Lc 16, 9-15: Buen uso de las riquezas – Contra los fariseos
/ 5 noviembre, 2014 / San LucasTexto Bíblico
9 Y yo os digo: Ganaos amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas. 10 El que es fiel en lo poco, también en lo mucho es fiel; el que es injusto en lo poco, también en lo mucho es injusto. 11 Pues, si no fuisteis fieles en la riqueza injusta, ¿quién os confiará la verdadera? 12 Si no fuisteis fieles en lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará? 13 Ningún siervo puede servir a dos señores, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero».
14 Los fariseos, que eran amigos del dinero, estaban escuchando todo esto y se burlaban de él. 15 Y les dijo: «Vosotros os las dais de justos delante de los hombres, pero Dios conoce vuestros corazones, pues lo que es sublime entre los hombres es abominable ante Dios.
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
San Gregorio
9. Para que los hombres encuentren algo en su mano después de la muerte, deben poner antes de ella sus riquezas en manos de los pobres. Prosigue: «Y yo os digo que os ganéis amigos de la mammona de la iniquidad…» (Moralium 18,11 super Iob 27,19).
«… Para que, cuando llegue a faltar, os reciban en las eternas moradas».» Si adquirimos las eternas moradas por nuestra amistad con los pobres, debemos pensar, cuando les damos nuestras limosnas, que más bien las ponemos en manos de nuestros defensores que en las de los necesitados (Moralium 21,24).
San Agustín
9. «Yo os digo: «Haceos amigos con el Dinero injusto, para que, cuando llegue a faltar, os reciban en las eternas moradas».» Llaman mammona los hebreos, a lo que los latinos llaman riquezas. Como si dijese: «Haceos amigos de las riquezas de la iniquidad». Interpretando mal estas palabras, algunos roban lo ajeno y de ello dan algo a los pobres y creen que con esto obran según está mandado. Esta interpretación debe corregirse. Dad limosna de lo que ganáis con vuestro propio trabajo. No podréis engañar al juez, que es Jesucristo. Si de lo que has robado al indigente das algo al juez para que sentencie a tu favor, es tanta la fuerza de la justicia, que, si lo hace así el juez, te desagradará a ti mismo. No quieras figurarte a Dios así, porque es fuente de justicia. Por tanto, no des limosna del logro y de la usura. Me dirijo a los fieles, a quienes distribuimos el cuerpo de Jesucristo. Pero si tales riquezas tenéis, lo que tenéis es malo. No queráis obrar más de este modo. Zaqueo dijo (Lc 19,8): «Yo doy la mitad de mis bienes a los pobres». He aquí cómo obra el que se propone hacerse amigos con la riqueza de la iniquidad y para no ser considerado como reo, dice: «Si he quitado algo a otro, le daré el cuádruple». También puede entenderse así: Riquezas de la iniquidad son todas las de este mundo, procedan de donde quiera. Por esto, si quieres la verdadera riqueza, busca aquella en que Job abundaba cuando, a la vez que estaba desnudo, tenía su corazón lleno de Dios. Se llaman riquezas de iniquidad las de este mundo porque no son verdaderas, estando llenas de pobreza y siempre expuestas a perderse, pues si fuesen verdaderas te ofrecerían seguridad (De verb. Dom. serm. 35).
9. «Yo os digo: «Haceos amigos con el Dinero injusto, para que, cuando llegue a faltar, os reciban en las eternas moradas».» Se llaman riquezas de iniquidad, porque no son más que de los inicuos y de los que ponen en ellas la esperanza y toda su felicidad. Mas cuando son poseídas por los justos, son ciertamente las mismas, pero para ellos no son riquezas más que las celestiales y espirituales (De quaest. Evang. 2,34).
«… Para que, cuando llegue a faltar, os reciban en las eternas moradas».» ¿Y quiénes son los que serán recibidos por ellos en las mansiones eternas, sino aquellos que los socorren en su necesidad y les suministran con alegría lo que les es necesario? Estos son los menores de Cristo, que todo lo han dejado por seguirlo y todo lo que han tenido lo han distribuido entre los pobres, para poder servir a Dios desembarazados de los cuidados de la tierra y, libres del peso de los negocios mundanos, levantarse como en alas hacia el cielo (De verb. Dom. serm. 35).
9. «Yo os digo: «Haceos amigos con el Dinero injusto, para que, cuando llegue a faltar, os reciban en las eternas moradas».» No debemos entender que aquellos por quienes queremos ser recibidos en los eternos tabernáculos, son deudores de Dios, puesto que son los santos y los justos a quienes se alude en este lugar y que serán los que introduzcan a aquellos de quienes recibieron en la tierra remedio para sus necesidades (De quaest. Evang. 2,34).
13. «Ningún criado puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero.» No habla así casualmente o sin reflexión, porque a nadie a quien se le pregunte si ama al demonio contestará que lo ama, sino más bien que le aborrece, mientras que casi todos dicen que aman a Dios. Así, pues, o aborrecerá al uno (esto es, al diablo) y amará al otro (esto es, a Dios), o se unirá con uno (esto es, con el diablo, buscando sus recompensas temporales) y despreciará al otro, esto es, a Dios, como acostumbran a hacerlo aquellos que, lisonjeándose con que su bondad los deje impunes, no hacen consideración de sus amenazas por satisfacer sus pasiones (De quaest. Evang. 2,36).
