Dios al hombre, del que hemos hablado en las catequesis sobre la Providencia.
9. En la actuación del plan de la salvación hay siempre una participación de la criatura. Así en la concepción de Jesús por obra del Espíritu Santo María participa de forma decisiva.Iluminada interiormente por el mensaje del ángel sobre su vocación de Madre y sobre la conservación de su virginidad, María expresa su voluntad y consentimiento y acepta hacerse el humilde instrumento de la “virtud del Altísimo”. La acción del Espíritu Santo hace que en María la maternidad y la virginidad estén presentes de un modo que, aunque inaccesible a la mente humana, entre de lleno en el ámbito de la predilección de la omnipotencia de Dios. En María se cumple la gran profecía de Isaías: “La virgen grávida da a luz” (7, 14; cf. Mt 1, 22-23); su virginidad, signo en el Antiguo Testamento de la pobreza y de disponibilidad total al plan de Dios, se convierte en el terreno de la acción excepcional de Dios, que escoge a María para ser Madre del Mesías.
10. La excepcionalidad de María se deduce también de las genealogías aducidas por Mateo y Lucas.
El Evangelio según Mateo comienza, conforme a la costumbre hebrea, con la genealogía de Jesús (Mt 1, 2-17) y hace un elenco partiendo de Abraham, de las generaciones masculinas. A Mateo de hecho, le importa poner de relieve, mediante la paternidad legal de José, la descendencia de Jesús de Abraham y David y, por consiguiente, la legitimidad de su calificación de Mesías. Sin embargo, al final de la serie de los ascendientes leemos: “Y Jacob engendró a José esposo de María, de la cual nació Jesús llamado Cristo” (Mt 1, 16). Poniendo el acento en la maternidad de María, el Evangelista implícitamente subraya la verdad del nacimiento virginal: Jesús, como hombre, no tiene padre terreno.
Según el Evangelio de Lucas, la genealogía de Jesús (Lc 3, 23-38) es ascendente: desde Jesús a través de sus antepasados se remonta hasta Adán. El Evangelista ha querido mostrar la vinculación de Jesús con todo el género humano. María, como colaboradora de Dios en dar a su Eterno Hijo la naturaleza humana, ha sido el instrumento de la unión de Jesús con toda la humanidad.
Catequesis: Jesús verdadero hijo de Israel
Audiencia general 04-02-1987.
Jesús, hijo de Israel, pueblo elegido de la Antigua Alianza
1. En la catequesis anterior hablamos de las dos genealogías de Jesús: la del Evangelio según Mateo (Mt 1, 1-17) tiene una estructura “descendente”, es decir, enumera los antepasados de Jesús, Hijo de María, comenzando por Abraham. La otra, que se encuentra en el Evangelio de Lucas (Lc 3, 23-38), tiene una estructura “ascendente”: partiendo de Jesús llega hasta Adán.
Mientras que la genealogía de Lucas indica la conexión de Jesús con toda la humanidad, la genealogía de Mateo hace ver su pertenencia a la estirpe de Abraham. Y en cuanto hijo de Israel, pueblo elegido por Dios en la Antigua Alianza, al que directamente pertenece, Jesús de Nazaret es a pleno título miembro de la gran familia humana.
2. Jesús nace en medio de este pueblo, crece en su religión y en su cultura. Es un verdadero israelita, que piensa y se expresa en arameo según las categorías conceptuales y lingüísticas de sus contemporáneos y sigue las costumbres y los usos de su ambiente. Como israelita es heredero fiel de la Antigua Alianza.
Es un hecho puesto de relieve por San Pablo cuando, en la Carta a los Romanos, escribe respecto a su pueblo: “los israelitas, cuya es la adopción, y la gloria, y las alianzas, y la legislación, y el culto y las promesas; cuyos son los patriarcas y de quienes según la carne procede Cristo” (Rom 9, 4-5). Y en la Carta a los Gálatas recuerda que Cristo ha “nacido bajo la ley” (Gál 4, 4).
3. Como obsequio a la prescripción de la ley de Moisés, poco después del nacimiento Jesús fue circuncidado según el rito, entrando así oficialmente a se r parte del pueblo de a alianza: “Cuando se hubieron cumplido los ocho días para circuncidar al niño, le dieron el nombre de Jesús” (Lc 2, 21).
