Lc 21, 20-28: Asedio de Jerusalén – Catástrofe y tiempo de los gentiles – Manifestación gloriosa de Cristo
/ 28 noviembre, 2013 / San LucasTexto Bíblico
20 Y cuando veáis a Jerusalén sitiada por ejércitos, sabed que entonces está cerca su destrucción. 21 Entonces los que estén en Judea, que huyan a los montes; los que estén en medio de Jerusalén, que se alejen; los que estén en los campos, que no entren en ella; 22 porque estos son días de venganza para que se cumpla todo lo que está escrito. 23 ¡Ay de las que estén encintas o criando en aquellos días! Porque habrá una gran calamidad en esta tierra y un castigo para este pueblo. 24 Caerán a filo de espada, los llevarán cautivos a todas las naciones, y Jerusalén será pisoteada por gentiles, hasta que alcancen su plenitud los tiempos de los gentiles.
25 Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y el oleaje, 26 desfalleciendo los hombres por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo serán sacudidas. 27 Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria. 28 Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación».
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Homilías: El Hijo del hombre vendrá con la gloria de su Padre
El «El Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles» (Mt 16,27)Hom. 1, 24: CCL 122, 170-171
CCL
Habiendo dispuesto nuestro Señor y Redentor que sus elegidos entrasen, a través de los trabajos de la presente vida, en aquella vida de futura felicidad, exenta de trabajo, describe en su evangelio unas veces los sudores de los combates temporales y otras las palmas de los premios eternos, de modo que al oír lo inevitable de la lucha, caigan en la cuenta de que en esta vida no deben aspirar al descanso y, por otra parte, la dulzura de la futura retribución haga más llevaderos los males transitorios, que esperan ser remunerados con bienes eternos.
El Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta. Este texto designa clarísimamente el día del juicio final, cuando con gran poder y gloria vendrá a juzgar al mundo el que en otro tiempo vino, en la humildad y la abyección, a ser juzgado por el mundo; cuando con rigor de juez exigirá la perfección de las obras de aquellos a quienes, con largueza misericordiosa, había previamente distribuido la gracia de sus dones; cuando, pagando a cada uno según su conducta, conducirá a sus elegidos al reino del Padre, mientras que arrojará a los réprobos con el diablo al fuego eterno.
Bellamente se dice que el Hijo del hombre vendrá con la gloria de su Padre. Realmente el Hijo del hombre vendrá con la gloria del Padre, porque el que en la naturaleza humana es menor que el Padre, en su divinidad posee una misma gloria con el Padre, siendo como es verdadero hombre y verdadero Dios en todo el rigor de la expresión.
Y con razón llena de alegría a los justos y de terror a los contumaces lo que sigue: Y entonces pagará a cada uno según su conducta, pues los que obrando ahora el bien son afligidos por la inicua opresión de los malvados, esperan con ánimo confiado el momento en que el justo juez los librará no sólo de las injurias de los injustos, sino que les entregará la recompensa debida a su justicia y a su paciencia. En cambio, los que viviendo licenciosamente tachan de negligencia la paciencia del juez, al arrepentirse demasiado tarde, serán fulminados por la justa sentencia de eterna condenación. Sintoniza con esta evangélica sentencia lo que dice el salmista: Voy a cantar la bondad y la justicia, Señor.
Dice que va a cantar primero la misericordia y, luego, la justicia. Y con razón. Porque el Señor, que en su primera venida amablemente nos confió un depósito, nos lo exigirá y con todo rigor en la segunda. Y es, por el contrario, justo que el perverso, que desprecia la misericordia que Dios le brinda, sienta un terror pánico ante el estricto juicio del Señor.
Ahora bien, el que tiene conciencia de haber recibido agradecido la gracia de la misericordia, es normal que espere alegre la decisión de la justicia y, en consecuencia, espontáneamente entone un canto a su juez pregonando su bondad y su justicia. Mas como es un misterio para todos el día del juicio universal, como es incierto para cada cual la hora de su muerte, y la presente aflicción podría parecer demasiado larga a los que vivían en la ignorancia del momento en que recibirían por fin el descanso prometido, quiso el piadoso Maestro manifestar anticipadamente los goces de la eterna promesa a algunos de sus discípulos mientras todavía vivían en la tierra, a fin de que tanto los que lo habían visto, como todos a quienes llegase la noticia de lo ocurrido pudiesen sobrellevar más fácilmente las actuales adversidades, recordando frecuentemente el don de la futura retribución que esperaban. Por eso prosigue el texto: Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin antes haber visto llegar al Hijo del hombre con majestad.
Uso Litúrgico de este texto (Homilías)
por hacerpor hacer
Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
Beda
20. Hasta aquí todo lo que sucedería en el espacio de cuarenta años (antes que viniera el fin). Ahora, con las palabras del Señor, se expone la destrucción que causaría el ejército romano, cuando dice: «Pues cuando viereis a Jerusalén cercada de un ejército…»
21. Refiere la historia de la Iglesia que todos los cristianos que se encontraban en la Judea, al hacerse inminente la ruina de Jerusalén, advertidos por Dios, salieron de allí y fueron a habitar a la otra parte del Jordán en una ciudad que se llama Pella, mientras se consumó la destrucción de Judea.
