Lc 16, 19-31: El pobre Lázaro y el rico epulón
/ 22 febrero, 2016 / San LucasTexto Bíblico
19 Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día.20 Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas,21 y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico. Y hasta los perros venían y le lamían las llagas.22 Sucedió que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán. Murió también el rico y fue enterrado.23 Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno,24 y gritando, dijo: “Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”.25 Pero Abrahán le dijo: “Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres atormentado.26 Y, además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que los que quieran cruzar desde aquí hacia vosotros no puedan hacerlo, ni tampoco pasar de ahí hasta nosotros”.27 Él dijo: “Te ruego, entonces, padre, que le mandes a casa de mi padre,28 pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también ellos vengan a este lugar de tormento”.29 Abrahán le dice: “Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”.30 Pero él le dijo: “No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a ellos, se arrepentirán”.31 Abrahán le dijo: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto”».
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
San Juan Crisóstomo, obispo
Homilía: La hospitalidad permite que acojamos a Dios mismo
«Padre Abrahán, ten piedad de mí» (Lc 16,24)2, sobre el pobre Lázaro: PG 48, 988-989
A propósito de esta parábola, conviene preguntarnos por qué el rico ve a Lázaro en el seno de Abrahán y no en compañía de otro justo. Es porque Abrahán había sido hospitalario. Aparece pues, al lado de Lázaro para acusar al rico epulón de haber despreciado la hospitalidad. En efecto, el patriarca incluso invitó a unos simples peregrinos y los hizo entrar en su tienda (Gn 18,1s). El rico, en cambio, no mostraba más que desprecio hacia aquel que estaba en su puerta. Tenía medios, con todo el dinero que poseía, para dar seguridad al pobre. Pero él continuaba, día tras día, ignorando al pobre y privándole de su ayuda que tanto necesitaba.
El patriarca actuó de modo totalmente distinto. Sentado a la entrada de su tienda, extendió la mano a todo el que pasaba, semejante a un pescador que extiende su mano para recoger los peces en la red, y a menudo, incluso oro o piedras preciosas. Así, pues, recogiendo a hombres, en sus redes, Abrahán llegó a hospedar a ángeles ¡cosa sorprendente! sin darse cuenta de ello.
El mismo Pablo se quedó maravillado por el relato cuando nos transmite esta exhortación: «No olvidéis la hospitalidad, pues gracias a ella algunos hospedaron, sin saberlo, a ángeles.» (Heb 13,2) Pablo tiene razón cuando dice «sin saberlo». Si Abrahán hubiese sabido que aquellos que acogía tan generosamente en su casa eran ángeles, no habría hecho nada extraordinario ni admirable. Es elogiado porque ignoraba la identidad de los peregrinos. En efecto, él creía que estos viajeros que él invitaba a su casa eran gente corriente. Tú también sabes ser solícito para recibir un personaje célebre y nadie se extraña de ello.. En cambio, llama la atención y es verdaderamente admirable ofrecer una acogida llena de bondad al primero que llega, a la gente desconocida y ordinaria.
San Basilio Magno, obispo
Homilía: Idolatría del “poseer”
«Dichoso el hombre que presta de corazón... que atiende al pobre; su justicia durará para siempre» ( Sal 111)6, contra la riqueza: PG 31, 275-278
¿Qué responderás al soberano juez, tú que revistes tus muros y no cubres a tu semejante que anda desnudo, tú que luces suntuosos peinados y no tienes una mirada de compasión para el que está en la miseria,...tú que entierras tu oro y no acudes a socorrer al necesitado?...
Dime, ¿qué es lo que te pertenece? ¿De quién has recibido lo que arrastras por esta vida?... ¿No has salido desnudo del vientre materno? ¿Y no volverás a la tierra igualmente desnudo?(Jb 1,21) Los bienes de este mundo ¿de quién los has recibido? Si respondes: -por casualidad, por azar-, eres un impío que rechaza reconocer a su creador y agradecerle sus beneficios. Si dices que de Dios, entonces ¿porqué las has recibido?
