Mc 9, 14-29: Jesús cura al endemoniado epiléptico
/ 24 febrero, 2014 / San MarcosEl Texto (Mc 9, 14-29)
14 Al llegar donde los discípulos, vio a mucha gente que les rodeaba y a unos escribas que discutían con ellos. 15 Toda la gente, al verle, quedó sorprendida y corrieron a saludarle. 16 El les preguntó: «¿De qué discutís con ellos?» 17 Uno de entre la gente le respondió: «Maestro, te he traído a mi hijo que tiene un espíritu mudo 18 y, dondequiera que se apodera de él, le derriba, le hace echar espumarajos, rechinar de dientes y le deja rígido. He dicho a tus discípulos que lo expulsaran, pero no han podido.» 19 El les responde: «¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo habré de soportaros? ¡Traédmelo!» 20 Y se lo trajeron. Apenas el espíritu vio a Jesús, agitó violentamente al muchacho y, cayendo en tierra, se revolcaba echando espumarajos. 21 Entonces él preguntó a su padre: «¿Cuánto tiempo hace que le viene sucediendo esto?» Le dijo: «Desde niño. 22 Y muchas veces le ha arrojado al fuego y al agua para acabar con él; pero, si algo puedes, ayúdanos, compadécete de nosotros.» 23 Jesús le dijo: «¡Qué es eso de si puedes! ¡Todo es posible para quien cree!» 24 Al instante, gritó el padre del muchacho: «¡Creo, ayuda a mi poca fe!» 25 Viendo Jesús que se agolpaba la gente, increpó al espíritu inmundo, diciéndole: «Espíritu sordo y mudo, yo te lo mando: sal de él y no entres más en él.» 26 Y el espíritu salió dando gritos y agitándole con violencia. El muchacho quedó como muerto, hasta el punto de que muchos decían que había muerto. 27 Pero Jesús, tomándole de la mano, le levantó y él se puso en pie. 28 Cuando Jesús entró en casa, le preguntaban en privado sus discípulos: «¿Por qué nosotros no pudimos expulsarle?» 29 Les dijo: «Esta clase con nada puede ser arrojada sino con la oración.»
Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
Teofilacto
14. Después que mostró su gloria a los tres discípulos en el monte, volvió a los otros que no habían subido, según las siguientes palabras: «Al llegar a donde estaban los demás discípulos, viólos rodeados de una gran multitud», etc. Aprovechando los fariseos la ausencia de Cristo, trataron de atraer a la multitud.
15. Deseaba tanto verle la multitud, que le saludaba desde lejos cuando se presentaba. Y algunos dicen que, pareciendo más hermoso su aspecto desde la transfiguración atraía a la multitud a saludarle.
18. «… un espíritu mudo. Dondequiera que se apodera de él, le derriba, le hace echar espumarajos, rechinar de dientes y le deja rígido.» El Señor permite estos maltratos para que conozcamos la malicia del demonio, el cual hubiera matado al muchacho si el Señor no le hubiese protegido.
25a. Viendo que acudía tanta gente, amenazó sólo al espíritu inmundo, puesto que no quería hacer la cura delante de todos para enseñarnos a huir de toda ostentación.
25b. «Espíritu sordo y mudo, yo te lo mando: sal de él…» Este demonio es sordo y mudo. Sordo en cuanto que no quiere oír la palabra de Dios. Mudo en cuanto que no quiere enseñar a los otros lo que convendría enseñarles.
27. «Jesús, tomándole de la mano, le levantó y él se puso en pie.» Que Jesús, esto es, la palabra evangélica, nos de su mano, es decir, la virtud activa, y entonces nos veremos libres del demonio. Y es de observar que Dios nos ayuda al principio, pero que después debemos nosotros obrar el bien. Por esto levantó Jesús al poseído, con lo cual se manifestó el auxilio de Dios, así como el concurso del hombre se manifestó levantándose éste.
28b-29. ««¿Por qué nosotros no pudimos expulsarle?» Les dijo: «Esta clase con nada puede ser arrojada sino con la oración.»» Es decir, de los poseídos, o simplemente de toda especie de demonios. Es necesario, pues, que ayune el que cura y aquél a quien cura; porque es perfecta la oración cuando se le añade el ayuno, es decir, cuando la sobriedad del que ora le libra del entorpecimiento que causan los alimentos.
Pseudo-Jerónimo
14. No hay reposo para el hombre bajo el sol: la envidia mata a los niños; el rayo hiere la cresta de los altos montes; y hay algunos que aprendiendo con la fe, como la gente común, u otros que envidiando con altanería, como los escribas, vienen juntos a la Iglesia.
«Y todo el pueblo, luego que vio a Jesús, se llenó de asombro», etc.