¿Pero cómo podrían salirse de la ciudad los que estaban dentro de ella, si ya estaba sitiada por un ejército? A no ser que dijera esto no refiriéndose al tiempo mismo del sitio, sino al próximo de él, cuando el ejército romano empezara a invadir las fronteras de Galilea y de Samaria.
22. Estos son los días del castigo, esto es, los días que piden venganza por la sangre del Señor.
23a. Dijo, pues: «Ay de las preñadas» (a causa del cautiverio) «y de las que alimentan o dan de mamar» (como algunos interpretan), porque ya sea que sus entrañas o sus manos estén cargadas con el peso de sus hijos, hallarán gran dificultad para poder huir.
24. Esto es lo que refiere el Apóstol cuando dice: «Una parte de Israel ha quedado ciega hasta que entre la plenitud de las gentes y sea salvo así todo Israel» (Rom 11,25-26). Cuando alcance la salud prometida es de esperar que volverá a su suelo patrio.
25-27. Anuncia después lo que sucederá cuando se cumpla el tiempo de las naciones, diciendo: «Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas».
Por esto se dice en el libro de Job que tiemblan las columnas del cielo y se amedrentan a su mandato (Job 26,11). Y ¿qué sucederá a las tablas, cuando tiemblan las columnas? ¿qué no sufrirán los arbustos del desierto cuando el cedro del paraíso es desgajado?
San Eusebio
20. Dice la desolación de Jerusalén, porque no volverá a ser edificada por sus habitantes ni según lo prescrito en la ley, así que nadie debe esperar que podrá renovarse después de su sitio y de su destrucción, como sucedió en tiempo del rey de los persas, del ilustre Antioco, y en tiempo de Pompeyo.
21. Previendo el Señor el hambre que había de padecerse en la ciudad, aconsejó a sus discípulos que no se refugiasen en ella durante el sitio, como en lugar seguro y protegido por Dios, sino que más bien se marchasen y huyesen a los montes. Por esto sigue: «Entonces los que están en Judea huyan a los montes».
24. Gran número de judíos pereció por la espada cuando vinieron los romanos y tomaron la ciudad. Por esto sigue: «Y caerán a filo de espada»; pero incluso murieron muchos más de hambre. Todo esto sucedía primero bajo el dominio de Tito y Vespasiano, y después de éstos, en tiempo de Adriano, emperador de los romanos, cuando fueron expulsados de su patria los judíos. De donde sigue: «Serán conducidos cautivos a todas las naciones». En efecto, los judíos fueron dispersados por todo el orbe llegando hasta los confines de la tierra, y en tanto que los extranjeros ocupan su tierra, se ha hecho ésta inaccesible para ellos solos. Prosigue, pues: «Jerusalén será hollada por los pies de los gentiles hasta que se cumpla el tiempo de las naciones».
25-27. Entonces, pues, cuando se consuma la vida corruptible, y pase, según el Apóstol, la especie de este mundo y suceda un nuevo siglo en el que en vez de astros luminosos brillará Cristo como el lucero y rey de un siglo nuevo, será tanto el brillo de su poder y de su gloria, que el sol que brilla ahora, y la luna y las demás estrellas, se eclipsarán a la venida de mayor luz.
Manifiesta a continuación lo que sucederá al orbe después que se oscurezcan los astros, y cuál será la angustia de las gentes, diciendo: «Y se abatirán las naciones en la tierra por la confusión del rugido del mar…», en donde parece enseñar que el principio de la trasmutación del universo habrá de venir por la falta de la sustancia húmeda. Esta será, pues, consumida o helada, de modo que no se oirá ya el ruido del mar, ni sus olas tocarán la arena a causa de la extremada sequía, y las demás partes del mundo sufrirán una transformación, no recibiendo ya el vapor que constantemente le enviaba la sustancia húmeda. Y así, como la aparición del Salvador debe combatir los prodigios opuestos a Dios, esto es, el Anticristo, tomarán principio sus venganzas de la sequía, de suerte que no se oirá ya la tempestad ni el ruido del mar, y entonces será el momento de la angustia de los hombres que sobrevivan. Continúa, pues: «Y los hombres estarán sedientos: es decir, se consumirán por el temor y la expectación de lo que debe suceder en todo el universo». Manifiesta luego lo que sucederá, diciendo: «Porque las potestades de los cielos se conmoverán».
Y como el Hijo de Dios ha de venir en gloria y ha de confundir la soberbia tiranía del hijo del pecado, sirviéndole los ángeles del cielo, se abrirán las puertas cerradas en el siglo para que aparezca lo excelso.
Las potestades de los cielos son las que rigen las partes materiales del universo. Las cuales entonces se conmoverán para adquirir un estado más perfecto, por lo tanto, quedarán libres en la nueva vida del servicio que vienen prestando a Dios respecto de los cuerpos sensibles en cuanto a su estado de corrupción.
