Mc 1, 21-28: Curación del endemoniado de Cafarnaúm
/ 13 enero, 2015 / San MarcosTexto Bíblico
21 Y entran en Cafarnaún y, al sábado siguiente, entra en la sinagoga a enseñar; 22 estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad y no como los escribas. 23 Había precisamente en su sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo y se puso a gritar: 24 «¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios». 25 Jesús lo increpó: «¡Cállate y sal de él!». 26 El espíritu inmundo lo retorció violentamente y, dando un grito muy fuerte, salió de él. 27 Todos se preguntaron estupefactos: «¿Qué es esto? Una enseñanza nueva expuesta con autoridad. Incluso manda a los espíritus inmundos y lo obedecen». 28 Su fama se extendió enseguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Sermones: ¿En qué se fundamenta la autoridad de Cristo?
«¡Este enseñar con autoridad es nuevo!» (Mc 1,27)Sermón «Christus unus omnium magister»
No es posible llegar a la certeza de la fe revelada si no es a través de la venida de Cristo a nuestro espíritu. Viene después en la carne como palabra que confirma toda palabra profética. Por eso se dice en la carta a los Hebreos: «En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros Padres por los profetas: Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo» (1,1-2). Que Cristo sea, efectivamente, Palabra del Padre llena de poder, lo leemos: «ya que la palabra regia es soberana, y ¿quién va a decirle: Qué haces?» (Ecl 8,4). Es también una palabra llena de verdad, más aún, es la misma verdad, tal como lo dice san Juan: «Santifícalos en la verdad: tu palabra es la verdad» (17,17).
Así pues, porque la autoridad pertenece a la palabra poderosa y verídica, y Cristo es el Verbo del Padre, y por eso mismo Poder y Sabiduría, en él está el fundamento y la consumación de toda la autoridad. Por eso toda doctrina auténtica y los predicadores de esta doctrina ser refieren a Cristo, venido en la carne, como fundamento de toda la fe cristiana: «Conforme al don que Dios me ha dado, yo como hábil arquitecto coloqué el cimiento... Nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo» (1Co 3,10-11). En efecto, solo él es el cimiento de toda doctrina auténtica, ya sea apostólica, ya sea profética, según una u otra Ley: la nueva y la antigua. Por eso se dice también a los Efesios: «Estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular» (2,20). Queda, pues, claro que Cristo es el maestro del conocimiento según la fe; es el Camino, según su doble venida, en el espíritu y en la carne.
Sobre el Evangelio de san Marcos: Poder sobre el mal
«Y entran en Cafarnaún y, al sábado siguiente, entra en la sinagoga a enseñar...» (Mc 1,21)(fr)
Entran en Cafarnaúm. ¡Feliz y hermoso!: dejan el mar, dejan la barca, dejan los vinculas de las redes, y entran en Cafarnaúm. El primer cambio es éste: dejar el mar, dejar la barca, dejar el antiguo padre, dejar los antiguos vicios. Pues en las redes y en los vínculos de las redes se dejan todos los vicios. Fijaos bien en el cambio. Dejan todas las redes, y al dejarlas, ¿qué encuentran? «Entran— dice el evangelista—en Cafarnaúm»: en el campo de la consolación. CAPHAR significa campo, NAUM significa consolación. O si queréis, teniendo en cuenta que la lengua hebrea permite múltiples significados y que, según la distinta pronunciación, una palabra puede tener sentido diverso—NAUM significa no sólo consolación, sino también hermoso.
Entran en Cafarnaúm y, al llegar el sábado, entró en la sinagoga y les enseñaba: que abandonaran el ocio del sábado y asumieran las obras del Evangelio. Les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas. Pues no decía: «Esto dice el señor», o: «El que me envió dice lo siguiente», sino que hablaba él en primera persona, el mismo que había hablado por medio de los profetas. Una cosa es decir: está escrito, otra decir: esto dice el Señor, y otra decir: en verdad os digo. Fijaos en otro pasaje: «Está escrito, dice, en la ley: no matarás, no repudiarás a tu mujer». Está escrito. ¿Por quién está escrito? Por Moisés, mas ordenándoselo Dios. Si está escrito por el dedo de Dios, ¿cómo te atreves a decir: en verdad os digo, si no eres tú mismo, el que antes diste la ley? Nadie se atreve a cambiar la ley, si no es el rey. La ley la dio ¿el Padre o el Hijo? Responde, hereje. Acepto de buen grado lo que digas: para mí han sido los dos. Si la dio el Padre, también es el Padre quien la cambia, luego el Hijo es igual al Padre, porque la cambia juntamente con quien la dio. Sea que él la dio, sea que él la cambia, la misma autoridad demuestra al haberla dado que al haberla cambiado, cosa que nadie puede hacer más que el rey.
