Lc 19, 11-28: Parábola de las minas
/ 19 noviembre, 2013 / San LucasTexto Bíblico
11 Mientras ellos escuchaban todo esto, añadió una parábola, porque él estaba cerca de Jerusalén y pensaban que el reino de Dios iba a manifestarse enseguida. 12 Dijo, pues: «Un hombre noble se marchó a un país lejano para conseguirse el título de rey, y volver después. 13 Llamó a diez siervos suyos y les repartió diez minas de oro, diciéndoles: “Negociad mientras vuelvo”. 14 Pero sus conciudadanos lo aborrecían y enviaron tras de él una embajada diciendo: “No queremos que este llegue a reinar sobre nosotros”. 15 Cuando regresó de conseguir el título real, mandó llamar a su presencia a los siervos a quienes había dado el dinero, para enterarse de lo que había ganado cada uno.
16 El primero se presentó y dijo: “Señor, tu mina ha producido diez”. 17 Él le dijo: “Muy bien, siervo bueno; ya que has sido fiel en lo pequeño, recibe el gobierno de diez ciudades”. 18 El segundo llegó y dijo: “Tu mina, señor, ha rendido cinco”. 19 A ese le dijo también: “Pues toma tú el mando de cinco ciudades”. 20 El otro llegó y dijo: “Señor, aquí está tu mina; la he tenido guardada en un pañuelo, 21 porque tenía miedo, pues eres un hombre exigente que retiras lo que no has depositado y siegas lo que no has sembrado”. 22 Él le dijo: “Por tu boca te juzgo, siervo malo. ¿Conque sabías que soy exigente, que retiro lo que no he depositado y siego lo que no he sembrado? 23 Pues ¿por qué no pusiste mi dinero en el banco? Al volver yo, lo habría cobrado con los intereses”. 24 Entonces dijo a los presentes: “Quitadle a este la mina y dádsela al que tiene diez minas”. 25 Le dijeron: “Señor, ya tiene diez minas”. 26 “Os digo: al que tiene se le dará, pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. 27 Y en cuanto a esos enemigos míos, que no querían que llegase a reinar sobre ellos, traedlos acá y degolladlos en mi presencia”».
28 Dicho esto, caminaba delante de ellos, subiendo hacia Jerusalén.
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
San Eusebio
11-12. Creían algunos que vendría el reino del Salvador en su primera venida y creían que esto se verificaría cuando subiese a Jerusalén; tanto les habían admirado los milagros divinos que hacía. Por esto les da a conocer que no se recibirá el Reino dado por el Padre antes de ir al Padre por los hombres. Y así dice: «Oyendo ellos esto, prosiguió diciéndoles una parábola con ocasión de estar cerca de Jerusalén».
Esta marcha a una región distante significa su ascensión desde la tierra al cielo. Y cuando añade: «Para recibir un reino y volverse después» da a conocer su segunda venida gloriosa y regia. Y así en primer lugar se llama hombre por su nacimiento según la carne; después se llama noble. Y no se llama todavía rey porque no ostentaba aún la majestad real en su primera venida. Por esto dice muy oportunamente: «a recibir un reino» porque dándoselo el Padre, lo obtuvo según las palabras de Daniel: «He aquí que el Hijo del hombre venía sobre las nubes, y se le dio un reino» (Dan 7,13).
13. Por medio de aquellos que reciben las minas significa a sus discípulos, a los que dando minas les encarga que hagan igual dispensación a todos, y les manda negociar. Sigue, pues: «Y les dijo: Negociad mientras vengo». Este negocio no era otro que la doctrina del Reino de los Cielos que habían de predicar sus discípulos a los hombres. Una misma había de ser la doctrina para todos, una misma fe y un solo bautismo. Por esto se da una mina a cada uno.
Cuando dice «sus ciudadanos», se refiere a los judíos nacidos de la misma progenie según la carne, y también porque cumplía como ellos con los preceptos de la ley.
15. Después que el Salvador dijo que esto se refería a su primera venida, anuncia a continuación su vuelta majestuosa y gloriosa diciendo: «Y cuando volvió después de haber recibido el reino», etc.
San Agustín, De quaest. evang., 2
12. O bien la región distante es la Iglesia de los gentiles, que llega hasta los confines de la tierra, porque se marchó para que pudiese entrar la plenitud de las naciones y volverá para que pueda salvarse todo Israel (n. 46).
13. O bien por diez minas significa la ley a causa del Decálogo, y los diez siervos son aquellos que estaban sometidos a la ley y a los que se anunció la gracia. Así debe entenderse que se les han concedido las diez minas para su uso, después que han entendido que la ley representaba al Evangelio, aunque encubierta por un velo (n. 46).
14. Enviaron también legados después de El, porque aun después de su resurrección persiguieron a los apóstoles y despreciaron la predicación del Evangelio (n. 61).
15. Vuelve después de recibido el reino, porque habrá de venir con un brillo clarísimo quien antes apareció humilde entre los hombres cuando dijo, según San Juan: «Mi reino no es de este mundo» (Jn 18,36) (n. 41).
16-19. Cuando dice que uno de aquellos que agenciaron bien las minas adquirió diez y el otro cinco, da a conocer que éstos son los que entran en el rebaño del Señor, porque ya conocen la ley en virtud de la gracia, por los diez mandamientos de la ley, o porque el que la dictó escribió cinco libros. A esto se refieren también las diez y las cinco ciudades que pone bajo sus órdenes, porque la variedad o diversidad de cada precepto o de cada libro multiplica su inteligencia, y reducida o convertida en un sentido, forman como una ciudad de los que viven de pensamientos eternos, porque una ciudad no es una reunión de animales cualesquiera, sino de racionales que viven unidos por una misma ley. Que los siervos que dan cuenta de lo que han recibido sean alabados por el fruto que han hecho, significa que dan buena cuenta los que emplean bien lo que han recibido para aumentar las riquezas del Señor, por aquellos que creerán en El; pero los que no quieren obrar así, son retratados en aquel que guarda su mina en un lienzo (n. 46).
20-22. Por esto dice: «Y vino el tercero diciendo: Señor, he aquí la mina que me entregaste, y que he guardado en un lienzo». Hay algunos hombres que, haciendo alarde de su maldad, dicen: es suficiente que cada uno dé cuenta de lo que ha recibido. ¿Qué necesidad hay de predicar a otros y de ayudarles para tener que dar cuenta también de ellos? Pues no tendrán excusa delante de Dios aquellos a quienes no se les halle anunciando la ley, ni tampoco aquéllos que no hayan obedecido al Evangelio después de haberle oído, puesto que por la criatura pudieron conocer al Creador. Por esto sigue: «Porque tuve miedo de ti que eres hombre severo», etc. Esto es tanto como segar donde no se ha sembrado; esto es considerar como reos de impiedad a aquéllos por quienes no ha sido anunciada la ley ni el Evangelio. Por esto, queriendo evitar el peligro de la cuenta que habrán de dar, se abstienen del trabajo de predicar la divina palabra, y esto equivale a esconder la mina en un lienzo (n. 46).