San Ambrosio
9. «Yo os digo: «Haceos amigos con el Dinero injusto, para que, cuando llegue a faltar, os reciban en las eternas moradas».» Llama inicuas las riquezas, porque sus atractivos tientan nuestros afectos por la avaricia, para que nos hagamos esclavos suyos.
9. «Yo os digo: «Haceos amigos con el Dinero injusto, para que, cuando llegue a faltar, os reciban en las eternas moradas».» Haceos amigos de la riqueza de la iniquidad, con el fin de que, dando a los pobres, podamos conseguir la gracia de los ángeles y de los demás santos.
12. «Y si no fuisteis fieles con lo ajeno, ¿quién os dará lo vuestro?» Son para nosotros ajenas las riquezas, porque están fuera de nuestra naturaleza y no nacen y mueren con nosotros. Jesucristo es nuestro porque es la vida de los hombres y vino a lo que es suyo.
13. «Ningún criado puede servir a dos señores…» No porque haya dos señores, siendo uno el Señor, pues aun cuando hay quien se esclaviza por las riquezas, sin embargo no da a éstas derecho ninguno de dominio, siendo él mismo el que se impone el yugo de la esclavitud. El Señor es uno sólo, porque sólo hay un Dios en lo que se manifiesta que el Padre y el Hijo tienen el mismo poder. Y explica la razón de ello cuando añade: «Porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro…»
Teofilacto
9. «Yo os digo: «Haceos amigos con el Dinero injusto, para que, cuando llegue a faltar, os reciban en las eternas moradas».» Se llaman riquezas de la iniquidad, todas las que el Señor nos ha concedido para satisfacer las necesidades de nuestros hermanos y semejantes pero que reservamos para nosotros. Debíamos, por tanto, entregarlas a los pobres desde el principio. Pero, como en verdad fuimos administradores de iniquidad, reteniendo inicuamente todo aquello que se nos ha concedido para la necesidad de los demás, no debemos continuar de ningún modo en esta crueldad, sino dar a los pobres para que seamos recibidos de ellos en los tabernáculos celestiales. Prosigue, pues: «Para que cuando falleciereis os reciban en las eternas moradas».
13. Así, pues, nos enseñó hasta aquí con cuánta caridad debemos distribuir las riquezas. Pero como la distribución de ellas no puede verificarse, según Dios, más que por la impasibilidad del alma, desprendida de ellas, añade: «Ningún criado puede servir a dos señores…»
14-15a. «Estaban oyendo todas estas cosas los fariseos, que eran amigos del dinero, y se burlaban de él.» Pero el Señor, descubriendo la malicia oculta que había en ellos, les manifiesta que su justicia es fingida. Por esto añade (1Cor 4,5): «Y les dijo: «Vosotros sois los que os la dais de justos delante de los hombres…»
15b. «Pero Dios conoce vuestros corazones…» Y por tanto sois abominables en su presencia por vuestra arrogancia y por vuestra ambición de favor humano. Así es que añade: «Porque lo que es estimable para los hombres, es abominable ante Dios.»
Crisóstomo, hom. 33 ad pop. Antioch
9. «Yo os digo: «Haceos amigos con el Dinero injusto, para que, cuando llegue a faltar, os reciban en las eternas moradas».» Obsérvese que no dijo: para que os reciban en sus mansiones, porque no son ellos mismos los que admiten. Por esto cuando dice: «haceos amigos», añade «con las riquezas de la iniquidad», para manifestar que no nos bastará su amistad si las buenas obras no nos acompañan y si no damos en justicia salida a las riquezas amontonadas injustamente. El arte de las artes es, pues, la limosna bien ejercida. No fabrica para nosotros casas de tierra, sino que nos procura una vida eterna. Todas las artes necesitan unas de otras, pero cuando conviene hacer obras de misericordia, no es necesario otro auxilio que la sola obra de la voluntad.
San Cirilo
9-12. «Yo os digo: «Haceos amigos con el Dinero injusto, para que, cuando llegue a faltar, os reciban en las eternas moradas».» Así, enseñaba Jesucristo a los ricos que estimasen sobre todo la amistad de los pobres, y que atesorasen en el cielo. Conocía también la pereza de la humanidad, que es causa de que los que ambicionan riquezas no hagan ninguna obra de caridad con los pobres. Manifiesta, por tanto, con ejemplos claros, que éstos no obtendrán ningún fruto de los dones espirituales, añadiendo: «El que es fiel en lo mínimo, lo es también en lo mucho; y el que es injusto en lo mínimo, también lo es en lo mucho.» En seguida nos abre el Señor los ojos del corazón aclarando lo que había dicho antes, diciendo: «Si, pues, no fuisteis fieles en el Dinero injusto, ¿quién os confiará lo verdadero?» Lo menor son, pues, las riquezas de iniquidad, esto es, las riquezas de la tierra, que nada son para los que se fijan en las del cielo. Creo, por tanto, que es fiel alguno en lo poco cuando hace partícipes de su riqueza a los oprimidos por la miseria. Además, si en lo pequeño no somos fieles, ¿por qué medio alcanzaremos lo verdadero, esto es, la abundancia de las mercedes divinas, que imprime en el alma humana una semejanza con la divinidad? Que sea éste el sentido de las palabras del Señor, se conoce claramente por lo que sigue: «Y si no fuisteis fieles con lo ajeno, ¿quién os dará lo vuestro?»