¿Es que Dios es injusto al repartir con desigualdad los bienes necesarios para la vida? ¿Por qué tú nadas en abundancia mientras que el otro vive en la miseria? ¿No es porque un día, gracias a tu bondad y administración desinteresada, recibas la recompensa , mientras que el pobre obtendrá la corona prometida a la paciencia?... Al hambriento pertenece el pan que tú retienes; al hombre desnudo el manto que tú guardas, celoso, en tus arcas.
San Francisco de Sales, obispo
Sermón: Los dos han sido igualmente llamados
«Había un hombre rico... Y un mendigo llamado Lázaro» (Lc 16,19s)X, 249, 252, 24-2-1622
«Dijo Jesús a los fariseos: Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino... Y un mendigo llamado Lázaro, estaba echado en su portal... Sucedió que murió el mendigo... Se murió también el rico... Y estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos y vio, de lejos, a Abraham y a Lázaro en su seno...» Lc 16, 19-31
Siempre es el hombre el que falta a la gracia, la gracia jamás nos falta. ¿Quién puede estar seguro y vivir sin el miedo de perder esta gracia o de negarle su consentimiento? ¿Quién no temerá disminuirla, al no rendir a Dios el servicio que le es debido según el deber y la obligación de cada uno?
El mal rico, ¿no fue llamado a la misma vocación que Lázaro?... Sí, sin duda, eso está claro en el Evangelio; el rico era judío, ya que llama padre a Abraham. Padre Abraham, le dice, y le ruega que envíe a Lázaro; y Dios le había demostrado su amor al darle tantos bienes para disfrutarlos.
Y aunque vemos en el Evangelio que esos dos hombres han sido igualmente llamados por Dios, el que más ha recibido está más obligado a servirle y no le sirve y vive y muere desgraciadamente. En cambio el pobre Lázaro, que le ha servido con fidelidad, muere felizmente.
Cuando Dios creó a los ángeles en el cielo y los estableció en su Gracia, parecía que nunca iban a apartarse de Ella y sin embargo Lucifer se rebeló... ¿quién no temerá? y ¿qué reunión, qué vocación puede haber exenta de peligro? Ninguna. Siempre debemos estar temerosos y, por tanto, conservarnos en gran humildad.
Manteneos firmemente agarradas al árbol de vuestra profesión, cada una según su vocación; pero no dejéis de caminar en el santo temor durante toda vuestra vida, no sea que por querer avanzar con demasiada seguridad y libertad, vayáis a caer en los lazos del pecado.
San Gregorio Nacianceno, obispo
Sermón: Presencia de Cristo en los pobres
«Delante de su puerta había un pobre acostado» (cf. Lc 16,20)14 sobre el amor a los pobres, 38.40
«Dichosos los misericordiosos, dice el Señor, porque ellos alcanzarán misericordia» (Mt 5,7). No es, por cierto, la misericordia una de las últimas bienaventuranzas. «Dichoso el que cuida del pobre y desvalido». Y de nuevo: «Dichoso el que se apiada y presta». Y en otro lugar: «El justo a diario se compadece y da prestado» (Sal 71,13; 111,5; 36,26). Tratemos de alcanzar la bendición, de merecer que nos llamen dichosos: seamos benignos.
Que ni siquiera la noche interrumpa tus quehaceres de misericordia. No digas: «Vuelve, que mañana te ayudaré» (Sal 3,28). Que nada se interponga entre tu primera reacción y tu generosidad... «Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo» (Is 58,7) y no dejes de hacerlo con agrado y presteza. «Quien reparte limosna, dice San Pablo, que lo haga con agrado» (Rm 12 8). Tu mérito será doble por la presteza en realizarlo. Porque lo que se lleva a cabo con ánimo triste y forzado no merece gratitud ni tiene nobleza. De manera que cuando hacemos el bien, hemos de hacerlo, no tristes, sino con alegría... «Entonces saldrá tu luz como la aurora, te abrirá camino la justicia» (Is 58,8). ¿Hay alguien que no desee la luz y la justicia?...
