Mc 13, 24-32: La venida del Hijo del hombre
/ 4 noviembre, 2015 / San MarcosTexto Bíblico
24 En aquellos días, después de esa gran angustia, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, 25 las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán. 26 Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y gloria; 27 enviará a los ángeles y reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo. 28 Aprended de esta parábola de la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca; 29 pues cuando veáis vosotros que esto sucede, sabed que él está cerca, a la puerta. 30 En verdad os digo que no pasará esta generación sin que todo suceda. 31 El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. 32 En cuanto al día y la hora, nadie lo conoce, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, solo el Padre.
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
Gregorio de Palamás
Homilía: Aspirar a las cosas eternas.
Homilía 26 : PG 151, 339-342 (Liturgia de las Horas).
¡Ojalá que en el siglo futuro nos hallemos también nosotros agregados a la muchedumbre de los salvados!
Los que tuvieren una fe recta en nuestro Señor Jesucristo y mostraren su fe con las obras; los que, atentos a sí mismos, se purificaren de la inmundicia de sus pecados mediante la confesión y la penitencia; los que se ejercitaren en las virtudes opuestas a los vicios: en la templanza, la castidad, la caridad, la limosna, la justicia y la verdad, todos éstos, resucitados, escucharán al mismo rey de los cielos: Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo, y así reinaran con Cristo, partícipes con él de un reino celestial y pacífico, viviendo eternamente en una luz inefable que no conoce ocaso ni noche que la interrumpa, conversando con los santos que fueron al principio en medio de las inenarrables delicias del seno de Abrahán, donde no hay dolor, ni luto, ni llanto.
Una es en efecto la cosecha de las espigas inanimadas; de las intelectuales —me estoy refiriendo al género humano— uno es también —y ya lo hemos mencionado— el segador, que congrega a la fe, del campo de la incredulidad, a los que reciben a los pregoneros del evangelio. Los segadores de esta mies son los apóstoles y sus sucesores y, en el tiempo de la Iglesia, los doctores. De éstos dijo Cristo: El segador ya está recibiendo salario y almacenando fruto para la vida eterna. Y los doctores de la piedad recibirán una recompensa tanto mayor cuantas más personas convencidas reúnan para la vida eterna.
Existe todavía otra mies: el traslado de cada uno de nosotros, después de la muerte, de la vida presente a la futura. Esta mies no tiene como segadores a los apóstoles, sino a los ángeles, que, en cierto modo, son superiores a los apóstoles, ya que una vez hecha la recolección, eligen y separan —como al trigo de la cizaña— a los malos de los buenos: a los buenos los llevarán al reino de los cielos, y a los malos al horno encendido.
La puesta en escena de todo esto, descrita en el evangelio de Cristo, la veremos otro día, cuando Cristo nos conceda el tiempo y las palabras para hacerlo. ¡Ojalá que también nosotros, que ahora somos el pueblo elegido de Dios, una nación consagrada, la Iglesia del Dios vivo, segregados de todos los hombres impíos e irreligiosos, así también en el siglo futuro nos hallemos segregados de los que son cizaña, y unidos a la muchedumbre de los salvados, en Cristo nuestro Señor! ¡Bendito él por siempre! Amén.
Orígenes, presbítero.
Homilía: Sometete a Cristo, no esperes a ser sometido.
Homilía sobre el libro de Josué, n. 16, 3 : SC 71.
«Entonces veremos al Hijo del hombre… venir con gran poder» (cf. Mc 13,26).
«Queda todavía mucha tierra por conquistar » (Jos 13,1)… Considera el primer advenimiento de nuestro Señor y Salvador, cuando vino para sembrar su palabra sobre la tierra. Se adueñó de toda la tierra por la sola fuerza de esta siembra: hizo huir a las fuerzas adversas y a los ángeles rebeldes que dominaban los espíritus de las naciones, y al mismo tiempo sembró su palabra y difundió sus iglesias. Tal fue su primera posesión de toda la tierra.