23. O bien, el banco en que debe colocarse el dinero es la profesión de la religión que públicamente se propone como medio necesario a la salvación ( n. 46).
24. «Quitadle la mina…» Por esto da a entender que este siervo podía perder la gracia de Dios, porque teniéndola obraba como si no la tuviese; esto es, que no la utilizaba, y por esto debía aumentarse a aquél que teniéndola, la tiene; esto es, usa bien de ella (n. 46).
Beda
13. La mina, pues, que los griegos llaman mna, tiene cien dracmas y toda la Sagrada Escritura resplandece con el valor del número ciento, porque figura la perfección de la vida eterna.
16-17. El primer siervo es el orden de los doctores enviados al pueblo de la circuncisión, que recibió una mina para que fructificase, porque se le mandó predicase una sola fe; pero esta mina produjo diez, porque su enseñanza asoció con ellos al pueblo que vivía bajo el yugo de la ley. Le dijo, pues: «Está bien, siervo bueno: pues que en lo poco has sido fiel», etc. El siervo es fiel en lo poco, porque no adultera las palabras de Dios. Todos los dones que recibimos en la vida presente son pocos en comparación con los de la otra vida.
18-19. «Vino el segundo y dijo…» Aquel siervo figura a los que han sido enviados a predicar a los gentiles, cuya mina (esto es, la fe evangélica) había producido cinco minas; porque convirtió a la gracia de la fe evangélica a las naciones esclavas de los sentidos del cuerpo. Prosigue: «Y a éste le dice: Y tú gobierna sobre cinco ciudades». Esto es, brille tu justicia sobre las almas en que has imbuido la fe.
20-23a. El colocar la moneda en un sudario, es tanto como sepultar los dones recibidos bajo el ocio de una muelle pereza. Pero lo mismo que dijo para excusarse se convirtió en su acusación. Por esto sigue: «Entonces él le dijo: Mal siervo, por tu propia boca te condeno». Es llamado mal siervo, porque fue perezoso en el cumplimiento de su deber, y soberbio en acusar el juicio del Señor. «Sabías que yo era hombre severo, que llevo lo que no puse, y siego lo que no he sembrado, ¿por qué no pusiste mi dinero en el banco?». Como diciendo: Si sabías que yo era duro y que me gusta utilizar lo ajeno, ¿por qué este pensamiento no te ha llenado de premura, previendo que yo había de buscar lo mío con mayor solicitud? El dinero o la plata es la predicación del Evangelio y la palabra divina, porque la palabra de Dios es santa y pura como el oro probado por el fuego (Sal 11). Esta palabra del Señor debía ponerse en el banco, o lo que es lo mismo, inculcarla en los corazones que están dispuestos y preparados.
23b. El que recibe el dinero de la palabra creyendo en lo que se le enseña, queda obligado a devolverlo con ganancias trabajando; o bien que, según lo que ha oído, procure entender lo que aún no ha aprendido por boca de los predicadores.
24-26. En sentido espiritual esto quiere decir (según yo creo), que cuando entrase la plenitud de las gentes se salvaría todo Israel (Rom 11) y que entonces se concedería la abundancia de la gracia espiritual a los doctores.
San Ambrosio
13-14. Las diez ciudades son las almas, a las que preside con derecho el que haya depositado en el corazón de los hombres el tesoro del Señor y su santa palabra como plata acrisolada (Sal 11). Porque así como se dice que Jerusalén ha sido edificada como una ciudad (Sal 120), así sucede con las almas pacíficas; y del mismo modo que los ángeles gobiernan, así gobernarán también los que merezcan la vida de los ángeles.
Prosigue: «Y vino otro, y dijo: Señor, tu mina ha ganado cinco minas».
18-19. O bien, adquirió cinco minas el que enseña la moral, porque son cinco los sentidos corporales; el que adquirió diez, el duplo, representa a aquellos que enseñan los preceptos místicos de la ley y la santidad de la moral. También podemos entender aquí por diez minas las diez palabras (esto es, la doctrina de la ley), y las cinco minas son las enseñanzas de la doctrina, pero el legisperito debe ser perfecto en todas las cosas. Y con razón dice, hablando de los judíos, que sólo dos habían devuelto el dinero multiplicado, no ciertamente por el dinero, sino por su buena administración. Porque una cosa es la usura del dinero, y otra la de la doctrina celestial.
24-26. Nada dice de los demás siervos, que pródigos han perdido como deudores lo que habían recibido. En los dos siervos que ganaron se designa a los pocos que son destinados dos veces al cultivo de la viña; en los demás a todos los judíos. Prosigue: «Y ellos le dijeron: Señor, que tiene diez minas»; y para que no se crea que esto no es justo, añade: «Que a todo aquél que tuviere se le dará».
Teofilacto
11. Pero el Señor les desvanece la ilusión de sus pensamientos; porque el reino de Dios no es sensible. Manifiesta también que, como Dios, conoce sus pensamientos, proponiéndoles la siguiente parábola. Prosigue: «Dijo, pues: Un hombre noble fue a una tierra distante a recibir allí un reino y después volverse».
20-21. Con el lienzo o sudario se vela la cara de los muertos. Con razón, pues, se dice que este perezoso había envuelto la mina en un lienzo, porque ocultándola y no usando de ella, no mejoró su condición ni aumentó su valor.
24-27. Porque como ha aumentado las diez, duplicándolas, es evidente que duplicando un número mayor dará un beneficio más importante a su Señor. Se le quitará aun lo que tiene al desidioso y ocioso que no se esfuerza en aumentar lo que tiene. Por esto sigue: «Mas al que no tiene se le quitará aun lo que tiene», para que no sea infructuoso el dinero del Señor, siendo así que puede darle a otros que lo aumenten. Esto no se refiere sólo a la predicación y a la enseñanza, sino también a las virtudes morales; porque el Señor nos da por ellas sus gracias, dotando a uno del ayuno, a otro de la oración, a otro de la mansedumbre y de la humildad, cuyas virtudes multiplicaremos si vigilamos; pero si nos damos a la ociosidad, las perderemos. Después añade hablando de los contrarios: «Y en cuanto a aquellos mis enemigos que no quisieron que yo reinase sobre ellos, matadlos», etc.
A quienes entregará a la muerte arrojándolos al fuego exterior, pero en este mundo fueron inmolados de una manera lamentable por el ejército romano.
Crisóstomo
13. Acostumbra la Sagrada Escritura a usar como señal de perfección el número diez, para pasar del cual es preciso empezar otra vez por la unidad, como si la decena tuviese un término, y por eso se dice en la distribución de los talentos que ha llegado hasta la perfección del divino servicio el que ha recibido diez minas.