15-16. Viéndolo el pueblo quedó estupefacto y espantado, pero no les sucedió así a sus discípulos porque en la caridad no hay el temor ( 1Jn 4), que es propio de los siervos, como la estupefacción lo es de los necios. «Y El les preguntó: ¿Sobre qué altercáis entre vosotros?». El Señor interroga para que la confesión engendre la salvación y se resuelva en palabras piadosas el murmullo del corazón.
18. «Dondequiera que se apodera de él, le derriba, le hace echar espumarajos, rechinar de dientes y le deja rígido…» El pecador en su necedad echa espuma por la boca, rechina los dientes en su ira, y se seca en su flojedad. El espíritu impuro despedaza al que se acerca a la salvación, y también despedaza con el terror y con los daños que causa a los que desea devorar, como hizo con Job.
21. «Entonces él preguntó a su padre: «¿Cuánto tiempo hace que le viene sucediendo esto?» Le dijo: «Desde niño».» Este hombre poseído desde la infancia representa al pueblo gentil, en el cual se desarrolló desde el principio el culto inútil de los ídolos hasta el extremo de inmolar en su locura sus hijos a los demonios. Decía el padre que el mal espíritu precipitaba muchas veces al muchacho en el fuego y en el agua lo cual significa la veneración en que tenían a estos elementos los gentiles.
22. Con las palabras «Si puedes», indica su libre albedrío. ¿Qué cosa hay imposible para el creyente, si lo pide con lágrimas en nombre de Jesús, esto es, de la salvación?
24-25. «…gritó el padre del muchacho: «¡Creo, ayuda a mi poca fe!».» Esto nos demuestra también que nuestra fe es débil si no se apoya en el socorro y ayuda de Dios. La fe, acompañada de las lágrimas, llega a lo que desea; y por esto dice: «Viendo el Señor el tropel de gente que iba acudiendo, amenazó al espíritu inmundo, diciéndole:¡ Oh espíritu sordo y mudo!»
El Señor imputa al espíritu lo que ha hecho en el hombre diciendo: «Espíritu sordo y mudo», porque nunca oirá ni hablará lo que oye y habla el pecador penitente. El demonio que sale de un hombre no vuelve más a él, si éste cierra su corazón con las llaves de la humildad y de la caridad y si ha obtenido que se le selle la puerta de la protección. El hombre curado se convierte como en muerto, porque se dice de la salvación: Sois muertos, y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios ( Col 3,3).
29. «Les dijo: «Esta clase con nada puede ser arrojada sino con la oración.»» O bien: es la locura de la lujuria de la carne la que se cura con el ayuno, como se sacude la pereza con la oración. Según la enfermedad, así debe ser el remedio. No se cura la vista con lo que se cura el talón, las pasiones del cuerpo han de curarse con el ayuno y las enfermedades del espíritu con la oración.
San Juan Crisóstomo, homilia in Matthaeum, hom., 58
18a. «Dondequiera que se apodera de él, le derriba, le hace echar espumarajos, rechinar de dientes y le deja rígido…» El Señor permitió esto a causa del padre del muchacho, a fin de que viendo los maltratos que sufría de parte del demonio, fuese atraído a la fe en virtud del milagro que iba a obrarse.
18b-19. La Escritura muestra la incredulidad de este hombre por la siguiente frase de Cristo: «¡Oh gente incrédula!» y por esta otra: «Si tú puedes creer». Sin embargo, aunque fuese su incredulidad un motivo para que el demonio no lo abandonase, acusa a sus discípulos: «Pedí a tus discípulos que le lanzasen, y no han podido», continúa. Observemos la necedad de este hombre, que acusa a los discípulos cuando ruega a Jesús en medio de las gentes, por lo que le reprocha el Señor delante del pueblo, haciendo extensivo este reproche a todos los judíos, puesto que es probable que muchos de los presentes encandalizados pensaran lo que no debían pensar de los discípulos. «Jesús, dirigiendo a todos la palabra, les dijo: ¡Oh gente incrédula! ¿Hasta cuándo habré de estar entre vosotros? ¿Hasta cuándo habré yo de sufriros?». En cuyas palabras expresa que desea la muerte, y que el trato con ellos le era pesado.
23. «¡Todo es posible para quien cree!» Lo que dice el Señor puede interpretarse de este modo: Es tal la sobreabundancia de virtud que hay en mí, que no sólo puedo hacer esto, sino hacer que otros lo hagan. Porque si tienes la fe necesaria, no solamente podrás curar a éste, sino a otros muchos. De este modo traía a la fe al que hablaba todavía como incrédulo. Y luego el padre del muchacho bañado en lágrimas exclamó diciendo: «¡Oh Señor, yo creo, ayuda tú mi incredulidad!»