28. Cuando hayan pasado todas las cosas materiales aparecerán las inteligibles y celestiales, a saber: el reinado de aquel siglo que nunca habrá de concluir, y entonces se concederán las promesas ofrecidas a los dignos. Por esto dice: «Cuando comenzaren, pues, a cumplirse estas cosas, mirad…» Una vez recibidas las promesas que esperamos del Señor, seremos reanimados los que antes andábamos abatidos, y levantaremos nuestras cabezas, en otro tiempo humilladas, porque viene nuestra redención que tanto esperábamos; esto es, aquella que toda criatura desea.
Dice todo esto también a sus discípulos, no porque ellos hubiesen de durar en este mundo, hasta su término, sino (como subsistiendo en un solo cuerpo) no sólo para ellos sino para nosotros y para todos los demás, que habrán de creer en Jesucristo hasta la consumación de los siglos.
San Agustín, ad Hesychium epist 80
20. Estas palabras del Señor las refirió San Lucas en este lugar para dar a conocer que la abominación de la desolación anunciada por Daniel, de la que hablan San Mateo (Mt 24) y San Marcos (Mc 13,15), acaeció cuando fue invadida Jerusalén.
21a. Por esto dijeron San Mateo y San Marcos, «que los que están sobre el techo no bajen a la casa» (Mc 13,16), añadiendo «ni entren a tomar algo de la casa»; en vez de lo cual añade San Lucas: «Y los que estén dentro de ella sálganse».
21b. En cuanto a lo que dijeron San Mateo y San Marcos: «Y el que esté en el campo no vuelva atrás a tomar su vestido», lo dice San Lucas con más claridad: «Y los que están en las regiones no entren en la ciudad, porque han llegado los días del castigo», y han de cumplirse todas las profecías.
22. Después continúa San Lucas diciendo como los otros dos evangelistas: «¡Mas ay de las preñadas y de las que dan de mamar en aquellos días!» Y así manifestó San Lucas lo que podía ser incierto, a saber: que lo que se ha dicho acerca de la abominación de la desolación, no se refiere al fin del mundo sino a la destrucción de Jerusalén.
25-26. Pero diréis: estos males nos obligan a reconocer que ha llegado ya el fin, puesto que se cumple lo predicho. Porque es cierto que no hay nación ni lugar que no se halle hoy en la aflicción y la tribulación. Pero si los males que sufre ahora el género humano son indicios ciertos de que ha de venir el Señor, ¿por qué dice el Apóstol: «Cuando dijeren: paz y seguridad?» (1Tes 5,3). Veamos, pues, si debe entenderse más bien que no se cumplirá de este modo lo predicho en estas palabras, sino que sucederá cuando la tribulación se extienda sobre la Iglesia, que será afligida en todo el universo; no sobre los que la afligirán, puesto que ellos son los mismos que han de decir: Paz y seguridad. Ahora bien, estos males, que se creen como sumos y extremos, vemos que son comunes a uno y otro reino, al de Cristo y al del diablo. Los buenos y los malos los sufren igualmente, y en medio de tanta calamidad se entregan por todas partes a escandalosas orgías. ¿Es esto, por ventura, amilanarse por el temor, o más bien arder en apetitos de lujuria?
Pero el Señor, para que no parezca que exageró todo esto que predijo acerca de la aproximación de su segunda venida, lo cual ya acostumbraba a suceder en este mundo antes de su primera venida, y no nos burlemos de lo mucho que todo esto que dijo se lee ya en la historia de los pueblos, creo que debe entenderse mejor respecto de la Iglesia; pues la Iglesia es el sol, la luna y las estrellas (Cant 6,9), a quien se ha llamado hermosa como la luna, escogida como el sol, la cual no brillará entonces por la furiosa persecución.
Respecto de lo que se ha dicho: «y en la tierra consternación de las gentes», quiso designar con la palabra gentes, no las que serán benditas en la descendencia de Abraham, sino las que estarán a la izquierda.
También se conmoverán las potestades de los cielos, porque los fieles más fuertes se turbarán por la persecución de los impíos.
Prosigue: «Y entonces verán al Hijo del hombre venir sobre una nube».
27. En cuanto a lo que dice que vendrá sobre una nube, puede entenderse de dos maneras: o viniendo en su Iglesia como en una nube, como ahora no cesa de venir, pero en ese entonces lo hará con gran poder y majestad por la gran fortaleza que brillará en los santos para que no sean vencidos en tan grande persecución, y así realzará su majestad; o bien porque vendrá en el mismo cuerpo con que está sentado a la diestra del Padre, y con razón es de creer que vendrá no sólo en el mismo cuerpo, sino también en la nube; porque así vendrá como se subió al cielo, pues una nube lo arrebató de la vista de sus discípulos (Hch 1,9).
San Ambrosio
20-24. Los judíos, pues, creyeron que la abominación de la desolación tuvo lugar cuando los romanos, burlándose de los ritos de los judíos, habían arrojado la cabeza de un cerdo en el templo.
Místicamente, la abominación de la desolación es la venida del Anticristo, porque manchará el interior de las almas con infaustos sacrilegios, sentándose en el templo, según la historia, para usurpar el solio de la divina majestad. Esta es la interpretación espiritual de este pasaje; deseará confirmar en las almas la huella de su perfidia, tratando de hacer ver por las Escrituras que él es Cristo. Entonces se aproximará la desolación, porque muchos desistirán cansados de la verdadera religión. Entonces será el día del Señor, porque como su primera venida fue para redimir los pecados, la segunda será para castigarlos, a fin de que no incurra la mayor parte en el error de la perfidia.
