Mc 14, 1–15,47: Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos
/ 25 marzo, 2021 / Evangelios, San MarcosTexto Bíblico
1 Faltaban dos días para la Pascua y los Ácimos. Los sumos sacerdotes y los escribas andaban buscando cómo prender a Jesús a traición y darle muerte.2 Pero decían: «No durante las fiestas; podría amotinarse el pueblo».
3 Estando Jesús en Betania, en casa de Simón, el leproso, sentado a la mesa, llegó una mujer con un frasco de perfume muy caro, de nardo puro; quebró el frasco y se lo derramó sobre la cabeza.4 Algunos comentaban indignados: «¿A qué viene este derroche de perfume?5 Se podía haber vendido por más de trescientos denarios para dárselo a los pobres». Y reprendían a la mujer.6 Pero Jesús replicó: «Dejadla, ¿por qué la molestáis? Una obra buena ha hecho conmigo.7 Porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros y podéis socorrerlos cuando queráis; pero a mí no me tenéis siempre.8 Ella ha hecho lo que podía: se ha adelantado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura.9 En verdad os digo que, en cualquier parte del mundo donde se proclame el Evangelio, se hablará de lo que esta ha hecho, para memoria suya».
10 Judas Iscariote, uno de los Doce, fue a los sumos sacerdotes para entregárselo.11 Al oírlo, se alegraron y le prometieron darle dinero. Él andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.
12 El primer día de los Ácimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos: «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?».13 Él envió a dos discípulos diciéndoles: «Id a la ciudad, os saldrá al paso un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo,14 y en la casa adonde entre, decidle al dueño: “El Maestro pregunta: ¿Cuál es la habitación donde voy a comer la Pascua con mis discípulos?”.15 Os enseñará una habitación grande en el piso de arriba, acondicionada y dispuesta. Preparádnosla allí».16 Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la Pascua.
17 Al atardecer fue él con los Doce.18 Mientras estaban a la mesa comiendo dijo Jesús: «En verdad os digo que uno de vosotros me va a entregar: uno que está comiendo conmigo».19 Ellos comenzaron a entristecerse y a preguntarle uno tras otro: «¿Seré yo?».20 Respondió: «Uno de los Doce, el que está mojando en la misma fuente que yo.21 El Hijo del hombre se va, como está escrito; pero, ¡ay de aquel hombre por quien el Hijo del hombre será entregado!; ¡más le valdría a ese hombre no haber nacido!».
22 Mientras comían, tomó pan y, pronunciando la bendición, lo partió y se lo dio diciendo: «Tomad, esto es mi cuerpo».23 Después tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias, se lo dio y todos bebieron.24 Y les dijo: «Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos.25 En verdad os digo que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios».
26 Después de cantar el himno, salieron para el monte de los Olivos.27 Jesús les dijo: «Todos os escandalizaréis, como está escrito: “Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas”.28 Pero cuando resucite, iré delante de vosotros a Galilea».29 Pedro le replicó: «Aunque todos caigan, yo no».30 Jesús le dice: «En verdad te digo que hoy, esta misma noche, antes que el gallo cante dos veces, tú me habrás negado tres».
31 Pero él insistía: «Aunque tenga que morir contigo, no te negaré». Y los demás decían lo mismo.
32 Llegan a un huerto, que llaman Getsemaní, y dice a sus discípulos: «Sentaos aquí mientras voy a orar».33 Se lleva consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, empezó a sentir espanto y angustia, y les dice:34 «Mi alma está triste hasta la muerte. Quedaos aquí y velad».35 Y, adelantándose un poco, cayó en tierra y rogaba que, si era posible, se alejase de él aquella hora;36 y decía: «¡Abba!, Padre: tú lo puedes todo, aparta de mí este cáliz. Pero no sea como yo quiero, sino como tú quieres».37 Vuelve y, al encontrarlos dormidos, dice a Pedro: «Simón ¿duermes?, ¿no has podido velar una hora?38 Velad y orad, para no caer en tentación; el espíritu está pronto, pero la carne es débil».39 De nuevo se apartó y oraba repitiendo las mismas palabras.40 Volvió y los encontró otra vez dormidos, porque sus ojos se les cerraban. Y no sabían qué contestarle.41 Vuelve por tercera vez y les dice: «Ya podéis dormir y descansar. ¡Basta! Ha llegado la hora; mirad que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores.42 ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega».