13b. Da fin a este discurso con lo que sigue: «No podéis servir a Dios y al Dinero.» Renunciemos, pues, a las riquezas y consagrémonos a Dios con todo celo.
San Basilio
9. «Yo os digo: «Haceos amigos con el Dinero injusto, para que, cuando llegue a faltar, os reciban en las eternas moradas».» Si heredases un patrimonio, recibirás lo acumulado por los injustos, porque entre tus antepasados necesariamente debe encontrarse alguno que las haya adquirido por usurpación. Supongamos que ni aun vuestro padre lo haya robado, ¿de dónde tienes el dinero? Si dices de mí, desconoces a Dios no teniendo noticia del Creador. Si dices que de Dios, dinos la razón por qué las has recibido. Por ventura ¿no es de Dios la tierra y cuanto en ella se contiene? (Sal 23,1). Luego si lo que nosotros tenemos pertenece al Señor de todos, todo ello pertenecerá también a nuestros prójimos.
Beda
13. «Ningún criado puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero.» Oiga esto el avaro y vea que no puede servir a la vez a Jesucristo y a las riquezas. Sin embargo, no dijo: quien tiene riquezas, sino el que sirve a las riquezas, porque el que está esclavizado por ellas las guarda como su siervo, y el que sacude el yugo de esta esclavitud, las distribuye como señor. Pero el que sirve a las riquezas sirve también a aquel que por su perversidad es llamado con razón dueño de las cosas terrenas y el príncipe de este siglo (Jn 12; 2Cor 4).
14. Jesucristo había aconsejado a los escribas y a los fariseos que no presumieran de su justicia, sino que recibieran a los pecadores penitentes y redimiesen sus pecados por medio de limosnas. Pero ellos se burlaban del maestro de la misericordia, de la humildad y del buen uso de las riquezas, por lo cual dice: «Estaban oyendo todas estas cosas los fariseos, que eran amigos del dinero, y se burlaban de él.» Se burlaban por dos razones: o porque mandaba cosas de poca utilidad, o porque creían que ellos ya lo hacían así.
15. «Y les dijo: «Vosotros sois los que os la dais de justos delante de los hombres…» Se justifican delante de los hombres todos aquellos que desprecian a los pecadores como débiles y como desesperados y que, considerándose perfectos, creen que no necesitan del remedio de la limosna. Sin embargo, el que iluminará las tinieblas más profundas verá cuán digna de condenación es la hinchazón de este orgullo culpable. Y prosigue: «Pero Dios conoce vuestros corazones; porque lo que es estimable para los hombres, es abominable ante Dios.»
Los fariseos se burlaban del Salvador, porque predicaba contra la avaricia, como si mandase algo en contra de lo que prescribían la ley y los profetas, en donde se lee que muchos y muy ricos agradaron al Señor y que aun el mismo Moisés había predicho al pueblo que gobernaba, que si cumplía con exactitud la ley abundaría en toda clase de bienes terrenos (Dt 28). Queriendo el Señor probar esto mismo, manifiesta que entre la ley y el Evangelio hay no pequeña diferencia en cuanto a las promesas y a los preceptos. Por esto añade: «La ley y los profetas hasta Juan» (Lc 16, 16).
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
Autor anómimo
Homilía: Probarse a sí mismo
Autor del siglo IV: Hom. 48,1-6: PG 34, 807-811
Sobre la perfecta fe en Dios
Queriendo el Señor conducir a sus discípulos a la fe perfecta, dijo en el evangelio: El que no es honrado en lo menudo, tampoco en lo importante es honrado; el que es de fiar en lo menudo, también en lo importante es de fiar. ¿Qué es lo menudo?, ¿qué es lo importante?
Lo menudo son los bienes de esta vida, que él prometió dar a los que creen en él, tales como el sustento, el vestido y otros subsidios corporales, como la salud y cosas por el estilo, ordenándonos taxativamente que no andemos agobiados por estas cosas, sino que esperemos confiadamente en él, pues Dios es la providencia de quienes a él se acogen, providencia segura y total.
Lo importante son los dones de la vida eterna e incorruptible, que él prometió conceder a cuantos crean en él y a los que continuamente están pendientes de estas cosas y a él acuden en su demanda, porque así está ordenado: Vosotros, en cambio, buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura. En estas cosas menudas y temporales se demostrará si uno cree en Dios, que prometió concedérnoslas, a condición sin embargo de que no andemos agobiados por tales cosas, sino que únicamente nos preocupemos de las realidades futuras y eternas.
Y quedará perfectamente asentado que uno cree en los bienes incorruptibles y busca de verdad los bienes eternos si conserva una fe sana en dichos bienes. En efecto, cada uno de los que aceptaron la palabra de verdad debe probarse a sí mismo y examinarse, o ser examinado y probado por maestros del espíritu, cuáles son las razones de su fe y cuáles las motivaciones de su entrega a Dios: debe sopesar si cree realmente y de verdad apoyado en la palabra de Dios, o si cree más bien inducido por la opinión que él se ha formado sobre la justificación y la fe.
Toda persona tiene a su alcance la posibilidad de comprobar y demostrarse a sí mismo si es fiel en lo menudo — me refiero a los bienes temporales. ¿De qué forma? Escucha: ¿Te crees digno del reino de los cielos?, ¿te confiesas hijo de Dios nacido de arriba?, ¿te consideras coheredero de Cristo, destinado a reinar eternamente con él y a gozar de las delicias en la arcana luz por siglos incontables e infinitos, exactamente como Dios? Me contestarás sin duda: Ciertamente: ésa es precisamente la razón por la que he dejado el mundo y me he entregado en cuerpo y alma al Señor.