Hay otro Anticristo, que es el diablo, el cual trata de sitiar a Jerusalén (esto es, al alma pacífica), con la fuerza de su ley. Así, pues, cuando el diablo se halla en medio del templo, es la abominación de la desolación. Pero cuando brilla en nuestros trabajos la presencia espiritual de Cristo, huye el enemigo y empieza a reinar la justicia.
El tercer Anticristo es Arrio [1] y Sabelio [2] y todos los que nos seducen con mala intención. Tales (los que desistan cansados de la verdadera religión) son las embarazadas, de quienes se dijo: ¡ay de ellas! las cuales prolongan la ruina de su carne y disminuyen la velocidad de su marcha en lo íntimo de sus almas, de modo que son incapaces para la virtud y fértiles para los vicios. Pero ni siquiera aquellas embarazadas que se hallan fundadas en el esfuerzo de las buenas obras, y que todavía no han producido ninguna, están libres de la condenación. Algunas conciben por temor de Dios; pero no todas dan a luz; algunas hacen abortar la palabra antes de dar fruto; y otras tienen a Cristo en su seno, pero sin que llegue a formarse. Por tanto, la que da a luz la justicia, da a luz a Cristo. Así, pues, apresurémonos a destetar a nuestros niños, para que no nos sorprenda el día del juicio o de la muerte antes de que estén formados. No sucederá así, si conserváis en vuestro corazón todas las palabras de justicia y no esperáis al tiempo de la vejez, y si concebís luego en la primera edad la sabiduría y la alimentáis sin la corrupción del cuerpo. Al fin del mundo se someterá toda Judea a las naciones creyentes por la palabra espiritual, que es como una espada de dos filos (Ap 1,16; Ap 19,15).
25-27. Estas señales son expresadas con más claridad por San Mateo de este modo: «Entonces se oscurecerá el sol, no dará luz la luna y caerán del cielo las estrellas» (Lc 24,29 ).
También se oscurecerá la brillante antorcha de la fe por la nube de la perfidia para muchos que se separen de la religión; porque aquel sol de justicia se aumenta o se disminuye para mí, según mi fe. Y así como en las fases periódicas de la luna, esto es, en las menguantes de cada mes, la luna se oscurece porque tiene la tierra en frente, así la Iglesia santa, cuando se le oponen los vicios de la carne a la luz del cielo, no puede reflejar el resplandor de la luz divina, de los rayos de Cristo. Y en las persecuciones apaga también el brillo del sol divino el amor de esta vida. Caen también las estrellas, esto es, la gloria del hombre que resplandece, cuando prevalece el furor de la persecución, lo que conviene que suceda hasta que se llene el número de los elegidos. Así se prueban los buenos y se manifiestan los débiles.
Y será tan abrasadora la angustia de las almas por el recuerdo de la multitud de sus delitos (y el temor del juicio que ha de venir) que secará en nosotros el rocío de la fuente divina. A la manera, pues, que se espera la venida del Señor para que todo lo llene su presencia, ya en el mundo respecto del hombre, ya respecto del mundo, lo cual sucede en cada uno de nosotros cuando recibimos a Cristo con todo amor, así también las virtudes de los cielos alcanzarán aumento de gracia a la venida del Señor y se conmoverán por la plenitud de la divinidad que las penetrará más de cerca. Hay también virtudes de los cielos, que cantan la gloria de Dios, y que también por mayor comunicación se conmoverán al ver a Jesucristo.
Notas
[1] Arrio, sacerdote de Alejandría, sostuvo, hacia el año 320, que Jesús no era propiamente Dios, sino la primera criatura creada por el Padre, con la misión de colaborar con Él en la obra de la creación y al que, por sus méritos, elevó al rango de Hijo suyo; por lo mismo, si con respecto a nosotros Cristo puede ser considerado como Dios, no sucede lo mismo con respecto al Padre puesto que su naturaleza no es igual ni consustancial con la naturaleza del Padre.
Esta herejía se difundió como la pólvora y ganó pronto a un prelado ambicioso de la corte de Constantino, Eusebio de Nicomedia, que llegó a convertirse en el verdadero jefe militante del partido de los arrianos; también simpatizó con Arrio el historiador eclesiástico Eusebio de Cesarea. Arrio abandonó Alejandría el año 312 y se fue a propagar su herejía al Asia Menor y a Siria.
El año 325 Constantino, preocupado por la difusión de la herejía y por las luchas internas que, a causa de ella, dividían a los católicos, convocó en Nicea el I Concilio Ecuménico, el cual condenó a Arrio y a sus secuaces, afirmando en el Símbolo llamado Niceno: «Creemos en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador de todas las cosas, visibles e invisibles. Creemos en un solo Señor Jesucristo, Hijo de Dios, engendrado sólo por el Padre, o sea, de la misma sustancia del Padre, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre, por quien todo fue hecho en el cielo y en la tierra, que por nuestra salvación bajó del cielo, se encarnó y se hizo hombre».
