Mc 4, 1-20 : Parábola del sembrador (Mc)
/ 29 enero, 2014 / San MarcosEl Texto (Mc 4, 1-20)
1 Y otra vez se puso a enseñar a orillas del mar. Y se reunió tanta gente junto a él que hubo de subir a una barca y, ya en el mar, se sentó; toda la gente estaba en tierra a la orilla del mar. 2 Les enseñaba muchas cosas por medio de parábolas. Les decía en su instrucción: 3 «Escuchad. Una vez salió un sembrador a sembrar. 4 Y sucedió que, al sembrar, una parte cayó a lo largo del camino; vinieron las aves y se la comieron. 5 Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde no tenía mucha tierra, y brotó en seguida por no tener hondura de tierra; 6 pero cuando salió el sol se agostó y, por no tener raíz, se secó. 7 Otra parte cayó entre abrojos; crecieron los abrojos y la ahogaron, y no dio fruto. 8 Otras partes cayeron en tierra buena y, creciendo y desarrollándose, dieron fruto; unas produjeron treinta, otras sesenta, otras ciento.» 9 Y decía: «Quien tenga oídos para oír, que oiga.»
10 Cuando quedó a solas, los que le seguían a una con los Doce le preguntaban sobre las parábolas. 11 El les dijo: «A vosotros se os ha dado el misterio del Reino de Dios, pero a los que están fuera todo se les presenta en parábolas, 12 para que por mucho que miren no vean, por mucho que oigan no entiendan, no sea que se conviertan y se les perdone.»
13 Y les dice: «¿No entendéis esta parábola? ¿Cómo, entonces, comprenderéis todas las parábolas? 14 El sembrador siembra la Palabra. 15 Los que están a lo largo del camino donde se siembra la Palabra son aquellos que, en cuanto la oyen, viene Satanás y se lleva la Palabra sembrada en ellos. 16 De igual modo, los sembrados en terreno pedregoso son los que, al oír la Palabra, al punto la reciben con alegría, 17 pero no tienen raíz en sí mismos, sino que son inconstantes; y en cuanto se presenta una tribulación o persecución por causa de la Palabra, sucumben en seguida. 18 Y otros son los sembrados entre los abrojos; son los que han oído la Palabra, 19 pero las preocupaciones del mundo, la seducción de las riquezas y las demás concupiscencias les invaden y ahogan la Palabra, y queda sin fruto. 20 Y los sembrados en tierra buena son aquellos que oyen la Palabra, la acogen y dan fruto, unos treinta, otros sesenta, otros ciento.»
Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
Teofilacto
4. Y para llamar más la atención de sus oyentes, propone la primera parábola de la semilla, que es la palabra de Dios. «Y decíales así -prosigue- conforme a su manera de enseñar (no la de Moisés ni de los profetas, porque es su Evangelio el que anuncia): Escuchad: imaginaos que salió un sembrador», etc. El que ha sido sembrado es Cristo.
Obsérvese que no dice que esparció la semilla en el camino, sino que cayó junto a él. El que siembra, pues, la palabra de Dios, lo hace en la tierra buena en cuanto depende de El, porque si ésta es mala, corrompe la palabra. Ahora bien: el camino es Cristo; los infieles están cerca de él, esto es, fuera de Cristo.
5. O bien los lugares pedregosos son aquellos que, adhiriéndose un poco a la piedra, esto es, a Cristo, reciben la semilla en el momento, y después retirándose la arrojan. «Otra parte, dice, cayó entre espinas»; palabras que se refieren a aquellos que se entregan a muchos cuidados, siendo éstos las espinas.
8. «Una parte cayó en tierra buena…» ¡Cuántos son los malos y cuán pocos son los buenos, supuesto que sólo se salva la cuarta parte de la semilla!
11-12. Dios les dio vista, esto es, los hizo inteligentes; pero ellos no ven, fingiendo voluntariamente que no ven por temor de convertirse y corregirse, como si estuvieran celosos de su salvación. «Por miedo, continúa, de llegar a convertirse, y de que se les perdonen los pecados».
