Lc 17, 26-37: El Día del Hijo del hombre (ii)
/ 15 noviembre, 2013 / San LucasTexto Bíblico
26 Como sucedió en los días de Noé, así será también en los días del Hijo del hombre: 27 comían, bebían, se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día en que Noé entró en el arca; entonces llegó el diluvio y acabó con todos. 28 Asimismo, como sucedió en los días de Lot: comían, bebían, compraban, vendían, sembraban, construían; 29 pero el día que Lot salió de Sodoma, llovió fuego y azufre del cielo y acabó con todos. 30 Así sucederá el día que se revele el Hijo del hombre. 31 Aquel día, el que esté en la azotea y tenga sus cosas en casa no baje a recogerlas; igualmente, el que esté en el campo, no vuelva atrás. 32 Acordaos de la mujer de Lot. 33 El que pretenda guardar su vida, la perderá; y el que la pierda, la recobrará. 34 Os digo que aquella noche estarán dos juntos: a uno se lo llevarán y al otro lo dejarán; 35 estarán dos moliendo juntas: a una se la llevarán y a la otra la dejarán». 36 * 37 Ellos le preguntaron: «¿Dónde, Señor?». Él les dijo: «Donde está el cadáver, allí se reunirán los buitres».
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
Beda
26. La Venida del Señor, que fue comparada con un fulgurante rayo que cruza rápidamente el cielo, ahora se compara con los días de Noé y Lot, cuando sobrevino súbita muerte a los hombres. Por esto dice: «Y como fue en los días de Noé…»
27. En sentido místico construye Noé el Arca cuando el Señor forma la Iglesia con los fieles de Jesucristo uniéndolos entre sí como maderas ajustadas. Y una vez que ésta se encuentra concluida perfectamente, entra en ella, ilustrándola con la gloria visible de su presencia en el día del juicio y siendo su habitante eterno. Pero mientras el Arca se está construyendo, los malvados se entregan a sus excesos, mas cuando entra en ella perecen. Porque los que en este mundo ultrajan a los santos que luchan, reciben la eterna condenación, mientras éstos son coronados en la gloria.
28-29. Pasando en silencio aquel crimen nefando de los sodomitas, únicamente recuerda aquellos delitos que parecían leves o veniales, para dar a entender cómo serían castigados los pecados graves, cuando aun lo lícito cometido por imprudencia es castigado con el fuego y el azufre. Prosigue: «Y el día que salió Lot de Sodoma, llovió fuego y azufre del cielo».
En sentido místico, Lot, que quiere decir el que se aísla, es el pueblo de los escogidos, que vive como forastero en Sodoma, esto es, entre los réprobos, y se aísla o se separa de sus crímenes cuanto puede y evita su destrucción. Mas cuando Lot ha salido, Sodoma perece. Porque al final del mundo saldrán los ángeles, separarán a los malos de entre los justos y los llevarán al horno de fuego (Mt 13,49). Pero el fuego y el azufre que dice bajarán del cielo, no significan la misma llama del eterno suplicio, sino la repentina llegada de aquel día.
30. Porque el que ahora lo ve todo sin ser visto, apareciendo entonces, juzgará todas las cosas. Aparecerá, pues, para juzgar especialmente en aquel tiempo en que, olvidados todos de sus juicios, se crean como emancipados de El en este mundo.
34-36. Había dicho antes el Señor, que el que estuviese en el campo no debía volver atrás, con lo que se refiere no sólo a los que efectivamente estaban en el campo y habían de regresar, esto es, que habrían de negar al Señor a las claras, sino también a los que, si bien parece que miran hacia adelante, miran hacia atrás con el alma. Por esto dice: «Os digo: que en aquella noche dos estarán en el lecho…»
37. Se le presentan al Señor dos preguntas, a saber: a dónde serán conducidos los buenos y en dónde dejados los malos. Contestó una de estas preguntas y dejó la otra para que la interpretasen. Por lo que sigue: «Y El les dijo: Donde quiera que estuviere el cuerpo, allí se congregarán las águilas».
San Ambrosio
26-30. Da a entender claramente que la causa del diluvio había provenido de nuestros pecados. Porque Dios no creó el mal, sino que le produjeron nuestras malas acciones. No condena el matrimonio ni el alimento por dañoso, puesto que el primero provee a la sucesión y el último a la necesidad de la naturaleza. Pero es precisa la prudencia en todo y es malo todo lo que es un exceso.
31. Como es necesario que en este mundo los buenos padezcan aflicciones de corazón y de ánimo a causa de los malos, para que así puedan obtener mayor premio en lo futuro, el Señor les da algunos consejos cuando dice: «En aquella hora, el que estuviere en el tejado…» Esto es, si alguno ha subido ya a lo más alto de su casa en la práctica de las virtudes, no vuelva a caer en la práctica de las cosas de la tierra.
32-33. La que por haber mirado atrás, perdió su naturaleza. Cuando se mira atrás se vuelve al demonio, como cuando la mujer de Lot miró atrás hacia Sodoma. Por tanto, huye de la destemplanza, prescinde de la lujuria y acuérdate que de aquel que no se fija en estudiar lo que pasó, puede decirse que salió de su casa y se vino al monte. Aquella mujer, como miró atrás, no pudo ser ayudada por su marido para que llegase al monte, sino que se quedó allí.