El anatema contra Arrio estaba redactado en los siguientes términos: «En cuanto a aquellos que dicen: hubo un tiempo en que el Hijo no existía, o bien que no existía cuando aún no había sido engendrado, o bien que fue creado de la nada, o aquellos que dicen que el Hijo de Dios es de otra hipóstasis o sustancia, o que es una criatura, o cambiante y mutable, la Iglesia católica lo anatematiza».
[2] A partir de los primeros decenios del siglo III el monarquianismo modalista tomó también el nombre de «sabelianismo» del hereje de origen libio Sabelio que, condenado por el papa Calixto (por el 220), difundió esta doctrina por Egipto y por Libia. Defensor de un rígido monoteísmo, Sabelio consideraba a la divinidad como una mónada que se manifestaba (o dilataba) en tres operaciones distintas: Padre en el Antiguo Testamento, Hijo en la encarnación, Espíritu Santo en pentecostés.
Con esta concepción Sabelio renovó el modalismo elemental de sus precursores, ya que introdujo en la economía de la salvación al Espíritu Santo y evitó hablar de la encarnación y de la pasión del Padre.
Esta «herejía de la unión» -como la llama Hilario (De Synodis 26)- consideraba al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo como un solo prosopon y una sola hipóstasis.
Resulta muy difícil precisar la extensión y la duración del sabelianismo que, para salvaguardar rígidamente el principio de la monarquía divina, se contrapuso a la Logostheologie.
Lo cierto es que en el siglo IV los partidarios de esta orientación teológica tacharon de sabelianismo a cualquier forma de monarquianismo. Esto demuestra la importancia que alcanzó el sabelianismo, pero responde igualmente a los preceptos de la retórica clásica, que prefería apelar a personajes ya desaparecidos, evitando mostrar la animosidad personal con adversarios vivos.
Crisóstomo
20-24. Después expone la causa de cuanto va dicho, diciendo: «Porque habrá grande tribulación sobre la tierra e ira para este pueblo». Fueron tales las desgracias que les cupieron, que ninguna otra pudo compararse con ellas, según refiere Josefo.
25-27. Así como en este siglo desaparecen la luna y las estrellas en cuanto sale el sol, así en la gloriosa aparición de Cristo se oscurecerá el sol y no dará luz la luna, y caerán las estrellas del cielo, el cual se despojará de su manto primitivo para vestirse otro de luz mucho mejor.
O bien, se conmoverán las fortalezas de los cielos, aunque inconscientes; y al ver las infinitas muchedumbres que se condenan, no podrán estar allí tranquilas.
El Señor siempre se aparece en la nube según lo del salmo ( Sal 96,12): «La nube y la oscuridad en su derredor». Por lo que el Hijo del hombre vendrá en las nubes como Dios y Señor, no ocultamente, sino en la gloria digna de Dios; y por esto añade: «Con gran poder y majestad».
Teofilacto
23. Dicen algunos que el Señor dio a entender con esto que se comerían a sus hijos, como refiere Josefo.
26a. O de otro modo, cuando se trastorne el orbe superior, los elementos inferiores sufrirán el mismo trastorno. Así dice: «Y se abatirán las naciones de la tierra…» Como si dijera: Bramará terriblemente el mar y la tempestad agitará sus costas, de tal suerte que se abatirán los pueblos, esto es, la miseria será común, hasta que se consuman por el temor y la expectación de los males que asaltarán al mundo. Y continúa: «Y los hombres se abatirán por el temor y la expectación de lo que va a suceder en todo el universo».
26b. No sólo temblarán los hombres cuando se altere el mundo, sino que hasta los ángeles quedarán pasmados de espanto por tan terribles alteraciones del mundo. Dice, pues: «Porque las virtudes de los cielos se conmoverán».
27. «Y entonces verán venir al Hijo del hombre…» Lo verán tanto los fieles como los infieles. Brillará entonces más que el sol, tanto El como su cruz, por lo que será conocido de todos.
28. Esto es, la perfecta libertad del cuerpo y del alma, así como la primera venida del Salvador tuvo por objeto la reforma de nuestras almas, la segunda tendrá lugar para la reforma de nuestros cuerpos.
San Gregorio, in evang. hom. 1
25-27.¿Y a qué se llama virtudes de los cielos, sino a los ángeles, dominaciones, principados y potestades? Ellos aparecerán visiblemente a nuestros ojos a la llegada del severo juez, para exigirnos rigurosamente lo que ahora nos pide con misericordia nuestro invisible Creador.
Los que no quisieron oírlo en su abatimiento tendrán que contemplarlo en su poderío y majestad para que sientan entonces tanto más su fortaleza cuanto más resistieron doblar su cerviz y su corazón ante su misericordia.
