Mc 7, 31-37: Jesús cura a un tartamudo sordo
/ 14 febrero, 2014 / San MarcosTexto Bíblico
31 Dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del mar de Galilea, atravesando la Decápolis. 32 Y le presentaron un sordo, que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga la mano. 33 Él, apartándolo de la gente, a solas, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. 34 Y mirando al cielo, suspiró y le dijo: Effetá (esto es, «ábrete»). 35 Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba correctamente. 36 Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. 37 Y en el colmo del asombro decían: «Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos».
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Sermón: Se realiza un acto creador
«Le metió los dedos en los oídos y le tocó la lengua con su saliva» (Mc 7, 33)Sermón «Sobre nuestro Señor», 10-11
La fuerza divina que el hombre no puede tocar, bajó, se envolvió con un cuerpo palpable para que los pobres pudieran tocarle, y tocando la humanidad de Cristo, percibieran su divinidad. A través de unos dedos de carne, el sordomudo sintió que alguien tocaba sus orejas y su lengua. A través de unos dedos palpables percibió a la divinidad intocable una vez rota la atadura de su lengua y cuando las puertas cerradas de sus orejas se abrieron. Porque el arquitecto y artífice del cuerpo vino hasta él y, con una palabra suave, creó sin dolor unos orificios en sus orejas sordas; fue entonces cuando, también su boca cerrada, hasta entonces incapaz de hacer surgir una sola palabra, dio al mundo la alabanza a aquel que de esta manera hizo que su esterilidad diera fruto.
También el Señor formó barro con su saliva y lo extendió sobre los ojos del ciego de nacimiento (Jn 9,6) para hacernos comprender que le faltaba algo, igual que al sordomudo. Una imperfección congénita de nuestra pasta humana fue suprimida gracias a la levadura que viene de su cuerpo perfecto. Para acabar de dar a estos cuerpos humanos lo que les faltaba, dio alguna cosa de sí mismo, igual como él mismo se da en comida [en la eucaristía]. Es por este medio que hace desaparecer los defectos y resucita a los muertos a fin de que podamos reconocer que gracias a su cuerpo «en el que habita la plenitud de la divinidad» (Col 2,9), los defectos de nuestra humanidad son suprimidos y la verdadera vida se da a los mortales por este cuerpo en el que habita la verdadera vida.
Homilía: Todo lo ha hecho bien
«Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos» (Mc 7,36)Homilía 1 en el domingo XI de Pentecostés, 1. 9. 11. 12: Opera omnia, t. 8, 124. 134. 136-138
Opera Omnia
Lo mismo que la ley divina dice, narrando la obra de la creación del mundo: Y vio Dios todo lo que había hecho: y era muy bueno, así el evangelio, al narrar la obra de la redención y de la re-creación, dice: Todo lo ha hecho bien, ya que los árboles sanos dan frutos buenos y un árbol sano no puede dar frutos malos. Así como el fuego de suyo no puede dar más que calor y es absolutamente imposible que dé frío; y lo mismo que el sol no puede por menos de producir luz y es impensable que produzca tinieblas, así también Dios no puede sino hacer el bien, puesto que es la misma e infinita bondad, la luz sustancial, sol de luz infinita, fuego de infinito calor: Todo lo ha hecho bien.
Unamos hoy con sencillez nuestras voces a las de la santa multitud y digamos: Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos. En realidad, la muchedumbre dijo esto por inspiración del Espíritu Santo, como la burra de Balaán; es el Espíritu Santo el que habla por boca de la turba: Todo lo ha hecho bien, es decir: éste es el verdadero Dios, que todo lo hace bien, pues hace oír a los sordos y hablar a los mudos, cosa que sólo el poder divino es capaz de realizar. De un caso particular se pasa a la totalidad: éste ha obrado un milagro que sólo Dios puede realizar, luego éste es Dios, que todo lo hizo bien: Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a losmudos, esto es, está investido de una fuerza y un poder divinos.
Todo lo ha hecho bien. La ley dice que Dios todo lo hizo bueno; el evangelio, en cambio, dice que todo lo ha hecho bien: hacer las cosas buenas y hacer las cosas bien no son conceptos inmediatamente convertibles. Muchos hacen cosas buenas, pero no las hacen bien: tales las obras de los hipócritas, ciertamente buenas, pero realizadas con mal ánimo y con perversa y torcida intención; Dios, al contrario, todas sus obras las ha hecho buenas y bien: El Señor es justo en todos sus caminos, es bondadoso en todas sus acciones. Todo lo hiciste con sabiduría, esto es, sapientísima y óptimamente; por eso dicen: Todo lo ha hecho bien.