Puede entenderse de otro modo, a saber, que habla a los otros con parábolas para que viendo no vean y oyendo no entiendan. Dios da, pues, vista e inteligencia a los que ruegan, en tanto que ciega a los demás, para que no les sirva de mayor condenación el que, entendiendo, no quieran hacer lo que les conviene. «Por miedo, dice, de llegar a convertirse y de que se les perdonen los pecados».
20. Tres son los grados que corresponden en verdad a los que reciben la semilla. «Los sembrados, en fin, en buena tierra son los que oyen la palabra». Los que producen hasta ciento son los que observan vida perfecta y obediente, como las vírgenes y los ermitaños; los que producen sesenta son aquéllos que observan una vida regular, como los continentes y los que se reunen en los conventos; y por último, producen treinta los que son pequeños en su propia virtud, como los legos y los que viven en matrimonio 1.
Beda, in Marcum 1,18-19
1-2. Si examinamos el Evangelio de San Mateo, veremos que el discurso del Señor en la ribera del mar tuvo lugar en el mismo día que le tuvo en la casa, puesto que, terminado éste, añade en seguida San Mateo: «En aquel día, saliendo de la casa, se sentó en la ribera del mar».
Dejando la casa, empieza a enseñar junto al mar, porque venía para reunir por medio de los Apóstoles a la multitud del pueblo gentil después de abandonar la sinagoga. «Y acudió, prosigue, tanta gente», etc.
Esta barca representaba a la Iglesia, que había de fundar en medio de las naciones, y en la cual ha de consagrar para sí una morada querida.
Continúa: «Y les enseñaba muchas cosas usando de parábolas».
3. «… salió un sembrador a sembrar». Sale para sembrar cuando, después de haber llamado a la fe a la parte elegida de la sinagoga, derrama los dones de su gracia para la vocación también a los gentiles.
4-8. «… una parte cayó en el camino». El camino es la mente tan pisoteada por el continuo ir y venir de los malos pensamientos, que no puede germinar en ella la semilla de la palabra, y por tanto perece y es arrebatada por los demonios la que cae cerca de este camino. «Y vinieron las aves del cielo y la comieron». Con razón, pues, son llamados aves del cielo los demonios, o porque son de naturaleza celestial y espiritual, o porque habitan en los aires. O los que están cerca del camino son los negligentes o desidiosos. «Parte cayó, prosigue, sobre pedregales», etc. La piedra es el corazón perverso y endurecido; la tierra, la dulzura de un espíritu obediente; el sol, el ardor de la persecución que se torna cruel. La profundidad de la tierra que debiera recibir la semilla de Dios, es la probidad del ánimo ejercitado por la disciplina celestial y preparado por la regla a obedecer las divinas enseñanzas. Los lugares pedregosos, que no tienen fuerza para fijar las raíces, son los corazones que se deleitan con la dulzura de la palabra oída y de las promesas celestiales; pero que vuelven atrás en el momento de la tentación, porque el deseo que tienen del bien es poca cosa para que conciban la semilla de la vida.
10-12. «A vosotros se os ha dado el misterio del Reino de Dios…» Como si dijese: Vosotros, que sois dignos de enseñar todo lo que debe ser predicado, llegaréis a comprender las parábolas; y si he usado de ellas con éstos, es porque no son dignos de recibir la ciencia por su malicia. Y porque no obedecen la ley que han recibido, era justo que no entendiesen la nueva palabra, y que permaneciesen extraños a una y otra. Manifiesta, pues, la obediencia de los discípulos, que los demás, por el contrario, son indignos de la doctrina mística. Por último, con la palabra del profeta, evidencia su malicia como hace mucho tiempo reprobada. «De modo, dice, que viendo vean y no reparen, y oyendo», etc. Que es como si dijese: Para que se cumpla la profecía que lo predice.
Para los que están fuera, las palabras y los hechos del Salvador no son sino parábolas, porque ni por los milagros que obraba, ni por los misterios que anunciaba, quieren reconocerle por Dios; y por tanto, no merecen alcanzar la remisión de sus pecados.