Examínate, pues, y mira si no te retienen todavía las preocupaciones terrenas, o el desmedido afán del sustento y del vestido corporal, o bien otros intereses y el confort, como si tú fueras capaz de proveerte por ti mismo de lo que se te ha ordenado no preocuparte en absoluto, es decir, de tu vida. Pues si estás convencido de poder conseguir los bienes inmortales, eternos, permanentes y carentes de envidia, mucho más convencido has de estar de que el Señor te otorgará estos bienes caducos y terrenos, que él concede incluso a los hombres impíos y hasta a los mismos pájaros, habiéndote él mismo enseñado a no preocuparte lo más mínimo de estas cosas.
Tú, pues, que te has hecho peregrino de este mundo, debes obtener una nueva y peregrina fe, un modo de pensar y de vivir superior al de todos los hombres de este mundo. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo por los siglos. Amén.
San Gaudencio de Brescia, obispo
Sermones: Nada nos pertenece
Sermón 18: PL 20, 973-975
«Ganaos amigos con el dinero injusto»
Nuestro Señor Jesucristo es el Maestro verdadero que enseña a sus discípulos los preceptos necesarios para la salvación. Él narra a sus apóstoles de entonces la parábola del administrador infiel para exhortarlos, pero no sólo a ellos, sino también a todos los creyentes de hoy, a ser fieles haciendo limosna. Haciendo referencia a ese administrador, nuestro Señor ha querido enseñarnos que nada nos pertenece en esta tierra, sino que Él nos ha confiado la administración de sus riquezas para que hagamos buen uso de ellas, sea teniendo siempre un corazón agradecido, o bien distribuyéndolas a nuestros compañeros de servicio, según las necesidades de cada uno. No nos está permitido derrochar las riquezas que nos han sido confiadas, ni usarlas en cosas superfluas, porque debremos dar cuentas de su uso al Señor, en su última venida.
El Señor [dice en la parábola]: «Yo os digo: Haceos amigos con el Dinero injusto, para que, cuando llegue a faltar, os reciban en las eternas moradas.» (Lc 16,9).
Esos amigos que nos alcanzarán la salvación son, evidentemente, los pobres, porque, según nos dice Cristo, es él mismo, el autor de la recompensa eterna, quien, en ellos, recogerá los servicios que nuestra caridad les habrá procurado. Es por este hecho que seremos bien acogidos por los pobres, pero no en su propio nombre sino en el nombre de aquél que, en ellos, gusta del fruto refrescante de nuestra obediencia y de nuestra fe. Los que llevan a cabo este servicio de amor serán recibidos en las estancias eternas del Reino de los cielos, puesto que el mismo Cristo dirá: «Venid, benditos de mi Padre, recibid en herencia el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me distéis de comer; tuve sed y me distéis de beber» (Mt 25, 34)…
Finalmente, el Señor añade: «Y si no habéis sido dignos de que se os confiaran los bienes de otros, los vuestros ¿quién os los dará?». Pues en efecto, nada de lo que es de este mundo nos pertenece verdaderamente. Porque a nosotros, que esperamos la recompensa futura, se nos invita a comportarnos aquí abajo como huéspedes y peregrinos, de manera que todos podamos, con toda seguridad, decir al Señor: «Soy un extraño, un forastero como todos mis padres» (Sal 38,13).
Pero, los bienes eternos pertenecen, propiamente, a los creyentes. Sabemos que están en el cielo, allí donde «está nuestro corazón y nuestro tesoro» (Mt 6,21), y donde –esta es nuestra íntima convicción- vivimos ya desde ahora por la fe. Porque, según lo enseña san Pablo: «Somos ciudadanos del cielo» (Flp 3,20).
San Juan Pablo II, papa
Discurso: Ser fieles
Discurso a la Guardia Suiza Pontificia (07-05-1979)
[…] Cristo nos enseña, como yo brevemente he señalado en mi Encíclica Redemptor hominis, que el mejor uso de nuestra libertad es el amor. que se realiza en la entrega y en el servicio (cf. núm. 21). El amor y la entrega deben también definir vuestro servicio… La fidelidad, a la que hoy os habéis comprometido por juramento, se realiza en el desarrollo pleno y consciente de los quehaceres y obligaciones que vosotros habéis aceptado cordialmente, y da valor a vuestro compromiso de fidelidad el mismo Cristo, que nos exige perseverancia al pedirnos que hagamos exactamente aquello que corresponde a nuestra actual vocación. Que vuestro amor a Cristo y a la Iglesia pueda desarrollarse plenamente y cada día más profundamente en vuestro servicio en la Guardia Suiza. La fidelidad en las muchas y pequeñas obligaciones de cada día os hará capaces de realizar plenamente vuestra gran misión personal en la vida, como cristianos conscientes de su responsabilidad y fuertes en su fe, con entrega y lealtad según la voluntad de Dios. Así nos lo asegura Cristo, cuando dice: «El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho» (Lc 16, 10). Os ayude Dios con su gracia iluminadora y fortificante y también mi bendición apostólica, que yo os imparto de corazón… a vosotros, a vuestros queridos familiares y a todos los presentes.