Y si Dios hizo todas sus obras buenas y bien por nosotros, sabiendo que nuestra alma se deleita en las cosas buenas, ¿por qué —pregunto— no nos afanamos por hacer todas nuestras obras buenas y bien, sabiendo que Dios se deleita en tales obras?
Y si me decís: ¿Qué es lo que debemos hacer para merecer gozar eternamente de los beneficios divinos?, os lo resumiré en una sola frase: lo que hace la esposa y una buena mujer para con su marido —pues no en vano la Iglesia es llamada esposa de Cristo y de Dios—, y entonces Dios se conducirá con nosotros como un buen esposo con la esposa a la que tiernamente ama. Es lo que dice el Señor por boca de Oseas: Me casaré contigo en derecho y justicia, en misericordia y compasión, me casaré contigo en fidelidad, y te penetrarás del Señor. De esta forma, hermanos, seremos felices ya en esta vida, este mundo se nos convertirá en un paraíso, seremos alimentados, como los hebreos, con el maná celeste en el desierto de esta vida, si a ejemplo de Cristo y según nuestras fuerzas, todas nuestras obras las hiciéremos bien, de suerte que de cada uno de nosotros pueda decirse: Todo lo ha hecho bien. Nos llena de confusión, hermanos, la comprobación de que siendo nosotros buenos por naturaleza, como creados a imagen de Dios, seamos, sin embargo, malos por nuestras acciones; por naturaleza, semejantes a Dios; por nuestras malas obras, semejantes al diablo.
Sermón: ¿De dónde nos viene la sordera?
«Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos» (Mc 7, 37)Sermón 49
Es preciso que examinemos de cerca qué es lo que hace que el hombre sea sordo. Por haber escuchado las insinuaciones del Enemigo y sus palabras, la primera pareja de nuestros antepasados han sido los primeros sordos. Y nosotros también, detrás de ellos, de tal manera que somos incapaces de escuchar y comprender las amables inspiraciones del Verbo eterno. Sin embargo, sabemos bien que el Verbo eterno reside en el fondo de nuestro ser, tan inefablemente cerca de nosotros y en nosotros que nuestro mismo ser, nuestra misma naturaleza, nuestros pensamientos, todo lo que podemos nombrar, decir o comprender, está tan cerca de nosotros y nos es tan íntimamente presente como lo es y está el Verbo eterno. Y el Verbo habla sin cesar al hombre.
Pero el hombre no puede escuchar ni entender todo lo que se le dice, a causa de la sordera de la que está afectado. Del mismo modo ha sido de tal manera golpeado en todas sus demás facultades que es también mudo, y no se conoce a sí mismo. Si quisiera hablar de su interior, no lo podría hacer por no saber dónde está y no conociendo su propia manera de ser.
¿En qué consiste, pues, este cuchicheo dañino del Enemigo? Es todo este desorden que él te hace ver y te seduce y te persuade que aceptes, sirviéndose, para ello, del amor, o de la búsqueda de las cosas creadas de este mundo y de todo lo que va ligado a él: bienes, honores, incluso amigos y parientes, es decir, tu propia naturaleza, y todo lo que te trae el gusto de los bienes de este mundo caído. En todo esto consiste su cuchicheo.
Pero viene Nuestro Señor: mete su dedo sagrado en la oreja el hombre, y la saliva en su lengua, y el hombre encuentra de nuevo la palabra.
Ángelus (05-09-1982): No olvides tu Bautismo
«Al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba correctamente» (Mc 7,34)1. [...] Cuando fue llevado a Jesús un sordomudo, Él, "mirando al cielo, suspiró y le dijo: Effetá (esto es, 'ábrete'). Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad" (Mc 7, 34-35).
El acontecimiento, lleno de profunda elocuencia, ha entrado en la liturgia del bautismo.Efectivamente, el sacerdote toca los labios y los oídos del bautizado, mientras ruega para que pueda muy pronto escuchar y anunciar la Palabra del Señor.
Oremos hoy por todos los que recibirán el bautismo: ya sean recién nacidos que mediante este sacramento comienzan a participar en la fe de la Iglesia por obra de los propios padres, ya sean catecúmenos adultos.
Oremos para que se profundice y se robustezca el significado de este sacramento.
Pidamos que el sacramento se convierta en la puerta de la fe y de la unidad del Pueblo de Dios, de la Iglesia.
2. "Effetá": entonces la orden se dirigió a un sordomudo, para que se abriesen sus sentidos y comenzasen a funcionar de modo normal.
"Effetá", la misma orden se dirige ahora al hombre interior, para que se abra a los divinos misterios, mediante la luz de la fe, mediante el amor, la esperanza. Para que viva, cada vez más intensamente, la vida divina injertada en su alma mediante el bautismo.
Reflexionemos hoy sobre esta orden.