28. Como todo lo que va dicho se refiere a los réprobos, habla ahora para consuelo de sus escogidos. Por esto añade: «Cuando comenzaren, pues, a cumplirse estas cosas, mirad y levantad vuestras cabezas, porque cerca está vuestra redención». Como diciendo: Cuando las plagas abruman al mundo, levantad vuestras cabezas, esto es, alegrad vuestros corazones, porque mientras el mundo (de quien en realidad no sois amigos) se acaba, se aproxima vuestra redención, que tanto habéis buscado. En la Sagrada Escritura se toma muchas veces la cabeza en vez de la inteligencia; porque así como los miembros son gobernados por la cabeza, los pensamientos se rigen por la inteligencia. Por tanto, levantar nuestras cabezas equivale a levantar nuestra inteligencia hacia los goces de la patria celestial.
San Cirilo
25-27. Conviene entender las palabras «con grande poder y majestad». En su primera venida apareció con nuestra humilde flaqueza; pero en la segunda lo verificará con todo su poder.
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
San Bernardo, abad
Sermón:
2º sermón para la Ascensión.
«El Hijo del hombre vendrá para llevarnos con él» (Lc 21,27-28).
“El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse” (Hch 1,11). Vendrá, dicen estos ángeles, de la misma manera. ¿Vendrá pues, a buscarnos con este cortejo único y universal, bajará precedido de todos los ángeles y seguido de todos los hombres para juzgar a los vivos y a los muertos? Sí, es totalmente cierto que vendrá, pero vendrá de la misma manera que subió al cielo, no tal como bajó la primera vez. En efecto, cuando vino la otra vez para salvar nuestras almas, fue en humildad. Pero cuando vendrá para sacar este cadáver del sueño de la muerte para “hacerle semejante a su cuerpo glorioso” (Flp 3,21) y llenar de honor esa vasija hoy tan débil, se mostrará en todo su esplendor. Entonces veremos, en todo su poder y majestad a aquel que antaño se escondió bajo la debilidad de nuestra carne…
Cristo, siendo Dios, no podía engrandecer, porque no hay nada más allá de Dios. Y, sin embargo, encontró el medio de crecer: descendiendo, viniendo para encarnarse, sufrir, morir para arrancarnos de la muerte eterna. “Por eso Dios lo exaltó (Flp 2,9). Lo resucitó y se ha sentado a la derecha de Dios. También tú, ve y haz lo mismo: no podrás subir si no comienzas por descender: “El que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido” (Lc 14,11).
¡Dichoso será, Señor Jesús, aquel que sólo te tiene a ti por guía! Que podamos seguirte, nosotros que somos “tu pueblo y las ovejas de tu rebaño” (Sl 78,13), que podamos, por ti, ir hacia ti, porque tú eres “el camino, la verdad, la vida” (Jn 14,6). El camino por medio del ejemplo, la verdad por tus promesas, la vida porque eres tú nuestra recompensa. “Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros sabemos y creemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo” (Jn 6,69;Mt, 16,16) y Dios más alto que todas las cosas, bendito por siempre jamás.
San Agustín, obispo y doctor de la Iglesia
Discurso:
Sobre los Salmos (Salmo 95, n. 14).
«Levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación» (Lc 21,28).
“Vitoreen los campos y cuanto hay en ellos, aclamen los árboles del bosque, delante del Señor, que ya llega, ya llega a regir la tierra.”(Sal 95,12-13) El Señor vino una primera vez y vendrá de nuevo. Ha venido una primera vez “sobre las nubes” (Mt 26,64) en su Iglesia. ¿Cuáles son las nubes que lo trajeron? Los apóstoles, los predicadores…; ha venido una primera vez traído por sus predicadores y ha llenado la tierra. ¡No nos resistamos a su primera venida para no temer la segunda!…
¿Qué tiene que hacer, pues, el cristiano? Usar del mundo pero no servir al mundo. ¿En qué consiste esto? “Poseer como si no poseyera.” (cf 1Cor 7,30) Esto es lo que dice San Pablo: “Digo esto, hermanos, que el momento es apremiante. Queda como solución que… los que compran, como si no poseyeran; los que negocian en el mundo, como si no disfrutaran de él. Porque la representación de este mundo se termina. Quiero que os ahorréis preocupaciones.” (cf 1Cor 7,29ss) El que está libre de toda preocupación espera con seguridad la venida del Señor. Porque ¿es posible amar al Señor si se teme su venida? Hermanos míos ¿no os da vergüenza? Lo amamos ¿y tememos su venida? ¿Lo amamos de verdad, o bien amamos más nuestros pecados? Aborrezcamos, pues, nuestros pecados y amemos a aquel que ha de venir…
“Vitoreen los campos y cuanto hay en ellos, aclamen los árboles del bosque, delante del Señor, que ya llega, ya llega a regir la tierra.” (Sal 95,12) Porque el Señor ha venido una primera vez… Ha venido y vendrá para juzgar la tierra. Entonces encontrará llenos de alegría a todos aquellos que habrán creído en su primera venida.
San Juan Crisóstomo, obispo y doctor de la Iglesia
Homilía:
Homilía sobre la cruz y el ladrón.
«Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del hombre» (Mt, 24,30).