28. «… le preguntaban en privado sus discípulos: «¿Por qué nosotros no pudimos expulsarle?»» Temían, pues, si acaso habían perdido el poder que sobre los espíritus inmundos habían recibido de la gracia. «Respondióles, continúa: Esta raza de demonios «, etc.
Beda, in Marcum, 3, 38
14-15. Es de observar la diferencia que hay siempre y en todo entre el espíritu de los escribas y el de la multitud. Los escribas no manifiestan la menor devoción, ni fe, ni humildad, ni reverencia al Señor, mientras que la multitud estupefacta al verle, se precipita para saludarle. «Y acudieron todos corriendo a saludarle».
16-17. Se puede creer, si no me engaño, que la cuestión promovida entre ellos tenía como causa el que, siendo discípulos del Salvador, no habían podido curar al poseído que estaba entre ellos. Así al menos se desprende de las siguientes palabras: «A lo que respondiendo uno de ellos, dijo: Maestro, yo he traído a ti un hijo mío», etc.
19. Sin embargo, no se muestra airado contra el hombre, sino contra el vicio, y así es que añade en seguida: «Traédmelo a mí», etc.
21. «¿Cuánto tiempo hace que le viene sucediendo esto?… » Que esto sirva de humillación a los que creen, como se atrevió a decir Juliano, que todos los hombres nacen inocentes como Adán, sin la mancha del pecado original. ¿Qué hizo, pues, este muchacho para que desde la infancia el demonio le atormentase tan cruelmente, si no hubiese tenido la mancha del pecado original sobre sí? Porque es cierto que él no había podido cometer por su parte ningún pecado.
22a. Se representan en este poseído los que vienen al mundo sujetos con el lazo del pecado original y a los cuales ha de salvar la fe de Cristo y su gracia. El fuego debe referirse a la ira y el agua a la voluptuosidad de la carne que suele disipar el espíritu en las delicias. No fue el muchacho, que sufría a su pesar, el amenazado, sino el demonio que estaba en él, porque el que desea corregir al pecador debe exterminar el vicio de las imprecaciones y del odio, pero confortando al hombre con el amor.
22b-23. Da el Señor la respuesta oportuna, porque el que pide dice: «Si puedes algo, ayúdanos», y el Señor contesta: «Si tú puedes creer». Por el contrario, al leproso que exclamó lleno de fe: «Señor, si tú quieres, puedes curarme» ( Mt 8,2-3), le contestó conforme a su fe: «Quiero; sé sano».
24. «¡Creo, ayuda a mi poca fe!». Nadie llega de repente a la perfección y todos por lo mismo debemos empezar en la vida de la virtud por lo pequeño para llegar a lo grande, porque lo primero es el principio de la virtud, después su utilización, y por último su perfección. Mas como la fe crece por secreta inspiración de la gracia por los grados de sus méritos, puede suceder que el que aún no cree bien llegue en un solo momento de ser incrédulo a ser creyente.
26. «… el espíritu salió dando gritos y agitándole con violencia. El muchacho quedó como muerto, hasta el punto de que muchos decían que había muerto.» Muchas veces, pues, cuando nos esforzamos después de nuestros pecados por convertirnos a Dios, el antiguo enemigo nos tienta con nuevas y mayores insidias para hacernos aborrecible la virtud o para vengarse de la afrenta de haber sido expulsado.
27. «Jesús, tomándole de la mano, le levantó y él se puso en pie.» Curó el Salvador con el tacto de su piadosa diestra al que había convertido semejante a un muerto el enemigo impío. «Pero Jesús, cogiéndole de la mano, le ayudó a alzarse», etc. De este modo, mostrando ser el verdadero Dios por su poder para salvar, mostró asimismo que tenía verdadera naturaleza humana por su manera de tocarle. El insensato Manes niega que el Salvador hubiera asumido verdaderamente la carne. Pero el mismo Salvador, volviendo a la vida a tantos enfermos y purificando e iluminando a tantos otros, condenó su herejía antes que apareciese.
28. «Entrado que hubo en la casa, sus discípulos le preguntaban a solas: ¿Por qué motivo nosotros no hemos podido expulsarle, etc.» En sentido místico, el Señor, que descubre sus misterios a los discípulos en las alturas y reprende al pie del monte a las gentes por sus pecados de infidelidad, lanza a los malos espíritus de aquéllos a quienes atormentan y conforta a los que son ignorantes y carnales todavía, les enseña, y los corrige; e instruye con más libertad a los perfectos sobre las cosas eternas.