43 Todavía estaba hablando, cuando se presenta Judas, uno de los Doce, y con él gente con espadas y palos, mandada por los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos.44 El traidor les había dado una contraseña, diciéndoles: «Al que yo bese, es él: prendedlo y conducidlo bien sujeto».45 Y en cuanto llegó, acercándosele le dice: «¡Rabbí!». Y lo besó.46 Ellos le echaron mano y lo prendieron.47 Pero uno de los presentes, desenvainando la espada, de un golpe le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote.48 Jesús tomó la palabra y les dijo:
«¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos, como si fuera un bandido?49 A diario os estaba enseñando en el templo y no me detuvisteis. Pero, que se cumplan las Escrituras».50 Y todos lo abandonaron y huyeron.51 Lo iba siguiendo un muchacho envuelto solo en una sábana; y le echaron mano,52 pero él, soltando la sábana, se les escapó desnudo.
53 Condujeron a Jesús a casa del sumo sacerdote, y se reunieron todos los sumos sacerdotes y los escribas y los ancianos.54 Pedro lo fue siguiendo de lejos, hasta el interior del patio del sumo sacerdote; y se sentó con los criados a la lumbre para calentarse.55 Los sumos sacerdotes y el Sanedrín en pleno buscaban un testimonio contra Jesús, para condenarlo a muerte; y no lo encontraban.56 Pues, aunque muchos daban falso testimonio contra él, los testimonios no concordaban.57 Y algunos, poniéndose de pie, daban falso testimonio contra él diciendo:58 «Nosotros le hemos oído decir: “Yo destruiré este templo, edificado por manos humanas, y en tres días construiré otro no edificado por manos humanas”».59 Pero ni siquiera en esto concordaban los testimonios.60 El sumo sacerdote, levantándose y poniéndose en el centro, preguntó a Jesús: «¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que presentan contra ti?».61 Pero él callaba, sin dar respuesta. De nuevo le preguntó el sumo sacerdote: «¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Bendito?».62 Jesús contestó: «Yo soy. Y veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha del Poder y que viene entre las nubes del cielo».63 El sumo sacerdote, rasgándose las vestiduras, dice:
«¿Qué necesidad tenemos ya de testigos?64 Habéis oído la blasfemia. ¿Qué os parece?». Y todos lo declararon reo de muerte.65 Algunos se pusieron a escupirlo y, tapándole la cara, lo abofeteaban y le decían: «Profetiza». Y los criados le daban bofetadas.
66 Mientras Pedro estaba abajo en el patio, llega una criada del sumo sacerdote,67 ve a Pedro calentándose, lo mira fijamente y dice: «También tú estabas con el Nazareno, con Jesús».68 Él lo negó diciendo: «Ni sé ni entiendo lo que dices». Salió fuera al zaguán y un gallo cantó.69 La criada, al verlo, volvió a decir a los presentes: «Este es uno de ellos».70 Pero él de nuevo lo negaba. Al poco rato, también los presentes decían a Pedro: «Seguro que eres uno de ellos, pues eres galileo».71 Pero él se puso a echar maldiciones y a jurar: «No conozco a ese hombre del que habláis».72 Y enseguida, por segunda vez, cantó el gallo. Pedro se acordó de las palabras que le había dicho Jesús: «Antes que el gallo cante dos veces, me habrás negado tres», y rompió a llorar.
1 Apenas se hizo de día, los sumos sacerdotes con los ancianos, los escribas y el Sanedrín en pleno, hicieron una reunión. Llevaron atado a Jesús y lo entregaron a Pilato.2 Pilato le preguntó: «¿Eres tú el rey de los judíos?». Él respondió: «Tú lo dices».3 Y los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas.4 Pilato le preguntó de nuevo: «¿No contestas nada? Mira de cuántas cosas te acusan».5 Jesús no contestó más; de modo que Pilato estaba extrañado.6 Por la fiesta solía soltarles un preso, el que le pidieran.7 Estaba en la cárcel un tal Barrabás, con los rebeldes que habían cometido un homicidio en la revuelta.8 La muchedumbre que se había reunido comenzó a pedirle lo que era costumbre.9 Pilato les preguntó: «¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?».10 Pues sabía que los sumos sacerdotes se lo habían entregado por envidia.11 Pero los sumos sacerdotes soliviantaron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás.12 Pilato tomó de nuevo la palabra y les preguntó: «¿Qué hago con el que llamáis rey de los judíos?».13 Ellos gritaron de nuevo: «Crucifícalo».14 Pilato les dijo: «Pues ¿qué mal ha hecho?». Ellos gritaron más fuerte: «Crucifícalo».15 Y Pilato, queriendo complacer a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.