34a. «Yo os lo digo: aquella noche…» Llama con propiedad noche, porque el Anticristo será la hora de las tinieblas; porque el Anticristo, llamándose a sí mismo Cristo infundirá las tinieblas en los corazones de los hombres. El Cristo resplandecerá brillando como el rayo, para que en aquella noche podamos ver la gloria de su resurrección.
34b. De todos los que están caídos por la debilidad humana uno es abandonado, esto es, reprobado y el otro es aceptado, esto es, arrebatado delante de Jesucristo en los aires. Prosigue: «Dos mujeres estarán moliendo juntas…»
35. Por las que muelen parece que significa a los que buscan su alimento en lo espiritual y lo enseñan de un modo manifiesto. Y en realidad que este mundo es un molino, y nuestra alma está encerrada en nuestro cuerpo como en una cárcel. Por tanto, este molino -que es o la sinagoga, o el alma manchada con el pecado-, moliendo el trigo humedecido y podrido según su mal olor, no puede separar lo interior de lo exterior y por tanto es abandonado, porque su harina desagrada. Pero la Iglesia santa, o el alma que no está manchada con ninguna clase de delitos y que muele el buen trigo que ha sido tostado por el calor del sol eterno, ofrece a Dios la buena harina del corazón de los hombres.
36. Quienes sean los labradores, podemos conocerlo si advertimos que en nosotros hay dos mentes[1]. Una del hombre exterior, que es la que se corrompe y la otra interior, que se renueva por medio del sacramento. Estos son los que trabajan en nuestro campo, de los que el celo de uno produce un buen fruto, mientras la inacción del otro los pierde. También podemos entender que hay dos pueblos en este mundo que se compara con un campo; de los que uno, que es el fiel, es aceptado y el otro, que es el infiel, es dejado.
Y como Dios no es injusto, no trata lo mismo a los que han tenido igual vida sin el mismo celo y no recompensa a cada uno sino según el mérito de sus acciones. Porque no es la sociedad de los hombres la que hace sus méritos, puesto que no todos acaban lo que empiezan y únicamente el que persevere hasta el fin se salvará (Mt 10,22).
34-37. Se comparan las almas de los justos con las águilas, porque buscan las cosas de lo alto, menosprecian las cosas bajas y alcanzan una vida muy larga. No podemos dudar acerca del cuerpo, especialmente si recordamos que José recibió el cuerpo de Cristo que había pedido a Pilato. ¿No te parecen águilas también alrededor del cuerpo, aquellas mujeres y aquel colegio de apóstoles que rodeaban la sepultura del Señor? ¿No te parecen también águilas alrededor del cuerpo, cuando venga en las nubes y todo ojo le vea? (Ap 5). Este es el cuerpo del cual está dicho (Jn 6,56): «Mi carne es verdadera comida». Son también águilas las que vuelan alrededor del cuerpo con alas espirituales. Son también águilas alrededor del cuerpo, aquellos que creen que Jesucristo vino en carne mortal. Y lo es también la Iglesia, en la que somos renovados espiritualmente por la gracia del bautismo.
Notas
[1]El termino latino «mens», utilizado aquí por San Ambrosio, es sumamente complejo. Puede traducirse como espíritu, y se refiere a la realidad más profunda del hombre, su ser propio, que se realiza -bajo el influjo de la gracia- en la conformación con el Señor Jesús (= hombre nuevo), o que se pierde cuando se deja arrastrar por las concupiscencias (= hombre viejo). Esta expresión, con tal connotación, es ya utilizada por San Pablo: «No viváis ya como viven los gentiles, según la vaciedad de su mente» (Ef 4, 17); «renovad el Espíritu de vuestra mente, y revestíos del Hombre Nuevo…» (Ef 4, 23-24).
San Agustín, De quaest. Evang. 2,41-42.44.47
31-33. Está en el techo el que, sobreponiéndose a las cosas de la tierra, vive espiritualmente y como respirando un aire saludable. Los muebles de la casa son los sentidos carnales, acerca de cuyo uso se equivocan con frecuencia los que buscan la verdad, que se encuentra por el espíritu. Vigile, pues, el hombre espiritual, no sea que en el día de la tribulación vuelva a la vida carnal que se alimenta por los sentidos corporales y descienda por el deseo de alcanzar los goces de este mundo. Prosigue: «Y el que está en el campo asimismo no vuelva atrás».
El que trabaja en la Iglesia plantando, como San Pablo y regando, como Apolo, no se fije en la esperanza mundanal a que renunció.
La mujer de Lot significa a aquellos que en el día de la tribulación retroceden y se apartan de la esperanza de las promesas divinas, por lo que se convirtió en estatua de sal. Así advierte a los hombres que no obren de aquel modo para que, con la sal, preserven sus corazones de la corrupción.
34a. Dice en aquella noche, esto es, en aquella tribulación.
34b-36. Aquí parece que se dan a conocer tres clases de hombres. Una es la de aquellos que prefieren el ocio y el descanso, que no se ocupan de los asuntos del siglo, ni de los deberes eclesiásticos, cuyo descanso está bien representado con el nombre de lecho; otra es la de aquellos que como plebe son gobernados por los sabios, haciendo las cosas propias de esta vida, a los que designa con el nombre de mujeres, porque conviene que éstos sean gobernados por sus jefes. Y consideró como personas que muelen a aquellos que dan vueltas alrededor de los negocios temporales. Además dice que los que se ocupan de estas cosas y de estos negocios, molían juntos en cuanto se conforman con las prácticas de la Iglesia. La tercera clase es la de aquellos que se ejercitan en el ministerio de la Iglesia, como en el campo del Señor. Ahora, en cada una de estas tres clases de hombres hay otras dos: los que permanecen en la Iglesia y son aceptados y los que caen en la culpa y son menospreciados.