¿Quieres saber por qué la cruz puede ser signo del Reino? ¡Es con este signo que Cristo debe venir en su segundo y glorioso advenimiento! Para que aprendas hasta qué punto la cruz es digna de veneración, él mismo ha hecho de ella un título de gloria…
Sabemos que su primera venida se realizó en secreto, y esa discreción estaba justificada: venía a buscar lo que estaba muerto. Pero su segunda venida no ocurrirá de la misma manera… Aparecerá a todos a la vez y nadie tendrá necesidad de preguntar si Cristo está aquí o allí (Mt 24,26)…; no tendremos necesidad de saber si verdaderamente Cristo está allí, sino que lo que deberemos buscar es si viene con la cruz…
«Cuando aparecerá el Hijo del hombre, el sol se oscurecerá y la luna no ya brillará más» (Mt 24,27). Será tan grande la gloria de su luz que ante ella quedarán empañados los astros más brillantes. «Entonces caerán las estrellas y aparecerá en el cielo el signo del Hijo del hombre». ¿Te das cuenta de cuál es el poder de la señal de la cruz? «El sol oscurecerá y la luna se esconderá», y, por el contrario, la cruz brillará, bien visible, para que sepas que su resplandor es más grande que el del sol y la luna. De la misma manera que al entrar el rey en una ciudad los soldados cargan sobre sus hombros los estandartes reales y los llevan delante de él para anunciar su venida, así también, cuando el Señor descenderá del cielo, la cohorte de los ángeles y de los arcángeles llevaran su signo sobre sus hombros, y de esta manera seremos prevenidos de la llegada de este rey que es Cristo.
Autor antiguo
Homilía: La victoria del Hijo del hombre, que vino y que viene
Una homilía griega del siglo IV sobre la Pascua, 44-48: PG 59, 743; SC 27 (inspirada en una homilía perdida de San Hipólito).
«Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación» (Lc 21,28).
¿Qué es el advenimiento de Cristo? La liberación de la esclavitud y la desestimación del antiguo contrato, el comienzo de la libertad y el honor de la adopción, la fuente de la remisión de los pecados y la vida verdaderamente inmortal para todos.
Como el Verbo, la Palabra de Dios, nos viene de lo alto, tiranizados por la muerte, disueltos, atados por los lazos de la caída, llevados por un camino sin retorno, vino para tomar la naturaleza de Adam, el primer hombre, según el designio del Padre. No les confió a ángeles ni a arcángeles la tarea de nuestra salvación, sino Él mismo tomó sobre sí el combate por nosotros, obedeciendo las órdenes del Padre… Recogiendo y recapitulando en Él toda la grandeza de su divinidad, vino a la medida que quiso… por el poder del Padre no perdió lo que tenía, pero tomando lo que no tenía, llegó a ser tal, que se convirtió en un ser limitado…
Mira que es el Señor: «Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha» (Sal 109,1)… Ve que es el Hijo: «Él me llamará Padre, y yo lo haré mi Hijo» (Salmo 88,27-28) … Observa que también es Dios: «Los poderosos vendrán y se postrarán ante ti; te rogarán, porque tú eres su Dios» (Isaías 45,14) …
Mira que es el Rey eterno: «Cetro de justicia, es tu cetro real… Dios, tu Dios te ha ungido con óleo sagrado «(Salmo 44,7-8)… Ve que es el Señor de los ejércitos, «¿Quién es este Rey de gloria? El Señor de los ejércitos, Él es el Rey de gloria » (Sal 23,8)… También vemos que es el Sumo y Eterno Sacerdote, «Tú eres sacerdote para siempre» (Salmo 109,4). Pero si él es Señor y Dios, Hijo y Rey, Señor y sumo y eterno sacerdote, y porque ha querido, «también es hombre: ¿quién lo comprenderá?»(Jer 17,9 LXX)…
Como Dios y como hombre, Jesús vino a nuestra casa… Se revistió de nuestro cuerpo miserable y caduco… y se hizo cargo de nuestro cuerpo con sus enfermedades, y las curó con su poder, para que se cumpliera la palabra: «Yo soy el Señor… te cogeré de la mano derecha y te fortaleceré… Yo soy el Señor, este es mi nombre… Y el último enemigo, la muerte, será destruida… Muerte, ¿dónde está tu aguijón? «(Is 42,6; 1 Cor 15,26.55).
San Gregorio Magno, papa
Homilía:
Homilías sobre el Evangelio, n° 1, 3.
«Alzaos, levantad la cabeza, se acerca vuestra liberación» (Lc 21,28).
«Las potencias de los cielos serán puestas en movimiento. » ¿A quién llama el Señor potencias de los cielos, si no a los ángeles, los arcángeles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados y los Poderes? (Col 1,16) aparecerán visiblemente en el momento de la llegada del Juez…
Entonces verán al Hijo del Hombre venir sobre las nubes con gran poder y majestad; como si claramente nos dijera: verán rodeado de gran pompa y majestad, al que no quisieron oír cuando se presentó humilde… estas palabras fueron dichas para los réprobos; pero para consuelo de los elegidos, dice:”Cuando empiecen a cumplirse estas cosas, levantad vuestras cabezas, puesto que se acerca vuestra redención”. Es como si la Verdad advirtiera claramente a sus elegidos diciendo: » en el momento en el que las desgracias del mundo se multiplican, regocijaos. Mientras se acaba el mundo, del que nunca fuisteis amigos, la redención que siempre deseasteis se acerca».