13-20. En esta exposición del Señor se establece la diferencia que hay entre los que pudieron oír las palabras de salvación, pero no pudieron llegar a ella. Hay, pues, entre ellos quienes reciben la palabra que oyen sin ninguna fe, sin ninguna inteligencia y sin intento alguno de recoger sus frutos. De ellos dice: «Estos son los que están cerca del camino», porque los espíritus impuros arrancan inmediatamente de sus corazones la palabra que se les ha confiado, como las aves la semilla de un camino trillado. Los hay que conocen la utilidad y sienten deseo de la palabra oída, pero no llegan a ella, unos por temor a los males de esta vida, otros porque se apegan a los bienes de ella. De los primeros se dice: «A ese modo los sembrados en pedregales son aquéllos que oída la palabra», etc. De los últimos dice: «Los otros sembrados entre espinas». Las espinas son las riquezas, porque laceran el espíritu con las punzadas de sus pensamientos y lo hieren y ensangrientan arrastrándolo hasta el pecado. Dice, pues: «Pero los afanes del siglo y la ilusión de las riquezas», porque el que ha sido deslumbrado por el vano deseo de las riquezas, debe sucumbir luego bajo la pesadumbre de incesantes cuidados. Añade: «Y los demás apetitos desordenados»; porque aquel que, despreciando los mandamientos de Dios, anda vagando siempre con su concupiscencia, no puede llegar a la alegría de la bienaventuranza. Estas pasiones ahogan la palabra, puesto que no dejan llegar ningún buen deseo al corazón y matan cerrando el aire vital.
O bien: produce treinta el que inspira en el corazón de sus oyentes la fe en la Santísima Trinidad; sesenta, el que enseña la vida perfecta; ciento, el que demuestra los premios de la vida celestial, porque siendo cien lo recibido cuando se pasa a la mano derecha, se pone con razón como significación de la bienaventuranza eterna. La buena tierra es la conciencia de los elegidos, la cual es enteramente distinta de las tres clases mencionadas antes, puesto que recibe sin trabajo la semilla de la palabra que se le confía, y la conserva constantemente en medio de los sucesos favorables y adversos hasta el tiempo del fruto.
San Jerónimo
1. Empieza a enseñar junto al mar, porque este sitio indica que sus oyentes son amargos e inconstantes.
2. La parábola es la comparación que, por alguna semejanza, se hace entre cosas diferentes por naturaleza. El vocablo parabolh significa semejanza en griego, cuando indicamos por alguna comparación lo que queremos expresar. Así decimos que un hombre es de hierro, cuando queremos ponderar su dureza y su fuerza, y cuando es muy ligero, le comparamos con el viento y las aves. Habla, pues, a la muchedumbre en parábolas por uso de su providencia, a fin de que los que no podían comprender directamente las cosas celestiales las entendiesen por medio de alguna semejanza terrena.
9. «Quien tenga oídos para oír, que oiga.» Siempre que se halla esta advertencia en el Evangelio o en el Apocalipsis de San Juan, es para prevenir que lo que se dice tiene un sentido místico y es saludable oírlo y aprenderlo. Los oídos para oír son los del sentido y los interiores del corazón para obedecer y hacer lo que está mandado.
10-12. «Estando después a solas le preguntaron, y El les decía: A vosotros se os ha concedido», etc. Convenía que aquéllos a quienes hablaba con parábolas, preguntasen lo que no entendían, y que recibiesen de los Apóstoles, a los cuales tenían en menosprecio, la explicación del misterio del reino de Dios, que no tenían.
20. O bien se representa el fruto por treinta, sesenta y ciento, o, lo que es igual, según la ley, la profecía y el evangelio.
San Juan Crisóstomo, homilia in Matthaeum, hom.44-45
1. «… hubo de subir a una barca… toda la gente estaba en tierra, a la orilla del mar». Ocurrió esto no sin motivo, porque convenía que nadie se quedara detrás de El, sino que los tuviese a todos a su vista.
2. «Enseñaba por medio de parábolas…» Eleva por la palabra el corazón de sus oyentes para hacerles más comprensible su discurso, poniendo la cosa a la vista.