37. San Lucas pone estas cosas aquí -que no aparecen en el relato de Mateo- ya sea porque recuerda lo que más le preocupa, diciendo primero lo que el Señor dijo después, ya sea porque da a entender que el Señor dijo estas cosas dos veces.
Teofilacto
26-30. Después que venga el Anticristo, los hombres se harán lascivos, entregándose a los vicios más enormes, según aquellas palabras del Apóstol (2Tim 3,4): «los que son más amantes de sus pasiones que de Dios». Por tanto, si en el Anticristo se encierra todo pecado, ¿qué es lo que éste traerá a la raza humana en aquel tiempo sino sus vicios? Y esto es lo que el Señor dio a conocer por el ejemplo del diluvio y de los sodomitas.
31-32. San Mateo dice que todo esto fue dicho por el Señor con motivo de la toma de Jerusalén, porque cuando viniesen los romanos los que estaban en sus casas no podrían bajar a coger ni aun lo más indispensable; sino que tendrían que huir con prontitud, y los que estuviesen en el campo no habrían de volver a su casa. Y consta en verdad que sucedió esto en la toma de Jerusalén, y que volverá a suceder cuando venga el Anticristo y especialmente en aquel tiempo en que todo concluirá, puesto que entonces la calamidad será inmensa.
33. A continuación añade las consecuencias de sus promesas diciendo: «Todo aquel que procurase salvar su vida, la perderá». Como diciendo: nadie se cuide en las persecuciones del Anticristo, de salvar su vida, porque la perderá. En cambio el que se entregue a los sufrimientos y a los peligros, se salvará. Y prosigue: «Mas todo aquel que la perdiere, la vivificará» no sujetándose de ningún modo al tirano por amor de la vida.
34. Advierte que la venida de Jesucristo sucederá cuando menos lo esperemos, por lo que se nos dice que vendrá de noche. Cuando dijo también que los ricos apenas pueden salvarse, advierte, que ni todos los ricos se condenarán, ni todos los pobres se salvarán.
San Eusebio
26-29. Como el Señor había citado el ejemplo del diluvio, para que no se creyese que vendría otro de agua, cita el segundo ejemplo de Lot, enseñando cómo había de ser la perdición de los impíos, cuando la ira de Dios caiga sobre ellos como fuego bajado del cielo. Por esto dice: «Asimismo como fue en los días de Lot…»
30. No dice que cayó el fuego del cielo sobre los impíos de Sodoma, antes que saliese de en medio de ellos, ni que el diluvio cayó sobre la tierra haciendo perecer a sus moradores antes que Noé entrase en el Arca; porque mientras Noé y Lot vivían con los malvados, Dios no dejaba correr su ira para evitar que sucumbiesen con los pecadores. Cuando quiso perder a éstos, separó de en medio de ellos al justo. Así sucederá en el fin del mundo, puesto que no concluirá éste antes que todos los justos sean separados de los impíos. Por esto sigue: «De esta manera será el día…»
31-32. Dio a conocer de este modo que se levantaría una gran persecución por el hijo de perdición contra los fieles de Cristo. Llama día al tiempo que precederá al fin del mundo, en el que quien huya, no volverá ni se cuidará de los bienes que pierde ni imitará a la mujer de Lot, que después de haber salido de la ciudad de Sodoma, volvió la cara y quedó muerta y convertida en estatua de sal. Por esto sigue: «Acordaos de la mujer de Lot».
37. O también designó por las águilas, que se alimentan de cuerpos muertos, a los príncipes de este mundo y a los que en todo tiempo persiguen a los santos de Dios, entre los que se dejan los que son indignos de aceptación y que se llaman cuerpo o cadáver. O se designan las potestades vengadoras que volarán sobre los impíos como vuelan las águilas.
San Cirilo
33. Cómo puede perderse la vida para salvarla, lo manifiesta San Pablo diciendo de algunos (Gál 5,24): «los que sacrificaron su carne con sus vicios y con su concupiscencia», esto es, combatiendo a sus verdugos con la paciencia y la caridad.
34. Por aquellos dos que dice se acostarán en un mismo lecho, parece designar a los ricos que descansan de las delicias mundanales, el lecho es la señal del descanso. No todos aquellos que tienen riquezas son impíos, sino que alguno es también bueno, y elegido por su fe. Por tanto, éste será aceptado. Pero el otro que no obre así, será dejado. Cuando baje el Señor al juicio, enviará a sus ángeles que, dejando sobre la tierra a aquellos que deben ser castigados, se llevarán a los santos y los justos, según aquellas palabras del Apóstol: (1Tes 4,16) «Seremos arrebatados hasta las nubes delante de Jesucristo en los aires».
36. Por medio de estas palabras parece que indica a los pobres y los que viven agobiados por el trabajo, a lo que también se refiere lo que sigue: «Dos en el campo, el uno será tomado…» Porque hay gran diferencia entre ellos: pues aquellos que lleven con valor las privaciones de la pobreza y que practiquen una vida buena y humilde, serán aceptados; y aquellos que están siempre prontos para las cosas profanas (o detestables), serán los que dejará.