El Evangelio de la infancia, aunque es pobre en pormenores sobre el primer período de la vida de Jesús, narra sin embargo que “sus padres iban cada año a Jerusalén en la fiesta de la Pascua” (Lc 2, 41), expresión de su fidelidad a la ley y a la tradición de Israel. “Cuando era ya de doce años, al subir sus padres, según el rito festivo” (Lc 2, 42), “y volverse ellos, acabados los días, el Niño Jesús se quedó en Jerusalén sin que sus padres lo echasen de ver” (Lc 2, 43). Después de tres días de búsqueda “le hallaron en el templo, sentado en medio de los doctores, oyéndolos y preguntándoles” (Lc 2, 46). La alegría de María y José se sobrepusieron sin duda sus palabras, que ellos no comprendieron: “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que es preciso que me ocupe de las cosas de mi Padre?” (Lc 2, 49).
4. Fuera de este suceso, todo el período de la infancia y de a adolescencia de Jesús en el Evangelio está cubierto de silencio. Es un período de “vida oculta”, resumido por Lucas en dos simples frases: Jesús “bajó con ellos (con María y José) y vino a Nazaret y les estaba sujeto” (Lc 2, 51), y: “crecía en sabiduría y edad y gracia ante Dios y ante los hombres” (Lc2, 52).
5. Por el Evangelio sabemos que Jesús vivió en una determinada familia, en la casa de José, quien hizo las veces de padre del Hijo de María, asistiéndolo, protegiéndolo y adiestrándolo poco a poco en su mismo oficio de carpintero. A los ojos de los habitantes de Nazaret Jesús aparecía como “el hijo del carpintero” (cf. Mt 13, 55). Cuando comenzó a enseñar, sus paisanos se preguntaban sorprendidos: “¿No es acaso el carpintero, hijo de María?…” (cf. Mc6, 2-3). Además de la madre, mencionaban también a sus “hermanos” y sus “hermanas”, es decir, aquellos miembros de su parentela (“primos”), que vivían en Nazaret, aquellos mismos que, como recuerda el Evangelista Marcos, intentaron disuadir a Jesús de su actividad de Maestro (cf. Mc 3, 21). Evidentemente ellos no en encontraban en El algún motivo que pudiera justificar el comienzo de una nueva actividad; consideraban que Jesús era y debía seguir siendo un israelita más.
6. La actividad pública de Jesús comenzó a los treinta años cuando tuvo su primer discurso en Nazaret: “…según su costumbre, entró el día de sábado en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le entregaron un libro del Profeta Isaías…” (Lc 4, 16-17). Jesús leyó el pasaje que comenzaba con las palabras: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ungió para evangelizar a los pobres“ (Lc 4, 18). Entonces Jesús se dirigió a los presentes y les anunció: “Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír…” (Lc 4, 21 )
7. En su actividad de Maestro, que comienza en Nazaret y se extiende a Galilea y a Judea hasta la capital, Jerusalén, Jesús sabe captar y valorar los frutos abundantes presentes en la tradición religiosa de Israel. La penetra con inteligencia nueva, hace emerger sus valores vitales, pone a la luz sus perspectivas proféticas. No duda en denunciar las desviaciones de los hombres en contraste con los designios del Dios de la alianza.
De este modo realiza, en el ámbito de la única e idéntica Revelación divina, el paso de lo “viejo” a lo “nuevo”, sin abolir la ley, sino más bien llevándola a su pleno cumplimiento (cf.Mt 5, 17). Este es el pensamiento con el que se abre la Carta a los Hebreos: “Muchas veces y en muchas maneras habló Dios en otro tiempo a nuestros padres por ministerio de los Profetas; últimamente, en estos días, nos habló por su Hijo..” (Heb 1, 1).
8. Este paso de lo “viejo” a lo “nuevo” caracteriza toda la enseñanza del “Profeta” de Nazaret. Un ejemplo especialmente claro es el sermón de la montaña, registrado en el Evangelio de Mateo Jesús dice: “Habéis oído que se dijo a los antiguos: No matarás… Pero yo os digo que todo el que se irrita contra su hermano será reo de juicio” (cf. Mt 5, 21-22). “Habéis oído que fue dicho: No adulterarás: pero yo os digo que todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón” (Mt 5, 27-28). “Habéis oído que fue dicho: amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo; pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen” (Mt 5, 43-44).
Enseñando de este modo, Jesús declara al mismo tiempo: “No penséis que yo he venido a abrogar la ley o los Profetas, no he venido a abrogarlas, sino a consumarlas” (Mt 5, 17).