16 Los soldados se lo llevaron al interior del palacio —al pretorio— y convocaron a toda la compañía.17 Lo visten de púrpura, le ponen una corona de espinas, que habían trenzado,18 y comenzaron a hacerle el saludo: «¡Salve, rey de los judíos!».
19 Le golpearon la cabeza con una caña, le escupieron; y, doblando las rodillas, se postraban ante él.20 Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa.
Y lo sacan para crucificarlo.21 Pasaba uno que volvía del campo, Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo; y lo obligan a llevar la cruz.
22 Y conducen a Jesús al Gólgota (que quiere decir lugar de «la Calavera»),23 y le ofrecían vino con mirra; pero él no lo aceptó.24 Lo crucifican y se reparten sus ropas, echándolas a suerte, para ver lo que se llevaba cada uno.
25 Era la hora tercia cuando lo crucificaron.26 En el letrero de la acusación estaba escrito: «El rey de los judíos».27 Crucificaron con él a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda.
29 Los que pasaban lo injuriaban, meneando la cabeza y diciendo: «Tú que destruyes el templo y lo reconstruyes en tres días,30 sálvate a ti mismo bajando de la cruz».31 De igual modo, también los sumos sacerdotes comentaban entre ellos, burlándose: «A otros ha salvado y a sí mismo no se puede salvar.32 Que el Mesías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos». También los otros crucificados lo insultaban.
33 Al llegar la hora sexta toda la región quedó en tinieblas hasta la hora nona.34 Y a la hora nona, Jesús clamó con voz potente: Eloí Eloí, lemá sabaqtaní (que significa: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»).35 Algunos de los presentes, al oírlo, decían: «Mira, llama a Elías».36 Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y le daba de beber diciendo:
«Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo».37 Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró.38 El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo.
39 El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios».
40 Había también unas mujeres que miraban desde lejos; entre ellas María la Magdalena, María la madre de Santiago el Menor y de José, y Salomé,41 las cuales, cuando estaba en Galilea, lo seguían y servían; y otras muchas que habían subido con él a Jerusalén.
42 Al anochecer, como era el día de la Preparación, víspera del sábado,43 vino José de Arimatea, miembro noble del Sanedrín, que también aguardaba el reino de Dios; se presentó decidido ante Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús.44 Pilato se extrañó de que hubiera muerto ya; y, llamando al centurión, le preguntó si hacía mucho tiempo que había muerto.45 Informado por el centurión, concedió el cadáver a José.46 Este compró una sábana y, bajando a Jesús, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro, excavado en una roca, y rodó una piedra a la entrada del sepulcro.47 María Magdalena y María, la madre de Joset, observaban dónde lo ponían.
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Beato Gerrico de Igny, abad
Sermón
En estos días en que se celebra solemnemente el aniversario memorial de la pasión y cruz del Señor, ningún tema de predicación más apropiado –según creo – que Jesucristo, y éste crucificado. E incluso en cualquier otro día, ¿puede predicarse algo más conforme con la fe? ¿Hay algo más saludable para el auditorio o más apto para sanear las costumbres? ¿Hay algo tan eficaz como el recuerdo del Crucificado para destruir el pecado, crucificar los vicios, nutrir y robustecer la virtud?
Hable, pues, Pablo entre los perfecto una sabiduría misteriosa, escondida; hábleme a mí, cuya imperfección perciben hasta los hombres, hábleme de Cristo crucificado, necedad ciertamente para los que están en vías de perdición, pero para mí y para los que están en vías de salvación es fuerza de Dios y sabiduría de Dios; para mí es una filosofía altísima y nobilísima, gracias a la cual me río yo de la infatuada sabiduría tanto del mundo como de la carne.