Sin embargo a través de la Escritura, yo te mostraré lo que es la segunda conquista de una tierra de la que se le dice a Josué [Jesús] que todavía queda mucha por conquistar. Escucha las palabras de Pablo: «Hace falta que reine hasta que haga de todos sus enemigos estrado de sus pies» (1Co 15,25; Sal. 109,1). He aquí la tierra sobre la que se dice, que ha sido dejada hasta que todos estén completamente sometidos a sus pies y qué así herede todos los pueblos… En cuanto a nuestro tiempo, vemos muchas cosas «que quedan» y todavía no están sometidas a los pies de Jesús; por tanto hace falta que lo posea todo. Porque no podrá llegar el fin del mundo hasta que todo se le haya sometido. El profeta dice en efecto: «Que domine de mar a mar, del gran río al confín de la tierra» (Sal. 72 LXXl), y «Desde las orillas de los ríos de Cus, mis adoradores, los deportados traerán mi ofrenda» (Sof 3,10).
Resulta de ahí, que en su segundo advenimiento Jesús dominará esta tierra de la que queda mucho por conquistar. ¡Pero bienaventurados aquellos qué habrán sido adquiridos desde el primer advenimiento! Serán verdaderamente colmados de favores, a pesar de la resistencia de tantos enemigos y los ataques de tantos adversarios; recibirán… su parte de la Tierra prometida. Pero cuando la sumisión tenga que hacerse por la fuerza, el día en que hará falta que «sea destruido el último enemigo, es decir la muerte» (1Co 15,26), no existirán favores para los que se nieguen a someterse.
San Juan Pablo II, papa
Ángelus (26-01-1997): Los profetas permiten ver el futuro con esperanza.
Domingo 26 de enero de 1997.
«El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mc 13,31).
1. Muchas personas, reflexionando sobre la situación de nuestro mundo, se sienten consternadas y, a veces, incluso angustiadas. Las perturba constatar conductas individuales o de grupo que muestran una desconcertante ausencia de valores. Nuestro pensamiento va, naturalmente, a ciertos sucesos, algunos recientes, que, a quien los observa con atención, le producen un escalofriante sentido de vacío.
¿Cómo no interrogarse sobre las causas, y cómo no sentir la necesidad de alguien que nos ayude a descifrar el misterio de la vida, permitiéndonos mirar con esperanza al futuro?
En la Biblia, los hombres que tienen esta misión se llaman profetas. Son hombres que no hablan en nombre propio, sino en nombre de Dios, movidos por su Espíritu.
También Jesús fue un profeta ante los ojos de sus contemporáneos que, impresionados, reconocieron en él «un profeta poderoso en obras y palabras» (Lc 24, 19). Con su vida, y sobre todo con su muerte y resurrección, se acreditó como el profeta por excelencia, pues es el Hijo mismo de Dios. Es lo que afirma la carta a los Hebreos: «Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo» (Hb 1, 1-2).
2. El misterio del profeta de Nazaret no deja de interpelarnos. Su mensaje, recogido en los evangelios, permanece siempre actual a lo largo de los siglos y los milenios. Él mismo dijo: «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mc 13, 31). En Jesús, su Hijo encarnado, Dios ha dicho la palabra definitiva sobre el hombre y sobre la historia, y la Iglesia vuelve a proponerla siempre con nueva confianza, sabiendo que es la única palabra capaz de dar sentido pleno a la vida del hombre.
Muchas veces la profecía de Jesús puede resultar molesta, pero es siempre saludable. Cristo es signo de contradicción (cf. Lc 2, 34), precisamente porque llega al fondo del alma, obliga a quien lo escucha a replantearse su vida y le pide la conversión del corazón.
3. Ojalá que el camino hacia el jubileo sea para los creyentes un constante redescubrimiento de Cristo. He querido subrayar esta urgencia enviando el evangelio de Marcos a todas las familias romanas. Espero que esta iniciativa y otras semejantes se multipliquen en la Iglesia.
Que la Virgen santísima nos ayude a abrirnos dócilmente a la escucha de la palabra de Jesús y a ser sus heraldos y testigos valientes y entusiastas.
Homilía (16-11-1997): Dios no pasa.
Inauguración de la Asamblea Especial para América del Sínodo de los Obispos.
Basílica de San Pedro. Domingo 16 de noviembre de 1997
«El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mc 13,31).
1. «Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor» (Aleluya, cf. Mt 24, 42. 44).
[La liturgia de hoy nos invita a] esta vigilancia en la oración… La palabra de Dios nos ofrece hoy una magnífica perspectiva para discernir… una mirada de fe sobre la historia, es decir, una perspectiva «escatológica».