Se admiraban de su enseñanzas. Yo me pregunto: ¿Qué había enseñado de nuevo? ¿Qué de nuevo había predicado? Decía por sí mismo las mismas cosas que habían dicho los profetas. Mas se admiraban por esto, porque enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas. No enseñaba como un maestro, sino como el Señor: no hablaba, apoyándose en otra autoridad superior, sino que hablaba él mismo con la autoridad que le era propia. Hablaba así, en definitiva, porque con su propia esencia estaba diciendo lo que había dicho por medio de los profetas. «Yo, que hablaba, he aquí que estoy presente». El espíritu impuro, que antes había estado en la sinagoga y que los había llevado a la idolatría, del cual está escrito: «Habéis sido seducidos por el espíritu de la fornicación», era el espíritu que había salido de un hombre y discurría por el desierto, el que buscó reposo y no pudo hallarlo y que, tomando consigo a otros siete demonios, regresó a su antigua morada. En aquel tiempo, estos espíritus estaban en la sinagoga y no podían soportar la presencia del Salvador. ¿Qué tienen en común Cristo y Belial? Imposible que habiten los dos en la misma comunidad.
Se hallaba en la sinagoga un hombre poseído de un espíritu impuro, que comenzó a gritar diciendo: ¿qué hay entre tú y nosotros? ¿Quién es el que dice: qué hay entre ti y nosotros? Es uno solo y habla en nombre de muchos. Por ser él vencido, comprendió que habían sido vencidos también sus compañeros «y comenzó a gritar». Comenzó a gritar como quien está inmerso en el dolor, como quien no puede soportar la flagelación.
Y comenzó a gritar, diciendo: ¿qué hay entre ti y nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a perdernos? Sé quién eres, el Santo de Dios. Inmerso en los tormentos y manifestando con sus gritos la magnitud de los mismos, no pone, sin embargo, fin a sus mentiras. Se ve obligado a decir la verdad, le obligan los tormentos, pero se lo impide la malicia. «Qué hay entre ti y nosotros, Jesús Nazareno» ¿Por qué no confiesas que es el Hijo de Dios? ¿Te atormenta el Nazareno y no el Hijo de Dios? ¿Sientes sus castigos y no confiesas su nombre? Esto respecto a Jesús Nazareno. « ¿Has venido a perdernos?» Es cierto esto que dices: Has venido a perdernos. «Sé quién eres». Veamos lo que añades: «el Santo de Dios». ¿No fue Moisés el santo de Dios? ¿No lo fue Isaías? ¿No lo fue Jeremías? «Antes, dice el Señor, de que nacieras, en el seno materno te santifiqué». Esto se le dice a Jeremías y ¿no fue el santo de Dios? Luego ni siquiera quienes fueron santos lo fueron. Más ¿por qué no les dices a cada uno de ellos: sé quién eres, el Santo de Dios? ¡Oh, qué mente tan perversa: inmerso en la tortura y los tormentos, a pesar de conocer la verdad, no quiere confesarla! «Sé quién eres, el Santo de Dios». No digas el Santo de Dios, sino el Dios santo. Finges saber quién es, pero no lo sabes. Porque una de dos: o lo sabes e hipócritamente te lo callas, o simplemente no lo sabes. Pues él no es el Santo de Dios, sino el Dios santo.
¿Por qué he dicho todo esto? Para que no demos crédito a lo que testifican los demonios. El diablo nunca dice la verdad, puesto que es mentiroso como su padre. «Vuestro padre —dice Jesús a los judíos— es mentiroso, y lo es desde el principio, como su propio padre». Dice que su padre es mentiroso y que no dice la verdad, así como su propio padre, que es el padre de los judíos. Ciertamente el diablo es mentiroso desde el principio, Pero, ¿quién es el padre del diablo? Fíjate bien en lo que dice: «Vuestro padre es mentiroso, desde el principio habla mentira, como su padre». Lo cual significa esto: que el diablo es mentiroso, y habla mentira, y es el padre de la mentira misma. No quiere decir que el diablo tenga otro padre, sino que el padre de la mentira es el diablo. Por ello dice que es mentiroso y que desde el principio del mundo no dice la verdad, o sea, habla mentira y es su padre, esto es, padre de la mentira misma.