¡Cuán perfecto me consideraría, cuán aprovechado en la sabiduría si llegase a ser por lo menos un idóneo oyente del crucificado, a quien Dios ha hecho para nosotros no sólo sabiduría, sino también justicia, santificación y redención! Si realmente estás crucificado con Cristo, eres sabio, eres justo, eres santo, eres libre. ¿O no es sabio quien, elevado con Cristo sobre la tierra, saborea y busca los bienes de allá arriba? ¿Acaso no es justo aquel en quien ha quedado destruida su personalidad de pecador y él libre de la esclavitud al pecado? ¿Por ventura no es santo el que a sí mismo se presenta como hostia viva, santa, agradable a Dios? ¿O no es verdaderamente libre aquel a quien el Hijo liberó, quien, desde la libertad de la conciencia, confía hacer suya aquella libre afirmación del Hijo: Se acerca el Príncipe de este mundo; no es que él tenga poder sobre mí? Realmente del Crucificado viene la misericordia, la redención copiosa, que de tal modo redimió a Israel de todos sus delitos, que mereció salir libre de las calumnias del Príncipe de este mundo.
Que lo confiesen, pues, los redimidos por el Señor, los que él rescató de la mano del enemigo, los que reunió de todos los países; que lo confiesen, repito, con la voz y el espíritu de su Maestro; Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo.
San Andrés de Creta, obispo
Sermones: Bendito el que viene, como rey, en nombre del Señor
«Se aproximaron a Jerusalén...» (Mt 21,1)Sermón 9 sobre el domingo de Ramos : PG 97, 990-994
Venid, y al mismo tiempo que ascendemos al monte de los Olivos, salgamos al encuentro de Cristo, que vuelve hoy de Betania y, por propia voluntad, se apresura hacia su venerable y dichosa pasión, para llevar a plenitud el misterio de la salvación de los hombres.
Porque el que va libremente hacia Jerusalén es el mismo que por nosotros, los hombres, bajó del cielo, para levantar consigo a los que yacíamos en lo más profundo y colocarnos, como dice la Escritura, por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido.
Y viene, no como quien busca su gloria por medio de la fastuosidad y de la pompa. No porfiará —dice—, no gritará, no voceará por las calles, sino que será manso y humilde, y se presentará sin espectacularidad alguna.
Ea, pues, corramos a una con quien se apresura a su pasión, e imitemos a quienes salieron a su encuentro. Y no para extender por el suelo, a su paso, ramos de olivo, vestiduras o palmas, sino para prosternarnos nosotros mismos, con la disposición más humillada de que seamos capaces y con el más limpio propósito, de manera que acojamos al Verbo que viene, y así logremos captar a aquel Dios que nunca puede ser totalmente captado por nosotros.
Alegrémonos, pues, porque se nos ha presentado mansamente el que es manso y que asciende sobre el ocaso de nuestra ínfima vileza, para venir hasta nosotros y convivir con nosotros, de modo que pueda, por su parte, llevarnos hasta la familiaridad con él.
Ya que, si bien se dice que, habiéndose incorporado las primicias de nuestra condición, ascendió, con ese botín, sobre los cielos, hacia el oriente, es decir, según me parece, hacia su propia gloria y divinidad, no abandonó, con todo, su propensión hacia el género humano hasta haber sublimado al hombre, elevándolo progresivamente desde lo más ínfimo de la tierra hasta lo más alto de los cielos.
Así es como nosotros deberíamos prosternarnos a los pies de Cristo, no poniendo bajo sus pies nuestras túnicas o unas ramas inertes, que muy pronto perderían su verdor, su fruto y su aspecto agradable, sino revistiéndonos de su gracia, es decir, de él mismo, pues los que os habéis incorporado a Cristo por el bautismo os habéis revestido de Cristo. Así debemos ponernos a sus pies como si fuéramos unas túnicas.
Y si antes, teñidos como estábamos de la escarlata del pecado, volvimos a encontrar la blancura de la lana gracias al saludable baño del bautismo, ofrezcamos ahora al vencedor de la muerte no ya ramas de palma, sino trofeos de victoria.
Repitamos cada día aquella sagrada exclamación que los niños cantaban, mientras agitamos los ramos espirituales del alma: Bendito el que viene, como rey, en nombre del Señor.
San Agustín, obispo
Sobre el Evangelio de san Juan: Si aquella sangre no hubiese sido derramada, el mundo no hubiera sido redimido
«El Señor lo necesita» (Lc 19,31)9-10: CCL 36, 336-338
Todavía no había llegado su hora, no la hora en que se viese forzado a morir, sino la hora en que se dignase ser muerto. Pues bien sabía él cuándo debía morir; tiene presentes todas las profecías que se referían a él y esperaba su pleno cumplimiento antes de iniciar su pasión. Y una vez cumplidas todas las profecías, entonces tendría lugar también la pasión, de acuerdo con el orden establecido, y no en base a una fatal necesidad.