Acojámosla siempre de nuevo, puesto que continuamente y siempre debe desarrollarse en nosotros lo que ha sido injertado por la gracia del bautismo.
Toda la vida del cristiano es, en cierto sentido, una gradual y constante colaboración con ese misterioso comienzo de la vida divina, recibida mediante el bautismo.
Oremos, pues, por todos los bautizados para que la gracia de este sacramento no la reciban en vano (cf. 2 Cor 6, 1), sino que dé constantemente frutos abundantes...
3. [...] Quisiéramos pedir a la Virgen de Nazaret que también nuestra alma se abra, una vez más, como la suya, a la verdad y a la potencia de la Anunciación, repitiendo el "fiat": "Hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38).
"Effetá ".
Que se abra la historia del hombre y del mundo a esta excelsa gracia que se llama "Encarnación".
Que "el Verbo se haga carne" (cf. Jn 1, 14) por obra del Espíritu Santo...
Homilía (25-01-2007): Lo que significa ser sordomudo
«Hace oír a los sordos y hablar a los mudos» (Mc 7,37)En las Vísperas de clausura de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos
[...] Hemos meditado juntos en las palabras del evangelio de san Marcos que se acaban de proclamar: "Hace oír a los sordos y hablar a los mudos" (Mc 7, 37)...
[...] Ser sordomudo, es decir, no poder escuchar ni hablar, ¿no será signo de falta de comunión y síntoma de división? La división y la incomunicabilidad, consecuencia del pecado, son contrarias al plan de Dios. África nos ha ofrecido este año un tema de reflexión de gran importancia religiosa y política, porque "hablar" y "escuchar" son condiciones esenciales para construir la civilización del amor.
[...]Las palabras "hace oír a los sordos y hablar a los mudos" constituyen una buena nueva, que anuncia la venida del reino de Dios y la curación de la incomunicabilidad y de la división. Este mensaje se encuentra en toda la predicación y la actividad de Jesús, el cual recorría pueblos, ciudades o aldeas, y en todos los lugares a donde llegaba "colocaban a los enfermos en las plazas y le rogaban que les permitiera tocar siquiera la orla de su vestido; y cuantos le tocaban quedaban sanos" (Mc 6, 56).
La curación del sordomudo acontece mientras Jesús, habiendo salido de la región de Tiro, se dirige hacia el lago de Galilea, atravesando la así llamada "Decápolis", territorio multi-étnico y plurirreligioso (cf. Mc 7, 31). Una situación emblemática también para nuestros días. Como en otros lugares, también en la Decápolis presentan a Jesús un enfermo, un sordo que, además, hablaba con dificultad (moghìlalon), y le ruegan imponga la mano sobre él, porque lo consideran un hombre de Dios.
Jesús aparta al sordomudo de la gente, y realiza algunos gestos que significan un contacto salvífico: le mete sus dedos en los oídos y con su saliva le toca la lengua; luego, levantando los ojos al cielo, ordena: "¡Ábrete!". Pronuncia esta orden en arameo —"Effatá"—, que era probablemente la lengua de las personas presentes y del sordomudo. El evangelista traduce esa expresión al griego: dianoìchthēti. Los oídos del sordo se abrieron, y, al instante, se soltó la atadura de su lengua "y hablaba correctamente" (orthōs). Jesús recomienda que no cuenten a nadie el milagro. Pero cuanto más se lo prohibía, "tanto más ellos lo publicaban" (Mc 7, 36). Y el comentario de admiración de quienes habían asistido refuerza la predicación de Isaías para la llegada del Mesías: "Hace oír a los sordos y hablar a los mudos" (Mc 7, 37).
La primera lección que sacamos de este episodio bíblico, recogido también en el rito del bautismo, es que, desde la perspectiva cristiana, lo primero es la escucha. Al respecto Jesús afirma de modo explícito: "Bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica" (Lc 11, 28). Más aún, a Marta, preocupada por muchas cosas, le dice que "una sola cosa es necesaria" (Lc 10, 42). Y del contexto se deduce que esta única cosa es la escucha obediente de la Palabra. Por eso la escucha de la palabra de Dios es lo primero en nuestro compromiso ecuménico.
En efecto, no somos nosotros quienes hacemos u organizamos la unidad de la Iglesia. La Iglesia no se hace a sí misma y no vive de sí misma, sino de la palabra creadora que sale de la boca de Dios. Escuchar juntos la palabra de Dios; practicar la lectio divina de la Biblia, es decir, la lectura unida a la oración; dejarse sorprender por la novedad de la palabra de Dios, que nunca envejece y nunca se agota; superar nuestra sordera para escuchar las palabras que no coinciden con nuestros prejuicios y nuestras opiniones; escuchar y estudiar, en la comunión de los creyentes de todos los tiempos, todo lo que constituye un camino que es preciso recorrer para alcanzar la unidad en la fe, como respuesta a la escucha de la Palabra.