Hemos dicho todo esto de pasada, para que nos percatemos de que no debemos aceptar lo que testifican los demonios. Dice el Señor y Salvador: «Esta raza no sale más que con muchos ayunos y oraciones». Y he aquí que veo muchos que se entregan a las borracheras, que eruptan vino, y que en medio de los banquetes exorcizan e increpan a los demonios. Parece que Cristo nos haya mentido, pues dijo: «Esta raza no sale más que con muchos ayunos y oraciones». Así, pues, insisto en todo esto, para que no aceptemos fácilmente lo que testifican los demonios.
En definitiva, ¿qué dice el Salvador? Y Jesús le conminó: Cállate y sal de este hombre. La verdad no necesita del testimonio de la mentira. No he venido para ser reconocido por tu testimonio, sino para arrojarte de mi criatura. «No es hermosa la alabanza en boca del pecador». No necesito el testimonio de aquel, al que quiero atormentar. «Cállate». Tu silencio sea mi alabanza. No quiero que me alabe tu voz sino tus tormentos: tu pena es mi alabanza. No me resulta agradable que me alabes, sino que salgas. «Cállate y sal de este hombre». Como si dijera: sal de mi casa, ¿qué haces en mi morada? Yo deseo entrar: «Cállate y sal de este hombre». De este hombre, es decir, de este animal racional. Sal de este hombre: abandona esta morada preparada para mí. El Señor desea su casa: sal de este hombre, de este animal racional.
«Sal de este hombre», dijo también en otro lugar a una legión de demonios, para que saliera de un hombre y entrara en los puercos. Mira cuán preciosa es el alma humana. Esto contradice a aquellos que creen que nosotros y los animales tenemos una misma alma y arrastramos un mismo espíritu. De un solo hombre es arrojada la legión y enviada a dos mil puercos, lo cual nos hace ver que es precioso lo que se salva y de poco valor lo que se pierde. Sal de este hombre y vete a los puercos, vete a los animales, vete donde quieras, vete a los abismos. Abandona al hombre, es decir, abandona una propiedad particularmente mía. «Sal de este hombre»: no quiero que tú poseas al hombre; es para mí una injuria que habites tú en el hombre, siendo yo el que habita en él. Yo asumí el cuerpo humano, yo habito en el hombre. Esa carne que posees es parte de mi carne, por tanto, sal del hombre.
Y el espíritu inmundo, agitándolo violentamente... Con estos signos mostró su dolor. «Agitándolo violentamente». Aquel demonio, al salir, como no podía hacer daño al alma lo hizo al cuerpo y, como de otro medio no podía hacer comprender, manifiesta con signos corporales que ha salido. «Y el espíritu inmundo, agitándolo violentamente...». Porque allí estaba el espíritu puro que huye del espíritu impuro.
Y, dando un grito, salió de él. Con el clamor de la voz y la agitación del cuerpo puso de manifiesto que salía.
Todos quedaron pasmados de tal manera que se preguntaban unos a otros... etc. Leamos los Hechos de los Apóstoles, leamos los signos, que hicieron los antiguos profetas. Moisés hace signos y ¿qué dicen los magos del faraón? «Es el dedo de Dios». Es Moisés el que los hace y ellos reconocen el poder de otro. Hacen después signos los apóstoles: «En el nombre de Jesús, levántate y anda». «En el espíritu de Jesús, sal». Siempre es nombrado Jesús. Aquí, sin embargo, ¿qué dice el señor? «Sal de este hombre». No nombra otro, sino que es él mismo el que les obliga a los demonios a salir. Todos quedaron pasmados de tal manera que se preguntaban unos a otros: ¿Qué es esto? ¿Qué es esta enseñanza nueva?. Que el demonio hubiera sido arrojado no era nada nuevo, pues también solían hacerlo los exorcistas hebreos. Más, ¿qué es lo que dice? « ¿Qué es esta enseñanza nueva»? ¿Por qué nueva? Porque manda con autoridad a los espíritus inmundos. No invoca a ningún otro, sino que él mismo ordena: no habla en nombre de otro, sino con su propia autoridad.