15. La Sagrada Escritura hace mención de dos reinos de Dios: el uno de la creación, en virtud del cual es considerado como el rey del Universo por derecho de la creación, y el otro de la sumisión, según el cual domina sobre los justos sometidos a El voluntariamente, y éste es el reino que se dice recibió (hom. 39, in 1 ad Cor.).
16-19. En efecto; porque con los bienes de la tierra no se enriquece uno si no se empobrece otro; pero respecto de las cosas espirituales no puede enriquecerse uno sin enriquecer a los demás. En las cosas corporales, pues, disminuye esta participación; en las espirituales aumenta.
23b. En las riquezas materiales, los que deben no están obligados más que a conservarlas, porque han de entregar tanto cuanto reciben, y nada más se les exige. Mas en las cosas divinas, no solamente tenemos obligación de conservarlas, sino que se nos amonesta para que las aumentemos. Por esto sigue: «Para que cuando volviese lo tomara con las ganancias».
24. Por tanto, dice a los que estaban presentes: «quitadle la mina», porque no es propio del prudente el castigar por sí mismo, sino que necesita de otro cualquiera (esto es, de un ministro), para que ejecute lo que el juez le ordene; porque no es Dios mismo quien aplica los castigos, sino que lo hace por medio de sus ángeles (Hom. 43 in Acta versus finem).
27. Esto es contra los marcionitas [1]; porque Jesucristo dice: «Traed a mis enemigos y matadlos en mi presencia»; no obstante, éstos dicen que Jesucristo es bueno pero que es malo el Dios del Antiguo Testamento. Pero es evidente que el Padre y el Hijo hacen una misma cosa; porque el Padre envía un ejército a su viña (Mt 21), y el Hijo hace matar en su presencia a los enemigos [2].
Esta parábola de San Lucas se diferencia de la que refiere San Mateo hablando de los talentos. En la primera el mismo capital recibido da diferentes productos porque con una mina uno ganó diez talentos y el otro ganó cinco; y en la de San Mateo dice lo contrario, porque el que recibió dos ganó otros dos, y el que recibió cinco ganó otros cinco; por tanto los premios no son iguales (Hom. 79 in Math.).
Notas
[1] Originario de Sínope, en el Ponto (en la actual Turquía), Marción dio origen a la herejía que lleva su nombre (marcionismo). Nació, según se cree, a principios del siglo II. Enseñaba que uno es el Dios del Antiguo Testamento, creador del mundo material, justiciero y malo, y otro distinto el Dios del Nuevo Testamento, Padre bondadoso y Redentor de misericordia. Consecuencia de esto es el rechazo del Antiguo Testamento y la aceptación del Nuevo, depurado de toda doctrina que lo asemeje al judaísmo; de allí que sólo aceptara diez libros del canon neotestamentario negando la inspiración de Mateo, Marcos y Juan, las cartas pastorales y la carta a los Hebreos entre otros. Desde su rechazo a la materia, profesa una cristología docetista, negando la humanidad real del Señor Jesús. Marción fundó una Iglesia heterodoxa que alcanzó cierta difusión, subsistiendo incluso hasta el inicio del Medioevo. Fue combatido por los grandes apologistas: San Ireneo, Orígenes, Tertuliano, Justino, etc.
[2] Indica la continuidad y unidad entre la concepción de Dios del Antiguo y del Nuevo Testamento. La figura utilizada, propia del estilo oratorio, no debe llevarnos a creer que Jesús es cruel. Son figuras que indican que los pecadores sufren la consecuencia de sus propios pecados.
San Cirilo
11-12. El espíritu de esta parábola describe todos los misterios de Jesucristo desde el primero hasta el último, porque Dios se ha hecho hombre existiendo como Verbo, y aun cuando se ha convertido en siervo, es, sin embargo, noble, según su inefable nacimiento del Padre.
13. Subiendo, pues, a los cielos, está sentado a la diestra de la majestad en lo Alto (Heb 1); y antes de subir dispensa a los creyentes diferentes gracias divinas, así como las facultades del amo pueden trasmitirse a los siervos para que las hagan fructificar, haciéndolos dignos de recompensa. Prosigue: «Y habiendo llamado a diez de sus siervos, les dio diez minas».
14. Hay mucha diferencia, sin embargo, entre éstos y aquellos que han combatido el reino de Dios, de los cuales dice: «Mas los de su ciudad le aborrecían», etc. Esto es lo que Jesucristo reprochó a los judíos diciéndoles: «Ahora me han visto, y me aborrecen a mí y a mi Padre» (Jn 15,24). Renunciaron a su reino, diciendo a Pilato: «No tenemos otro rey que el César» (Jn 19,15).
16. Cuando vuelva Jesucristo después de recibido su reino, merecerán alabanzas los ministros de la palabra, y tendrán suma complacencia en los honores celestiales, porque multiplicaron el talento habiendo adquirido otros muchos. Por esto añade: «Llegó, pues, el primero y dijo: Señor, tu mina ha ganado diez minas».
20-24. Es obligación de los doctores inculcar en los oyentes la doctrina santa y provechosa; pero corresponde a la gracia divina el atraer obedientes a los que la oyen, haciendo fecundo su entendimiento. No merece, por tanto, alabanza este siervo ni se hizo acreedor a que se le honre, sino que más bien debe condenársele por perezoso. Por esto sigue: «Y dijo a los que estaban allí: quitadle la mina y dádsela al que tiene diez».
San Basilio, in Isaiae, cap. 13 visione 13
27. El Señor no sólo es noble según la Divinidad sino también según su naturaleza humana, puesto que descendía de David según la carne. Se había marchado a una región muy distante, no tanto por la distancia local como por sus condiciones naturales. Porque el mismo Dios está cerca de nosotros cuando nos aproximan a El nuestras buenas obras, y está distante siempre que, esforzándonos por perdernos, nos colocamos a distancia de El. Vino, por lo tanto, a esta región terrena muy distante de Dios para recibir el reino de los gentiles, según las palabras del Salmo: «Pídeme y te daré todas las gentes como heredad tuya» (Sal 2,8).
Griego
13-14. Pero como recibió la gracia de los propios bienes se le dice que mande en diez ciudades. Acerca de estas promesas, juzgando algunos de una manera baja, creen que se habrán de conceder dignidades y prefecturas en la Jerusalén de la tierra reparada con piedras preciosas si cumplen bien con Jesucristo, dominada su alma por la ambición del poder y de las preferencias.