Quien se pone a la escucha de la palabra de Dios, luego puede y debe hablar y transmitirla a los demás, a los que nunca la han escuchado o a los que la han olvidado y ahogado bajo las espinas de las preocupaciones o de los engaños del mundo (cf. Mt 13, 22). Debemos preguntarnos: ¿no habrá sucedido que los cristianos nos hemos quedado demasiado mudos? ¿No nos falta la valentía para hablar y dar testimonio como hicieron los que fueron testigos de la curación del sordomudo en la Decápolis? Nuestro mundo necesita este testimonio; espera sobre todo el testimonio común de los cristianos.
Por eso, la escucha de Dios que habla implica también la escucha recíproca, el diálogo entre las Iglesias y las comunidades eclesiales. El diálogo sincero y leal constituye el instrumento imprescindible de la búsqueda de la unidad.
El decreto del concilio Vaticano II sobre el ecumenismo puso de relieve que, si los cristianos no se conocen mutuamente, no puede haber progreso en el camino de la comunión. En efecto, en el diálogo nos escuchamos y comunicamos unos a otros; nos confrontamos y, con la gracia de Dios, podemos converger en su Palabra, acogiendo sus exigencias, que son válidas para todos.
Los padres conciliares no vieron en la escucha y en el diálogo una utilidad encaminada exclusivamente al progreso ecuménico; añadieron una perspectiva referida a la Iglesia católica misma. "De este diálogo —afirma el texto del Concilio— se obtendrá un conocimiento más claro aún de cuál es el verdadero carácter de la Iglesia católica" (Unitatis redintegratio, 9).
Desde luego, es indispensable "que se exponga claramente toda la doctrina" para un diálogo que afronte, discuta y supere las divergencias que aún existen entre los cristianos, pero, al mismo tiempo, "el modo y el método de expresar la fe católica no deben convertirse de ninguna manera en un obstáculo para el diálogo con los hermanos" (ib., 11). Es necesario hablar correctamente (orthōs) y de modo comprensible. El diálogo ecuménico conlleva la corrección fraterna evangélica y conduce a un enriquecimiento espiritual mutuo compartiendo las auténticas experiencias de fe y vida cristiana.
Para que eso suceda, es preciso implorar sin cesar la asistencia de la gracia de Dios y la iluminación del Espíritu Santo. Es lo que los cristianos del mundo entero han hecho durante esta Semana especial o harán durante la Novena que precede a Pentecostés, así como en todas las circunstancias oportunas, elevando su oración confiada para que todos los discípulos de Cristo sean uno, y para que, en la escucha de la Palabra, den un testimonio concorde a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
[...] Que la Virgen María haga que cuanto antes se logre realizar el ardiente anhelo de unidad de su Hijo divino: "Que todos sean uno..., para que el mundo crea" (Jn 17, 21).
Ángelus (09-09-2012): Una palabra que resume toda la misión de Cristo
«Effetá» (Mc 7,33)En el centro del Evangelio de hoy (Mc 7, 31-37) hay una pequeña palabra, muy importante. Una palabra que —en su sentido profundo— resume todo el mensaje y toda la obra de Cristo. El evangelista san Marcos la menciona en la misma lengua de Jesús, en la que Jesús la pronunció, y de esta manera la sentimos aún más viva. Esta palabra es «Effetá», que significa: «ábrete». Veamos el contexto en el que está situada. Jesús estaba atravesando la región llamada «Decápolis», entre el litoral de Tiro y Sidón y Galilea; una zona, por tanto, no judía. Le llevaron a un sordomudo, para que lo curara: evidentemente la fama de Jesús se había difundido hasta allí. Jesús, apartándolo de la gente, le metió los dedos en los oídos y le tocó la lengua; después, mirando al cielo, suspiró y dijo: «Effetá», que significa precisamente: «Ábrete». Y al momento aquel hombre comenzó a oír y a hablar correctamente (cf. Mc 7, 35). He aquí el significado histórico, literal, de esta palabra: aquel sordomudo, gracias a la intervención de Jesús, «se abrió»; antes estaba cerrado, aislado; para él era muy difícil comunicar; la curación fue para él una «apertura» a los demás y al mundo, una apertura que, partiendo de los órganos del oído y de la palabra, involucraba toda su persona y su vida: por fin podía comunicar y, por tanto, relacionarse de modo nuevo.