3. «Salió un sembrador a sembrar…» No salió, pues, de un lugar el que está presente en todos y todos los llena; pero se dice salió, porque asumiendo nuestra carne mortal se acercó más a nosotros. Y como nuestros pecados nos impiden que vayamos a El, viene El a nosotros: viene a sembrar su palabra pía, y lo hace copiosamente. Pero no es lo mismo decir sale el que siembra, que decir para sembrar, porque el que siembra sale algunas veces para preparar la tierra, o para arrancar la mala hierba o cosa semejante, y otras veces sale para sembrar.
4. Como el que siembra no hace distinción entre las diferentes partes del campo, sino que arroja indistintamente la semilla por doquier, así el Señor habla a todos, y para expresarlo así, añade: «Y al esparcir el grano, parte cayó junto al camino», etc.
4-9. Pero no se pierde la mayor parte de la semilla por causa del que siembra, sino de la tierra que la recibe, esto es, del hombre que la oye. Ciertamente que sería culpable el labrador que procediera así, no ignorando lo que es piedra, camino, espinas y tierra fértil; pero no es lo mismo en lo tocante al espíritu, porque de la piedra puede hacerse tierra fértil, y puede conservarse el camino y destruirse las espinas. Si así no fuera, no hubiera sembrado allí, y haciéndolo nos da la esperanza de la penitencia.
Después habla de la tierra buena diciendo: «Finalmente, parte cayó en buena tierra». Según es la tierra son los frutos. Grande es, pues, el amor a los hombres del que siembra, porque alaba a los primeros, no rechaza a los segundos, y a los terceros les da tiempo de arrepentirse.
«Y decíales: Quien tiene oídos para oír escuche», etc.
10-12. Por esto ven y no ven, oyen y no entienden. Que vean y entiendan es por gracia de Dios. Pero que vean y no entiendan consiste en que no quieren recibir la gracia, cerrando los ojos, y fingiendo que no ven, no admiten la palabra. Y así no se corrigen de sus pecados por lo que ven y oyen, y sufren por tanto el efecto contrario.
Que no les hablase más que por parábolas, y que no obstante no cesara de hablarles, demuestra que a los que están cerca del bien, aunque no lo posean, se les manifiesta lo oculto. Cuando se acerca alguno con reverencia y corazón recto, consigue abundantemente la revelación de las cosas ocultas; pero el que no tiene estas sanas disposiciones, no es digno de las cosas que son fáciles para otros, y ni aun de oírlas.
13. «Después les dijo: ¿Conque vosotros no entendéis esta parábola? ¿Pues cómo entenderéis todas las demás?»El profeta mismo comparaba la doctrina del pueblo a la plantación de la viña ( Is 5), y El la compara a un campo que se siembra, manifestando así que la obediencia es ahora más breve y fácil y el fruto más pronto.
San Agustín, quaest. 14, in matthaeum
12. «… para que por mucho que miren, no vean.» O se debe entender que han merecido no entender por sus pecados. Y, sin embargo, la misericordia divina les ha concedido que lo conociesen, para que, convirtiéndose, mereciesen el perdón.
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
San Cesareo de Arlés, Sermones al pueblo, n. 6 passim; SC 175
«Ser tierra buena…» (Mc 4, 8.20)
Hermanos queridos, cuando os exponemos algo útil para vuestras almas, que nadie trate de excusarse diciendo: » no tengo tiempo para leer, por eso no puedo conocer los mandos de Dios ni observarlos «… Abandonemos las vanas habladurías y las bromas mordaces, y veamos si no nos queda tiempo para dedicar a la lectura de la Escritura santa… ¿Cuándo las noches son más largas, habrá alguien capaz de dormir tanto que no pueda leer personalmente o escuchar a otro a leer la Escritura?… Porque la luz del alma y su alimento eterno no son nada más que la Palabra de Dios, sin la cual el corazón no puede vivir ni ver…
El cuidado de nuestra alma es muy semejante al cultivo de la tierra. Lo mismo que en una tierra cultivada arrancamos por un lado y extirpamos por otro hasta la raíz para sembrar el buen grano, debemos hacer lo mismo en nuestra alma: arrancar lo que es malo y plantar lo que es bueno; extirpar lo que es perjudicial, incorporar lo que es útil; desarraigar el orgullo y plantar la humildad; echar la avaricia y guardar la misericordia; despreciar la impureza y gustar la castidad…
En efecto sabéis cómo se cultiva la tierra. En primer lugar arrancamos las zarzas, echamos las piedras bien lejos, luego aramos la tierra, empezamos de nuevo una segunda vez, una tercera, y por fin sembramos. De igual manera en nuestra alma: en primer lugar, desarraiguamos las zarzas, es decir los malos pensamientos; luego quitamos las piedras, es decir toda malicia y dureza.
