Lc 21, 25-28.34-36: Venida del Hijo del hombre – Señales precursoras
/ 15 noviembre, 2015 / San LucasHomilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
San Agustín, obispo y doctor de la Iglesia
Cartas: La venida que el Señor realiza cada día en su Iglesia.
Carta 199, XI, 41-45.
Y entonces verán al Hijo del hombre que viene sobre una nube en gran poder y majestad (Lc 21,27). Veo que eso puede entenderse en dos sentidos. Puede venir en la Iglesia cual sobre una nube, como no cesa de venir ahora, según lo dicho: ahora veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha del Poder viniendo sobre las nubes del cielo (Mt 26,64). Pero entonces vendrá con gran poder y majestad, porque aparecerá más en los santos su poder y majestad divina, porque les aumentó la fortaleza para que no sucumbieran en la persecución. Puede entenderse también que viene en su cuerpo, el que está sentado a la derecha del Padre, en el que murió, resucitó y ascendió al cielo, según está escrito en los Hechos de los Apóstoles: Dicho esto, una nube lo recibió y lo ocultó de sus ojos. Y allí mismo los ángeles dijeron: Así volverá, como le habéis visto ir al cielo (Hch 1,9.11). Por eso tenemos motivos para creer que vendrá no sólo en su cuerpo, sino también sobre una nube; vendrá como fue, y al irse una nube lo recibió.
Es difícil juzgar cuál de los dos sentidos es el mejor. El sentido obvio indica que al decir: Y entonces verán al Hijo del hombre venir sobre una nube con gran poder y majestad, se entiende que viene por sí mismo y no por su Iglesia, cuando venga a juzgar a los vivos y a los muertos. Pero debemos escrutar las Escrituras y no contentarnos con ojear la superficie. Para nuestro ejercicio están adaptadas de tal modo, que a fin de penetrarlas mejor, hemos de examinar lo que sigue. Primero dice: Yentonces verán al Hijo del hombre venir sobre una nube con gran poder y majestad. Luego continúa: Cuando eso comience a acaecer, mirad y levantad la cabeza, porque se acerca vuestra redención. Y les dijo esta semejanza: Mirad la higuera y los otros árboles; cuando producen fruto sabéis que está cerca el verano. Pues del mismo modo, cuando viereis que esto se realiza, sabed que está cerca el reino de Dios (Le 21,28-31). Al decir: Cuando viereis, ¿a qué puede referirse, sino a lo que hemos citado? Y una de las cosas citadas es: Yentonces verán al Hijo del hombre venir sobre una nube con gran poder y majestad.
Vemos que los dos evangelistas mantienen el mismo orden. Marcos dice: Y las virtudes que están en los cielos se estremecerán. Y entonces verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes con gran poder y gloria. Y lo que Lucas refería a la higuera y a todos los árboles, Marcos lo refiere a sólo la higuera: Aprended de la higuera esta parábola: Cuando sus ramas están tiernas y nacen las hojas, conocéis que se acerca el verano. Pues del mismo modo, cuando viereis que se realiza todo esto, sabed que está cerca, a las puertas. ¿A qué se refiere Cuando viereis que se realizan estas cosas, sino a lo que citó antes? Y una de esas cosas es: Y entonces verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes con gran poder y gloria; y entonces enviará a sus ángeles y reunirá a sus elegidos. Luego no será entonces el fin, sino la cercanía del fin.
Quizá se diga que las palabras Cuando veáis que se realizan estas cosas, no se refieren a todas ellas, sino a algunas, y que se exceptúa esa parte: Y entonces verán venir al Hijo del hombre, etc. Porque esta parte será ya el fin, no su proximidad. Pero Mateo declara que no se ha de exceptuar nada al decir: Cuando viereis que se realizan estas cosas, las virtudes de los cielos se estremecerán y entonces aparecerá el signo del Hijo del hombre en el cielo, y entonces llorarán todas las tribus de la tierra. Y verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con gran poder y majestad. Y enviará a sus ángeles con una trompeta y grande voz, y congregarán de los cuatro vientos a sus elegidos, de lo más alto de los cielos a su ínfimo extremo. Del árbol de la higuera, aprended la parábola: cuando ya echa ramas tiernas y nacen las hojas, sabéis que se acerca el verano. Pues así, cuando viereis estas cosas, sabed que está cerca, a las puertas (Mt 24,2933).
Luego sabremos que está cerca cuando viéremos todas estas cosas y no sólo algunas; y entre ellas está esa de ver al Hijo del hombre venir, y enviar a sus ángeles y reunir a sus elegidos de las cuatro partes del mundo, es decir, de todo el mundo. Todo esto constituye la hora novísima, cuando el Señor venga, o bien en sus propios miembros, o bien en toda la Iglesia, que es su Cuerpo, como una nube grande y fértil que se viene extendiendo por todo el mundo desde que él comenzó a predicar y decir: Haced penitencia, porque se acerca el reino de los cielos (Mt 4,17). Luego quizá todas esas señales que los evangelistas dan de su venida, si se comparan y analizan con mayor esmero, puedan referirse a la venida que el Señor realiza cada día en su Iglesia, en su Cuerpo, de cuya venida dijo: Ahora veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha del Poder venir sobre las nubes del cielo. Exceptúo aquellos pasajes en que promete y afirma que se acerca su venida última en sí mismo, cuando juzgará a los vivos y a los muertos, y la parte final de las palabras de Mateo, en que se refiere evidentemente a esa venida, de cuya inminencia daba antes ciertas señales.
San Bernardo de Claraval
Sermón: Aguardamos al Salvador.
Sermón 4 en el Adviento del Señor, 1, 3-4: Opera omnia, edit. cister. 4, 1966, 182-185.
Justo es, hermanos, que celebréis con toda devoción el Adviento del Señor, deleitados por tanta consolación, asombrados por tanta dignación, inflamados con tanta dilección. Pero no penséis únicamente en la primera venida, cuando el Señor viene a buscar y a salvar lo que estaba perdido, sino también en la segunda, cuando volverá y nos llevará consigo. ¡Ojalá hagáis objeto de vuestras continuas meditaciones estas dos venidas, rumiando en vuestros corazones cuánto nos dio en la primera y cuánto nos ha prometido en la segunda!
Ha llegado el momento, hermanos, de que el juicio empiece por la casa de Dios. ¿Cuál será el final de los que no han obedecido al evangelio de Dios? ¿Cuál será el juicio a que serán sometidos los que en este juicio no resucitan? Porque quienes se muestran reacios a dejarse juzgar por el juicio presente, en el que el jefe del mundo este es echado fuera, que esperen o, mejor, que teman al Juez quien, juntamente con su jefe, los arrojará también a ellos fuera. En cambio nosotros, si nos sometemos ya ahora a un justo juicio, aguardemos seguros un Salvador: el Señor Jesucristo. Él transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa. Entonces los justos brillarán, de modo que puedan ver tanto los doctos como los indoctos: brillarán como el sol en el Reino de su Padre.
Cuando venga el Salvador transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa, a condición sin embargo de que nuestro corazón esté previamente transformado y configurado a la humildad de su corazón. Por eso decía también: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón. Considera atentamente en estas palabras que existen dos tipos de humildad: la del conocimiento y la de la voluntad, llamada aquí humildad del corazón. Mediante la primera conocemos lo poco que somos, y la aprendemos por nosotros mismos y a través de nuestra propia debilidad; mediante la segunda pisoteamos la gloria del mundo, y la aprendemos de aquel que se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo; que buscado para proclamarlo rey, huye; buscado para ser cubierto de ultrajes y condenado al ignominioso suplicio de la cruz, voluntariamente se ofreció a sí mismo.
San Gregorio Magno, papa.
Homilía
Sobre los Evangelios, Libro I, Homilía I, Ed. BAC, Madrid, 1968, pp. 537-541.