Éste es el modo de considerar las vicisitudes humanas que el Señor nos enseña a los creyentes. [La Palabra de Dios] «revela la verdad» (Dn 11, 2) sobre los acontecimientos históricos. Habla de angustia y salvación para el pueblo: ¿cómo no reconocer en él un anuncio del misterio pascual, único centro de la historia y clave para su interpretación auténtica?
A la luz del misterio pascual la Iglesia prepara y realiza cada paso de su peregrinación en la tierra…
4. «Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor».
Esta exhortación, que acabamos de escuchar… alude al clima espiritual que estamos viviendo, a medida que el año litúrgico se acerca a su fin. Es un clima rico en temas escatológicos, destacados especialmente en el pasaje evangélico de san Marcos, en el que Cristo subraya la caducidad del cielo y de la tierra: «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mc 13, 31).
Pasa el escenario de este mundo, pero la palabra de Dios no pasará. ¡Cuán elocuente es esta contraposición! Dios no pasa y tampoco pasa lo que de él proviene. No pasa el sacrificio de Cristo…
6. […] María, Madre de la esperanza, ayúdanos para que nos encontremos despiertos y preparados el día grande y misterioso, cuando Cristo llegue, como Señor glorioso de los pueblos, a juzgar a los vivos y los muertos. ¡Amén!
Catequesis (22-04-1998): Escatología y Evangelización.
Audiencia General, Miércoles 22 de Abril 1998.
«Verán al Hijo del hombre que viene entre nubes con gran poder y gloria» (Mc 13,26).
1. El camino hacia el jubileo, a la vez que remite a la primera venida histórica de Cristo, nos invita también a mirar hacia adelante en espera de su segunda venida al final de los tiempos. Esta perspectiva escatológica, que indica la orientación fundamental de la existencia cristiana hacia las últimas realidades, es una llamada continua a la esperanza y, al mismo tiempo, al compromiso en la Iglesia y en el mundo.
No debemos olvidar que el skaton, es decir, el acontecimiento final, entendido cristianamente, no es sólo una meta puesta en el futuro, sino también una realidad ya iniciada con la venida histórica de Cristo. Su pasión, muerte y resurrección constituyen el evento supremo de la historia de la humanidad, que ha entrado ya en su última fase, dando, por decir así, un salto de calidad. Se abre, para el tiempo, el horizonte de una nueva relación con Dios, caracterizada por el gran ofrecimiento de la salvación en Cristo.
Por esto, Jesús puede decir: «Llega la hora, y ya estamos en ella, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oigan vivirán» (Jn 5, 25). La resurrección de los muertos, esperada para el final de los tiempos, recibe una primera y decisiva actuación ya ahora, en la resurrección espiritual, objetivo principal de la obra de salvación. Consiste en la nueva vida comunicada por Cristo resucitado, como fruto de su obra redentora.
Es un misterio de renacimiento en el agua y en el Espíritu (cf. Jn 3, 5), que marca profundamente el presente y el futuro de toda la humanidad, aunque su eficacia se realiza ya desde ahora sólo en los que aceptan plenamente el don de Dios y lo irradian en el mundo.
2. Cristo, en sus palabras, pone claramente de manifiesto esta doble dimensión, presente y a la vez futura, de su venida. En el discurso escatológico, que pronuncia poco antes del drama pascual, Jesús predice: «Verán al Hijo del hombre que viene entre nubes con gran poder y gloria; entonces enviará a los ángeles y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo» (Mc 13, 26-27).
En el lenguaje apocalíptico, las nubes son un signo teofánico: indican que la segunda venida del Hijo del hombre no se llevará a cabo en la debilidad de la carne, sino en el poder divino. Estas palabras del discurso hacen pensar en el futuro último, que concluirá la historia. Con todo, Jesús, en la respuesta que da al sumo sacerdote durante el proceso, repite la profecía escatológica, enunciándola con palabras que aluden a un acontecimiento inminente: «Yo os declaro que a partir de ahora veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra de Dios y venir sobre las nubes del cielo» (Mt 26, 64).
Confrontando estas palabras con las del discurso anterior, se aprecia el sentido dinámico de la escatología cristiana, como un proceso histórico ya iniciado y en camino hacia su plenitud.
