Santo del día
31 de MarzoBeata Natalia Tulasiewicz
En la aldea de Ravensbrück, en Alemania, beata Natalia Tulasiewicz, mártir, que al ser ocupada Polonia militarmente fue recluida en un campo de concentración por los nazis y, a causa de la inhalación de gases, entregó su alma al Señor (año 1945).
(Elogio del Martirologio Romano)
Vida
Natalia pertenece al número de los 108 mártires beatificados por Juan Pablo II el 13 de junio de 1999.
Nació el 9 de abril de 1906 en Rzeszów, Polonia. Fue la segunda de seis hijos. Su familia sembró en su corazón la semilla de la fe, y la defensa de este sagrado depósito se convirtió en lo más importante de su vida. Debido a la profesión de su padre, inspector fiscal, vivieron en distintos lugares. En Cracovia estudió en el colegio regido por las clarisas. Y en 1921, al establecerse en Poznan, siguió su formación con las ursulinas. Entre 1931 y 1932 se licenció en filología polaca. A lo largo de los años afianzó sus principios evangélicos que le ayudarían a afrontar la pérdida de su hermana mayor por causa de la tuberculosis, lesión que ella misma contrajo. Fue a Rabki para recibir tratamiento, y allí impartió clases en el colegio de la Sagrada Familia de Nazaret. Todo ello acontecía en los preámbulos de un momento histórico-político álgido que cambiaría la faz de su país.
Dándole la espalda a un amor que se resistía a compartir con ella la fe, entendió, pese a todo, que su lugar estaba en el mundo, no en el convento. Fue honesta, coherente, generosísima. No entraba en sus planes de futuro forjar un hogar junto a un hombre que abiertamente profesaba el ideal comunista. Ocho años intentando que Jack se convirtiera sin conseguirlo le bastaron para dejar cerrado este capítulo de su vida, no sin dolor, no sin sacrificio. En 1934 canceló su compromiso y abrió sus brazos a un nuevo horizonte. Inteligente, vital e inquieta, solía rodearse de personas que no cediesen a lo banal. Amaba la música - en 1931 había defendido la tesis «Mickiewicz y la música» - y le fascinaba la literatura. Además, se deleitaba con la naturaleza, con el teatro... Era políglota, investigadora, narradora de cuentos, relatos, y estaba inclinada también a la labor periodística que tuvo su manifestación en elaborados reportajes publicados en la prensa de su país. Viajó por Italia y al pasar por Asís debió experimentar gran emoción al encontrarse en la patria del «Poverello» que era uno de los santos que admiraba. Entre sus lecturas se hallaba su vida, junto a la de Teresa de Avila, Juan de la Cruz y Alberto Chmielowski.
Desde 1933 a 1937 en su quehacer docente fue sembrando de esperanza el futuro de sus alumnos que acudían a las aulas de la escuela de San Casimiro de Poznan, y en el liceo regido por las madres ursulinas. Era una líder apostólica nata. Por influjo de la excepcional formación que había recibido en su hogar, desde niña se había ido abriendo paso en su interior un poderoso sentimiento impregnado de la bienaventuranza «los que tienen hambre y sed de justicia», como ella misma expresaba: «El hambre es doble dentro de mí. El hambre de santidad y el hambre de belleza. En realidad, son los mismos». Formaba parte de la Sociedad de María.
Nada más producirse la invasión de Hitler y Stalin sobre Polonia en 1939, responsables de regímenes opuestos a todo fenómeno religioso dictaron contra ella una orden de extrañamiento. Y de la noche a la mañana se encontró desprovista de hogar y de la elemental seguridad y libertad a la que todo ciudadano tiene derecho. Profesionalmente pasó a ser una docente obligada a impartir enseñanza de forma clandestina.
Vivió en Ostrowiec Kielecki y finalmente se trasladó a Cracovia, lugar al que también se desplazó su familia. En ese momento vio con consternación cómo el ejercicio de las clases quedaba completamente vedado para ella. Infinitamente más doloroso fue ver que las circunstancias dramáticas le impedían ejercitar su apostolado. Y sumamente preocupada por la repercusión que los hechos que acontecían podían tener en la vida espiritual de tantas jóvenes como ella, especialmente de las que habían sido enviadas a Alemania para realizar trabajos forzados, en 1943 se ofreció voluntariamente para partir allí, y se convirtió en obrera de una de las fábricas alemanas. De ese modo podía alentar a sus compañeras a que conservaran intacta la fe. La decisión surgió después de visitar a uno de sus hermanos en el ghetto y ver las condiciones infrahumanas que rodeaban a todos.
Ella formaba parte de la resistencia polaca. No es difícil imaginar el desaliento y la angustia de estas jornaleras, y el bálsamo que supuso la ofrenda de Natalia que les transmitía su plena confianza en Dios omnipotente. Junto al trabajo que desempeñaba en la fábrica Günther-Wagner de Hannover, de forma valerosa infundía esperanza en el Creador y animaba a confiarse a Él a más de trescientas obreras polacas. Este intenso apostolado laical que llevaba a cabo llamó la atención. Y fue arrestada por la Gestapo en 1944. La reclusión les parecía poco y la torturaron de forma atroz, ultrajándola en la cárcel de Colonia para internarla después en el campo de exterminio de Ravensbrúck, Alemania. Ese Dios al que imploraba la había asistido con su fuerza.
El Viernes Santo de 1945, a pesar de las vejaciones sufridas que la habían dejado extremadamente debilitada, dio una lección en el barracón sobre la Pasión y Resurrección de Cristo que infundió gran ánimo en los creyentes. Una de sus heroicas lecciones fue el perdón: «No se puede vivir con el odio, el odio lleva siempre a la muerte. No se puede odiar ni siquiera a aquellos que nos han hecho mal». El 31 de marzo, Domingo de Pascua, la condujeron a la cámara de gas, donde entregó su vida al Padre. Dos días más tarde los aliados liberaron a todos los prisioneros.
Natalia pudo caminar con Cristo por encima de la muerte porque creyó en la verdad suprema: Dios es amor, lo es en el bien y en el mal, como afirmaba el papa Juan Pablo II el día de su beatificación:
«Hoy estamos celebrando la victoria de los que, en nuestros tiempos, dieron la vida por Cristo; dieron la vida temporal, para poseerla por los siglos en su gloria. Es una victoria particular, porque la han conseguido representantes del clero y laicos, jóvenes y ancianos, personas de todas las clases y estados... Entre estos beatos mártires había también laicos... Estos beatos mártires son inscritos hoy en la historia de la santidad del pueblo de Dios que peregrina desde hace mil años en Polonia.
Si hoy nos alegramos por la beatificación de 108 mártires, clérigos y laicos, lo hacemos ante todo porque son un testimonio de la victoria de Cristo, el don que devuelve la esperanza. En cierto sentido, mientras realizamos este acto solemne se reaviva en nosotros la certeza de que, independientemente de las circunstancias, podemos obtener una plena victoria en todo, gracias a aquel que nos ha amado (cf. Rm 8, 37). Los beatos mártires nos dicen en nuestro corazón: Creed que Dios es amor. Creedlo en el bien y en el mal. Tened esperanza. Que la esperanza produzca como fruto en vosotros la fidelidad a Dios en cualquier prueba».
San Juan Pablo II, papa, Homilía, en la Beatificación de 108 mártires de la última Guerra Mundial, Varsovia, 13 de junio de 1999, n. 4.