Nuestro Señor anuncia de antemano los males que han de sobrevenir al mundo.
1. En aquel tiempo: Veránse fenómenos prodigiosos en el sol, la luna y las estrellas; y en la tierra estarán consternadas y atónitas las gentes por el estruendo del mar y de las olas; secándose los hombres de temor y de sobresalto por las cosas que han de sobrevenir a todo el universo; porque las virtudes de los cielos estarán bamboleando. Y entonces será cuando verán al Hijo del hombre venir sobre una nube con grande poder y majestad. Como quiera, vosotros, al ver que comienzan a suceder estas cosas, abrid los ojos y alzad la cabeza, porque vuestra redención se acerca. Y propúsoles esta comparación: Reparad en la higuera y en los demás árboles: cuando ya empiezan a brotar de sí el fruto, conocéis que está cerca el verano. Así también vosotros, en viendo la ejecución de estas cosas, entended que el reino de Dios está cerca. Os empeño mi palabra que no se acabará esta generación hasta que todo lo dicho se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no faltarán.
Hermanos carísimos: Nuestro Señor y Redentor, deseando encontrarnos bien dispuestos, anuncia de antemano los males que han de sobrevenir al mundo, cuyo fin se avecina, con el propósito de apagar en nosotros el amor del mundo.
Pone de manifiesto cuántas calamidades han de preceder a su término, que se acerca, para que, sino queremos temer a Dios cuando la vida se desliza tranquila, temamos al menos, su cercano juicio, amedrentados por las calamidades. En efecto, a esta lección del Santo Evangelio que vosotros, hermanos, acabáis de oír adelantó el Señor lo que poco más arriba dice ( Lc 21-10-12): Se levantará un pueblo contra otro pueblo y un reino contra otro reino, y habrá terremotos en varias partes y pestilencias y hambres; y poco después de algunas cosas más agregó, esto que acabáis de oír ( Lc 21,25); Veránse fenómenos prodigiosos en el sol, la luna y las estrellas; y en la tierra estarán consternadas y atónitas las gentes por el estruendo del mar y de las olas.
Estamos viendo que, de todos estos acontecimientos, unos han sucedido ya en efecto, y tememos que otros han de suceder pronto; pues levantarse un pueblo contra otro pueblo y hallarse las gentes consternadas, vemos que ocurre en nuestro tiempo más de lo que leemos en los libros; que el terremoto sepulta innumerables ciudades, sabéis con cuánta frecuencia lo oímos referir de otras partes del mundo; pestilencias las padecemos sin cesar; ahora, fenómenos prodigiosos en el sol, en la luna y en las estrellas todavía no los hemos visto claramente; pero que también éstos no distan mucho, lo colegimos de la mudanza de la atmósfera; por más que, antes de que Italia cayera bajo el dominio de los gentiles, vimos ráfagas de fuego, cual si relampagueara la misma sangre humana que ha sido derramada más tarde; no ha aparecido aún el extraño alboroto del mar y de las olas, pero, como muchas de las cosas anunciadas se han cumplido ya, no hay duda de que también sucederán las pocas que restan, porque el cumplimiento de las que pasaron da la seguridad de que se cumplirán las que están por venir.
2. Hermanos míos, estas cosas os las decimos con el fin de que vuestras almas estén vigilantes por vuestra salvación, no sea que, por contarse seguros, se adormezcan, o por la ignorancia languidezcan; antes bien, el temor las tenga siempre solícitas y la solicitud las confirme en el bien obrar, considerando esto que añade la palabra de nuestro Redentor (v.z6);
Secándose los hombres de temor y de sobresalto por las cosas que han de sobrevenir a todo el universo, porque las virtudes de los cielos estarán bamboleando. Ahora bien, ¿a qué llama el Señor virtudes de los cielos sino a los ángeles, arcángeles, tronos, dominaciones, principados y potestades, que aparecerán visibles a nuestros ojos a la venida del justo Juez, para entonces exigirnos rigurosa cuenta de lo que ahora el Creador invisible tolera paciente?
También allí se añade (v.27): Y entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con grande poder y majestad. Como si claramente dijera: Al que no quisieron escuchar cuando se mostró humilde, le verán venir en grande poder y majestad, para que entonces experimenten su poder, tanto más riguroso cuanto menos doblegan ahora la cerviz del corazón ante la paciencia de Él.
3. Mas, porque todo esto se ha dicho contra los réprobos, en seguida se dicen palabras para consuelo de los elegidos; pues también se agrega (v.28): Vosotros, al ver que comienzan a suceder estas cosas, abrid los ojos y alzad la cabeza, porque se avecina vuestra redención. Como si la Verdad aconsejara claramente a sus elegidos, diciendo: Cuando vayan en aumento las calamidades del mundo, cuando en la conmoción de las virtudes del cielo se manifieste el terror del juicio, alzad la cabeza, esto es, estad de buen ánimo; porque al acabarse el mundo, del cual no sois amigos, se avecina la redención que esperáis; que frecuentemente en la Sagrada Escritura se dice la cabeza por significar el alma, porque, así como los miembros son regidos por la cabeza, así el alma dispone los pensamientos; de suerte que levantar la cabeza es levantar nuestra almas a los gozos de la patria celestial.
Por tanto, a los que aman a Dios se les manda gozarse y alegrarse del fin del mundo, porque cierto es que en seguida hallarán al que aman, mientras que fenece el que no amaron.
Lejos, pues, del fiel que desea ver a Dios el contristarse por las sacudidas del mundo, puesto que sabe que con sus mismas percusiones perece; porque escrito está (Iac. 4,4): Quien quisiere ser amigo de este mundo, se constituye enemigo de Dios. Por consiguiente, quien, al acercarse el fin del mundo, no se alegra, atestigua ser amigo de él y, por lo mismo, queda convicto de ser enemigo de Dios. Pero no suceda esto a los corazones de los fieles; no ocurra esto a los que por la fe creen que hay otra vida y la procuran con sus obras; pues llorar por la destrucción del mundo es propio de los que han fijado las raíces de su corazón en el amor de él, de los que no buscan la vida venidera, de los que ni siquiera sospechan que la hay. Pero nosotros, los que conocemos los gozos eternos de la patria celestial, debemos darnos prisa a poseerlos cuanto antes; debemos desear caminar más apresurados y llegar a ella por el camino más breve; porque ¿de qué males no se ve acosado el mundo? ¿Hay tristeza o adversidad alguna que no nos oprima? ¿Qué s la vida mortal sino un camino? Pues considerad, hermanos míos, qué tal cosa sea sentirse desfallecer de la fatiga del camino y no querer que ese camino tenga fin.
Ahora bien, que se deba no hacer caso del mundo y aun despreciarle, nuestro Redentor lo declara con una aguda comparación, cuando añadió en seguida (v.29-31): Reparad en la higuera y en los demás árboles: cuando ya empiezan a brotar de sí el fruto, conocéis que está cerca el verano. Así también vosotros, en viendo la ejecución de estas cosas, entended que el reino de Dios está cerca. Como si claramente dijera: Como la proximidad del verano se conoce por el fruto de los árboles, así por la destrucción del mundo se conoce estar cerca el reino de Dios. Palabras con las que acertadamente se pone de manifiesto que el fruto del mundo es su ruina, pues para esto crece, para caer; para esto cae, para germinar; y para esto germina, para consumir a fuerza de calamidades todo lo que germina.
Y está bien comparado el reino de Dios con el verano, porque, cuando los días de la vida resplandecen con la claridad del Sol eterno, se acabaron ya entonces los nubarrones de nuestra tristeza.
4. Cosas todas éstas que se confirman plenamente con añadir sentencia que dice (v.32-33): Os empeño mi palabra que no, se acabará esta generación hasta que todo lo dicho se cumpla. El cielo la tierra se mudarán, pero mis palabras no faltarán.