Y bien pronto su fama se extendió por toda la región de Galilea. No por Judea, ni por Jerusalén, pues los doctores judíos, llenos de envidia hacia Jesús, no dejaban que su fama se extendiera. En definitiva, Pilato y los demás pudieron comprobar que los fariseos habían entregado a Jesús por envidia. ¿Por qué digo esto? Por lo de que su fama se extendió a toda Galilea. A toda Galilea llegó su fama y no llegó siquiera a una sola aldea de Judea. ¿Por qué insisto en ello? Porque el alma que ha sido poseída de una vez por la envidia, difícil es que acoja las virtudes. Es casi imposible hallar remedio para un alma, a la que haya poseído la envidia. En definitiva, el primer homicidio y el primer parricidio los hizo la envidia. Dos hombres había en el mundo, Abel y Caín: el Señor aceptó las ofrendas de Abel y no aceptó las de Caín. Y el que hubiera debido imitar la virtud, no sólo no lo hizo, sino que mató bien pronto a aquel, cuyas ofrendas había aceptado el Señor.
Homilía: Somos morada de Dios
«Jesús lo increpó diciendo: ¡Cállate, sal de este hombre!» (Mc 1,25)Homilía sobre Hb 4,12: PL 204, 451-453
PL
«La Palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que una espada de doble filo.» (Hb 4,12) Toda la grandeza, la fuerza y la sabiduría de la Palabra de Dios se muestra aquí por el apóstol a todos los que buscan a Cristo, Palabra, fuerza y sabiduría de Dios... Cuando se predica esta Palabra de Dios, por la predicación la palabra exterior, pronunciada y escuchada se reviste del poder de la Palabra acogida en el interior. Entonces, los muertos resucitan, (Lc 7,22) y este testimonio hace surgir nuevos hijos de Abrahán. (Mt 3,9) Esta Palabra es palabra viva. Viviente en el corazón del Padre, viviente en los labios del predicador y viviente en los corazones llenos de fe y de amor. Y como es Palabra viva no hay duda de su eficacia.
La Palabra actúa con eficacia en la creación del mundo, en su gobierno y en su redención. ¿Qué puede haber de más eficaz o más fuerte que ella? «Cantad las proezas del Señor, su poder!» (cf Sal 105,2) La eficacia de esta Palabra se manifiesta en sus obras, se manifiesta también en la predicación. «No tornará a mí de vacío, sin que haya realizado lo que me plugo y haya cumplido aquello a que la envié.» (Is 55,11)
La Palabra es, pues, eficaz y más penetrante que una espada de doble filo cuando se la recibe con fe y amor. En efecto ¿qué hay de imposible para quien cree, y qué hay de duro para aquel que ama?
Sobre el Evangelio de san Marcos: ¡Cuán preciosa es el alma humana!
«Sal de este hombre» (Mc 1,25)n. 2, PLS 2, 125s: SC 494
SC
«Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo». Este espíritu no podía soportar la presencia del Señor; se trataba de ese espíritu impuro que había llevado a todos los hombres a la idolatría... «¿Qué acuerdo había entre Cristo y Satán?» (2Co 6,15); Cristo y Satán no podían estar de acuerdo el uno con el otro. «Se puso a gritar: ¿Qué quieres de nosotros?» El que así se exclama es un individuo que habla en nombre de muchas personas; eso da a entender que tiene conciencia de ser vencido él y los suyos.
«Se puso a gritar: ‘¿Qué quieres de nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios’». Atormentado y a pesar de la intensidad de los sufrimientos que le hacen gritar, no ha abandonado su hipocresía. Esconde el decir la verdad, el sufrimiento le aprieta, pero la malicia le impide decir toda la verdad: «¿Qué quieres de nosotros, Jesús de Nazaret?» ¿Por qué no reconoces al Hijo de Dios? ¿Es este hijo de Nazaret el que te tortura, y no el Hijo de Dios?.
¿Acaso Moisés no era un santo de Dios? E Isaías y Jeremías, ¿no eran santos de Dios?... ¿Por qué no les has dicho: «Sé quién eres, santo de Dios»?. No digas «Santo de Dios» sino «Dios Santo». Te imaginas que sabes, y no sabes nada; o bien si lo sabes, te callas por esa misma doblez. Porque no es solamente el Santo de Dios, sino Dios Santo.
«Jesús increpó al demonio diciendo: 'Cállate y sal de este hombre!'»La Verdad no tiene ninguna necesidad del testimonio del Mentiroso. «No tengo ninguna necesidad del reconocimiento de aquel que consagro al desgarramiento. ¡Cállate! Que mi gloria estalle en tu silencio. No quiero que sea tu voz la que me elogie, sino tus tormentos; porque tu desgarramiento es mi triunfo... ¡Cállate y sal de este hombre!». Es como si dijera: «Sal de mi casa, ¿qué haces tu bajo mi techo? Soy yo quien quiere entrar: entonces, cállate y sal de este hombre, del hombre, este ser dotado de razón. Deja esta morada preparada a mi intención. El Señor desea su casa: sal de este hombre».