29. Enseñando el Señor a los Apóstoles de qué modo debe ser lanzado este cruelísimo demonio, nos enseña a todos cómo hemos de vivir y que el ayuno y la oración son los medios de que hemos de valernos para salir triunfantes hasta de las mayores pruebas que nos ofrezcan los espíritus inmundos o los hombres. Este ayuno es general y no comprende sólo la abstinencia de los alimentos, sino de todo gusto carnal y principalmente de toda pasión viciosa. La oración general igualmente no consiste sólo en las palabras con que invocamos la clemencia divina, sino en todo lo que hacemos en obsequio de nuestro creador movidos por la fe: testigo es el Apóstol que dice: «Orad sin cesar» ( 1Tes 5,7).
Pseudo-Crisóstomo
25. Su amenaza y las palabras: Yo te lo mando, manifiestan el poder divino. Cuando dice no sólo sal de él, sino no vuelvas más a entrar en él, manifiesta que estaba pronto a volver a entrar, porque la fe de aquel hombre no era perfecta todavía, y el mandato del Señor se lo impedía. «Y echando un gran grito, continúa, y atormentando horriblemente al joven salió de él», etc. Porque no pudo el diablo matarle en presencia de la verdadera vida.
Víctor Antioqueno
24. Mas si creía al decir «yo creo», ¿cómo es que añade: «ayuda tú mi incredulidad?» Pero son dos las especies que hay de fe; la que introduce a la vida y la perfecta. Y este hombre que empezaba a creer rogaba al Salvador le concediese lo que faltaba a su fe.
San Gregorio Magno, Moralia, 10, 30
26. «Y el espíritu salió dando gritos y agitándole con violencia. El muchacho quedó como muerto, hasta el punto de que muchos decían que había muerto.» Se ve como muerto al que acaba de librarse del poder del espíritu maligno porque quien sujeta los deseos terrenos extingue en sí la vida en su trato carnal y aparece muerto para el mundo, y tal llaman los que no saben vivir espiritualmente al que no solicita los bienes carnales.
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
Juan Pablo II, papa
Catequesis (extracto), Audiencia general, 16-12-1987
1. Los “milagros y los signos” que Jesús realizaba para confirmar su misión mesiánica y la venida del reino de Dios, están ordenados y estrechamente ligados a la llamada a la fe. Estallamada con relación al milagro tiene dos formas: la fe precede al milagro, más aún, es condición para que se realice; la fe constituye un efecto del milagro, bien porque el milagro mismo la provoca en el alma de quienes lo han recibido, bien porque han sido testigos de él.
Es sabido que la fe es una respuesta del hombre a la palabra de la revelación divina. El milagro acontece en unión orgánica con esta Palabra de Dios que se revela. Es una “señal” de su presencia y de su obra, un signo, se puede decir, particularmente intenso.
Todo esto explica de modo suficiente el vínculo particular que existe entre los “milagros-signos” de Cristo y la fe: vínculo tan claramente delineado en los Evangelios.
2. Efectivamente, encontramos en los Evangelios una larga serie de textos en los que la llamada a la fe aparece como un coeficiente indispensable y sistemático de los milagros de Cristo.
3. Esta llamada se repite muchas veces… Cuando el padre del epiléptico pide la curación de su hijo, diciendo: “Pero si algo puedes, ayúdanos…”, Jesús le responde: “Si puedes! Todo es posible al que cree”. Tiene lugar entonces el hermoso acto de fe en Cristo de aquel hombre probado: “¡Creo! Ayuda a mi incredulidad” (cf. Mc 9, 22-24).
7. En los Evangelios se pone continuamente de relieve el hecho de que Jesús, cuando “ve la fe”, realiza el milagro (cf. Mc 2, 5; Mt 9, 2; Lc 5, 20). El factor fe es indispensable; pero, apenas se verifica, el corazón de Jesús se proyecta a satisfacer las demandas de los necesitados que se dirigen a Él para que los socorra con su poder divino.
8. Una vez más constatamos que, como hemos dicho al principio, el milagro es un “signo” del poder y del amor de Dios que salvan al hombre en Cristo. Pero, precisamente por esto es al mismo tiempo una llamada del hombre a la fe. Debe llevar a creer sea al destinatario del milagro sea a los testigos del mismo.
… Es necesario nombrar las páginas concernientes a la Madre de Cristo con su comportamiento en Caná de Galilea, y aún antes y sobre todo en el momento de la Anunciación. Se podría decir que precisamente aquí se encuentra el punto culminante de su adhesión a la fe, que hallará su confirmación en las palabras de Isabel durante la Visitación: “Dichosa la que ha creído que se cumplirá lo que se le ha dicho de parte del Señor” (Lc 1, 45). Sí, María ha creído como ninguna otra persona, porque estaba convencida de que “para Dios nada hay imposible” (cf. Lc 1, 37).