3. Por otra parte, sabemos que las imágenes apocalípticas del discurso escatológico, a propósito del final de todas las cosas, se han de interpretar en su intensidad simbólica. Expresan la precariedad del mundo y el poder soberano de Cristo, en cuyas manos está el destino de la humanidad. La historia camina hacia su meta, pero Cristo no señaló ninguna fecha concreta. Por tanto, son falsos y engañosos los intentos de prever el final del mundo. Cristo nos aseguró solamente que el final no vendrá antes de que su obra de salvación haya alcanzado una dimensión universal por el anuncio del Evangelio: «Se proclamará esta buena nueva del Reino en el mundo entero, para dar testimonio a todas las naciones. Y entonces vendrá el fin» (Mt 24, 14).
Jesús dice estas palabras a los discípulos, interesados en conocer la fecha del fin del mundo. Tienen la tentación de pensar en una fecha cercana. Y Jesús les da a entender que deben suceder primero muchos acontecimientos y cataclismos, y serán solamente «el comienzo de los dolores» (Mc 13, 8). Por consiguiente, como dice san Pablo, toda la creación «gime y sufre dolores de parto» esperando con ansiedad la revelación de los hijos de Dios (cf. Rm 8, 19-22).
4. La obra evangelizadora del mundo conlleva la profunda transformación de las personas humanas por influjo de la gracia de Cristo. San Pablo afirmó que la finalidad de la historia es el plan del Padre de «recapitular todas las cosas en Cristo, las del cielo y las de la tierra» (Ef 1, 10). Cristo es el centro del universo, que atrae hacia sí a todos para comunicarles la abundancia de las gracias y la vida eterna.
El Padre dio a Jesús «el poder para juzgar, porque es Hijo del hombre» (Jn 5, 27). El juicio, aunque, como es obvio, incluye la posibilidad de condena, está encomendado al «Hijo del hombre», es decir, a una persona llena de comprensión y solidaria con la condición humana. Cristo es un juez divino con un corazón humano, un juez que desea dar la vida. Sólo el empecinamiento impenitente en el mal puede impedirle hacer este don, por el cual él no dudó en afrontar la muerte.
Catecismo de la Iglesia Católica
nn. 673-674.
El glorioso advenimiento de Cristo, esperanza de Israel
673 Desde la Ascensión, el advenimiento de Cristo en la gloria es inminente (cf Ap 22, 20) aun cuando a nosotros no nos «toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad» (Hch 1, 7; cf. Mc 13, 32). Este acontecimiento escatológico se puede cumplir en cualquier momento (cf. Mt 24, 44: 1 Ts 5, 2), aunque tal acontecimiento y la prueba final que le ha de preceder estén «retenidos» en las manos de Dios (cf. 2 Ts 2, 3-12).
674 La venida del Mesías glorioso, en un momento determinado de la historia (cf. Rm 11, 31), se vincula al reconocimiento del Mesías por «todo Israel» (Rm 11, 26; Mt 23, 39) del que «una parte está endurecida» (Rm 11, 25) en «la incredulidad» (Rm 11, 20) respecto a Jesús . San Pedro dice a los judíos de Jerusalén después de Pentecostés: «Arrepentíos, pues, y convertíos para que vuestros pecados sean borrados, a fin de que del Señor venga el tiempo de la consolación y envíe al Cristo que os había sido destinado, a Jesús, a quien debe retener el cielo hasta el tiempo de la restauración universal, de que Dios habló por boca de sus profetas» (Hch 3, 19-21). Y san Pablo le hace eco: «si su reprobación ha sido la reconciliación del mundo ¿qué será su readmisión sino una resurrección de entre los muertos?» (Rm 11, 5). La entrada de «la plenitud de los judíos» (Rm 11, 12) en la salvación mesiánica, a continuación de «la plenitud de los gentiles (Rm 11, 25; cf. Lc 21, 24), hará al pueblo de Dios «llegar a la plenitud de Cristo» (Ef 4, 13) en la cual «Dios será todo en nosotros» (1 Co 15, 28).
Comentarios exegéticos
A. Benito: Esperanza de novedad.
Dabar 1988, 57.
Texto.
A continuación del texto del domingo pasado Marcos nos presenta a Jesús abandonando el Templo y hablando de la futura destrucción de éste. Sentado después en el monte de los olivos, teniendo precisamente ante su vista ese Templo, Jesús responde a una pregunta formulada por Pedro, Santiago, Juan y Andrés. Son los mismos cuatro con los que Marcos había iniciado la andadura pública de Jesús. La pregunta ha sido la siguiente:
¿Cuándo sucederá esa destrucción y cuál será la señal anunciadora? Jesús les pone en guardia contra la curiosidad por saber tiempos y fechas, invitándoles más bien a tomar conciencia del difícil futuro que como discípulos suyos les espera. Es en este punto donde entronca el texto de hoy.