Catequesis: La idolatría es incompatible con el servicio de Dios
Audiencia general 30-11-1994
5. […] Jesús afirma que todos necesitan hacer una opción fundamental acerca de los bienes de la tierra: liberarse de su tiranía. Nadie -dice- puede servir a dos señores. O se sirve a Dios o se sirve al dinero (cf. Lc 16, 13; Mt 6, 24). La idolatría de mammona, o sea del dinero, es incompatible con el servicio a Dios. Jesús nos hace notar que los ricos se apegan más fácilmente al dinero (llamado con el término arameo mammona, que significa tesoro), y les resulta difícil dirigirse a Dios: «¡Qué difícil es que los que tienen riquezas entren en el reino de Dios! Es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el reino de Dios» (Lc 18, 24-25; cf. par.).
Jesús advierte acerca del doble peligro de los bienes de la tierra, a saber, que con la riqueza el corazón se cierre a Dios, y se cierre también al prójimo, como se ve en la parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro (cf. Lc 16, 19-31). Sin embargo, Jesús no condena de modo absoluto la posesión de los bienes terrenos: le apremia más bien recordar a quienes los poseen el doble mandamiento del amor a Dios y del amor al prójimo. Pero, a quien puede y quiere comprenderlo, pide mucho más.
Benedicto XVI, papa
Homilía: decisión entre el egoísmo y el amor
Visita Pastoral a la Diócesis Sub-Urbicaria de Velletri-Segni
Celebración Eucarística en la Plaza de la Catedral de Velletri. 23 de Septiembre de 2007.
[…] Inmediatamente después de esta parábola del administrador injusto el evangelista nos presenta una serie de dichos y advertencias sobre la relación que debemos tener con el dinero y con los bienes de esta tierra. Son pequeñas frases que invitan a una opción que supone una decisión radical, una tensión interior constante.
En verdad, la vida es siempre una opción: entre honradez e injusticia, entre fidelidad e infidelidad, entre egoísmo y altruismo, entre bien y mal. Es incisiva y perentoria la conclusión del pasaje evangélico: «Ningún siervo puede servir a dos amos: porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo». En definitiva —dice Jesús— hay que decidirse: «No podéis servir a Dios y al dinero» (Lc 16, 13). La palabra que usa para decir dinero —»mammona»— es de origen fenicio y evoca seguridad económica y éxito en los negocios. Podríamos decir que la riqueza se presenta como el ídolo al que se sacrifica todo con tal de lograr el éxito material; así, este éxito económico se convierte en el verdadero dios de una persona.
Por consiguiente, es necesaria una decisión fundamental para elegir entre Dios y «mammona»; es preciso elegir entre la lógica del lucro como criterio último de nuestra actividad y la lógica del compartir y de la solidaridad. Cuando prevalece la lógica del lucro, aumenta la desproporción entre pobres y ricos, así como una explotación dañina del planeta. Por el contrario, cuando prevalece la lógica del compartir y de la solidaridad, se puede corregir la ruta y orientarla hacia un desarrollo equitativo, para el bien común de todos.
En el fondo, se trata de la decisión entre el egoísmo y el amor, entre la justicia y la injusticia; en definitiva, entre Dios y Satanás. Si amar a Cristo y a los hermanos no se considera algo accesorio y superficial, sino más bien la finalidad verdadera y última de toda nuestra vida, es necesario saber hacer opciones fundamentales, estar dispuestos a renuncias radicales, si es preciso hasta el martirio. Hoy, como ayer, la vida del cristiano exige valentía para ir contra corriente, para amar como Jesús, que llegó incluso al sacrificio de sí mismo en la cruz.
Así pues, parafraseando una reflexión de san Agustín, podríamos decir que por medio de las riquezas terrenas debemos conseguir las verdaderas y eternas. En efecto, si existen personas dispuestas a todo tipo de injusticias con tal de obtener un bienestar material siempre aleatorio, ¡cuánto más nosotros, los cristianos, deberíamos preocuparnos de proveer a nuestra felicidad eterna con los bienes de esta tierra! (cf. Discursos 359, 10).
Ahora bien, la única manera de hacer que fructifiquen para la eternidad nuestras cualidades y capacidades personales, así como las riquezas que poseemos, es compartirlas con nuestros hermanos, siendo de este modo buenos administradores de lo que Dios nos encomienda. Dice Jesús: «El que es fiel en lo poco, lo es también en lo mucho; y el que es injusto en lo poco, también lo es en lo mucho» (Lc 16, 10).
De esa opción fundamental, que es preciso realizar cada día, también habla hoy el profeta Amós en la primera lectura. Con palabras fuertes critica un estilo de vida típico de quienes se dejan absorber por una búsqueda egoísta del lucro de todas las maneras posibles y que se traduce en afán de ganancias, en desprecio a los pobres y en explotación de su situación en beneficio propio (cf. Am 4, 5).
El cristiano debe rechazar con energía todo esto, abriendo el corazón, por el contrario, a sentimientos de auténtica generosidad. Una generosidad que, como exhorta el apóstol san Pablo en la segunda lectura, se manifiesta en un amor sincero a todos y en la oración.