Tito Bostrense
28. Como el Señor había dicho: «El reino de Dios se acerca», viendo que subía a Jerusalén, creían que se encaminaba allí para empezar el reino de Dios. Una vez terminada la parábola en la que enmendó el error predicho, y habiendo manifestado que todavía no había vencido a la muerte que se le preparaba, se encamina hacia su pasión subiendo a Jerusalén. Por esto dice: «Y dicho esto, iba delante subiendo a Jerusalén».
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
Santa Teresa de Calcuta
Escritos: El trabajo y el servicio.
El amor más grande, cap. 5
«Puesto que has sido fiel en lo poco, recibe autoridad sobre diez ciudades»
Hagamos lo que hagamos, aunque solo sea ayudar a alguien a atravesar la calle, se lo estamos haciendo a Jesús. Incluso ofrecer a alguien un vaso de agua es dárselo a Jesús. Esta es una pequeñísima enseñanza, pero cada vez más importante. No hemos de tener miedo de proclamar el amor de Cristo ni de amar como Él amó.
El trabajo que hagamos, por pequeño y humilde que sea, convirtámoslo en un acto de amor a Cristo. Pero por hermoso que sea el trabajo, no nos apeguemos a él, debemos estar dispuestos a dejarlo. El trabajo no es nuestro. Los talentos que Dios nos ha dado no son nuestros, nos han sido dados para que los usemos por la gloria de Dios. Seamos generosos y usemos todo lo que tenemos por el buen maestro.
¿Qué tenemos que aprender? A «ser mansos y humildes»(Mt 11,29): si somos mansos y humildes aprenderemos a orar. Si aprendemos a orar perteneceremos a Jesús. Si pertenecemos a Jesús aprenderemos a creer, y si creemos aprenderemos a amar, y si amamos aprenderemos a servir.
Orígenes, presbítero
Homilía: Los dones de Dios y la libertad del hombre
Homilías sobre el Libro de los Números, n. 12, 3.
« Llamó a diez siervos suyos y les repartió diez minas de oro, diciéndoles: “Negociad mientras vuelvo”» (Lc 19,13).
¿Tiene el hombre algo que ofrecer a Dios? Sí, su fe y su amor. Es esto lo que Dios pide al hombre tal como está escrito: «Ahora, Israel, ¿qué es lo que te exige el Señor, tu Dios? Que temas al Señor, tu Dios, que sigas sus caminos y lo ames, que sirvas al Señor, tu Dios, con todo el corazón y con toda el alma, que guardes los preceptos del Señor, tu Dios, y los mandatos que yo te mando hoy» (Dt 10,12). Estas son las ofrendas, estos son los dones que debe presentar al Señor. Y para ofrecerle estos dones con todo el corazón es preciso que antes le conozca; es preciso haber bebido antes del conocimiento de su bondad en las aguas profundas de su pozo…
¡Al escuchar estas palabras deben enrojecer los que niegan que la salvación del hombre está en poder de su libertad! ¿Acaso Dios podría pedir alguna cosa al hombre si éste no fuera capaz de responder a la petición de Dios y poderle ofrecer lo que le debe? Porque el don de Dios existe, pero también debe existir la contribución del hombre. Por ejemplo, estaba en poder del hombre que una moneda de oro produjera otras diez o que produjera otras cinco; pero pertenece a Dios el que el hombre posea esta moneda de oro con la cual ha podido ganar otras diez. Cuando el hombre ha presentado a Dios las otras diez monedas de oro ganadas por él, ése ha recibido un nuevo don, esta vez no de plata, sino el poder y la realeza sobre diez ciudades.
Igualmente, Dios pidió a Abrahán que le ofreciera su hijo Isaac sobre la montaña que él le indicaría. Y Abrahán, sin dudar, ofreció a su hijo único: lo colocó sobre el altar y empuño el cuchillo para degollarlo; pero inmediatamente una voz lo retuvo y se le dio un carnero para inmolarlo en lugar de su hijo (Gn 22). Ya lo ves: lo que ofrecemos a Dios queda para nosotros; pero se nos pide la ofrenda a fin de que, presentándola, demos testimonio de nuestro amor a Dios y de nuestra fe en él.
San Serafín de Sarov, monje ortodoxo ruso
Diálogos: ¿Para qué vives?
Conversación con Motovilov.
«Haced que fructifiquen durante mi viaje» (Lc 19,13b).
El verdadero fin de nuestra vida cristiana es la adquisición del Espíritu de Dios; la oración, las vigilias, el ayuno, la limosna y los demás actos de virtud hechos en nombre de Cristo, no son otra cosa que medios para alcanzarla…¿Sabéis bien lo que supone adquirir plata? Pues adquirir el Espíritu Santo, es semejante.
Para el común de las gentes, la finalidad de la vida consiste en la adquisición de plata, en la ganancia. Los nobles, además, desean obtener honores, señales de distinción y otras recompensas por los servicios que han prestado al Estado. La adquisición del Espíritu Santo es también un capital, pero un capital eterno, fuente de gracias, parecido a los capitales temporales que se obtienen por los mismos procedimientos. Nuestro Señor Jesucristo, el hombre-Dios, compara nuestra vida a un mercado y nuestra actividad en la tierra, a un comercio. A todos nos recomienda: «Hacedlos crecer hasta que yo vuelva», y San Pablo escribe: «Sabed comprar la ocasión, porque vienen días malos» (Ef 5,16). Dicho de otra manera: Espabilaos para obtener los bienes celestes negociando las mercancías terrestres. Estas mercancías terrestres no son otra cosa que los actos de virtud hechos en nombre de Cristo y que nos traen la gracia del Santo Espíritu.
San Francisco de Sales, obispo
Sermón: Ambición espiritual.
Sermón. X, 69.
«A todo el que tiene, se le dará, y al que no tiene, aún lo que tiene le será quitado» (Lc 19,26).
Dios da su gracia a los justos con medida plena y colmada y que rebosa por todas partes, pues la gracia se da, de tal manera, en esta vida, que siempre puede tener aumento su comunicación.
Por eso no se puede decir: Ya basta, ya tengo suficiente gracia, o suficientes virtudes; basta de mortificación, ya la he ejercitado bastante.
Cometería gran error quien dijera semejantes palabras; mostraría así su indigencia y la desgracia que le aflige; pues a esa gente que estima tener ya suficiente, Dios le retirará lo que tiene.
Se dará al que tiene, dice el Señor, y al que no tiene se le quitará. Esto hay que entenderlo así: se dará a aquel que, habiendo recibido mucho y habiendo trabajado mucho, no descansa, sin embargo, pensando que ya no necesita nada más, sino que, con santa y verdadera humildad, reconoce su indigencia. Al que tiene mucho, se le dará más. Pero al que ha recibido alguna gracia y cree tener suficiente, se le quitará lo que tiene y no se le dará nada.
El mundo tiene ambición de adquirir riquezas y honores y jamás dice: ya es bastante. ¡Qué ceguera!, pues a poco que posea tiene bastante, ya que la gloria, los bienes y dignidades demasiados causan la muerte y la pérdida de las almas.