37. Como había dicho que algunos serían aceptados, sus discípulos preguntan con interés a dónde serán conducidos. Por esto sigue: «Respondieron y le dijeron: ¿En dónde, Señor?».
Como diciendo: Así como cuando se abandona un cadáver, acuden en seguida a él las aves carniceras, así cuando venga el Hijo del hombre todas las águilas, esto es, los santos, le rodearán.
Crisóstomo, In Matthaeum hom.78
27. Como entonces no creyeron en las palabras amenazadoras, sufrieron inmediatamente el verdadero castigo.
La incredulidad procedía de la molicie y flojedad de su alma, porque cada uno espera en lo que se propone y desea. Por esto sigue: «Comían y bebían…»
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
San Gregorio de Nisa, obispo
Homilía: Sacudir de los ojos del alma el sopor.
Homilía sobre le Cantar de los Cantares.
«Comían, bebían, compraban y vendían…» (Lc 17,27).
El Señor hizo a sus discípulos muchas advertencias y recomendaciones para que su espíritu se liberara como del polvo todo lo que es terreno en la naturaleza y se elevara al deseo de las realidades sobrenaturales. Según una de estas advertencias, los que se vuelven hacia la vida de arriba tienen que ser más fuertes que el sueño y estar constantemente en vela… Hablo de aquel sopor suscitado en aquellos que se hunden en la mentira de la vida por los sueños ilusorios, como los honores, las riquezas, el poder, el fasto, la fascinación de los placeres, la ambición, la sed de disfrute, la vanidad de todo lo que la imaginación puede presentar a los hombres superficiales para correr locamente tras ello. Todas estas cosas se desvanecen con el tiempo efímero; son de la naturaleza del aparentar; apenas existen, desaparecen como las olas del mar…
Por esto, nuestro espíritu se desembaraza de estas representaciones e ilusiones gracias al Verbo que nos invita a sacudir de los ojos de nuestras almas este sopor profundo para no apartarnos de las realidades auténticas, apegándonos a lo que no tiene consistencia. Por esto nos propone la vigilancia, diciendo: “Tened ceñida la cintura, y las lámparas encendidas.” (Lc 12,35) Porque la luz que ilumina nuestros ojos, aparta el sueño y la cintura ceñida impide al cuerpo caer en el sopor… El que tiene ceñida la cintura por la temperancia vive en la luz de una conciencia pura. La confianza filial ilumina su vida como una lámpara… Si vivimos de este modo entraremos en una vida semejante a la de los ángeles.
Orígenes, presbítero
Homilía: El arca de la Iglesia.
Homilías sobre el Génesis, II, 3.
«Lo mismo sucederá el Día en que el Hijo del hombre se manifieste» (Lc 17,30).
En tanto que la pequeñez de mi espíritu me lo permite, pienso que el diluvio, que casi acabó con el mundo, es símbolo del fin del mundo, fin que, verdaderamente, ha de llegar. El mismo Señor lo declaró cuando dijo: “En los días de Noé los hombres compraban, vendían, construían, se casaban, daban sus hijas en matrimonio, y llegó el diluvio que los hizo morir a todos. Así será igualmente la venida del Hijo del hombre”. En este texto parece que el Señor describe de una única y misma manera el diluvio que ya se había producido y el fin del mundo que está por venir.
Así pues, en otro tiempo se dijo al antiguo Noé que hiciera un arca y metiera en ella no tan sólo sus hijos y sus parientes sino animales de toda especie. De la misma manera, en la consumación de los siglos, fue dicho por el Padre al Señor Jesucristo, nuestro nuevo Noé, el solo Justo y el solo Perfecto (Gn 6,9), que se hiciera un arca de madera labrada a escuadra y le dio las medidas que están llenas de misterios divinos (cf. Gn 6, 15). Esto se indica en el salmo que dice: “Pídemelo y te daré en herencia las naciones, en posesión los confines de la tierra” (2,8). Construyó, pues, un arca con todo lo necesario para vivir los diversos animales. Un profeta habla de sus estancias cuando escribe: “Escucha, pueblo mío, entra en tus aposentos, escóndete por unos instantes, hasta que la cólera haya pasado” (Is 26,20). En efecto, hay una correspondencia misteriosa entre este pueblo que se salva en la Iglesia, y todos estos seres, hombres y animales, que en el arca se salvaron del diluvio.
Beato John Henry Newman
Homilía: Nuestra única esperanza es Cristo.
Sermón “La Encarnación”, PPS, vol. 2 n. 3.
«El día en que el Hijo del hombre se revelará» (Lc 17,30).
Nuestro Señor y Salvador aceptó vivir en un mundo que lo rechazó; vivió allí para morir por él en el momento fijado. Vino como el sacerdote designado para ofrecer el sacrificio por los que no participaban en ningún acto de adoración… Murió, y resucitó al tercer día, Sol de justicia (Mal 3,20), mostrando todo el esplendor que había permanecido escondido por la nubosidad del principio. Resucitó y está a la derecha de Dios, para pleitear por sus sagradas heridas a favor de nuestro perdón, para reinar y conducir a su pueblo rescatado, y para verter sobre él de su costado traspasado las mayores bendiciones. Subió para descender en el momento fijado y juzgar al mundo que rescató… Elevó con él la naturaleza humana…porque un hombre nos rescató, un hombre ha sido exaltado por encima toda criatura, haciéndose uno con nuestro Creador, y un hombre juzgará a los hombres el último día (Hch. 17,31).