9. Este “consumar” es una palabra clave que se refiere no sólo a la enseñanza de la verdad revelada por Dios, sino también a toda la historia de Israel, o sea, del pueblo del que Jesús es hijo. Esta historia extraordinaria, guiada desde el principio por la mano poderosa del Dios de a alianza, encuentra en Jesús su cumplimiento. El designio que el Dios de a alianza había escrito desde el principio en esta historia, haciendo de ella la historia de la salvación, tendía a la “plenitud de los tiempos” (cf. Gál 4, 4), que se realiza en Jesucristo. El Profeta de Nazaret no duda en hablar de ello desde el primer discurso pronunciado en la sinagoga de su ciudad.
10. Especialmente elocuentes son las palabras de Jesús referidas en el Evangelio de Juan cuando dice a sus contrarios: “Abraham, vuestro padre, se regocijó pensando en ver mi día” y ante su incredulidad: “¿No tienes aún cincuenta años y has visto a Abraham”, Jesús confirma aún más explícitamente: “En verdad, en verdad os digo: antes que Abraham naciese, era yo” (cf. Jn 8, 56-58). Es evidente que Jesús afirma no sólo que Él es el cumplimiento de los designios salvíficos de Dios, inscritos en la historia de Israel desde los tiempos de Abraham, sino que su existencia precede al tiempo de Abraham, llegando a identificarse como “El que es” (cf. Ex 3, 14) Pero precisamente por esto, es El, Jesucristo, el cumplimiento de la historia De Israel, porque “supera” esta historia con su Misterio. Pero aquí tocamos otra dimensión de la cristología que afrontaremos más adelante.
11. Por ahora concluyamos con una última reflexión sobre las dos genealogías que narran los dos Evangelistas Mateo y Lucas. De ellas resulta que Jesús es verdadero hijo de Israel y que, en cuanto tal, pertenece a toda la familia humana. Por eso, si en Jesús, descendiente de Abraham, vemos cumplidas las profecías del Antiguo Testamento, en El, como descendiente de Adán, vislumbramos, siguiendo la enseñanza de San Pablo, el principio y el centro de la “recapitulación” de la humanidad entera (cf. Ef 1, 10).
Benedicto XVI, papa
Homilía
Celebración Eucarística con la Comunidad del «Centro Aletti» de Roma con ocasión del 90º Aniversario del Cardenal Tomás Spidlík, SJ.
Capilla Redemptoris Mater del Palacio Apostólico Vaticano
Jueves 17 de diciembre de 2009.
Queridos amigos:
Con la liturgia de hoy entramos en el último tramo del camino del Adviento, que exhorta a intensificar nuestra preparación para celebrar con fe y alegría la Navidad del Señor, acogiendo con íntimo estupor a Dios que se hace cercano al hombre, a cada uno de nosotros.
La primera lectura nos presenta al anciano Jacob que reúne a sus hijos para la bendición: es un acontecimiento de gran intensidad y conmoción. Esta bendición es como un sello de la fidelidad a la alianza con Dios, pero también es una visión profética, que mira hacia adelante e indica una misión. Jacob es el padre que, por los caminos no siempre rectos de su historia, llega a la alegría de reunir a sus hijos a su alrededor y a trazar el futuro de cada uno de ellos y de su descendencia. En particular, hoy hemos escuchado la referencia a la tribu de Judá, de la que se exalta la fuerza regia, representada por el león, como también a la monarquía de David, representada por el cetro, el bastón de mando, que alude a la venida del Mesías. Así, estas dos imágenes indican el futuro misterio del león que se convierte en cordero, del rey cuyo bastón de mando es la cruz, signo de la verdadera realeza. Jacob toma conciencia progresivamente del primado de Dios, comprende que la fidelidad del Señor guía y sostiene su camino, y no puede menos de responder con adhesión plena a la alianza y al designio de salvación de Dios, convirtiéndose a su vez, junto con su descendencia, en eslabón del proyecto divino.