En fin labremos nuestro corazón con el arado del Evangelio y el hierro de la cruz, trabajémoslo por la penitencia y la limosna, por la caridad preparémoslo para la semilla del Señor, con el fin de que pueda recibir con alegría la semilla de la palabra divina y producir no sólo treinta, sino que sesenta y cien veces su fruto.
San Juan Crisóstomo, Homilías sobre san Mateo, n. 44 : PG 57, 467
«El que tenga oídos para oír, que oiga» (Mc 4, 9)
En la parábola del sembrador Cristo nos enseña que su palabra se dirige a todos indistintamente. De la misma manera, en efecto, que el sembrador de la parábola no hace distinción alguna entre los terrenos, sino que siembra en todas direcciones, así también el Señor no hace distinción entre rico y pobre, sabio y tonto, negligente y aplicado, valiente y cobarde, sino que se dirige a todos y, a pesar de que conoce el porvenir, por su parte pone todo lo necesario de manera que puede decir: «¿Qué más debía hacer que no haya hecho?» (Is 5,4)…
Además, el Señor dice esta parábola para alentar a sus discípulos y educarlos a fin de que no se dejen abatir aunque los que acojan la palabra sean menos numerosos que los que no le hacen el menor caso. Es lo que hacía el Maestro mismo, el cual, a pesar del su conocimiento del porvenir, no dejaba de propagar su grano.
Pero me dirás ¿para qué sirve esparcir sobre las espinas, sobre la piedra o al borde del camino? Si se tratara de una semilla o una tierra materiales, ciertamente que no tendría ningún sentido; pero tratándose de las almas y de la Palabra, la cosa es totalmente digna de elogios. Con razón se podría reprochar a un campesino que obrara así: la piedra no se puede convertir en tierra, el camino no puede dejar de ser camino, ni las espinas no ser espinas. Pero en el terreno espiritual es diferente: la piedra puede llegar a ser tierra fértil, el camino no ser pisado por los viandantes y convertirse en un campo fecundo, las espinas pueden ser arrancadas y así dar lugar a que el grano fructifique libremente. Si esto no fuera posible, el sembrador no habría esparcido su grano tal como lo hizo.
Benedicto XVI
Catequesis (extracto), Audiencia General, 12-10-2011
[…] Para hablar de la salvación, se evoca aquí la experiencia que cada año se renueva en el mundo agrícola: el momento difícil y fatigoso de la siembra y luego la alegría desbordante de la cosecha. Una siembra que va acompañada de lágrimas, porque se tira aquello que todavía podría convertirse en pan, exponiéndose a una espera llena de incertidumbres: el campesino trabaja, prepara el terreno, arroja la semilla, pero, como ilustra bien la parábola del sembrador, no sabe dónde caerá esta semilla, si los pájaros se la comerán, si arraigará, si echará raíces, si llegará a ser espiga (cf. Mt13, 3-9; Mc 4, 2-9; Lc 8, 4-8).
Arrojar la semilla es un gesto de confianza y de esperanza; es necesaria la laboriosidad del hombre, pero luego se debe entrar en una espera impotente, sabiendo bien que muchos factores determinarán el éxito de la cosecha y que siempre se corre el riesgo de un fracaso. No obstante eso, año tras año, el campesino repite su gesto y arroja su semilla. Y cuando esta semilla se convierte en espiga, y los campos abundan en la cosecha, llega la alegría de quien se encuentra ante un prodigio extraordinario.