Esta tierra es tan privilegiada que nuestro juez no será un extranjero, sino el que es nuestro semejante, el que defenderá nuestros intereses y comprenderá plenamente con todas nuestras imperfecciones. El que nos amó hasta morir por nosotros, es designado misericordiosamente para fijar la medida y el valor final de su propia obra. El que aprendió de su propia debilidad a defender al débil, el que quiere cosechar todo el fruto de su Pasión, separará el trigo de la paja, de suerte que no se perderá ni un grano (cf. Mt 3,12). El que nos hizo participar en su propia naturaleza espiritual, de quien hemos recibido la vida de nuestras almas, el que es nuestro hermano, decidirá de sus hermanos. ¡En este segundo advenimiento, que se acuerde de nosotros en su infinita piedad y misericordia, Él, que es nuestra única esperanza, Él, que es nuestra única salvación!
San Benito de Nursia, abad, copatron de Europa
Regla: Sigamos los caminos que Él nos indica.
Regla, Prólogo, 8-22.
«Aquella noche estarán dos en un mismo lecho: uno será tomado y el otro dejado» (Lc 17,34).
¡Levantémonos, pues!; la Escritura no cesa de despertarnos diciéndonos: «Ha llegado la hora de despertarnos del sueño» (Rm 13,11). Abramos los ojos a la luz divina. Escuchemos atentamente la poderosa voz de Dios que cada día nos apremia diciéndonos: «Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor, no endurezcáis vuestro corazón» (Sl 94,8). Y también: «El que tenga oídos para oír, que escuche lo que dice el Espíritu a las Iglesias» (Ap 2,7). Y ¿qué es lo que dice? «Venid, hijos, escuchadme, os enseñaré el temor del Señor» (Sl 33,12). «Caminad mientras tenéis la luz, para que no os sorprendan las tinieblas» (Jn 12,35).
Buscando entre la multitud del pueblo a su obrero a quien dirige esta llamada, el Señor añade: «¿Hay alguien que ame la vida y desee días de prosperidad?» (Sal 33,13). Al escuchar esto si tú respondes: «Yo», y Dios te dice: «¿Quieres alcanzar la vida eterna?» Entonces «guarda tu lengua del mal y tus labios de la falsedad; apártate del mal, obra el bien, busca la paz y corre tras ella» (Sal 33,14-15). Cuando hayáis hecho esto pondré mis ojos sobre vosotros y escucharé vuestras plegarias y «aún antes que me llaméis, os diré: Aquí estoy» (Is 58,9).
¿Hay algo más dulce, queridos hermanos que esta voz del Señor que nos invita? Fijaos bien cómo el Señor, en su ternura para con nosotros, nos indica el camino de la vida. Ceñidos con la fe y la práctica de las buenas obras, y guiados por el Evangelio, andemos por los caminos que nos señala para poder ser admitidos a contemplar al que nos llama a su reino (1Tes 2,12). Si queremos habitar en la mansión de su reino apresurémonos practicando las buenas obras, pues de lo contrario no llegaremos jamás.
San Cirilo de Jerusalén, obispo y doctor de la Iglesia
Catequesis: Las dos venidas de Cristo.
Catequesis bautismal 15, 1-3: PG 33, 870-871.
«Donde esté el cuerpo, allí también se reunirán los buitres» (Lc 17,37).
Anunciamos la venida de Cristo: pero no tan sólo su primera venida, sino mucho más una segunda venida todavía más esplendorosa. En efecto, la primera estuvo marcada con el signo de la paciencia, mientras que la segunda llevará la diadema de la realeza divina. En su primera venida estuvo envuelto en pañales y acostado en un pesebre; en la segunda «la luz le envuelve como un manto» (Sal 103,2). En la primera ha soportado la cruz y despreciado la vergüenza; en la segunda se acercará en gloria escoltado por un ejército de ángeles.
No basta con que ahora nos apoyemos en la primera venida; estamos aun esperando la segunda. Y después de haber dicho en la primera: «Bendito el que viene en nombre del Señor» (Mt 21,9), lo volveremos a decir en el momento de la segunda cuando iremos con los ángeles al encuentro del Señor para adorarle. El Señor vendrá, no para ser juzgado de nuevo, sino para juzgar a los que deben ser juzgados. Vino entonces para llevar a cabo la salvación y enseñar a los hombres por la persuasión; pero aquel día todo será sometido a su realeza.
San Romano el Melódico
Himno de Noé.
Dios espera el tiempo de nuestra conversión (cf. Lc 17,31-37).