Pero todos sabemos que la cerrazón del hombre, su aislamiento, no depende sólo de sus órganos sensoriales. Existe una cerrazón interior, que concierne al núcleo profundo de la persona, al que la Biblia llama el «corazón». Esto es lo que Jesús vino a «abrir», a liberar, para hacernos capaces de vivir en plenitud la relación con Dios y con los demás. Por eso decía que esta pequeña palabra, «Effetá» —«ábrete»— resume en sí toda la misión de Cristo. Él se hizo hombre para que el hombre, que por el pecado se volvió interiormente sordo y mudo, sea capaz de escuchar la voz de Dios, la voz del Amor que habla a su corazón, y de esta manera aprenda a su vez a hablar el lenguaje del amor, a comunicar con Dios y con los demás. Por este motivo la palabra y el gesto del «Effetá» han sido insertados en el rito del Bautismo, como uno de los signos que explican su significado: el sacerdote, tocando la boca y los oídos del recién bautizado, dice: «Effetá», orando para que pronto pueda escuchar la Palabra de Dios y profesar la fe. Por el Bautismo, la persona humana comienza, por decirlo así, a «respirar» el Espíritu Santo, aquel que Jesús había invocado del Padre con un profundo suspiro, para curar al sordomudo.
Nos dirigimos ahora en oración a María santísima... Por su singular relación con el Verbo encarnado, María está plenamente «abierta» al amor del Señor; su corazón está constantemente en escucha de su Palabra. Que su maternal intercesión nos obtenga experimentar cada día, en la fe, el milagro del «Effetá», para vivir en comunión con Dios y con los hermanos.
Uso Litúrgico de este texto (Homilías)
por hacerpor hacer
por hacer
Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
Pseudo-Jerónimo
33-35. «Apartándole de la gente…» Porque siempre el que merece ser curado es conducido lejos de los pensamientos turbulentos, de las acciones desordenadas y de las palabras corrompidas. «Metió sus dedos en los oídos…» Los dedos que se ponen sobre los oídos son las palabras y los dones del Espíritu Santo, de quien se ha dicho: «El dedo de Dios está aquí» (Ex 8,19). «Con su saliva le tocó la lengua…» La saliva es la divina sabiduría, que abre los labios del género humano para que diga: Creo en Dios, Padre omnipotente, y lo demás. «Levantando los ojos al cielo, dio un gemido…» Gimió mirando al cielo, así nos enseñó a gemir y a hacer subir hasta el cielo los tesoros de nuestro corazón; porque por el gemido de la compunción interior se purifica la alegría frívola de la carne. «Se abrieron sus oídos, se soltó la atadura de su lengua…» Se abren los oídos a los himnos, a los cánticos y a los salmos. Desata el Señor la lengua, para que pronuncie la buena palabra, lo que no pueden impedir las amenazas ni los azotes.
36. Una ciudad situada en la cima de un monte, y que se ve de todas partes, no puede ocultarse; y la humildad precede siempre a la gloria (Prov 15,33). «Pero cuanto más se lo mandaba, prosigue, con tanto mayor empeño lo publicaban», etc.
Teofilacto
31. No quería el Señor detenerse entre los gentiles, ni dar motivo a los judíos de que lo creyeran transgresor de la ley por mezclarse con aquéllos, por lo cual se vuelve luego, según estas palabras: «Dejando Jesús otra vez», etc.
32. «Le presentan un hombre sordo…» Lo cual se pone con razón después que fue librado el poseído, porque aquella enfermedad procedía del demonio.
«Y apartándole Jesús», etc.
33. «Con su saliva le tocó la lengua…» Esto demuestra que todos los miembros de su sagrado cuerpo son santos y divinos, como la saliva con que dio flexibilidad a la lengua del mudo. Porque es cierto que la saliva es una superfluidad; pero todo fue divino en el Señor.
«Y alzando los ojos al cielo, arrojó un suspiro», etc.
36. «Jesús les mandó que a nadie se lo contaran. Pero cuanto más se lo prohibía, tanto más ellos lo publicaban.» En esto debemos aprender, cuando hagamos un beneficio a cualquiera, a no buscar el menor aplauso o alabanza; a alabar a nuestros bienhechores y publicar sus nombres, aunque ellos no quieran.
Beda, in Marcum, 2, 31
31. Decápolis es el país de las diez ciudades al otro lado del Jordán, al oriente, frente a Galilea. Cuando dice que el Señor llegó al mar de Galilea hacia el centro de Decápolis, no quiere decir que entró en Decápolis ni que atravesó el mar, sino más bien que en el mar llegó hasta un punto desde donde alcanzaba a ver el centro de Decápolis a lo lejos, más allá del mar.
32. «Le presentan un sordo que, además, hablaba con dificultad.» Es sordo y mudo el que no tiene oídos para oír la palabra de Dios, ni lengua para hablarla; y es necesario que los que saben hablar y oír las palabras de Dios ofrezcan al Señor a los que ha de curar.