Catequesis (extracto), Audiencia general, 25-11-1987
4. En el Evangelio de Marcos encontramos también la descripción del acontecimiento denominado habitualmente como la curación del epiléptico. En efecto, los síntomas referidos por el Evangelista son característicos también de esta enfermedad (“espumarajos, rechinar de dientes, quedarse rígido”). Sin embargo, el padre del epiléptico presenta a Jesús a su Hijo comoposeído por un espíritu maligno, el cual lo agita con convulsiones, lo hace caer por tierra y se revuelve echando espumarajos. Y es muy posible que en un estado de enfermedad como éste se infiltre y obre el maligno, pero, admitiendo que se trate de un caso de epilepsia, de la queJesús cura al muchacho considerado endemoniado por su padre, es, sin embargo, significativo que Él realice esta curación ordenando al “espíritu mudo y sordo”: “Sal de él y no vuelvas a entrar más en él” (cf. Mc 9, 17-27). Es una reafirmación de su misión y de su poder de librar al hombre del mal del alma desde las raíces.
5. Jesús da a conocer claramente esta misión suya de librar al hombre del mal y, antes que nada del pecado, mal espiritual. Es una misión que comporta y explica su lucha con el espíritu maligno que es el primer autor del mal en la historia del hombre.
…Así se manifiesta el poder del Hijo del hombre sobre el pecado y sobre el autor del pecado. Elnombre de Jesús, que somete también a los demonios, significa Salvador. Sin embargo, esta potencia salvífica alcanzará su cumplimiento definitivo en el sacrificio de la cruz. La cruz sellará la victoria total sobre Satanás y sobre el pecado, porque éste es el designio del Padre, que su Hijo unigénito realiza haciéndose hombre: vencer en la debilidad, y alcanzar la gloria de la resurrección y de la vida a través de la humillación de la cruz. También en este hecho paradójico resplandece su poder divino, que puede justamente llamarse la “potencia de la cruz”.
Catequesis (extracto), Audiencia general, 21-10-1987
3. […] Para ofrecer motivos de credibilidad, Jesús apela a sus obras: a todo lo que ha llevado a cabo en presencia de los discípulos y de toda la gente. Se trata de obras santas y muchas veces milagrosas, realizadas como signos de su verdad. Por esto merece que se tenga fe en Él. Jesús lo dice no sólo en el círculo de los Apóstoles, sino ante todo el pueblo… Jesucristo se identifica con Dios como objeto de la fe que pide y propone a sus seguidores. Y les explica: “Las cosas que yo hablo, las hablo según el Padre me ha dicho” (Jn 12, 50): alusión clara a la fórmula eterna por la que el Padre genera al Verbo-Hijo en la vida trinitaria.
Esta fe, ligada a las obras y a las palabras de Jesús, se convierte en una “consecuencia lógica” para los que honradamente escuchan a Jesús, observan sus obras, reflexionan sobre sus palabras. Pero éste es también el presupuesto y la condición indispensable que exige el mismo Jesús a los que quieren convertirse en sus discípulos o beneficiarse de su poder divino.
4. A este respecto, es significativo lo que Jesús dice al padre del niño epiléptico, poseído desde la infancia por un “espíritu mudo” que se desenfrenaba en él de modo impresionante. El pobre padre suplica a Jesús: “Si algo puedes, ayúdanos por compasión hacia nosotros. Díjole Jesús: ¡Si puedes! Todo es posible al que cree. Al instante, gritando, dijo el padre del niño: ¡Creo! Ayuda a mi incredulidad” (Mc 9, 22-23). Y Jesús cura y libera a ese desventurado. Sin embargo, pide al padre del muchacho una apertura del alma a la fe. Eso es lo que le han dado a lo largo de los siglos tantas criaturas humildes y afligidas que, como el padre del epiléptico, se han dirigido a Él para pedirle ayuda en las necesidades temporales, y sobre todo en las espirituales.
5. Pero allí donde los hombres, cualquiera que sea su condición social y cultural, oponen una resistencia derivada del orgullo e incredulidad, Jesús castiga esta actitud suya no admitiéndolos a los beneficios concedidos por su poder divino (Mc 6, 4-6)… Los milagros son “signos” del poder divino de Jesús. Cuando hay obstinada cerrazón al reconocimiento de ese poder, el milagro pierde su razón de ser. Por lo demás, también Él responde a los discípulos, que después de la curación del epiléptico preguntan a Jesús porqué ellos, que también habían recibido el poder del mismo Jesús, no consiguieron expulsar al demonio. El respondió: “Por vuestra poca fe: porque en verdad os digo, que si tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais a este monte: Vete de aquí allá, y se iría, y nada os sería imposible” (Mt 17, 19-20). Es un lenguaje figurado e hiperbólico, con el que Jesús quiere inculcar a sus discípulos la necesidad y la fuerza de la fe.
