Mc 6, 45-52: Jesús camina sobre las aguas (Mc)
/ 5 enero, 2016 / San MarcosTexto Bíblico
45 Enseguida apremió a los discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran hacia la orilla de Betsaida, mientras él despedía a la gente. 46 Y después de despedirse de ellos, se retiró al monte a orar. 47 Llegada la noche, la barca estaba en mitad del mar y Jesús, solo, en tierra. 48 Viéndolos fatigados de remar, porque tenían viento contrario, a eso de la cuarta vigilia de la madrugada, fue hacia ellos andando sobre el mar, e hizo ademán de pasar de largo. 49 Ellos, viéndolo andar sobre el mar, pensaron que era un fantasma y dieron un grito, 50 porque todos lo vieron y se asustaron. Pero él habló enseguida con ellos y les dijo: «Ánimo, soy yo, no tengáis miedo». 51 Entró en la barca con ellos y amainó el viento. Ellos estaban en el colmo del estupor, 52 pues no habían comprendido lo de los panes, porque tenían la mente embotada.
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
San Hilario de Poitiers, obispo y doctor de la Iglesia
Comentario:
Comentario sobre el Evangelio de Mateo, 14, 13-14.
«A eso de la cuarta vela de la noche, va hacia ellos» (Mc ,).
«Después que se sació la gente, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se adelantaran a la otra orilla mientras él despedía a la gente. Y después de despedir a la gente subió al monte a solas para orar. Llegada la noche estaba allí solo» (Mt 14,22-23). Para poder dar razón de estos hechos hay que distinguir los tiempos. Si de noche está solo, significa su soledad en la hora de la Pasión, cuando el pánico dispersó a todos. Si ordena a sus discípulos que suban a la barca y se vayan mar adentro mientras él despide a la multitud, y una vez despedida ésta, sube al monte, es que les ordena de estar en la Iglesia y navegar por el mar, es decir, este mundo, hasta que él vuelva en gloria y dé la salvación a todo el pueblo que será el resto de Israel (cf. Rm 11,5)… y éste pueblo de gracias a Dios su Padre y se establezca en su gloria y su majestad…
«A eso de la cuarta vela de la noche, va hacia ellos». En esta expresión «la cuarta vela de la noche» se encuentra el número correspondiente a las marcas de su solicitud. En efecto, la primera vela fue la de la Ley, la segunda la de los Profetas, la tercera la de su venida corporal, la cuarta se sitúa en su venida gloriosa. Pero encontrará a la Iglesia en decaimiento y cercada por el espíritu del Anticristo y todas las inquietudes de este mundo; él vendrá en lo más fuerte de la ansiedad y tormentos… Los discípulos se encontrarán en un estado de pavor incluso antes de la venida del Señor, dudando de las imágenes de la realidad deformadas por el Anticristo y las ficciones que se insinúan en la mirada. Pero el Señor que es bueno, les hablará inmediatamente, echará fuera de ellos el miedo y les dirá: «Soy yo», disipando, por la fe en su venida, el temor del naufragio que les amenazaba.
San Bernardo, abad
Sermón:
1er Sermón para Epifanía.
«Vino en la oscuridad de la noche» (Mc ,).
“Ha aparecido la bondad de Dios, nuestro Salvador” (Tt 3,4 Vulg.) y su amor al hombre. Gracias sean dadas a Dios, que ha hecho abundar en nosotros el consuelo en medio de esta peregrinación, de este destierro, de esta miseria… Antes de que apareciese la humanidad de nuestro Salvador, su bondad se hallaba también oculta, aunque ésta ya existía, pues la misericordia del Señor es eterna (Sal 102,17). ¿Pero cómo, a pesar de ser tan inmensa, iba a poder ser reconocida? Estaba prometida, pero no se la alcanzaba a ver; por lo que muchos no creían en ella…
Pero ahora los hombres tendrán que creer a sus propios ojos, ya que los testimonios de Dios se han vuelto absolutamente creíbles. Pues para que ni una vista perturbada pueda dejar de verlo, puso su tienda al sol (Sal 92,5; 18,5). Pero de lo que se trata ahora no es de la promesa de la paz, sino de su envío; no de la dilatación de su entrega, sino de su realidad; no de su anuncio profético, sino de su presencia. Es como si Dios hubiera vaciado sobre la tierra un saco lleno de su misericordia; un saco que habría de desfondarse en la pasión, para que se derramara nuestro precio, oculto en él… Y que un niño se nos ha dado (Is 9,5), pero “en quien habita toda la plenitud de la divinidad” (Col 2,9). Ya que, cuando llegó la plenitud del tiempo, hizo también su aparición la plenitud de divinidad. Vino en carne mortal para que, al presenta así ante quienes eran carnales, en la aparición de su humanidad se reconociese su bondad… ¿Hay algo que pueda declarar más inequívocamente la misericordia de Dios que el hecho de haber aceptado nuestra miseria? ¿Qué hay más rebosante de piedad que la Palabra de Dios convertida en tan poca cosa por nosotros? Señor, ¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder? (Sal.143,3; Jb 7,17 Vulg)
Cardenal José Ratzinger (Benedicto XVI)
Obras:
El Dios de Jesucristo.
«Viendo el trabajo con que remaban…, a eso de la cuarta vela de la noche, va hacia ellos» (Mc ,).
Los apóstoles atraviesan el lago. Jesús, está solo en tierra, mientras que ellos se agotan remando sin lograr avanzar, porque el viento le es contrario. Jesús ora y en su oración les ve esforzarse por adelantar. Va, pues, a su encuentro. Está claro que este texto está lleno de simbolismos eclesiológicos: los apóstoles en el mar y contra el viento, y el Señor junto al Padre. Pero lo que es determinante es que en su oración, cuando está “junto al Padre”, no está ausente, sino que, muy al contrario, es orando que les ve. Cuando Jesús está junto al Padre, está presente a su Iglesia. El problema de la venida final de Cristo aquí se profundiza y transforma de manera trinitaria: Jesús ve a la Iglesia en el Padre y, por el poder del Padre y por la fuerza de su diálogo con él, está presente, junto a ella. Es, precisamente, este diálogo con el Padre cuando “está en la montaña” lo que le hace presente, y a la inversa. La Iglesia, por así decir, es objeto de la conversación entre el Padre y el Hijo, pues ella misma esta anclada en la vida trinitaria.