Mc 4, 35-41: La tempestad calmada (Mc)
/ 25 enero, 2016 / San MarcosTexto Bíblico
35 Aquel día, al atardecer, les dice Jesús: «Vamos a la otra orilla».36 Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban.37 Se levantó una fuerte tempestad y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua.38 Él estaba en la popa, dormido sobre un cabezal. Lo despertaron, diciéndole:
«Maestro, ¿no te importa que perezcamos?».39 Se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar: «¡Silencio, enmudece!». El viento cesó y vino una gran calma.40 Él les dijo: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?».41 Se llenaron de miedo y se decían unos a otros: «¿Pero quién es este? ¡Hasta el viento y el mar lo obedecen!».
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
San Agustín, obispo
Sermón: A una orden de Cristo se produce la calma
«¡Hasta el viento y el mar lo obedecen!» (Mc 4,41)Sermón 43, 1-3: PL 38, 424-425
Me dispongo a hablaros, con la gracia de Dios, sobre la lectura del santo evangelio que acabamos apenas de escuchar, para exhortaros en él a que frente a las tempestades y marejadas de este mundo, no duerma la fe en vuestros corazones. Porque —se dice— «no es cierto que Cristo, el Señor, tuviera dominio sobre la muerte, como no es verdad que lo tuviera sobre el sueño: ¿o es que el sueño no venció muy a pesar suyo al Todopoderoso mientras navegaba?». Si tal pensáis, duerme Cristo en vosotros; si por el contrario está en vela, vigila vuestra fe. Dice el Apóstol: Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones. Luego también el sueño de Cristo es el signo de un sacramento. Los navegantes son las almas que surcan este mundo en el madero. También aquella barca era figura de la Iglesia. Además, todos y cada uno son templo de Dios y cada cual navega en su corazón: y no naufraga, a condición de que piense cosas buenas.
¿Has escuchado un insulto? Es el viento. ¿Te has irritado? Es el oleaje. Cuando el viento sopla y se encrespa el oleaje, zozobra la nave, zozobra tu corazón, fluctúa tu corazón. Nada más escuchar el insulto, te vienen ganas de vengarte: si te vengas, cediendo al mal ajeno, padeciste naufragio. Y esto, ¿por qué? Porque Cristo duerme en ti. ¿Qué quiere decir que Cristo duerme en ti? Que te has olvidado de Cristo. Despierta, pues, a Cristo, acuérdate de Cristo, vele en ti Cristo; piensa en él. ¿Qué es lo que pretendías? Vengarte. Se apartó de ti, pues él mientras era crucificado, dijo: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.
El que dormía en tu corazón, no quiso vengarse. Despiértale, piensa en él. Su recuerdo es su palabra; su recuerdo es su voz de mando. Y si en ti vela Cristo, te dirás a ti mismo: ¿Qué clase de hombre soy yo, que quiero vengarme? ¿Quién soy yo para permitirme amenazar a otro hombre? Prefiero morir antes que vengarme. Si cuando estoy jadeante, rojo de ira y sediento de venganza abandonare este cuerpo, no me recibirá aquel que no quiso vengarse no me recibirá aquel que dijo: Dad y se os dará, perdonad y seréis perdonados. Por tanto, refrenaré mi ira, y retornaré a la paz de mi corazón. Increpó Cristo al mar y se hizo la calma.
Y lo que acabo de decir de la iracundia, tomadlo como norma en todas vuestras tentaciones. Nace la tentación: es el viento; te alteras: es el oleaje. Despierta a Cristo, que hable contigo. Pero, ¿quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen! Que ¿quién es éste a quien el mar obedece? Suyo es el mar, porque él lo hizo. Por medio de la Palabra se hizo todo. Imita más bien a los vientos y al mar: obedece al Creador. A una orden de Cristo el mar oye, ¿y tú te haces el sordo? Oye el mar, cesa el viento, ¿y tú estás que bufas? ¿Qué? Lo digo, lo hago, lo realizo: ¿qué otra cosa es eso sino bufar y negarse a recobrar la calma a una palabra de Cristo?