7. La decisiva importancia de la fe aparece aún con mayor evidencia en el diálogo entre Jesús y Marta ante el sepulcro de Lázaro: “Díjole Jesús: Resucitará tu hermano. Marta le dijo: Sé que resucitará en la resurrección, en el último día. Díjole Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees tú esto? Díjole ella (Marta): Sí, Señor; yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios que ha venido a este mundo” (Jn 11, 23-27). Y Jesús resucita a Lázaro como signo de su poder divino, no sólo de resucitar a los muertos porque es Señor de la vida, sino de vencer la muerte, El, que como dijo a Marta, ¡es la resurrección y la vida!
8. La fe en Cristo es condición constitutiva de la salvación, de la vida eterna. Es la fe en el Hijo unigénito -consubstancial al Padre- en quien se manifiesta el amor del Padre. En efecto, “Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para que juzgue al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él” (Jn 3, 17). En realidad, el juicio es inmanente a la elección que se hace, a la adhesión o al rechazo de la fe en Cristo: “El que cree en él no será juzgado; el que no cree, ya está juzgado, porque no creyó en el nombre del unigénito Hijo de Dios” (Jn 3, 18).
9. […] Todo lo que Jesús hacía y enseñaba, todo lo que los Apóstoles predicaron y testificaron, y los Evangelistas escribieron, todo lo que la Iglesia conserva y repite de su enseñanza, debe servir a la fe, para que, creyendo, se alcance la salvación. La salvación -y por lo tanto la vida eterna- está ligada a la misión mesiánica de Jesucristo, de la cual deriva toda la “lógica” y la “economía” de la fe cristiana.
Catequesis (extracto), Audiencia general, 13-08-1986
8. Según la Sagrada Escritura, y especialmente el Nuevo Testamento, el dominio y el influjo de Satanás y de los demás espíritus malignos se extiende al mundo entero. Pensemos en la parábola de Cristo sobre el campo (que es el mundo), sobre la buena semilla y sobre la mala semilla que el diablo siembra en medio del grano tratando de arrancar de los corazones el bien que ha sido «sembrado» en ellos (cf. Mt 13, 38-39). Pensemos en las numerosas exhortaciones a la vigilancia (cf. Mt 26, 41; 1 Pe 5, 8), a la oración y al ayuno (cf. Mt 17, 21). Pensemos en esta fuerte afirmación del Señor: «Esta especie (de demonios) no puede ser expulsada por ningún medio sino es por la oración» (Mc 9, 29). La acción de Satanás consiste ante todo ententar a los hombres para el mal, influyendo sobre su imaginación y sobre las facultades superiores para poder situarlos en dirección contraria a la ley de Dios. Satanás pone a prueba incluso a Jesús (cf. Lc 4, 3-13) en la tentativa extrema de contrastar las exigencias de la economía de la salvación tal como Dios le ha preordenado.
No se excluye que en ciertos casos el espíritu maligno llegue incluso a ejercitar su influjo no sólo sobre las cosas materiales, sino también sobre el cuerpo del hombre, por lo que se habla de «posesiones diabólicas» (cf. Mc 5, 2-9). No resulta siempre fácil discernir lo que hay de preternatural en estos casos, ni la Iglesia condesciende o secunda fácilmente la tendencia a atribuir muchos hechos e intervenciones directas al demonio; pero en línea de principio no se puede negar que, en su afán de dañar y conducir al mal, Satanás pueda llegar a esta extrema manifestación de su superioridad.
9. […] Por eso Jesús en la plegaria que nos ha enseñado, el «Padrenuestro», termina casi bruscamente, a diferencia de tantas otras oraciones de su tiempo, recordándonos nuestra condición de expuestos a las insidias del Mal-Maligno. El cristiano, dirigiéndose al Padre con el espíritu de Jesús e invocando su reino, grita con la fuerza de la fe: no nos dejes caer en la tentación, líbranos del Mal, del Maligno.
Encíclica Evangelium vitae, n. 100
Orar por la vida
Uno de los mayores engaños del demonio hoy es con respecto a la vida, una mentalidad de muerte se ha instalado en las conciencias de muchos y hay que orar para que sea curada (nota personal)
100. En este gran esfuerzo por una nueva cultura de la vida estamos sostenidos y animados por la confianza de quien sabe que el Evangelio de la vida, como el Reino de Dios, crece y produce frutos abundantes (cf. Mc 4, 26-29). Es ciertamente enorme la desproporción que existe entre los medios, numerosos y potentes, con que cuentan quienes trabajan al servicio de la « cultura de la muerte » y los de que disponen los promotores de una « cultura de la vida y del amor ». Pero nosotros sabemos que podemos confiar en la ayuda de Dios, para quien nada es imposible (cf. Mt 19, 26).