Escuchad sino y podréis comprobarlo por vosotros mismos. Entre otras cosas profetizadas de él, estaba escrito: En mi comida me echaron hiel, para mi sed me dieron vinagre. Cómo se cumplió esto, lo sabemos por el evangelio. Primero le dieron hiel: la aceptó, la probó, pero no quiso beberla; más tarde, colgado ya de la cruz, para que se cumpliera la Escritura, dijo: Tengo sed. Cogieron una esponja empapada en vinagre, la sujetaron a una caña, y se lo acercaron al crucificado. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: Está cumplido. ¿Qué significa está cumplido? Que se han realizado todas las cosas profetizadas antes de su pasión. Por tanto, ¿qué hago yo aquí ya? Y efectivamente, una vez que hubo dicho: «Está cumplido», inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
¿Pero es que los ladrones crucificados con él, expiraron cuando quisieron? Estaban amarrados por los lazos de la carne, puesto que no eran los creadores de la carne; traspasados por clavos, eran largamente atormentados, porque no eran dueños de sus sufrimientos. En cambio, el Señor, cuando quiso se encarnó en un seno virginal; cuando quiso apareció entre los hombres; vivió entre los hombres el tiempo que quiso; cuando quiso abandonó su envoltura carnal. Esto es señal de potestad, no de necesidad. Esta es la hora que él esperaba: no una hora fatal, sino oportuna y voluntaria, que le permitiera cumplir cuanto antes de su pasión tenía que cumplir. Porque, ¿cómo podía estar bajo el sino de la fatalidad el que en otro pasaje dijo: Tengo poder para quitar la vida y tengo poder para recuperarla; nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente, para poder recuperarla? Puso de manifiesto este poder cuando los judíos lo buscaban: ¿A quién buscáis?, preguntó. Le contestaron: A Jesús. Y les dijo: Yo soy. A cuya voz, retrocedieron y cayeron a tierra.
Pero alguien replicará: si es verdad que poseía este poder, ¿por qué entonces cuando, colgado de la cruz, los judíos lo injuriaban y decían: Si es hijo de Dios, que baje de la cruz, no bajó, para, bajando, demostrarles su poder? Porque predicaba la paciencia, por eso difería la potencia. Pues si, al reclamo de sus palabras, hubiera bajado de la cruz, diríase que lo había hecho vencido por el dolor. No bajó en absoluto; permaneció clavado, para ser desclavado cuando quisiera.
Pues ¿qué le costaba bajar de la cruz a él que pudo resucitar del sepulcro? Por tanto, nosotros que hemos recibido estas enseñanzas, comprendamos que el poder de nuestro Señor Jesucristo, oculto entonces, habría de manifestarse en el juicio, del que se ha dicho: Dios viene manifiestamente, viene nuestro Dios y no callará. Porque primero calló. ¿Cuándo calló? Cuando fue juzgado, cumpliéndose así la predicción del profeta: Como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. Así pues, si no hubiera querido padecer, no habría padecido, aquella sangre no habría sido derramada; si aquella sangre no hubiera sido derramada, el mundo no habría sido redimido. Demos, pues, gracias tanto al poder de su divinidad, como a la misericordia de su debilidad.
San León Magno, papa
Tratado
Entregado el Señor a la voluntad de sus enemigos, se le obligó a llevar el instrumento de su suplicio para burlarse de su dignidad real. Así se cumplió lo predicho por el profeta Isaías, cuando dice: Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: lleva a hombros el principado. Pues que el Señor saliera llevando el leño de la cruz —ese leño que había de convertirse en cetro de su soberanía—, era a los ojos de los impíos ciertamente objeto de enorme humillación, pero que aparecía a los ojos de los fieles como un gran misterio. Pues este gloriosísimo vencedor del diablo y potentísimo debelador de los poderes adversos, llevaba muy significativamente el trofeo de su triunfo, y cargaba sobre los hombros de su invicta paciencia el símbolo de la salvación, digno de ser adorado por todos los reinos; se diría que en aquel momento, con el espectáculo de su comportamiento, quería confirmar y decir a todos sus imitadores: El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí.