34a. Alzó los ojos al cielo, para enseñarnos que es de allí de donde el mudo debe esperar el habla, el sordo el oído y todos los enfermos la salud. Y arrojó un gemido, no porque para demandar algo a su Padre tuviera necesidad de ello, El que satisface, con su Padre, a todos los que lo piden, sino para hacernos ver que es con gemidos como debemos invocar su divina piedad por nuestros errores o los de nuestros prójimos.
34b. La palabra epheta, que significa abríos, corresponde propiamente a los oídos, porque han de abrirse para que oigan, así como para que pueda hablar la lengua hay que librarla del freno que la sujeta. «Y al momento se le abrieron los oídos», etc. Aquí se ven de un modo manifiesto las dos distintas naturalezas de Cristo; porque alzando los ojos al cielo como hombre, ruega a Dios gimiendo y, en seguida, con divino poder y majestad cura con una sola palabra.
Pseudo-Crisóstomo, vict. ant. e cat. in Marcum
33. «Apartándole de la gente…» Separa de la gente al sordo y mudo, para no hacer públicos sus milagros divinos, enseñándonos así a despojarnos de la vanidad y del orgullo; porque no hay nada en el poder de hacer milagros que equivalga a la humildad y a la modestia. Le metió los dedos en las orejas, pudiendo curarle sólo con su voz, para manifestar que su cuerpo unido a la Divinidad estaba enriquecido con el poder divino, así como sus obras. Y como por el pecado de Adán la naturaleza humana cayó en muchas enfermedades y en la debilidad de los miembros y los sentidos, Cristo demostró en sí mismo la perfección de esta naturaleza, abriendo los oídos con su dedo y dando el habla con su saliva: «Y con la saliva le tocó la lengua».
34. «Levantando los ojos al cielo, dio un gemido…» O bien: gimió tomando a su cargo nuestra causa y compadecido de nuestra naturaleza, viendo la miseria en que había caído el género humano.
36. Mandó, pues, que callaran el milagro, a fin de no hacer que los judíos perpetrasen por envidia su homicidio antes de tiempo.
Pseudo-Jerónimo super Et iterum exiens de finibus
31-37. En sentido místico, Tiro, que significa lugar estrecho, simboliza la Judea, a quien dice el Señor: «Porque el lecho es angosto» (Is 28); por lo cual se traslada a otras naciones. Sidón significa caza: la bestia salvaje es nuestra nación y el mar la inconstancia que nunca cesa. Porque es en medio de Decápolis, en cuya palabra se interpretan los mandamientos del Decálogo, a donde fue el Salvador para salvar a las naciones. El género humano, compuesto de tantos miembros y consumido por tan diversas enfermedades como si fuera un solo hombre, se encuentra todo en el primer hombre: no ve teniendo ojos, no oye teniendo oídos, y no habla teniendo lengua. Le rogaban que pusiera su mano sobre él, porque muchos justos y patriarcas querían y deseaban la Encarnación del Señor.
San Jerónimo
36. «Y mandóles, continúa, que no lo dijeran a nadie». Con esto nos enseñó a no glorificarnos en nuestro poder, sino en la cruz y la humillación.
San Agustín, de consensu evangelistarum, 4, 4
36. ¿Para qué, pues, El, que conoce la voluntad de los hombres tanto la presente como la futura, les mandaba que no dijeran nada, sabiendo que habían de decirlo tanto más cuanto más les encargaba el secreto, si no fuera para mostrar a los perezosos con cuánto estudio y fervor deben anunciarle ellos, a quienes manda que lo anuncien, cuando así lo hacen aquellos a quienes ordena el secreto?
Glosa
37. La fama de las curas que Jesús había obrado aumentaba la admiración de las gentes y el rumor de los beneficios que había hecho. «Y tanto más, sigue, crecía su admiración, y decían: Todo lo ha hecho bien: El ha hecho oír a los sordos y hablar a los mudos».
Documentos Catequéticos
Benedicto XVI, papa
Catequesis, Audiencia general, 14-12-2011
Hoy quiero reflexionar con vosotros sobre la oración de Jesús relacionada con su prodigiosa acción sanadora. En los evangelios se presentan varias situaciones en las que Jesús ora ante la obra benéfica y sanadora de Dios Padre, que actúa a través de él. Se trata de una oración que, una vez más, manifiesta la relación única de conocimiento y de comunión con el Padre, mientras Jesús participa con gran cercanía humana en el sufrimiento de sus amigos, por ejemplo de Lázaro y de su familia, o de tantos pobres y enfermos a los que él quiere ayudar concretamente.