Claro que, en esas cosas, se puede decir: ya tengo suficiente, con esto me contento. Pero en los bienes espirituales, ¡oh! nunca pensemos mientras estamos en este exilio, que ya tenemos bastante, sino que hemos de disponernos continuamente a recibir un aumento de gracia.
Benedicto XVI, papa
Encíclica “Caritas in veritate”: Ecología cristiana.
§ 48.50.
«Háganlas producir» (cf. Lc 19,13).
El ambiente natural es un don de Dios para todos, y su uso representa para nosotros una responsabilidad para con los pobres, las generaciones futuras y toda la humanidad. […] El creyente reconoce en la naturaleza el maravilloso resultado de la intervención creadora de Dios, que el hombre puede utilizar responsablemente para satisfacer sus legítimas necesidades —materiales e inmateriales— respetando el equilibrio inherente a la creación misma. Si se desvanece esta visión, se acaba por considerar la naturaleza como un tabú intocable o, al contrario, por abusar de ella. Ambas posturas no son conformes con la visión cristiana de la naturaleza, fruto de la creación de Dios.
La naturaleza es expresión de un proyecto de amor y de verdad. Ella nos precede y nos ha sido dada por Dios como ámbito de vida. Nos habla del Creador (cf. Rm 1,20) y de su amor a la humanidad. Está destinada a encontrar la «plenitud» en Cristo al final de los tiempos (cf. Ef 1,9-10;Col 1,19-20). También ella, por tanto, es una «vocación». La naturaleza está a nuestra disposición no como un «montón de desechos esparcidos al azar», sino como un don del Creador que ha diseñado sus estructuras intrínsecas para que el hombre descubra las orientaciones que se deben seguir para «guardarla y cultivarla» (cf. Gn 2,15). […]
Es lícito que el hombre gobierne responsablemente la naturaleza para custodiarla, hacerla productiva y cultivarla también con métodos nuevos y tecnologías avanzadas, de modo que pueda acoger y alimentar dignamente a la población que la habita. En nuestra tierra hay lugar para todos: en ella toda la familia humana debe encontrar los recursos necesarios para vivir dignamente […]. Pero debemos considerar un deber muy grave el dejar la tierra a las nuevas generaciones en un estado en el que puedan habitarla dignamente y seguir cultivándola.
San Josemaría Escrivá de Balaguer, presbítero
Homilía: Matar el tiempo, ¡qué pena!
Homilía en Amigos de Dios.
«Hacedla fructificar» (Lc 19,13b).
“Señor, aquí tienes tu pieza de oro, la guardé en un pedazo de tela”. ¿De qué se va a ocupar después este hombre si ha abandonado su instrumento de trabajo? De manera irresponsable optó por la solución más cómoda, la de devolver lo que había recibido. ¡Se dedicará a matar el tiempo: los minutos, las horas, los días, los meses, los años, la vida! Los otros se han esforzado mucho negociando, preocupándose noblemente por devolver a su amo más de lo que recibieron, el fruto legítimo, porque la recomendación fue muy concreta: “Hacedlo fructificar hasta que yo vuelva”; encargaos de este trabajo para sacar provecho hasta que vuestro amo regrese. Pero él, en revancha, no hace nada con la pieza; este hombre estropea su existencia.
¡Qué lástima no vivir más que para matar su tiempo, ese tesoro de Dios! Nada puede excusar un comportamiento semejante. San Juan Crisóstomo escribe: “Que nadie diga: no dispongo más que de un talento, no puedo hacer nada con él. Con un solo talento puedes actuar de forma meritoria”. Triste cosa es no sacar provecho, hacer rendir todas las capacidades, pequeñas o grandes, que Dios concede al hombre para que se dedique a servir a las almas y a la sociedad! Cuando, por egoísmo, el cristiano se encoge, se esconde, se desinteresa, en una palabra, cuando mata su tiempo, se arriesga mucho a matar
San Juan Pablo II, papa
Homilía: Trabajo humano y Reino de Dios.
Ante los trabajadores en Luxemburgo, mayo 1985.
«Hacedlos fructificar» (Lc 19,23).
Cuando Dios creó la humanidad, el hombre y la mujer, dijo: “Sed fecundos y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla” (cf Gn 1,28). Este es, de alguna manera, el primer mandamiento de Dios, relacionado con el orden de la creación. El trabajo humano corresponde a la voluntad de Dios. Cuando decimos: “Hágase tu voluntad…” nos referimos también al trabajo que llena todas las jornadas de nuestra vida. Nos damos cuenta que cumplimos esta voluntad del creador cuando nuestro trabajo y las relaciones humanas que genera están impregnados de los valores de la iniciativa, del coraje, de la confianza, de la solidaridad que son otros tanto reflejos de la imagen de Dios en nosotros…
El creador ha dotado al hombre del poder de dominar la tierra. Le confía el dominio de la naturaleza por el propio trabajo, por sus capacidades para llegar a un desarrollo feliz de su propia personalidad y de la comunidad entera. Por su trabajo, el hombre obedece a Dios y responde a su confianza. Esto no está ajeno a la petición del Padrenuestro: “Venga a nosotros tu reino.” El hombre actúa para que el plan de Dios se realice, consciente de ser imagen y semejanza de Dios y de haber recibido de él su fuerza, su inteligencia, sus aptitudes para realizar una comunidad de vida por el amor desinteresado hacia sus hermanos. Todo lo bueno y positivo en la vida del hombre se desarrolla y llega a su meta auténtica en el Reino de Dios. Habéis escogido bien el lema: “Reino de Dios, vida del hombre,” porque la causa de Dios y la causa del hombre están ligadas la una a la otra. El mundo progresa hacia el Reino de Dios gracias a los dones de Dios que permiten el dinamismo del hombre. Dicho de otro modo: orar para que venga el Reino de Dios significa orientar todo el ser hacia aquella realidad que es el fin último del trabajo del hombre.
Homilía: Trabajo humano y Reino de Dios.
En Tuxla Gutiérrez (México), 11-05-1990.
…4. “La Iglesia —he escrito en la Encíclica “Sollicitudo Rei Socialis”— sabe bien que ninguna realidad temporal se identifica con el Reino de Dios, pero que todas ellas no hacen más que reflejar y en cierto modo anticipar la gloria de ese Reino, que esperamos al final de la historia, cuando el Señor vuelva. Pero la espera no podrá ser nunca una excusa para desentenderse de los hombres en su situación personal concreta y en su vida social, nacional e internacional, en la medida en que ésta —sobre todo ahora— condiciona a aquella. Aunque imperfecto y provisional, nada de lo que se puede y debe realizar mediante el esfuerzo solidario de todos y la gracia divina en un momento dado de la historia, para hacer » más humana » la vida de los hombres, se habrá perdido ni habrá sido en vano” (Sollicitudo Rei Socialis 48).