El pasaje del evangelio de san Mateo nos presenta la «genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham» (Mt 1, 1), subrayando y explicitando todavía más la fidelidad de Dios a la promesa, que realiza no sólo mediante los hombres, sino también con ellos y, como en el caso de Jacob, a veces a través de caminos tortuosos e imprevistos. El Mesías esperado, objeto de la promesa, es verdadero Dios, pero también verdadero hombre; Hijo de Dios, pero también Hijo dado a luz por la Virgen, María de Nazaret, carne santa de Abraham, en cuya descendencia serán bendecidas todas las naciones de la tierra (cf. Gn 22, 18). En esta genealogía, además de María, se recuerda a cuatro mujeres. No son Sara, Rebeca, Lía, Raquel, es decir, las grandes figuras de la historia de Israel. Paradójicamente, en cambio, son cuatro mujeres paganas: Rajab, Rut, Betsabé y Tamar, que aparentemente «perturban» la pureza de una genealogía. Pero en estas mujeres paganas, que aparecen en puntos determinados de la historia de la salvación, se refleja el misterio de la Iglesia de los paganos, la universalidad de la salvación. Son mujeres paganas en las que se manifiesta el futuro, la universalidad de la salvación. Son también mujeres pecadoras y, así, en ellas se manifiesta también el misterio de la gracia: no son nuestras obras las que redimen el mundo, sino que es el Señor quien nos da la vida verdadera. Son mujeres pecadoras, sí, en las que se manifiesta la grandeza de la gracia que todos nosotros necesitamos. Sin embargo, estas mujeres revelan una respuesta ejemplar a la fidelidad de Dios, mostrando la fe en el Dios de Israel. Así vemos reflejada la Iglesia de los paganos, misterio de la gracia, la fe como don y como camino hacia la comunión con Dios. La genealogía de san Mateo, por lo tanto, no es simplemente la lista de las generaciones: es la historia realizada primariamente por Dios, pero con la respuesta de la humanidad. Es una genealogía de la gracia y de la fe: precisamente sobre la fidelidad absoluta de Dios y sobre la fe sólida de estas mujeres se apoya la continuidad de la promesa hecha a Israel.
La bendición de Jacob armoniza muy bien con el feliz aniversario de hoy: el 90° cumpleaños del querido cardenal Spidlík. Su larga vida y su singular camino de fe testimonian que es Dios quien guía a los que se ponen en sus manos. Pero el cardenal Spidlík también ha recorrido un rico itinerario de pensamiento, comunicando siempre con ardor y profunda convicción que el centro de toda la Revelación es un Dios Tripersonal y que, por consiguiente, el hombre creado a su imagen es esencialmente un misterio de libertad y de amor, que se realiza en la comunión: la manera de ser de Dios. Esta comunión no existe por sí misma, sino que procede —como no se cansa de afirmar el Oriente cristiano— de las Personas divinas que se aman libremente. La libertad y el amor, elementos constitutivos de la persona, no se pueden aferrar mediante las categorías racionales, por lo que no se puede comprender a la persona si no es en el misterio de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, y en la comunión con él, que se convierte en acogida de la «divino-humanidad» también en nuestra existencia.
[…] Siguiendo con la celebración de los Santos Misterios, encomiendo a cada uno a la protección materna de la Madre del Redentor, invocando del Verbo divino, que asumió nuestra carne, la luz y la paz anunciada por los ángeles en Belén. Amén.
Concilio Vaticano II
Lumen Gentium: María
Constitución dogmática sobre la Iglesia, n. 55
«María, de la cual nació Jesús» (Mt 1,16)
La Sagrada Escritura del Antiguo y del Nuevo Testamento y la venerable Tradición, muestran en forma cada vez más clara el oficio de la Madre del Salvador en la economía de la salvación y, por así decirlo, lo muestran ante los ojos. Los libros del Antiguo Testamento describen la historia de la Salvación en la cual se prepara, paso a paso, el advenimiento de Cristo al mundo. Estos primeros documentos, tal como son leídos en la Iglesia y son entendidos bajo la luz de una ulterior y más plena revelación, cada vez con mayor claridad, iluminan la figura de la mujer Madre del Redentor; ella misma, bajo esta luz es insinuada proféticamente en la promesa de victoria sobre la serpiente, dada a nuestros primeros padres caídos en pecado (cf. Gen., 3,15). Así también, ella es la Virgen que concebirá y dará a luz un Hijo cuyo nombre será Emmanuel (Is., 7,14; Miq., 5,2-3; Mt., 1,22-23). Ella misma sobresale entre los humildes y pobres del Señor, que de El esperan con confianza la salvación. En fin, con ella, excelsa Hija de Sión, tras larga espera de la primera, se cumple la plenitud de los tiempos y se inaugura la nueva economía, cuando el Hijo de Dios asumió de ella la naturaleza humana para librar al hombre del pecado mediante los misterios de su carne.