Nada hay en el mundo más durable que el cielo y la tierra, y nada en él pasa más rápidamente que la palabra, pues las palabras, nuestras no están completas, no son palabras, y cuando se han completado ya no son, porque no pueden completarse sino pasando: ora bien, dice: El cielo y la tierra se mudarán, pero mis palabras no faltarán, que es como si claramente dijera: Todo lo que entre otros es durable hasta que venga la eternidad, no dura sino dándose; y todo lo que en mí se ve pasar se mantiene fijo y que perduran sin cambio, porque la palabra mía, que pasa, expresa sentencias que perduran sin cambiar.
5. He aquí, hermanos míos que ya estamos viendo lo que oíamos; el mundo se ve acosado cada día de nuevos y redoblados males. Ya veis cuántos habéis quedado de aquella multitud innumerable, y, con todo, aun insisten a diario los flagelos; nos vemos envueltos en desgracias repentinas; nuevas e imprevistas calamidades nos afligen; pues así como en la juventud está el cuerpo vigoroso, el pecho se mantiene fuerte y sano y robustos los brazos, mas en la senectud se abate la estatura, la cerviz flácida se doblega, el pecho siéntese oprimido con frecuentes anhelos, decaen las fuerzas y la respiración fatigosa entrecorta las palabras al hablar, porque, aunque no haya enfermedad; por lo regular para los viejos la misma salud es una enfermedad, así el mundo, en sus primeros años tuvo como el vigor de la juventud, fue robusto para propagar la prole del género humano, recio en la salud del cuerpo y pingüe en abundancia de cosas; mas ahora se ve oprimido por su misma senectud y con mayor frecuencia se ve como empujado a una muerte próxima por las crecientes molestias.
No queráis, hermanos míos, amar al que viendo no puede durar mucho tiempo. Fijad en vuestra alma los preceptos apostólicos, por los que se nos amonesta, diciendo (I Jn 2,15): No queráis amar al mundo ni las cosas mundanas, porque, si alguno ama al mundo, no habita en él la caridad del Padre.
Hace tres días habéis visto, hermanos, cómo, por una repentina tempestad, añosas alamedas han sido arrancadas de cuajo y destruidas casas e iglesias demolidas hasta sus cimientos. ¡Cuántos sanos e incólumes por la tarde pensaban que a la mañana podrían hacer algo! Y, sin embargo, en esa misma noche fenecieron de muerte repentina, sorprendidos en el lazo de la destrucción.
6. Pero debemos considerar, carísimos, que, para realizar todo esto, el Juez invisible no hizo más que mover la fuerza de un viento tenuísimo, agitó una sola nube y socavó la tierra y sacudió la tierra violentamente los cimientos de tantos edificios que están para desplomarse. Pues ¿qué ha de hacer ese mismo Juez cuando venga El mismo y se enardezca su ira para tomar venganza de los pecadores, si cuando nos hiere por medio de una tenuísima nube, no le podemos soportar? ¿Qué hombre podrá subsistir en presencia de su ira, si con sólo mover el viento socavó la tierra, concitó las nubes y echó por los suelos tantos edificios?
San Pablo, considerando el rigor del Juez venidero, dice ( Hebr. 10, 31) Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo. El salmista expresa esta severidad, diciendo ( Sal. 49,3): Vendrá Dios manifiestamente, vendrá nuestro Dios y no callará, llevará delante de sí un fuego devorador, alrededor de El una tempestad horrorosa. Al rigor, pues, de tan severo Juez acompañarán la tempestad y el fuego, porque la tempestad descubre a los que el fuego abraza.
Por tanto, hermanos carísimos, poned ante vuestros ojos aquel día, y todo lo que ahora se os hace pesado, en su comparación, se os hará muy llevadero; pues de aquel día se dice por el profeta ( Sof. 1, 14-16) Cerca está el día grande del Señor, está cerca y va llegando con suma velocidad. Margas voces serán las que se oigan en el día del Señor, los poderosos se verán entonces en apreturas. Día de ira aquél, día de tribulación y de congoja, día de calamidad y de miseria, día de tinieblas y de oscuridad, día nublados y de tempestades, día del sonido terrible de la trompeta.
De este día dice el Señor de nuevo por el profeta (Ag 2,7): Aún falta un poco, y yo pondré en movimiento el cielo y la tierra. He aquí que, como antes hemos dicho, pone en movimiento el aire, y la tierra no subsiste. ¿Quién, pues, podrá soportarle cuando ponga en movimiento el cielo? ¿Y qué diríamos que son estos horrores que presenciamos sino unos pregoneros de la ira que sobrevendrá? Pues por eso también es necesario tener presente que estas tribulaciones son tan distintas de aquella última tribulación cuanto dista del poder del Juez la persona del pregonero.
Tened, por tanto, puesta vuestra atención, hermanos carísimos, en aquel día; enmendad la vida, cambiad las costumbres, venced las malas tentaciones resistiéndolas, y castigad con lágrimas los pecados cometidos, porque algún día veréis el advenimiento el eterno Juez tanto más seguros cuanto más prevenís con el temor su severidad.
Hágalo así el Señor.
San Juan Crisóstomo, obispo y doctor de la Iglesia
Homilía
Hom. 76 sobre Mateo, Obras de San Juan Crisóstomo, tomo II, B.A.C., Madrid, 1956, 512-528.
Entonces los que estén en Judea, huyan a los montes, y el que esté sobre la terraza, no baje a tomar nada de su casa, y el que esté en el campo no vuelva a tomar sus vestidos… (Mt 24,16 ss).
La Gran Tribulación.