Cuando, acompañado de la multitud, se dirigía Jesús al lugar del suplicio, encontraron a un cierto Simón de Cirene, a quien cargaron con la cruz del Señor, para que también en este gesto quedase prefigurada la fe de los paganos, a quienes la cruz de Cristo no iba a serles objeto de confusión, sino de gloria. Por este traspaso de la cruz, la expiación operada por el cordero inmaculado y la plenitud de todos los sacramentos pasará de la circuncisión a la incircuncisión, de los hijos carnales a los hijos espirituales. Pues la verdad es que —como dice el Apóstol— ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo; el cual ofreciéndose al Padre como nuevo y verdadero sacrificio de reconciliación, fue crucificado, no en el templo cuya misión sacral había tocado a su fin, ni dentro del recinto de la ciudad, destinada a la destrucción en mérito a su crimen, sino fuera de las murallas, para que habiendo cesado el misterio de las antiguas víctimas, una nueva víctima fuera presentada sobre el nuevo altar, y la cruz de Cristo fuera el ara no del templo, sino del mundo.
Amadísimos: habiendo sido levantado Cristo en la cruz, no debe nuestra alma contemplar tan sólo aquella imagen que impresionó vivamente la vista de los impíos a quienes se dirigía Moisés con estas palabras: Tu vida estará ante ti como pendiente de un hilo, temblarás día y noche, y ni de tu vida te sentirás seguro. Estos hombres no fueron capaces de ver en el Señor crucificado otra cosa que su acción culpable, llenos de temor, y no del temor con que se justifica la fe verdadera, sino el temor que atormenta la mala conciencia.
Que nuestra alma, iluminada por el Espíritu de verdad; reciba con puro y libre corazón la gloria de la cruz, que irradia por cielo y tierra, y trate de penetrar interiormente lo que el Señor quiso significar cuando, hablando de la pasión cercana, dijo: Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. Y más adelante: Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré? Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora, Padre, glorifica a tu Hijo. Y como oyera la voz del Padre, que decía desde el cielo: Le he glorificado y volveré a glorificarlo, dijo Jesús a los que lo rodeaban: Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí.
San Cirilo de Alejandría, obispo
Sobre el libro del profeta Isaías: La pasión de Cristo y su preciosa cruz son seguridad y muro inaccesible para quien cree en él
«La tierra y la roca se hendieron... y se abrieron los sepulcros» (Mt 27, 51-52)Lib 4, or 4: PG 70, 1066-1067
Cristo, a pesar de su naturaleza divina y siendo por derecho igual a Dios Padre, no hizo alarde de su categoría de Dios, sino que se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Realmente su pasión saludable abatió a los principados y triunfó sobre los dominadores del mundo y de este siglo, liberó a todos de la tiranía del diablo y nos recondujo a Dios. Sus cicatrices nos curaron y, cargado con nuestros pecados, subió al leño; y de este modo, mientras él muere, a nosotros se nos mantiene en la vida, y su pasión se ha convertido en nuestra seguridad y muro de defensa. El que nos ha rescatado de la condena de la ley, nos socorre cuando somos tentados. Y para consagrar al pueblo con su propia sangre, murió fuera de la ciudad.
Por eso, repito, la pasión de Cristo, su preciosa cruz y sus manos taladradas se traducen en seguridad, en muro inaccesible e indestructible para quienes creen en él. Por lo cual dice justamente: Mis ovejas escuchan mi voz y me siguen, y yo les doy la vida eterna. Y también: Nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. Y esto porque precisamente viven a la sombra del Omnipotente, protegidas por la ayuda divina como en una torre fortificada.
Desde el momento, pues, en que Dios Padre nos sostiene casi con sus manos, custodiándonos junto a él, sin permitir que seamos inducidos al mal o que sucumbamos a la malicia de los malvados, ni ser presa de la violencia diabólica, nada nos impide comprender que las murallas de Sión designadas por sus manos, signifiquen a los expertos en el arte espiritual que, poseídos por la gracia, se dan a conocer en el testimonio de la virtud.
En consecuencia, podríamos decir que las murallas de Sión construidas por Dios, son los santos apóstoles y evangelistas, aprobados por su propia palabra, que nunca se equivoca ni se devalúa. Sus nombres están escritos en el cielo y figuran en el libro de la vida. No hemos de maravillarnos si dice que los santos son los baluartes y las murallas de la Iglesia. Él mismo es el muro y el baluarte, como una fortaleza.
De igual modo que él es la luz verdadera y, no obstante, dice que ellos son la luz del mundo, así también, siendo él el muro y la seguridad de quienes creen en él, confirió a sus santos esta estupenda dignidad de ser llamados murallas de la Iglesia.