En los momentos de perturbación, no os dejéis vencer por el oleaje. No obstante y puesto que al fin y al cabo somos hombres, si soplare el viento, si se alborotan las pasiones de nuestra alma, no desesperemos: despertemos a Cristo, para que podamos navegar con bonanza y arribar al puerto de la patria.
Sobre los Salmos: No olvides a Aquel en quien has creído.
«Increpó al viento y dijo al lago: “¡Silencio, cállate!”» (Mc 4,39).Sobre el Salmo 54,10 : CCL 39,664
Estás en el mar y llega la tempestad. No puedes hacer otra cosa que gritar: “¡Señor, sálvame!” (Mt 14,30). Que te extienda su mano el que camina sin temor sobre las olas, que saque de ti tu miedo, que ponga tu seguridad en e?l, que hable a tu corazón y te diga: “Piensa en lo que yo he soportado. ¿Tienes que sufrir de un mal hermano, de un enemigo de fuera de ti? ¿Es que yo no he tenido los míos? Por fuera los que rechinaban de dientes, por dentro ese discípulo que me traicionaba”.
Es verdad, la tempestad hace estragos. Pero Cristo nos salva “de la estrechez de alma y de la tempestad” (Sal 54,9 LXX). ¿Está sacudido tu barco? Quizás sea porque en ti Cristo duerme. Un mar furioso sacudía la barca en la que navegaban los discípulos y, sin embargo Cristo dormía. Pero por fin llegó el momento en que los hombres se dieron cuenta que estaba con ellos el amo y creador de los vientos. Se acercaron a Cristo, le despertaron: Cristo increpó a los vientos y vino una gran calma.
Con razón tu corazón se turba si te has olvidado de aquel en quien has creído; y tu sufrimiento se te hace insoportable si el recuerdo de todo lo que Cristo ha sufrido por ti, está lejos de tu espíritu. Si no piensas en Cristo, él duerme. Despierta a Cristo, llama a tu fe. Porque Cristo duerme en ti si te has olvidado de su Pasión; y si te acuerdas de su Pasión, Cristo vela en ti. Cuando habrás reflexionado con todo tu corazón lo que Cristo ha sufrido, ¿no podrás soportar tus penas con firmeza cuando te lleguen? Y con gozo, quizás, a través del sufrimiento, te encontrarás un poco semejante a tu rey. Sí, cuando estos pensamientos empezarán a consolarte, a producirte gozo, has de saber que es Cristo que se ha levantado y ha increpado a los vientos; de él vendrá la paz que has experimentado. “Yo esperaba, dice un salmo, al que me salvaría de la estrechez de alma y de la tempestad”.
Santa Teresa de Jesús, virgen
Cartas (21-01-1579): En medio de la tempestad
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?» (Mc 4,40)A las Carmelitas de Sevilla
miércoles 21 de enero de 1579
Ánimo, ánimo, hijas mías; acuérdense que no da Dios a ninguno más trabajos de los que puede sufrir y que está Su Majestad con los atribulados. Pues esto es cierto, no hay que temer sino esperar en su misericordia que ha de descubrir la verdad de todo y se han de entender algunas marañas que el demonio ha tenido encubiertas para revolver, de lo que yo he tenido más pena que tengo ahora de lo que pasa. Oración, oración, hermanas mías, y resplandezca ahora la humildad y obediencia en que no haya ninguna que más la tenga a la vicaria que han puesto que vuestras caridades, en especial la madre priora pasada.
¡Oh, qué buen tiempo para que se coja fruto de las determinaciones que han tenido de servir a nuestro Señor! Miren que muchas veces quiere probar si conforman las obras con ellos y con las palabras. Saquen con honra a las hijas de la Virgen y hermanas suyas en esta gran persecución, que si se ayudan el buen Jesús las ayudará, que aunque duerme en la mar, cuando crece la tormenta hace parar los vientos. Quiere que le pidamos, y quiérenos tanto que siempre busca en qué nos aprovechar. Bendito sea su nombre para siempre, amén, amén, amén.
En todas estas casas las encomiendan mucho a Dios, y así espero en su bondad que lo ha de remediar presto todo. Por eso procuren estar alegres y considerar que, bien mirad, todo es poco lo que se padece por tan buen Dios y por quien tanto pasó por nosotras, que aun no han llegado a verter sangre por El (He 12,4). (...) Dejen hacer a su Esposo y verán cómo antes de mucho se tragará el mar a los que nos hacen la guerra, como hizo al rey Faraón.