Jesús conocía bien esta experiencia y hablaba de ella a los suyos: «Decía: “El reino de Dios se parece a un hombre que echa la semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo”» (Mc 4, 26-27). Es el misterio escondido de la vida, son las extraordinarias «maravillas» de la salvación que el Señor obra en la historia de los hombres y de las que los hombres ignoran el secreto. La intervención divina, cuando se manifiesta en plenitud, muestra una dimensión desbordante, como los torrentes del Negueb y como el trigo en los campos, este último evocador también de una desproporción típica de las cosas de Dios: desproporción entre la fatiga de la siembra y la inmensa alegría de la cosecha, entre el ansia de la espera y la tranquilizadora visión de los graneros llenos, entre las pequeñas semillas arrojadas en la tierra y los grandes cúmulos de gavillas doradas por el sol. En el momento de la cosecha, todo se ha transformado, el llanto ha cesado, ha dado paso a los gritos de júbilo.
Ángelus (extracto), 15-11-2009
[…] Cristo se compara con el sembrador y explica que la semilla es la Palabra (cf. Mc 4, 14): quienes oyen la Palabra, la acogen y dan fruto (cf. Mc 4, 20), forman parte del reino de Dios, es decir, viven bajo su señorío; están en el mundo, pero ya no son del mundo; llevan dentro una semilla de eternidad, un principio de transformación que se manifiesta ya ahora en una vida buena, animada por la caridad, y al final producirá la resurrección de la carne. Este es el poder de la Palabra de Cristo.
Queridos amigos, la Virgen María es el signo vivo de esta verdad. Su corazón fue «tierra buena» que acogió con plena disponibilidad la Palabra de Dios, de modo que toda su existencia, transformada según la imagen del Hijo, fue introducida en la eternidad, cuerpo y alma, anticipando la vocación eterna de todo ser humano. Ahora, en la oración, hagamos nuestra su respuesta al ángel: «Hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38), para que, siguiendo a Cristo por el camino de la cruz, también nosotros alcancemos la gloria de la resurrección.
Juan Pablo II
Catequesis (extracto), Audiencia general, 15-05-1992
[…] 4. Este particular testimonio de fe de los Apóstoles era un «don que viene de lo Alto» (cf. St 1, 17). Y no sólo lo era para los mismos Apóstoles, sino también para aquellos a quienes entonces y más adelante transmitirían su testimonio. Jesús les dijo: «A vosotros se os ha dado el misterio del Reino de Dios» (Mc 4, 11). Y a Pedro, con vistas a un momento crítico, le garantiza: «yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos» (Lc 22, 32).
Podemos, por consiguiente, decir, a la luz de estas páginas significativas del Nuevo Testamento, que, si la Iglesia, como pueblo de Dios, participa en el oficio profético de Cristo, difundiendo el vivo testimonio de él, como leemos en el Concilio (cf. Lumen gentium, 12), ese testimonio de la fe de la Iglesia encuentra su fundamento y apoyo en el testimonio de los Apóstoles. Ese testimonio es primordial y fundamental para el oficio profético de todo el pueblo de Dios.
Catequesis (extracto), Audiencia general, 22-06-1988
[…] 5. Jesús pone la misión de los Apóstoles en relación de continuidad con la propia misión… no dice a los Apóstoles simplemente «A vosotros se os ha dado el misterio del reino de Dios» (Mc 4, 11), como si les fuese «dado» de una forma solo cognoscitiva, sino que «transmite» a los Apóstoles el reino que Él mismo ha iniciado con su misión mesiánica sobre la tierra. Este reino «dispuesto» para el Hijo por el Padre es el cumplimiento de las promesas hechas ya en la Antigua Alianza. El número mismo de los «doce» apóstoles corresponde, en las palabras de Cristo, a las «doce tribus de Israel»: «…vosotros que me habéis seguido, en la regeneración, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, os sentaréis también vosotros en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel» (Mt 19, 28 y también Lc 22, 30). Los Apóstoles —»los Doce»— como inicio del nuevo Israel son al mismo tiempo «situados» en la perspectiva escatológica de la vocación de todo el Pueblo de Dios.