Ángelus: peligro del dinero
Plaza de San Pedro: 23-09-2007
[…] Narrando la parábola de un administrador injusto, pero muy astuto, Cristo enseña a sus discípulos cuál es el mejor modo de utilizar el dinero y las riquezas materiales, es decir, compartirlos con los pobres, granjeándose así su amistad con vistas al reino de los cielos. «Haceos amigos con el dinero injusto —dice Jesús—, para que cuando os falte, os reciban en las moradas eternas» (Lc 16, 9). El dinero no es «injusto» en sí mismo, pero más que cualquier otra cosa puede encerrar al hombre en un egoísmo ciego. Se trata, pues, de realizar una especie de «conversión» de los bienes económicos en vez de usarlos sólo para el propio interés, es preciso pensar también en las necesidades de los pobres, imitando a Cristo mismo, el cual, como escribe san Pablo, «siendo rico, por vosotros se hizo pobre, a fin de que os enriquecierais con su pobreza» (2 Co 8, 9). Parece una paradoja Cristo no nos ha enriquecido con su riqueza, sino con su pobreza, es decir, con su amor, que lo impulsó a entregarse totalmente a nosotros.
Aquí podría abrirse un vasto y complejo campo de reflexión sobre el tema de la riqueza y de la pobreza, incluso a escala mundial, en el que se confrontan dos lógicas económicas la lógica del lucro y la lógica de la distribución equitativa de los bienes, que no están en contradicción entre sí, con tal de que su relación esté bien ordenada. La doctrina social católica ha sostenido siempre que la distribución equitativa de los bienes es prioritaria. El lucro es naturalmente legítimo y, en una medida justa, necesario para el desarrollo económico.
En la encíclica Centesimus annus escribió Juan Pablo II «La moderna economía de empresa comporta aspectos positivos, cuya raíz es la libertad de la persona, que se expresa en el campo económico y en otros campos» (n. 32). Sin embargo —añadió—, no se ha de considerar el capitalismo como el único modelo válido de organización económica (cf. ib., 35). La emergencia del hambre y la emergencia ecológica muestran cada vez con más evidencia que cuando predomina la lógica del lucro aumenta la desproporción entre ricos y pobres y una dañosa explotación del planeta. En cambio, cuando predomina la lógica del compartir y de la solidaridad, es posible corregir la ruta y orientarla hacia un desarrollo equitativo y sostenible.
María santísima, que en el Magníficat proclama el Señor «a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos» (Lc 1, 53), ayude a los cristianos a usar con sabiduría evangélica, es decir, con generosa solidaridad, los bienes terrenos, e inspire a los gobernantes y a los economistas estrategias clarividentes que favorezcan el auténtico progreso de todos los pueblos.
Mensaje para la Cuaresma 2008: La limosna no es filantropía
1. […] Deseo detenerme a reflexionar sobre la práctica de la limosna, que representa una manera concreta de ayudar a los necesitados y, al mismo tiempo, un ejercicio ascético para liberarse del apego a los bienes terrenales.
¡Cuán fuerte es la seducción de las riquezas materiales y cuán tajante tiene que ser nuestra decisión de no idolatrarlas! lo afirma Jesús de manera perentoria: “No podéis servir a Dios y al dinero” (Lc 16,13). La limosna nos ayuda a vencer esta constante tentación, educándonos a socorrer al prójimo en sus necesidades y a compartir con los demás lo que poseemos por bondad divina. Las colectas especiales en favor de los pobres, que en Cuaresma se realizan en muchas partes del mundo, tienen esta finalidad. De este modo, a la purificación interior se añade un gesto de comunión eclesial, al igual que sucedía en la Iglesia primitiva. San Pablo habla de ello en sus cartas acerca de la colecta en favor de la comunidad de Jerusalén (cf.2Cor 8,9; Rm 15,25-27 ).
2. Según las enseñanzas evangélicas, no somos propietarios de los bienes que poseemos, sino administradores: por tanto, no debemos considerarlos una propiedad exclusiva, sino medios a través de los cuales el Señor nos llama, a cada uno de nosotros, a ser un instrumento de su providencia hacia el prójimo. Como recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica, los bienes materiales tienen un valor social, según el principio de su destino universal (cf. nº 2404).
En el Evangelio es clara la amonestación de Jesús hacia los que poseen las riquezas terrenas y las utilizan solo para sí mismos. Frente a la muchedumbre que, carente de todo, sufre el hambre, adquieren el tono de un fuerte reproche las palabras de San Juan: “Si alguno que posee bienes del mundo, ve a su hermano que está necesitado y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?” (1Jn 3,17). La llamada a compartir los bienes resuena con mayor elocuencia en los países en los que la mayoría de la población es cristiana, puesto que su responsabilidad frente a la multitud que sufre en la indigencia y en el abandono es aún más grave. Socorrer a los necesitados es un deber de justicia aun antes que un acto de caridad.
3. El Evangelio indica una característica típica de la limosna cristiana: tiene que hacerse en secreto. “Que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha”, dice Jesús, “así tu limosna quedará en secreto” (Mt 6,3-4). Y poco antes había afirmado que no hay que alardear de las propias buenas acciones, para no correr el riesgo de quedarse sin la recompensa en los cielos (cf. Mt 6,1-2). La preocupación del discípulo es que todo sea para mayor gloria de Dios. Jesús nos enseña: “Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestra buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5,16). Por tanto, hay que hacerlo todo para la gloria de Dios y no para la nuestra.