Ved hasta que punto es preciosa el alma del hombre. Esto va dirigido a los que piensan que nuestra alma y la de los animales son idénticas y que estamos dotados de un mismo espíritu. En otro pasaje, el demonio es expulsado de un solo hombre y es enviado a dos mil cerdos (Mt 8,32); el espíritu precioso se opone al espíritu vil, uno es salvado, el otro se pierde. «Sal de este hombre, vete a los cerdos, vete donde quieras, vete a los abismos. Sal de este hombre, es decir de lo que es mío en propiedad; no dejaré que poseas al hombre porque sería injurioso para mí si te instalarás en él en lugar de hacerlo yo. He asumido un cuerpo humano, habito en el hombre: esta carne que tú posees es parte de mi carne. ¡Sal de este hombre!
"El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió." Es esta la manera de expresar su dolor: retorcerlo. El demonio, puesto que no había podido alterar el alma del hombre, ejerció su violencia sobre su cuerpo. Estas manifestaciones físicas eran, por otra parte, el único medio que tenía para dar a entender que iba a salir de aquel hombre. Al manifestar su presencia el espíritu puro, el impuro no puede hacer más que retirarse.
«Todos se preguntaron estupefactos: '¿Qué es esto?'». Fijémonos en los Hechos de los Apóstoles y en los signos que dieron los primeros profetas. ¿Qué dicen los magos del Faraón al ver los prodigios que hacía Moisés? "Es el dedo de Dios" (Ex 8,15). A pesar de ser Moisés quien los lleva a cabo, reconocen que hay un poder mayor. Más tarde los apóstoles obraron otros prodigios: "¡En el nombre de Jesús, levántate y camina!" (Hch 3,6); "Y Pablo, en el nombre de Jesucristo, ordenó al espíritu salir de aquella mujer" (Hch 16,18). Siempre se recurre al nombre de Jesús. Pero aquí ¿qué es lo que él mismo dice? "Sal de él" sin precisar más. Es en su propio nombre que ordena al espíritu de salir. «Todos preguntaron estupefactos: '¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo». La expulsión del demonio no era en sí mismo nada nuevo: los exorcistas de los hebreos lo hacían corrientemente. Pero ¿qué dice Jesús? ¿Cuál es esta enseñanza nueva? ¿Dónde está la novedad? La novedad reside en que Jesús manda a los espíritus impuros con autoridad propia. No cita a nadie: él mismo da la orden; no habla en nombre de otro sino en nombre de su propia autoridad.
La gente estaba admirada de su enseñanza porque Jesús hablaba «no como los escribas, sino como un hombre que tiene autoridad». Por ejemplo, él no decía: «¡Palabra del Señor!» o bien: «Así se expresa el que me ha enviado». No; Jesús hablaba en nombre propio: era él quien, antiguamente, hablaba por la voz de los profetas. Ya es una gran cosa poder decir, apoyándose sobre un texto, «Está escrito...» Pero es todavía mejor poder proclamar, en nombre del mismo Señor, «¡Palabra del Señor!». Pero es muy diferente poder afirmar , como lo hacía Jesús en persona, «¡En verdad, os lo declaro!...» ¿Cómo te atreves tú a decir: «¡En verdad, yo os lo declaro!» si tú de ninguna manera eres aquel que en otro tiempo ha dado la Ley y hablado por los profetas?.
«La gente estaba asombrada por su enseñanza.» ¿Qué tenía, pues, de tan original eso que enseñaba? ¿Qué decía que fuera tan novedoso? No hacía otra cosa que volver a repetir lo que ya había declarado por la voz de los profetas. Pero la gente estaba admirada porque no enseñaba siguiendo el método de los escribas. Enseñaba de forma que mostraba que era él mismo quien poseía autoridad; no como rabino, sino como Señor. No hablaba refiriéndose a uno mayor que él. No, la palabra que decía era suya; y si, a fin de cuentas, tenía este lenguaje de autoridad, es porque afirmaba como presente a Aquel del cual había hablado a través de los profetas: «¡Yo, el que os hablaba, aquí me tenéis!» (Is 52,6).