Es por eso, servidores de Cristo, sus hermanos y coherederos (Gal 4,7), visitemos a Cristo mientras nos sea posible, curémoslo, no dejemos de alimentarlo o de vestirlo; acojamos y honremos a Cristo (Mt, 25,31s), no sólo invitándolo a la mesa, como algunos lo han hecho, o cubriéndole de perfumes, como María Magdalena, o cooperando a su sepultura, como Nicodemo... Ni con oro, incienso y mirra, como los magos... El Señor del universo «quiere misericordia y no sacrificios» (Mt 9,13), nuestra compasión mucho más que «millares de corderos cebados» (Mi 6,7). Presentémosle nuestra misericordia mediante la solicitud para con los pobres y humillados, de modo que, cuando nos vayamos de aquí nos «reciban en las mansiones eternas» (Lc 16,9) en el mismo Cristo , nuestro Señor.
San Agustín, obispo
Sermón: Lo que se aprende en la escuela de Cristo maestro
«Murieron ambos» (cf. Lc 16,22)33 A, 4 sobre el antiguo Testamento: CCL 41, 421-422
Atiende al evangelio, y mira y examina los pensamientos de los dos hombres de la parábola: Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino y banqueteaba espléndidamente cada día. No te seduzca la felicidad de aquel que se vestía de púrpura y lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Era un soberbio, un impío; vanos eran sus pensamientos y vanos sus apetitos. Cuando murió, en ese mismo día perecieron sus planes.
En cambio, un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal. Calló el nombre del rico, pero mencionó el nombre del pobre. Dios silenció el nombre que andaba en boca de todos, mientras que mencionó el que todos silenciaban. No te extrañe, por favor. Dios se limitó a decir lo que encontró escrito en su libro. De los impíos está efectivamente escrito: No sean inscritos en tu libro. Paralelamente, a los apóstoles que se felicitaban de que en el nombre del Señor se les sometían los demonios, para que no cediesen a la vanidad y a la jactancia como suele ocurrir a los hombres, aun tratándose de un hecho tan relevante y de un poder tan insigne, Jesús les dijo: No estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo. Pues bien, si Dios, morador del cielo, calló el nombre del rico, es porque no lo halló escrito en el cielo. Pronunció el nombre del pobre porque lo halló allí escrito, mejor dicho, porque él mandó inscribirlo allí.
Observad ahora a aquel pobre. Dijimos, hablando de los pensamientos del rico impío, preclaro, que se vestía de púrpura y lino y que banqueteaba espléndidamente cada día, que, al morir, perecieron todos sus planes. Al contrario, el mendigo Lázaro estaba echado en el portal del rico, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico, pero nadie se lo daba. Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas. Aquí quiero verte, cristiano: se describe la muerte de estos dos hombres. Poderoso es ciertamente Dios para dar la salud en esta vida, para eliminar la pobreza, para dar al cristiano el necesario sustento. Pero supongamos que Dios nada de esto hiciera: qué elegirías: ¿ser como aquel pobre o como aquel rico? No te ilusiones. Escucha el final y observa la mala elección. A buen seguro que aquel pobre, piadoso como era, al verse inmerso en las angustias de la vida presente, pensaba que un día se acabaría aquella vida y entraría en posesión del eterno descanso. Murieron ambos, pero en ese día no perecieron los planes de aquel mendigo.
Sucedió que se murió el mendigo y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán. En ese día se realizaron todos sus deseos. Cuando exhaló su espíritu y la carne volvió a la tierra de donde salió, no perecerán sus planes, pues que espera en el Señor su Dios. Esto es lo que se aprende en la escuela de Cristo maestro, esto es lo que espera el alma del fiel oyente, éste es el certísimo premio del Salvador.