Queridos hermanos y hermanas, que esta conciencia acompañe cada gesto de ayuda al prójimo, evitando que se transforme en una manera de llamar la atención. Si al cumplir una buena acción no tenemos como finalidad la gloria de Dios y el verdadero bien de nuestros hermanos, sino que más bien aspiramos a satisfacer un interés personal o simplemente a obtener la aprobación de los demás, nos situamos fuera de la perspectiva evangélica. En la sociedad moderna de la imagen hay que estar muy atentos, ya que esta tentación se plantea continuamente. La limosna evangélica no es simple filantropía: es más bien una expresión concreta de la caridad, la virtud teologal que exige la conversión interior al amor de Dios y de los hermanos, a imitación de Jesucristo, que muriendo en la cruz se entregó a sí mismo por nosotros.
¿Cómo no dar gracias a Dios por tantas personas que en el silencio, lejos de los reflectores de la sociedad mediática, llevan a cabo con este espíritu acciones generosas de ayuda al prójimo necesitado? Sirve de bien poco dar los propios bienes a los demás si el corazón se hincha de vanagloria por ello. Por este motivo, quien sabe que “Dios ve en lo secreto” y en lo secreto recompensará, no busca un reconocimiento humano por las obras de misericordia que realiza.
4. La Escritura, al invitarnos a considerar la limosna con una mirada más profunda, que trascienda la dimensión puramente material, nos enseña que hay mayor felicidad en dar que en recibir (Hch 20,35). Cuando actuamos con amor expresamos la verdad de nuestro ser: en efecto, no hemos sido creados para nosotros mismos, sino para Dios y para los hermanos (cf.2Cor 5,15). Cada vez que por amor de Dios compartimos nuestros bienes con el prójimo necesitado experimentamos que la plenitud de vida viene del amor y lo recuperamos todo como bendición en forma de paz, de satisfacción interior y de alegría. El Padre celestial recompensa nuestras limosnas con su alegría.
Más aún: san Pedro cita entre los frutos espirituales de la limosna el perdón de los pecados. “La caridad –escribe– cubre multitud de pecados” (1P 4,8). Como repite a menudo la liturgia cuaresmal, Dios nos ofrece a los pecadores la posibilidad de ser perdonados. El hecho de compartir con los pobres lo que poseemos nos dispone a recibir ese don. En este momento pienso en los que sienten el peso del mal que han hecho y, precisamente por eso, se sienten lejos de Dios, temerosos y casi incapaces de recurrir a él. La limosna, acercándonos a los demás, nos acerca a Dios y puede convertirse en un instrumento de auténtica conversión y reconciliación con él y con los hermanos.
5. La limosna educa a la generosidad del amor. San José Benito Cottolengo solía recomendar: “Nunca contéis las monedas que dais, porque yo digo siempre: si cuando damos limosna la mano izquierda no tiene que saber lo que hace la derecha, tampoco la derecha tiene que saberlo” (Detti e pensieri, Edilibri, n. 201). Al respecto es significativo el episodio evangélico de la viuda que, en su miseria, echa en el tesoro del templo “todo lo que tenía para vivir” (Mc 12,44). Su pequeña e insignificante moneda se convierte en un símbolo elocuente: esta viuda no da a Dios lo que le sobra, no da lo que posee, sino lo que es: toda su persona.
Este episodio conmovedor se encuentra dentro de la descripción de los días que precedente inmediatamente a la pasión y muerte de Jesús, el cual, como señala San Pablo, se hizo pobre a fin de enriquecernos con su pobreza (cf. 2Cor 8,9); se ha entregado a sí mismo por nosotros. La Cuaresma nos impulsa a seguir su ejemplo, también a través de la práctica de la limosna. Siguiendo sus enseñanzas podemos aprender a hacer de nuestra vida un don total; imitándolo estaremos dispuestos a dar, no tanto algo de lo que poseemos, sino a darnos a nosotros mismos.
¿Acaso no se resume todo el Evangelio en el único mandamiento de la caridad? Por tanto, la práctica cuaresmal de la limosna se convierte en un medio para profundizar nuestra vocación cristiana. El cristiano, cuando gratuitamente se ofrece a sí mismo, da testimonio de que no es la riqueza material la que dicta las leyes de la existencia, sino el amor. Por tanto, lo que da valor a la limosna es el amor, que inspira formas distintas de don, según las posibilidades y las condiciones de cada uno.
6. Queridos hermanos y hermanas, la Cuaresma nos invita a “entrenarnos” espiritualmente, también mediante la práctica de la limosna, para crecer en la caridad y reconocer en los pobres a Cristo mismo. Los Hechos de los Apóstoles cuentan que el apóstol san Pedro dijo al tullido que le pidió una limosna en la entrada del templo: “No tengo plata ni oro; pero lo que tengo, te lo doy: en nombre de Jesucristo, el Nazareno, echa a andar” (Hch 3,6).
Con la limosna regalamos algo material, signo del don más grande que podemos ofrecer a los demás con el anuncio y el testimonio de Cristo, en cuyo nombre está la vida verdadera…
Discurso: Un ídolo que sofoca a la persona
Encuentro con los Jóvenes durante el Viaje Apostólico a Líbano (14-16 de Septiembre de 2012)
15 de Septiembre de 2012.
[…] La juventud es el momento en el que se aspira a grandes ideales, y el periodo en que se estudia para prepararse a una profesión y a un porvenir. Esto es importante y exige su tiempo. Buscad lo que es hermoso y gozad en hacer el bien. Dad testimonio de la grandeza y la dignidad de vuestro cuerpo, que es «para el Señor» (1 Co 6,13b). Tened la delicadeza y la rectitud de los corazones puros. Como el beato Juan Pablo II, yo también os repito: «No tengáis miedo. Abrid las puertas de vuestro espíritu y vuestro corazón a Cristo». El encuentro con él «da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (Deus caritas est, 1). En él encontraréis la fuerza y el valor para avanzar en el camino de vuestra vida, superando así las dificultades y aflicciones. En él encontraréis la fuente de la alegría. Cristo os dice: سَلامي أُعطيكُم (Mi paz os doy). Aquí está la revolución que Cristo ha traído, la revolución del amor.
