Mc 9, 38-40: ¿Con Jesús o contra Él?
/ 26 febrero, 2014 / San MarcosTexto Bíblico
38 Juan le dijo: «Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no viene con nosotros». 39 Jesús respondió:
«No se lo impidáis, porque quien hace un milagro en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. 40 El que no está contra nosotros está a favor nuestro.
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
Pseudo-Crisóstomo
38. «Juan le dijo: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y no viene con nosotros…» No era, pues, por envidia o celo por lo que quería San Juan impedir que lanzase aquel hombre los demonios, sino porque deseaba que todos los que invocaban el nombre del Señor siguiesen a Cristo y formasen como un solo cuerpo con sus discípulos. Pero el Señor por medio de éstos que hacen milagros, aunque sean indignos de ello, llama a otros a la fe, y por esta inefable gracia los induce a hacerse mejores.
39. Y añade para manifestar que nadie debe oponerse al bien: «Ninguno que haga milagros en mi nombre podrá luego hablar mal de mí». Y lo dice por aquéllos que habían de caer en la herejía, como Simón, Menandro y Cherinto, los que por otra parte, no obraban milagros en nombre de Cristo, sino que los simulaban con ciertos engaños. Estos aunque no nos siguen -dice- no podrán verdaderamente decir nada importante contra nosotros, puesto que haciendo milagros honran mi nombre.
40. «El que no está contra nosotros, está por nosotros.» Esto se refiere a los creyentes que, por la relajación de su vida no siguen a Cristo, mientras que las palabras anteriores se refieren a los demonios que procuran alejar de Dios a todos y disolver su unidad.
«Y cualquiera que os diere un vaso de agua en mi nombre», etc.
San Agustín, de consensu Evangelistarum, 4, 5-6
38-40. Es de observar que estas palabras no están en contradicción con la sentencia del Señor: «El que no está conmigo está contra mí» (Lc 11,23), porque hay quien encuentra diferencia entre las primeras, dirigidas a sus discípulos: quien no es contrario vuestro de vuestro partido es, y las últimas que se refieren a El mismo: el que no está conmigo está contra mí; como si fuera posible que no estuviera con El, estando unido a sus discípulos como a sus propios miembros. De otra suerte ¿cómo podía haber verdad en estas palabras: «El que os acoge, a mí me acoge?» (Mt 10,40). Por otra parte, ¿puede no ser contra El el que fuera contra sus discípulos, habiendo dicho: «El que os desprecia me desprecia»? (Lc 10,15).
Así que la verdadera significación de esto es que tanto no está el hombre con El cuanto está contra El y viceversa. Así por ejemplo, el hombre que hacía milagros en nombre de Cristo y no era de la compañía de los discípulos, estaba con ellos y no contra ellos en tanto que hacía los milagros, y no estaba con ellos y sí en su contra cuando no se unía a ellos. Pero como le prohibieron que hiciera aquello por lo cual estaba con ellos, les dijo el Señor: «No hay para qué prohibírselo». Lo que debieron prohibirle fue lo que no era de su compañía, porque así le hubieran exhortado a la unidad de la Iglesia, y no aquélla en que estaba con ellos, a saber, la honra que daba a su Señor y maestro expulsando a los demonios. Así es como obra la Iglesia católica, no reprobando en los herejes lo que tienen de común con ella, sino lo que de ella les separa, o bien alguna doctrina que sea contraria a la paz y a la verdad, en lo cual están contra nosotros.
Manifiesta así que aquél de quien había tratado San Juan, no se había separado de la compañía de los discípulos como para reprobarle como a los herejes, sino como suelen separarse los que no atreviéndose a recibir los sacramentos de Cristo, se muestran benévolos con los cristianos sin otro objeto que el de honrar su nombre. De estos tales dice que no perderán su recompensa, no porque deban considerarse a salvo y seguros con esta benevolencia que tienen para con los cristianos -no estando aún lavados con el bautismo de Cristo ni incorporados a su unidad- sino para que se guíen por la misericordia de Dios a fin de que lleguen a ella, y salgan así seguros de este mundo.
Beda, in Marcum, 3, 39
39. «Jesús dijo: No se lo impidáis…» En esto nos dice que no sólo no nos opongamos al bien de cualquier parte que venga, sino que por el contrario le procuremos cuando no exista.
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
Francisco, papa
Catequesis, Audiencia general, 12-06-2013
Hoy desearía detenerme brevemente en otro de los términos con los que el Concilio Vaticano II definió a la Iglesia: “Pueblo de Dios” (cf. const. dogm. Lumen gentium, 9; CCE, 782).
¿Qué quiere decir ser “Pueblo de Dios”? Ante todo quiere decir que Dios no pertenece en modo propio a pueblo alguno; porque es Él quien nos llama, nos convoca, nos invita a formar parte de su pueblo, y esta invitación está dirigida a todos, sin distinción, porque la misericordia de Dios “quiere que todos se salven” (1 Tm 2, 4).
A los Apóstoles y a nosotros Jesús no nos dice que formemos un grupo exclusivo, un grupo de élite. Jesús dice: id y haced discípulos a todos los pueblos (cf. Mt 28, 19). San Pablo afirma que en el pueblo de Dios, en la Iglesia, “no hay judío y griego… porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gal 3, 28). Desearía decir también a quien se siente lejano de Dios y de la Iglesia, a quien es temeroso o indiferente, a quien piensa que ya no puede cambiar: el Señor te llama también a ti a formar parte de su pueblo y lo hace con gran respeto y amor. Él nos invita a formar parte de este pueblo, pueblo de Dios.