6. Y, acompañando ese esfuerzo por vivir cristianamente, habrá también un empeño por mejorar vuestra situación humana en sus más variados aspectos: cultural, económico, social y político. La búsqueda del Reino de Dios incluye también esas nobles realidades humanas. Aquellas palabras del Señor, que ordena a los siervos de la parábola: “Negociad los talentos hasta que vuelva” (Lc 19,13), no pueden ser entendidas en un sentido meramente espiritualista, como si el hombre fuera sólo alma.
Cristo nos previene frente al peligro de trastocar el orden de valores y amar a las criaturas por encima del Creador: “No podéis servir a Dios y al dinero” (Mt 6,24); pero también nos advierte del peligro de la pereza y de la cobardía, del peligro de enterrar en tierra el talento otorgado por el Señor (cf. Ibíd. 25, 25). El desarrollo humano contribuye a la instauración del Reino (Gaudium et spes). Y en ese desarrollo, cada uno debe ser protagonista (Populorum progressio, 55).
Deben serlo en primer lugar, aquellos a quienes incumbe una mayor responsabilidad social o posibilidades económicas. Estos han de recordar que son sólo administradores de esos bienes y que deberán dar cuenta de su administración (cf. Lc Lc 16,2).
Han de ser igualmente protagonistas los menos favorecidos… Cada uno debe actuar de acuerdo con su propia responsabilidad, sin esperar todo de las estructuras sociales, asistenciales, o políticas, o de la ayuda de otras personas con más posibilidades. “Cada uno debe descubrir y aprovechar lo mejor posible el espacio de su propia libertad. Cada uno debería llegar a ser capaz de iniciativas que respondan a las propias exigencias de la sociedad” (Ibíd.).
Por tanto, queridos hermanos y hermanas, habéis de esforzaros en poner los medios que estén a vuestro alcance sabiendo, por otra parte, que hemos puesto en Dios toda nuestra confianza: “¿Quién de vosotros puede por más que se preocupe, añadir una hora al tiempo de su vida?” (Mt 6,27).
Carta encíclia Evangelium vitae
n. 52
…El hombre, imagen viva de Dios, es querido por su Creador como rey y señor. « Dios creó al hombre —escribe san Gregorio de Nisa— de modo tal que pudiera desempeñar su función de rey de la tierra… El hombre fue creado a imagen de Aquél que gobierna el universo. Todo demuestra que, desde el principio, su naturaleza está marcada por la realeza… También el hombre es rey. Creado para dominar el mundo, recibió la semejanza con el rey universal, es la imagen viva que participa con su dignidad en la perfección del modelo divino». [1] Llamado a ser fecundo y a multiplicarse, a someter la tierra y a dominar sobre todos los seres inferiores a él (cf. Gn 1,28), el hombre es rey y señor no sólo de las cosas, sino también y sobre todo de sí mismo [2] y, en cierto sentido, de la vida que le ha sido dada y que puede transmitir por medio de la generación, realizada en el amor y respeto del designio divino. Sin embargo, no se trata de un señorío absoluto, sino ministerial, reflejo real del señorío único e infinito de Dios. Por eso, el hombre debe vivirlo con sabiduría y amor, participando de la sabiduría y del amor inconmensurables de Dios. Esto se lleva a cabo mediante la obediencia a su santa Ley: una obediencia libre y gozosa (cf. Ps 119), que nace y crece siendo conscientes de que los preceptos del Señor son un don gratuito confiado al hombre siempre y sólo para su bien, para la tutela de su dignidad personal y para la consecución de su felicidad.
Como sucede con las cosas, y más aún con la vida, el hombre no es dueño absoluto y árbitro incensurable, sino —y aquí radica su grandeza sin par— que es « administrador del plan establecido por el Creador ». [3]
La vida se confía al hombre como un tesoro que no se debe malgastar, como un talento a negociar. El hombre debe rendir cuentas de ella a su Señor (cf. Mt 25,14-30 Lc 19,12-27).
Notas
[1] La creación del hombre, 4: PG 44, 136.
[2] Cf. S. Juan Damasceno, La fe recta, 2, 12: PG 94, 920.922, citado en S. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I-II 1,1, Prol.
[3] Pablo VI, Carta enc. Humanae vitae (25 julio 1968), HV 13: AAS 60 ( 1968), 489.
Encíclica Laborem exercens:
n. 27.
«Hacedlos fructificar» (Lc 19,13).
El sudor y el esfuerzo que el trabajo necesariamente comportan en la actual condición de la humanidad, ofrecen al cristiano y a todo hombre, que es también llamado a seguir a Cristo, la posibilidad de participar en el amor y la obra que Cristo vino a llevar a cabo. Esta obra de salvación se realizo a través del sufrimiento y la muerte en cruz. Soportando el cansancio del trabajo en unión con Cristo crucificado por nosotros, el hombre, en alguna manera, colabora con el Hijo de Dios a la redención de la humanidad. Se presenta como el verdadero discípulo de Jesús llevando, a su vez, la cruz de cada día en su actividad propia.
Cristo, «aceptando morir por todos nosotros, pecadores, nos enseña con su ejemplo que también debemos cargar esta cruz que el mundo hace recaer sobre las espaldas de los que persiguen la justicia y la paz». Sin embargo, al mismo tiempo «constituido Señor por su resurrección, Cristo, al que le ha sido dada toda potestad en el cielo y en la tierra, obra ya por la virtud de su Espíritu en el corazón del hombre, no sólo despertando el anhelo del siglo futuro, sino alentando, purificando y robusteciendo también con ese deseo aquellos generosos propósitos con los que la familia humana intenta hacer más llevadera su propia vida y someter la tierra a este fin» (Vaticano II, GS 38).
En el trabajo humano, el cristiano encuentra una pequeña parte de la cruz de Cristo, y la acepta en espíritu de redención tal como Cristo aceptó su cruz por nosotros. En el trabajo, gracias a la luz que nos penetra por la resurrección de Cristo, encontramos siempre un resplandor de la vida nueva, del bien nuevo. Encontramos como un anuncio de «un cielo nuevo y una tierra nueva» (Ap 21,1) a los que el hombre colabora precisamente con el esfuerzo del trabajo.
Encíclica “Laborem exercens”
n. 26.
«Hacedlos fructificar» (Lc 19,13).