Las frustraciones que se presentan no os deben conducir a refugiaros en mundos paralelos como, entre otros, el de las drogas de cualquier tipo, o el de la tristeza de la pornografía. En cuanto a las redes sociales, son interesantes, pero pueden llevar fácilmente a una dependencia y a la confusión entre lo real y lo virtual. Buscad y vivid relaciones ricas de amistad verdadera y noble. Adoptad iniciativas que den sentido y raíces a vuestra existencia, luchando contra la superficialidad y el consumo fácil. También os acecha otra tentación, la del dinero, ese ídolo tirano que ciega hasta el punto de sofocar a la persona y su corazón. Los ejemplos que os rodean no siempre son los mejores. Muchos olvidan la afirmación de Cristo, cuando dice que no se puede servir a Dios y al dinero (cf. Lc 16,13). Buscad buenos maestros, maestros espirituales, que sepan indicaros la senda de la madurez, dejando lo ilusorio, lo llamativo y la mentira.
Sed portadores del amor de Cristo. ¿Cómo? Volviendo sin reservas a Dios, su Padre, que es la medida de lo justo, lo verdadero y lo bueno. Meditad la Palabra de Dios. Descubrid el interés y la actualidad del Evangelio. Orad. La oración, los sacramentos, son los medios seguros y eficaces para ser cristianos y vivir «arraigados y edificados en Cristo, afianzados en la fe» (Col 2,7).
Catecismo de la Iglesia Católica: dignidad de la persona
2422 La enseñanza social de la Iglesia contiene un cuerpo de doctrina que se articula a medida que la Iglesia interpreta los acontecimientos a lo largo de la historia, a la luz del conjunto de la palabra revelada por Cristo Jesús y con la asistencia del Espíritu Santo (cfSRS 1; 41). Esta enseñanza resultará tanto más aceptable para los hombres de buena voluntad cuanto más inspire la conducta de los fieles.
2423 La doctrina social de la Iglesia propone principios de reflexión, extrae criterios de juicio, da orientaciones para la acción:
Todo sistema según el cual las relaciones sociales deben estar determinadas enteramente por los factores económicos, resulta contrario a la naturaleza de la persona humana y de sus actos (cf CA 24).
2424 Una teoría que hace del lucro la norma exclusiva y el fin último de la actividad económica es moralmente inaceptable. El apetito desordenado de dinero no deja de producir efectos perniciosos. Es una de las causas de los numerosos conflictos que perturban el orden social (cf GS 63, 3; LE 7; CA 35).
Un sistema que “sacrifica los derechos fundamentales de la persona y de los grupos en aras de la organización colectiva de la producción” es contrario a la dignidad del hombre (cf GS65). Toda práctica que reduce a las personas a no ser más que medios con vistas al lucro esclaviza al hombre, conduce a la idolatría del dinero y contribuye a difundir el ateísmo. “No podéis servir a Dios y al dinero” (Mt 6, 24; Lc 16, 13).
2425 La Iglesia ha rechazado las ideologías totalitarias y ateas asociadas en los tiempos modernos al “comunismo” o “socialismo”. Por otra parte, ha rechazado en la práctica del “capitalismo” el individualismo y la primacía absoluta de la ley de mercado sobre el trabajo humano (cf CA 10. 13. 44). La regulación de la economía por la sola planificación centralizada pervierte en su base los vínculos sociales; su regulación únicamente por la ley de mercado quebranta la justicia social, porque “existen numerosas necesidades humanas que no pueden ser satisfechas por el mercado” (CA 34). Es preciso promover una regulación razonable del mercado y de las iniciativas económicas, según una justa jerarquía de valores y con vistas al bien común.
Compendio de Doctrina Social de la Iglesia : Poseer con equilibrio
Publicado el 29-06-2004 por el Pontificio Consejo «Justicia y Paz»
181 De la propiedad deriva para el sujeto poseedor, sea éste un individuo o una comunidad, una serie de ventajas objetivas: mejores condiciones de vida, seguridad para el futuro, mayores oportunidades de elección. De la propiedad, por otro lado, puede proceder también una serie de promesas ilusorias y tentadoras. El hombre o la sociedad que llegan al punto de absolutizar el derecho de propiedad, terminan por experimentar la esclavitud más radical. Ninguna posesión, en efecto, puede ser considerada indiferente por el influjo que ejerce, tanto sobre los individuos, como sobre las instituciones; el poseedor que incautamente idolatra sus bienes (cf. Mt 6,24; 19,21-26; Lc 16,13) resulta, más que nunca, poseído y subyugado por ellos.383 Sólo reconociéndoles la dependencia de Dios creador y, consecuentemente, orientándolos al bien común, es posible conferir a los bienes materiales la función de instrumentos útiles para el crecimiento de los hombres y de los pueblos.
Uso litúrgico de este texto (Homilías)
- Domingo XXV Tiempo Ordinario-Ciclo C (Lc 16, 1-13)
- Sábado XXXI Tiempo Ordinario (Lc 16, 9-15)