¿Cómo se llega a ser miembros de este pueblo? No es a través del nacimiento físico, sino de un nuevo nacimiento. En el Evangelio, Jesús dice a Nicodemo que es necesario nacer de lo alto, del agua y del Espíritu para entrar en el reino de Dios (cf. Jn 3, 3-5). Somos introducidos en este pueblo a través del Bautismo, a través de la fe en Cristo, don de Dios que se debe alimentar y hacer crecer en toda nuestra vida. Preguntémonos: ¿cómo hago crecer la fe que recibí en mi Bautismo? ¿Cómo hago crecer esta fe que yo recibí y que el pueblo de Dios posee?
Juan Pablo II, papa
Discurso, a los representantes de las religiones no cristianas, Tokio, 24-02-1981
[…] Son verdaderas las palabras de la Biblia: la Sabiduría de Dios circundaba la bóveda celeste y caminaba por el seno de las profundidades. Sobre las olas del mar y sobre toda la tierra y sobre todo pueblo y nación tenía dominio (cf. Eclo 24, 5-10), «siendo sus delicias los hijos de los hombres» (Prov 8, 31). Por eso los cristianos se sienten obligados de un modo especial a aplicar las palabras de Jesús cuando dijo: «El que no está contra nosotros está con nosotros» (Mc 9, 40; cf. Lc 9, 50).
4. Es cierto, en muchas cosas estáis ya con nosotros. Pero nosotros, los cristianos, hemos de decir también que nuestra fe es Jesucristo, es a Jesucristo a quien proclamamos. Incluso hemos de decir más, repitiendo las palabras de San Pablo: «Nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado» (I Cor 2, 2), Jesucristo que ha resucitado también para la salvación y la felicidad de toda la humanidad (cf. 1 Cor 15, 20). Por eso, nosotros llevamos su nombre y su alegre mensaje a todos los pueblos y, a la vez que honramos sinceramente sus culturas y tradiciones, los invitamos respetuosamente a escucharle y a abrirle sus corazones. Al entablar el diálogo, nuestro objetivo es dar testimonio del amor de Cristo, o, en términos concretos, «fomentar la unidad y la caridad entre los hombres y, aún más, entre los pueblos, considera aquí, ante todo, aquello que es común a los hombres y conduce a la mutua solidaridad» (cf. Nostra aetate, 1). El mensaje de Cristo que proclama la Iglesia está centrado en el amor al hombre: éste es el gran precepto de Cristo, la plenitud de la perfección. Por «hombre» entendemos todo aquel que está a nuestro lado, la persona individual formada en el corazón de su madre.
5. En nuestro compromiso por el hombre, nosotros los cristianos estamos deseosos y dispuestos a colaborar con vosotros en favor de la dignidad del hombre, de sus derechos innatos, de la sacralidad de su vida incluso en el seno materno, de su libertad y autodeterminación a nivel individual y social, de su elevación moral y la primacía de su dimensión espiritual. Como hombres religiosos, hemos de dedicar una particular atención al fortalecimiento de las relaciones sociales cordiales y adoptar un estilo de vida marcado por la sobriedad personal y el sincero respeto de la belleza del mundo en que vivimos. Esta es nuestra tarea hoy, más que nunca, cuando la humanidad se enfrenta con la creciente amenaza de ideologías materialistas y de formas de industrialización que pueden despojar al hombre de su dignidad… La Iglesia se hace, a través del diálogo, más católica cada vez —más universal—, lo cual está en consonancia con su naturaleza y su misión de proclamar y dar testimonio del amor de Cristo hacia todos los seres humanos.
6. Me gustaría decir más, pero el lenguaje humano es a veces demasiado limitado y difícil. Sé, sin embargo, que vosotros comprendéis el corazón. Y la aspiración de nuestros corazones apunta en la misma dirección. Por eso os digo: Que el Espíritu y el amor de Cristo esté con todos vosotros.
San Juan de la Cruz, Subida al Monte Carmelo, 3, 45
[…] Para que la doctrina pegue su fuerza, dos disposiciones ha de haber: una del que predica y otra del que oye; porque ordinariamente es el provecho como hay la disposición de parte del que enseña.
Que por eso se dice que, cual es el maestro, tal suele ser el discípulo. Porque, cuando en los Actos de los Apóstoles aquellos siete hijos de aquel príncipe de los sacerdotes de los judíos acostumbraban a conjurar los demonios con la misma forma que san Pablo, se embraveció el demonio contra ellos, diciendo: A Jesús confieso yo y a Pablo conozco; pero vosotros ¿quién sois? (Ac 19,15) y, embistiendo en ellos, los desnudó y llagó. Lo cual no fue sino porque ellos no tenían la disposición que convenía, y no porque Cristo no quisiese que en su nombre no lo hiciesen; porque una vez hallaron los Apóstoles a uno que no era discípulo echando un demonio en nombre de Cristo, y se lo estorbaron, y el Señor se lo reprehendió, (diciendo): No se lo estorbéis, porque ninguno podré decir mal de mí en breve espacio si en mi nombre hubiese hecho alguna virtud (Mc 9,38).
Pero tiene ojeriza con los que, enseñando ellos la ley de Dios, no la guardan, y predicando ellos buen espíritu, no le tienen. Que por eso dice por san Pablo (Rm 2,21): Tú enseñas a otros, y no te enseñas a ti. Tú que predicas qué no hurten, hurtas. Y por David (Ps 49,16-17) dice el Espíritu Santo: Al pecador dijo Dios: ¿Por qué platicas tú mis justicias y tomas mi ley con tu boca, y tú has aborrecido la disciplina y echado mis palabras a las espaldas? En lo cual se da a entender que tampoco les dará espíritu para que hagan fruto.