Cuando contemplo la amenaza sobre los culpables en tiempo de Noé, tiemblo, yo que también soy culpable de abominables pecados… A los hombres de entonces, el Creador los advirtió de la amenaza, porque esperaba el tiempo de su conversión. También para nosotros llegará la hora final, desconocida por nosotros e incluso por los ángeles (Mt 24,36). En este día, Cristo, el Señor desde todos los siglos, vendrá cabalgando sobre las nubes para juzgar a la tierra, tal como lo vio Daniel (7,13). Antes de que esta hora última no caiga sobre nosotros, supliquemos a Cristo clamándole: «Por el amor que tú nos tienes, salva a todos los hombres de la cólera, Redentor del universo»…
El Amigo de los hombres, viendo la maldad que reinaba en aquel entonces, dijo a Noé: «He decidido acabar con toda carne» (Gn 6,13), porque la tierra está llena de violencias por culpa de ellos. Tú eres el único justo que he visto en esta generación (Gn 7,1)… Hazte un arca de maderas resinosas…; como una matriz llevará las simientes de las especies futuras. La harás como una casa, a imagen de la Iglesia… En elle te cobijaré, a ti que con tanta fe me gritas: ‘Por el amor que me tienes salva a todos los hombres de la cólera, Redentor del universo’.»
El elegido llevó a cabo su obra, inteligentemente…, y gritaba con fe a los hombres sin fe: «¡Daos prisa, salid de vuestro pecado, rechazad toda maldad, arrepentíos! Lavad con lágrimas la suciedad de vuestras almas, y a través de la fe, conciliaos con el poder de nuestro Dios…» Pero estos hijos de rebeldía no se convirtieron. Añadieron a su perversidad, su endurecimiento de corazón. Desde entonces Noé impetro a Dios con lágrimas: «En otro tiempo me hiciste salir del seno de mi madre; ¡sálvame ahora en esta arca caritativa! Porque voy a encerrarme en esta especie de tumba, pero cuando me llamarás, ¡saldré de ella por tu poder! Desde ahora voy a prefigurar en ella la resurrección de todos los hombres, cuando salvarás a tus justos del fuego, tal como me salvarás de las olas del mal arrancándome de en medio de los impíos, a mi que con fe te grito a ti, Juez compasivo: ‘Por el amor que nos tienes, salva a todos los hombres de la cólera, Redentor del universo.’»
Himno de Noé
Himno de Noé, estrofas 11ss.
«Como en los días de Noé» (Lc 17,26).
El sabio Noé… siguiendo la orden de Dios, se embarcó en el arca con sus hijos y sus mujeres, en total ocho almas tan sólo. Gimiendo sin cesar Noé oraba así: «No me hagas perecer con los pecadores, Salvador mío, porque ya veo como el caos se apodera de la creación, y sus elementos quedan quebrantados por el miedo… Las nubes están a punto, el cielo está alterado. Los ángeles vienen a la vanguardia de tu cólera». Dichas estas palabras, Dios cerró el arca y la selló, mientras su fiel exclamaba: «Por el amor que nos tienes, salva a todos los hombres de la cólera, redentor del universo».
El juez, desde lo alto del cielo, da una orden; inmediatamente se abren las esclusas, se precipitan las lluvias, torrentes de agua y granizo de una parte a otra del mundo; y el temor hizo brotar las fuentes del abismo inundando todas las partes de la tierra… Este fue el efecto de la cólera de Dios porque los humanos habían perseverado en su endurecimiento y no se había apresurado a clamarle con fe: «Por el amor que nos tienes, salva a todos los hombres de la cólera, redentor del universo»…
Seguidamente, el coro de los ángeles viendo destruidos a los hombres carnales, gritaba: «¡Ahora los justos poseen toda la extensión de la tierra!» Porque al Creador le gusta ver a los que ha hecho a su imagen (Gn 1,26); por eso pone a parte a sus santos para salvarlos. Noé… suelta la paloma y ésta vuelve al atardecer con un ramo de olivo en el pico que, simbólicamente, anuncia la misericordia de Dios. Entonces Noé sale del arca, como de su sepulcro, según la orden que había recibido…, no como antiguamente había hecho Adán que había comido de un árbol que da la muerte, porque Noé produce un fruto de penitencia diciendo: «Por el amor que nos tienes, salva a todos los hombres de la cólera, redentor del universo».
Han muerto la corrupción y la iniquidad; el hombre recto de corazón triunfa por su fe porque ha encontrado gracia… Entonces el justo (Gn 6,9) ofrece al Señor un sacrificio sin mancha…; el Creador respira el perfume de olor agradable y… declara: «Nunca más un diluvio caerá sobre el universo, aunque los hombres lleven una mala conducta. Hoy hago con ellos un pacto irrevocable. Pondré mi arco sobre todos los habitantes de la tierra para que les sirva de señal y me invoquen de esta manera: «Por el amor que nos tienes, salva a todos los hombres de la cólera, redentor del universo».
Magisterio Pontificio
Benedicto XVI, Deus caritas est
Unidad del amor en la creación y en la historia de salvación
… 5. Hoy se reprocha a veces al cristianismo del pasado haber sido adversario de la corporeidad y, de hecho, siempre se han dado tendencias de este tipo. Pero el modo de exaltar el cuerpo que hoy constatamos resulta engañoso. El eros, degradado a puro « sexo », se convierte en mercancía, en simple « objeto » que se puede comprar y vender; más aún, el hombre mismo se transforma en mercancía. En realidad, éste no es propiamente el gran sí del hombre a su cuerpo. Por el contrario, de este modo considera el cuerpo y la sexualidad solamente como la parte material de su ser, para emplearla y explotarla de modo calculador. Una parte, además, que no aprecia como ámbito de su libertad, sino como algo que, a su manera, intenta convertir en agradable e inocuo a la vez. En realidad, nos encontramos ante una degradación del cuerpo humano, que ya no está integrado en el conjunto de la libertad de nuestra existencia, ni es expresión viva de la totalidad de nuestro ser, sino que es relegado a lo puramente biológico. La aparente exaltación del cuerpo puede convertirse muy pronto en odio a la corporeidad. La fe cristiana, por el contrario, ha considerado siempre al hombre como uno en cuerpo y alma, en el cual espíritu y materia se compenetran recíprocamente, adquiriendo ambos, precisamente así, una nueva nobleza. Ciertamente, el eros quiere remontarnos « en éxtasis » hacia lo divino, llevarnos más allá de nosotros mismos, pero precisamente por eso necesita seguir un camino de ascesis, renuncia, purificación y recuperación.