En la vida de Cristo y en sus parábolas se encuentra el evangelio sobre el trabajo. Es lo que Jesús hizo y enseñó. (cf Hch 1,1) A esta luz, la Iglesia ha proclamado siempre aquello que encontramos expresado de modo actual en las enseñanzas del Concilio Vaticano II: “La actividad humana, así como procede del hombre, está también ordenada al hombre. Pues el hombre, cuando actúa, no sólo cambia las cosas y la sociedad, sino que también se perfecciona a sí mismo. Aprende mucho, cultiva sus facultades, sale de sí y se trasciende. Si este crecimiento es rectamente comprendido, vale más que las riquezas exteriores que puedan acumularse. El hombre vale más por lo que es que por lo que tiene…Por tanto ésta es la norma de la actividad humana: que, según el designio y la voluntad divina, concuerde con el bien genuino del género humano y permita al hombre individual y socialmente cultivar y realizar plenamente su vocación.” (GS 35)
En esta visión de los valores del trabajo humano, es decir, en esta espiritualidad del trabajo, se explica perfectamente lo que sigue en el mismo documento acerca de la recta significación del progreso: “Todo lo que los hombres hacen para conseguir una mayor justicia, una más amplia fraternidad y una ordenación más humana en las relaciones sociales, vale más que los progresos técnicos. Pues estos progresos pueden ofrecer, como si dijéramos, la materia para la promoción humana, pero por sí solos no pueden de ninguna manera llevarla a cabo.” (id.)
Esta doctrina sobre el problema del progreso y del desarrollo, -tema dominante en la mentalidad contemporánea-, sólo se comprende como fruto de una probada espiritualidad del trabajo y únicamente sobre la base de una tal espiritualidad se puede realizar y poner en práctica esta doctrina.
Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1934-1938
Igualdad y diferencias entre los hombres
1934 Creados a imagen del Dios único y dotados de una misma alma racional, todos los hombres poseen una misma naturaleza y un mismo origen. Rescatados por el sacrificio de Cristo, todos son llamados a participar en la misma bienaventuranza divina: todos gozan por tanto de una misma dignidad.
1935 La igualdad entre los hombres se deriva esencialmente de su dignidad personal y de los derechos que dimanan de ella:
Hay que superar y eliminar, como contraria al plan de Dios, toda forma de discriminación en los derechos fundamentales de la persona, ya sea social o cultural, por motivos de sexo, raza, color, condición social, lengua o religión. (GS 29,2).
1936 Al venir al mundo, el hombre no dispone de todo lo que es necesario para el desarrollo de su vida corporal y espiritual. Necesita de los demás. Ciertamente hay diferencias entre los hombres por lo que se refiere a la edad, a las capacidades físicas, a las aptitudes intelectuales o morales, a las circunstancias de que cada uno se pudo beneficiar, a la distribución de las riquezas (GS 29,2). Los ‘talentos’ no están distribuidos por igual (cf Mt 25, 14-30, Lc 19,11-27).
1937 “Estas diferencias pertenecen al plan de Dios, que quiere que cada uno reciba de otro aquello que necesita, y que quienes disponen de ‘talentos’ particulares comuniquen sus beneficios a los que los necesiten. Las diferencias alientan y con frecuencia obligan a las personas a la magnanimidad, a la benevolencia y a la comunicación. Incitan a las culturas a enriquecerse unas a otras:
Yo no doy todas las virtudes por igual a cada uno… hay muchos a los que distribuyo de tal manera, esto a uno, aquello a otro… A uno la caridad, a otro la justicia, a éste la humildad, a aquél una fe viva… En cuanto a los bienes temporales las cosas necesarias para la vida humana las he distribuido con la mayor desigualdad, y no he querido que cada uno posea todo lo que le era necesario para que los hombres tengan así ocasión, por necesidad, de practicar la caridad unos con otros… He querido que unos necesitasen de otros y que fuesen mis servidores para la distribución de las gracias y de las liberalidades que han recibido de mí. (S. Catalina de Siena, dial. 1, 7).
1938 Existen también desigualdades escandalosas que afectan a millones de hombres y mujeres. Están en abierta contradicción con el Evangelio:
La igual dignidad de las personas exige que se llegue a una situación de vida más humana y más justa. Pues las excesivas desigualdades económicas y sociales entre los miembros o los pueblos de una única familia humana resultan escandalosas y se oponen a la justicia social, a la equidad, a la dignidad de la persona humana y también a la paz social e internacional (GS 29,3).
Santa Teresa de Jesús
Carta: Negociar con las virtudes.
Cartas, 1007, Aviso IX (Notas)
Interesante discernimiento sobre las virtudes, con las que hay que «negociar» y no con las revelaciones. El tema me parece actual, pensando en tantas supuestas «revelaciones».
41. Y añade en el número sexto, para que vean, que es mucho mejor camino el de las virtudes, que el de las revelaciones: Que el premio que gozaba en la otra vida, no era por las revelaciones, sino por virtudes.
Como si les dijera: Hijas, preveníos de la moneda con que se compra la gloria, para venir a la gloria; porque en la gloria no pasa la moneda de las revelaciones, sino de las virtudes. Dios, cuando dijo: Negotiamini dum venio (Lc 19,13): Negociad, tratad, y contratad, mientras que vengo a juzgaros, no quiso que el trato, y la granjería fuese con revelaciones, sino con las virtudes; comprando estas con la mortificación, con la observancia de los preceptos, con seguir los consejos, con la oración, con la penitencia, y el sudor, el trabajo, la paciencia, y la cruz. El negociar con los talentos de la gracia, y de la naturaleza, no ha de ser empleando, ni cargando en revelaciones; porque es peligrosa mercaduría, y cargazón, sino con la imitación de las virtudes del Señor, y de la Virgen, y de los santos; y esta es la moneda, que pasa en la otra vida, y la que en esta granjearon los santos, que está en ella.
42. Y dice discretamente, no que no tengan revelaciones, porque eso claro está (como hemos dicho) que no es en su mano, sino que no se aficionen a ellas, y que no hagan caso dellas; y que no se gobiernen por ellas, y que se nieguen a ellas. Porque las revelaciones han de mirarse como enfermedades, las cuales no se tienen, sino que se padecen.
44. Añade en el mismo número, que aunque haya algunas revelaciones ciertas (que sí habrá) es mejor dejar las ciertas, por no incurrir en las inciertas, que no gobernarse por las ciertas, con riesgos de perderse por las inciertas.
Es prudentísimo dictamen, y celestial, como bajado del cielo. Porque en lo que voy a ganar, y no a perder, eso he de hacer, y en lo que voy a perder, y no a ganar, eso tengo de rehusar.
45. Si yo tengo en la Iglesia cuantas verdades he menester para salvarme ya reveladas, y ciertas, infalibles, y de fe, ¿quién me mete en embarcarme en un navío de revelaciones dudosas, que cuando pienso que me lleva al puerto, den conmigo a pique en la tempestad, y me sepulten en el infierno?
¿Quién deja lo cierto, por lo dudoso? ¿Quién deja lo seguro por lo peligroso? ¿Quién deja lo que es de Dios, por lo que es de mi propio juicio, sino quien no tiene rastro de juicio?