Un caso significativo es la curación del sordomudo (cf. Mc 7, 32-37). El relato del evangelista san Marcos —que acabamos de escuchar— muestra que la acción sanadora de Jesús está vinculada a su estrecha relación tanto con el prójimo —el enfermo—, como con el Padre. La escena del milagro se describe con detalle así: «Él, apartándolo de la gente, a solas, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y mirando al cielo, suspiró y le dijo: “Effetá” (esto es, “ábrete”)» (7, 33-34). Jesús quiere que la curación tenga lugar «apartándolo de la gente, a solas». Parece que esto no se debe sólo al hecho de que el milagro debe mantenerse oculto a la gente para evitar que se formen interpretaciones limitadas o erróneas de la persona de Jesús. La decisión de llevar al enfermo a un lugar apartado hace que, en el momento de la curación, Jesús y el sordomudo se encuentren solos, en la cercanía de la una relación singular. Con un gesto, el Señor toca los oídos y la lengua del enfermo, o sea, los sitios específicos de su enfermedad. La intensidad de la atención de Jesús se manifiesta también en los rasgos insólitos de la curación: usa sus propios dedos e, incluso, su propia saliva. También el hecho de que el evangelista cite la palabra original pronunciada por el Señor —«Effetá», o sea «ábrete»— pone de relieve el carácter singular de la escena.
Pero el punto central de este episodio es el hecho de que Jesús, en el momento de obrar la curación, busca directamente su relación con el Padre. El relato dice, en efecto, que «mirando al cielo, suspiró» (v. 34). La atención al enfermo, los cuidados de Jesús hacia él, están relacionados con una profunda actitud de oración dirigida a Dios. Y la emisión del suspiro se describe con un verbo que en el Nuevo Testamento indica la aspiración a algo bueno que todavía no se tiene (cf. Rm 8, 23). El relato en su conjunto, entonces, muestra que la implicación humana con el enfermo lleva a Jesús a la oración. Una vez más se manifiesta su relación única con el Padre, su identidad de Hijo Unigénito. En él, a través de su persona, se hace presente la acción sanadora y benéfica de Dios. No es casualidad que el comentario conclusivo de la gente después del milagro recuerde la valoración de la creación al comienzo del Génesis: «Todo lo ha hecho bien» (Mc 7, 37). En la acción sanadora de Jesús entra claramente la oración, con su mirada hacia el cielo. La fuerza que curó al sordomudo fue provocada ciertamente por la compasión hacia él, pero proviene del hecho de que recurre al Padre. Se entrecruzan estas dos relaciones: la relación humana de compasión hacia el hombre, que entra en la relación con Dios, y así se convierte en curación.
[…] [La oración que acompaña la curación del sordomudo,] revela que el vínculo profundo entre el amor a Dios y el amor al prójimo debe entrar también en nuestra oración. En Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, la atención hacia el otro, especialmente si padece necesidad o sufre, la conmoción ante el dolor de una familia amiga, lo llevan a dirigirse al Padre, en esa relación fundamental que guía toda su vida. Pero también viceversa: la comunión con el Padre, el diálogo constante con él, impulsa a Jesús a estar atento de un modo único a las situaciones concretas del hombre para llevarle el consuelo y el amor de Dios. La relación con el hombre nos guía hacia la relación con Dios, y la relación con Dios con conduce de nuevo al prójimo.
Queridos hermanos y hermanas, nuestra oración abre la puerta a Dios, que nos enseña constantemente a salir de nosotros mismos para ser capaces de mostrarnos cercanos a los demás, especialmente en los momentos de prueba, para llevarles consuelo, esperanza y luz. Que el Señor nos conceda ser capaces de una oración cada vez más intensa, para reforzar nuestra relación personal con Dios Padre, ensanchar nuestro corazón a las necesidades de quien está a nuestro lado y sentir la belleza de ser «hijos en el Hijo», juntamente con numerosos hermanos. Gracias.
Catequesis, Audiencia general, 17-01-2007
En el contexto de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos.
[…] En este breve pasaje el evangelista narra que el Señor, después de poner los dedos en los oídos y de tocar con la saliva la lengua del sordomudo, realizó el milagro diciendo: «Effatá», que significa, «Ábrete». Al recobrar el oído y el don de la palabra, aquel hombre suscitó la admiración de los demás contando lo que le había sucedido.
Todo cristiano, espiritualmente sordo y mudo a causa del pecado original, con el bautismo recibe el don del Señor que pone sus dedos en sus oídos y, así, a través de la gracia del bautismo, se hace capaz de escuchar la palabra de Dios y de proclamarla a sus hermanos. Más aún, a partir de ese momento debe progresar en el conocimiento y en el amor de Cristo para poder anunciar y testimoniar con eficacia el Evangelio.