1. Ya había hablado el Señor de los males que habrían de sobrevenir a la ciudad y de las pruebas que tendrían que sufrir sus apóstoles y cómo éstos serían invencibles y recorrerían toda la tierra. Ahora nuevamente trata de la catástrofe de los judíos, haciendo ver que mientras los suyos brillarían enseñando a toda la tierra, aquéllos sufrirían las más terribles calamidades. Y advertid cómo, por medio de cosas aparentemente menudas, da a entender lo insoportable de la guerra. Porque: Entonces —dice—— los que estén en Judea huyan a los montes. Entonces: ¿Cuándo? Cuando esto suceda, cuando la abominación de la desolación se levante en el lugar santo. De donde a mí me parece que habla aquí de los ejércitos romanos. Huid, pues, entonces, dice, porque ya no queda esperanza alguna de salvación. Muchas veces habían logrado los judíos sobrevivir a las guerras, por ejemplo, en la invasión de Senaquerib y luego en la de Antioco, porque también en tiempo de éste invadieron su tierra los ejércitos y fue ocupado el templo. Y, sin embargo, contraatacando los Macabeos, la situación cambió completamente. A fin, pues, de que no sospechen ahora que vaya a darse cambio semejante, les hace esa serie de prohibiciones. Por contentos os podéis dar—parece decirles—si lográis salvaros desnudos. De ahí que a quienes estén sobre la terraza, no les permite entrar en casa a coger sus vestidos; modo de darles a entender lo ineludible de los males y lo inmenso de la calamidad. Quien en ella se hallare, por fuerza y absoluta necesidad perecerá. De ahí que añada que tampoco el que esté en el campo se vuelva a casa a tomar sus vestidos. Porque si los que están dentro han de huir, mal pueden buscar refugio allí los que se hallan fuera. Mas ¡ay de las preñadas y de las lactantes! Las unas por su lentitud, pues, agravadas por el peso de la preñez, no pueden huir fácilmente; las otras porque están, por una parte, atadas por la compasión de sus hijos y, por otra, no pueden salvarse juntamente con ellos. Porque dinero y vestidos fácilmente se desprecian y fácil es también procurárselos; pero ¿cómo escapar a lo que viene de la naturaleza? ¿Cómo hacer que una preñada corra ligera? ¿Cómo desatender una madre a su niño de pecho? Luego, para dar a entender la grandeza de la calamidad: Rogad —dice— para que vuestra huída no tenga lugar en invierno ni en sábado. Porque habrá entonces tribulación grande. Cual no fue desde el principio del mundo hasta ahora y cual no será en adelante. Por aquí se ve que habla a los judíos y de los males que a ellos habían de sobrevenir, pues no habían los apóstoles de guardar el sábado ni hallarse en Jerusalén cuando Vespasiano había de llevar todo aquello a cabo. La verdad es entonces habían ya muerto todos, y, si alguno sobrevivía, se hallaba en otras partes de la tierra. ¿Porqué no e invierno ni en sábado? En invierno, por la dificultad de la estación; y en sábado por la autoridad de la ley. Porque como se trataba de huida, y de huida lo más rápida posible, y ni en sábado, por escrúpulo de la ley se atrevían los judíos, ni en invierno era fácil hacerlo, de ahí que diga el Señor: Rogad porque vuestra huída no tenga lugar ni en sábado ni en invierno. Porque habrá tribulación cual no la hubo en lo pasado ni habrá en lo venidero. Y nadie piense que esto está dicho hiperbólicamente. Léase a Josefo y se verá la exactitud de las palabras del señor. Porque no puede nadie objetar que se trate de un escritor cristiano que, para confirmar la profecía, exageró la tragedia. No. Josefo fue judío, y muy judío, un zelotes de los que vivieron después del advenimiento de Cristo. ¿Qué cuenta, pues, Josefo? Que aquellas calamidades superaron a toda tragedia y que jamás hubo guerra como la que entonces tuvo que sufrir su nación. Así fue, tan espantoso el hambre, que las madres mismas luchaban sobre comerse a los hijos, y de ahí surgían también guerras. Otro pormenor que cuenta el historiador judío es que preguntaría yo a los judíos de donde les vino esta ira divina y castigo insoportable, el más terrible de cuantos acontecieran antes, no ya sólo en Palestina, sino en toda la tierra. ¿No es evidente que de su crimen de la cruz y de la sentencia contra el Señor? Todos tendrán que reconocerlo y, antes que todos con todos, ahí está la realidad de los hechos que lo proclama. Más considerad, os ruego, el extremo de aquellos males, cuando no sólo son más graves que todos los pasados, sino que no admiten tampoco comparación con cuantos en adelante han de suceder, porque ni en toda la tierra ni en todo el tiempo, pasado y por venir, podrá nadie decir que hayan sucedido males como aquéllos. Y con mucha razón, pues tampoco hombre alguno, ni de los pasados ni de los por venir, cometió jamás crimen tan inicuo y tan espantoso. De ahí que diga el Señor: habrá tribulación cuan no la hubo ni habrá jamás. Y si aquellos días no se hubieran abreviado, no se habría salvado hombre alguno. Más por amor de los elegidos, aquellos días se abreviarán. Por aquí les hace ver que todavía merecían más duro castigo que el dicho, pues estos días de que habla son los días de la guerra y sitio de Jerusalén. Lo que quiere decir es esto: si la guerra de los romanos contra la ciudad se hubiera prolongado más, todos los judíos hubieran perecido – a los judíos se refiere la expresión original “toda carne” o “ningún hombre”- , tanto los de dentro como los de fuera. Porque no sólo hacían los romanos la guerra a los que habitaban la Judea, sino que los habían proscrito y perseguían por toda la tierra. Tal era el odio que los inspiraban.
Alerta contra impostores.
2. Entonces, si alguien os dijere: Mirad, aquí está el Cristo, o allí, no lo creáis. Porque se levantarán falsos cristos y falsos profetas, y harán señales y prodigios. Hasta el punto de engañar, si fuera posible, a los elegidos. Mirad que de antemano os lo he dicho. Si, pues, os dijeren: Mirad que está en el desierto, no salgáis. Mirad que está en los escondrijos, no lo creáis. Porque a la manera que el relámpago surge en oriente y aparece hasta occidente, así será la venida del Hijo del hombre. Porque donde es tuviere el cadáver, allí se congregarán también las águilas. Terminada su profecía sobre Jerusalén, pasa a hablar de su propio advenimiento y les da las señales, útiles no sólo para ellos, sino también para nosotros y cuantos han de venir después de nosotros. Entonces. ¿Cuándo? Aquí, como en otros varios pasajes he notado, “entonces” no indica ilación de tiempo entre lo anterior y lo siguiente, Cuando quiso indicar esa ilación, la notó con estas palabras: Inmediatamente después de la tribulación de aquellos días… No así aquí, donde ‘entonces” no indica lo inmediatamente siguiente, sino el tiempo en que había de suceder lo que ahora va a decir. Por modo semejante, cuando el evangelista dijo: En aquellos días apareció Juan Bautista, no quiso significar el tiempo inmediatamente siguiente, sino otro posterior en muchos años, es decir, el tiempo en que aconteció lo que iba luego a narrar. Porque es así que había hablado del nacimiento de Jesús y de la venida de los Magos y de la muerte de Herodes, y prosigue inmediatamente: En aquellos días aparece Juan Bautista. ¡Y había entre uno y otro, hechos un intervalo de treinta años! Pero costumbre es de la Escritura usar de este estilo de narrar. Así aquí, ciertamente, pasándose todo el tiempo intermedio, no menos que el que va de la toma de Jerusalén hasta el principio del fin del mundo, sólo habla del poco que ha de haber inmediatamente antes de ese fin. Entonces, pues, cuan do alguien os dijere —dice—: Mirad que aquí está el Cristo, o allí, no lo creáis. De momento los previene por razón del lugar, señalándoles las peculiaridades de su segundo advenimiento y descubriéndoles las trazas de los impostores. Porque, no, la segunda venida del Señor no será como cuando apareció la vez primera en Belén, en un pequeño rincón de la tierra, sin que nadie se enterara al principio. No. Entonces aparecerá con toda claridad y sin que tenga necesidad de que nadie venga a anunciarlo. Y no será pequeño signo que no haya de venir ocultamente. Y advertid cómo aquí no habla ya para nada de guerra, pues distingue cuidadosamente de lo otro el discurso sobre su propio advenimiento; pero sí de los futuros intentos y manejos de los impostores. Porque de éstos, unos trataban de engañar a las gentes en tiempo de los apóstoles. Porque: Vendrán –dice- falsos profetas y engañarán a muchos; otros tratarán de hacer lo mismo antes de su segunda venida, y éstos serán peores que los otros. Porque: harán —dice— milagros y prodigios hasta el punto de engañar si posible fuera a los mismos elegidos. Aquí habla del anticristo y señala con el dedo quiénes son los que se han de poner a su servicio. Del mismo habla también Pablo. Después de llamarle hombre de iniquidad e hijo de perdición prosigue: Cuyo advenimiento es conforme a operación de Satanás, en todo poder y milagros y prodigios de mentira, en todo embuste de la iniquidad, entre aquellos que se pierden. Mirad cómo los previene: No salgáis -dice- al desierto ni entráis en los escondrijos. No dijo: “Apartaos y no lo creáis”, sino: No entréis ni salgáis. A la verdad, grande habrá de ser entonces el engaño, cuando hasta se harán milagros de engaño.
Advenimiento del Hijo del Hombre.