6. ¿Cómo hemos de describir concretamente este camino de elevación y purificación? ¿Cómo se debe vivir el amor para que se realice plenamente su promesa humana y divina? Una primera indicación importante podemos encontrarla en uno de los libros del Antiguo Testamento bien conocido por los místicos, el Cantar de los Cantares.Según la interpretación hoy predominante, las poesías contenidas en este libro son originariamente cantos de amor, escritos quizás para una fiesta nupcial israelita, en la que se debía exaltar el amor conyugal. En este contexto, es muy instructivo que a lo largo del libro se encuentren dos términos diferentes para indicar el « amor ». Primero, la palabra « dodim », un plural que expresa el amor todavía inseguro, en un estadio de búsqueda indeterminada. Esta palabra es reemplazada después por el término « ahabá », que la traducción griega del Antiguo Testamento denomina, con un vocablo de fonética similar, « agapé », el cual, como hemos visto, se convirtió en la expresión característica para la concepción bíblica del amor. En oposición al amor indeterminado y aún en búsqueda, este vocablo expresa la experiencia del amor que ahora ha llegado a ser verdaderamente descubrimiento del otro, superando el carácter egoísta que predominaba claramente en la fase anterior. Ahora el amor es ocuparse del otro y preocuparse por el otro. Ya no se busca a sí mismo, sumirse en la embriaguez de la felicidad, sino que ansía más bien el bien del amado: se convierte en renuncia, está dispuesto al sacrificio, más aún, lo busca.
El desarrollo del amor hacia sus más altas cotas y su más íntima pureza conlleva el que ahora aspire a lo definitivo, y esto en un doble sentido: en cuanto implica exclusividad —sólo esta persona—, y en el sentido del « para siempre ». El amor engloba la existencia entera y en todas sus dimensiones, incluido también el tiempo. No podría ser de otra manera, puesto que su promesa apunta a lo definitivo: el amor tiende a la eternidad. Ciertamente, el amor es « éxtasis », pero no en el sentido de arrebato momentáneo, sino como camino permanente, como un salir del yo cerrado en sí mismo hacia su liberación en la entrega de sí y, precisamente de este modo, hacia el reencuentro consigo mismo, más aún, hacia el descubrimiento de Dios: « El que pretenda guardarse su vida, la perderá; y el que la pierda, la recobrará » (Lc 17,33), dice Jesús en una sentencia suya que, con algunas variantes, se repite en los Evangelios (cf. Mt 10,39 Mt 16,25 Mc 8,35 Lc 9,24 Jn 12,25). Con estas palabras, Jesús describe su propio itinerario, que a través de la cruz lo lleva a la resurrección: el camino del grano de trigo que cae en tierra y muere, dando así fruto abundante. Describe también, partiendo de su sacrificio personal y del amor que en éste llega a su plenitud, la esencia del amor y de la existencia humana en general.
Textos apologéticos
San Ireneo, Tratado contra las herejías : Libro 5, cap. 26
Si el Padre no juzga, será o porque no le toca, o porque tolera todo cuanto los hombres hacen. Y si no juzga, entonces todos los seres humanos estaremos en el mismo plano. En tal caso sería inútil la venida de Cristo, el cual se contradiría si no va a juzgar: «Yo he venido a separar al hombre contra su padre, a la hija contra su madre y a la nuera contra su suegra» (Mt 10,35); estando dos en mismo techo, uno será tomado y otro dejado; y, moliendo dos mujeres en el molino, a una se la llevarán y a otra la dejarán (Lc 17,34-35); al final de los tiempos ordenará a los segadores recoger primero la cizaña y atarla en haces para arrojarla al fuego eterno, y en cambio almacenar el trigo en el granero (Mt 13,30); llamará a los corderos al Reino preparado para ellos, y arrojará a los cabritos al fuego eterno preparado por su Padre para el diablo y sus mensajeros (Mt 25,33-34,41).
¿Qué responder a esto? El Verbo vino para ruina y resurrección de muchos (Lc 2,34): para ruina de quienes no creen en él, (1196) los cuales en el juicio sufrirán una condena mayor que Sodoma y Gomorra (Lc 10,12); y para resurrección de quienes creen en él y cumplen la voluntad de su Padre que está en los cielos (Mt 7,21). Por consiguiente, si la venida del Hijo será igual para todos, a fin de juzgar y discernir por parejo a fieles e incrédulos -pues según su propia doctrina los fieles hacen su voluntad, y según su propia palabra los indóciles, confiados en su propia gnosis, no se acercan a su enseñanza-, es evidente que su Padre ha creado a todos por igual, ha dado a cada uno su propia capacidad de pensar y decidir libremente, ve todas las cosas y provee en favor de todos, «haciendo salir el sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos» (Mt 5,45).