Este tema, al ilustrar dos aspectos de la misión de toda comunidad cristiana —el anuncio del Evangelio y el testimonio de la caridad—, subraya también la importancia de traducir el mensaje de Cristo en iniciativas concretas de solidaridad. Esto favorece el camino de la unidad, pues se puede decir que cuando los cristianos alivian juntos, aunque sea en pequeña medida, el sufrimiento del prójimo, hacen más visible también su comunión y su fidelidad al mandamiento del Señor.
Además, la armonía de objetivos en la diaconía para aliviar los sufrimientos del hombre, la búsqueda de la verdad del mensaje de Cristo, la conversión y la penitencia, son etapas obligadas a través de las cuales todo cristiano digno de este nombre debe unirse a sus hermanos para implorar el don de la unidad y de la comunión.
[…] Que nos lo obtenga la Virgen María, a quien invocamos como Madre de la Iglesia y apoyo de todos los cristianos, apoyo de nuestro camino hacia Cristo.
San Juan Pablo II, papa
Catequesis, Audiencia general, 09-12-1987
Los milagros son “para el hombre”. Son obras de Jesús que, en armonía con la finalidad redentora de su misión, restablecen el bien allí donde se anida el mal, causa de desorden y desconcierto. Quienes los reciben, quienes los presencian se dan cuenta de este hecho, de tal modo que, según Marcos, “sobremanera se admiraban, diciendo: “Todo lo ha hecho bien; a los sordos hace oír y a los mudos hablar!” (Mc 7, 37)
El mismo modo de realizar los milagros hace notar la gran sencillez, y se podría decirhumildad, talante, delicadeza de trato de Jesús…
Para curar al sordomudo es significativo el hecho de que Jesús lo tomó “aparte, lejos de la turba”. Allí, “mirando al cielo, suspiró”. Este “suspiro” parece ser un signo de compasión y, al mismo tiempo, una oración. La palabra “efeta” (“¡ábrete!”) hace que se abran los oídos y se suelte “la lengua” del sordomudo (cf. 7, 33-35).
[…] Los milagros encuadrados en la economía de la Encarnación y en la Redención son “signos” del amor misericordioso por el que Dios ha enviado al mundo a su Hijo “para que todo el que crea en Él no perezca”, generoso con nosotros hasta la muerte. “Sic dilexit!” (Jn 3, 16)
Que a un amor tan grande no falte la respuesta generosa de nuestra gratitud, traducida en testimonio coherente de los hechos.
Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1503-1505
Cristo, médico
1503 La compasión de Cristo hacia los enfermos y sus numerosas curaciones de dolientes de toda clase (cf Mt 4,24) son un signo maravilloso de que «Dios ha visitado a su pueblo» (Lc7,16) y de que el Reino de Dios está muy cerca. Jesús no tiene solamente poder para curar, sino también de perdonar los pecados (cf Mc 2,5-12): vino a curar al hombre entero, alma y cuerpo; es el médico que los enfermos necesitan (Mc 2,17). Su compasión hacia todos los que sufren llega hasta identificarse con ellos: «Estuve enfermo y me visitasteis» (Mt 25,36). Su amor de predilección para con los enfermos no ha cesado, a lo largo de los siglos, de suscitar la atención muy particular de los cristianos hacia todos los que sufren en su cuerpo y en su alma. Esta atención dio origen a infatigables esfuerzos por aliviar a los que sufren.
1504 A menudo Jesús pide a los enfermos que crean (cf Mc 5,34.36; 9,23). Se sirve de signos para curar: saliva e imposición de manos (cf Mc 7,32-36; 8, 22-25), barro y ablución (cf Jn9,6s). Los enfermos tratan de tocarlo (cf Mc 1,41; 3,10; 6,56) «pues salía de él una fuerza que los curaba a todos» (Lc 6,19). Así, en los sacramentos, Cristo continúa «tocándonos» para sanarnos.
1505 Conmovido por tantos sufrimientos, Cristo no sólo se deja tocar por los enfermos, sino que hace suyas sus miserias: «El tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades» (Mt 8,17; cf Is 53,4). No curó a todos los enfermos. Sus curaciones eran signos de la venida del Reino de Dios. Anunciaban una curación más radical: la victoria sobre el pecado y la muerte por su Pascua. En la Cruz, Cristo tomó sobre sí todo el peso del mal (cf Is 53,4-6) y quitó el «pecado del mundo» (Jn 1,29), del que la enfermedad no es sino una consecuencia. Por su pasión y su muerte en la Cruz, Cristo dio un sentido nuevo al sufrimiento: desde entonces éste nos configura con Él y nos une a su pasión redentora.