3. Ya, pues, que ha dicho cómo vendrá el anticristo, por ejemplo, en qué lugar, dice también cómo vendrá Él mismo. ¿Cómo vendrá, pues, Él mismo? Como el relámpago sale de oriente y brilla hasta occidente, así será el advenimiento del Hijo del hombre. Porque donde estuviere el cadáver, allí también se congregarán las águilas. ¿Cómo aparece, pues, el relámpago? El relámpago no necesita quien lo anuncie, no necesita de heraldo. Aun a los ojos de quienes están sentados dentro de sus casas o en sus recámaras, en un instante de tiempo aparece él por sí mismo en toda la extensión de la tierra. Así será aquel segundo advenimiento, que aparecerá a la vez en todas las partes por el resplandor de su gloria. Y todavía habla de otra señal: Donde estuviere el cadáver, allí también se congregarán las águilas; es decir, la muchedumbre de los ángeles, de los mártires y de los santos todos. Luego, de prodigios espantosos. ¿Qué prodigios serán ésos? Inmediatamente después de la tribulación de aquellos días —dice—, el sol se oscurecerá. ¿Qué tribulación de aquellos días? La de los días del anticristo y los falsos profetas. Grande, en efecto, será la tribulación, cuando tantos serán los impostores. Pero no se prolongará por mucho tiempo. Porque si la guerra de los judíos se abrevió por amor de los escogidos, con más razón se acortará esta prueba por amor de esos mismos escogidos. De ahí que no dijo: “Después de la tribulación”, sino: Inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá. Porque todo sucede casi al mismo tiempo. Los seudocristos y seudoprofetas vendrán perturbándolo todo, e inmediatamente aparecerá el Señor. A la verdad, no será pequeña la turbación que se apoderará de toda la tierra. Mas ¿cómo aparecerá el Señor? Transformada ya toda la creación. Porque: El sol se oscurecerá; no porque desaparezca, sino vencido por la claridad de su presencia, y las estrellas del cielo caerán. Porque ¿qué necesidad habrá de ellas, cuando ya no habrá noche? Y las potencias del cielo se conmoverán. Y con mucha razón, pues han de ver tamaña transformación. Porque si, cuando fueron creadas las estrellas, de aquel modo se estremecieron y maravillaron. Cuando nacieron las estrellas —dice la Escritura— me alabaron a grandes gritos todos los ángeles —, ¿cuánto más se maravillarán y estremecerán viendo transformada toda la creación, y cómo rinden cuentas los que son siervos de Dios como ellas, y cómo toda la tierra se presenta delante del terrible tribunal y a todos los nacidos desde Adán hasta el advenimiento del Señor se les pide razón de todo lo que hicieron? Entonces aparecerá la señal del Hijo del hombre en el cielo, es decir, la cruz, que resplandecerá más que el mismo sol, puesto caso que éste se oscurecerá y esconderá y ella brillará, Y no brillaría si no fuera más esplendente que los rayos mismos del sol. ¿Por qué razón, pues, aparece la señal de la cruz? Para tapar con creces la boca a la impudencia de los judíos. Ninguna justificación mejor que la cruz para sentarse Cristo en su tribunal, mostrando no sólo sus llagas, sino la muerte ignominiosa a que fue condenado. Entonces se golpearán las tribus. A la vista de la cruz, no habrá necesidad de acusación. Se golpearán, porque no sacaron provecho alguno de su muerte, porque crucificaron al mismo a quien debieran haber adorado. Mirad cuán espantosamente ha descrito el Señor su segundo advenimiento y cómo ha levantado los pensamientos de sus discípulos. Y ha puesto primero lo triste y después lo alegre para de esta manera consolarlos y animarlos. Y nuevamente les recuerda su pasión y resurrección y hace mención de la cruz en forma más brillante, a fin de que ellos no se avergonzaran ni tuvieran pena, pues El había de venir llevando por delante la cruz misma por estandarte. Otro evangelista dice: Verán a Aquel a quien traspasaron. De ahí por qué se golpearán las tribus, pues verán que es Él mismo. Y ya que hizo mención de la cruz, prosiguió: Verán al Hijo del hombre, que viene no sobre la cruz, sino sobre las nubes del cielo, con grande poder y gloria. No pienses —dice— que, porque oigas hablar de cruz, va nuevamente a haber nada triste. No. Su venida será con gran poder y gloria. Si trae consigo la cruz es porque quiere que el pecado de ellos sea condenado por si mismo, como si el que sufrió una pedrada mostrara la piedra misma o los vestidos ensangrentados. Y vendrá sobre una nube, tal como subió al cielo. Y al ver estas cosas, las tribus se la mentarán. Y no será lo malo que se lamentarán, sino que su lamento será darse su propia sentencia y condenarse a sí mismos. Luego, de nuevo: Enviará a sus ángeles con gran trompeta, y congregarán de los cuatro vientos a los elegidos, de un punto a otro de los cielos. Al oír esto, considerad el castigo de los que queden. Porque no sufrirán sólo el castigo pasado, sino también éste. Y como antes dijo que dirían: Bendito el que viene en el nombre del Señor, así dice aquí que se golpearán. Y es así que corno les habla hablado de terribles guerras, por que se dieran cuenta que justamente con los castigos de acá les esperaban los suplicios de allá, los presenta golpeándose el pecho y separados de los elegidos y destinados al infierno. Lo que era otro modo de despertar a sus discípulos y mostrarles de cuán grandes males habían de librarse y de cuán grandes bienes gozar.
Temor de aquel día terrible.
4. Y ¿por qué llama el Señor a sus elegidos por medio de los ángeles, si ha de venir Él tan manifiestamente? Porque quiere honrarlos también de este modo. Pablo, por su parte, añade que serán arrebatados sobre las nubes. Así lo dijo hablando de la resurrección. Porque: El Señor mismo —dice— bajará del cielo a una voz de mando, a la voz del arcángel. Así, después de resucitados, los reunirán los ángeles y, después de reunidos, los arrebatarán las nubes. Y todo ello en un momento, en un punto de tiempo indivisible. Porque no los llama el Señor quedándose en el cielo, sino que viene Él mismo al son de la trompeta. ¿Y qué necesidad hay de trompeta y de sonido? La trompeta servirá para despertar y para alegrar, para representar el pasmo de los que son elegidos y el dolor de los que son abandonados. ¡Ay de nosotros en aquel terrible día! Cuando debiéramos alegrarnos al oír todo esto, nos llenamos de pena y nos ponemos tristes y cariacontecidos. ¿O es que soy sólo yo a quien eso pasa, y vosotros os alegráis de oírlo? Porque a mi, cierto, cuando esto digo, un estremecimiento me entra por todo mi ser y amargamente me lamento y suspiro de lo más profundo de mi corazón. Porque poco me importa todo esto; lo que me hace temblar es lo que luego sigue en el Evangelio: la parábola de las vírgenes, la del que enterró el talento que se le había dado, la del mayordomo malo. Lo que me hace llorar es considerar cuánta gloria vamos a perder, cuánta esperanza de bienes, y eso eternamente y para siempre, por no poner un poco de empeño. Porque, aun cuando el trabajo fuera mucho y la ley pesada, aun así habría que hacerlo todo. Sin embargo, alguna excusa pudieran entonces tener muchos tibios; yana sin duda; pero, en fin, parecería que la tenían. ¡Eran tan extremadamente pesados los mandamientos, tanto el trabajo, tan interminable el tiempo, tan insoportable la carga! Pero la verdad es que nada de esto cabe ahora pretextar. Lo cual no nos roerá menos que el infierno mismo en aquel tiempo, cuando veamos que por un momento, por un poco de trabajo, perdimos el cielo y sus bienes inefables. Porque, a la verdad, breve es el tiempo y poco el trabajo. Y, sin embargo, desfallecemos y decaemos. En la tierra luchas, y en el cielo eres coronado; por los hombres eres atormentado, y por Dios serás honrado; durante dos días corres, y los premios durarán por siglos sin término; la lucha es en el cuerpo corruptible, y la gloria será en el incorruptible. Y otra cosa hay también que considerar, y es que, si no queremos padecer algo por amor de Cristo, lo habremos de padecer de todos modos por otro motivo. Pues no porque no muramos por Cristo vamos a ser inmortales, ni porque no nos desprendamos del dinero por amor de Cristo nos lo vamos a llevar con nosotros de este mundo. El Señor no te pide sino lo que, aunque no te lo pida, tendrás que darlo, porque eres mortal. Sólo quiere que hagas voluntariamente lo mismo que tendrás que hacer a la fuerza. Sólo te pide que añadas el hacerlo por su amor. Porque que la cosa haya de suceder y pasar, lo lleva la necesidad misma de la naturaleza. ¡Mirad cuán fácil es el combate! Lo que de todos modos es forzoso que padezcas, quiérelo padecer por mi amor. Con sólo eso que añadas, tengo yo por suficiente la obediencia. Lo que has de prestar a otro, préstamelo a mí, y más interés y con más seguridad. El nombre que vas a dar a otra milicia, dale a la mía, porque yo sobrepaso con creces tus trabajos con mis recompensas. Pero tú, que prefieres siempre al que da más: en los préstamos en las ventas y en la milicia, sólo no aceptas a Cristo, que te da más, e infinitamente más que nadie. Pues ¿qué tan grande guerra es ésta? ¿Qué tan gran de enemistad es ésta? ¿Qué perdón, qué defensa puedes tener ya, cuando ni en aquello por que prefieres los hombres a los hombres prefieres Dios a los hombres? ¿Por qué encomiendas a la tierra tu tesoro? Dale a mi mano, te dice Dios. ¿No te parece que más de fiar que la tierra es el dueño mismo de la tierra? La tierra devuelve lo que deposita en ella, y, a veces, ni eso. Dios te paga por dárselo que te lo guarde. De ahí que, si quieres prestar, Él está preparado; si quieres sembrar. Él lo recibe; si quieres edificar, Él te atrae a sí. Edifica —te dice— en mi terreno. ¿A qué corres tras los pobres, tras los hombres, que son pobres mendigos? Corre en pos de Dios, que, aun por pequeñas cosas, te las procura grandes. Mas ni aun oyendo esto nos decidimos a ir a Él. Allí vamos apresurados donde hay luchas y guerras y combates y pleitos y calumnias.