Sobre el evangelio de Lucas: Dios continúa su obra
«El sábado… enseñaba como un hombre que tiene autoridad» (cf. Mc 1, 21.27)n. 4, 57: SC 45, 174
SC
Es un día de sábado cuando el Señor Jesús comienza a realizar curaciones, para significar que la nueva creación comienza donde lo antiguo se había parado, y también para señalar desde el principio, que el Hijo de Dios no está sometido a la Ley sino que es superior a la Ley, que no destruye la Ley sino que le da plenitud (Mt 5,17). El mundo fue creado por el Verbo, no por la Ley, como lo leemos: «por la Palabra del Señor los cielos han sido hechos» (Sal 32,6). La Ley pues no es destruida sino llevada a la plenitud, con el fin de renovar al hombre caído. Por eso el apóstol Pablo dice: «Liberaos del hombre viejo; revestíos del hombre nuevo, que ha sido creado según Cristo» (Col 3, 9s).
Por eso, es justo que el Señor comience a realizar sus obras en sábado, para mostrar que es el Creador..., continuando la obra que Él mismo había comenzado antaño. Como el obrero que está a punto de reparar una casa, comienza, no por los cimientos sino por el tejado; comienza a demoler lo que está arruinado... Liberando al poseso, comienza por lo menor para llegar a lo más grande: hasta hombres pueden librar del demonio - por la palabra de Dios, es verdad – pero ordenar a los muertos que resuciten, pertenece sólo al poder de Dios.
Catecismo de la Iglesia Católica
Catecismo de la Iglesia Católica: La caída de los ángeles
«Había un hombre poseído por un espíritu inmundo» (Mc 1,23)nn. 391-395
Detrás de la elección desobediente de nuestros primeros padres se halla una voz seductora, opuesta a Dios (cf. Gn 3,1-5) que, por envidia, los hace caer en la muerte (cf. Sb 2,24). La Escritura y la Tradición de la Iglesia ven en este ser un ángel caído, llamado Satán o diablo (cf. Jn 8,44; Ap 12,9). La Iglesia enseña que primero fue un ángel bueno, creado por Dios. Diabolus enim et alii daemones a Deo quidem natura creati sunt boni, sed ipsi per se facti sunt mali ("El diablo y los otros demonios fueron creados por Dios con una naturaleza buena, pero ellos se hicieron a sí mismos malos") (Concilio de Letrán IV, año 1215: DS, 800).
La Escritura habla de un pecado de estos ángeles (2 P 2,4). Esta "caída" consiste en la elección libre de estos espíritus creados que rechazaron radical e irrevocablemente a Dios y su Reino. Encontramos un reflejo de esta rebelión en las palabras del tentador a nuestros primeros padres: "Seréis como dioses" (Gn 3,5). El diablo es "pecador desde el principio" (1 Jn 3,8), "padre de la mentira" (Jn 8,44).
Es el carácter irrevocable de su elección, y no un defecto de la infinita misericordia divina lo que hace que el pecado de los ángeles no pueda ser perdonado. "No hay arrepentimiento para ellos después de la caída, como no hay arrepentimiento para los hombres después de la muerte" (San Juan Damasceno, De fide orthodoxa, 2,4: PG 94, 877C).
La Escritura atestigua la influencia nefasta de aquel a quien Jesús llama "homicida desde el principio" (Jn 8,44) y que incluso intentó apartarlo de la misión recibida del Padre (cf. Mt 4,1-11). "El Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del diablo" (1 Jn 3,8). La más grave en consecuencias de estas obras ha sido la seducción mentirosa que ha inducido al hombre a desobedecer a Dios.
Sin embargo, el poder de Satán no es infinito. No es más que una criatura, poderosa por el hecho de ser espíritu puro, pero siempre criatura: no puede impedir la edificación del Reino de Dios. Aunque Satán actúe en el mundo por odio contra Dios y su Reino en Jesucristo, y aunque su acción cause graves daños —de naturaleza espiritual e indirectamente incluso de naturaleza física—en cada hombre y en la sociedad, esta acción es permitida por la divina providencia que con fuerza y dulzura dirige la historia del hombre y del mundo. El que Dios permita la actividad diabólica es un gran misterio, pero "nosotros sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman" (Rm 8,28).
Catecismo de la Iglesia Católica: Venciendo al mal
«¿Has venido a acabar con nosotros?» (Mc 1,24).nn. 2851. 2853-2854
«Y líbranos del mal»: En esta petición del Padrenuestro, el mal no es una abstracción, sino que designa una persona, Satanás, el Maligno, el ángel que se opone a Dios. El «diablo» [dia-bolos] es aquel que «se atraviesa» en el designio de Dios y su obra de salvación cumplida en Cristo. «Homicida desde el principio, mentiroso y padre de la mentira» (Jn 8,44), «Satanás, el seductor del mundo» (Ap 12,9), es aquél por medio del cual el pecado y la muerte entraron en el mundo y, por cuya definitiva derrota, toda la creación entera será «liberada del pecado y de la muerte» (Plegaria Eucarística IV). «Sabemos que todo el que ha nacido de Dios no peca, sino que el Engendrado de Dios le guarda y el Maligno no llega a tocarle. Sabemos que somos hijos de Dios y que el mundo entero yace en poder del Maligno» (1Jn 5,18-19)...