Este comienza con una referencia a esa situación de dificultad de los discípulos. La llama «gran tribulación». Sin embargo, y ésta es la peculiar aportación del texto, esta situación de dificultad no va a durar indefinidamente. Su final se articula en tres actos: fenómenos cósmicos, llegada gloriosa del Hijo del Hombre, reunión de los elegidos dispersos por los cuatro puntos cardinales. Esta reunión que pone fin a las penalidades de los elegidos es el punto culminante y razón de ser de los fenómenos cósmicos y de la llegada del Hijo del hombre.
A continuación el lenguaje del texto deja de ser informativo para hacerse interpelativo: empleo de la segunda persona del imperativo (aprended, sabed). La interpelación está basada en el símil del despuntar de la higuera como señal inconfundible de la proximidad de la estación buena. La formulación textual de la trasposición del símil es como sigue: «Así también vosotros, cuando veáis suceder esto, sabe que está cerca, a la puerta». Los problemas de esta formulación son dos: a qué se refiere el pronombre «esto»; ausencia de sujeto en la frase «está cerca». La traducción litúrgica supone precipitadamente que el sujeto es el Hijo del Hombre. Por exigencia interna del símil el sentido de la trasposición parece que debe ser como sigue: cuando por ser discípulos míos os veáis inmersos en la dificultad, sabed que el final de ésta, está cerca. El pronombre «esto» se refiere a las dificultades de los discípulos y no a los fenómenos cósmicos. La función del símil es despertar en los discípulos la certeza de que sus sufrimientos tendrán un desenlace feliz.
Incluso se afirma después la proximidad de ese desenlace, aunque su delimitación exacta no se pueda precisar.
Comentario.
En una obra literaria el espacio y el tiempo que cuentan son el espacio y el tiempo creados por el autor. Una vez más hay que hacer hincapié en que también este texto hay que verlo a la luz de la muerte-resurrección de Jesús. Ellas representan para Marcos el final de un mundo y el comienzo de otro nuevo y bueno.
En la literatura judía anterior y contemporánea de Marcos la esperanza en un futuro mejor había adquirido relevancia especial. Esa esperanza se revestía de tintes apocalípticos, es decir, de imágenes sombrías y grandes cataclismos de la naturaleza. Dichas imágenes y cataclismos pertenecían al lenguaje metafórico, cuya verdad no está en lo que afirman sino en lo que traslucen: la esperanza en un futuro mejor.
También Marcos hace suyo este lenguaje metafórico, no para anunciar la crónica de un futuro, sino para formular una esperanza de novedad y de bondad. Esta esperanza tiene su realización en la resurrección de Jesús, que pone fin a la dificultad y a la tribulación, representadas realísticamente por la muerte de Jesús. Con este esquema, modelo o paradigma es con el que Marcos habla del fin del mundo y de la llegada gloriosa del Hijo del Hombre. Y lo hace con una única finalidad: inculcar en los discípulos la certeza de que la penalidad que tendrán que padecer no serán la ultima palabra. La resurrección de Jesús es la garantía del final de sus penalidades y de su dispersión. El metafórico «enviará a sus ángeles para que reúnan a los elegidos» tiene su realización la mañana de pascua en el encargo dado por el resplandeciente joven a las mujeres y que ellas deben transmitir a los discípulos: «Os precede en Galilea. Allí le veréis, como os lo tenía anunciado» (Mc. 16, 7).
Este encargo pone fin a la dispersión de los discípulos provocada por la muerte del maestro (ver Mc. 14, 27-28). A su vez la relación entre Mc. 13, 27; 14, 27-28 y 16, 6-7 permite dar al término «elegidos» su verdadero sentido. Es sinónimo de discípulos, es decir, seguidores voluntarios del maestro en su camino de muerte. Cansado por lo arriesgado del camino, el seguidor de Jesús encuentra en el texto de hoy la fuerza y la razón de su esperanza.
Precisamente cuando el invierno arrecia, él sabe que la buena estación está para llegar.