Cristo lo es todo para nosotros.
5. ¿No será, pues, justo que nos rechace y castigue, cuando se nos ofrece para todo y nosotros lo desechamos? Evidentemente que sí. Si quieres –dice- adorarte, toma mi hermosura; si quieres armarte, mis armas; si vestirte, mis vestidos; si alimentarte, mi mesa; si caminar, mi camino; si heredar, mi herencia. Si quieres entrar en una patria, entra en la ciudad cuyo artífice y constructor soy yo; si edificas una casa, edifícala en medio de mis pabellones. Porque yo de lo que doy no pido paga. Y aun por el hecho mismo de que te quieras aprovechar de mis cosas todas, yo me declaro deudor tuyo. ¿Qué liberalidad podrá equipararse a ésta? Yo soy tu padre, yo tu hermano, yo tu esposo, yo tu casa, yo tu alimento, yo tu vestido, yo tu raíz, yo tu fundamento, yo soy cuanto tú quieras que sea. De nada has de sufrir necesidad, Yo seré hasta tu esclavo, porque he venido a servir y no a ser servido. Yo soy también tu amigo y tu miembro y tu cabeza y tu hermano y tu hermana y tu madre. Yo lo soy todo. Sólo es menester que te portes familiarmente conmigo. Yo me hice pobre por ti, anduve errante por ti, estuve en la cruz por ti, en el sepulcro por ti, en el cielo intercedo al Padre por ti y en la tierra fui embajador del Padre para ti. Tú lo eres todo para mí: hermano, coheredero, amigo, miembro. ¿Qué más quieres? ¿Cómo rechazas a quien así te ama? ¿Por qué te fatigas por el mundo? ¿A qué echas agua a un tonel agujereado?
Vanidad de los afanes humanos.
Eso es, en efecto, afanarse por la presente vida. ¿Por qué arañas al fuego? ¿Por qué descargas puñetazos al viento? ¿A qué corres en vano? ¿Acaso cada arte no tiene su propio fin? ¡Evidentemente! Pues muéstrame cuál es el fin propio de los afanes de la vida. No puedes. Porque: Vanidad de vanidades y todo vanidad. Vayamos a la sepultura. Muéstrame allí a tu padre muéstrame a tu mujer. ¿Dónde está el que se vestía vestidos de oro, el que iba sentado en su carroza, el que tenía ejército y faja y pregoneros? El que a unos quitaba la vida, a otros metía en la cárcel; el que mataba a quienes quería y libraba a los que le daba la gana? Yo no veo sino huesos y polilla y telas de araña. Todo aquello fue polvo, todo aquello fue fábula, todo sueño y sombra, cuento puro y pintura, o, por mejor decir, ni pintura siquiera. Porque la pintura la vemos por lo menos en imagen; más aquí no hay ni imagen. ¡Y ojala todo hubiera parado en esto! Pero lo cierto, es que los honores, los regalos, el lustre, fue todo sombra y palabras; pero lo que de todo ello resulta no son sombra y palabras, sino cosas permanentes y que juntamente con nosotros pasan a la otra vida y han de ser patentes a todo el mundo. Las rapiñas, la avaricia, las fornicaciones, los adulterios, todo ese cúmulo de pecados, no quedan sólo en imagen y en ceniza, sino que están escritos en el cielo, las obras a par de las palabras. ¿Con qué ojos, pues, podremos mirar a Cristo? Porque si no puede un hijo soportar la vista de su padre, a quien tiene conciencia de haber ofendido, ¿cómo vamos a mirar cara a cara a quien es infinitamente más manso que un padre? ¿Cómo soportaremos su mirada? Por que todos tendremos que presentarnos ante el tribunal de Cristo y a todos se nos pedirá estrecha cuenta. Más si hay quien no crea en el juicio venidero, contemple lo que pasa en este mundo. Mire a los que están en las cárceles, a los que trabajan en las minas, a los de los estercoleros, a los endemoniados, a los dementes, a los que luchan con enfermedades incurables, a los que se baten en continua pobreza, a los que padecen hambre, a los que se consumen de tristeza sin remedio, a los que padecen cautiverio. No padecerían éstos lo que padecen, si a quienes han cometido los mismos pecados que ellos no les esperara también castigo y suplicio. Y si la mayor par nada han sufrido en este mundo, ello mismo ha de ser para Ti señal de que absolutamente hay algo después de la partida de este mundo. Porque siendo un mismo el Dios de todos, no hubiera castigado a unos y dejado a otros sin castigo, si no fuera porque luego ha de darles algún castigo, dado caso que todos pecaron igual, o tal vez más gravemente los que no fueron aquí castigados.
Exhortación final: humillémonos.
Con estas consideraciones y ejemplos, nosotros humillémonos a nosotros mismos, y los que no creen en el juicio, crean en adelante y enmienden su vida, a fin de que, viviendo aquí de modo digno del reino de los cielos, escapemos a los castigos venideros y alcancemos los bienes eternos por la gracia y misericordia de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
D. Isidro Gomá y Tomás: Signos precursores y exhortación a la vigilancia
El Evangelio Explicado, Vol. II, Ed. Acervo, 6ª ed., Barcelona (1966), pp. 435-440.444-446.
Signos precursores
Cf. Mt 24, 23-31 ; Mc 13, 21-27)
Explicación.
Entre lo que en este fragmento se narra y lo contenido en el anterior habrá un intervalo de muchos siglos, todos los de la historia del cristianismo: el anterior se refería a hechos ocurridos en los comienzos; el presente, a los de los últimos tiempos del mundo. Se describen las señales precursoras verdaderas, para distinguirlas de las falsas, que tendrán lugar por efecto de la misma conturbación de los últimos días (23-29); y luego el mismo advenimiento del Señor (30.31).