Los que aman a Dios son invitados a regocijarse por ver acercarse el fin del mundo, porque encontrarán pronto el mundo que desean, cuando haya pasado aquel al que no están atados. Que los fieles que deseen ver a Dios, se abstenga bien de llorar por las desgracias que golpean el mundo, ya que sabe que estas mismas desgracias llegan su fin. Está escrito en efecto: «el que quiere ser amigo de las cosas de este mundo se hace enemigo de Dios» (Jc 4,4). El que pues no se regocija por ver acercarse el fin de este mundo, ése muestra que es su amigo, y de ahí da pruebas de ser enemigo de Dios.
Más no sea así el corazón de los fieles, de los que creen que existe otra vida y los que, por sus actos, prueban que le aman… ¿En efecto, qué es esta vida mortal si no un camino? ¡Qué locura, hermanos míos, agotarse en el camino, no queriendo alcanzar el fin!…
Así, hermanos míos, no améis las cosas de este mundo, que, como vemos según los acontecimientos que se producen alrededor nuestro, no podrá subsistir por mucho tiempo.
Tomás de Kempis
Imitación de Cristo
II, c. 1.
«Cristo vendrá a ti» (cf. Lc 21,27s).
Dice el Señor: El reino de Dios dentro de vosotros está (Lc 17, 21). Conviértete a Dios de todo corazón, y deja ese miserable mundo, y hallará tu alma reposo. Aprende a menospreciar las cosas exteriores y darte a las interiores, y verás que se vienen a ti el reino de Dios. Pues el reino de Dios es paz y gozo en el Espíritu Santo (Rm 14, 17), que no se da a los malos.
Si preparas digna morada interiormente a Jesucristo, vendrá a ti, y te mostrará su consolación. “Toda su gloria y hermosura está en lo interior” (Sal 44, 14 Vulg.), y allí se está complaciendo. Su continua visitación es con el hombre interior; con él habla dulcemente, tiene agradable consolación, mucha paz y admirable familiaridad.
Ea, pues, alma fiel, prepara tu corazón a este Esposo para que quiera venirse a ti, y hablar contigo. Porque él dice así: “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y vendremos a él y haremos en él nuestra morada” (Jn 14, 23)… El amante de Jesús y de la verdad, y el hombre verdaderamente interior y libre de las aflicciones desordenadas, se puede volver fácilmente a Dios, y levantarse sobre sí mismo en el espíritu, y descansar gozosamente… El hombre interior presto se recoge; porque nunca se entrega todo a las cosas exteriores. No le estorba el trabajo exterior, ni la ocupación necesaria a tiempos; sino que así como suceden las cosas, se acomoda a ellas… El que está interiormente bien dispuesto y ordenado, no cuida de los hechos famosos y perversos de los hombres… Si desprecias las consolaciones de fuera, podrás contemplar las cosas celestiales, y gozarte muchas veces dentro de ti.
Catecismo de la Iglesia Católica
Cristo volverá con gran gloria
nn. 668 – 671.
«Cristo murió y volvió a la vida para eso, para ser Señor de muertos y vivos» (Rm 14,9). La Ascensión de Cristo al cielo significa su participación, en su humanidad, en el poder y en la autoridad de Dios mismo. Jesucristo es Señor: posee todo poder en los cielos y en la tierra. Él está «por encima de todo Principado, Potestad, Virtud, Dominación» porque el Padre» bajo sus pies «sometió todas las cosas» (Ef 1, 20-22). Cristo es el Señor del cosmos y de la historia. En él la historia de la humanidad e incluso toda la Creación encuentra su recapitulación (Ef 1,10), su cumplimiento trascendente.
Como Señor, Cristo es también la cabeza de la Iglesia que es su Cuerpo (Ef 1,22). Elevado al cielo y glorificado, habiendo cumplido así su misión, permanece en la tierra en su Iglesia… «La Iglesia, o el reino de Cristo presente ya en misterio «constituye el germen y el comienzo de este Reino en la tierra» (Vaticano II: LG 3,5). Desde la Ascensión, el designio de Dios ha entrado en su consumación. Estamos ya en la «última hora» (1Jn 2,18).
«El Reino de Cristo, presente ya en su Iglesia, sin embargo, no está todavía acabado «con gran poder y gloria» (Lc 21,17) con el advenimiento del Rey a la tierra. Este Reino aún es objeto de los ataques del poder del mal, a pesar de que estos poderes hayan sido vencidos en su raíz por la Pascua de Cristo. Hasta que todo le haya sido sometido (1C 15,28), y «mientras no haya nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia, la Iglesia peregrina lleva en sus sacramentos e instituciones, que pertenecen a este tiempo, la imagen de este mundo que pasa. Ella misma vive entre las criaturas que gimen en dolores de parto hasta ahora y que esperan la manifestación de los hijos de Dios» (LG 48; Rm 8,19.22). Por esta razón, los cristianos piden, sobre todo en la Eucaristía, que se apresure el retorno de Cristo cuando suplican: «Ven, Señor Jesús» (1Co 16, 22; Ap 22,17.20).