San Juan Pablo II, papa
Audiencia General (02-12-1987): Los milagros de Jesús como signos salvíficos.
«¿Pero quién es este? ¡Hasta el viento y el mar lo obedecen!» (Mc 4,41).nn. 4-7.
miércoles 2 de diciembre de 1987
4. [...] La tempestad calmada en el lago de Genesaret puede releerse como “señal” de una presencia constante de Cristo en la “barca” de la Iglesia, que, muchas veces, en el discurrir de la historia, está sometida a la furia de los vientos en los momentos de tempestad. Jesús, despertado por sus discípulos, ordena a los vientos y al mar, y se hace una gran bonanza. Después les dice: “¿Por qué sois tan tímidos? ¿Aún no tenéis fe?” (Mc 4, 40). En éste, como en otros episodios, se ve la voluntad de Jesús de inculcar en los Apóstoles y discípulos la fe en su propia presencia operante y protectora, incluso en los momentos más tempestuosos de la historia, en los que se podría infiltrar en el espíritu la duda sobre la asistencia divina. De hecho, en la homilética y en la espiritualidad cristiana, el milagro se ha interpretado a menudo como “señal” de la presencia de Jesús y garantía de la confianza en Él por parte de los cristianos y de la Iglesia.
5. Jesús, que va hacia los discípulos caminando sobre las aguas, ofrece otra “señal” de su presencia, y asegura una vigilancia constante sobre sus discípulos y su Iglesia. “Soy yo, no temáis”, dice Jesús a los Apóstoles que lo habían tomado por un fantasma (cf. Mc 6, 49-50; cf. Mt 14, 26-27; Jn 6, 16-21). Marcos hace notar el estupor de los Apóstoles “pues no se habían dado cuenta de lo de los panes: su corazón estaba embotado” (Mc 6, 52). Mateo presenta la pregunta de Pedro que quería bajar de la barca para ir al encuentro de Jesús, y nos hace ver su miedo y su invocación de auxilio, cuando ve que se hunde: Jesús lo salva, pero lo amonesta dulcemente: “Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?” (Mt 14, 31). Añade también que los que estaban en la barca “se postraron ante Él, diciendo: Verdaderamente, tú eres Hijo de Dios” (Mt 14, 33).
6. Las pescas milagrosas son para los Apóstoles y para la Iglesia las “señales” de la fecundidad de su misión, si se mantienen profundamente unidas al poder salvífico de Cristo (cf. Lc 5, 4-10; Jn 21, 3-6). Efectivamente, Lucas inserta en la narración el hecho de Simón Pedro que se arroja a los pies de Jesús exclamando: “Señor, apártate de mí, que soy hombre pecador” (Lc 5, 8), y la respuesta de Jesús es: “No temas, en adelante vas a ser pescador de hombres” (Lc 5, 10). Juan, a su vez, tras la narración de la pesca después de la resurrección, coloca el mandato de Cristo a Pedro: “Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas" (cf. Jn 21, 15-17). Es un acercamiento significativo.
7. Se puede, pues, decir que los milagros de Cristo, manifestación de la omnipotencia divina respecto de la creación, que se revela en su poder mesiánico sobre hombres y cosas, son, al mismo tiempo, las “señales” mediante las cuales se revela la obra divina de la salvación, la economía salvífica que con Cristo se introduce y se realiza de manera definitiva en la historia del hombre y se inscribe así en este mundo visible, que es también obra divina. La gente —como los Apóstoles en el lago—, viendo los milagros de Cristo, se pregunta: “¿Quién será éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?” (Mc 4, 41), mediante estas “señales”, queda preparada para acoger la salvación que Dios ofrece al hombre en su Hijo.
Este es el fin esencial de todos los milagros y señales realizados por Cristo a los ojos de sus contemporáneos, y de todos los milagros que a lo largo de la historia serán realizados por sus Apóstoles y discípulos con referencia al poder salvífico de su nombre: “En nombre de Jesús Nazareno, anda” (Act 3, 6).