SIGNOS PRECURSORES DE LA VENIDA DEL HIJO DEL HOMBRE (23-29). — Jesús ha respondido con el fragmento anterior a la primera pregunta de los discípulos: ¿Cuándo serán estas cosas? Ahora responde a la segunda: ¿Qué señal habrá de tu venida? La primera será la aparición de muchos que anunciarán falsamente la inminencia del advenimiento del Cristo; contra ellos precave Jesús a sus discípulos: Entonces, si alguno os dijere: Mirad, el Cristo está aquí, o allí: no lo creáis. La razón es porque aquellos hombres harán tales prodigios, que parecerán obrar por virtud y como enviados de Dios: Porque se levantarán falsos cristos y falsos profetas, y harán grandes maravillas y prodigios: ello será debido a la fuerza del demonio, cuya acción sobre la naturaleza es más poderosa que la del hombre, si Dios le permite desarrollarla; trabajarán entonces los espíritus de las tinieblas para corroborar con apariencias de milagro las doctrinas de sus emisarios (cf. 2 Thess. 2, 9.10; 2Cor. 11, 15). Si no fuese que Dios tiene contado el número de sus predestinados, que utilizarán las gracias que no les deben faltar, hasta ellos correrían el peligro de ser engañados por aquellos portentos: De modo que (a ser posible) caigan en error aun los escogidos.
Para que nadie pueda llamarse a engaño cuando la venida de los seudocristos, les repite la misma idea, concretándola en dos formas distintas: ¡Mirad, pues vosotros! ¡Ved que todo os lo he predicho!, y por lo mismo no podréis alegar ignorancia: Por lo cual, si os dijeren: He aquí que el Cristo está en el desierto, como lo hizo el Bautista y algunos profetas antiguos, no salgáis. Y si os dijeren: Mirad que está en lo más retirado de la casa, predicando como he solido yo mismo hacerlo entre vosotros, no lo creáis: el advenimiento del Hijo del hombre no será ni en una ni en otra forma. La aparición será súbita, universal, indudable: Porque como el relámpago sale del oriente, y se deja ver hasta el occidente: así será también la venida del Hijo del hombre. No estará en un punto, sino en todos a la vez; con tanta claridad que a nadie podrá ocultarse, ni será nadie engañado: será un milagro del poder de Dios, en virtud del cual aparecerá el Hijo del hombre probablemente en los aires, en la atmósfera, visible a todo el mundo (1 Thess. 4, 16).
Siendo ello así, que no estén con ansia, por si conocerán o no el advenimiento del Señor; ni vacilen ante la predicación y prodigios de los falsos cristos; como el águila tiene el instinto de la presa, que huele a distancia y atisba con ojo certero y se echa con fuerza irresistible sobre ella, así lo harán los justos al advenimiento del Señor: todos irán a él: Dondequiera que estuviere el cuerpo, allí se juntarán también las águilas.
A la aparición de los falsos profetas, cuya duración no indica el Señor, seguirán inmediatamente señales en el sol, en la luna y en las estrellas: Y luego después de la tribulación de aquellos días, el sol se obscurecerá, sea para solos los hombres, por la interposición de densísimas nubes, sea por un cataclismo de orden sideral: y la luna no dará su resplandor y las estrellas caerán del cielo, no sobre la tierra, que son inmensamente mayores que ella, sino por una dislocación de los cuerpos celestes con respecto a la tierra: y las virtudes del cielo, las fuerzas que gobiernan el cosmos, temblarán, serán conmovidas. Todo ello indica un trastorno de carácter universal, semejante a los antiguamente anunciados por los profetas (Is. 13, 9 sig.; 14, 18.19; 34, 4 sig.; Jer. 4, 28; Ez. 32, 7, etc.): como la justicia de Dios se ha manifestado con señales locales de orden atmosférico o meteorológico en casos particulares, en el juicio universal será toda la naturaleza la que tomará parte. Consecuencia de todo ello será el universal pavor de la humanidad de aquellos días. Y en la tierra estarán consternadas y atónitas las gentes por el estruendo del mar y de las olas. Ante este desconcierto de la máquina del mundo, los habitantes de esta tierra quedarán atónitos, sin fuerzas ni aliento: secándose los hombres de temor y sobresalto, porque verán totalmente subvertido el orden del mundo visible: por las cosas que sobrevendrán a todo el universo.
APARICIÓN DEL HIJO DEL HOMBRE (30.31). —A la terribilidad de los signos precursores del advenimiento del Hijo del hombre seguirá la magnificencia de su personal advenimiento: Y entonces aparecerá la señal del Hijo del hombre en el cielo: será la cruz, señal de Cristo por antonomasia, instrumento de la redención, que así será glorificada para gozo de los justos y terror de los réprobos, apareciendo luminosa en las regiones superiores, substituyendo su luz a la de los astros en tinieblas: la Iglesia hace suya esta interpretación —que tiene en su favor gran peso de tradición— en la fiesta de la Invención de la Santa Cruz (3 de mayo).
Y entonces por los trastornos de carácter cósmico que habrán precedido y por la aparición de la cruz, prorrumpirán en llanto todas las tribus de la tierra: todos los hombres, justos y pecadores, porque nadie está cierto de su justicia, estarán consternados ante la inminencia del juicio. Y, en medio del universal terror y expectación, verán al Hijo del hombre, que vendrá en las nubes del cielo con grande poder y majestad y gloria: es ello una alusión a la profecía de Daniel (7, 13: cf. 1 Thess. 4, 15; 2 Thess. 1, 7; Apoc. 1, 7).
Entonces el supremo Juez y Rey magnífico enviará a sus heraldos los ángeles, para que llamen a todo el mundo a juicio: Y enviará sus ángeles, que, a la voz de trompeta sonora, con grande estrépito, con una señal evidente, más sonora que el sonido de las trompetas (1Cor. 15, 22; 1 Thess. 4, 15), congregarán a sus escogidos de los cuatro vientos, de los cuatro puntos cardinales, desde lo sumo de los cielos hasta los términos de ellos, del uno al otro extremo de los cielos.
Termina Jesús las terribles predicciones con unas palabras de consuelo y aliento para los suyos: Cuando, pues, comenzaren a cumplirse todas estas cosas, cuando veáis que empieza a trastornarse en forma insólita la máquina del mundo, mirad, alzad los ojos y tras ellos los ánimos; y levantad vuestras cabezas, porque es propio de gente aturdida llevarlas inclinadas al suelo; porque cerca está vuestra redención; después de la universal conmoción y del juicio, el premio indefectible y eterno que Dios os tiene preparado. Supone aquí Jesús que sus discípulos verán aquellos días, para que estén prevenidos no sabiendo la hora; o bien, como quieren otros intérpretes, habla en ellos a los que vivirán en los días del fin del mundo; si no es que se refiera a los elegidos todos después de la universal resurrección de la carne.
Lecciones morales.
A) v. 24. Se levantarán falsos cristos y falsos profetas, y harán grandes maravillas… — Nos enseña aquí el Señor, dice San Agustín, que a veces los hombres perversos pueden obrar tales prodigios cuales los santos no pudieron hacer. Y, no obstante, no son aquéllos superiores a éstos a los ojos de Dios; como no fueron los magos de Egipto mejores que el pueblo de Dios, aun que obraron prodigios que el pueblo no obró. Es que Dios no con siente que todos los justos hagan milagros, a fin de que no juzguen los ignorantes y débiles que el grado de santidad corresponde al mayor o menor poder taumatúrgico. En cuanto a los hombres malos que obran prodigios, los hacen porque el espíritu maligno tiene sobre la naturaleza un poder que no tiene el hombre; pero nótese que en este caso el malo que hace obras maravillosas las hace por su propia gloria, no por la de Dios: en provecho particular, no como dispensador oficial del poder de Dios en pro de la justicia y de la verdad.
