Mc 12, 1-12 – Parábola de los viñadores homicidas (Mc)
/ 29 mayo, 2016 / San MarcosTexto Bíblico
1 Se puso a hablarles en parábolas: «Un hombre plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó un lagar, construyó una torre, la arrendó a unos labradores y se marchó lejos.2 A su tiempo, envió un criado a los labradores, para percibir su tanto del fruto de la viña.3 Ellos lo agarraron, lo azotaron y lo despidieron con las manos vacías.4 Les envió de nuevo otro criado; a este lo descalabraron e insultaron.5 Envió a otro y lo mataron; y a otros muchos, a los que azotaron o los mataron.6 Le quedaba uno, su hijo amado. Y lo envió el último, pensando: “Respetarán a mi hijo”.7 Pero los labradores se dijeron: “Este es el heredero. Venga, lo matamos y será nuestra la herencia”.8 Y, agarrándolo, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña.9 ¿Qué hará el dueño de la viña? Vendrá, hará perecer a los labradores y arrendará la viña a otros.10 ¿No habéis leído aquel texto de la Escritura: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular.11 Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente”?».
12 Intentaron echarle mano, porque comprendieron que había dicho la parábola por ellos; pero temieron a la gente y, dejándolo allí, se marcharon.
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
San Basilio Magno, obispo
Grandes Reglas Monásticas: Hay sólo una forma de pagar a Dios
«Todavía le faltaba enviar a alguien: a su Hijo muy amado» (cf. Mc 12,6)n. 2
Dios creó al hombre a su imagen y semejanza (Gn 1,26), lo honró con el conocimiento de sí mismo, lo dotó de razón, por encima de los demás seres vivos, le otorgó poder gozar de la increíble belleza del paraíso y lo constituyó, finalmente, rey de toda la creación. Después, aunque el hombre cayó en el pecado, engañado por la serpiente, y, por el pecado, en la muerte y en las miserias que acompañan al pecado, a pesar de ello, Dios no lo abandonó; al contrario, le dio primero la ley, para que le sirviese de ayuda, lo puso bajo la custodia y vigilancia de los ángeles, le envió a los profetas, para que le echasen en cara sus pecados y le mostrasen el camino del bien...
La bondad del Señor no nos dejó abandonados y, aunque nuestra insensatez nos llevó a despreciar sus honores, no se extinguió su amor por nosotros, a pesar de habernos mostrado rebeldes para con nuestro bienhechor; por el contrario, fuimos rescatados de la muerte y restituidos a la vida por el mismo nuestro Señor Jesucristo; y la manera como lo hizo es lo que más excita nuestra admiración. En efecto, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo (Ef. 2,6-7). Más aún, soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores, fue traspasado por nuestras rebeliones, sus cicatrices nos curaron (Is 53,4-5); además, nos rescató de la maldición, haciéndose por nosotros un maldito (Ga 3,13), y sufrió la muerte más ignominiosa para llevarnos a una vida gloriosa.
Y no se contentó con volver a dar vida a los que estaban muertos, sino que los hizo también partícipes de su divinidad y les preparó un descanso eterno y una felicidad que supera toda imaginación humana. ¿Cómo pagaremos, pues, al Señor todo el bien que nos ha hecho? (Sal. 115, 12) Es tan bueno que la única paga que exige es que lo amemos por todo lo que nos ha dado.
La Viña Mística: Admirable trueque
«Le quedaba uno, su hijo amado. Y lo envió el último, pensando: “Respetarán a mi hijo”» (Mc 12,6)Capítulo 5, 4-5
¡Dulce Jesús, en qué estado te veo! Manso y cariñoso, único Salvador de nuestras viejas heridas, ¿quién te condenó a una muerte tan amarga? ¿quién te condujo a sufrir estas heridas, no sólo crueles sino también ignominiosas? Dulce viña, buen Jesús, he aquí el fruto que da tu viña...
Hasta el día de tus bodas, has esperado pacientemente a que produzca uvas, y ella no ha dado más que agrazones (Is 5,6). Ella te ha coronado de espinas, te ha envuelto en las espinas de sus pecados. ¡Esta viña, que no ha dejado de ser tuya, se ha convertido en una viña extranjera, se ha convertido en una viña amarga! Ella te ha renegado y ha gritado: «nosotros no tenemos otro rey más que el César» (Jn 19,15). Después de haber expulsado el viñedo de tu ciudad y tu heredad, estos viñedos te han llevado a la muerte: no de un golpe, sino después de haberte abatido por el largo tormento de la Cruz y haberte torturado por las heridas de látigos y clavos... Señor Jesús.... Tú mismo entregas tu vida a la muerte – nadie te puede reemplazar, eres Tú mismo el que la das (Jn 10,18) –... ¡Qué trueque más admirable! El Rey se da por el esclavo, Dios por el hombre, el Creador por la criatura, el Inocente por los culpables.
San Juan Crisóstomo, obispo
Sobre la Segunda Carta a los Corintios: ¿Acaso hay un amor más grande?
«Agarrándolo, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña» (Mc 12,8)n. 11
"Cristo nos confió el ministerio de la reconciliación " (2Co 5,18). Pablo destaca la grandeza de los apóstoles mostrándonos qué ministerio les ha sido confiado, al mismo tiempo que manifiesta el amor con que Dios nos amó. Después de que los hombres se hubieran negado a escuchar al que les había enviado, Dios no hizo estallar su cólera, no les rechazó. Sino que persiste en llamarlos por sí mismo y por los apóstoles... "Dios puso en nuestra boca la palabra de la reconciliación " (v. 19). Venimos pues, no para una obra penosa, sino para hacer a todos los hombres amigos de Dios. Ya que no escucharon, nos dice el Señor, continúa exhortándolos hasta que alcancen la fe. Por eso Pablo añade: "Somos embajadores Cristo; es Dios mismo quien os llama por nuestro medio. Os suplicamos en nombre de Cristo: reconciliaos con Dios "...
¿Qué podríamos comparar con un amor tan grande? Después de que hemos pagado sus bienes con ultrajes, lejos de castigarnos, nos dio a su Hijo para reconciliarnos con él. Entonces, lejos de querer reconciliarse, los hombres lo mataron. Dios envió a otros embajadores para exhortarlos y, después de eso, él mismo se hace súplica por ellos. Siempre nos pedía: "Reconciliaos con Dios". No dice: "Que se reconcilie Dios con vosotros". No es él quien nos rechaza; somos nosotros los que nos negamos a ser sus amigos. ¿Acaso Dios puede anidar un sentimiento de odio?