Catequesis (extracto), Audiencia general, 20-04-1988
[…] Ciertamente, el discurso en parábolas, al hacer referencia a los hechos y cuestiones de la vida diaria que estaban al alcance de todos, conseguía conectar más fácilmente con un auditorio generalmente poco instruido (cf. Summa Th., III, q. 42. a. 2). Y, sin embargo, «el misterio del reino de Dios», escondido en las parábolas, necesitaba de explicaciones particulares, requeridas, a veces, por los Apóstoles mismos (p. ej. cf. Mc 4, 11-12). Una comprensión adecuada de éstas no se podía obtener sin la ayuda de la luz interior que proviene del Espíritu Santo. Y Jesús prometía y daba esta luz.
Congregación para el Clero, Directorio General para la Catequesis, n. 15, 25-08-1997
«Una vez salió un sembrador a sembrar » (Mc 4,3)
Esta parábola es fuente inspiradora para la evangelización. « La semilla es la Palabra de Dios » (Lc 8,11). El sembrador es Jesucristo. Anunció el Evangelio en Palestina hace dos mil años y envió a sus discípulos a sembrarlo en el mundo. Jesucristo, hoy, presente en la Iglesia por medio de su Espíritu, sigue sembrando la Palabra del Padre en el campo del mundo.
La calidad del terreno es siempre muy variada. El Evangelio cae « a lo largo del camino » (Mc4,4) cuando no es realmente escuchado; o cae « en pedregal » (Mc 4,5), sin penetrar a fondo en la tierra; o « entre abrojos » (Mc 4,7), sofocándose enseguida en el corazón de muchas personas, distraídas por mil afanes. Pero una parte cae « en tierra buena » (Mc 4,8), en hombres y mujeres abiertos a la relación personal con Dios y solidarios con el prójimo, y da fruto abundante.
Jesús, en la parábola, comunica la buena noticia de que el Reino de Dios llega a pesar de las dificultades del terreno, las tensiones, los conflictos y los problemas del mundo. La semilla del Evangelio fecunda la historia de los hombres y anuncia una cosecha abundante. Jesús hace asimismo una advertencia: sólo en el corazón bien dispuesto germina la Palabra de Dios
Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 2705-2708
II. La meditación
2705 La meditación es, sobre todo, una búsqueda. El espíritu trata de comprender el porqué y el cómo de la vida cristiana para adherirse y responder a lo que el Señor pide. Hace falta una atención difícil de encauzar. Habitualmente se hace con la ayuda de algún libro, que a los cristianos no les faltan: las sagradas Escrituras, especialmente el Evangelio, las imágenes sagradas, los textos litúrgicos del día o del tiempo, escritos de los Padres espirituales, obras de espiritualidad, el gran libro de la creación y el de la historia, la página del “hoy” de Dios.
2706 Meditar lo que se lee conduce a apropiárselo confrontándolo consigo mismo. Aquí se abre otro libro: el de la vida. Se pasa de los pensamientos a la realidad. Según sean la humildad y la fe, se descubren los movimientos que agitan el corazón y se les puede discernir. Se trata de hacer la verdad para llegar a la Luz: “Señor, ¿qué quieres que haga?”.
2707 Los métodos de meditación son tan diversos como diversos son los maestros espirituales. Un cristiano debe querer meditar regularmente; si no, se parece a las tres primeras clases de terreno de la parábola del sembrador (cf Mc 4, 4-7. 15-19). Pero un método no es más que un guía; lo importante es avanzar, con el Espíritu Santo, por el único camino de la oración: Cristo Jesús.
2708 La meditación hace intervenir al pensamiento, la imaginación, la emoción y el deseo. Esta movilización es necesaria para profundizar en las convicciones de fe, suscitar la conversión del corazón y fortalecer la voluntad de seguir a Cristo. La oración cristiana se aplica preferentemente a meditar “los misterios de Cristo”, como en la lectio divina o en el Rosario. Esta forma de reflexión orante es de gran valor, pero la oración cristiana debe ir más lejos: hacia el conocimiento del amor del Señor Jesús, a la unión con Él.
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