La victoria sobre el «príncipe de este mundo» (Jn 14,30) se adquirió de una vez por todas en la hora en que Jesús se entregó libremente a la muerte por darnos su Vida. Es el juicio de este mundo, y el príncipe de este mundo ha sido «echado abajo» (Jn 12,31). «El se lanza en persecución de la Mujer» pero no consigue alcanzarla: la nueva Eva, «llena de gracia» del Espíritu Santo es librada del pecado y de la corrupción de la muerte... «Entonces, despechado contra la Mujer, se fue a hacer la guerra al resto de sus hijos» (Ap 12, 13.17). Por eso el Espíritu y la Iglesia oran: «Ven, Señor Jesús» (Ap 22, 17.20), ya que su venida nos librará del Maligno.
Al pedir ser liberados del Maligno, oramos igualmente para ser liberados de todos los males, presentes, pasados y futuros de los que él es autor o instigador. En esta última petición, la Iglesia presenta al Padre todas las desdichas del mundo. Con la liberación de todos los males que abruman a la humanidad, implora el don precioso de la paz y la gracia de la espera perseverante en el retorno de Cristo. Orando así, anticipa en la humildad de la fe la recapitulación de todos y de todo en Aquel que «tiene las llaves de la Muerte y del Hades», «el Dueño de todo, Aquel que es, que era y que ha de venir» (Ap 1,18.8).
Uso Litúrgico de este texto (Homilías)
por hacerpor hacer
por hacer
Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
San Jerónimo
21. Al redactar San Marcos el texto de su Evangelio, no siguió el orden de la historia, pero guardó el de los misterios. De aquí que refiera como primero la santificación de los sábados diciendo: «Y entran en Cafarnaún y, al sábado siguiente, entra en la sinagoga a enseñar…»
Síntesis. Cafarnaúm en sentido místico significa granja de consuelo, y sábado descanso. Así, pues, el hombre con el espíritu inmundo queda sano con el descanso y el consuelo, de modo que el lugar y el tiempo convienen a la salvación. El hombre con el espíritu impuro es el género humano, en el cual reinó la impureza desde Adán hasta Moisés, porque sin ley pecaron, y sin ley perecieron (Rom 2). Se manda callar al que conoce al Santo de Dios, porque los que conocieron verdaderamente a Dios no lo glorificaron como a Dios, sino que sirvieron más bien a la creatura que al Creador (Rom 1). El espíritu que atormentaba al hombre salió de él. Acercándose la salvación, se acercó también la tentación. El faraón, que habría de dejar ir a Israel, persigue a Israel (Ex 14). El diablo menospreciado se alza para hacer caer.
Teofilacto
21-22. Cuando se reunían el sábado los escribas, entró a enseñar en la sinagoga. Por lo cual sigue: «Al sábado siguiente, entra en la sinagoga a enseñar…». La ley mandaba celebrar el sábado reuniéndose todos para consagrarse a la lectura. Cristo enseñaba argumentando, no adulando como los fariseos. Y continúa: «Estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad y no como los escribas.». Enseñaba con potestad, convirtiendo a los hombres al bien y advirtiendo con penas a los que no creían.
24. «¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros?…» El demonio decía que era su perdición salir del hombre, porque los demonios carecen de caridad y juzgan que sufren algún mal cuando no dañan a los hombres.
26. «El espíritu inmundo lo retorció violentamente y, dando un grito muy fuerte, salió de él. » Para que los que lo presenciaban considerasen el mal de que se libraba el hombre, y creyesen a causa del milagro.
Beda
22. «Estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad y no como los escribas.»Los escribas enseñaban también a los pueblos lo que está escrito en Moisés y los Profetas. Pero Jesús, como Dios y Señor del mismo Moisés, con la libertad de su voluntad añadía a la ley lo que le parecía que le faltaba, o variándola predicaba al pueblo, según leemos en San Mateo (Mt 5,21-44): «Se dijo a los antiguos; pero yo os digo».