Con esta profunda certeza, y movido por la firme solicitud por cada hombre y mujer, repito hoy a todos cuanto he dicho a las familias comprometidas en sus difíciles tareas en medio de las insidias que las amenazan: es urgente una gran oración por la vida, que abarque al mundo entero. Que desde cada comunidad cristiana, desde cada grupo o asociación, desde cada familia y desde el corazón de cada creyente, con iniciativas extraordinarias y con la oración habitual, se eleve una súplica apasionada a Dios, Creador y amante de la vida. Jesús mismo nos ha mostrado con su ejemplo que la oración y el ayuno son las armas principales y más eficaces contra las fuerzas del mal (cf. Mt 4, 1-11) y ha enseñado a sus discípulos que algunos demonios sólo se expulsan de este modo (cf. Mc 9, 29). Por tanto, tengamos la humildad y la valentía de orar y ayunar para conseguir que la fuerza que viene de lo alto haga caer los muros del engaño y de la mentira, que esconden a los ojos de tantos hermanos y hermanas nuestros la naturaleza perversa de comportamientos y de leyes hostiles a la vida, y abra sus corazones a propósitos e intenciones inspirados en la civilización de la vida y del amor.
Pablo VI, papa
Catequesis (extracto), Audiencia general, 15-11-1972
[…] Este capítulo sobre el Demonio y sobre la influencia que puede ejercer, tanto en cada una de las personas como en comunidades, sociedades enteras o acontecimientos, sería un capítulo muy importante de la doctrina católica que debería estudiarse de nuevo, mientras que hoy se le presta poca atención. Piensan algunos encontrar en los estudios psicoanalíticos y psiquiátricos o en experiencias espiritistas, hoy excesivamente difundidas por muchos países, una compensación suficiente. Se teme volver a caer en viejas teorías maniqueas o en terribles divagaciones fantásticas y supersticiosas.
Hoy prefieren algunos mostrarse valientes y libres de prejuicios, tomar actitudes positivistas, prestando luego fe a tantas gratuitas supersticiones mágicas o populares; o peor aún, abrir la propia alma –¡la propia alma bautizada, visitada tantas veces por la presencia eucarística y habitada por el Espíritu Santo!– a las experiencias libertinas de los sentidos, a aquellas otras deletéreas de los estupefacientes, como igualmente a las seducciones ideológicas de los errores de moda; fisuras estas a través de las cuales puede penetrar fácilmente el Maligno y alterar la mentalidad humana. No se ha dicho que todo pecado se deba directamente a la acción diabólica (cf ST, I, 104, 3); pero es, sin embargo, cierto que quien no vigila con cierto rigor moral sobre sí mismo (cf Mt 12, 45; Ef 6, 11) se expone a la influencia del «mysterium iniquitatis«, a que se refiere san Pablo (2Ts 2, 3-12), y que hace problemática la alternativa de nuestra salvación.
Nuestra doctrina se hace incierta, por estar como oscurecida por las tinieblas mismas que rodean al Demonio. Pero nuestra curiosidad, excitada por la certeza de su existencia múltiple, se hace legítima con dos preguntas: ¿Existen señales, y cuáles, de la presencia de la acción diabólica? ¿Y cuáles son los medios de defensa contra un peligro tan insidioso?
La respuesta a la primera pregunta impone mucha cautela, si bien las señales del Maligno parecen hacerse evidentes (cf Tert. Apo., 23). Podremos suponer su acción siniestra allí donde la mentira se afirma hipócrita y poderosa contra la verdad evidente; donde el amor es eliminado por un egoísmo frío y cruel; donde el nombre de Cristo es impugnado con odio consciente y rebelde (cf 1Co 16, 22; 12, 3); donde el espíritu del Evangelio es mistificado y desmentido; donde la desesperación se afirma como la última palabra, etc. Pero es una diagnosis demasiado amplia y difícil, que ahora no pretendemos profundizar y autenticar, no carente sin embargo para todos de dramático interés, a la que también la literatura moderna ha dedicado páginas famosas (cf p. e., las obras de Bernanos, estudiadas por Ch. Möeller, Literatura del siglo XX,I., p. 397 ss.; P. Macchi, El rostro del mal en Bernanos; cf también Satán, Estudios Carmelitanos, Desclee de Brouber, 1948). El problema del mal sigue siendo uno de los mayores y permanentes problemas para el espíritu humano, incluso tras la victoriosa respuesta que da el mismo Jesucristo. «Sabemos, escribe el evangelista san Juan, que somos (nacidos) de Dios, y que todo el mundo está puesto bajo el Maligno» (1Jn 5, 19).