A todos aquellos que guardan su amor, les ofrece su comunión. Y la comunión con Dios es vida, luz y goce de todos sus bienes. En cambio, según su misma palabra, a todos aquellos que se separan de él, los condena a la separación que ellos mismos han elegido. La separación de Dios es muerte, renuncia a la luz, tinieblas. La separación de Dios es pérdida de todos los bienes divinos. Por eso, quienes por la apostasía han perdido esas cosas, malogrados todos los bienes, viven en el castigo. No que Dios por sí mismo haya planeado castigarlos, sino que a ellos se les echa encima el sufrimiento de haberse separado por sí mismos (1197) de todos los bienes. Mas los bienes divinos son eternos y no tienen fin, por eso también es sin fin su pérdida. Es como la luz, que no tiene fin; pero a quienes se ciegan a sí mismos o a quienes otros privan definitivamente de la luz, para siempre les falta el gozo de la luz: no es que la luz los castigue con la ceguera, sino que su misma ceguera les produce el sufrimiento.
Por eso decía el Señor: «Quien cree en mí no será juzgado»; es decir, no será separado de Dios, pues está unido a él por la fe. «Mas quien no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo unigénito de Dios», pues de este modo él mismo se ha separado de Dios, por decisión propia. «Este es el juicio: que la luz vino a este mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz. Todo el que hace el mal odia la luz y no se acerca a ella, para que no se vean sus obras. Quien obra la verdad viene a la luz, para que se manifiesten sus obras, que él ha hecho en Dios» (Jn 3,18-21).
San Ireneo, Tratado contra las herejías : Libro 4, cap. 34
…Por eso el Señor decía a sus discípulos, a fin de prepararnos para ser buenos trabajadores: «Estad alerta siempre y vigilantes en todo momento, para que vuestros corazones no entorpezcan por comilonas, borracheras y preocupaciones profanas, porque de golpe os puede caer aquel día: pues llegará como un ladrón sobre cuantos habitan en la faz de la tierra» (Lc 21,34-36). «Tened ceñidas las cinturas y encendidas las lámparas, como siervos que esperan a su señor» (Lc 12,35-36). «Así como sucedió en los días de Noé -comían, bebían, compraban, vendían y se casaban, y nada advirtieron hasta que Noé entró en el arca, el diluvio se les vino encima y anegó a todos-, y como sucedió en tiempos de Lot -comían, bebían, compraban, vendían, plantaban y construían; hasta el día en que Lot huyó de Sodoma, llovió fuego del cielo y acabó con todos-, así sucederá el día en que venga el Hijo del Hombre» (Lc 17,26-30 Mt 24,37-39). «Velad, pues, porque no sabéis qué día vuestro Señor llegará» (Mt 24,42).
Anunció a un solo y único Señor, que en el tiempo de Noé envió el diluvio para castigar la desobediencia de los seres humanos, y en tiempo de Lot hizo llover fuego del cielo para castigar los muchos pecados de los sodomitas. De modo semejante en el día del juicio castigará la desobediencia (1093) y los pecados. Y dijo que ese día sería más tolerable para Sodoma y Gomorra que para la ciudad o casa que rechazare la palabra de sus Apóstoles: «Y tú, Cafarnaúm, ¿acaso piensas alzarte hasta el cielo? Caerás hasta el infierno. Porque si en Sodoma se hubiesen hecho los milagros que en ti tuvieron lugar, aún duraría hasta el día de hoy. En verdad os digo: el día del juicio será más tolerable para los habitantes de Sodoma que para vosotros» (Mt 11,23-24).
El Verbo de Dios es siempre uno y el mismo, la fuente de agua que salta para dar la vida eterna a quienes creen en El (Jn 4,14), pero seca al instante la higuera estéril (Mt 21,19). Envió justamente el diluvio en tiempo de Noé, para acabar con la raza malvada de aquellos seres humanos de esa época, los cuales ya no podían dar frutos para Dios, sino que se habían unido con los ángeles pecadores (Gn 6,2-4); y lo hizo para acabar con sus pecados, y al mismo tiempo salvar al modelo primitivo, es decir el plasma de Adán. El mismo en tiempo de Lot hizo llover del cielo fuego y azufre sobre Sodoma y Gomorra, «en testimonio del justo juicio de Dios» (2Th 1,5), a fin de que todos supiesen que «todo árbol que no produzca fruto será cortado y echado al fuego» (Mt 3,10 Lc 3,9).
El día del juicio universal será más tolerable para los habitantes de Sodoma que para quienes, habiendo visto los milagros que realizaba, no creyeron en él ni recibieron su doctrina. Porque, así como por su venida derramó mayor gracia sobre quienes creyeron en él y cumplieron su voluntad, de igual manera infligirá mayor castigo a quienes no creyeron; pues, siendo igualmente justo para todos, a quienes más dio, más exigirá (Lc 12,48). Cuando digo más, no me refiero a que haya dado a conocer a otro Padre, (1094) como de tantas maneras hemos probado; sino porque su venida derramó sobre el género humano una más abundante gracia del Padre.
Comentarios exegéticos
Próximamente… no pudo hacerse ahora por falta de tiempo.