23. Puesto que por envidia del diablo entró la muerte en el mundo (cap. 2), debió obrar la medicina de salvación contra el mismo autor de la muerte. Por eso dice: «Había precisamente en su sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo y se puso a gritar…»
24. «¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros?…» Viendo al Señor en la tierra, creían los demonios que habían de ser juzgados al momento.
26-27. «El espíritu inmundo lo retorció violentamente y, dando un grito muy fuerte, salió de él. » Puede parecer que las palabras de San Marcos, agitándole extraordinariamente, o, como dicen algunos códices, atormentándole, se oponen a las de San Lucas, aunque no le hizo daño. Pero el mismo San Lucas dice (Lc 4,25): «Habiéndole arrojado al suelo en medio de todos, salió de él, sin hacerle daño alguno». De donde se deduce que dijo lo mismo San Marcos con la frase: «Agitándole extraordinariamente o atormentándole», que San Lucas con esta otra: «Habiéndole arrojado al suelo en medio de todos». En cuanto a las palabras que siguen: «Sin hacerle daño alguno», dan a entender que aquel fuerte estremecimiento y maltrato corporal no lo debilitó ni le hizo perder ningún miembro, como suele suceder a aquéllos de quienes sale el demonio. Vista, pues, la fuerza del milagro, y admirando la novedad de la doctrina del Señor, se apresuran a indagar las cosas que oían por las que veían. Y continúa: «Todos se preguntaron estupefactos: «¿Qué es esto? Una enseñanza nueva expuesta con autoridad. Incluso manda a los espíritus inmundos y lo obedecen»». Este era el objeto de los milagros: que se creyese con más certidumbre lo que se anunciaba en el Evangelio del reino de Dios, viendo que los que prometían goces celestiales a los hijos de la tierra, hacían ver en ella obras celestiales y divinas. Antes, según el evangelista, estaba enseñando a éstos como quien tiene potestad. Ahora, según el testimonio de la gente, manda con poder sobre los espíritus inmundos, quienes lo obedecen.
San Juan Crisóstomo
23. «Había precisamente en su sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo y se puso a gritar…» Se llama espíritu al ángel, al aire y al alma, y también al Espíritu Santo. Así, para que no caigamos en error por ser uno mismo el nombre, añade impuro [inmundo], porque es impuro a causa de la impiedad y de su alejamiento de Dios, y porque se mezcla en todas las obras impuras y malas.
24. «¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros?…» Habló así como si dijera (el espíritu inmundo): Arrojando la impureza de los corazones de los hombres y depositando en ellos tu pensamiento divino, no nos das lugar en ellos.
24. «… Sé quién eres: el Santo de Dios». Es como si dijese: Tengo puesta la atención en tu venida, pues no tenía noticia segura y cierta de la venida de Dios. Le dice Santo, no como a uno de tantos, porque santo era también cada uno de los profetas. Le dice que es el único Santo (así lo expresa el artículo que se pone en griego), y verdaderamente por temor lo reconoce Señor de todo.
25-26. La Verdad no quería el testimonio de los espíritus impuros, y por esto dice: «Jesús lo increpó: «¡Cállate y sal de él!». Con esto se nos da la saludable enseñanza de que no creamos a los demonios aunque anuncien la verdad. Y sigue: «El espíritu inmundo lo retorció violentamente y, dando un grito muy fuerte, salió de él. » Y para que no se juzgase que las palabras de aquel hombre que hablaba discreta y sabiamente nacían de su corazón sino del demonio, permitió a éste que agitase extraordinariamente al hombre. De este modo se demostraba que era el demonio quien hablaba.
San Agustín, De la ciudad de Dios, lib. 9, cap. 20-21
24. Cuánta fuerza tiene verdaderamente contra la soberbia de los demonios la humildad de Dios, quien ha venido entre nosotros como siervo. Esto lo saben también los demonios, quienes se lo han expresado al mismo Señor revestido de la debilidad de la carne: «¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios». En estas palabras se ve claramente que había en ellos ciencia, más no caridad.
24. «… Sé quién eres: el Santo de Dios». Se dio a conocer a ellos según quiso, y quiso cuanto convino. No se dio a conocer como a los santos ángeles que, participando de su eternidad, gozan de El como Verbo que es. Se dio a conocer como debía para aterrarlos y librar de su tiránico poder a los predestinados. No se dio a conocer a los demonios como Vida eterna, sino por ciertos efectos temporales de su poder que, más que a la debilidad de los hombres, eran sensibles a los ángeles y aún a los espíritus malignos.