Sobre los Salmos: No es la pobreza o la riqueza
«Dios mira el corazón» (1Sam 16,7)Salmo 85: CCL 39, 1178
¿Acaso aquel pobre fue transportado por los ángeles recompensando su pobreza y por el contrario, el rico fue enviado al tormento por el pecado de sus riquezas? En el pobre se patentiza glorificada la humildad, y en el rico condenada la soberbia.
Brevemente pruebo que no fue atormentada en el rico la riqueza, sino la soberbia. Sin duda que el pobre fue llevado al seno de Abraham; pero del mismo Abraham dice la Escritura que poseyó en este mundo abundante oro y plata y que fue rico en la tierra. Si el rico es llevado a los tormentos ¿cómo Abraham había precedido al pobre a fin de recibirlo en su seno? Porque Abraham en medio de las riquezas era pobre, humilde, cumplidor de todos los mandamientos y obediente. Hasta tal punto tuvo en nada las riquezas que se le ordenó por Dios inmolar a su hijo para quien las conservaba (Gn 22,4).
Aprended a ser ricos y pobres tanto los que tenéis algo en este mundo, como los que no tenéis nada. Pues también encontráis al mendigo que se ensoberbece y al acaudalado que se humilla. Dios resiste a los soberbios, ya estén vestidos de seda o de andrajos; pero da su gracia a los humildes ya tengan algunos haberes mundanos, ya carezcan de ellos. Dios mira al interior; allí pesa, allí examina.
San Pedro Crisólogo, obispo
Sermón: La riqueza que salva
«Vio de lejos a Abrahán y a Lázaro en su seno» (Lc 16,23)122, sobre el rico y Lázaro
«Abrahán era muy rico» nos dice la Escritura (Gn 13,2)... Abrahán, hermanos míos, no fue rico para sí mismo, sino para los pobres: más que reservarse su fortuna, se propuso compartirla... Este hombre, extranjero él, no cesó nunca de hacer todo lo que estaba en su mano para que el extranjero no se sintiera ya más extranjero. Viviendo en su tienda, no podía soportar que cualquiera que pasara se quedara sin ser acogido. Perpetuo viajero, acogía a todos los huéspedes que se presentaban... Lejos de acomodarse sobre los dones de Dios, se sabía llamado a difundirlos: los empleaba para defender a los oprimidos, liberar a los prisioneros, ver sacados de su suerte a los hombres que iban a morir (Gn 14,14)... Delante del extranjero que recibe en su tienda (Gn 18,1s) Abrahán no se sienta sino que se queda de pie. No es el convidado de su huésped, se hace su servidor; olvida que es señor en su propia casa, y trae la comida y se preocupa que tenga una cuidadosa preparación, llama a su mujer. Para las cosas propias cuenta enteramente con sus sirvientes, pero para el extranjero que recibe piensa que sólo lo puede confiar a la habilidad de su esposa.
¿Qué más diré, hermanos míos? Hay en él una delicadeza tan perfecta... que Abrahán atrajo al mismo Dios, quien le obligó a ser su huésped. Así Abrahán llegó a ser descanso para los pobres, refugio de los extranjeros, el mismo que, más adelante, se diría acogido en la persona del pobre y del extranjero: «Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis» (Mt 25,35).
Benedicto XVI, papa
Ángelus (30-09-2007): La iniquidad terrena vencida por la justicia divina
«Murió el pobre y fue llevado al seno de Abrahán» (Lc 16,22)domingo 30 de septiembre de 2007
Hoy el evangelio de san Lucas presenta la parábola del hombre rico y del pobre Lázaro (cf. Lc 16, 19-31). El rico personifica el uso injusto de las riquezas por parte de quien las utiliza para un lujo desenfrenado y egoísta, pensando solamente en satisfacerse a sí mismo, sin tener en cuenta de ningún modo al mendigo que está a su puerta. El pobre, al contrario, representa a la persona de la que solamente Dios se cuida: a diferencia del rico, tiene un nombre, Lázaro, abreviatura de Eleázaro (Eleazar), que significa precisamente "Dios le ayuda". A quien está olvidado de todos, Dios no lo olvida; quien no vale nada a los ojos de los hombres, es valioso a los del Señor. La narración muestra cómo la iniquidad terrena es vencida por la justicia divina: después de la muerte, Lázaro es acogido "en el seno de Abraham", es decir, en la bienaventuranza eterna, mientras que el rico acaba "en el infierno, en medio de los tormentos". Se trata de una nueva situación inapelable y definitiva, por lo cual es necesario arrepentirse durante la vida; hacerlo después de la muerte no sirve para nada.