B) v. 27. — Como el relámpago sale del oriente… — Como ha predicho antes Jesús el advenimiento de los seudoprofetas, así anuncia ahora el suyo. Pero no será éste como el de aquéllos, que hará dudar si son o no verdaderos cristos, sino que el advenimiento del Señor será rápido, luminoso, universal, sin que ofrezca lugar a dudas. Como el rayo ilumina simultáneamente todo el horizonte, y su luz se mete hasta el interior de las casas, dice el Crisóstomo, así será, por su gloria y resplandor, el advenimiento del Señor. Nótese la contraposición entre la primera y la segunda venida de Cristo al mundo: cuando vino para salvarnos, lo hizo en lugar pobre, fue casi desconocido de todo el mundo, en la forma más humilde, que es la de un niño desvalido. Pero cuando vendrá para juzgarnos lo hará con todo el aparato de su gloria. Porque no se tratará ya de la benignidad y humanidad con que vino a conquistarnos, sino de la severidad con que vendrá a dar a cada uno lo que haya merecido según sus obras.
C) v. 28. —Dondequiera que estuviere el cuerpo… —Las águilas representan a los justos, cuya juventud se renueva como la del águila (Ps. 102, 5), y que al fin del mundo se congregarán todos donde está el Señor, o, según expone San Jerónimo, puede entenderse de los herejes, que en todo tiempo se han lanzado con ímpetu contra la Iglesia, que es el cuerpo místico de Jesucristo. En el primer sentido, vayamos a Cristo, con el ímpetu con que se lanza el águila sobre su presa, con el ansia con que el cervatillo, en frase del Salmista, busca la fuente de aguas cristalinas; y unidos a Jesucristo, hechos una cosa con El, defendámosle a El y a su santa Iglesia, contra los ataques de sus enemigos, águilas rapaces y voraces que se empeñan en destruir la unidad de la verdad, que es la fe, y unidad del amor, que es la santa caridad.
D) v. 29. — Y las estrellas caerán del cielo… — No caerán sobre la tierra, incomparablemente más pequeña que ellas. Quizá, como dice Rábano Mauro, fundándose en la lección de Marcos, sólo se eclipsarán; tal vez, como interpreta algún autor moderno, será un enjambre de bólidos que caigan sobre la tierra, y produzca todos los trastornos anunciados por el Señor. Ni debe entenderse todo ello en el sentido de que se aniquile la máquina del universo. Perecerá toda la humanidad en medio de grandes convulsiones de la naturaleza, acabándose así la historia del hombre; pero podrá seguir el universo cumpliendo los fines que Dios se proponga en ello.
Para que aprendamos que cada uno de nosotros y la humanidad en general tiene en el mundo una misión moral y espiritual que llenar; y que Dios quiere acompañar las sanciones definitivas del bien y del mal obrar con gravísimos trastornos de la naturaleza, ya que ella fue como el teatro en que se desarrolló la historia humana y el instrumento que utilizaron los hombres en muchas de sus obras, buenas y malas.
E) v. 30. —Y verán al Hijo del hombre, que vendrá en las nubes del cielo… — Le verán los hombres con los ojos corporales, viniendo, en su mismo aspecto humano, montado en nubes sobre los aires. Como cuando se transformó en el Tabor salió una voz de la nube, ahora aparecerá transformado para todo el mundo, no sobre una nube, sino sobre muchas, que serán su carroza, dice Orígenes. Si cuando debió entrar en Jerusalén sus discípulos cubrieron la tierra con sus vestidos para que no tuviera que hollarla su planta, cómo no honrará el Padre al Hijo poniendo bajo sus pies las nubes del cielo, cuando venga a la tierra para la grande obra de la consumación?
EXHORTACION A LA VIGILANCIA Y TRABAJO.
Cf. Mt 24. 42-44; Mc 13, 33
Explicación.
Los terribles e imprevistos acontecimientos predichos por el Señor en la primera parte del discurso escatológico, reclaman vigilancia asidua y trabajo, de lo contrario vendrá el Señor y nos encontrará desprevenidos y con las manos vacías de buenas obras. Es la tesis de esta segunda parte, que ilustra Jesús con las parábolas del ladrón, del lazo, de los siervos, de las vírgenes y de los talentos. Las dos primeras son objeto de este número.
PARÁBOLA DEL LAZO (Lc. vv. 34-36). — Nuestro interés personal, pues en ello van envueltos nuestros destinos eternos, exige que evitemos todo aquello que pueda embotar este agudo sentido de la vigilancia: lo que adormece nuestro espíritu es la sensualidad en todas sus formas y la absorción de los negocios mundanos: ¡Mirad por vosotros!, no sea que vuestros corazones se emboten con la crápula, la embriaguez y los afanes de esta vida. ¡Ay de aquellos que se entreguen a la crápula y a la disipación, que verán precipitarse sobre ellos el día tremendo!: Y os sobrevenga de repente aquel día…
EL LAZO (35.36). —. Los peces son cogidos en la red y las aves en trampas y lazos cuando menos advertidos están; así serán cogidos de improviso todos los hombres en la gran redada del último día: Porque como un lazo vendrá sobre todos los que están sobre la tierra (cf. Eccl. 9, 12; Is. 8, 14.15; 24, 17).
Como consecuencia de ello, incúlcase otra vez la idea de la vigilancia: Velad, pues… a los obstáculos de la vigilancia, la sensualidad y la disipación, se contrapone el espíritu y la práctica de la oración: Orando en todo tiempo. De esta suerte se evitarán los grandes males de aquel último día, que fatalmente deben venir, el juicio adverso y la condenación: para que seáis dignos de evitar todas estas cosas, que han de venir: y podremos presentarnos sin temor de reprobación ante el tribunal del Señor: y de estar en pie delante del Hijo del hombre, no sucumbiendo en juicio, en aquel día de su venida.
Lc. v. 34. – ¡Mirad por vosotros!… – no dice Jesús: Mirad por lo vuestro, o por los vuestros, o por los que tenéis a vuestro rededor; sino: «mirad por vosotros», dice Teofilacto: y nosotros somos nuestro entendimiento y nuestra alma, nuestro cuerpo y nuestros sentidos; así como lo nuestro en las posesiones, riquezas, etc., debemos evitar la sensualidad y el vértigo que dan las cosas de la vida, para que no nos aturdamos y seamos cogidos en el lazo cuando menos pensemos. En esto son más prudentes los irracionales que nosotros; por cuanto ellos escogen por instinto aquello que les conviene, dejando lo que les es nocivo; mientras nosotros hacemos servir nuestra razón y nuestros sentidos para nuestra ruina.
v. 36. – Y de estar de pie delante del Hijo del hombre. – No estar en pie ante el Hijo del hombre es sucumbir en el último juicio que El hará de los actos de nuestra vida. Es, además, caer de nuestro eterno destino eterno, que no es otro que ver a nuestro Dios cara a cara en l cielo, por los siglos de los siglos. Pero ¿quien, Dios mío, podrá no sucumbir ante Vos, Juez santísimo y justísimo? ¿Quién será capaz de ver nuestra cara y no morir? Nosotros; por demos decir confiados en la gracia de Jesucristo. Si le seguimos imitándole, nos llamará a su mismo tribunal «benditos de su Padre», y nos introducirá El mismo en el reino que nos ha preparado desde el principio del mundo. Como Dios nos da su gracia en este mundo para que seamos santos y podamos presentarnos ante el tremendo Juez y ser colocados a su diestra, así nos dará en el cielo una gracia espacialísima, que los teólogos llaman «luz de la gloria», para que podamos verle cara a cara, tal como es. La visión de la esencia de Dios y el gozo que la acompaña es el fin de nuestra vocación y de nuestra vida de cristianos.