46. Yo supongo que sean ciertas mis revelaciones, ¿qué me importa, si no me he de salvar por las revelaciones, sino por las virtudes? Pero si fuesen inciertas, y falsas, y me embarcase en ellas, ¿qué navegación era la mía en la vida espiritual, toda de escollos, de Scilas, y Caribdes? Pues si yo puedo navegar en mar sereno, ¿no es locura navegar en el tormentoso?
47. Dirá alguno que esto leyere: Pues, señor, ¿no queréis que haya revelaciones en la Iglesia? ¿No ha de haber en ella revelaciones, pues hay en ella almas, que a Dios tratan, y a quien Dios se manifiesta?
No digo yo que no las haya, ni que no las ha de haber, sino que así como hay, y ha de haber revelaciones, haya también temores, recelos, recatos, consejos, advertencias, y humildad en estas revelaciones; y que haya luz, y letras, y cuidado de no gobernarse por revelaciones, donde está la ley de Dios patente, clara, llana, santa, y descubierta, y de infalible verdad, sin sombras de falsedad.
48. Y así el alma, que padece este trabajo, padézcalo como peligro, y trabajo, y no como gozo, alegría, y vanidad, y propia satisfacción. Ande en humildad, y consejo. No se tenga por mejor, sino humíllese, y tema, y tiemble, pensando que es la peor del mundo; y con eso esperando, y confiando en Dios, y obrando, y sirviendo, y obedeciendo a su santa ley, y a su confesor, y haciendo caso de las virtudes, y dejando a [330] Dios las revelaciones; viva, y obre, estimando más (como lo hacían los santos) la cruz sin revelaciones, que no las revelaciones sin cruz.
49. Y los maestros espirituales no den motivo a las almas para que se aficionen a estas cosas inciertas, dudosas, y peligrosas; y que aunque no hay duda, que cuando Dios las envía, causan grandes utilidades en las almas, y en la Iglesia: pero no así, cuando las almas las solicitan, y los confesores las aplauden, porque esto es sumamente peligroso.
Santo Tomás de Aquino
Suma Teológica: La pusilanimidad
II, q. 133, a. 1
ARTíCULO 1 ¿La pusilanimidad es pecado?
Objeciones por las que parece que la pusilanimidad no es pecado.
Objeciones:
1. Todo pecado hace malo al hombre, como toda virtud lo hace bueno. Pero el pusilánime no es malo, según dice el Filósofo en IV Ethic.. Por tanto, la pusilanimidad no es pecado.
2. Dice también el Filósofo, en el mismo pasaje, que parece especialmente ser pusilánime el que es digno de grandes bienes y, sin embargo, no se cree merecedor de ellos. Pero nadie es digno de grandes bienes sino el hombre virtuoso; porque como allí mismo dice el Filósofo, en realidad sólo el bueno es digno de honra. Luego el pusilánime es virtuoso y, por tanto, la pusilanimidad no es pecado.
3. En Si 10,15 se nos dice que el principio de todo pecado es la soberbia. Pero la pusilanimidad no procede de la soberbia, porque el soberbio se exalta más de lo que es; el pusilánime, en cambio, renuncia a lo que merece. Por tanto, la pusilanimidad no es pecado.
4. Dice el Filósofo en IV Ethic. que llamamos pusilánime al que se cree digno de cosas menores de las que merece. Pero esto, a veces, lo hicieron santos varones, como vemos en el caso de Moisés y Jeremías, que eran dignos de la misión a la que Dios los llamaba y, sin embargo, ambos la rehusaban por humildad, según leemos en Ex 3,2 y Jr 1,6. Por tanto, la pusilanimidad no es pecado.
Contra esto: está el que en la vida moral nada debemos evitar que no sea el pecado. Pero se debe evitar la pusilanimidad, pues se nos dice en Col 3,21: Padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos para que no se hagan pusilánimes.
Por tanto, la pusilanimidad es pecado.
Respondo:
Todo aquello que va contra la inclinación natural es pecado, porque es contrario a la ley natural. Pero en todo ser existe una inclinación natural a realizar la acción proporcionada a su capacidad, como aparece en todos los seres, tanto animados como inanimados. Y así como por la presunción uno sobrepasa la medida de su capacidad al pretender más de lo que puede, así también el pusilánime falla en esa medida de su capacidad al rehusar tender a lo que es proporcionado a sus posibilidades. Por tanto, la pusilanimidad es pecado, lo mismo que la presunción. De ahí que el siervo que enterró el dinero de su señor y no negoció con él por temor, surgido de la pusilanimidad, es castigado por su señor, como leemos en Mt 25,14ss y Lc 19,12ss.
A las objeciones:
Soluciones:
1. El Filósofo llama malos a los que infligen un daño al prójimo. Y en este sentido se dice que el pusilánime no es malo porque no hace daño a nadie, a no ser accidentalmente, a saber: al no realizar las obras con las que podría ayudar a los demás. En efecto, dice San Gregorio, en Pastorali, que aquellos que rehúyen el ser útiles al prójimo por medio de la predicación, si se los juzga con rigor, son reos de tantos pecados cuantos son los actos con que pudieron contribuir con provecho al bien público.
2. Nada impide que quien tiene un hábito virtuoso pueda cometer pecado, ciertamente venial si permanece el mismo hábito, pero mortal cuando se pierde el hábito de una virtud infusa. Y, por tanto, puede suceder que uno, por la virtud que posee, sea capaz de hacer cosas grandes, dignas de gran honor, y, sin embargo, por no procurar hacer uso de su virtud, peca, unas veces venial, otras mortalmente.
O puede decirse que el pusilánime es capaz de grandes cosas por la habilidad que tiene para la virtud, o por la buena disposición natural, o por la ciencia, o por la fortuna exterior; pero si rehusa servirse de ellas para la virtud, se convierte en pusilánime.
3. La pusilanimidad puede incluso provenir en algún modo de la soberbia; por ejemplo, si el pusilánime se aferra excesivamente a su parecer, y por eso cree que no puede hacer cosas de las que es capaz. De ahí que se diga en Pr 26,16: El perezoso se cree prudente más que siete que sepan responder. En efecto, nada impide que para unas cosas uno se sienta abatido y muy orgulloso respecto de otras. Por eso San Gregorio, en Pastorali, dice de Moisés que tal vez hubiera sido soberbio si hubiera aceptado sin temor la dirección de su pueblo, y al mismo tiempo lo hubiera sido si hubiera rehusado obedecer al mandato del Señor.
4. Moisés y Jeremías eran dignos de la misión a la que Dios los destinaba por la gracia divina. Pero ellos, al considerar la insuficiencia de la propia debilidad, la rechazaban, aunque no de modo pertinaz, lo cual les hubiera hecho incurrir en soberbia.