A la otra pregunta sobre qué defensa, qué remedio oponer a la acción del Demonio, la respuesta es más fácil de formular, si bien sigue difícil actualizarla. Podremos decir que todo lo que nos defienda del pecado nos defiende por ello mismo del enemigo invisible. La gracia es la defensa decisiva. La inocencia adquiere un aspecto de fortaleza. Y asimismo cada uno recuerda hasta qué punto la pedagogía apostólica ha simbolizado en la armadura de un soldado las virtudes que pueden hacer invulnerable al cristiano (cf Rm 13, 12; Ef 5, 11; 1Ts 5, 8). El cristiano debe ser militante; debe ser vigilante y fuerte (1P 5, 8); y debe a veces recurrir a algún ejercicio ascético especial para alejar ciertas incursiones diabólicas. Jesús lo enseña indicando el remedio «en la oración y en el ayuno» (Mc 9, 29). Y el apóstol sugiere la línea maestra a seguir: «No os dejéis vencer por el mal, sino venced al mal con el bien» (Rm 12, 21; Mt 13, 29).
Con el conocimiento, por ello, de las presentes adversidades en que se encuentran hoy las almas, la Iglesia y el mundo, trataremos de dar sentido y eficacia a la acostumbrada invocación de nuestra oración principal: «Padre nuestro…, ¡líbranos del mal!». Que a todo esto os ayude también nuestra bendición apostólica.
Charles de Foucauld
Meditaciones sobre el Evangelio: a propósito de las principales virtudes
«¡Todo es posible para quien cree!» (Mc 9, 23)
«Si vuestra fe fuera como un grano de mostaza…, nada os sería imposible» (Mt 17,20). Todo lo podemos por la oración: si no recibimos es que hemos tenido poca fe, o que hemos orado poco, o que sería malo para nosotros que nuestra petición fuera atendida, o que Dios nos da alguna cosa mejor que lo que hemos pedido. Pero jamás dejaremos de recibir lo que pedimos por ser la cosa demasiado difícil de obtener: «Nada os sería imposible».
No dudemos en pedir a Dios incluso las cosas más difíciles, como es la conversión de grandes pecadores, de pueblos enteros. Pidámosle, pues, incluso aquellas cosas que creemos son las más difíciles, con la certeza de que Dios nos ama apasionadamente y que cuanto mayor es el don más desea hacerlo el que ama apasionadamente; pero pidámoslo con fe, con insistencia, con constancia, con amor, con buena voluntad. Y estemos seguros que si pedimos así y con mucha constancia, seremos escuchados y recibiremos la gracia pedida o una todavía mejor. Pidamos, con osadía, a nuestro Señor las cosas más imposibles de alcanzar cuando son para su gloria, y estemos seguros que su Corazón nos las concederá tanto más cuanto ellas parecen humanamente imposibles; porque dar lo imposible al que ama es agradable a su Corazón, y ¡cuánto nos ama él!
Meditaciones sobre los Evangelios
«¡Creo, ayuda a mi poca fe!» (Mc 9, 24)
La virtud que el Señor recompensa, la virtud que él alaba es casi siempre la fe. Algunas veces, alaba el amor, como en el caso de Magdalena. Algunas veces la humildad, pero estos ejemplos son raros. Es casi siempre la fe la que recibe su aprobación y su alabanza… ¿Por qué?… Sin duda porque la fe es la virtud, aunque no la más alta (la caridad le pasa delante), por lo memos la más importante, porque es el fundamento de todas las otras, incluida la caridad, y también porque la fe es la más escasa…
Tener fe, verdadera fe que inspira toda acción, esta fe en lo sobrenatural que despoja al mundo de su máscara y muestra a Dios en todas las cosas; la fe que hace desaparecer toda imposibilidad, que hace que las palabras de inquietud, de peligro, de temor no tengan ya sentido; la fe que hace caminar por la vida con serenidad, con paz, con alegría profunda, como un niño cogido de la mano de su madre; una fe que coloca al alma en un desapego tan absoluto de todas las cosas sensibles que son para ella nada, como un juego de niños; la fe que da tal confianza en la oración, como la confianza del niño que pide una cosa justa a su padre; esta fe que nos enseña que “todo lo que se hace fuera del agrado de Dios es una mentira”, esta fe que hace verlo todo bajo otra luz distinta ‑a los hombres igual que a Dios‑: ¡Dios mío, dámela! Dios mío, creo pero aumenta mi fe. Dios mío haz que ame y que crea, te lo pido por Nuestro Señor Jesucristo. Amén.