Esta parábola se presta también a una lectura en clave social. Sigue siendo memorable la que hizo hace precisamente cuarenta años el Papa Pablo VI en la encíclica Populorum progressio. Hablando de la lucha contra el hambre, escribió: "Se trata de construir un mundo donde todo hombre (...) pueda vivir una vida plenamente humana, (...) donde el pobre Lázaro pueda sentarse a la misma mesa que el rico" (n. 47). Las causas de las numerosas situaciones de miseria son —recuerda la encíclica—, por una parte, "las servidumbres que le vienen de la parte de los hombres" y, por otra, "una naturaleza insuficientemente dominada" (ib.). Por desgracia, ciertas poblaciones sufren por ambos factores a la vez. ¿Cómo no pensar, en este momento, especialmente en los países de África subsahariana, afectados durante los días pasados por graves inundaciones? Pero no podemos olvidar otras muchas situaciones de emergencia humanitaria en diversas regiones del planeta, en las que los conflictos por el poder político y económico contribuyen a agravar problemas ambientales ya serios. El llamamiento que en aquel entonces hizo Pablo VI: "Los pueblos hambrientos interpelan hoy, con acento dramático, a los pueblos opulentos" (Populorum progressio, 3), conserva hoy toda su urgencia. No podemos decir que no conocemos el camino que hay que recorrer: tenemos la ley y los profetas, nos dice Jesús en el Evangelio. Quien no quiere escucharlos, no cambiará ni siquiera si alguien de entre los muertos vuelve para amonestarlo.
La Virgen María nos ayude a aprovechar el tiempo presente para escuchar y poner en práctica esta palabra de Dios. Nos obtenga que estemos más atentos a los hermanos necesitados, para compartir con ellos lo mucho o lo poco que tenemos, y contribuir, comenzando por nosotros mismos, a difundir la lógica y el estilo de la auténtica solidaridad.
Ángelus (26-09-2010): Escuchar al Señor
«Si no oyen a Moisés y a los profetas...» (Lc 16,31)Palacio Apostólico de Castelgandolfo
domingo 26 de septiembre de 2010
En el evangelio (Lc 16, 19-31) Jesús narra la parábola del hombre rico y del pobre Lázaro. El primero vive en el lujo y en el egoísmo, y cuando muere, acaba en el infierno. El pobre, en cambio, que se alimenta de las sobras de la mesa del rico, a su muerte es llevado por los ángeles a la morada eterna de Dios y de los santos. «Bienaventurados los pobres —había proclamado el Señor a sus discípulos— porque vuestro es el reino de Dios» (Lc 6, 20). Pero el mensaje de la parábola va más allá: recuerda que, mientras estamos en este mundo, debemos escuchar al Señor, que nos habla mediante las sagradas Escrituras, y vivir según su voluntad; si no, después de la muerte, será demasiado tarde para enmendarse. Por lo tanto, esta parábola nos dice dos cosas: la primera es que Dios ama a los pobres y les levanta de su humillación; la segunda es que nuestro destino eterno está condicionado por nuestra actitud; nos corresponde a nosotros seguir el camino que Dios nos ha mostrado para llegar a la vida, y este camino es el amor, no entendido como sentimiento, sino como servicio a los demás, en la caridad de Cristo.